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EL MONASTERIO DE SAN BENITO EL REAL DISPERSO I: Retablos y capillas del trascoro

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Al igual que ha ocurrido ya con varias entradas dedicadas al patrimonio que poseyó el Monasterio de San Francisco, hoy quiero comenzar una serie dedicada a las obras de arte que poseyó el Monasterio de San Benito el Real, y que por desgracia ya no se encuentran en él. Por suerte, la mayoría de ellas engrosan el patrimonio que custodia el Museo Nacional de Escultura. Como empezar por la sillería sería muy obvio, y ya que es muy conocida, prefiero comenzar por los maravillosos retablos que se encontraban en el trascoro.
En medio de la nave de la gran iglesia monacal se situaba el coro, ocupando el espacio que hay entre la reja y el último pilar de la nave mayor. Queda un amplio pasillo para el trascoro. La sillería quedó apoyada en obra de fábrica que permitía a la vez el revestimiento con retablos y “capillas”, por los tres lados. A través de esta composición fotográfica podemos hacernos idea del encaje que tendría la sillería. En todo caso habría que añadir el atril en el centro. Los costados de la sillería están excelentemente tallados lo que demuestra que era lugar de tránsito.


RETABLOS PLATERESCOS DEL TRASCORO (1539)
El trascoro en su parte frontal que mira a la reja estaba ocupado por dos retablos platerescos, dispuestos de manera simétrica, formando un armonioso conjunto. El muro del trascoro formaría masa continua, dejando el gran espacio abierto en el centro.
Los retablos, realizados en madera, disponen de una sencilla ordenación arquitectónica y característica de su tiempo, ambos constan de un solo cuerpo, organizado con cuatro columnas abalaustradas que separan tres hornacinas en cada una de ellos, con remate avenerado. Fueron las aportaciones investigadoras de Agapito y Revilla y García Chico, las que permitieron en su día clasificar y localizar correctamente su procedencia y autoría, para poder vincularlas con su origen y con las circunstancias de su encargo.

Retablo de San Miguel
Retablo de San Juan Bautista
Afortunadamente, ese esfuerzo hizo posible relacionar las estructuras arquitectónicas con las esculturas de alabastro que fueron realizadas para figurar en éstas. Dedicados sendos retablos a San Juan Bautista y San Miguel, se acompañó el primero de Santa Catalina y San Sebastián, mientras que el segundo aparecía flanqueado por San Gregorio y San Ambrosio. Se mezclaron de este modo los materiales, la madera en el retablo y el alabastro en la escultura, utilizando los toques de dorado para obtener un agradable efecto de unidad.
La historia de estos retablos ha sido trazada por Agapito y Revilla, quien los localizó en la iglesia del Santuario Nacional de la Gran Promesa de Valladolid. Asimismo las esculturas se encontraban custodiadas en el actual Museo Nacional de Escultura.

Los dos retablos cuando se hallaban en el Santuario Nacional de la Gran Promesa
El encargado de llevar a cabo los retablos fue Alonso Berruguete, el cual ya había realizado el retablo mayor para la misma iglesia. Él es quien figura contratando el alabastro para realizar unas esculturas que serían esculpidas por artistas de su confianza. Se trata de Cornelis de Holanda y Juan de Cambray, dos maestros de procedencia nórdica como delatan sus apellidos, quienes estaban realizando la tarea en el año 1530.
Tanto el diseño general como el repertorio ornamental de los dos retablos reproducen los modelos que se habían ensayado en el retablo mayor de San Benito. El uso de columnas abalaustradas y finas decoraciones de motivos vegetales siguiendo repertorios de raigambre italiana, producen un armónico resultado, con el empleo de la línea curva y unas estrictas leyes de la simetría. Otros orígenes, en cuanto a las fuentes se refiere, pueden observarse en el tratamiento de las esculturas. En este caso el concepto resulta más característico de esa simbiosis de aportaciones que identifica al arte español de la primera mitad del siglo XVI, con una fuerte presencia de los estereotipos centroeuropeos, intercalados con las novedades italianas. De marcada frontalidad y hasta de cierta pesadez en el volumen, dos de las esculturas se distancian del grupo. San Gregorio y, sobre todo, San Ambrosio muestran rasgos que tienen mucho que ver con la personalidad de las obras de Berruguete y con su particular modo de entender y reinterpretar la figura humana.

El primero en hablar de estos dos retablos fue Antolínez de Burgos, el cual señalaba que eran obra de Berruguete “los dos altares que están junto a la reja, uno de San Miguel y otro de San Juan Bautista”. Recoge asimismo el testimonio de Bosarte, de que Berruguete “adornó el trascoro de la iglesia con un retablo y altar no muy grande”. Martí y Monsó anota “escripturas del altar mayor y del de San Juan y San Miguel, año 1539, hechas por Alonso Berruguete”. Sigue la trayectoria a estos retablos Agapito y Revilla y publica fotografías de los dos retablos en el Santuario Nacional. La incorporación de las esculturas de Cornielis de Holanda y Juan de Cambray ha permitido la reconstrucción del conjunto. Ahora bien, se advierte que Berruguete tenía demasiado trabajo en San Benito y por eso solicitó que dos colaboradores de su confianza realizaran las estatuas de alabastro. Ciertos rasgos berruguetescos se aprecian en las esculturas, pero indudablemente hay en ellas un componente nórdico explicable por el origen de los citados maestros.


CAPILLA DE DOÑA FRANCISCA DE VILLAÑAFE (1551-1552)
Una de las capillas más importantes fue la de Doña Francisca de Villafañe, viuda de don Diego de Osorio, situada en el lado del evangelio del trascoro. En el testamento de esta dama, fechado en 5 de febrero de 1545, se indica que deseaba ser enterrada “en el monasterio de San Benito, en una capilla que había hacerse de piedra y yesería, en el trascoro bajo a mano izquierda, del alto qu´ está la capilla del doctor Cornejo, que está en el tro trascoro de la mano derecha”. La capilla quedaba situada entre dos pilares del templo. Se abría en la pared del trascoro, formando una arquería, de suerte que su profundidad era escasa, como es habitual en tal género de obras. Pero ya se sabe que capilla no siempre supone habitación. La capilla quedaba acorada según el testamento de Doña Francisca de Villafañe, pero el contrato del retablo descubre que efectivamente la capilla se hizo. 

El 6 de abril de 1551, Juan de Juni e Inocencio Berruguete contrataron el retablo de esta capilla, indicando que era “para la capilla que tiene en el monasterio de Señor San Benito… y que harán el dicho retablo de todo el alto que ay desde el altar de la dicha capilla fasta tocar en la venera de arriba de la bobeda… conforme a la muestra que para ello tiene hecha… y que las dos columnas principales an de ser conforme a la qu´ está en la dicha muestra a la parte del Evangelio e otras quatro columnas qu´ están en el cuerpo del retablo pequeñas an de ser de balaustres labrados de talla”.
El retablo se contrata como obra de “imaginería y ensamblaje”. Se indican las dimensiones. A lo ancho tendría trece pies (alrededor de cuatro metros); y en cuanto al alto alcanzaría la bóveda de la capilla (lo que indica que era algo profunda), que terminaba en forma de venera.  Llevaba dos columnas grandes a los lados, y cuatro pequeñas de forma que sería un retablo tetrástilo, con tres hornacinas. Las condiciones concretan que debía llevar cuatro figuras grandes: San Juan Bautista, la Magdalena, San Jerónimo y Santa Elena y dos pequeñas, San Benito y Santa Escolástica, todas de madera de nogal, mientras que el ensamblaje sería de pino. Extrañamente, por tratarse de un retablo relativamente pequeño y costeado por una persona particular, hasta 1570 no se contrató su policromía. El pintor Juan Tomás de Celma se ocuparía entonces de dorar el retablo que “está hecho y asentado de mano de Juan de Juni”, a contento de la comitente y del propio escultor.

La Desamortización supuso el despojo de todos los bienes muebles del monasterio de San Benito, muchos de los cuales, por fortuna, se conservan en el Museo Nacional de Escultura, entre ellos las cuatro esculturas grandes del retablo de Villafañe. Son obras personajes de Juni las de San Juan y la Magdalena, que ocupaban la calle central, mientras que las de San Jerónimo y Santa Elena serían realizadas, por Inocencio Berruguete. Hace algunos años, gracias a la investigación llevada a cabo en el Museo se ha podido hacer una reconstrucción ideal –todo lo aproximada que la fantasía creadora de Juni tracista permite– del retablo y además identificar como correspondiente a él una de las dos esculturas menores, que se creía perdida: la Santa Escolástica, que iría colocada en el cuerpo bajo del retablo y que se guarda en la iglesia del Santuario del Carmen Extramuros, de Valladolid.
Las esculturas de San Juan Bautista (1,17 m.) y de la Magdalena (1,20 m.) responde a localidad que se les exigía en el contrato. Especialmente la figura del Precursor, titular del retablo, es una obra maestra que resume todas las características del estilo de Juni, conjugando la concepción manierista de la forma y referencia a la escultura clásica –Martín González ha resaltado reiteradamente el influjo del Laocoonte en ella– con la fuerza expresiva que anticipa el barroco. La Magdalena trasciende la misma sensación de nobleza que las otras figuras femeninas de Juni. Se muestra erguida y arrogante, envuelta en una cascada de telas exquisitamente policromadas, que sin embargo traslucen su silueta; su rostro es sereno y un punto distante.

En cuanto a la pequeña escultura (0,65 m.) que representa a Santa Escolástica, fue atribuida a Juni por Martín González, en 1963, suponiendo que representaba a la Virgen aunque sin poder identificar a qué pasaje de su vida aludía. Urrea, en 1993, puso en duda la iconografía observando que la policromía no correspondía a los colores usados para vestir a la Virgen, apuntando la posibilidad de que representase a una religiosa. Finalmente Arias Martínez, basándose en los pormenores de la vestimenta, que convienen perfectamente con el hábito benedictino, así como en el libro que sujeta en su mano izquierda y en báculo, perdido, que debía enarbolar con la derecha, ha identificado la escultura con la Santa Escolástica que formaría pareja con el, todavía no localizado, San Benito.

La capilla se encontraba protegida, como era normal, por una reja. En el testamento de 1545, Doña Francisca de Villafañe dejó consignado que se hiciera una reja en la capilla que ordenó realizar. Amelia Gallego considera que esta reja es una que se conserva en la iglesia de Santiago en la capilla de Santa Lucía, basándose en la descripción de una reja que alabó Bosarte (“una capillica que hay debajo de los fuelles del órgano se cierra con otra bella reja, cuya coronación es una Virgen con el Niño y a sus lados bustos de profetas que son Isaías y David”). La reja está fechada en 1549 y lleva escudo en su parte superior. Esta identificación es conveniente. La reja está toscamente cortada y s adapta mal al espacio, incrustándose en los pilares, lo que revela el azaroso traslado. El trascoro de San Benito se desmontó tras la Desamortización y de igual suerte que varias obras se destinaron al Museo y otras iglesias, a la de Santiago vendría esta reja.

CAPILLA DEL DOCTOR CORNEJO

Como hemos visto, ya en el testamento de Doña Francisca de Villafañe de 1545, se hace referencia a la “capilla del doctor Cornejo, que está en el trascoro de la mano derecha”. El Doctor Cornejo (“alcalde de sus majestades”) fue esposo de Doña María de Tovar, hija del Canciller de los Reyes Católicos, Alonso Sánchez de Logroño. El Canciller fue enterrado en la iglesia vieja de San Benito, en una capilla que estaba adornada con un retablo supuestamente hecho en Flandes.
El Doctor Cornejo mandó hacer una capilla en la iglesia nueva, situada “tras el coro derecho”. Se describe la capilla como muy buena y se dice: “mando adereçar e pintar el retablo que en ella estaba y pasarle a dicha capilla nueva que mandó hacer”. Sería el profesor Angulo el encargado de demostrar que este retablo era el denominado “retablo de San Ildefonso”.
Dicho retablolo conformaban dos tablas laterales, conservadas en el Museo Nacional de Escultura, que nos presentan de pie, revestidos de pontificales a San Isidoro y San Leandro, ambos hermanos y prelados sevillanos de época visigoda. Tanto su formato como la disposición de los personajes señalaban su carácter de alas o laterales de un tríptico o retablo de pequeño tamaño cuya tabla principal se había perdido; dada la evidente hispanidad del tema y la calidad de las obras, el artista debía de ser un pintor autóctono cualificado y al tiempo buen conocedor de la técnica y producción del pintor de Brujas Hans Memling.
En 1925 Diego Angulo Íñiguez identificaba la tabla central perdida con la de la Imposición de la casulla a San Ildefonsoque hasta 1903 formó parte de la colección del anticuario parisiense Emilie Pacully, actualmente en paradero desconocido. Adquirida en España, había pertenecido al infante don Sebastián Gabriel de Borbón, quien incluso llega a residir una temporada en Valladolid; sus medidas (179 x 90 cm.), la uniformidad de tipos y los interiores arquitectónicos representados avalan esta identificación. Posteriores trabajos de Post y del mismo Angulo permitieron identificar las tres tablas de la predela del retablo con el apostolado completo enmarcado en un fondo arquitectónico, la central (27 x 90 cm.) con los bustos de Cristo y seis apóstoles en colección madrileña y las laterales (26 x 40 cm.) con sendos grupos de tres apóstoles, en el Museo del Prado. La obra está fechada entre 1490-1500 aproximadamente.
Esta capilla tendría su reja. En la iglesia de Santiago hay una reja del siglo XVI, colocada en una capilla del lado de la epístola, con señales de haber sido trasladada. Como quiera que es seguro que se trasladó de la iglesia de San Benito la reja de la capilla de Santa Lucía, se sospecha que ésta debe tener igual procedencia. Es de severo pergeño, pero elegante. Ofrece dos cuerpos y remate con dos eses.
Hay referencias al órgano. Lo alaba Canesi, señalando que era obra reciente, pues se había hecho “en nuestros días” y era de “lo mejor que hay en Europa”. Bosarte indica su situación, pues al referirse a la capilla de Doña Francisca de Villafañe, que estaba en el trascoro, lado del evangelio, afirma que estaba “debajo de los fuelles del órgano”. El órgano, por tanto, estaba sobre la sillería, en el costado del evangelio.

BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: “La pintura en el antiguo Monasterio de San Benito el Real de Valladolid”. En RIBERA, Javier: Monasterio de San Benito el Real de Valladolid. VI Centenario 1390-1990, Valladolid, 1990, pp. 212-214.
  • RODRÍGUEZ MARTÍNEZ, Luis: Historia del Monasterio de San Benito el Real de Valladolid, Valladolid, 1981.
  • WEB DEL MNE: museoescultura.mcu.es

ESCULTORES VALLISOLETANOS OLVIDADOS: José Martínez Oteiza (h.1870-1942)

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Hoy vamos a hablar de otro destacado escultor que se asentó en Valladolid a comienzos del siglo XX y que aunque no era natural de la misma podemos considerarle vallisoletano de adopción ya que viviría en ella más de la mitad de su vida. Es decir, se trata de un caso similar a los ya vistos de los escultores Ángel DíazDionisio Pastor Valsero, o del pintor Gabriel Osmundo Gómez. Si tuvierais conocimiento de alguna otra obra, dato o fotografía de este interesantísimo escultor os agradecería me lo hicierais saber.
El escultor y militar José Martínez Oteiza nació en Estella (Navarra) hacia el año 1870. La llega a Valladolid fue propiciada por su carrera militar, la cual le hizo residir en la ciudad del Pisuerga al menos desde el año 1906. Salvo un breve paréntesis que transcurrió en Soria y en Alcalá de Henares, vivió hasta su fallecimiento en 1942 en nuestra ciudad.
En lo que respecta a su carrera militar, la primera noticia que poseemos data del 17 de noviembre de 1888. En aquella fecha el “El Rey (q. D. g), y en su nombre la REINA Regente del Reino” hace constar al Capital General de Castilla la Nueva que se había “servido conceder el empleo personal de alférez de Infantería, a los 16 alumnos de la Academia Militar”, entre los cuales se encontraba Oteiza. Asimismo era voluntad de “S.M., que los alumnos referidos disfruten en el empleo que se les concede, la antigüedad de 13 de julio del corriente año, para todos los efectos que previene la real orden de 17 de noviembre de 1888”.

José Martínez Oteiza en su estudio modelando el retrato de un militar. Al fondo su escultura La Esclava
Diez años después, en 1898, poseyendo ya al grado de Capitán de Infantería, es destinado a Pamplona. Con el mismo rango le veremos en 1906 en el Regimiento de Isabel II de Valladolid. Fue por entonces cuando sintió que aunque su profesión era la de militar, su verdadera vocación era la de la escultura, apuntándose ese mismo año en la Escuela de Artes y Oficios, como más adelante veremos. En el año 1910 asciende a Comandante, siendo efectivo el nombramiento a partir del día 28 de mayo. Tres años después, el 17 de septiembre de 1913, la cruz blanca de segunda clase del Mérito Militar. En 1921 alcanzaría la graduación de coronel. En diciembre de este último año, aunque desconocemos si tendría algo que ver con la reciente graduación, se le obsequia con un almuerzo en el Hotel Inglaterra. El prestigio le acompañaba en sus dos facetas puesto que en esta última noticia se le denominaba como “notable escultor”.
El 1 de noviembre de 1922 llega la noticia de que se le acaba de nombrar Gobernador Militar de la Provincia de Soria. El Noticiero de Soria se mostraba ilusionado con aquel nombramiento, definiéndole como “sencillo y caballeroso, el escultor Martínez Oteiza desea que en el lugar que hoy ocupa se vea al cumplidor de las leyes y al hombre que con nuestro país quiere vivir identificado al tomar medidas de carácter púbico. Vigila, trabaja y ama el orden, para cumplirlo y hacerlo cumplir”. Además de este cargo ostentó la Presidencia de la Junta Patriótica de Soria. Poco tiempo duraría en el cargo, ya que a mediados de diciembre de ese mismo año cesaba en el cargo, eso sí, Martínez Oteiza, al que se calificaba como “inteligente y pundonoroso coronel”, dejaba “gratísimo recuerdo de su actuación como Gobernador y grandes simpatías personales como caballero”.  La vinculación del militar-escultor con Soria no desapareció, ya que en consta que en noviembre de 1926 consta que volvió “a pasar unos días en nuestra capital”.

Retrato de D. Vicente de Mendoza Castaño, catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Valladolid
Pasando a comentar ya su perfil artístico, ya referimos que en 1906 se matricula en la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid, donde estudia con profesores tan acreditados como el madrileño Ángel Díaz o el gaditano Ramón Núñez. Probablemente la decisión de matricularse tiene que ver con un deseo de querer proseguir unos estudios iniciados tiempo atrás o con la intención de perfeccionar sus conocimientos. Ese mismo año debió de hacer grandes progresos ya que se le otorga el Premio Extraordinario de Composición Decorativa.
El 27 de septiembre de 1910 se celebró en Valladolid una retreta militar, en el cual cada cuerpo de la guarnición debía de presentar su propia carroza. Oteiza y el teniente Brena, que pertenecían a la guarnición “Isabel II” construyeron una carroza titulada Salud a la Patria. El periódico madrileño La Época la describía así: “Sobre unos picachos álzase una arrogante matrona, que representa a España. A su diestra aparece un león y al frente un soldado, en actitud de subir al pedestal, saludando a la Patria. Cruces, banderas y emblemas del regimiento completan el decorado”.

Autorretrato
El regimiento de Ingenieros hizo otra “que representa un castillo roquero, detalladísimo, sobre cuyas torres se ve un aeroplano”, de la cual fueron autores los tenientes “Parellada y Zorrilla y el escultor vallisoletano Sr. Argüello”, este último no será otro que Tomás Argüello. Los Artilleros presentaron una copia, en miniatura, del Alcázar de Segovia, descansando sobre unos cañones. Los lanceros de Farnesio reproducían el castillo de Blanjo, adornado con las armas del Cuerpo. Las fuerzas de Administración militar han hecho una carroza que figura un horno de campaña. La comitiva la cerraba una carroza titulada Patria, que también se debía al escultor Tomás Argüello.
En 1911 concluye un Monumento al heroico general gerundense José Marina Vega, que se había distinguido en Cavite y Cuba y que por esos días ocupaba la Capitanía General de Castilla la Nueva. El monumento, que estaba destinado al Museo de Infantería de Toledo, se componía de un pedestal, sobre el que colocó el artista el busto del general, junto al que situó el “bravo león español apoyando sus zarpas sobre las cumbreras africanas y el glorioso pabellón de la Patria rodeando una gran parte del monumento, viéndose a un lado un precioso desnudo que representa al comercio”.

Busto recostado
En ese mismo año realiza una medalla destinada al Museo de la Infantería, aunque dibujada por él, fue fundida por la Sociedad Metalúrgica Duro Felguera, que se ofreció a realizarlo gratuitamente.
Para la Academia de Infantería de Toledo, realiza en 1912 “una artística lápida, obra del comandante de Infantería y notable escultor Sr. Martínez Oteiza, lápida en la que los supervivientes de la General honran la memoria de los compañeros que rindieron su vida en los campos de batalla”. Realizado en altorrelieve, entre dos figuras alusivas a la Patria y al Valor, representó el busto de un oficial muerto, cubierto con un sudario sutil. El diario El Eco Toledano, que decía que la lápida era “en honor de todos cuantos procedentes de la General rindieron su vida en holocausto de la Patria”, señalaba asimismo que poseía una inscripción en el centro: “A los compañeros que hallaron gloriosa muerte en el campo de batalla, los supervivientes de la Academia General Militar”. La lápida fue colocada en el patio del Alcázar el día 4 de marzo. 

Retrato de Segismundo Moret
Aquel mismo año regaló a su propio Regimiento “un magnífico medallón en el que destaca en bajo relieve la figura de la reina Victoria”, que fue calificado como “de asombroso parecido y acertada ejecución”. Se colocó en el despacho del Coronel del cuerpo. Todavía en este mismo año concurriría a la Exposición Regional de Bellas Artes, en donde presentó cuatro obras de muy diferentes temáticas: simbólica (Abril despierta), Estudio de desnudo, retrato (Busto retrato) y asuntos de actualidad (En el terreno). De todas formas la faceta en la que destacó fue en la de retratista.

Medallón del Capitán Ripoll
Sus preocupaciones artísticas le hicieron formar parte de la recién creada sociedad “Arte Castellano” que dirigía el dibujante Ricardo Huerta, y en la que Oteiza fue su primer secretario. En la Exposición que organizó en 1915 esta asociación de artistas participó con varias obras –Retrato de Segismundo Moret, Torso de hombre, Retrato y Desnudo femenino– y el crítico de arte Carlos Rodríguez Díaz observó que “Oteiza demuestra que sigue estudiando, que busca dificultades para vencerlas, que modela a conciencia, cuidándose poco de cuanto no signifique estudio”.
Además de trabajar en barro y yeso se conocen varias obras realizadas en granito: se trata dos monumentos funerarios conservados en el cementerio de Valladolid. El primero es un Cristo yacente (1919) colocado en el panteón de don David, y el segundo en una patética figura de mujer, implorante y dispuesta en forzada posición, titulado Hágase tu voluntad, encargado hacia 1923 por la familia Gallego Gómez.

Hágase tu voluntad
El 14 de julio de 1920 publica el diario La Vanguardia que en otoño de ese mismo año, “coincidiendo con la visita de los Reyes a Valladolid, se inaugurará una exposición de obras del pintor don Raimundo Castro Cires y del escultor teniente coronel de infantería don José Martínez Oteiza”.
Indica Urrea que la afición taurina vallisoletana pensó en nuestro escultor cuando esta tuvo la intención de levantar un monumento funerario a la memoria del torero vallisoletano Félix Merino, trágicamente muerto a consecuencia de una cogida sufrida en la plaza de toros de Úbeda (Jaén); sin embargo el proyecto popular fracasó. No obstante Oteiza modeló un busto de Félix Merinoen yeso, de tamaño natural y de notable parecido”, el cual se lo regaló a los familiares del diestro.

Retrato del torero Felix Moreno Obanos
Todavía en 1935 concurrió a la Exposición de Artistas locales organizada por el Ateneo, con una obra titulada La esclava, definida como “formidable desnudo e indiscutiblemente su creación de mayor calidad”. Unos meses más tarde el Centro Republicano de la Juventud Radical vallisoletana instaló en sus locales una escultura de la República Española que había realizado el escultor. El Norte de Castilla, en su tirada del día 2 de agosto de ese año, ofrece una minuciosa descripción de la misma, aunque por fortuna poseemos una fotografía: El escultor José Martínez Oteiza regala al Centro Republicano Radical de Valladolid una figura de la República, gentil matrona tocada muy artísticamente con el gorro frigio, aparece sentada y a su lado, como cobijadas por su manto, están los cuarteles del escudo de España, el león y el castillo, las barras de Aragón y las cadenas de Navarra y a sus pies, la granada. El conjunto no puede ser más acertado, es indudablemente la más lograda representación de la República española que hasta el presente hemos vistos”.

La República Española
Con destino al Casino Republicano modeló un busto del ministro de Estado Alejandro Lerroux, “obra de gran técnica y perfecto parecido”. Las últimas obras que conocemos de su mano son un retrato del Presidente de la República, Sr. Azaña, un busto del industrial F. Battaner; y en 1937 el retrato del General Mola, que se conserva en el Ayuntamiento. Martínez Oteiza falleció en 1942.

BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José  Carlos y URREA, Jesús: Pintura y escultura en Valladolid en el siglo XX (1900-1936), Ateneo de Valladolid, Valladolid, 1988.
  • URREA, Jesús: La escultura en Valladolid (1850-1936), Caja de Ahorros Popular de Valladolid, Valladolid, 1984.

UN TROCITO DE ÁFRICA EN VALLADOLID I: La Colección de Arte Africano de la Fundación Alberto Jiménez-Arellano Alonso

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En Valladolid tenemos el grave defecto de que ni conocemos lo que tenemos y mucho menos lo valoramos. Que poseemos el Museo de Escultura más importante del mundo pues pasamos de él, que detentamos uno de los museos orientales más ricos y variados pues tampoco nos interesa mucho, y ya si digo que tenemos un gran museo de arte africano pues entonces ya nos preguntamos si nos hemos equivocado de ciudad. Pues no, en Valladolid disfrutamos de una Colección de Arte Africano que la mayoría de la ciudad ni conoce ni ha oído hablar de él, y no será porque no tengan unas cuentas muy activas en Facebook, Twitter, etc…
Ya no solo es que exista esta colección, la de Arte Africano de la Fundación Alberto Jiménez-Arellano Alonso, sino que además es de las pocas que existen en Europa y que alberga unas piezas muy valiosas y de culturas muy variadas, siendo el “Reino de Oku” la joya de la corona. Antes de comenzar a hablar de la colección en sí, cuya información he sacado de diferentes hojas y publicaciones de la propia Fundación, he de entonar el mea culpa porque yo tampoco he valorado esta colección como se merece, pues he ido varias veces y lo vi pasada, como sin importarme demasiado. Tengo que dar gracias a Ana Macón y a su valiosísima visita guiada a la colección porque desde entonces he sabido calibrar la importancia de este museo.
La Colección de la Fundación Alberto Jiménez Arellano-Alonso se constituyó en el año 2004 por acuerdo entre la Universidad de Valladolid y la familia Arellano Alonso. Uno de los principales objetivos de la Fundación es dar a conocer la riqueza artística y cultural de África; especialmente de la franja subsahariana. Para ello se muestra en esta colección un extenso conjunto compuesto por objetos etnográficos, tejidos, instrumentos musicales, monedas tradicionales y, sobre todo, esculturas. Entre estas últimas destaca, sobre todo, el magnífico y singular grupo de las terracotas, siendo éste un referente en el panorama internacional. La excepcionalidad de esta colección radica en ser la más numerosa expuesta públicamente, destacando por la calidad de sus piezas.

La mayoría de piezas de esta colección procede de pueblos asentados en torno a las cuencas de los ríos Níger y Congo. Cada grupo o cultura, aun compartiendo parecidas estructuras sociales y religiosas, ha reflejado de forma propia los valores de su comunidad, dando lugar a manifestaciones artísticas de estilos diferentes.
Sus principales creaciones tradicionales se concentran en el ámbito de la escultura, que no responde a un interés puramente estético, sino que tiene unas funciones que van más allá, relacionadas con la religión, la naturaleza, los antepasados, los rituales de iniciación, las sociedades secretas o la magia. Generalmente, su objetivo no es reflejar fielmente la naturaleza, sino captar el alma y la fuerza de lo representado.

Esta especial significación de las piezas explica el hecho de que el artista, en su comunidad, no sea considerado un simple profesional que domina una técnica, sino un intermediario entre el mundo de los espíritus y el terrenal.
La colección se estructura a través de tres estancias claramente diferenciadas: en la planta baja del Colegio de Santa Cruz se encuentran el Salón de Rectores y la Sala Renacimiento, mientras que en el primer piso está la llamada Sala de San Ambrosio. Para que no quedara un post demasiado amplio he decidido dividirlo en dos, hoy hablaremos de las dos primeras estancias y en el próximo post del “Reino de Oku”.

SALÓN DE RECTORES
Esta sala está concebida como una introducción o preparación para  la colección. Permite, en primer lugar, descubrir cuáles son los materiales empleados en el arte africano, que van más allá de la madera, vinculada a las célebres máscaras; por otro lado se centra en las temáticas más habituales del Arte Africano.

Materiales
Para la creación de esculturas y de otros objetos artísticos tradicionalmente se han empleado materiales naturales: madera, piedra, calabaza… o metales como el hierro, el bronce o el latón. En el caso de los objetos de lujo, vinculados a la corte, se recurre casi siempre a materiales nobles como el marfil o el oro. El material usado más antiguo parece ser, sin embargo, la arcilla.

En lo referente a los metales, los grandes focos de producción en África se localizan en la zona occidental, destacando la República Democrática del Congo, Nigeria (Ife, Benín, Yoruba) y Ghana (Akan/Ashanti). El hierro se utilizaba para fabricar armas, herramientas y objetos domésticos. Con el bronce –en realidad una aleación de cobre, zinc, plomo o estaño– y el latón se fundían esculturas según la técnica de la “cera perdida”. El trabajo de fundición estaba reservado a los herreros. Ellos forjaban herramientas de cultivo, caza o lucha, además de insignias de poder, utensilios domésticos, joyas y monedas. Gozaban de un gran prestigio social por el secretismo que rodeaba a su trabajo y al carácter sobrenatural del hierro –procedente de las entrañas de la tierra–. Eran temidos y admirados por igual.

Cultura FON (Benín/Togo). Altar ritual. Siglo XX. Realizado en hierro y bronce
Cultura DAN-GIO-YACUBA. Libería. Siglo XX. Figura realizada en hueso
En cuanto a la terracota, la presencia de arcilla cocida era constante en el arte desde época prehistórica, siendo característica del Mediterráneo y las cuencas de los ríos Níger y Congo de África. Es un material maleable que, una vez cocido, presenta una gran resistencia y perdurabilidad. La tierra se recoge en las orillas de los ríos, siendo después mezclada con agua y batida para hacerla más homogénea. La mezcla obtenida es separada en pellas para su elaboración. El modelo de la pieza se hace a mano, sin utilizar el torno. La más habitual es la técnica de los “churros”, consistente en superponer largos cilindros de arcilla. Después se decora mediante incisiones, motivos en relieve o aplicación del color con pigmentos vegetales y minerales. Tras unos días de secado, los objetos se cuecen en fosas al aire libre. En general son las mujeres las encargadas de la alfarería. Ellas elaboran utensilios de uso doméstico o ritual. En algunas culturas, sin embargo, estos últimos sólo pueden ser modelados por los hombres, pues se considera que si una mujer representa una imagen ello podría perjudicar a su fertilidad y al orden cósmico.


Temáticas
El otro gran asunto sobre el que trata la primera sala es el de las temáticas más comunes del Arte Africano. Todas ellasestán relacionadas con el culto a los dioses, rituales funerarios o con el recuerdo a los antepasados. Todo ello se ejemplifica a través de un conjunto único de jinetes en terracota, así como por diversas representaciones de animales.
El caballo es un animal de suma importancia en el África subsahariana por su difícil supervivencia (insuficiencia de agua, malaria y, sobre todo, la alta mortalidad provocada por la mosca tsé-tsé). Se asocia a las ideas de autoridad, de conquista y de dominación. Por eso se piensa que los hombres a caballo representan a jefes o notables. A la vez el caballo alude a la victoria del espíritu sobre los sentidos, siendo símbolo de elevación espiritual. El tema del jinete se repite en varios pueblos de África occidental: en Malí –Djenné, Bankoni, Dogón, Senufo y Bamana–, en Camerún y en Nigeria –Ife, antiguo reino de Benín, Yoruba, Hausa, Fulani–. La presencia del caballo en estas zonas se relaciona con la influencia del Islam, a partir de los siglos XII y XIV. Pero se han encontrado figuras de jinetes fechadas en el siglo IX, lo que demostraría un presencia anterior. 

La mayoría de estas esculturas han sido encontradas en tumbas, pero se desconoce si tenían una función funeraria o servían para ser llevados en vida por el difunto. Jinete y montura suelen presentar escarificaciones y portar joyas, reflejando la clase social del representado. Se realizaron en terracota y en bronce. Una pieza excepcional dentro de todas las que posee la sala es el Ejército Guimbala. Se compone de cuatro caballeros y once soldados, fechados entre los siglos XI y XVI. La región Guimbala –Malí– se sitúa al noreste del Lago Debo. También en esta sala se pueden contemplar seis ejemplos de jinetes de diversas cronologías y procedencias, lo que resulta excepcional.

Ejército Guimbala
Pero no solo los caballos tienen caída en el Arte Africano, otros muchos animales protagonizan narraciones orales africanas. Sus cualidades sirven de modelo a los hombres y sus defectos son remarcados para evitar que estos los repitan. Son además reflejo del orden social. Así los animales domésticos aluden a la mansedumbre, y los hombres tienen sobre ellos un derecho de vida o muerte análogo al que el monarca detenta sobre el pueblo. Lo animales salvajes se identifican con el poder real. Siguiendo estos criterios se representan también en la escultura.
Pueden aparecer como motivos decorativos o como figuras independientes. Objetos zoomorfos como máscaras, remates de bastón o esculturas y altares portátiles se utilizaban en los rituales de iniciación y en las prácticas terapéuticas, de adivinación o de brujería. Amuletos o adornos para el vestido eran portados por los soberanos como símbolo de poder y prestigio. En ocasiones son objetos útiles –copas, saleros, cucharas o taburetes–, empleados en la corte.

Cultura NOK. Fragmento de jirafa (?). Siglo V a.C. - Siglo V d.C.
Cultura TENNENKOU. Figura zoomorfa. Siglo XII - Siglo XVI
Cultura NOK. Cabeza con piel de leopardo. Siglo II - Siglo V
Entre los animales más representados figuran: el antílope, el camaleón, el cocodrilo, el búfalo, el carnero, los peces, el elefante, el león, la jirafa, el lagarto, el caballo o el perro.Uno de los más habituales es la serpiente, cuyo significado difiere según las culturas: en la mayoría es un símbolo de fecundidad por su forma fálica y por sus ondulaciones –que recuerdan a los meandros del río, fuente de vida–; o de inmortalidad, por la regeneración que sugieren sus mudas desde piel.Algunos animales son difíciles de identificar. Este es el caso de las terracotas tennenkou, bankoni y ségou de Malí, que representan cuadrúpedos, pero carecen de rasgos biológicos que permitan concretar su especie.
Un último grupo de animales que tiene bastante importancia es el de las aves, las cuales se representan como motivos decorativos o como figuras independientes. Entre las más habituales se encuentra el calao: animal, mítico para los Senufo –Costa de Marfil, Malí, Burkina Faso–, asociado a la fecundidad. Sin embargo, para los Dan de Costa de Marfil es el que llevó la “cultura” a su pueblo.

El gallo es emblema del antiguo reino de Benín –Nigeria–. Alude al origen mítico de los oni–reyes– de Ife, de los que descienden directamente los oba de Benín. Según la leyenda, Olorum –rey de los Cielos–, quería acabar con el dominio de las aguas sobre la tierra. Para ello hizo que su hijo Odudwa descendiera a ésta junto con un gallo, un puñado de tierra y una nuez de coco. Cuando llegó a la superficie, lanzó el puñado de tierra que formó un montículo entre las aguas, donde se levantaría después la ciudad estado de Ife. El gallo escarbó allí y el héroe plantó la nuez de coco, naciendo siete ramas de las que surgirán las monarquías yoruba.

SALA RENACIMIENTO
Esta segunda sala, denominada Renacimiento por conservar los artesonados originales del Colegio de Santa Cruz, fechados a finales del siglo XV, alberga parte del conjunto de esculturas subsaharianas en terracota de la Fundación. Se trata de una de las más importantes colecciones de carácter público que existen actualmente en el mundo, destacando tanto por el número como por la calidad de sus piezas.

Las figuras expuestas han sido modeladas por las más significativas culturas asentadas en torno a las cuencas de los ríos Níger y Congo. Allí vivieron y trabajaron desde el siglo V a. C. hasta la actualidad. En ocasiones son pueblos que incluso ya han desaparecido, pero cuya huella se percibe aún en las creaciones de terracota más recientes.Entre las más importantes culturas que se pueden contemplar en la exposición destacan los Nok, Ife, Edo, Djenné, Bura, Komaland, Jukun, Ewe, Mambila, Mangbetu o Bakongo, entre otros.Asimismo se exhiben algunas piezas de la zona oriental del continente (Tanzania y Etiopía) también modeladas en barro cocido.

Recreación de una excavación arqueológica

Nigeria. Civilizaciones antiguas
Nigeria es uno de los países africanos que cuenta con una herencia cultural más rica, en parte aún por descubrir.En la meseta de Jos se asentaba el pueblo Nok, creador de la primera escultura figurativa subsahariana en terracota conocida. Su producción se remonta al siglo VIII a. C., prolongándose hasta el siglo IX, cuando esta cultura se diluye.Las terracotas Nok representan el inicio de una tradición escultórica naturalista después desarrollada en el resto de África Occidental.En su mayoría se trata de figuras humanas cilíndricas, con ojos semicirculares, bocas y nariz perforadas, muy expresivas y ricamente engalanadas.Se modelaban a mano según la técnica de los “churros”, por lo que son huecas. Tras ser cocidas al aire libre se decoraban mediante incisiones o impresiones.La primera terracota Nok fue encontrada casualmente en 1928 y sólo se conservan unas quinientas.

Cultura NOK. Escultura antropomorfa masculina arrodillada. Siglo V. a.C. - V. d.C.
Cultura NOK. Personaje masculino completo. Siglo II - Siglo VI
Cultura NOK. Personaje masculino arrodillado. Siglo I - Siglo V
Cultura NOK
Cultura NOK. Cabeza masculina con cuernos. Siglo V a.C -Siglo V d.c.
Cultura NOK. Friso en altorrelieve. Siglo I a.C - Siglo IV d.C.
Cultura NOK
Su influencia se extenderá a dos pueblos cercanos: Sokoto y Katsina. Ambos desarrollaron una artesanía del barro con rasgos semejantes a la Nok, aunque con piezas más sencillas y menos variadas.

Cultua SOKOTO. Personaje completo con las manos en la cintura. Siglo VII a.C. -Siglo I a.C.
Cultura SOKOTO. Cabeza de hombre con barba. Siglo III a. C. - Siglo II d.C.
Cultura SOKOTO. Escultura bifronte o "jano". Siglo V a.C. - Siglo V d.C.
En el siglo XII, cuando Europa estaba en plena Eda Medina, en Nigeria nació un arte refinado vinculado a las cortes reales de Ife y de Benín.Mientras, en otras zonas se desarrollaban producciones artísticas modestas pero de calidad.La capital del reino, Ile-Ife, era una de las ciudades estado más importantes y el gran centro religioso de los Yoruba. El lugar donde según la tradición “comenzó el mundo”.Allí surgieron las artes de corte, cuya función era la exaltación del oni–rey–. Los diferentes objetos, fabricados con ricos materiales, destacan por su perfección técnica, serena belleza y clasicismo. Esto hizo que, según la mentalidad paternalista de principios del siglo XIX, se pensaran que eran obra de griegos y no de africanos.

Cultura IFE. Cabeza de personaje femenino. Siglo X - Siglo XII
Cultura IFE. Cabeza de personaje. Siglo XIV - Siglo XV
Cultura BENÍN. Cabeza de personaje. Siglo XIV - Siglo XVI
Civilizaciones antiguas. Malí
En el Delta Interior del Níger se desarrollaron cuatro culturas que tuvieron en común el uso de la terracota: Djenné, Ségou, Bankoni y Tennekou. Su producción de escultura abarca un largo período –del siglo X al XVII–, pero se sabe poco de su historia y de su cultura.
Las piezas Djenné sorprenden por la diversidad de posturas y la representación de estados de ánimo. Esto contrasta con el habitual hieratismo de arte africano. Destaca también la maestría técnica de los artesanos.En zonas cercanas trabajaron los Ségouy los Tennenkou, con formas semejantes pero más rudimentarias.Los Bankoni–al sur del país– tenían, sin embargo, un estilo diferente Sus esculturas son más primitivas y esquemáticas, además de ofrecer una libertad gestual menor.

Cultura TENNENKOU
Cultura DJENNÉ. Figura antropomorfa. Siglo XI - Siglo XVI


Civilizaciones antiguas. Otros países
Entre las civilizaciones antiguas asentadas en torno al río Níger, algunas se localizaban en zonas algo más alejadas del valle propiamente dicho, como Burkina Faso o Níger. Allí se desarrollaron, entre otras, las culturas Dori o Bura.

Cultura BURA. Urna funeraria. Siglo XII - Siglo XVI
Cultura SAO
En Ghana se asentaron varios reinos de origen akan. Pero son los Ashanti, quienes sometieron al resto, creando un imperio político y cultural. En torno a él se desarrolló un arte cortesano, con una abundante producción de piezas en oro y en terracota. Destacan sus figuras de reyes y las cabezas de difuntos que se disponían en los lugares de enterramiento.

Cultura KOMALAND. Estatuillas antropomorfas funerarias. Siglo XIII - Siglo XVII

Culturas recientes de África occidental
Durante el siglo XIX y comienzos del XX, muchos pueblos han mantenido una interesante producción cerámica. Ésta ha seguido siendo no sólo una práctica artesanal fundada en el dominio de la técnica, sino el reflejo de los gustos estéticos de cada pueblo. Al mismo tiempo es un medio para conocer las creencias y valores de estas sociedades.
En Nigeria han vivido, por ejemplo, los Chamy los Longuda, creadores de unos curiosos recipientes “medicinales”. Mientras los Igbo modelan piezas destinadas sobre todo al culto a los antepasados.
En la frontera entre Nigeria y Camerún habitan los Mambila, cuyas mujeres fabrican variados recipientes de terracota. Su estilo es sencillo, pero muy expresivo.
Mientras, la producción artística de los Ewede Togo está vinculada en su mayoría con el culto vodú. Muchas esculturas representan por eso a las deidades ante las que cada individuo expone sus peticiones.
En Costa de Marfil se encuentran los Agniquienes, manteniendo la tradición de los pueblos akan, modelan cabezas funerarias en barro cocido.

Cultura JUKUN. Pareja en terracota. Siglo XIII - Siglo XV
Cultura EWE
Escultura de Mami-Wata. Siglo XX
Escultura de Papa Densu. Siglo XX

República Democrática del Congo Arte y poder real
La historia y la vida de la República Democrática del Congo están estrechamente ligadas al río Congo, puesto que esta depresión fluvial compone la mayoría del país.En los últimos años han proliferado los estudios sobre las artes en esta República, a pesar de lo cual, los conocimientos sobre algunas culturas siguen siendo escasos.Varias de ellas crearon un depurado arte destinado a mostrar la supremacía del rey en la sociedad. Tal es el caso del reino Luba, con sus formas suaves y superficies pulimentadas.Los Chokwe también figuran, gracias a su arte cortesano, entre los creadores más admirados de África, aunque modelaron igualmente utensilios domésticos y mágico-religiosos.
Los objetos y esculturas vinculadas al poder real se repiten entre los Bakongo–más conocidos sin embargo por sus fetiches de clavos nikonde o nkisi–, los Mangbetu y los Azande.

Cultura LUBA. Vaso ritual cefalomorfo. Siglo XIX
Cultura MANGBETU. Vasija antropomorfa femenina. Principios del siglo XX

África oriental. Etiopía y Tanzania
Repartidos entre la zona central y oriental del continente vivieron, a lo largo de los siglos, otros pueblos cuyas manifestaciones culturales y artísticas han tenido menos trascendencia.En Etiopía vivieron, por ejemplo, los Falasha, término peyorativo con que los etíopes denominaban a los judíos negros llegados desde Egipto. Su producción en terracota alude a la vida familiar y a sus creencias religiosas. Era realizada por mujeres y vendida habitualmente en los mercados.
Al nordeste de Tanzania se asentaron, entre otras culturas, los Paré o los Zígula. Ambos son conocidos por sus figuras antropomorfas y zoomorfas en arcilla luego envueltas en tejidos. Se utilizaban en las ceremonias de iniciación de los jóvenes del poblado.

Cultura FALASHA


Dirección: Plaza de Santa Cruz, nº 8, 47002, Valladolid
Horario: Martes a Sábado:  11.00 – 14.00, 16.30 – 19.30
               Domingo: 11.00 – 14.00

BIBLIOGRAFÍA
  • CACHAFEIRO BERNAL, Oliva (textos): Escultura africana en terracota y piedra: colección Fundación Alberto Jiménez-Arellano Alonso, Fundación Alberto Jiménez-Arellano Alonso, Valladolid, 2008. 

REUNART. XX Exposición de Artes Plásticas y la IV de Fotografía

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Hoy me gustaría presentaros y animaros a visitar la exposición que, con carácter anual, organiza la Asociación Cultural Universitaria REUNART (Reunión Universitaria Artística), que está compuesta en su mayoría por alumnos y ex-alumnos de la carrera de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid.
El primer objetivo que tuvo la Asociación, nacida en el año 1992, fue la organización de una exposición anual con el fin de mostrar la actividad artística que se desarrollaba dentro del ámbito universitario. Estas actividades servían a la vez como modelo de prácticas para los estudiantes, además de ser una actividad con buena acogida entre los artistas que se interesaron por la asociación y el público que visitaba la exposición. En la actualidad, la Exposición es el evento más importante que celebra durante el año, aunque organiza otros muchos: veladas artísticas, diversos ciclos de cine y variadas temáticas…

Este año, y nuevamente con la colaboración del MUVa (Museo de la Universidad) han organizado, en el patio de la que fuera Casa de las Conchas vallisoletana, la XX Exposición de Artes Plásticas y la IV de Fotografía. Este año las redes sociales han difundido con mayor amplitud esta muestra, ya que se han presentado más de un centenar de obras de cada sección, de pintura y escultura, por un lado, y de fotografía y video-arte, por otro, procedentes las obras de todo el territorio nacional, incluso han llegado de Hispanoamérica. Esta vez, dado la alta calidad de las obras se ha optado por convocar un jurado profesional, una vez hecha un preselección, integrado por dos profesores del departamento de Historia del Arte, dos miembros de la asociación y un profesor de las Escuela de Arte de Valladolid, presidido por el profesor y director del MUVa, Jesús Urrea.

A continuación os presento las obras que se pueden ver en la exposición, aunque esto no quiere decir que no tengáis que ir a verlo. Acercaos, teneis de plazo hasta el día 30 de mayo, seguro que os gustará. Por último, aunque no por ellos importante, dar la enhorabuena a los miembros que han ido organizando las sucesivas exposiciones de REUNART, y muy especialmente a los que de este año. ¡VIVA EL ARTE!
DIRECCIÓN: Sede del MUVa. Plaza de Santa Cruz, Edificio Rector Tejerina, justo enfrente del Colegio de Santa Cruz.

ENLACES:     https://twitter.com/reunart2014
                        https://www.facebook.com/reunart.asociacion?ref=ts&fref=ts
   
ANA REDONDO. Mañana de Niebla
CAROLINA ZAMBRANO. El grito sin voz
ALEJANDRA VÁZQUEZ. Acuática
ALEJANDRO GINÉS. Homeless
ALFREDO CHIMÉS. Instinto de conservación
SONIA MARPEZ. Tiempo amargo
NATALIA CARRASCO. Selfie
DAVID IZQUIERDO. Mundo dentro de otros mundos
ELENA MONTOYA. Hone Onna
ANTONIO CANO. Crucifixión
JUAN TOLEDANO. San Bartolomé
PABLO TORCAL. Paisajes urbanos
RAFAEL JIMÉNEZ. S/T Construcción I
RAFAEL JIMÉNEZ. S/T Cráneo Sapiens
ÁLVARO VICENTE. Loro
ÁLVARO VICENTE. Pez Luna
VÍCTOR ALISTE. Mónica a la salida de la Galería Borghese
VÍCTOR ALISTE. Autorretrato
GUILLERMO GRANERO. Éxtasis
ALMUDENA GARCÍA. Fría juventud
MIGUEL ASENSIO. Verdejo en racimo
ANDRÉS MONTERO. Un arte ensimismado II

UN TROCITO DE ÁFRICA EN VALLADOLID II: La Colección de Arte Africano de la Fundación Alberto Jiménez-Arellano Alonso. El "Reino de Oku"

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Hoy vamos a completar nuestro recorrido por la Colección de Arte Africano de la Fundación Alberto Jiménez-Arellano Alonso con la visita al tercer, y último, espacio: la Sala de San Ambrosio. Pulsa aquí para ver la primera parte de la Colección.

Figura conmemorativa de antepasado Real. Finales del siglo XVIII
SALA DE SAN AMBROSIO
La Sala de San Ambrosio, que anteriormente albergaba el Museo de la Universidad, contiene en la actualidad la incorporación más reciente a las colecciones de la Fundación Arellano Alonso: el conjunto denominado “Reino de Oku”.
El Reino de Oku es un territorio situado en el centro de la provincia de Bamenda, al noroeste de la República de Camerún. Se trata de una región de altas mesetas volcánicas conocida bajo la denominación de “Grassland”, con una altura media de 1.400 a 3.011 metros, cuya cota más alta es el monte Oku. El territorio de Oku ocupa el dominio que hace frontera con los reinos de Kom, Din, Djottin, Nso, Babessi, Baba, Babungo y Mbesenaku. La población se agrupa en 36 pueblos diseminados por fértiles valles y laderas de tierra volcánica en los que unos 120.000 habitantes viven principalmente de la agricultura y en menor medida del pastoreo. La mayor densidad de población converge en los pueblos en torno a Elak, capital del Reino, en la franja de territorio entre los 2.000 a 2.400 metros de altitud.

En el año 2006, Fon Sintieh II, rey de Oku, comenzó a negociar con Ramón Sanz para la firma de un acuerdo en el que se nombra a la Fundación Alberto Jiménez-Arellano Alonso "(...) su embajadora para la promoción de los valores culturales y artísiticos en Europa". Con dicho acuerdo se produjo la llegada de más de cien objetos de diferentes materiales a Valladolid, los cuales reflejan las tradiciones, creencias y organización social de este reino. Cabe decir que todas estas piezas es la primera vez que se ven fuera de Oku.

En Oku el rey es la figura más relevante, la máxima autoridad política, judicial y religiosa. En la exposición se pueden contemplar algunas de sus regalías (objetos cuyo uso es exclusivo del monarca y que simbolizan su autoridad). Éstas, son piezas talladas en madera que ponen de relieve el gran desarrollo que este arte ha alcanzado, en general, en todo Camerún. Tal es el caso de las camas de jefatura o los tronos rituales, utilizados por ejemplo durante las ceremonias de entronización o las de culto a los antepasados. La talla de madera se aplica también a la arquitectura y así se ejemplifica en las columnas que sustentan el pórtico del palacio real, decoradas igualmente con emblemas y símbolos de la autoridad del soberano.

Columna lateral del Palacio de Oku

Tambor de ranura Nguk
Cama ritual Ebkun, insignia de notable perteneciente a la familia real
Otro conjunto importante, e impactante, esel conjunto compuesto por las máscaras de algunas de las sociedades secretas tradicionales que aún cuentan con gran relevancia en la sociedad de Oku y cuyas actividades y objetos deben permanecer en el más estricto misterio. Las Sociedades son las encargadas de frenar los comportamientos antisociales que amenacen el bienestar general o atenten contra las costumbres tradicionales, manteniéndose así la armonía y la paz social. Los castigos son aplicados por sus máscaras, que tienen una carga mágica sinónimo de “medicina” que es lo que les da su poder y les dota de vieja, por eso danzan en ceremonias y rituales tradicionales de todo tipo (judiciales, funerarios, entronizaciones, etc…). Cuanto más agresiva es su danza y más repulsivo es su aspecto, mayor será su poder.

Las máscaras se componen no sólo de la pieza tallada que cubre la faz, sino que incluyen también el cubre-rostro, el traje (de algodón, fibras vegetales, plumas…), las tobilleras y bastones o lanzas. El origen de estas máscaras se encuentra en una leyenda que cuenta que un agricultor se vio obligado a hacer guardias nocturnas en su granja para ahuyentar a los merodeadores que intentaban robar su cosecha. Un día se le ocurrió, en lugar de esto, tallar varias estatuas de madera que, al ser movidas por el viento, emitían unos sonidos que lograron ahuyentar a los ladrones. Pronto las gentes relacionaron las tallas con el mundo de los ancestros y empezaron a considerarlas juju(medicina peligrosa).

Una de estas máscaras es la del “líder” Kam. Esta máscara es la que dirige y controla las evoluciones del resto de las máscaras mientras danzan. A vanguardia de la formación, marca los cambios de ritmo desde su puesto de mando por medio de señales.Una máscara Kam morfológicamente describe la cabeza de un varón de pelo recogido en largas trenzas, bigote y barba de pelo natural o a imitación (cuerda anudada), que esboza sobre la frente (de forma estilizada) el tocado de los jefes. La autoridad de Kam se ve reforzada por vestir la capa de las máscaras más peligrosas del Reino, recubierta de pelo natural obtenido de cada uno de los miembros de la sociedad (a los que de esta manera protege y representa).

Máscara del líder "Kam"
La gente común debe mantenerse a distancia de esta máscara, estando terminantemente prohibido tocarla. Los amuletos cosidos al interior de la capa y las medicinas ocultas en el interior de las trenzas hacen de Kam una máscara especialmente peligrosa, poder que no cesa de reivindicar cuando blande armas amenazantes (cuchillo, espada, lanza o bastón de mando) en dirección de las otras máscaras o contra los espectadores.
La exposiciónse completa con fetiches e instrumentos musicales, que, al igual que los objetos anteriores, es la primera vez que se pueden contemplar fuera del reino de Oku. En éste, los dioses no constituyen un número cerrado y pueden crearse nuevos, si los adivinos asignan un suceso inexplicable a una nueva divinidad. En su mayoría, los dioses se identifican con personajes históricos que en vida protagonizaron hechos relevantes o sucesos extraordinarios.
En cuanto a la música, hay que tener en cuenta que va más allá del puro divertimento y los instrumentos musicales ostentan también la categoría de ”peligrosas medicinas”, objetos mágicos cargados de poder de los que se valen las sociedades secretas para llevar a cabo sus funciones.

El elemento que cierra este “Reino de Oku” es, quizás, la pieza más impresionante de todas: el pórtico del Palacio de Oku. En él se despliegan los principales blasones de la Realeza: la figura humana, el leopardo, la araña de tierra, el camaleón, la doble campana… y el emblema que nos devuelve al origen mítico de la fundación del Reino: la doble serpiente esculpida sobre el zócalo de la puerta. Su sola presencia guardando el escalón de entrada al Palacio demuestra y señala el carácter sagrado de la “Casa de los Dioses”, advirtiendo que nadie debe atreverse a profanarla. En la misma entrada encontramos varias figuras humanas flanqueando la puerta que representan altos dignatarios vestidos para llevar a cabo un ritual. Portan en la mano calabazas ngie rellenas del tradicional vino de palma necesario para obtener el amparo de los Dioses. En el dintel, entre cabezas cortadas de enemigos, sobresale victoriosa la doble campana, símbolo máximo de soberanía.

Entre la puerta de entrada y las columnas exteriores que sustentan la techumbre se ubica el porche de audiencias de suelo empedrado con mosaicos que forman arañas de tierra, el símbolo de la sabiduría. Enmarcando la estancia la “tela de reyes” kelanglangtapiza las paredes. En su interior, ocupan un lugar prominente, el torno, la trompeta real, la piel de leopardo y otros emblemas de la monarquía. De nuevo, las columnas laterales muestran altos dignatarios sujetando un objeto entre las manos. Esta vez se trata de “copas de rango” talladas en cuerno de búfalo, símbolo que mantiene el espíritu de unidad de una gran familia. Los que beben de estas copias no pueden tener “dos corazones” (traicionar el espíritu de unidad de la familia). Vigilantes, dos leopardos escoltan a los altos dignatarios. La creencia en que el leopardo duerme con un ojo abierto y que ningún movimiento escapa a su atención le convierte en uno de los animales “alter ego” del Rey. Para obtener tan valiosa cualidad del Rey recibe la piel y los ojos de cada leopardo cazado en sus dominios.

Guardando la entrada, las columnas exteriores vuelven a reiterar la figura humana, icono exclusivo de la Realeza. En apariencia, la representación en ellas de militares alemanes es un elemento de discordia con el discurso palatino de soberanía. El enigma se desvanece al escuchar las alabanzas dirigidas durante una oración al rey Mkong Motch, Dios de Oku: “… si hay civilización en Oku a ti te lo debemos. El hombre blanco llegó de Alemania y la civilización ya no era extraña al pueblo de Oku”. Estas reveladoras palabras pronunciadas por Fai Ndifon hacen pensar que tras la presencia del poderoso oficial alemán en uniforme colonial se esconde el propio Ebfonde Oku. Contribuyen a esta hipótesis los rasgos negroides y que la disposición del correaje del “militar alemán” coincide con las bandas medicinales que tradicionalmente cruzan el pecho de los Reyes de Oku. Más sospechoso todavía es la conocida tendencia de algunos reyes del Grasslanda lucir el uniforme militar obsequio de las potencias coloniales invasoras.

PINTORES VALLISOLETANOS OLVIDADOS: Antonio Maffei

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Antonio Maffei Carballo supone un caso similar al acaecido con Gabriel Osmundo Gómez: ambos son pintores nacidos en una Cuba aún española y que emigran, siendo aún jóvenes, a la metrópolis. Maffei nace el 17 de febrero de 1885 en La Habana. Sus padres fueron un farmacéutico militar y una dama cubana. Su regreso en 1887 a la Península, les libró de vivir el desastre bélico que se avecinaba. Los Maffei, de origen italiano, estaban ya instalados en España desde mediados del siglo XIX.
Antonio Maffei
El abuelo, Antonio Maffei Rosal, nació accidentalmente en Burdeos, fue pionero de la enseñanza del dibujo topográfico, disciplina muy relacionada con la evolución del paisaje como género, experto en la técnica de la miniatura, profesor de “extremos” en la Academia de San Fernando y, finalmente, pintor de cámara de Isabel II. Un hermano suyo, Francisco Maffei Rosal, fue discípulo de Genaro Pérez Villaamil.
La infancia de Antonio Maffei transcurrió entre numeras ciudades debido a los traslados del padre. Él mismo confesaba que su “niñez transcurrió en Pamplona, viendo montes y abundante arbolado. A los diez años en Madrid, cara al Guadarrama y la Casa de Campo; a los quince en Santander, a contemplar el mar, los prados, los bosques, las montañas…”. Fue en la capital navarra donde se inició en el mundo de la pintura de acuarela. 

Antonio Maffei con su madre
Antonio Maffei pintando
Antonio Maffei tocando el piano
Los siguientes años serán de mucho movimiento: en 1895 realiza los estudios de Bachillerato en Madrid, ciudad a la que se traslada a vivir en 1900. En 1904 reside en Vitoria y estudia pintura con Díaz Olano, para finalmente establecerse en 1905 en Madrid. En la capital de España estudia en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. A lo largo de los ocho años que vive en Madrid va descubriendo las complejidades de la pintura, la lucha por la conquista de las técnicas, la admiración y el influjo de los maestros directos –Muñoz Degrain, Emilio Sala, Carlos Haes, Moreno Carbonero, Cecilio Pla y el grabador Carlos Verger– y también de los otros, los intemporales habitantes del Prado, Velázquez sobre todos. Por estas mismas fechas pasó por la Academia Eduardo Martínez Vázquez, paisajista de Gredos, y es posible que hubiese entre ambos una relación de amistad apoyada en el común entusiasmo por aquella región. En estos años destaca por su gran habilidad e inspiración artística.

Antonio Maffei con un grupo de amigos de la Academia de San Fernando
Antonio Maffei en un fin de carrera en la Escuela de Comercio. A su lado se encuentra ¿Miguel Delibes?
Antonio Maffei recogiendo un premio en Vitoria en el Congreso Hispanoamericano de Taquigrafía
En 1914 gana la plaza de Profesor de Dibujo y Caligrafía en la Escuela Profesional de Comercio. En 1917 se traslada a vivir a Valladolid, ciudad en la que se establece definitivamente, donde desempeñará plaza de profesor de Dibujo en la Escuela Normal del Magisterio. Solamente saldrá de la ciudad esporádicamente para pintar las montañas de la Sierra Central, el Cantábrico o los cegadores cielos de Andalucía.
Las temporadas pasadas con un hermano suyo en Arenas de San Pedro le brindarán la ocasión de captar detenidamente las bellezas de la montaña y de enamorarse de una joven, veinte años menor, llamada Maximina.
La llegada a Castilla fue muy positiva para Maffei, ya que llegó a comentar en sus últimos años que “perdí el mar, pero gané la salud”. A pesar de ello, tardó en adaptarse visualmente a un paisaje tan distinto al de su infancia en el Norte. Y, quizá, no llegara nunca a sentir la grandeza de nuestros páramos desnudos como tema pictórico, a pesar de su admiración por García Lesmes, cuyo ascendiente reconoce, y de la profunda amistad con el médico Alberto Macías Picavea, asimismo pintor de limpias acuarelas sólo conocidas en su más íntimo círculo.

Arenas de San Pedro
Casas de Candelera
Catedral de Valladolid
El campo
El vergel
La formación de una familia y el deseo de disponer de un mínimo desahogo hizo que tuviera que pluriemplearse, y así sus jornadas de apretados encargos de profesorado especial, como el que desempeñó en Magisterio, y de clases particulares de las más variadas disciplinas que pudo cubrir gracias a su polifacetismo y su capacidad de trabajo.
Tuvo una verdadera vocación pedagógica y era capaz de ingeniar los recursos más diversos, sin ahorrarse ningún esfuerzo, para facilitar el aprendizaje de las materias. Así dibujaba en fichas para enseñar vocabulario de francés o de inglés, montaba un teatro de guiñol para enseñar pronunciación o  atraía con sombras chinescas la atención de los más pequeños. En este afán llegó a introducir mejoras en los sistemas de enseñanza de la taquigrafía de tanto alcance que le merecieron el nombramiento de Presidente de la Sociedad Castellano-Leonesa en esta disciplina. Muy sensible al encanto de la música, era también un estimable pianista y conseguía, en todos los campos, contagiar su entusiasmo.En el recuerdo de sus múltiples intereses, curiosidades y aficiones, fotografía, idiomas, filatelia, cine, poesía y música, hay que recordar también la caligrafía, cuyo cultivo ha dejado huella en la siempre cuidada firma de sus obras.

La casa vieja. Guisando
Las Tenerías
Marina gris con acantilado
Marina gris
Otoño. Arenas de San Pedro
Su vida transcurrió sin grandes sobresaltos, absorbida por el trabajo, la familia y la amistad. Como hitos reseñables se encuentran las exposiciones: la primera tuvo lugar en Bilbao en el año 1921, y aunque no mantienen periodicidad fija se hacen frecuentes a partir de 1946, cuando se inicia desde el Palacio de Santa Cruz, la actividad galerística en Valladolid. El Ateneo, el Círculo de Recreo, el “Rincón de Arte” de la librería Meseta, la Caja de Ahorros de Salamanca y, sobre todo la sala universitaria de Santa Cruz son los lugares vallisoletanos en que cuelga su pintura.
A la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1932 envía un cuadro titulado Efecto de madrugada con niebla que figuró en la Sala VI y mereció ser citado en las reseñas críticas como pieza de interés; al parecer ciertas incomprensiones apartaron a Maffei para siempre de estos certámenes. Participó en la muestra preparatoria de la Bienal Iberoamericana de 1951, en el Palacio de Santa Cruz, y aunque poco aficionado a realizar muestras públicas de su obra, también expuso entre otros sitios en Vigo y Bilbao. La exposición celebrada en la Caja de Ahorros de Salamanca en 1959 será la última que celebrara en Valladolid.
El conocimiento de la valía del artista culmina con su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes vallisoletana. Maffei hizo entrega a la corporación de su óleo El Cubo, que representa el lugar popular concurrido en otro tiempo por su frescor y sus merenderos y hoy desaparecido con la construcción del puente de Isabel la Católica. Su discurso de ingreso versó sobre su visión del paisaje castellano. Ocupó el sillón del pintor Virgilio Gerbolés.

Paisaje
Paisaje
Paisaje
Patio andaluz
Pinos
Finalizada su carrera docente en 1955, poco pudo disfrutar de su jubilación para, por fin, dedicar todo su tiempo al arte. Maffei fallece el día 4 de agosto de 1961. Cuatro años después, en octubre de 1965, la Galería Castilla realiza una exposición antológica en “Homenaje póstumo al ilustre pintor vallisoletano Antonio Maffei”.
Su pintura evoca los rasgos más relevantes de su personalidad: su claridad, su silencio, su discreción, sin estridencias, su alegría, su  ausencia de exasperadas tensiones, que se manifiestan sólo en algunas gotas de melancolía, su falta de retórica y énfasis. Nada tan opuesto a lo que es habitual encontrar en las tendencias de vanguardia del siglo XX.
La formación de Maffei incorpora sucesivos influjos: desde la iniciación infantil con su padre y las tempranas lecciones de Díaz Olano, en Vitoria, al entusiasmo por la obra de Carlos de Haes y la enseñanza directa de San Fernando de Moreno Carbonero, Emilio Sala, Cecilio Pla, Muñoz Degrain, Carlos Verger. Pero además de estos maestros están los compañeros como Martínez Vázquez, Florentino Soria, más tarde Aurelio García Lesmes, y los grandes de todos los tiempos descubiertos en las salas del Prado o de la propia Academia –Velázquez y Goya especialmente– o en los pequeños y primorosos Gowans´s Art Books y las revistas especializadas, las monografías sobre contemporáneos o maestros del pasado, como los acuarelistas ingleses de los siglos XVIII y XIX por los que sentía una especial atracción. Los comentarios de sus críticos a veces pudieran hacernos pensar que deliberadamente volviera la espalda a todo cuanto significase “ismo”. Sus propias declaraciones acerca de la preferencia por el siglo XIX, que llega a reivindicar como suyo esgrimiendo la fecha de su nacimiento, o su declarada animadversión a la pintura abstracta podrían reforzar la impresión de que desconocía cuanto no estuviera en la línea más ortodoxa tradición académica. Bastaría, no obstante, un ligero examen de su pintura para encontrar resonancias impresionistas muy claras –empleo de sombras violetas, efectos de niebla y de luces artificiales, encuadres de instantánea, gamas cromáticas luminosas, sin negros–.

Pueblo
Puerta de la Justicia. Alhambra
Rincón de luz
Trasera
Marina azul
Paisaje fluvial
Corral
Maffei cultivó preferentemente la pintura de paisaje, pero tampoco desdeñó el retrato o el bodegón. Este repertorio por sí solo sitúa a Maffei en un talento afín al impresionista. Hay que tener presente que sus maestros de la Academia fueron destacados pintores de historia o ilustradores de grandes ciclos literarios o religiosos. Maffei ha desdeñado estos caminos, como también un recurso muy del 98, las costumbres populares y los tipos etnológicos, que son numéricamente escasos en su obra.Como subgénero del paisaje podrían diferenciarse las marinas y las vistas urbanas. Para estas últimas elige la pintura al agua (la exposición del 1952 en Santa Cruz es sólo de “Acuarelas vallisoletanas”).

Autorretrato
El abuelo
La abuela
La pamela
La tía Pilar bordando
Maximina
Perfil
Retrato (cabeza)
Bodegón
Serrana
El proceso de trabajo incluye la rápida anotación en bocetos de formato muy pequeño que fijan el encuadre, la armadura general de la composición y los efectos de luz en el momento deseado, luego elaborados en el estudio.
La acuarela, estudiada en el madrileño Círculo de Bellas Artes, es el medio que parece más adecuado a su predilección por la “luz luminosa”, como él mismo con una irónica redundancia designa, una luz que aligera las cosas al envolverlas. No siempre es así. Su dominio de los secretos de esta técnica permite a Maffei aplicarlas a temas no habituales con toda eficacia.A la acuarela pintará sobre todo pueblos de casas encaladas en los que la violenta luz reflejada adelgaza las sombras azules, o en los que los aleros, enfrentados en una secuencia quebrada, conducen la vista hacia el horizonte final de la serranía; o visiones de pura naturaleza protagonizadas por el árbol, verde, dorado o desnudo en la neblina del invierno.
Mención aparte merece su serie de vistas vallisoletanas. Viejos rincones que han visto luego alterada su fisionomía o han desaparecido, conservan en estas delicadas pinturas una vida que trasciende los límites del simple documento fotográfico: La agramilada torrecilla de las Salesas, el aire rural de la plaza de los Alamillos, el callejón de la Caridad o la Rúa Oscura; el solemne interior de la catedral recorrido por una lenta procesión de canónigos, diminutos bajo las enormes bóvedas; los destartalados caserones de las Tenerías reflejados en el agua de un Pisuerga en el que aún era posible nadar y pescar; el chapitel del Salvador dominante sobre patios arbolados; la mole catedralicia, antes de las últimas obras, desde galerías de zapatas y pies derechos; los jardincillos de Colón en una luz de otoño, antiguas callejas a las que abría sus portones desvencijados alguna inmemorial posada de arrieros; el íntimo jardín del Colegio de Santa Cruz o la embocadura de la calle de Santiago en la neblina de una mañana fría…

Alamillos
Catedral
Plaza de Colón
Nocturno
Plazuela de Santa Cruz
Procesión en la catedral
La torre de la iglesia del Salvador
Orillas del río Pisuerga
Hospedería del Colegio de Santa Cruz

BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: Antonio Maffei (exposición. Banco de Bilbao-Valladolid, noviembre 1983), Banco de Bilbao, Valladolid, 1983.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: La colección artística de la Universidad de Valladolid, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1994.
  • URREA, Jesús: Pintores de Valladolid (1890-1940), Caja de Ahorros Popular de Valladolid, Valladolid, 1985.

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA DE SANTA MARÍA LA SAGRADA DE TORDEHUMOS

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En la iglesia de Santa María la Sagrada de Tordehumos hallamos un tipo de retablo que no es muy frecuente en la provincia vallisoletana, mucho más dada a los retablos escultóricos que a los pictóricos. Si bien este retablo pertenece a este último tipo también contiene su buena porción de escultura. El retablo ha sido definido por Parrado del Olmo como un “buen retablo renacentista de gran interés tanto en lo escultórico, como sobre todo por sus pinturas
Como ya hemos dicho, se combina la pintura (12 tablas) con la escultura, esta última repartida en el banco y en la calle central. El retablo se articula mediante un banco, tres cuerpos, cinco calles y ático. La tipología nos indica que estamos ante un retablo plateresco de tipo casillero, llamado así porque el perímetro se ciñe a una cuadrícula definida precisamente mediante casilleros en los que se ubican las tablas de pinturas y los relieves o esculturas.

Las cinco calles se separan mediante columnas abalaustradas de canon corto, situadas por delante de pilastras con motivo a candelieri. Los frisos se decoran con cabezas de serafines alados. El ático aún presenta formas mixtilíneas derivadas del retablo de la Capilla de San Gregorio de la catedral de Palencia, obra de Juan Ortiz el Viejo I. Los marcos de los paneles de la predela se decoran con ovas y palmetas en tanto que los encajamientos de la calle principal se visten de veneras planas con las charnelas hacia fuera.

Según Martín González el orden de lectura de las escenas del retablo sería de abajo arriba y de izquierda a derecha. Se ha destacado la calle central, en la que se desarrollan los episodios más relevantes de la Historia Sagrada: la Anunciación, el Nacimiento de Jesús y la Asunción de María. El uso de la escultura en la calle central en medio de una obra mayoritariamente pictórica se debe a su superioridad de la escultura a la hora de conectar con los fieles.
En el banco, presenta esculturas y relieves de Santiago Apóstol, Entierro de Cristo, San Pablo, Muerte de la Virgen, San Juan Evangelista, Apóstol, Epifanía, San Pedro, Quinta Angustiay un Apóstol. En la calle central, de abajo arriba, el Sagrario, la Anunciación, el Nacimiento, la Circuncisión y en el ático, la Asunción, instalada en un compartimento rematado con un friso coronado con una concha de refinado filamentos y que aparece circundada por seis apóstoles en bajorrelieve a cada lado dentro de aletones de borde mixtilíneo. La cúspide del retablo se completa con dos originales tarjetas, también de formas caprichosas pero simétricas, a modo de cierre de las calles laterales. La inexistencia de Calvario en el ático y su sustitución por la Asunción se explica por la advocación mariana de la parroquia.

La escultura de este retablo ha sido relacionada con Juan Ortiz el Viejo I, escultor palentino discípulo de Felipe Bigarny, mientras que la Anunciación ha sido relacionada claramente con el estilo de Juan de Valmaseda. Se puede decir que es obra avanzada en torno a 1540, momento en que hay una conjunción frecuente de los talleres de ambos maestros en diversas obras del obispado palentino. Las formas más serenas y equilibradas son propias de Ortiz, en la línea de su maestro Bigarny. En opinión de Parrado del Olmo, las escenas del Santo Entierro y la Quinta Angustiatambién son obras suyas debido a ciertos resabios góticos.
Las esculturas de composición más movida y tipos más expresionistas con barbas de mechones de pelo mojado son de Juan de Valmaseda, como la escultura de Santiago, la Muerte de la Virgen, y algún apóstol más del banco. El referido relieve de la Muerte de la Virgentambién ha tenido otras atribuciones, así, Portela Sandoval, se muestra más reservado y simplemente se le adjudica a un artífice conocedor de Valmaseda e, incluso, de Alonso Berruguete, considerando que se trata de una hornacina con mayor movimiento en los personajes, particularmente en los dos arrodillados en el suelo junto a la cama de brocados de la moribunda, que mantiene las manos unidas en actitud orante, con el signo distintivo, además, de las barbas mojadas, que para es determinante a la hora de su atribución al escultor alavés.


En la calle central, es obra personal suya la Anunciación, sin dudas la pieza estelar del conjunto. A diferencia de lo que acaecía en las escenas de la predela, aquí el movimiento y la inexpresividad se desbordan. Los dos protagonistas destilan elegancia y delicadeza en sus facciones y ropajes y son de tamaño superior al resto de imágenes del retablo. La Virgen, arrodillada ante un reclinatorio, hace un giro muy pronunciado con la cabeza, dando un fuerte tirón con el cuello, para escuchar el mensaje del Arcángel San Gabriel está posándose sobre el suelo, como acusan sus cabellos fluyentes, el ángulo que dibujan sus pies y sus ropas arrugadas agitadas por el aire y adheridas al cuerpo, principalmente a las piernas aún flexionadas. Incluso la manga derecha de su camisa, que sólo abarba hasta el codo dejando desnudo el antebrazo, ondea al viento. Ha perdido la vara de azucenas que porta tradicionalmente como igualmente ha desaparecido de la escena el búcaro de flores símbolo de la castidad mariana. Del taller de Valmaseda serán la Circuncisión y los Apóstolesdel lado del Evangelio en el grupo de la Asunción.
Las pinturas representan de izquierda a derecha y de arriba abajo los siguientes temas: en el primer cuerpo, Oración del Huerto, Camino del Calvario, Huida a Egipto y Presentación en el Templo. En el segundo, Prendimiento de Jesús, Crucifixión, Resurrección y Bajada al Limbo. En el tercero, Flagelación, Llanto sobre Cristo Muerto, Ecce Homo y Visitación. En los edículos laterales del ático, parece haber un busto y una pintura irreconocible. La pintura ha sido estudiada en profundidad tras la documentación de la misma por García Chico quien dio a conocer cómo en 1544 el palentino Cristóbal de Herrera traspasaba la tercera parte de la obra a Juan de Villoldo y otra tercera parte a Francisco de Amberes. Esto hizo suponer a Post que parte de las pinturas fueran de Herrera, situando en su órbita otras pinturas de estilo similar de las provincias de Valladolid y Zamora. El profesor Caamaño estudió las pinturas en profundidad y las adscribió a Juan de Villoldo, a excepción de la Flagelación, la Visitación y el Ecce Homo que relaciona con el retablo de la Pasión situado en el lado de la Epístola de la nave de la iglesia. Estas serán de mano distinta a la de Juan Villoldo, pero influida por su estilo, por lo que se pueden suponer obra de un discípulo. En su conjunto el resto de las mismas son de buena calidad, calidad que se ha visto incrementada tras su reciente restauración. El estilo de Villoldo sigue el manierista de Alonso Berruguete por sus composiciones dinámicas e inestables y sus tipos humanos expresivos, si bien su canon es más corto y el dibujo menos flexible que el de su maestro. 

Por su especial calidad, destacan las de la Oración del Huerto, en paisaje crepuscular, la cual está inspirada en un grabado de Martin Schöngauer; la miguelangelesca Camino del Calvario, con una dramática puesta en escena y las elegantes pinturas de Resurrección, Bajada al Limbo y Llanto sobre Cristo Muerto.

La tabla de la Epifanía nos recuerda a Alonso Berruguete en el rey Mago genuflexo que adora al Niño, es decir, Melchor, sobre todo en la manera de configurar su rostro enjuto y en la forma puntiaguda de la barba. Tanto María como los tres Reyes están ricamente ataviados a la usanza de la época del retablo, con vestiduras de amplios pliegues y el detalle, curioso y distinguido a la vez, del sombrero de Nuestra Señora.


BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.
  • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XVI. Antiguo partido judicial de Medina de Rioseco, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2002.

EXPOSICIÓN "ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA": Doce miradas al Greco cuatrocientos años después

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A raíz de la celebración del IV Centenario del fallecimiento de El Greco “Doménikos Theotokópoulos” (Δομήνικος Θεοτοκόπουλος) se están sucediendo una serie de actos y exposiciones que tienen como foco central “su ciudad”: Toledo. Pero también en Valladolid se deja sentir el eco del gran pintor cretense: en el Museo Nacional de Escultura, concretamente en su sede del Palacio de Villena, se desarrolla una exposición en la que se analiza el peso que ha tenido, y tiene, El Greco en una serie de artistas contemporáneos.
Me gustaría indicar que debajo de alguno de los cuadros contemporáneos se colocará una fotografía del cuadro de El Greco que lo inspiró. Los textos han sido extraídos íntegramente de la exposición.
La exposición explora el ámbito en el que se sitúa la influencia del Greco en doce artistas que están trabajando hoy en día y que sirven como testigos de su presencia en el arte actual. Son muchas las manifestaciones artísticas contemporáneas en las que se deja ver el Greco, aunque no siempre sea evidente ni se conserven a primera vista formas y planteamientos plásticos asimilables a los suyos. La clave está en la mirada de los creadores.
El choque que produce en los artistas la gran banalización de la cultura y del sentido de la existencia en el mundo de hoy es común en su mirada hacia el Greco, para el que el sentido de la trascendencia de la condición humana también resulta esencial. Ese papel determinante que juega el arte actual en nuestros días, como antídoto de la necedad y pobreza de ideas que vivimos, está presente en prácticamente todos los artistas de esta exposición. Es un punto de encuentro.

DIN MATAMORO (Vigo, 1958)
Cenital 1y Cenital 2 son dos grandes cuadros llenos de color y de luz, dos elementos fundamentales con los que el Greco construye sus composiciones. No es difícil mirar hoy a cualquiera de las composiciones del cretense abstrayendo la figuración y encontrar en ellas magníficas combinaciones de ambos temas centrales de la pintura. Din Matamoro llega a decir que él pinta nada más que lo que ve en el aire: la luz y el color.

Cenital 1
Cenital 2

CARLOS LEÓN(Ceuta, 1948)
El cuadro del Greco El cardenal Don Fernando Niño de Guevara (1600-1604) es una de las grandes obsesiones pictóricas de Carlos León. La maldad, la representación de la autoridad más abyecta, el color púrpura que representa al tiempo el poder y la sangre…, son todos temas que se concentran en la obra del Greco como en el tríptico de León que lleva el mismo título.

El cardenal don Fernando Niño de Guevara
El cardenal don Fernando Niño de Guevara (1597-1600)

LUIS GORDILLO (Sevilla, 1934)
Pintor de una densidad conceptual notable, Gordillo se planteó representar con Sagrado Corazón de Jesús en Vos confíolo que significa el espíritu religioso, lo que es la religión en sí como expresión de un sentimiento profundo del hombre. Las claves interpretativas de la obra de Luis Gordillo nunca remiten a analogías directas, por lo que el estudio de su trabajo debe hacerse siempre desde planteamientos intelectuales. En esta exposición, su cuadro ocupa, a través de un cierto juego artístico, el lugar de la figura del Salvador inexistente del Apostolado del Greco.

Sagrado Corazón de Jesús en Vos confío

APOSTOLADO
Este Apostolado, el más pequeño en tamaño y el primero de los pintados por el artista, pudo servir de modelo a las restantes seis o siete series hechas en su vejez. En la realización de algunas figuras (las de Simón, Mateo y Judas) podrían haber intervenido ayudantes de su taller.
La frecuencia con que el Greco representó esta “milicia teológica” se explica por esa inclinación obsesiva que le hacía volver repetidamente sobre algunos temas, a la vez que atestigua su apoyo a la primacía de la Toledo eclesial, pues, en la nueva disciplina que el Concilio de Trento impuso a los obispos, la imagen de los Apóstoles les legitimaba como sucesores de los héroes del primer cristianismo.
Al margen del contexto histórico, esta asamblea nos sigue conmoviendo hoy por esa “esencialidad” poética y visionaria, transmitida por medio de la luz rota y aguda, el color fogoso, la vibración exquisita de la pincelada. Sin atender a incidentes secundarios, el pintor los individualiza, uno a uno, en un retrato imaginario, variando fisionomías, edades, temperamentos. Y a la vez, los unifica en la inquietante serialidad del ciclo, repitiendo en todos la misma atmósfera concentrada, la expresión abismada, las manos como llamas y un manto bajo cuyos pliegues se desvanece el cuerpo.
Esta serie perteneció al monasterio benedictino ovetense. Cuando, a comienzos del siglo XX, en pleno descubrimiento europeo del pintor, estaba a punto de ser vendida en Francia, el Marqués de San Feliz decidió comprarlo, para evitar su salida de España. Hoy forma parte  dela colección del Museo Nacional de Escultura, que lo tiene depositado en el Museo de Bellas Artes de Asturias.


SECUNDINO HERNÁNDEZ (Madrid, 1975)
Joven artista y decididamente pintor, tiene al Greco entre sus referencias clásicas principales. La frescura y desparpajo con que pinta están próximo en su imaginario al arrojo que debía tener el griego al acometer varias de sus composiciones. Hernández se siente fascinado por las descargas de pincel que realiza el Greco en los laterales de muchas de sus obras, en las que encuentra el rastro de su ejecución. Esta nueva mirada ve al Greco como un pintor atrevido, que acepta riesgos y apuesta en si tiempo por formas nuevas de expresión. Una actitud con la que Hernández se identifica artísticamente.

Secular Breeze
Sol y Sombra
Pentecostés (1600)

JORGE GALINDO (Madrid, 1965)
La serie El Greco revisitado en Borox tiene cerca de cincuenta piezas de las que se han seleccionado dos para esta exposición. Todas fueron realizadas en Borox, un pueblo de la provincia de Toledo en el que durante años Galindo tuvo su taller. Son un homenaje de pintor a pintor. Una de las características formales recurrentes en su obra es la utilización del collage. El carácter elocuente de las manos y brazos de las figuras del Greco cobra doble fuerza cuando se sitúan en partes del cuerpo que no les corresponden.

De la serie El Greco revisitado desde Borox
La Crucifixión (1604-1614)
De la serie El Greco revisitado desde Borox
San Juan Bautista (1597-1607)

PABLO REINOSO (Buenos Aires, 1955)
La ambigüedad de la función de los objetos y los materiales marca una clave de comprensión de la escultura de Pablo Reinoso, que siempre se presenta como un punto de encuentro entre lo práctico material y lo trascendido del arte. En Laooconte(2014), la tremenda escena en la que el sacerdote troyano y sus dos hijos son devorados por las dos serpientes Caribea y Porce se convierte en un entrelazamiento imposible de materiales que toman esa otra vida, la de la condición humana y la tragedia de la escena. La tensión y la angustia del lienzo del Greco renuevan con Laocoonte (2014) la vigencia del mito en el mundo de hoy.

Laocoonte
Laocoonte (1609)

MARINA NÚÑEZ (Palencia, 1966)
En general, en la producción artística de Marina Núñez se encuentra la creación de mundos paralelos a los que vivimos y conocemos. Los seres y escenarios que inventa tienen origen en nosotros y en los espacios que nos son familiares, pero nunca resultan iguales. Percibir simultáneamente esta distancia y cercanía desierta en el espectador una lucidez especial que facilita la comprensión de lo que somos en realidad. Una contemplación profunda de la obra del Greco lleva a una situación parecida, ya que de forma reiterada presenta dos mundos paralelos diferentes y semejantes, el terrenal y el celestial. Núñez ha querido cerrar el círculo de las semejanzas al crear su pieza para esta exposición a partir de la Vista y plano de Toledo del griego.

Vista y plano de Toledo (1608)

CRISTINA IGLESIAS (San Sebastián, 1956)
En su ya larga trayectoria, Cristina Iglesias busca siempre la creación de nuevos lugares. Son espacios que hacen comprender al espectador quién es, dónde está y reparar en lo que tiene alrededor. Sin título, (Berlín II) es una metáfora de un paisaje que puede entenderse como "grequiano" porque, entre otras cosas, invita a mirar hacia arriba para descubrirlo. Situando la mirada entre el cristal azul, evocador del agua de un río, y el tapiz, se puede llegar a ver ese otro cielo que está arriba.


JOAN FONTCUBERTA (Barcelona, 1955)
Joan Fontcuberta es un artista que habitualmente mezcla su identidad con personajes variopintos que nos hacen creer lo que no es y dudar de nuestra percepción de las cosas. En este caso, se esconde tras una de las imágenes del Greco fijadas de forma más intensa en la memoria popular. Camuflado tras la figura del famosísimo Caballero de la mano en el pecho (1580), pone a prueba al espectador acerca de lo que ve, de lo que piensa y de lo que cree que sabe. En el fondo, lo que hace es interpelar la visión que se tiene popularmente de Doménicos Theotocópuli hoy, que es quien se encuentra verdaderamente camuflado entre las distintas propuestas que presenta esta exposición.

Camuflajes: El caballero de la mano en el pecho IV
Camuflajes: El caballero de la mano en el pecho V
Camuflajes: El caballero de la mano en el pechoVI
El caballero de la mano en el pecho

MONTSERRAT SOTO(Barcelona, 1961)
Contemplando las obras de Montserrat Soto surgen enseguida preguntas como ¿dónde estoy?, ¿qé veo? Los contrastes que ofrecen los escenarios que presenta pueden remitir a los espacios en los que el Greco introduce sus escenas. En ellos, el griego muestra situaciones diversas que se desarrollan a la vez dentro del mismo espacio, pero en lugares diferentes. Es precisamente ése uno de los ejes del trabajo de Soto que, a través de la desubicación, ayuda al espectador a comprender en qué lugar se encuentra.

Sin título
Sin título
Sin título

DARÍO VILLALBA (San Sebastián, 1939)
Darío Villalba habla de su niño-día-noche frente al abismo de la muerte. El gitanito vive entre dos mundos, es la vida en su estado más puro, situada en el centro de su obra. Delante del amanecer teñido de platas el niño es todo vulnerabilidad y dulzura, un renacimiento de la propia vida. Al lado del negro de una noche infinita, es "la carne muerte de Cristo", según sus propias palabras. La idea central de este gran tríptico, el sentido de la vida del hombre, recorre toda la obra de Villalba y confluye de forma singular con la del Greco, ya que ambos ven en la infancia la verdadera belleza de la existencia.

Entre dos mundos

PIERRE GONNORD (Cholet, Francia, 1963)
Retratar la dignidad como la esencia humana de lo más profundo e importante de la condición humana es el objeto de las obras de este artista. Konstantina, María y Magdalena son tres mujeres llenas de humanidad llevadas al plano artístico con una economía de medios notable, muy similar a la que utiliza el Greco en sus retratos. Dignidad e intensidad presentes en todos los seres humanos retratados por ambos artistas.

Konstantina
Magdalena

María



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EL RETABLO DE LOS SANTOS JUANES DE CORRALES DE DUERO

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Cerca de Peñafiel se encuentra un pequeño, aunque precioso, pueblo: Corrales de Duero. Su iglesia contiene numerosas obras de arte de primer nivel, todas ellas con un común denominador: la pintura. Entre ellas podemos citar unas valiosas sargas con escenas de la Pasión, importantes por cuanto no se han conservado demasiadas; también diversos trozos o tablas sueltas que debieron pertenecer a retablos descabalados, entre dichas tablas destacan las llevadas a cabo por el archiconocido “Maestro de Osma”. La última obra pictórica, que es sobre la que vamos a hablar a continuación, es el retablo de los Santos Juanes.

El retablo de los Santos Juanes ha llegado a nosotros con bastantes cambios, en lo referente a estructura y configuración general. Alterado en su calle central, cuya disposición original ha sido modificada por entero, es seguro que, aludiendo a su titularidad iconográfica, estuviera presidido por dos esculturas de bulto representando a los dos santos que le dan nombre: San Juan Bautista y San Juan Evangelista. Estos se dispondrían sobre el sagrario, conservado in situ con la escena de la Resurrección en la portezuela. Posteriormente albergó una imagen de la Dolorosa, de vestir, que se documenta en 1803, cuya fisionomía es discordante con el buen arte de todo el conjunto. Además, la tabla que representaba a San Francisco de Asís, en el ático del conjunto, se sustituyó por una representación de Santa Brígida, que posteriormente también desaparecería. El grupo del Calvario, todavía fotografiado en la edición del Catálogo Monumental en 1975, y relacionado con el estilo de Juan de Valmaseda, también ha desaparecido de su ubicación.

La estructura arquitectónica del retablo sigue el modelo utilizado por Alonso Berruguete en el retablo mayor del Monasterio de San Benito el Real, en lo que se refiere al vocabulario constructivo, al uso de traspilares, columnas abalaustradas en los extremos, frisos con cabezas de querubines y ornamentación a candelieri de raigambre italianizante. Sin embargo el aspecto final es más convencional respondiendo al modelo tradicional de dos cuerpos, ático y cuatro calles, flanqueando dos a dos la principal de mayor anchura, destinada a albergar las esculturas de los titulares que se han perdido.
En el primer cuerpo vemos desarrolladas dos escenas dedicadas a cada uno de los Santos Juanes. En el lado izquierdo podemos ver el ciclo dedicado a San Juan Evangelista, que se configura con San Juan en la isla de Patmos y el Martirio “ante Portam Latinam”. En el lado derecho se desarrolla el de San Juan Bautista, con los capítulos del Bautismo de Cristo y la Degollación del Bautista. En algunas de ellas la relación compositiva de las pinturas, con la obra realizada por Juan de Villoldo para la madrileña Capilla del Obispo es evidente y prueba la intervención del artista en su realización.

El segundo cuerpo aparece compuesto por cuatro escenas de la Infancia de Cristo: Nacimiento, Circuncisión, Epifanía y Huida a Egipto, mientras que en el ático se muestran devociones particulares entre las que no parece existir relación programática alguna: San Martín de Tours partiendo la capa con el pobre acompañaba a la perdida tabla de San Francisco de Asís. Al otro lado Santa Catalina de Alejandría forma pareja con San Roque y entre ambos grupos se encontraba el, hoy desaparecido, Calvario. A la vista de las fotografías y de la escultura de San Juan conservada en la Colección Elvira, se ha llegado a pensar, de una manera correcta, que las obras están relacionadas con el foco palentino de este periodo, mostrando una conexión con la producción de Juan de Valmaseda.

No cabe ninguna duda que las pinturas responden a una clara filiación con las composiciones berruguetescas que se habían empleado en el retablo de Monasterio de San Benito el Real de Valladolid. No sólo las pinturas sino también las esculturas de este retablo sirvieron de fuente compositiva para algunas de las tablas que forman el conjunto. Sin embargo se advierte la intervención de diferentes manos, que se reparten las tareas pictóricas del retablo. Las pinturas del primer cuerpo, con las escenas correspondientes a los Santos Juanes, encajan con la producción pictórica de Villoldo, tal y como detectó Angulo, con una simple comparación estilística con el resto de su obra dispersa por el área geográfica de la primitiva diócesis palentina. La soltura en la pincelada, las posturas forzadas y atrevidas, el cromatismo contrastado y la luz ambiental forman parte del vocabulario manejado por este artista. Cambia el concepto en las tablas superiores, correspondientes al segundo cuerpo y al ático. Deudoras de las innovaciones berruguetescas como señalamos, responden a un tratamiento más convencional, las figuras muestran una corporeidad mucho más rotunda que la que se observa en las pinturas inferiores, de manera que han tenido que ser realizadas por otro artista diferente, aunque del mismo taller.


BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.
  • VALDIVIESO, Enrique: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo VIII. Antiguo partido judicial de Peñafiel, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1975.

LOS RETABLOS DEL CONVENTO DE SANTA CLARA DE VILLAFRECHÓS: Un árbol genealógico franciscano

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Aunque la casa franciscana de Villafrechós inicia su andadura en 1406, con la donación generosa de la señora de la villa, Urraca de Guzmán, la certera noticia de dos importantes incendios que, en 1515 y 1704, arrasaron el convento, esta es la razón de la principal escasez de bienes muebles conservados en la casa. Ambas catástrofes aparecen distanciadas en el tiempo, pero los datos documentales vienen a confirmar la desaparición de elementos del mobiliario litúrgico y de los objetos de devoción que caracterizarían a una fundación de notable antigüedad en el panorama monástico vallisoletano.
El convento de Santa Clara es un edificio gótico del XVI, construido en tapial y ladrillo. La iglesia consta de una sola nave de un tramo, que sólo dibuja un brazo del crucero. Va cubierta con crucería estrellada de combados en la capilla mayor, y de nervios rectos en el cuerpo de la iglesia. La plementería es de ladrillo. Se accede a la capilla mayor por arco triunfal apuntado apoyado en pilastras cajeadas con decoración de dentellones, con una hornacina alta con venera en cada una de aquéllas. Presenta escudos de los Duques de Osuna. Tiene decoraciones de medallones de buena calidad, de un seguidor de los Corral de Villalpando, en los muros de la capilla mayor y en los del tramo de la nave. Todo el interior fue pintado en 1973, como indican algunas inscripciones de los muros. A los pies, se encuentra el coro bajo, al que se accede por arco guardado por buena reja del siglo XVI. En la embocadura del arco, zócalo con decoraciones de azulejos del siglo XVI. La puerta se halla en el lado del Evangelio y se organiza por pequeño arco carpanel. La torre, de tres cuerpos, se construyó en ladrillo, con los dos superiores abiertos en arco de medio punto. Remata en chapitel. Los edificios conventuales se organizan en torno a un sencillo patio.

Vista exterior del convento
Vista exterior de la iglesia, en la que se aprecia claramente la pequeña nave de gran altura
La iglesia aparece amueblada con un conjunto uniforme de retablos dieciochescos que habrían de sustituir a los anteriores, destruidos en el incendio de 1704. No obstante las crónicas aseguran que de esta circunstancia se salvaron coro, iglesia y sacristía, por lo que bien el alhaja miento de la etapa inicial era escaso o las circunstancias favorecieron una renovación integral en unos conjuntos que se juzgarían pasados de moda. Respecto a los actuales retablos, se han señalado en otras ocasiones su uniformidad estilística y su clara vinculación con un avanzado barroco, diferenciando el mayor de los laterales, más evolucionados en el tiempo y expresión de una sensibilidad artística muy lejana de los rigores fundacionales franciscanos.

Los cinco retablos de la iglesia presentan un gran árbol genealógico de la Orden Franciscana. En pocas ocasiones se podrá hallar en menos espacio un número más grande de santos de una misma Orden. Además están representadas devociones de carácter más general como la Inmaculada y San José con el Niño o de la tradicional representación de Santo Domingo, aludiendo al hermanamiento entre las dos órdenes que nunca falta en los conventos franciscanos, la exaltación de la familia seráfica convierte a la iglesia en un catálogo de su santoral. Santos y santas de la orden se exhiben en las hornacinas como ejemplo de conducta y como lección plástica y visual, entre emblemas, cabezas de querubines, medallones y rocallas.

RETABLO MAYOR
La escasa documentación del monasterio permite fechar la obra del retablo mayor entre 1723 y 1733, con un coste de 15.008 reales. Se trata de una máquina de considerables dimensiones y extraordinaria monumentalidad, seguramente la obra de algún maestro ensamblador riosecano, al igual que las esculturas que lo componen. Destaca por su sensación de verticalidad, con tres calles, banco, cuerpo central y ático cubiertos por entero de profusa ornamentación vegetal crespa a trépano. El retablo tiene similitudes con los creados por la familia de los Correas. El retablo mayor no se iba a policromar hasta 1764, como señala una inscripción en el mismo, cuando se está completando la ornamentación del templo.

En el banco destaca la Virgen de los Ángeles, obra de hacia 1500 repolicromada en el siglo XVIII, atribuida a Alejo de Vahía, y que procederá de un antiguo retablo. El Niño está desnudo y se sienta en su rodilla izquierda. Ambas figuras tienen una composición elegante y estilizada. Se completa con dos ángeles en actitud de coronar la cabeza de la Virgen. También en el banco encontramos una buena escultura de Santa Teresa, del siglo XVII, que sigue los modos de hacer de Gregorio Fernández.

Virgen de los Ángeles
Santa Teresa
En el cuerpo se encuentran los cuatro pilares ideológicos del franciscanismo, esculturas contemporáneas a la ejecución del retablo: en las calles laterales San Buenaventura y San Antonio de Padua; en la calle central, Santa Clara y San Francisco. En el ático encontramos un Crucificadogótico, de los de tipología de anatomía naturalista, propia del primer tercio del siglo XIV, pero algunos detalles como las manos ligeramente curvadas en torno a los clavos llevan a Ara Gil y considerar la posibilidad de que sea de mediados del siglo XIV. Tiene corona y el cabello cae hacia la espalda. El rostro es apacible con los ojos cerrados. El perizonium forma duros pliegues trapezoidales. Los pies se cruzan en rotación externa. Se piensa que pueda procede der de la iglesia de San Martín de Zalengas.

San Antonio de Padua
San Buenaventura
San Francisco de Asís
Santa Clara
Crucificado gótico
RETABLOS DE LA NAVE
Encontramos cuatro retablos, dos en el lado del Evangelio y otros dos en el de la Epístola. Todos ellos son idénticos dos a dos. No sabemos a cuál de los dos tipos de retablos hará referencia la escritura que en el año 1765 firmaba el ensamblador y tallista riosecano Sebastián de la Iglesia, actuando como fiador Manuel Recamán Llanos, ambos “de la facultad de la madera”. En la escritura se concertaban en que realizarían dos retablos colaterales “de la propia forma y con la misma arquitectura, altura y diseño que lo están otros dos retablos o colaterales que se pusieron en dicha iglesia el año próximo pasado…” como para hacer “quattro santtos, para cada uno de dichos dos retablos”.

LADO DEL EVANGELIO
Retablo rococó del tercer cuarto del siglo XVIII, con banco, un cuerpo organizado por cuatro columnas decoradas con rocallas y ático semicircular, con esculturas de San Juan Capistrano, San Antonio de Padua (muy bien policromado), San Juan de la Marca y Santa Rosa de Viterbo en el ático, todas del mismo momento. Encima de las hornacinas laterales, hay dos bustos de la Virgen y Jesús dentro de medallones con decoraciones de rocallas.

San Juan Capistrano
San Antonio de Padua
San Jacobo de la Marca
Santa Rosa de Viterbo
Medallón de Jesús
Medallón de la Virgen
El otro retablo, también rococó, y del tercer cuarto del siglo XVIII, posee un esquema arquitectónico mixtilíneo, con un cuerpo y ático. Contiene las esculturas de San Ramón Nonato, San José, San Luis Obispo y ¿Santa Inés de Asís o Santa Catalina de Bolonia?

¿San Ramón Nonato?

San José con el Niño
San Luis Obispo
¿Santa Inés de Asís o Santa Catalina de Bolonia?

LADO DE LA EPÍSTOLA
Retablo barroco del tercer cuarto del siglo XVIII, de traza similar al frontero, con esculturas de San Francisco Solano, Santo Domingo y San Benito de Palermo. En el ático, escultura de Santa Isabel de Hungría.


San Francisco Solano
Santo Domingo de Guzmán
San Benito de Palermo
Santa Isabel de Hungría
Retablo rococó del tercer cuarto del siglo XVIII, de traza similar al catalogado en el lado del Evangelio, con esculturas de la Inmaculada, San Fernando, Santa Coleta y Santa Catalina de Bolonia, de la misma época del retablo.

San Fernando
Inmaculada Concepción
Santa Coleta
Santa Catalina de Bolonia

SILLERÍA
Aunque ya no entra dentro del propósito de este post, no quería terminarlo sin hablar brevemente sobre su curiosa sillería. A los pies del templo y tras la reja, el interés de la sillería coral ha supuesto una verdadera sorpresa en el panorama castellano de este género de mobiliario. A pesar de los incendios, la sillería se conservó y hasta el presente ha pasado desapercibida en el silencio de la clausura, datada en la época a la que corresponde la última intervención.
A finales del siglo XVIII varió el aspecto de la misma con policromías de imitación de jaspes y adornos de rocallas en los remates, lo que ha provocado que siempre se haya considerado a la sillería como obra rococó. Una revisión más concienzuda, por debajo de los repintes y añadidos de épocas posteriores, muestra con claridad un auténtico conjunto contemporáneo de la fundación monástica, en los primeros años del siglo XV, siguiendo modelos arquitectónicos de un depurado gótico civil traspuestos a la ebanistería.

La arquitectura se desarrolla en planta en este ámbito, convertido en una prolongación acotada de la nave del templo. El acceso al mismo desde el claustro conventual, se realiza a través de un vano rematado en un arco túmido fabricado en ladrillo y de clara tradición mudéjar, posiblemente correspondiente a la construcción del palacio preexistente sobre el que fundó la comunidad Urraca de Guzmán en 1406. El conjunto está compuesto de 34 sillas a la que hay que añadir la abacial, de doble anchura y dispuesta en el centro de la tradicional colocación en forma de U, para distinguir la dignidad de la prelada. La simplicidad con la que se concibe el diseño de las sillas corresponde con la autoridad reclamada por la doctrina franciscana, a la vez que se encaja con una sencillez formal en boga que se detecta en otras facetas de la creación artística. El único ornamento se reduce a los elementos arquitectónicos que realizan las funciones correspondientes a esta idea original de convertir al coro en un reservado templo dentro del templo.
Cada silla se estructura con un concepto de extremada simplicidad, evitando cualquier intento ornamental figurativo que pudiera suponer enriquecimiento decorativo alguno. La parte inferior de la silla se articula entre dos pilastras de fuste fasciculado que rematan en un sencillo capitel compuesto por una moldura anular inferior y una prolongación de las facetas del fuste ensanchadas hacia arriba, para terminar en un cimacio en forma de sencillo paralelepípedo. Con este remate se evita la realización de un apoyamanos, un recurso que fue muy empleado en las diversas tipologías de sillerías de coro durante largos siglos. El asiento propiamente dicho es un sencillo tablero abatible en el que no se coloca misericordia alguna, de manera que también así se evita aumentar los espacios susceptibles de mostrar decoración en relieve.

BIBLIOGRAFÍA
  • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XVI. Antiguo partido judicial de Medina de Rioseco, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2002.
  • VV.AA.: Clausuras: el patrimonio de los conventos de la provincia de Valladolid. 3, Medina de Rioseco – Mayorga de Campos – Tordesillas – Fuensaldaña y Villafrechós, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2004.

LA CAPILLA DEL RELICARIO DE LA COLEGIATA DE VILLAGARCÍA DE CAMPOS III: Otras obras de arte

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Además de los tres retablos que ya hemos comentado, el mayor y los laterales, la capilla del relicario se compone de otros elementos interesantes, como son un retablillo con bustos de santas, estatuas a tamaño real de otros santos bajo de las cuales se encuentran arquetas con sus reliquias, etc… analicémoslas una a una.

RETABLILLO DE MUJERES SANTAS
El retablillo de mujeres santas es obra, en su parte arquitectónica del ensamblador riosecano Juan Fernández, cuya obra maestra es posiblemente el retablo mayor de la Clerecía de Salamanca, casualmente también un establecimiento jesuítico. El retablo es muy sencillo, pues es una simple cuadrícula en la cual se contienen doce medios cuerpos de santas, realizadas en 1695 por Tomás de Sierra, por cada uno de los cuales cobró 200 reales. Todas estas esculturas fueron finamente policromadas por Jerónimo de Cobos, “a quien se pagaron por el dorado, estofado y encarnado de los doce medios cuerpos mil veintiocho reales”.

El retablo anteriormente ocupaba el hueco de la ventana que estaba sobre la puerta que salía al claustro. Las santas, que aparecen efigiadas con sus atributos, son las siguientes: Santa Ana, Santa Anastasia, Santa Apolonia, Santa Bárbara, Santa Catalina de Siena, Santa Catalina de Alejandría, Santa Cecilia, Santa Clara, Santa Elena, Santa Margarita de Antioquía, Santa Mónica y Santa Teresa de Jesús. Todas figuran actualmente en el tablero, menos Santa Anastasia, sustituida por Santa Lucía.

ESTATUAS DE SAN MARCOS SAN VICENTE, SAN EUTIMIO
En la capilla hay otras tres estatuas grandes realizadas por Tomás de Sierra: las de San Marcos, San Vicente y San Eutimio. Se las encargaron el año 1692, y por estas tres esculturas de Santos mártires con corona, palma, ojos de cristal y dos ángeles cada uno, le pagaron 1.250 reales.
El mismo día que se depositaron los restos mortales de Doña Inés de Salazar en el Relicario –3 de noviembre de 1668– se colocó también la urna del cuerpo de San Marcos, dorada por Felipe Gutiérrez, a quien se pagaron 621 reales; y además “se dieron al oficial del dorador y al muchacho 32 reales para zapatos por lo bien que trabajaron”. Al año siguiente, 1669, encargaron a Alonso de Rozas una estatua de este mártir para ponerla sobre la urna que le sirve de peana; pero no se sabe por qué, Alonso de Rozas no la pudo llevar a cabo; y fue Tomás de Sierra quien se encargó de hacerla en 1692, junto con las de los otros dos mártires, San Vicente y San Eutimio.

Enfrente de San Marcos, y haciendo juego con él, está San Vicente, mártir; también soldado y vestido de militar de un modo parecido a San Marcos. Lleva una espada ceñida al cinto. Murió alanceado; la herida de la lanza entrando por el pecho le atraviesa el cuerpo de parte a parte. Está reproducida con todo realismo la escena del martirio. San Eutimio aparece arrodillado presentando su cuello al verdugo, quien descarga un golpe de espada, abriéndole una herida profunda de la que salta sangre, que corre por sus vestiduras y por las manos que tiene juntas en actitud orante.

Al mismo tiempo hacía el ensamblador Juan Fernández las urnas en que están colocados los cuerpos de estos tres Santos mártires con sus cornucopias, tablejas, marcos y herrajes. El coste fue de 1.500 reales. Sobre estas peanas están colocadas las respectivas estatuas de los mártires: la de San Marcos al lado del evangelio; la de San Vicente al lado de la epístola y la de San Eutimio junto a la reja. Alonso Gutiérrez, vallisoletano, se encargó de la pintura y estofado de las esculturas.

BUSTO DE SAN IGNACIO DE LOYOLA
No se sabe si formaba parte de la disposición original de la capilla. Posiblemente sea el realizado en 1671 por el escultor vallisoletano José Mayo. En el museo existe otro busto de San Basilio, que hace juego con él. En las fotografías antiguas se ven estos dos bustos colocados en la cornisa frontal de la sacristía principal. De la misma factura es el busto de Santa Clara, con la custodia del Santísimo Sacramento en las manos.


RETRATO DE DOÑA INÉS DE SALAZAR
Retrato sobre lienzo, realizado en 1737 por el pintor vallisoletano Ignacio de Prado, de Doña Inés de Salazar. La fundadora aparece en actitud orante. Lleva la inscripción: “La Yllma Sra Dª Ygnes de Salazar y Mendoza, muger de Dn Juan Qvixada Docampo Sres que fueron de esta Villa y otras Fundadora desta Capilla, Murió a 24 de noviembre de 1636”. 164 X 124 cm.
1737. “210 reales de un retrato que se hizo en Valladolid por Ignacio de Prado, pintor, de la señora doña Inés, fundadora del Sagrario, que se puso en él”…


LOS DEPOSORIOS MÍSTICOS DE SANTA CATALINA
Pintura que copia los Desposorios de Corregio, de principios del siglo XVII (129 x 198 cm.).

Anteriormente hubo en la capilla otros dos altares en la antecapilla, detrás de la reja, además de cinco bustos de santos mártires. En la actualidad todo ello se encuentra en el museo.

BUSTOS DE SAN MAURICIO Y LA LEGIÓN TEBANA
Aunque ahora ya no se encuentran en la capilla, sobre la reja central de la Capilla del Relicario se situaban cinco bustos de soldados que representaban a San Mauricio, Capitán de la legión tebana, y a cuatro soldados de la misma. Aparecen ataviados con su armadura guerrera. En 1706 Tomás de Sierra las arregló, y compuso los desperfectos que tenían; pues estaban ya de antiguo en esta Capilla. Recibió por este arreglo 120 reales. Y Manuel Martínez de Estrada, maestro dorador vallisoletano, por estofarlos y encarnarlos cobró 150 reales. En la actualidad se hallan en las vitrinas del museo de la Colegiata.


ALTAR DE LOS SANTOS DE LA COMPAÑÍA
Se trata de un retablo barroco muy esbelto, que anteriormente se encontraba situado en la dicha capilla, a mano izquierda. Tiene dos pares de columnas piramidales, que son pirámides invertidas, de base cuadrangular, que sirve a veces de repisa. El autor de la obra fue el arquitecto y ensamblador Carlos Carnicero, el cual realizó el retablo “según el dibujo y condiciones que están en poder de Tomás de Sierra”. Lo entregó en 1698 y recibió a cambio 1.100 reales por su trabajo.
El encargado de la parte escultórica fue el omnipresente Tomás de Sierra. Ejecutó las imágenes de los cinco primeros santos canonizados de la Compañía de Jesús. Por dicha obra, realizada en 1699, se le pagaron 16.000 reales. Las imágenes debía de darlas puestas en blanco y con ojos de cristal. Al año siguiente, 1700, se pagaron a Jerónimo de Cobos 1.451 reales por dorar y estofar el retablo y las estatuas.
Se llama altar de los Santos de la Compañía, porque en él figuran exclusivamente los cinco primeros Santos jesuitas, elevados al honor de los altares en el primer siglo de existencia de la Compañía de Jesús. Preside San Ignacio de Loyola, el Fundador, representado en una estatua mayor que las demás; a sus lados están San Francisco Javier y San Francisco de Borja; y en la parte superior los dos jóvenes, San Luis Gonzaga y San Estanislao de Kostka.


ALTAR DE LA VIRGEN DE GUADALUPE
BIBLIOGRAFÍA
  • PÉREZ PICÓN, Conrado: Villagarcía de Campos: estudio histórico-artístico, Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1982.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959.
  • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XVI. Antiguo partido judicial de Medina de Rioseco, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2002.

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA PARROQUIAL DE SAN MILLÁN DE QUINTANILLA DE ONÉSIMO

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Si un retablo ha sufrido penurias ese ha sido el retablo mayor de la iglesia parroquial de San Millán de Quintanilla de Onésimo. El mueble estuvo situado en la que fuera la capilla mayor hasta el año 1958, en que un hundimiento de las naves del antiguo templo del siglo XVI, del que sólo sobreviviría la cabecera. Fue entonces cuando se tuvo que trasladar a una capilla colateral, no sin antes pasar un auténtico calvario que a punto estuvo de destruirlo al permanecer a merced de la meteorología durante el tiempo en que la iglesia estuvo arruinada. Con ocasión de la reconstrucción, soportó año y medio salvaguardado por un murete de ladrillo que a duras penas le resguardó de una humedad que pudo suponer su desaparición. Fue rehabilitado por el Instituto Central de Restauración de Madrid y, actualmente, acaba de ser limpiado, habiendo recuperado todo su esplendor.

El retablo, pieza mixta de escultura y pintura, se organiza en banco, tres cuerpos, cinco calles y ático. Las dos calles extremas se alabean, seguramente para adaptarse a la forma poligonal del primitivo presbiterio. Según Enrique Valdivieso se trata de “una de las mejores obras de escultura y pintura del renacimiento en España”. Este retablo, que ha sido calificado como uno de los más bellos de la época, es de tipo manierista para Parrado del Olmo, que cree reúne  características que así lo acreditan, como es el movimiento de los entablamentos, el encaje de relieves en una arquitectura de columnas, los juegos palladianos del primer cuerpo, el derroche de fantasía del sobrecuerpo, con relieves y pinturas en medallones elípticos, y la complejidad de la cúspide.

El banco está formado por dos tablas pintadas representando el Santo Entierro y el Descendimiento de la Cruz. Coincidiendo con los plintos de apoyo de los órdenes de los cuerpos, se sitúan los relieves de San Agustín, San Jerónimo, el Rey David tocando el arpa, Josué con la espada, San Mateo con el ángel, San Lucas con el toro, San Marcos con el león y San Juan con el águila de Patmos para concluir con las figuras de San Ambrosio de Milán y San Gregorio Magno. En el centro del banco tiene cabida el Sagrario, cuya puerta exhibe un relieve de Cristo atado a la Columna. A los lados, los relieves de San Pedro y San Pablo. Unas pilastras acanaladas seccionan la Custodia para albergar estos motivos. En su cúpula luce una pequeña Virgen con el Niño.


El resto de pisos repite la distribución utilizada en el banco: en la calle central una escultura en bulto redondo, en las extremas relieves, y en las intermedias tablas pintadas.
En primer piso, las dos pinturas hacen referencia a la Visión de Santa Ana y los Desposorios de la Virgen. El relieve del lado del Evangelio representa a San Millán como pastor, en el que se distingue a un personaje barbado con un largo cayado acompañado de unas ovejas que se insinúan en bajorrelieve y, como fondo, unos árboles de nudosos troncos. San Millán adquiere una postura un tanto forzada, algo encorvada, como si todo su peso descansara sobre el bastón, lo que no deja de ser sino un aspecto manierista de la obra. Parrado del Olmo opina que existe gran analogía con algunos tipos masculinos del guardapolvo de Santoyo (Palencia) respecto de la posición de la imagen y su complexión atlética.


En el relieve de la Epístola acontece la Muerte de San Millán, que está tumbado en una cama flanqueado por monjes estereotipados, de mentón prominente y nariz acusada y recta, dos de los cuales, uno leyendo la recomendación del alma y un segundo cruz en mano, están dándole la extremaunción.

Los encasamientos de los dos relieves y las dos pinturas anteriores se rematan con arcos que acogen bustos de Santa Lucía con los ojos en un plato, Santa Bárbara con la torre donde fue encerrada por su padre, Santa Catalina con la espada y la rueda dentada de su martirio y Santa Águeda con los senos amputados. Entre arco y arco, ángeles volanderos de cuerpo entero y motivos insertos en tarjetas de cueros recortados.

En la hornacina central de este cuerpo destaca la figura de San Millán, al que tanto Portela Sandoval como Parrado comparan con el San Benito del retablo homónimo que se guarda en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Nos encontramos con una escultura también manierista de bulto entero, en contraposto, con un báculo y un libro en las manos.

En el segundo cuerpo se localizan las pinturas del Abrazo ante la Puerta Dorada y el Nacimiento de la Virgen. En cuanto a los relieves, en el lado del Evangelio se sitúa un relieve representando Pentecostés, con la Virgen en el centro de la composición y los apóstoles arracimados en grupos de seis en torno suyo. Arquitecturas clásicas de fondo simulan el cenáculo. El paño medial es para la Asunción de María, que es ayudada a ascender por los ángeles. El relieve de la Epístola muestra la Muerte de la Virgen, circundada por los Apóstoles distribuidos simétricamente. De nuevo una arquitectura con un frontón en cuyo tímpano se aloja un disco que sirve de pantalla a la escena.


Finalmente el tercer piso contiene las pinturas de la Natividady la Adoración de los Reyes Magos. Los relieves incluidos son: La Anunciaciónque se desarrolla a la manera convencional, es decir, la Virgen arrodillada delante del dosel de la cama de su alcoba, adoptando una complicada postura, muy manierista, en tanto que San Gabriel hace el anuncio con las manos en actitud discursiva: en una de ellas porta una vara y con el dedo índice de la diestra apunta hacia el cielo. El nicho principal se dedica a la Coronación de la Virgen a cargo de Dios Padre y Jesucristo. Aquí se hace una alusión al misterio de la Santísima Trinidad por cuanto, además de estas dos figuras, aparece la Paloma del Espíritu Santo presidiendo el suceso desde las alturas. María, con las manos orantes, monta sobre una peana. El Padre Eterno lleva la bola del mundo en la diestra mientras con la siniestra sujeta la corona sobre la cabeza de Ella.

En el lado de la Epístola, dentro de un óvalo, como ocurre con la Anunciación, se desarrolla un relieve de la Circuncisión, que sigue una iconografía muy repetida en la representación de este episodio que se aparta de las costumbres judías. Así, este evento tenía lugar a los ocho días del parto sobre el trono de Elías, que poseían todas las sinagogas y que se llevaba al templo, donde se subastaba el privilegio de sentarse en él durante la ceremonia. Además, se incluye a la Virgen en la tabla, lo que en realidad no era posible porque no podía entrar en la sagrada estancia hasta los cuarenta días del nacimiento. La Madre sostiene al Hijo, que se halla sentado sobre el ara en tanto que el mohel, ataviado de obispo, se apresta a circuncidarle.

El ático presenta una cierta complicación propia del retablo renacentista. En los lados divisamos unos tondos elípticos con relieves de San Pedro y San Pablo, y en las esquinas unas imágenes de Virtudesde las que parten unas colgaduras que se enrollan en los dos óvalos para desembocar en las manos de unos niños sentados con las piernas colgantes sobre la espiga que guarda en su seno el Calvarioque ha sido relacionado en su estética con Alonso Berruguete. La cabeza, el tipo de barba, el cabello de mechones apelmazados, los rasgos físicos afilados, la seca anatomía, la boca ligeramente entreabierta o el paño de pureza adherido a la pelvis con lazada avolutada al lado izquierdo que nos lo indican así. San Juan muestra su aflicción en su mirada compasiva al Crucificado.

Justo encima del Calvario hay un templete en el que se dispone volada sobre el retablo la Resurrección de Cristo sin ninguna arquitectura que la proteja, logrando un efecto de dominio visual sobre la iglesia. Jesús adopta una pose triunfal, con la mano derecha como en actitud de victoria sobre la muerte, una vara crucífera en la izquierda y el cuerpo desnudo, salvo el perizonium que tapa sus zonas pudendas y el manto dorado que le cuelga del brazo izquierdo. Dos soldados sentados en la cúpula de este pequeño baldaquino acompañan al Salvador.

En cuanto a su autoría, Parrado lo estima en conexión con la obra de Manuel Álvarez y adjudica a Juan Ortiz Fernández el relieve de la Muerte de San Millán, el San Pablo del coronamiento, la Virgeny el San Juan del Calvario y la Asunción. Considera dudosa la participación de Ortiz en la Coronación de María y el Cristo Resucitadodel ático y admite como posible que sea de su gubia la estatua de San Millán. Por su parte, Portela Sandoval lo atribuye a Francisco Giralte y destaca cierto parecido con el retablo mayor de Colmenar Viejo. No obstante, presume la intervención de Manuel Álvarez o Mateo Lancrín en varias esculturas.
En cuanto a su cronología, Portela piensa que la escultura será de hacia 1571, mientras que Parrado se inclina por una fecha anterior, de 1556 a 1560.
En cuanto a las pinturas, sí que conocemos a su autor: el vallisoletano Jerónimo Vázquez, hijo del gran pintor Antonio Vázquez. El juicio artístico que puede emitirse sobre Jerónimo Vázquez no es demasiado favorable si se le compara con los pintores de su categoría que vivieron en la misma época. Utiliza un colorido de tonos suaves y efectistas, propios del periodo manierista en que este pintor trabajó. Su estilo es retardatario y arcaico, observándose una gran dureza en el dibujo, descompuesto por figuras demasiado voluminosas y faltas de proporción entre ellas mismas y el ambiente que las rodea.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.
  • VALDIVIESO, Enrique: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo VIII. Antiguo partido judicial de Peñafiel, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1975.

VENTOSA DE LA CUESTA: El retablo de San Miguel Arcángel, obra del Maestro de Becerril

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A pocos kilómetros de Medina del Campo nos topamos con un pueblo, Ventosa de la Cuesta, que fue señorío del gran escultor, y también pintor, Alonso Berruguete desde 1559. En su iglesia parroquial, lugar elegido por el escultor para enterrarse, se encuentra un bellísimo retablo dedicado al Arcángel San Miguel. El conjunto es un claro ejemplo de las altas cotas de calidad que alcanza la pintura castellana en los primeros años del siglo XVI, cuyas muestras se encuentran repartidas por los lugares más insospechados.

El retablo se dispone en el lado del Evangelio, dispuesto esquinado a la altura del crucero. Ceán Bermúdez lo atribuyó erróneamente a Alonso Berruguete rechazando dicha atribución Martí y Monsó y Agapito y Revilla. La estructura en la que se organiza el retablo responde a un tratamiento de gran verticalidad. Consta de tres cuerpos y tres calles (la central más ancha), compuesto de ocho tablas y una escultura del Arcángel dispuesta en la hornacina central del retablo, bajo una venera. De las ocho tablas se dedican al ciclo del General de los Ejércitos Celestiales un total de cinco, siendo las otras tres dedicadas a diferentes santos.

El espacio se compartimenta con el uso de pilastras y medias columnas decoradas por completo en su fuste con motivos vegetales. Ya a comienzos del siglo XVII se realizaría el frontón triangular y remates de bolas que sirve de frontón al retablo. El repertorio ornamental, tanto de los elementos sustentantes como de las chambranas que rematan las tablas, se realiza con el uso de finas labores a candelieri, tomadas de un temprano vocabulario renacentista, en el que todavía no están presentes las formas mucho más complejas de grutescos o mascarones. La decoración de los elementos arquitectónicos coincide con la propuesta mostrada en el propio interior de las tablas, especialmente visible en el escenario arquitectónico en el que se desarrolla la escena de Santa Ana, la Virgen y el Niño o la Misa de San Gregorio.

Las tablas, fechadas hacia el año 1530, fueron tempranamente atribuidas al llamado Maestro de Becerril por Matías Díaz Padrón. La personalidad de Juan González Becerril y la atribución reciente de nuevas obras a su producción, ponen de manifiesto su importancia en el panorama pictórico castellano de los primeros años del siglo XVI. Las fuentes de inspiración responden fundamentalmente a esquemas de procedencia centroeuropea, con un escaso conocimiento de las innovaciones italianas, patente en la propia representación del Castillo de Sant´Angelo como la mencionada fortaleza medieval, muy alejada de la visión real del edificio. No obstante hay referentes a la escultura clásica en el adorno señalado de los elementos arquitectónicos, en el uso frecuente de las veneras o en la decoración de elementos importantes como el trono de Santa Ana con los caballos que rematan el sitial, uno de ellos en elegante corbeta. La misma procedencia tiene que tener el uso de la perspectiva en algunas de las composiciones, empleada con un rigor que excede del mero truco de taller, utilizado con errores por los pintores hispanoflamencos.
En el primer cuerpo aparecen tres representaciones con diferentes devociones, que no presentan unidad entre sí. En el centro se halla la escena de la Santa Ana, la Virgen y el Niño se encuentra llena de interesantes referencias arquitectónicas y de anécdotas de cotidianeidad. A sus lados la flanquean las tablas que representan la Misa de San Gregorio y el Milagro de San Cosme y San Damián.

Los dos cuerpos superiores se dedican a ilustrar el ciclo hagiográfico de San Miguel Arcángel, en torno a la dinámica escultura que preside el conjunto. Se trata de una interesante representación del Arcángel blandiendo la espada sobre el demonio, con bastantes puntos en común con la peculiar estética berruguetesca. Sobre la escultura se encuentra la tabla que representa la batalla celestial de San Miguel con los ángeles rebeldes. A su izquierda la expulsión de Adán y Eva del Paraíso iniciaría la secuencia de la actividad de San Miguel en el sentido cronológico de la historia humana, como instrumento de los designios divinos.

A partir de aquí las tablas restantes narran escenas relacionadas con las apariciones de San Miguel. La primera y más célebre es la que cuenta el llamado Milagro del Monte Gárgano, en la Apulia italiana, donde un cazador se vio herido al intentar dar alcance a un toro refugiado en una cueva, donde se apareció el Arcángel, a quien desde ese momento se dedicaría un Santuario. Es probable que la siguiente tabla esté relacionada con el mismo suceso, y que ilustre la procesión de acción de gracias celebrada después del acontecimiento milagroso. Sin embargo algunos matices en el cambio del escenario natural podrían indicarnos que en realidad se trata de la aparición de San Miguel en el Mont Sant Michael en Francia, cuyos orígenes también se relacionan con la figura de un toro.

La última de las escenas ilustra la aparición del Arcángel sobre el mausoleo romano de Adriano, conocido desde entonces como el Castillo de “Sant´Angelo”, en presencia del papa San Gregorio Magno durante una epidemia de peste. En este caso la interpretación del reconocido edificio romano como un baluarte medieval, está muy lejana de la realidad del edificio, que el artista no conocería ni siquiera a través de las estampas de monumentos de Roma que le darían popularidad en toda Europa.

BIBLIOGRAFÍA
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús (coord.): Patrimonio restaurado de la provincia de Valladolid. Retablos (vol. 1), Diputación de Valladolid, Valladolid, 2008.

UN RELIEVE DE LA VIRGEN DE LAS MERCEDES DEL DESAPARECIDO CONVENTO DE LA MERCED CALZADA

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El presente texto es prácticamente una copia del libro reflejado abajo, redactado por la profesora Ara Gil sin duda una de las mejores que me dieron clase durante la carrera de Historia del Arte. En un claustro del siglo XVI, del desaparecido convento de la Merced Calzada de Valladolid, se encontraba empotrado un relieve en piedra caliza (168 x 80 cm.), representando a la Virgen de la Merced, procedente de una parte más antigua del edificio. Las últimas noticias, de hace ya bastantes años, lo situaban decorando el recinto de la piscina del Colegio de Jesuitas. En la actualidad no sé si continúa allí o bien ha cambiado de lugar. ¿Alguien sabe algo?
Fachada del Convento según Ventura Pérez
Fotografías de los últimos momentos del convento
La Virgen figura en el centro, con el hábito y la insignia de los mercedarios, con amplio manto –sostenido por dos ángeles que revolotean a su lado y parecen hacer ademán de coronarla–, que se muestra desplegado, como brindando protección, se trata de una iconografía muy difundida en la pintura durante el Siglo de Oro español. En el lado derecho hay un caballero de rodillas, con un gran collar y en actitud orante. Detrás de él y también en actitud orante hay dos mojes mercedarios. En el lado izquierdo, y como los anteriores, de rodillas y con las manos juntas, hay un prelado revestido con capa pluvial y mitra, acompañado de un acólito que situado detrás de él, le sostiene el báculo. La escena, que debió de estar completamente policromada, se encuentra encuadrada por un arco carpanel cuyas enjutas van ornamentadas con un motivo floral.

¿Fotografía del relieve cuando aún se encontraba en el convento?
Cuando la analizó la profesora Ara Gil, el relieve se encontraba en un precario estado de conservación. Subrayaba el interés que tiene la pieza a causa de la relación que presenta con las estelas funerarias góticas de Tournai, destinadas a un emplazamiento mural. La cronología de estas piezas se extiende a lo largo de todo el siglo XV. Los temas que se representan en ellas son muy variados, pero en la mayor parte de los casos figuran los donantes arrodillados a ambos lados de la escena religiosa, a veces acompañados de sus santos protectores o de otros personajes.
El encuadramiento suele estar constituido por un arco carpanel cuyas molduras varían en el grado de ornamentación y que muy frecuentemente presentan un motivo floral en las enjutas, semejante al del relieve que nos ocupa. La estela de la iglesia de Saint Quentin de Tournai tiene como motivo central una representación de Nuestra Señora de la Misericordia, cuya iconografía parece que se ha adoptado para la representación de la Virgen de la Merced del relieve vallisoletano. Todas las estelas de Tournai conservan restos de policromía como el relieve de la Virgen de la Merced. Es difícil establecer con precisión una cronología, pues los ejemplares flamencos se fechan a lo largo de todo el siglo XV y principios del XVI.

Fotografía del relieve, ya muy desgastado, cuando lo poseían los jesuitas
La carencia de inscripción impide relacionarle con algún personaje conocido. La efigie orante del obispo que figura en ella obliga a descartar la hipótesis de que hubiera podido encargarse para el sepulcro de don Rodrigo de Villandrando, conde de Ribadeo, en cuyo testamento fechado en 1465 pide que se le entierre en la capilla de Nuestra Señora de la Merced, que era de su casa y mayorazgo y que se labren dos sepulturas con sus bultos, el uno para sí y el otro para su mujer. Antolínez ya indicaba que no se sabía que este último deseo hubiese tenido el debido cumplimiento.

BIBLIOGRAFÍA
  • ARA GIL, Clementina Julia: Escultura gótica en Valladolid y su provincia, Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1977.

EL RETABLO DE LA VIRGEN CON EL NIÑO EN LA IGLESIA-MUSEO DE SAN ANTOLÍN DE TORDESILLAS

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En la capilla de los Acebedo de la iglesia-museo de San Antolín de Tordesillas se conserva un precioso retablo de escultura y pintura datable en el primer tercio del siglo XVI. La importancia del retablo reside en las autores que lo fabricaron: las tablas de pintura están atribuidas al Maestro de Portillo y la escultura de la Virgen con el Niño a Alejo de Vahía, dos de los artistas más importantes de Castilla en su época.
Para los retablos que estamos acostumbrados a ver en el blog éste posee unas dimensiones sensiblemente menores: 250 x 200 cms. aproximadamente. Apoya sobre un zócalo de obra oculto tras un guadamecí del siglo XVIII. El retablo parece haber permanecido siempre en su actual emplazamiento, en la capilla de los Acevedos de la iglesia de San Antolín de Tordesillas.

La arquitectura está realizada en madera tallada y dorada al agua. La parte inferior del retablo queda ocupada por una banda estrecha en la que puede leerse: “este retablo y capilla compraron año 1.576 Francisco de Azevedo el viejo e Isabel López su segunda mujer… sus herederos y sus nietos. Y hízole pintar Gregorio de Azevedo año 1587”. El rótulo, pintado en negro con letras mayúsculas sobre fondo dorado, se superpone a otra anterior, de grafía incisa, que reproduce solo la primera parte de la frase.
Sobre esta base se levanta el banco, que soporta un único cuerpo dividido en tres calles, separadas por columnas jónicas estriadas. Dos frisos lisos rematados en sendos tímpanos triangulares coronan las calles laterales. La central, carente de remate, conserva su friso original, donde dos relieves de cabezas de ángeles enmarcan una cartela en la que se lee: “Pintose año 1.587”.

El centro del retablo lo preside una talla de bulto redondo que representa a la Virgen con el Niño. La Virgen aparece de pie, sosteniendo a un Niño Jesús vestido con una túnica abierta que deja a la vista parte del pecho, el vientre y las piernas, disposición habitual en la época y destinada a manifestar la naturaleza humana del Hijo de Dios. A los pies de la Virgen se perciben los extremos de un creciente lunar y tras Ella una aureola de rayos, atributos característicos de la Virgen Apocalíptica, representación de carácter inmaculista de gran devoción a fines del siglo XV y principios del XVI.

Diversos detalles en la escultura hacen que un nombre venga a la mente: Alejo de Vahía. Por ejemplo, un característico pliegue trapezoidal en el manto, que pasa por ser un rasgo casi omnipresente en la obra de este escultor. También la disposición de las piernas del Niño y el ademán de extender su brazo hacia el hombro libre encuentran rigurosos paralelos en varias de sus imágenes de la Virgen de la Leche, como la de la parroquial de Monzón de Campos (Palencia). A pesar de estos rasgos, la calidad de la obra, y varios detalles, conducen a pensar que no sea una obra propia del maestro sino del taller: la anchura de la cara de la Virgen, superior a la mayoría de sus obras; o la forma de su boca, mucho más pequeña de lo habitual. Las manos, aunque de dedos largos, se distancian del canon propio de Alejo; y otro tanto cabe afirmar respecto de los cabellos de la Madre o el Niño. Según la profesora Julia Ara Gil, la datación más prudente sería hacia el año 1500.

Monzón de Campos
San Román de la Cuba
Las otras cinco “hornacinas” están ocupadas por cinco tablas atribuidas al Maestro de Portillo. El primero en realizar dicha atribución fue Angulo Iñiguez en el año 1952. Estudios posteriores no han hecho sino ratificar esta primera impresión, señalando su posición a medio camino entre un arte gótico en sus postrimerías y un Renacimiento aún incipiente y no del todo asimilado.
A la tradición gótica corresponden los dorados que dominan en los fondos de la predela y no faltan en el resto de las escenas. También a esta corriente pertenecen el gusto por los detalles, como la venera, los bordoncillos cruzados en aspa y la pequeña calabaza (calabacino) del sombrero de Santiago, las lágrimas de los acompañantes en el Santo Entierro, o las actitudes más curiosas que reverentes de los personajes asomados a la ventana en la escena del Nacimiento. Demuestran el interés por el nuevo arte la preocupación por situar las figuras de un ambiente naturalista, por respetar sus proporciones, y por representar correctamente la perspectiva de los elementos arquitectónicos. Es también muy característico del Maestro de Portillo el uso de un dibujo apurado y preciso para la representación de rostros, muy idealizados y caracterizados por la dulzura y suavidad de sus expresiones, siempre de carácter intimista y melancólico.
En el banco, de izquierda a derecha, vemos las tablas de San Juan Bautista con San Juan Bautista; el Santo Entierro; y Santa Ana, la Virgen y el Niño con Santiago Apóstol. En el cuerpo, en el lado izquierdo se encuentra la Huida a Egipto, y en el derecho el Nacimiento de Jesús.
La tabla de San Miguel con San Juan Bautistavemos al General de los Ejércitos Celestiales pesando las almas. Junto a él, San Juan Bautista apoya su mano sobre una figura masculina de tamaño inferior al de los personajes celestiales. Aunque esta imagen aparece oscurecida en algunos puntos, al parecer por tratarse de un repinte sobre otra preexistente, podemos ver a un hombre mayor, vestido a la moda de mediados del siglo XVI. Sus manos, delgadas y de largos dedos, se unen a la altura del mecho en actitud de oración y sostiene un salterio o paternóster.

La tabla central, más ancha que las laterales, escenifica un Santo Entierro. La representación tiene los personajes típicos que salen en este tipo de escenas. La composición la preside el cadáver de Cristo, que está a punto de ser introducido en el sepulcro. Alrededor de él se encuentra San Juan, que sujeta los hombros de Jesús, la Virgen, en el centro de la composición, sosteniendo la mano de su hijo y, probablemente, María Magdalena, a los pies. El conjunto ofrece un gran parecido con una tabla homónima conservada en el retablo de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en Fuentes de  Año (Ávila).

En el lado de la Epístola vemos un grupo formado por Santa Ana, la Virgen y el Niño, junto a Santiago Apóstol. Santa Ana toma un fruto ofrecido por su madre. A su lado, Santiago Apóstol sujeta en una mano el bastón de peregrino y en la otra un rosario. Colgando de la espalda podemos ver el sombrero de peregrino y una concha.

Las pinturas del cuerpo ofrecen un formato más alargado que las del banco. Además, las figuras son de cuerpo entero y las escenas están ambientadas en un fondo naturalista, a diferencia de los fondos dorados del banco.
La tabla del lado del Evangelio muestra un episodio ocurrido durante la Huida a Egipto, extraído de los evangelios apócrifos: el momento en el que Jesús ordena a una palmera que incline sus ramas para que la Virgen pueda coger sus frutos. En esta representación son los ángeles quienes abaten las ramas del árbol, al tiempo que uno de ellos le ofrece a la Virgen un racimo de dátiles. San José, con expresión concentrada y ajeno a la escena, avanza por delante sujetando las riendas del asno que lleva a la Virgen y al Niño.

En el lado de la Epístola se representa el Nacimiento de Jesús, ambientada en una estancia de aspecto renaciente y seguramente inspirada en un grabado de Martin Schöngauer. San José sostiene en su mano un cabo de vela encendido, para recalcar la condición nocturna del hecho, mientras que la Virgen permanece de rodillas, adorando al Niño Dios, cuya condición divina queda resaltada por el nimbo crucífero. Completan la escena algunos otros personajes. El fondo es un paisaje ocupado en su mayor parte por un cielo azul oscuro, surcado por dos ángeles portadores de un texto con notación musical. Por debajo de ellos, ya en tierra, se dispone un rebaño vigilado por dos personajes, uno de los cuales se arrodilla señalando hacia el cielo.

Los elementos más antiguos del retablo son las tablas y la escultura, que han de ser datados en los primeros decenios del siglo XVI. Hacia 1576, cuando Francisco de Acevedo e Isabel López compraron la capilla, las pinturas se separaron de su retablo original y se conformó el conjunto tal y como ahora lo vemos, dotándolo de una arquitectura más acorde con la época. Por último, en 1587 se doró la arquitectura y se grabaron las inscripciones. Seguramente en alguna de estas dos últimas fechas -1576 ó 1587– se repintó la figura del donante, que pudiera por tanto corresponder a don Francisco de Acevedo o, más probablemente, a Gregorio de Acevedo, que fue enterrado aquí el mismo año en el que se doró el retablo.


BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.

PINTORES VALLISOLETANOS DESCONOCIDOS: Francisco Galicia, un pintor de la "Escuela de París"

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Francisco Galicia Estévez nació el 4 de junio de 1895 en el portal nº 23 de la vallisoletana calle de Santa María. Sus padres fueron el pintor Leónides Galicia y Gratiniana Estévez, naturales de Zaratán y Valdenebro de los Valles, respectivamente. Leónides, aunque no pasó de ser un modesto pintor y escenógrafo del Teatro Calderón, fie siempre guía y entusiasta animador de su hijo.

Leónides Galicia
El jóven Francisco Galicia
El mismo Francisco Galicia contaba que siendo aún muy niño, al tiempo que asistía a la escuela, frecuentaba el taller de escenografía que tenía su padre en el citado teatro, en donde contemplaba admirado los decorados que allí se realizaban para las diferentes compañías que en él actuaban a comienzos de siglo. Comentaba Galicia: “Recuerdo con emoción que en el año 1903, cuando yo tenía ocho años, mi padre pintaba por entonces el telón de boca de dicho teatro que representaba un tapiz con una escena del Alcalde de Zalamea…, dicho telón estaba clavado en el suelo y se pintaba andando por encima de él, y ¡cómo me gustaba a mí entonces pasearme por él de un lado para otro!”.El telón al que se refiere el pintor es el que aún conserva el teatro. Se pintó en recuerdo del día de la inauguración del edificio, en que se interpretó dicho drama, y es una de las pocas obras conocidas de Leónides Galicia.

Teatro Calderón. Telón de boca (1903) Leónides Galicia
En el taller de su padre se despertaría su vocación artística, ayudándole en sus trabajos de escenografía. También por entonces se matricula y asiste a las clases de la Escuela de Bellas Artes de Valladolid, por esos años bajo la dirección de José Martín y Monsó.
Con algunos jóvenes valores locales competiría Galicia en certámenes y concursos convocados por instituciones y organismos públicos de la ciudad. Así en noviembre de 1911 participó en el celebrado por el Ayuntamiento de Valladolid, en colaboración con la Real Academia de Bellas Artes vallisoletana, para el disfrute de una beca de pintura en el extranjero. Integraron el jurado los académicos y profesores de la Escuela Martí y Monsó, Sánchez Santarén y el escultor Ángel Díaz. Los aspirantes admitidos fueron Raimundo de Castro Cires, Valentín Orejas, Francisco Galicia, Vicente Feliú Lorenzo y Eduardo García Benito. Todos ellos hubieron de superar las diferentes pruebas, consistentes en los siguientes ejercicios: dibujar al carbón una estatua clásica, pintar al óleo y al natural un modelo clásico (una “Academia”), una cabeza y un boceto de una procesión de pueblo, así como contestar a tres temas teóricos de Historia de la Pintura, Perspectiva y Anatomía.

Parque de Montsouris (París)
Patio de Montrouge (París)
Pueblo de la Provenza
Tienda de París
Espoleado por el ejemplo de sus compañeros de la Escuela vallisoletana, el joven Galicia soñaba con trasladarse a Madrid para conocer ampliar sus horizontes. En 1912 tiene lugar el deseado viaje. En la capital de España entra a trabajar con el más conocido decorador de entonces, Amalio Fernández, escenógrafo del Teatro Real y amigo de su padre, quien le coloca en su taller como ayudante, obteniendo al mes siguiente el grado de oficial. Galicia alterna este oficio con sus estudios de pintura matriculándose en las clases de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Aunque su dedicación profesional a la decoración absorberá a partir de entonces buena parte de su tiempo, simultáneamente se va forjando también en él una intensa vocación pictórica, y más concretamente, un acusado interés por el paisaje, tanto campestre como urbano.

Taller de Amalio Fernández
Amalio Fernández
En los ratos libres que le dejaban las clases y su trabajo de ayudante de escenógrafo aprovechaba el tiempo yendo al Casón del Buen Retiro, antigua sede del Museo de Reproducciones Artísticas, en donde dibujaba incansablemente las estatuas clásicas allí reunidas que servían de modelo a los jóvenes artistas. También por estos años, fascinado por la pintura de los grandes maestros, frecuenta el Museo del Prado, en donde se ejercita pintando copias de los cuadros más famosos que vende a turistas para ayudarse en su maltrecha economía.
Su carácter cordial y extrovertido le lleva a vivir con intensidad el animado y pintoresco ambiente de la bohemia madrileña de los años 20. Se relaciona con un buen número de artistas y escritores, y ya por estos años frecuenta con asiduidad algunas de las más célebres tertulias y cenáculos artístico-literarios de los cafés madrileños. En el “Levante” hace amistad hace amistad con Valle Inclán y Ramón Pérez de Ayala, pero sobre todo se relaciona con su paisano Anselmo Miguel Nieto, con Julio Romero de Torres y el dibujante Penagos, congeniando de una manera especial con Aurelio Arteta, el gran pintor vasco cuya primera formación tuvo lugar en Valladolid.
Por estos años trabaja asimismo como ilustrador en algunas editoriales madrileñas, sobre todo en la editorial Renacimiento, cuyos directores, Ricardo León y Víctor de la Serna, le encargan dibujos para portadas, iniciales, cabeceras y colofones de libros. Precisamente, gracias a esta dedicación como dibujante va a hacer posible la realización de ese sueño acariciado por todos los jóvenes artistas de su tiempo consistente en poder viajar a París. Su primer contacto con la ciudad del Sena tuvo lugar en 1924, cuando fue pensionado por la Editora Nacional en su sección de Artes Gráficas. Allí permaneció alrededor de dos años, integrándose en el activo grupo de compatriotas que por entonces trabajaban en la capital francesa y que constituían por esos años uno de los núcleos más vitales y de vanguardia de la denominada Escuela de París.

Vista de un pueblo
Lo que atrajo a Francisco Galicia de París fue, sobre todo, el paisaje urbano. Ningún otro tema llamó prácticamente su atención. Desde sus primeros lienzos es patente la absoluta fascinación que ejercieron en su ánimo las silenciosas calles y solitarios rincones de un París íntimo y sereno.
Aunque se interesó por Cézanne y por el Cubismo, fue especialmente Utrillo, el pintor de moda por entonces y ya plenamente aceptado, quien más llamó su atención.Tras sus penosos comienzos de artistas maldito y rechazado, Maurice Utrillo llegó a convertirse en uno de los pintores más cotizados del momento, cuyo estilo sencillo e ingenuo fue seguido por multitud de imitadores que repitieron hasta la saciedad sus características vistas urbanas de la pintoresca bohemia parisina.Si bien Galicia se dejó llevar por esta corriente, su pintura logró liberarse de esa excesiva sujeción, mostrando su obra indudable personalidad.
Tras esta primera estancia en París regresa a Madrid donde gana una plaza de profesor de dibujo en el Instituto de Tarancón (Cuenca), que compagina con su dedicación a las tareas decorativas. Su prestigio en este oficio se va afianzando por estos años, abriendo en Madrid un taller de decoración.

Granada
Pocos años después vuelve a París, donde pinta una larga serie de lienzos con vistas de la ciudad, encontrándose a comienzos de la década de los 30 de vuelta en Madrid. Por entonces frecuenta el Círculo de Bellas Artes y el Ateneo madrileño, en donde conoce a don Manuel Azaña, con el que le va a unir a partir de entonces una profunda y leal amistad. Galicia se convirtió en uno de sus más fieles seguidores y componentes de su círculo. Hombre liberal, progresista y republicano convencido, la personalidad del eminente político sedujo a Galicia hasta el punto de llegar a ser uno de sus más íntimos amigos e incondicional “azañista”.
Frecuenta las tertulias del Ateneo madrileño, bajo la presidencia de Azaña, conocen su época dorada. Por entonces el Ateneo no solo era un centro científico, literario y artístico de primer orden sino también un reducto político donde buena parte de sus socios trabajaban por la implantación de la República. Rodeado de este ambiente de agitación política, Francisco Galicia estuvo al lado de don Manuel tan sólo como amigo incondicional y entusiasta admirador, sin llegar a detentar nunca ningún cargo ni responsabilidad política. Por amistad hacia Azaña se afilió por estos años a su partido –Acción Republicana–, haciéndolo más tarde al de Izquierda Republicana.

Manuel Azaña
El tiempo libre que le dejaba su trabajo como decorado y las tertulias y discusiones políticas, lo dedicaba a pintar, interesándose cada vez más por el paisaje urbano de Madrid, que constituyó otro de sus temas predilectos.
En 1925 contrae matrimonio con Luisa González Fanlo, joven de familia adinerada. Fruto de esa unión serán los nacimientos de sus hijos, Francisco, José Luis y Mari Luz. Veranea por estos años en San Sebastián. Ello le permite entrar en contacto con el paisaje del País Vasco, cuya pintura tanto habría de influirle.
En 1936 concurre por primera vez a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, certamen éste que hubo de clausurarse a los pocos días de inaugurarse al estallar el alzamiento. En dicha exposición presentó dos cuadros pintados en Guipúzcoa titulados Motrico y Calle de Alza.Ese mismo año, unos meses después de iniciarse la Guerra Civil se traslada a París. El ambiente de inseguridad y continua pesadilla, así como los horrores de la contienda, hacen que su esposa e hijos se reúnan con él en la capital francesa, una vez que es evacuado su domicilio en Madrid. En compañía de su familia y de su fiel sirvienta Josefa, alquilan unas habitaciones en un modesto hotel –el de los Estados Unidos–, en Montrouge, en la banlieu de París. Allí compagina su trabajo como decorador con el cultivo de la pintura. De estos años datan algunas de sus más características vistas urbanas de París, que son bien acogidas y logra vender con facilidad.

Cercedilla (Madrid)
En 1937, formando parte del equipo del dibujante y cartelista valenciano José Renau, colabora en el montaje de la Sección de Información del Pabellón Español de la Exposición Internacional de París, junto a Gori Muñoz, Félix Alonso y Javier Colmena. En el célere Pabellón realizaría un fotomontaje o collage sobre los bombardeos de la guerra de España, panel no conservado, que asimismo se expondría más tarde en los Campos Elíseos. También y en el mismo lugar, tendría ocasión de colaborar con Joan Miró en su famoso mural El payés catalán en revolución, de dimensiones colosales, e igualmente desaparecido. En el momento de la liquidación del Pabellón se le entregarían a Galicia, para su custodia, algunos documentos y un buen número de ejemplares de los grabados Sueño y mentira de Franco que no habían sido vendidos durante la exposición.
En París revive de nuevo el inquieto ambiente artístico de Montparnasse y reanuda sus contactos y viejas amistades con el grupo español de la Escuela de París.Además de su trato y relación con Picasso y su amante Dora Maar –fotógrafa y pintora vinculada a los surrealistas–, también le unieron lazos de compañerismo y amistad con el malagueño Joaquín Peinado y con el madrileño Juan Esplandiú, entre otros muchos.
Francisco Galicia
Al finalizar la Guerra Civil española, se inicia una nueva odisea para el pintor y su familia. Comienza la Segunda Guerra Mundial, y ante la invasión alemana de París en junio de 1940, temerosos de represalias, deciden abandonar precipitadamente la capital francesa. Salen de París clandestinamente y sin equipaje, pretextando que van a despedir a la estación a unos amigos. En el viaje, el tren que les llevará a Burdeos, en la zona libre bajo el régimen de Vichy, es bombardeado y ametrallado por los alemanes.
Sin embargo a los dos días de establecerse en dicha ciudad, en la que creían estar a salvo, Burdeos es intensamente bombardeada, siendo alcanzadas varias casas contiguas a la que habitaba el pintor y su familia. Es entonces cuando deciden trasladarse a Montauban con el fin de reunirse con su amigo el presidente Manuel Azaña quien, junto con su esposa Dolores Rivas Cherif y unos pocos seguidores incondicionales, vivía ya por entonces muy enfermo las amarguras y soledad del destierro en dicha localidad francesa.
Allí le acompañaría en sus días finales, siendo una de las cuatro personas que se encontraban en la alcoba de Azaña cuando éste falleció en noviembre de 1940. Fue, asimismo, Paco Galicia quien diseñó e hizo labrar, por encargo de la viuda de don Manuel, la sepultura que ocupó el Presidente en el cementerio de la citada localidad francesa. El pintor recibió de manos de Dolores Rivas Cherif el vestuario de su querido amigo quien quiso, en aquellos días de penuria, que Galicia aprovechara sus trajes y abrigos. Testigo presencia de sus últimas horas, años más tarde Galicia haría un puntual y emocionado relato del calvario y muerte del político.

Tumba de Azaña
Haciendo caso de las últimas recomendaciones de Azaña, Francisco Galicia decidió a fines de 1940 enviar a España a su mujer y tres hijos, quienes se reunieron en Santiuste (Burgos) con los suegros del pintor. Este tardaría aún tres años en volver a España. El temor a que su íntima amistad con Azaña le llevara a prisión, le hizo demorar su regreso, viviendo en Marsella hasta que en 1943 y gracias a su amigo Víctor se la Serna se le permitió tornar a España.
A su regreso a España en 1943, el pintor se instala en Madrid reanudando su actividad profesional como decorador. Abre su estudio en el número 5 de la calle Estanislao Figueras, y en estos años apenas si se dedica a la pintura, volcando sus esfuerzos en sacar adelante a su familia con su trabajo. La pintura se convierte cada vez más en su refugio, en algo íntimo que oculta con pudor a todos. En este sentido, Galicia seguía siendo un pintor inédito y prácticamente desconocido. Su producción, dejada en depósito en París al cuidado de Christian Zervos, Dora Maar y del pintor cubano Wifredo Lam se perdió casi en su totalidad en los días de la invasión alemana. Años después, lograría recuperar una mínima parte de esos cuadros pintados en París, que guardaría desde entonces como un preciado tesoro.
Su vida transcurre sin acontecimientos dignos de reseñar a excepción del accidente de automóvil que sufrió en 1954, cuando regresa de Barcelona con el escultor Ángel Ferrant de visitar a Eugenio D´Ors, en Vilanova i la Geltrú.Sigue no obstante pintando en la soledad de su estudio y para su recreo. Obligado materialmente por sus amistades, que le reprochan su voluntario apartamiento del público y exagerados escrúpulos, presenta dos pequeños cuadros de sus años parisinos a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1957, titulados Avenida de Montrouge (Seine) y Canal de San Martín. Por éste último obtuvo del jurado una de las ocho medallas de tercera clase, dotadas con diez mil pesetas.

Calle de Madrid
A pesar de su relativo reconocimiento que supuso este premio, que le valió elogiosos comentarios de la crítica especializada así como la aparición de algún que otro artículo, incluyendo la publicación a toda página y en color de su cuadro en la conocida revista Blanco y Negro, Francisco Galicia consideró este pequeño triunfo como algo episódico, negándose a partir de entonces a toda exhibición pública de sus obras.
Durante los últimos años de su vida se encerró en su estudio, dedicándose por completo al cultivo de su auténtica vocación. Es entonces cuando, cansado de su profesión como decorador, cierra su taller y solo vive para la pintura, consagrándose a pintar de memoria paisajes urbanos de París que realiza con ayuda de antiguos dibujos y viejas notas tomadas del natural. En 1973 hace un último viaje a París, en donde vive su hijo mayor, también llamado Francisco. A su regreso refleja sus impresiones en una magnífica serie de lienzos con sus características vistas de la ciudad del Sena. Son todos ellos, cuadros de una dramática soledad que nos muestran calles silenciosas y rincones solitarios, desvelándonos una ciudad de avenidas desiertas, viejas tiendas y ambientes recoletos que el pintor acierta a captar en mudas y sobrias composiciones, de un sentido cada vez más hiperrealista.

Calle de México (Madrid)
En los meses postreros de su vida, sus amigos, y en especial Fernando Chueca Goitia y Joaquín Peinado, lograron convencerle de que mostrara sus obras en público, dándolas a conocer en una exposición antológica en la sala de Santa Catalina del Ateneo Madrileño.Cuando preparaba la inauguración de la muestra, un mes antes, un fallo cardiaco acabó con la vida del pintor el 14 de marzo de 1976.
Curiosamente, tras esta larga vida, su producción como pintor estaba aún por desvelar, y Galicia seguía siendo un artista prácticamente desconocido. Su familia y amigos, abrumados por el terrible golpe de su desaparición, continuaron adelante con el proyecto de su exposición, que se convirtió al mismo tiempo en un homenaje póstumo. Inaugurada en mayo de ese mismo año, la muestra constituyó un rotundo éxito y fue considerada como uno de los acontecimientos artísticos más destacados de la temporada. La crítica alabó unánimemente su estilo sobrio y conciso, así como el encanto lírico y poética atmósfera de sus lienzos que hicieron de su pintura una verdadera revelación.

PERFIL HUMANO
Todos los testimonios que se conocen sobre la personalidad de Francisco Galicia coinciden en destacar su calidad humana y extraordinaria bondad de carácter. Según los que le conocieron, era un hombre jovial y extrovertido. Amante de la vida, poseía una enorme capacidad para hacer amigos. Leal, comprensivo y afectuoso, cuantos le trataron apreciaron siempre su talante magnánimo, su cortesía y caballerosidad. No tuvo enemigos, y a pesar de que en su trayectoria vital hubo también dolor y amargura, su rectitud de conducta le impidió enzarzarse en polémicas y discusiones. Nunca se encrespaba, nunca perdía su proverbial humor, nunca hacía blanco de su ironía las flaquezas y debilidades de los demás, cerrando los chismes con inocentes bromas. Su gran amigo, el periodista Luis Calvo lo describía físicamente como un hombre alto, corpulento, de nobles facciones y rostro bondadoso y amable.

Francisco Galicia
Su afán fue siempre pasar inadvertido, aunque para ello tuviera que sacrificar su reconocimiento público como pintor. Paco Galicia quiso siempre vivir en la sencillez y en la modestia. Incapaz de abrirse camino a costa de los demás, no conoció ni la envidia ni la ambición. De todos era conocido su sentido de la generosidad, que le llevaba en todo momento a pensar en los demás por encima de sus propios intereses.
Entre sus amigos no faltaron grandes artistas, como José Frau, Juan Manuel Díaz Caneja, Cristina Mallo, Angel Ferrant, Francisco Mateos, Eduardo Vicente o el ya citado Juan Esplandiú. No solo buscó sus amistades entre pintores y escultores, también conoció y tuvo por amigos a un sinfín de escritores, periodistas, arquitectos, médicos, actores, directores de cine o toreros. Sería interminable la lista de sus amigos. Entre los más fieles se pueden recordar a Luis Calvo, Víctor de la Serna, Gerardo Diego, Melchor Fernández Almago, Fernando Chueca Goitia, Josefina Carabias, José María Cossío, Pepín Bello, Alfonso Buñuel, García Mercadal, Suárez Carreño, Carlos Arniches, Alfonso Sánchez y otros muchos.

PAISAJES URBANOS DE PARÍS
Dentro de su producción, uno de los conjuntos más atractivos de su obra lo integran, sin duda, los paisajes urbanos pintados durante su estancia en Francia, y especialmente sus admirables lienzos de calles parisinas.
En 1924, a los veintinueve años de edad, llega por primera vez a la Ciudad del Sena.Le interesa de manera especial el paisaje urbano de París: sus calles silenciosas, sus recoletas platas, sus solitarios rincones y desiertas esquinas. En este sentido, su pintura refleja evidentes contactos e inspiración en la obra de Maurice Utrillo, cuya figura, por esos años, se había convertido ya en un mito entre los artistas del círculo parisino. Sus características vistas urbanas de un París inédito y profundamente amado habían terminado por obtener un clamoroso éxito entre críticos y marchantes.
Galicia no nos muestra en sus cuadros el París tópico y pintoresco, la ciudad turística y bulliciosa. No le interesa el París de la Plaza de la Concordia, ni de la Torre Eiffel ni del Sacre Coeur. No le atraen los célebres “Moulins” de Montmartre ni los animados y ruidosos cafés del Barrio Latino. Por el contrario, nos descubre en sus telas rincones inéditos y solitarios de los barrios populares, calles desiertas y desnudas avenidas, espacios tranquilos, ordenados y totalmente vacíos de personajes.

Boulevard Raspail (París)
Caffe de París en día lluvioso (Montrouge)
Calle de Marsella
Calle de Montauban
Su París predilecto es el de las humildes tiendas de comestibles con sus cajones de mercancías en la puerta, el de vulgares casas de blancas paredes en callejas o en mudos patios de los suburbios de la banlieu en donde residió, o el de las viejas barcazas amarradas a las orillas del Sena. El modesto pero lírico ambiente urbano de Montrouge en donde vivió es el protagonista de sus estáticas y sobrias composiciones. Un paisaje intimista, puro y sin ornamentos, que el pintor sabe impregnar de melancolía y soledades, creando verdaderos remansos urbanos.

Calle de París (Boulangerie)
Calle de París
Canal de Saint-Martin (París)
El viejo puerto de Marsella
De entre la sugestiva serie de paisajes franceses pintados por Galicia también habría que recordar algunos pintados en Marsella y sobre todo en Montauban, a donde le llevó su amistad con don Manuel Azaña. Ante ellos de nuevo se comprueba su preferencia por los amplios espacios deshabitados, por los ambientes solitarios siempre de una pureza, lirismo y fragilidad extraordinarios.
Lamentablemente el conocimiento de los cuadros pintados en sus largas estancias en Francia es hoy bastante incompleto. En la precipitada fuga del artista de París, al ser ocupada la capital por los alemanes, se perdió la mayor parte de su producción parisina, de la que el pintor solo pudo salvar posteriormente unas cuantas obras.

Le Lapin Agile (Montparnase)
Le Sacre-Coeur
Montmartre (París)
Montmartre
 
EL MADRID DE FRANCISCO GALICIA
Aunque nacido en Valladolid, nuestro pintor siempre se consideró madrileño de adopción. Su compenetración e identificación con la ciudad, que le acogió como suyo en su juventud, fue completa. Madrid fue el escenario de sus vivencias, marco de sus afanes cotidianos, de sus triunfos y sinsabores. En ella desarrolló su trayectoria profesional, vio crecer a su familia y ensanchó el círculo de sus amistades.
Conoció primero el bullicio y la vitalidad del Madrid de los años 20, y luego, tras el paréntesis de la Guerra Civil, el Madrid, ruidoso y en creciente desarrollo, de la postguerra. Asiduo de tertulias y cafés, conoció y trató prácticamente a todas las figuras relevantes del Madrid de su tiempo. En este sentido, Francisco Galicia fue uno de los últimos representantes de ese Madrid amable y placentero, un Madrid que ya por entonces se recluía nostálgico en sus recuerdos pero en el que todavía había lugar para el deleite de la conversación o del ameno paseo.

Bar "Los Cristales" (Madrid)
Calle Cartagena (Madrid)
Calle de López de Hoyos (Madrid)
Su vocación por el paisaje urbano halló en la capital de España el escenario ideal para su cultivo. Buena parte de su obra la consagró a captar el alma de las calles y viejos rincones de los barrios madrileños. Una ciudad inmersa en un clima de soledad, quietud y silencio, alejada del bullir cotidiano. Un Madrid singular, minucioso, impregnado de un raro encanto e íntima poesía. Los suburbios madrileños, vacíos y mudos, se nos muestran en su soledad dominguera con una grandeza impresionante.
Al igual que hemos visto en sus lienzos parisinos, las calles aparece casi siempre desiertas, las plazas y espacios urbanos se nos muestran como petrificados, sin nadie o con alguna figura solitaria que intensifica aún más su triste desolación. Al decir de Chueca Goitia “son expresión del mundo solitario del pintor que los convierte en paisajes del alma. Su pupila transfigura lo vulgar y lo impregna de un hálito de melancolía que tiene el desgarro de un adiós, de una cruel despedida”.

Calle de Segovia (Madrid)
Plaza madrileña (La Guindalera)
Iglesia de San Pedro (Madrid)
Fue su profunda amistad con Juan Esplandiú y Eduardo Vicente lo que le llevó a cultivar el paisaje madrileño, a partir de la década de los años cincuenta y posteriormente, en la última etapa de su vida. Esplandiú, del que se han de recordar sus espléndidos dibujos y acuarelas que sirvieron de ilustraciones del conocido libro de Pedro de Répide, Las Calles de Madrid, fue quien más influyó en el pintor vallisoletano. A Galicia le interesa la ciudad por sí misma. Persigue captar la íntima poesía y la emoción de sus calles y esquinas que son los únicos protagonistas de sus telas. Ello no implica que su pintura sea algo deshumanizado y sin alma. Se trata de una visión limpia y pura del paisaje urbano, pero no fría ni desangelada.
El Madrid que nos ha transmitido Galicia en sus lienzos lo integran preferentemente las calles en donde vivió o próximas a su residencia y estudio: las calles de Francisco Silvela, de Cartagena, Segovia, Suero de Quiñones, General Zabala, López de Hoyos, el Bar Los Cristales, el quiosco de la plaza de los Sagrados Corazones…, el Madrid de las proximidades del Viaducto y de la plaza del Alamillo.

CASTILLA, GUIPUZCOA Y OTROS ESCENARIOS
Aunque el paisaje urbano constituyó el asunto más querido y el tema más peculiar de la pintura de Francisco Galicia, también le atrajo el ámbito rural, y más concretamente el paisaje castellano, descubierto y puesto de moda en la pintura española desde comienzos de siglo, gracias a la Generación del 98.
La visión tópica de Castilla con sus desoladas llanuras y campos yermos, con sus interminables trigales y remotos pueblos sedujo a escritores y artistas. La temprana lección de Aureliano de Beruete y de Darío de Regoyos fue pronto secundada por otros muchos pintores que, entusiasmados con el paisaje esencial y ascético de Castilla, plantaron su caballete en medio de los ácidos páramos o en sus silenciosos y vetustos pueblos. El paisaje de la Meseta, juzgado hasta ahora como impintable, se convierte por su sentido de la espiritualidad y su carácter tan sobrio, en una verdadera revelación para los artistas de las primeras décadas de siglo, que vieron en él lo más puro y acendrado de la esencialidad de las tierras de España.

Castrojeriz (Burgos)
Cigales (Valladolid)
Iglesia de Celada del Camino (Burgos)
Iglesia de Celada del Camino (Burgos)
Iglesia de Santiuste (Burgos)
Iglesia de Santiuste (Burgos)
Santiuste (Burgos)
Tordesillas (Valladolid)
La pintura de Francisco Galicia no fue ajena a la corriente de exaltación de las tierras castellanas, si bien su interés por el paisaje meseteño fue algo tardío dentro de su obra. Su arte, silencioso, puro y despojado de ornamentos se avenía bien con esta valoración del terruño castellano. Por otra parte, él siempre hizo gala de su profunda castellanidad que se reflejaba en la serenidad y ponderación de su carácter, así como en la afabilidad y propensión a la ironía un tanto seca.
No gusta a Galicia de pintar a plein-air, sino que prefiere tomar rápidos apuntes y construir posteriormente sus paisajes en la soledad de su estudio. Sabemos por su amigo Luis Calvo que rara vez plantaba su caballete en medio del campo para copiar directamente del natural, sino que por el contrario, solía contemplar con detenimiento el  paisaje elegido; reteniéndolo en su mente, para después y delante del lienzo interpretarlo fielmente con sus pinceles. Son tal vez estos pequeños cuadros sus obras más íntimas, pueblos solitarios y como petrificados, pueblos sumidos en un apacible clima de silencio por cuyas calles nadie transita y en las que reina una calma especial y una serena melancolía. A partir de 1965, hará frecuentes viajes a su Castilla natal, pintando la Plaza Mayor de Tordesillas con sus soportales, la majestuosa iglesia de Cigales con sus poderosas torres gemelas, la innegable belleza de los campos son dorados trigales de Castrojeriz, las iglesias medievales y el blanco caserío de Santiuste, Celada del Camino, Lerma, el castillo de Turégano, etc.
Sus primeras obras conocidas, fechadas en 1928 tuvieron por escenario el ameno paisaje de Guipúzcoa, en donde solía veranear con su familia. Su vieja amistad con Arteta y su profundo conocimiento de la pintura vasca le llevaron a acusar cierto impacto, en estos primeros lienzos, de la gran escuela vascongada. Sus delicadas visiones del Puerto de San Sebastián o del Viaducto de Herrera en Guipúzcoa refleja el conocimiento de la obra de los maestros vascos, como Regoyos, Arteta, Echevarría u Olasagati, entre otros. Chueca Goitia ha observado igualmente cierta proximidad con el estilo de Daniel Vázquez Díaz –por entonces, el más influyente maestro de la pintura española–, cuyo influjo es comprobable en el artista vallisoletano tanto por el sentido riguroso de la forma, como por su gusto por una paleta suave y plateada.

Herrera (Guipúzcoa)
La ría de Pasajes
Puerto viejo de San Sebastián
Rincón de un pueblo de Guipúzcoa
Menos importancia, dentro de su obra, tuvieron otros marcos geográficos. El Sur apenas si le llegó a interesar, y tan sólo conocemos algunos cuadros de La Chanca, en Almería, así como un lienzo de una de las puertas de la Alhambra de Granada. Por el contrario, Ibiza, en donde veraneó algunos años, le cautivó intensamente, pintando hermoso rincones de la isla, en los que son de admirar la exquisita luminosidad y pureza de los tonos blancos del caserío, destacando sobre el intenso cielo azul.
 
La Charca (Almería)
Adra (Almería)
Ibiza
Figura del paisaje, apenas si le atrajeron otros temas. No aparece prácticamente en su obra la figura humana y tampoco le interesó el retrato. Tan sólo conocemos algunos floreros y naturalezas muertas, de un arte escueto y esencial, en donde sin embargo da rienda suelta a su gusto por el color, engrosando la materia, que el pincel desliza generoso y con opulencia de empastes.

Cesto con nueces
Jarrón mallorquín
BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: Francisco Galicia, 1895-1976: exposición organizada por el Banco Bilbao Vizcaya en su Sala de Exposiciones de Valladolid: octubre-noviembre, 1988, Banco Bilbao Vizcaya, Valladolid, 1988.

LA YESERÍA BARROCA EN LA PROVINCIA DE VALLADOLID I: San Martín de Valladolid y Santiago de Alcazarén

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El rasgo que mejor define el arte barroco hispano es su profundo sentido decorativo en contraste con la sencillez de las estructuras. Parte esencial de esta decoración lo constituyen, por su variedad y riqueza de invención, las yeserías polícromas que tapizan interiores de bóvedas y las cúpulas, siguiendo diseños que evolucionan desde lo puramente lineal hasta motivos figurados muy diversos.
Las labores en yeso, de tradición mudéjar fuertemente arraigada, se cultivaron de modo aislado durante el renacimiento –no podemos olvidar la capilla de los Benavente en la iglesia de Santa María, de Medina de Rioseco–, para resurgir con los albores del siglo XVII y desarrollarse durante esa centuria y la siguiente, dando lugar a múltiples y fastuosas creaciones barrocas.

Yeserías de la Capilla de los Benavente en la iglesia de Santa María, de Medina de Rioseco. Fotografía tomada de: http://www.montorocastro.es
Fotografía tomada de: http://rutastranquilas.blogspot.com.es/2013/06/medina-de-rioseco-2.html
El yeso cuenta a su favor con la facilidad para su modelaje y además un precio más que económico. Gracias a ello la arquitectura más ambiciosa pero también, y sobre todo, la más modesta, pudo revestirse de una exuberante ornamentación, acorde con el sentido español de la estética, que se hace especialmente patente en la región andaluza. Las yeserías de la bóveda de la catedral de Córdoba se consideran el punto de partida del gran desarrollo que el arte del estuco figurado polícromo alcanzaría en las distintas ciudades andaluzas.
Pero si el gusto por lo decorativo es característico de lo hispano, parece fuera de duda que la gran mayoría de los modelos ornamentales utilizados aquí y allá proceden de repertorios europeos, del manierismo italiano primero al que se unen más tarde los diseños de tratadistas nórdicos. Guirnaldas, acantos, grutescos de muy variadas formas, tarjas, roleos, cintas, cartuchos, etc., formas, en suma, como las que aparecen en la Arquitectura de Dietterlin, con su carga de fantasía e incluso de irracionalidad, penetran en España a través de grabados y, sobre todo, del libro impreso y por la misma vía llegan a las provincias americanas. Los prototipos manieristas perviven en ambos casos durante todo el barroco, junto a otros motivos vegetales, heráldicos y de rocallas, a los que se unen en América, aunque en mucho menor grado, otros surgidos de la flora y fauna local.
Los más notables ejemplos de yeserías figurativas revisten los interiores de edificios de reducidas dimensiones: capillas sacramentales, hospitales, ermitas y, sobre todo, capillas y camarines dedicados al culto mariano, en los que arquitectura y decoración se funden creando ámbitos de gran barroquismo donde se desarrollan complejos programas iconográficos.
El barroco vallisoletano es rico en cubiertas adornadas con yeserías si bien los motivos más usuales son abstractos y, frecuentemente, sin policromar. En la primera mitad del siglo XVII aparecen exclusivamente formas geométricas, singularmente las puntas de diamantes. Más tarde los modelos van enriqueciéndose y abultándose, con inclusión también de rameados y tarjetas hasta llegar al hito que supone la decoración de las bóvedas de la iglesia de Santiago, en Medina de Rioseco, realizadas entre 1672-1673 por el arquitecto Felipe Berrojo, en las que aparecen tarjetas vegetales, escudos e incluso decoración figurada con motivos santiaguistas que incluyen el relieve del apóstol titular, que además se policroman. No obstante, los motivos se disponen de forma aislada, sin ocultar las líneas arquitectónicas, rasgo éste que, con muy pocas excepciones, será constante del estilo local.

Yeserías de la iglesia de Santiago Apóstol de Medina de Rioseco
Así pues, lo poco compacto de los diseños, la falta de policromía y la escasez de motivos estrictamente decorativos son las características de las yeserías vallisoletanas. Curiosamente los casos de decoración más profusa se dan en edificios modestos, como las ermitas de Nuestra Señora del Carmen, de Torrecilla de la Orden, y de la Virgen de Tiedra Vieja, en Tiedra, singularmente ésta última, con motivos vegetales, veneras, emblemas marianos y relieves historiados en las pechinas que hacen de ella el conjunto más cercano a la sensibilidad andaluza.

Yeserías de la ermita de Nuestra Señora de Tiedra
Junto a ellos contamos con dos ejemplos que bien pueden ser considerados como de los más bellos de la provincia, puesto que además presentan una cierta originalidad y ofrecen rasgos que pueden vincularlos con creaciones americanas. Se trata de la Capilla de don Gaspar de Vallejo en la iglesia de San Martín de Valladolid y la Capilla de la Virgen del Carmen de la iglesia de Santiago de la villa de Alcazarén.

VALLADOLID. IGLESIA DE SAN MARTÍN. CAPILLA DE DON GASPAR DE VALLEJO
A finales del siglo XVII se abre en el tramo central del muro del evangelio una capilla perpendicular al cuerpo de la iglesia integrada en tres ámbitos: el central, cuadrado, se cubre con cúpula sobre pechinas que presenta una interesante decoración de yeserías figurativas. La capilla tuvo la advocación de San Juan de Sahagún y fue fundación de don Gaspar de Vallejo, Caballero de Santiago, del Consejo Supremo de Castilla, que tenía sus casas principales fronteras a la iglesia aunque residía en la corte.
La edificación de la capilla se comenzó en octubre de 1693, cuando se nombró a varios maestros de obras “para ber y reconozer la planta y fábrica de la capilla que se a de hazer”, determinando la disposición que debía tener. Inmediatamente se adquirió el terreno y se pregonó la obra, adjudicándose a los maestros de obras Pablo Mínguez y Manuel Izquierdo en 33.000 reales de manos y materiales. La edificación se prolongaría hasta septiembre de 1697, momento en que se certifica “que la dha capilla estaba acabada”. En octubre los maestros dieron carta de pago y finiquito del precio estipulado más 5.350 rs. “que an ynportado las mejoras que ycieron en dha capilla” y acrecentaron después del remate de ella conforme a la traza planta y condiciones de Juan Tejedor.

La profesa Fernández el Hoyo piensa que las citadas mejoras harían referencia a la decoración de yeserías, corriendo por tanto el diseño de las mismas por cuenta de Tejedor Lozano. Abona esta suposición el que el propio artista sea el autor de las trazas de la capilla de los Gaitán, en la iglesia de San Pedro, de Tordesillas (Valladolid), construida en 1674 y que presenta yeserías con rameados y escudos en paredes, pechinas y media naranja En tanto que en la capilla tordesillana aparecen únicamente motivos vegetales y heráldicos, la cúpula vallisoletana incluye la figura humana en contraste con los motivos estrictamente geométricos que cubren el resto de la capilla.

Yeserías de la capilla de los Gaitán, en la iglesia de San Pedro de Tordesillas
Pasando ya a analizar las yeserías de San Martín, en el vértice de las pechinas un mascarón fitomorfo sirve de punto de arranque a follajes de zarcillos de acanto que envuelven atributos marianos: jarrón de flores, ciprés, espejo, palma respectivamente; la policromía es de tonos oscuros. La cúpula presenta un tambor en el que se disponen alternativamente 8 ventanas –de las cuales sólo una está abierta– y 8 pedestales adornados con sartas de frutas. Sobre éstos, y ya en la curva de la cúpula, figuras de apóstoles en relieve asimismo policromados en tonos predominantemente oscuros. Es fácil reconocer a San Pedro, San Pablo, San Andrés, San Juan y Santiago el Mayor, y, de forma más dudosa, a San Mateo, Santo Tomás y San Felipe (?). El casquete que remata la cúpula lleva en el centro un marco rectangular, con grandes orejeras, que encierra la figura en relieve de la Inmaculada; uno y otra están asimismo policromados. En torno a ellos y a modo de corona se disponen 8 medias figuras, al parecer femeninas, de rostros delicados y abundante y rizada melena, cuerpos vestidos y cortados a la altura de los hombres como si fuesen maniquíes; de cintura para abajo los cuerpos se convierten en follaje en tanto que los inexistentes brazos se sustituyen por guirnaldas de flores y frutas que enlazan, sin solución de continuidad, con la figura siguiente. Estas figuras están sin policromar.

La iconografía es muy sencilla: la Inmaculada, a la que se refieren los emblemas de las pechinas, aparece escoltada por los apóstoles, con una disposición para la que pueden encontrarse abundantes paralelismos, entre los que podemos recordar la cúpula octogonal de la capilla del Rosario, en la iglesia de Santo Domingo, de Oaxaca (México), contemporánea, con relieves de apóstoles en torno a la Virgen del Rosario, si bien la desnudez de la cúpula vallisoletana contrasta abiertamente con el abigarramiento de la mexicana.

Vistas de la cúpula de la capilla del Rosario de la iglesia de Santo Domingo de Oaxaca. Fotografía tomada de: http://cvc.cervantes.es/artes/ciudades_patrimonio/oaxaca/paseo/acc-santodomingo.htm
Fotografía tomada de http://www.taringa.net/posts/info/12670014/Artes-de-mexico.html
El motivo del torso humano mezclado con vegetación, que deriva del grutesco, es forma muy habitual desde el renacimiento. Difundida a través de grabados y orlas de libros, prolifera como motivo decorativo en piedra, madera, metal y estuco, recubriendo fachadas, soportes arquitectónicos, retablos y bóvedas en la Península y América, presentando figuras variadas.
Sin embargo no son tan frecuentes los casos de una disposición similar a la que presentan las figuras de San Martín, entrelazadas formando círculo, aunque no falten ejemplos relacionables. El más conocido probablemente sea pese a la diferencia de material, el de la cúpula de la iglesia de Santiago, de Pomata (Perú), en la que tres tipos diferentes de figuras-follaje se unen en una rítmica composición que algunos han interpretado como corona de ángeles derivada de pinturas renacentistas italianas y otros como una danza rítmica de estirpe indígena.

Cúpula de la iglesia de Santiago de Pomata (Perú). Fotografía tomada de https://www.flickr.com/photos/plushot/
La cúpula se ha relacionado con la tradición mudéjar y sus repercusiones en el barroco andaluz; cúpulas del camarín de la Virgen del Rosario, en la iglesia de Santo Domingo, de Archidona(Málaga) y de la parroquial de Herrera(Sevilla), aunque en ésta última predominen las formas inorgánicas.
Junto a estas realizaciones, las figuras de San Martín destacan por su elegancia si bien no podemos obviar la irregular disposición de las cuatro que coinciden con las orejeras del marco de la Virgen, lo que pudiera atribuirse a una torpeza del tallista en la plasmación del diseño.

ALCAZARÉN. IGLESIA DE SANTIAGO. CAPILLA DE LA VIRGEN DEL CARMEN
La parroquia de Santiago, de Alcazarén (Valladolid), originariamente un edificio románico mudéjar, experimentó profundas transformaciones en los siglos XVII y XVIII. Adosada a la cabecera por el lado del evangelio se construyó en esta última centuria una pequeña capilla, a modo de camarín con transparente, dedicada a la Virgen del Carmen y que tiene acceso directo desde el presbiterio del templo. En contraste con la sencillez de su arquitectura, un cuadrado sin ningún ornamento arquitectónico, y sobre pechinas desornamentadas, se levanta una media naranja adornada con yeserías polícromas de original diseño.

La capilla estaba ya en construcción en mayo de 1762, fecha en que se anotan las primeras cantidades “para la fábrica de la capilla de Nuestra Señora del Carmen que con licencia de Su Sª Ilma. se está haziendo en mi iglesia”. Quien consigna el pago es el párroco D. Diego Ramírez de Arellano, que desempeñó un importante papel en la realización de la obra aunque no pueda considerársele fundador o patrono de la capilla ya que ésta se construyó con la aportación de los fieles. La capilla estaba terminada en lo esencial en julio de 1768, cando el sacerdote rinde cuentas del coste de la misma.
El autor de las trazas fue el arquitecto Fray Antonio de San José Pontones, religioso jerónimo en el convento de la Mejorada de Olmedo, quien acudió en tres ocasiones a vigilar la marcha de las obras. Según afirma el párroco él mismo costeó los gastos del arquitecto a quien “gratificó” por ambas actuaciones. Su actividad como arquitecto se constata en diversas provincias castellanas y en El Escorial, con especial dedicación a las obras públicas; su estilo es, naturalmente, sobrio y desornamentado, en nada afecto a las fantasías barrocas. Precisamente en 1762 Pontones supervisaba la construcción del camarín del mismo Alcazarén, que realizaba al maestro Antonio Cecilia con trazas probablemente suyas y que se decoraba también con yeserías “con los atributos de María Santísima”.

Casi la totalidad de las fotografías de Alcazarén se las debo a Víctor Gutiérrez e Ismael Catalina
De la construcción de la capilla del Carmen fueron responsables Joseph Muñoz y Fernando Álvarez, maestros alarifes de Alcazarén, mientras que el artífice de la talla fue Domingo Fernández Pedrosa, “de oficio tallista vzº de la vª de Íscar” a quien se pagan 1.116 reales “por 75 días que se ocupó en la talla de yeso de dha capª”.
La decoración de la media naranja adopta una disposición radial, a partir de una clave adornada con 4 cabezas de ángel en medio de follaje: 8 pilastras originan 8 segmentos trapezoidales de molduras mixtilíneas; unas y otros ostentan yeserías. En el segundo que coincide con el remate del retablo, un águila bicéfala coronada, que porta en sus garras espada y cetro, sirve de marco al escudo del Carmelo; entre sus dos cabezas aparece otra humana; encima el monograma de María, con corona imperial. En el resto de los espacios trapezoidales, los emblemas de la Virgen: sol, luna, espejo, rosa, ciprés, torre y palmera aparecen rodeados de un variado repertorio de formas de raigambre claramente manierista, entre las que figuran grutescos, veneras, cestas de frutas, vegetales, volutas, etc. que se repiten alternativamente dos a dos. Bajo ellos, en el arranque de la cúpula, alternan cartelas rodeadas de volutas y ramos con 4 grupos de dos sirenas enfrentadas que sostienen una venera con una de sus manos mientras se llevan la otra al torso; bajo el águila bicéfala aparece un ángel de cuerpo entero que parece llevarse un dedo a los labios en actitud de reclamar silencio.

Tras este retablo, conservado en la iglesia, se encuentra el camarín de la Virgen del Carmen
Sobre las pilastras, y a modo de estípites figurados, se superponen figuras de torso humano, vestidas con variados atuendos, que se resuelven en formas inorgánicas, mascarones, ángeles-atlantes, emblemas musicales, cintas, drapeados, elementos vegetales, etc. Cinco de ellas tocan instrumentos musicales de cuerda: violín, guitarra, y de viento: serpentón, fagot y chirimía, en tanto que la sexta –que difiere por su factura, tamaño y atavío– parece tener las manos vacías aunque por su postura podría tocar unas invisibles castañuelas. Las dos pilastras que restan acogen a las que parecen ser las figuras principales: el rey David, barbado, con manto y corona, tañe el arpa; a su lado un personaje que con la derecha parece dirigir la orquesta. Completando la decoración, cuatro niños de bulto redondo se sientan sobre la cornisa con las piernas en el vacío; en sus manos derechas quedan argollas que bien podrían haber servido para colgar lámparas.

Todas las figuras están talladas en yeso con bastante resalto, singularmente las humanas que son también las más toscas dentro de la factura eminentemente popular de todo el conjunto. La cúpula ostenta una rica policromía de colores fuertes de los que está ausente el oro, lo que contribuye a acentuar el aspecto exótico de las yeserías. En 1774 se pagaba a “Roque Felipe, vº de Cuéllar y a Segundo del Río, vº de Olmedo doradores”, por “dar de colores a la talla de la media naranja de la capilla”.
La mayoría de los motivos que aparecen en la cúpula son habituales en el barroco peninsular y americano. La verdadera originalidad de la decoración reside en las figura de músicos que forman los estípites animados. Ángeles que tañen instrumentos musicales aparecen en la capilla del Rosario, de Oaxaca, y en el sotocoro de Tonantzintla, en México, pero no conocemos ejemplos de músicos adultos en la época. Quizá sería preciso retrotraerse a iconografías medievales. El rey David de la Portada de las Platerías y los ancianos apocalípticos del Pórtico de la Gloria, de Santiago de Compostela, podrían haberse unido con un sentido de exaltación mariana, en cuyo honor se interpreta el celestial concierto.

La factura eminentemente popular de la talla, a lo que contribuyen de un modo muy notable los fuertes y contrastados colores de la policromía, hacen de las yeserías de Alcazarén algo verdaderamente inusual, exótico en el barroco castellano.

BIBLIOGRAFÍA
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: “Las yeserías figurativas: apuntes para su estudio”, Actas del V Simposio hispano-portugués de historia del arte, Valladolid, 1990, pp. 113-117.

LOS CUATRO BULTOS FUNERARIOS DE LA IGLESIA PARROQUIAL DE TRIGUEROS DEL VALLE

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En la bella iglesia parroquial románica de Trigueros del Valle se conservan cuatro importantes bultos funerarios, ya no por su calidad, que también posee, sino por la escasez de este tipo de escultura en la actual provincia de Valladolid, cosa que no quiere decir que antiguamente no hubiera, sino que en la actualidad conservamos pocos ejemplares. Los bultos no llevan escudos ni inscripciones que nos pueda ayudar a identificar a quienes representan, pero que con toda probabilidad, según la idea de Ara Gil, pueden corresponder a miembros de la familia Robres.

Vista parcial de Trigueros del Valle
Diferentes aspectos del exterior de la iglesia
Los dos situados en el lado del evangelio del crucero son de piedra de mala calidad y están tan deterioradas que apenas son reconocibles. Están situados en el interior de dos arcosolios lisos que se abren en arco rebajado, y corresponden a una dama, de la que sólo se distingue parte de la cabeza, y a un caballero, aún en mayor estado de deterioro.

También en el crucero, pero en el costado de la epístola, hay otras dos estatuas yacentes esculpidas en alabastro y relativamente bien conservadas, dentro de arcosolios lisos. Una de ellas corresponde a un caballero (1,54 m.), al que le faltan parte de las piernas, parece como si primitivamente hubiese estado colocada en otro lugar y más tarde le hubieran acomodado en este nicho. Tiene la cabeza apoyada sobre dos almohadas; el peinado corresponde a la moda de fines del siglo XV y principios del XVI, consistente en una melena un poco vuelta hacia dentro y más corta por la parte de delante que por la de atrás va cubierto con una gorra de pieles como la que lleva el príncipe don Alfonso en su sepulcro de la cartuja de Miraflores, colgado a la espalda; viste ropa con mangas acuchilladas sobre una camisa fruncida que se ve por el escote. Debía de llevar ropa talar. Con ambas manos sostiene una espada extendida sobre su cuerpo. Tiene los ojos abiertos y el rostro surcado por dos profundos pliegues debajo de las mejillas.

La escultura femenina (1,75 m.) tiene, como en la anterior, la cabeza apoyada en dos almohadas. Su indumentaria está formada por una saya de escote cuadrado debajo de la cual puede verse la camisa, que sobresale también por las aberturas de las mangas. Lleva la cabeza cubierta por un velo y se envuelve en un manto con maneras. Sobre el regazo lleva un libro abierto, y un par de guantes colgados de la mano izquierda.
 
No es posible precisar quiénes son los personajes a quienes representan estas esculturas. En tiempos de Juan II, Fernando de Robres, contador mayor de Juan II, había fundado mayorazgo en Trigueros del Valle y en este pueblo estableció la familia su mansión señorial, que aún se conserva y que se terminó en vida de su hijo don Gutiérrez de Robres, señor de Valdetrigueros, en 1453, fecha que aparece sobre la puerta de entrada al segundo recinto del palacio, sobre los escudos de los Robres y de los Guevara. Pedro Gutierre de Robres estaba casado con doña María de Guevara, prima de doña María Velasco según consta en el testamento de esta última y murió en 1479. A estos señores o a su hijo Fernán Alfón que murió en 1490 pueden corresponder las figuras yacentes.
Desde el punto de vista del estilo, estas esculturas parecen haber sido ejecutadas por un escultor que conocía el estilo burgalés de fines del siglo XV y lo interpreta de una forma ruda.

BIBLIOGRAFÍA
  • ARA GIL, Clementina Julia: Escultura gótica en Valladolid y su provincia, Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1977.

LA PRIMITIVA IGLESIA PARROQUIAL DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL DE VALLADOLID

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En el centro de la actual plaza de San Miguel se hallaron hace unos pocos años los restos que quedaban de la primitiva iglesia de San Miguel. Dicha iglesia fue edificada en el siglo XI, aunque bajo la advocación de San Pelayo, siendo una de las dos parroquias con que contaba por entonces la villa. El primitivo templo cambio pronto su advocación por la de San Miguel, nombre con el que figura ya a mediados del siglo XII quizás debido a la estrecha relación que existía entre los benedictinos de Cluny, de quienes dependía la abadía fundada en la por entonces villa de Valladolid, y la propagación del culto al citado arcángel.
El primitivo edificio poseería las características propias de la arquitectura románica de esta zona: iglesia de pequeño tamaño (“su fábrica fue estrecha”, dice Canesi), probablemente de una sola nave rematada su cabecera por un ábside semicircular. El crecimiento de la villa provocó también el del núcleo poblacional que rodeaba originalmente el templo y aunque la actividad comercial de la villa se desplazó hacia el sur la parroquia no perdió importancia. Dicha importancia se fundamentaba en dos elementos, por una parte era el lugar donde se custodiaba el archivo donde Valladolid guardaba sus privilegios municipales; y por otra, en la espadaña de su templo estaba colgada la campana del Concejo que se tañía para llamar a queda –en verano a las 10 h y en invierno a las 9 h– a rebato o a reunión.

La iglesia mejoró sensiblemente su edificio en 1497 cuando dos personajes muy próximos a los Reyes Católicos, el comendador de la orden de Calatrava don Diego de Bobadilla y el doctor y consejero Gonzalo González de Portillo, reedificaron a sus expensas la capilla mayor, la cual hacía más de 30 años que estaba en el suelo sin que se conozcan los motivos, dotándola y dejándola “impartible para ellos y para sus sucesores, lo cual fue por conservar la gran amistad y parentesco que tenían”. El culto a San Miguel llegó a tener tal importancia en la villa que ésta se colocó bajo su patronato hasta que en 1746 la ciudad lo sustituyó por el de San Pedro Regalado.
Por un dibujo realizado por el ensamblador y diarista vallisoletano Ventura Pérez a mediados del siglo XVIII, pocos años antes de la demolición del templo, podemos conocer su aspecto exterior que se ajustaba, por los elementos formales y decorativos que se observan en él –ventanas con arcos apuntados, decoración de bolas, crestería de cuadrifolias, portada enmarcada por alfiz, jambas y arco cairelados– a los modos constructivos y ornamentales de la fase final del gótico coincidente con el reinado de los Reyes Católicos. Si a ello se une que la cronología de una escultura, que representando al arcángel San Miguel presidía la puerta del lado de la  epístola, se considera como obra de finales del siglo XV y se relaciona con algunas de la que decoran la fachada del Colegio de San Gregorio, quedaría justificada también la colocación, “en un pilar de cuatro grandes… sobre que estriba su hermosa fábrica”, de un escudo con las armas de los referidos monarcas incluidas ya las del reino de Granada.

La desaparecida glesia de San Miguel según el dibujo de Ventura Pérez
El plano de Valladolid que dibujó Ventura Seco en 1738 ofrece algunos datos más sobre el exterior de su edificio. Así puede comprobarse que el templo poseía un atrio dispuesto delante de la puerta del lado de la Epístola y un cercado posterior permite averiguar la ubicación del cementerio parroquial –que contó con un crucero de piedra– al que lógicamente se abría otra puerta, la del lado del Evangelio, en la que se hallaba colocada “la imagen de la Salutación de Nuestra Señora”, es decir un grupo escultórico que representaba a Gabriel anunciando a María su próxima concepción. Quizás se tratara del que figuraba a la entrada del Hospital de Santa María de Esgueva, y que en la actualidad se encuentra entre los fondos del Museo Nacional de Escultura.


Dibujo de la fachada del Hospital de Esgueva, realizado por Ventura Pérez en que se puede ver las dos imágenes de la Anunciación
Su cabecera se encontraba orientada hacia el este (mirando hacia las actuales calle de León y San Blas), la construcción del templo aparentaba poseer una considerable solidez al haberse construido íntegramente en piedra y con gruesos contrafuertes jalonando sus muros, lo cual permite imaginar un interior de nave cubierto por bóveda y una capilla mayor, de testero plano, más destacada en altura que el resto del edificio y sobre la cual se alzaba el cuerpo de su torre en la que se alojaban siete campanas (2 grandes, 2 medianas, 2 pascualejas y 1 esquilón).

Al templo se accedía desde el exterior mediante dos puertas; la principal, abierta en el muro de la Epístola (enfrentada a la calle denominada entonces de los Escultores, hoy c/ San Antonio de Padua), y otra, practicada en el muro del Evangelio que daba paso al cementerio de la parroquia. En su testamento, el escultor Juan Antonio de la Peña ordenaba que se hiciera a sus expensas un cancel para la puerta principal, como así se hizo. El encargado de llevarla a cabo fue el insigne ensamblador vallisoletano Alonso Manzano, el cual lo ejecutó en 1708. Entre las condiciones para su realización destaca una que nos permite comprobar como aquel cancel es el que hoy posee la actual iglesia de San Miguel: “Es condición que la techumbre se ha de ejecutar conforme va dispuesta que corresponda a las puertas de abajo con sus tablicas de nogal almohadillados con sus molduras y en globo del medio se ha de pintar un San Miguel y alrededor se ha de poner que le dio Juan Antonio de la Peña maestro escultor, de limosna”. Dicha pintura de San Miguel, que pasa desapercibida se encuentra aún hoy en el referido cancel.

Su interior lo podemos imaginar de manera muy aproximada. El primitivo presbiterio debió de tener una disposición peculiar que hace pensar en un tipo de cabecera similar a la del templo dominico de Santo Tomás de Ávila, una de cuyas “características más peregrinas… es que el altar mayor está elevado sobre una bóveda rebajada, sin duda para que pudiera seguirse la misa desde el coro”, cuya cronología, curiosamente se hallaba muy próxima a la del templo vallisoletano. Sin embargo en 1603 se ordenó desmontar y disponerlo de forma similar a las demás iglesias, es decir, a la misma altura del suelo.

Desde la capilla mayor se accedía a la sacristía, abierta en el muro del Evangelio en el que también se situaba la Capilla del Santo Entierro o de la Concepción, propia del Doctor Salado, cerrada con reja de hierro; asimismo. En la referida capilla mayor se encontraba su retablo principal fabricado en 1606 por el ensamblador Cristóbal Velázquez, con esculturas de Gregorio Fernández y pinturas de Francisco Martínez, y otros dos colaterales: el del Evangelio, dedicado a Nuestra Señora de la Esperanza, concertado en 1603 con el escultor Pedro de la Cuadra, y el de la Epístola, dedicado a Cristo junto a cuyo altar se hallaba “un nicho… con dos bultos echados, que dice el rótulo ser patrono de aquel nicho Gonzalo González de Aragón y arrimado a la pared, un entierro de bulto y debajo de la peana… una sepultura que es de la fundación del Doctor Gonzalo González de Portillo”.

Actual retablo de San Miguel. Al antiguo retablo pertenecen las cuatro esculturas de Gregorio Fernández ubicadas en las hornacinas del primer y segundo piso, y cuatro lienzos, obra de Francisco Martínez, conservados en la antesacristía, que harían las veces de los actuales relieves del retablo

Encima de la puerta por donde se entraba a la sacristía y se subía a la torre se hallaba una alacena o armario enrejado que albergaba el archivo  sobre el que campeaban “las armas reales… y a sus lados dos escudos de armas que son de esta ciudad a lo antiguo con un rótulo que dice aquí se guardan los privilegios de esta villa…”, los cuales dibujó en 1686 el pintor Diego Díez Ferreras a petición de don Antonio Sangariz cura párroco de San Miguel.
En los muros de la nave se abrían diferentes capillas, algunas cerradas con rejas. En el lado del Evangelio se disponía el altar dedicado a Nuestra Señora del Rosario, propio de la misma cofradía, y la capilla de San Gregorio, perteneciente al doctor Pedro Colina, cubierta con bóveda de crucería, que a fines del siglo XVII, siendo propia de D. Jacinto de la Parra y Dª Margarita de San Martín vecinos de Aranda de Duero pasó a denominarse de San Cayetano los cuales la vendieron en 1729 a D. Miguel de Landa. La escultura del santo titular, San Cayetano, que en la actualidad se guarda en el coro de la iglesia de San Miguel fue obra del vallisoletano José de Rozas.

En el lado de la Epístola se disponían: la Capilla de San Juan, “que está apartada, con su reja de hierro”, propia de la parroquia; la Capilla del Crucifijo, propiedad del licenciado Cristóbal de Benavente, situada “entrando por la puerta principal a mano derecha” que se cerraba con reja. A continuación se abría la puerta principal; hacia los pies del templo, junto a un pozo y próxima a la pila bautismal se hallaba la capilla de Santa Ana cerrada por una reja de madera, en cuyo interior había un retablo de pintura antigua, colocándose en él, en 1663, la imagen de Nuestra Señora de la Cerca procedente del convento de Mercedarios calzados.
A los pies del templo y sostenido por postes se situaba la tribuna del coro que, en 1658, contaba con “un órgano con sus cañones y demás instrumentos”.
Una cédula expedida por el monarca Carlos III el 22 de agosto de 1769 ordenaba que las parroquias de San Miguel y San Julián se fundieran en una sola estableciéndose la nueva parroquia resultante en la Casa Profesa de San Ignacio que la Compañía de Jesús acababa de abandonar por haber sido suprimida la orden dos años antes. Según Ventura Pérez, el 11 de noviembre de 1775 se trasladaron las imágenes de las iglesias de San Miguel y San Julián al nuevo templo. Finalmente, a mediados de septiembre de 1777 “empezaron a demoler las iglesias de San Miguel y San Julián” bajo la supervisión de la Junta de Hacienda de la parroquia de San Miguel que se comprometió a dejar libre de escombros el solar de ambas iglesias.
Si bien algunas de las obras de arte citadas se conservan en la iglesia de San Miguel, de otras ignoramos su paradero. Si existen, intentemos buscarlas para, de esta manera, ir reconstruyendo el glorioso pasado artítstico de nuestra ciudad.

BIBLIOGRAFÍA
  • MINGO, Luis Alberto y URREA, Jesús: “La antigua iglesia parroquial de San Miguel en su plaza de Valladolid”, B.R.A.C., tomo XLII, 2007, pp. 115-122.

LAS PINTURAS DEL RETABLO DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE PIÑA DE ESGUEVA, OBRA DE ANTONIO VÁZQUEZ

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En la iglesia parroquial de Piña de Esgueva se localiza un retablo con pinturas del prolífico pintor vallisoletano Antonio Vázquez, artífice que sin ningún género de dudas fue el más importante en su oficio durante la primera mitad del siglo XVI tanto en Valladolid capital como en sus terretorios limítrofes. La importancia de este pintor, y el interés que tengo por este pintor, merecerá en próximas entregas sucesivas entradas explicando su biografía y obra. Volviendo al asunto que nos ocupa, el retablo, situado en la cabecera de la nave del Evangelio se fecha hacia 1590, aunque las pinturas, con una cronología sensiblemente anterior, debieron ser realizadas hacia 1540. Hay que puntualizar que, como la mayor parte de la obra de Antonio Vázquez, las pinturas no están documentadas sino que se le atribuyen, aunque como veremos el estilo de este pintor es tan definido y peculiar que no caben muchas dudas sobre su segura atribución.

La arquitectura, inscrita dentro del clasicismo de finales del siglo XVI, es muy sencilla, apenas es una simple estructura que custodia las tablas. El retablo se organiza mediante tres calles (la central más alta), un estrecho banco, dos cuerpos (el primero dobla en altura al segundo) y un ático con aletones a los lados  Las calles se encuentran separadas mediante columnas estriadas de capitel dórico en el primer cuerpo y a las que se añaden, en el superior, pilastras con ménsulas por capitel, colocados sobre banco y coronados por ático rematado en frontón triangular. En él se integran, dentro de cajas rectangulares, ocho pinturas al óleo sobre tabla. La limpieza arquitectónica de su diseño, fomentada especialmente desde el Concilio de Trento, se acusa en la reducción de ornato, que en este caso se limita a los pedestales de las columnas, entablamentos, frisos y caja de las pilastras, decorados a base de motivos vegetales, con bolas y los pináculos de raigambre clásica en el remate.

Sin ninguna duda las tablas están reaprovechadas de un retablo anterior. En su banco se disponen, emparejados y de busto, San Juan Bautista acompañado de Santa Lucia, a un lado, y San Juan Evangelista con Santa Apolonia, al otro. En el primer cuerpo, flanqueando la hornacina central donde se halla colocada una imagen de la Virgen titular, se encuentran las tablas de San Andrés y el Calvario. Ocupando el segundo cuerpo están, en el centro la pintura de Santa Margarita y, a sus lados, otras en que aparecen efigiados los donantes junto con San Bartolomé y Santa Catalina, coronándose el conjunto con una tabla de San Lucas.
Son precisamente los atributos propios de cada santo los que permiten su diferenciación. Así, Santa Lucía aparece con la bandeja en que expone los ojos que aluden a la forma en que fue torturada mientras sujeta en la otra la palma que señala su estado martirial; San Juan Bautista, de ermitaño aunque sin la acostumbrada piel de camello, aparece señalando el libro sobre el que se dispone el Agnus Dei; San Juan Evangelista, como joven imberbe, porta el cáliz en recuerdo de la copa de veneno que fue obligado a beber por el sacerdote del templo de Diana; Santa Apolonia exhibe las tenazas símbolo de su martirio; San Andrés, con barba cana, porta la cruz aspada en que fue martirizado y el libro propio de su condición apostólica; San Bartolomé, que acompaña al donante, lleva en su mano izquierda el libro mientras con la derecha blande el cuchillo de su martirio a la vez que sujeta encadenado al demonio; Santa Margarita está pintada junto al satánico dragón, del que logró escapar tras habérsela tragado, y, finalmente, Santa Catalina, acompañando a la donante, con gran espada y rueda dentada que hablan de los suplicios que padeció.

Amén de los santos protectores, la inclusión de los restantes temas iconográficos estará justificada por devociones personales de los donantes, quizás de tipo familiar o conmemorativa, exceptuando la presencia de los Santos Juanes, relacionados sin duda con el hecho de haber pertenecido la villa a la Orden de San Juan. Sin haber datos definitivos, es más que probable que los donantes representados en este retablo sean los señores de Piña de Esgueva, D. Antonio de la Cuadra y su esposa Dª María de Espinosa y Urueña.

La escultura de la Virgen del retablo se dispone sobre peana formada por dos hercúleos putti que, al igual que ella, se engloban estilísticamente dentro de lo que se ha denominado manierismo romanista, caracterizado por la monumentalidad de las figuras, de anatomía recia o potente, derivada de los tipos miguelangelescos, destacando en este ejemplar el correcto tratamiento de los plegados de su vestido que buscan conseguir contrastes lumínicos, y cierta belleza idealizada en el modelo femenino que recuerda tipos utilizados por artistas del ámbito juniano en la segunda mitad del siglo XVI.
Sorprende la colocación que no responde a lógica alguna. Caamaño relaciona estas tablas con otras obras de Vázquez. Así, por ejemplo, la Crucifixión es muy semejante a la conservada en el Museo de Valladolid. Los santos, aislados y de pie, se destacan ante fondos de brocados que dejan ver el paisaje a los lados y se relacionan con los representados en el retablo de Valdenebro de los Valles. El citado profesor las relaciona con el estilo de Pedro Berruguete en el retablo mayor de la Catedral de Ávila. Los mismos contactos con las pinturas de Valdenebro se observan en las parejas de santos, de medio cuerpo, de la predela. No faltan los paños de fondos de brocados y los nimbos imitando labor metálica.

Probablemente, en origen, las tablas de los donantes se colocaron en el primer cuerpo junto a las de San Lucas y Santa Margaritaal tener todas ellas el mismo tamaño. En el segundo cuerpo estaría dispuesta la de San Andrés, puesto que sus medidas son superiores a las anteriores, junto con otras que deben de haberse perdido, situándose el Calvario en el remate, como es habitual. La presencia de una cruz aspada en la clave central de la bóveda de la capilla en que se encuentra colocado permite sospechar que la tabla dedicada a San Andrés fuese la principal del conjunto y a él estaría dedicado el retablo primitivo.
El estilo de las pinturas corresponde con la producción de Antonio Vázquez. Su obra muestra características propias de finales del gótico aunque incorporad elementos de comienzos del Renacimiento, siendo definido su estilo entre el realismo de Pedro Berruguete y el idealismo de Juan de Borgoña, si bien mantiene en su pintura una serie de arcaísmos que le hacen fácilmente reconocible, como la aparición de tiras de fondo de brocado en oro sobre las que se recortan los personajes, así como cierto carácter ingenuo en sus figuras, de rostros dulces aunque generalmente estereotipados incluso cuando incorpora retratos de personajes concretos, como en este caso, en los que no hay intención clara de caracterización. De carácter reposado y colocadas de tres cuartos, todas presentan un canon monumental, efecto potenciado además por sus amplias vestiduras, de pliegues generalmente suaves y redondeados y tonos planos, a veces con una fina cenefa dorada bordeando las telas.
Otro rasgo identificativo del pintor es la aparición de finas láminas doradas en barbas y cabellos y cabezas de grandes orejas que deja siempre visibles al disponer el cabello peinado hacia atrás. Por detrás de los personajes, en el plano medio de la composición, sitúa frondosos árboles, cerrando la línea del horizonte con montañas y amplios paisajes de influencia flamenca.


BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: El pintor Antonio Vázquez, Instituto Culturas Simancas, Valladolid, 1985.
  • CAAMAÑO MARTÍNEZ, Jesús María: “Antonio Vázquez (nuevos comentarios y obras), B.S.A.A., tomo XXXVI, 1970, pp. 193-204.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús (coord.): Patrimonio restaurado de la provincia de Valladolid. Retablos (vol. 1), Diputación de Valladolid, Valladolid, 2008.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XX. Antiguo partido judicial de Valoria la Buena, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2004.

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