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LOS RETABLOS DE FRAY RODRIGO DE HOLANDA PARA EL MONASTERIO DE NUESTRA SEÑORA DE LA MEJORADA DE OLMEDO

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Procedentes del Monasterio de Nuestra Señora de la Mejorada de Olmedo se conservan en el Museo Nacional de Escultura una serie de relieves tallados en nogal, de los que apenas se conocían nada fuera de su origen.
Su ingreso en la colección permanente del Museo, a lo largo del proceso desamortizador, hubo de llevarse a cabo en precarias condiciones que provocarían la pérdida de buena parte de las estructurales arquitectónicas originales. La mazonería sufrió enormemente y hasta el día de hoy no ha llegado más que una pequeña parte de lo que pudo ser el asiento de estos relieves. Los restos que se conservaron han estado además descontextualizados, por lo que la posibilidad de plantear una reconstrucción ha generado mayores dificultades. Los relieves llegaron fragmentados y partidos en algunas de sus escenas más importantes, introducidos después en cajas que deformaron sus dimensiones y dispersaron su unidad.

Reconstrucción del retablo de la Pasión, conservado en la sala 6 del Museo
Su rastro en los fondos del Museo se puede seguir a través de los diferentes inventarios y catálogos de las colecciones, circunstancialmente repartidos entre el Museo Nacional de Escultura y el actual Museo de Valladolid, donde se depositaron algunos.
Aunque los inventarios iniciales indican con claridad la noticia de la recogida de tres retablos, Agapito y Revilla imaginó que en origen se trató de uno solo, del que se desgajaron los distintos relieves. La similitud de tratamiento en los retablos dedicados a la Pasión y Resurrección de Cristo, llevó a elaborar otra teoría que unificaba ambos grupos de relieves para dejar a un lado el dedicado a la Infancia de Cristo, formalmente posterior. Constantino Candeira planteó la intervención de dos artistas contemporáneos, que trabajan en torno a 1530 “uno de formación gótica y otro muy italianizado, influido por los talleres burgaleses”.
Una antigua atribución, realizada por Wattenberg en 1966, a raíz de una comparación estilística lo relacionaba con el maestro Antonio, escultor documentado en el retablo mayor de la iglesia de Dueñas (Palencia). Tal falta de datos se modificó gracias al hallazgo del Protocolo de Priores localizado en el Archivo Histórico Nacional, el cual recoge noticias sueltas relativas al patrimonio y vida interna del monasterio y su ornamentación.
Una crónica anónima, redactada en 1574, recogida en este libro, hace referencia al uso de parte de la donación de Doña Francisca de Zúñiga, fallecida en diciembre de 1530: “Allende desto es de saber que después de haber cumplido el testamento con los muebles que la dicha señora quedaron se hallaron en II mrvs?? y destos fueron de pareer los testamentarios que se echasen los 103 reales en çien tablados de nogal para hacer los tres retablos que agora están en las tres esquinas del claustro viexo los quales hiço fra Rodrigo de Olanda, lego y en mi tiempo se puso el terçero que es el que esta a la puerta del Capítulo en la pared del refectorio”. Fue, por tanto el legado de Doña Francisca de Zúñiga, que ya había encargado el retablo mayor de la casa a Alonso Berruguete y Vasco de la Zarza, el que hizo posible la realización de estos conjuntos destinados a la ornamentación del claustro monástico.

Crucificado proveniente de Calabazas
La crónica nos aporta datos fundamentales sobre los retablos: no sólo nos indica la autoría de los retablos, sino una cronología relativa y una clara diferenciación en dos grupos que ayuda a reconstruir su disposición original. El modo de redactar la crónica indica además cómo dos de los retablos se tallarían por fray Rodrigo de Holanda con anterioridad, mientras el tercero será ligeramente posterior en cronología, a pesar de estar concebida su ejecución al mismo tiempo que los anteriores.
Ninguna referencia se conocía hasta el momento sobre la personalidad artística de fray Rodrigo de Holanda, salvo su presencia como tasador de un retablo ya desaparecido, que realizaba en el monasterio jerónimo de Guisando en 1535 el escultor Lucas Giraldo. Su nombre aparece citado para tasar la obra por parte del monasterio, declarando que en esos instantes es profeso en la Mejorada de Olmedo. La habilidad de los jerónimos, especialmente de los hermanos legos para realizar trabajos de contenido artístico, fue muy notoria y tuvo una alta consideración. Fray José de Sigüenza, en la Historia de la Orden, alaba los resultados de este tipo de tareas que los frailes compartían con la oración y el estudio “Si se tasase lo que han hecho los religiosos de San Jerónimo en estos ratos desocupados dentro y fuera de sus celdas por sus propias manos diríamos que poco menos han hecho cuanto bueno y de valor hay en ellas”.
De este modo en la casa jerónima de la Mejorada funcionó un taller escultórico de interés. La posibilidad de vincular documentalmente a fray Rodrigo de Holanda con la autoría de estos retablos de Olmedo, ha permitido atribuirle otras obras en el entorno inmediato de la villa, posiblemente procedentes de la misma casa jerónima desde donde se dispersaron tras la Desamortización. Existe un relieve del Llanto sobre Cristo muertoconservado en el Santuario olmedano de la Soterraña. Hernández Redondo atribuyó al mismo fray Rodrigo una Piedad y un Cristo Crucificado que, con el mismo origen en la Mejorada, estuvieron en la iglesia parroquial de Calabazas.

Piedad, proveniente de Calabazas
Por último una noticia proporciona un interesante dato sobre el alcance geográfico de la actividad escultórica de la casa jerónima. El facistol, ya desaparecido, realizado para el coro del monasterio zaragozano de Santa Engracia, según Martón cronista jerónimo del siglo XVIII, lo hacían en 1537 “un monje de la Mejorada”. La coincidencia cronológica, así como la certeza de la procedencia, afianzan la idea de ese taller en el abastecimiento artístico de los monasterios de la orden.
El topónimo del apellido del escultor, Holanda, es una constante en la escultura española de la primera mitad del XVI. Contemporáneos de fray Rodrigo son el escultor Cornelis de Holanda, que desarrolla su actividad en Castilla, y su homónimo, que lo hace al mismo tiempo en Galicia.
La obra de fray Rodrigo de Holanda, a través del análisis de los relieves conservados, se muestra muy relacionada con la plástica de procedencia flamenca, cada vez más influenciada por las novedades estéticas italianas que inundaban Europa, fundiendo unas tradiciones con enorme éxito en España. El gusto por el detalle, las formas amables y el cuidado en el trabajo de los volúmenes, distinguen una producción muy cuidada que, en el caso de los retablos de la Mejorada, no llegó nunca a policromarse.

Restos de la mazonería de los retablos que no se sabe a cual de ellos pertenecen
La consideración pictórica del relieve y la búsqueda de la profundidad tridimensional, llevó al escultor a utilizar una elaborada técnica de aproximación, dejando a un lado el trabajo de la talla directa del relieve, que ofrecía menos posibilidades. Diferentes superficies trabajadas con mayor o menor precisión, dependiendo del lugar que iban a ocupar en la composición, aparecen unidas con pequeños espigos de madera, proporcionando una sensación volumétrica de mayor intensidad. En algunos casos, las figuras situadas en el último plano de la composición se tallan en otra plancha de madera, de forma que el montaje final produce una sensación de tramoya para incrementar el efecto óptico de la profundidad.
A la hora de plantear la reconstrucción de los retablos, la agrupación de los relieves de acuerdo con un programa iconográfico no ofrece demasiadas dificultades. A ello se unen las similitudes en cuanto a las medidas.
Los tres retablos responden a un programa conjunto, relativo a una intencionalidad común, centrado en los tres momentos de mayor relevancia en la vida de Cristo, la Infancia gozosa, la Pasión dolorosa y la Resurrección gloriosa. De algún modo estamos ante una particular versión de los Misterios del Rosario, muy apta para disponerse en el ámbito del claustro, dedicado a la oración y de extraordinaria trascendencia para la orden jerónima.

Restos de la mazonería de los retablos que no se sabe a cual de ellos pertenecen

RETABLO DE LA PASIÓN
Tanto los relieves pertenecientes al retablo de la Pasión, como los relacionados con la Resurrección, presenta una gran similitud en lo que a unidad estilística respecta y han de ser los que se realizan inmediatamente después de 1530 por fray Rodrigo de Holanda, en una primera fase de trabajo. El ciclo del retablo comprende los siguientes pasajes: Oración en el Huerto, Cristo injuriado, Flagelación y Camino del Calvario son las escenas que se disponen en las calles laterales siguiendo una lectura lógica. En la calle central dos relieves dedicados al Descendimiento y a la Crucifixión, de mayor tamaño, cierra el ciclo. A este último releve le falta la cruz que coronaría la obra sobresaliendo por encima de los demás. Sobre las dos calles laterales el cerramiento superior estaría formado por los dos relieves que representan a dos profetas sosteniendo filacterias: David(“Foderunt manus meas et pedes meos dinu: psal: 21”) e Isaías (“Veres languores nros ipse tulit: Isa: 53”) ofrecen al espectador sendos textos proféticos relacionados con la Crucifixión de Cristo.

Reconstuccion hipotética del retablo de la Pasión
Oración en el Huerto
Cristo injuriado
Flagelación
Camino del Calvario
Descendimiento
Crucifixión
Rey David
Profeta Isaías
Gracias a que se conservan los diferentes relieves de este retablo se puede realizar una reconstrucción gráfica sin demasiados problemas. De todas formas la escasa mazonería conservada, las columnas o las chambranas con motivos vegetales y agrutescados son intercambiables, al coincidir en medidas con el retablo de la Resurrección.

Restos de la mazonería del retablo de la Pasión
El problema se plantea con la reconstrucción del banco. En el Museo de Valladolid se conservan tres relieves con unidad estilística y temática, además de guardar debida proporción en cuanto a tamaño. Dos de ellos, de idénticas dimensiones, narran la Conversión de San Pablo y su posterior Martirio. El tercero, que ocuparía la parte central, representa la escena de Santa Úrsula con el papa. Debido a la temática se ha pensado que es más conveniente situarlo en este retablo que en el de la Resurrección.
La dependencia de los grabados centroeuropeos en la concepción de algunas escenas es indiscutible. Aunque la inspiración no sea tan evidente en lo que se refiere a la plasmación de la escena sin variaciones, el seguimiento de los grabados de Durero, abiertos por las mismas fechas, se deja sentir con claridad, a pesar de la personal huella del estilo de su autor.

Conversión de San Pablo

Decapitación de San Pablo
Santa Úrsula con el Papa

RETABLO DE LA RESURRECCIÓN
El segundo retablo está dedicado a episodios relativos a la Resurrección. La secuencia arranca en la escena del Entierro, concebida con una gran frontalidad y recortados los volúmenes de las figuras por la parte superior, al igual que sucede con la representación de la Duda de Santo Tomás, con la que formaría los extremos del primer cuerpo. Otros dos relieves completan la historia del acontecimiento central, con la Cena de Emaús y el Descenso al Limbo.

Reconstucción hipotética del retablo de la Resurrección
De la calle central, con relieves de mayor tamaño al igual que en el retablo de la Pasión, se conservan el dedicado a la Resurrección, deteriorado y perdida la figura protagonista, prácticamente exenta por lo que se puede advertir en las huellas de su disposición. Faltaría por tanto otro relieve para completar la secuencia. Cabe suponer que el tema fuera el de la Ascensión, que unificaría el contenido del panel para cerrar el ciclo glorioso de los episodios.
Sin embargo, la existencia de un temple arquitectónico que no encaja en ningún otro conjunto y la propia disposición tendente a la verticalidad del relieve de la Resurrección, permiten elucubrar con un esquema de retablo diferente, cuyo remate central respondería a una estructura que albergara una escultura de bulto, rompiendo por tanto el modelo de los otros retablos. Para el remate de las calles laterales hay que pensar en los dos medios puntos conteniendo figuras de sirenas apoyadas sobre calaveras que, incompletos, también encajan estilísticamente con el contenido del retablo, así como los dos aletones con medallones, de trabajo muy similar.

Entierro de Cristo
Duda de Santo Tomás
Descenso al Limbo
Cena de Emaús
La Resurrección

RETABLO DE LA VIDA DE LA VIRGEN / DE LA INFANCIA DE CRISTO
Este último retablo es diferente a los otros dos en cuanto al tratamiento general de los relieves, aunque posee una evidente deuda con el momento anterior. Presenta un lenguaje más renaciente de manera parcial, como fue habitual en el arte hispano de estos momentos, en lo que se refiere a las arquitecturas, a la abundancia de motivos como las veneras o a la propia composición de las escenas, todavía muy derivadas de las influyentes aportaciones norteuropeas.
La hipótesis de reconstrucción plantea un cuerpo compuesto por la Anunciación, Visitación, Circuncisión, Adoración de los Magos, Presentación en el Templo y una Santa Parentela, tema éste de clara vinculación centroeuropea, que sirve además como velada reivindicación inmaculadista. El banco hubo de estar formado por tres relieves, dos de ellos cerrando la base, con representación de dos profetas, uno acodado y otro sentado, y dos santas de las que sólo puede identificarse a Santa Lucía. El relieve central, que encaja en el conjunto tanto por medidas como por iconografía y por manera de ejecución, tiene que ser el dedicado a la Matanza de los Inocentes, mientras que en la parte superior, sirviendo de separación entre el primero y el segundo cuerpo se dispondría el estrecho releve de los niños que juegan con los atributos pasionales.

Reconstrucción hipotética del retablo de la infancia de Cristo / la vida de la Virgen
Anunciación
Visitación
Circuncisión
Adoración de los Magos
Presentación en el templo
Santa Parentela
La ejecución de este retablo, fechable hacia 1550 (unos 20 años después de los otros dos) no puede adjudicarse a fray Rodrigo de Holanda, al menos no con los mismos principios con los que acometió aquella tarea. Es cierto que pudo producirse una evolución en su estilo, aunque adolezca de un conocimiento profundo de las novedades estéticas que circulaban en el momento. La obra, quizás no elaborada por fray Rodrigo, podría ser atribuida a sus sucesores en el taller del monasterio, posiblemente creado sin más pretensiones que el autoabastecimiento.

Profeta y Santa Lucía
Matanza de los inocentes
Profeta y Santa ¿Bárbara?
Las novedades formales se acusan en el empleo de las arquitecturas de medio punto con remates avenerados, en el uso de columnillas abalaustradas o en la misma dulcificación de las actitudes de los personajes que componen las escenas, frente a la dureza de los grupos anteriores. En este caso también las fuentes de inspiración so otras y, a pesar de la siempre presente dependencia de la estampa centroeuropea, apuntan hacia los grabados italianos que toman fuerza desde comienzos del siglo.
En este caso no se ha conservado el cerramiento del ático del retablo, aunque sí las chambranas de los dos relieves de la calle central, la superior con la representación de Dios Padre y la inferior con un medallón representando una cabeza masculina barbada. Tanto las medidas como los principios estilísticos encajan con la concepción más evolucionada del resto de los relieves de este conjunto final.

Fragmento con Dios Padre bendiciendo

Fragmento con un medallón con una cabeza barbada

BIBLIOGRAFÍA
  • ARIAS MARTÍNEZ, Manuel: "Los retablos del claustro de la Mejorada de Olmedo y el escultor jerónimo Fray Rodrigo de Holanda", Boletín del Museo Nacional de Escultura, núm. 6, 2002, pp. 7-14.
  • WEB   http://museoescultura.mcu.es/

EL MAESTRO DE OBRAS MODESTO COLOMA: Un paseo por el Valladolid Ecléctico y Modernista

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Esta entrada de blog está especialmente dedicada a Alicia Abarquero, la cual me dio la idea de hacer un post sobre este arquitecto, el cual desconocía por completo y ha sido una grata sorpresa. Uno de los arquitectos más importantes y solicitados de comienzos del siglo XX en Valladolid fue el maestro de obras Modesto Coloma. Su trabajo constituye un factor clave para la configuración de la imagen arquitectónica de Valladolid en nuestros días (sobre todo en sus calles más significativas, como Cánovas del Castillo, Miguel Íscar, Gamazo o López Gómez). Suyo es el único modelo de claro Modernismo catalán existente en la ciudad: la casa del Príncipe. Además, será uno de los primeros en introducir la nueva estética modernista en la arquitectura vallisoletana. Aunque aún se conservan un gran número de sus edificaciones, algunos de sus proyectos han desaparecido.
Modesto Coloma Palenzuela nace en Cevico de la Torre (Palencia) el 24 de febrero de 1840, siendo bautizado en la iglesia parroquial de San Martín. Al menos desde 1875 se tiene constancia de que vive en Valladolid junto a su esposa, Dª Candela Quevedo Quevedo, y sus hijos. Durante el periodo 1859-1862 cursa los estudios de maestro de obras en la Escuela profesional de Bellas Artes de Valladolid.
Conocemos pocos datos biográficos más. Su incorporación aparentemente tardía al ejercicio de la arquitectura (contaba ya con treinta y cinco años cuando se domicilia en Valladolid), hace sospechar que éste pudiera haber desempeñado su trabajo en alguna otra localidad, incluso, fuera de la provincia vallisoletana. No obstante, su encomiable labor a lo largo de medio siglo le convirtió en una importante personalidad dentro de la sociedad vallisoletana.
Jerónimo Arroyo. La "Casa del Príncipe"
El mayor protagonismo dentro de la obra de Coloma lo tuvo la construcción de viviendas, siendo la casa de alquiler la que ocupara un papel predominante, aunque tendrá intervenciones en otras tipologías arquitectónicas en las que también destacará. Con el paso del tiempo la calidad de su trabajo aumentará progresivamente, siendo imprescindible el apoyo que la mediana y alta burguesía vallisoletana le ofreciera a partir de la década de 1880. En un primer momento vemos cómo la influencia del Eclecticismo arquitectónico, que comenzaba a tomar fuerza en la ciudad, es lo que caracteriza la obra de Coloma. Sin embargo en torno a 1905 sus obras ofrecieron una clara tendencia modernista que se reafirmaría mediada la segunda década del siglo pasado. Pese a todo, el sentir ecléctico estará presente en casi todas sus obras de relevancia, incluyendo las modernistas, por lo que hallamos ejemplos hasta mediados de la década de 1920 que abiertamente lo ratifican. Por otro lado tenemos que destacar la realización de una arquitectura de ladrillo visto, sin revoco alguno, en la que destacaría, sobre todo, el establecimiento de un programa ornamental basado en la recreación de diferentes motivos mudéjares. Esté o no relacionada esta arquitectura con la evocación mudéjar, siempre se centrará en el juego que supone la diferente disposición y manipulación del ladrillo en fachada, implantando, en bastantes ocasiones, una serie de nuevos y curiosos diseños.

EL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XIX
Hasta principios de la década de 1890 Coloma va a firmar muy pocos contratos en relación con los demás maestros que trabajan en la ciudad, caso de Pablo Luis o Julián Palacios, y de éstos muy pocos se referirán a la ejecución de alguna arquitectura de nueva planta. Además, casi todos sus proyectos se basan en sencillos diseños donde la ornamentación arquitectónica es prácticamente inexistente. Un ejemplo de esto que comentamos puede ser la casa de vecindad que realiza en la calle Caldereros, 25 para D. Francisco Barrera. En cuanto a la “sencillísima decoración” de fachada, la memoria especifica que ésta se componía “de dos secciones de miradores cerrados de cristales en los huecos extremos, balcón corrido en el centro hasta unirse con los miradores y división de cada piso por medio de una imposta”.
En los años 90, Coloma va a realizar notables proyectos en el campo de la arquitectura doméstica vallisoletana. De sus obras muchas veces resulta un sabio Eclecticismo, por otra parte difícil de conseguir debido a la pobreza de materiales con los que normalmente se trabajaba en la ciudad. Entre los ejemplos se pueden reseñar la nueva fachada para la casa de D. Andrés Gerbolés, hoy todavía en pie, situada en la calle de Santa María, 11. Ésta supone un diseño tan humilde como la de D. Francisco Barrera, sin embargo, su programa ornamental, donde destaca la representación de una serie de elementos abalaustrados en el último piso, no deja de ser un modelo basado en un claro lenguaje clasicista.
En esta década de 1890 realiza dos proyectos que sobresalen sobre el resto de su obra. Ambos ofrecerían a Coloma el reconocimiento que con los años se le atribuye en la capital vallisoletana, aumentando sus encargos, de manera considerable, entre la mediana y alta burguesía de la ciudad. El primero es el realizado para Dª Juana Lombraña en 1894. Las calles López Gómez y Mostenses (actual José María Lacort)acogen el alzado de las dos fachadas, destinando la edificación al arrendamiento de establecimientos en su piso bajo y al de viviendas en el principal y segundo. Una solución curva articula sendas fachadas, las cuales quedan enmarcadas por pilastras que abarcan los dos pisos de viviendas. La rica y modélica decoración, modificada posteriormente, hace olvidar la pobreza de los materiales utilizados, caso del ladrillo y el yeso (en resaltos y molduras), formalizando, con este último, una decoración que, con variantes, manejará en multitud de ocasiones. Coloma utilizará en esta ocasión el hierro para el atirantado y sustentación de los diferentes pisos. Éste aparecerá con mayor frecuencia posteriormente.

Para D. Santiago Briñas levanta, en 1895, una casa haciendo esquina entre la calle Alfareros (actual Claudio Moyano) y la de Mendizábal (actual Menéndez Pelayo). Las cuatro alturas del inmueble se alzarían en ladrillo, mientras que la sillería se reservaría al zócalo. El piso bajo, mediante revoco, imitaría hiladas de sillería almohadillada, otorgando una mayor nobleza, importancia y elegancia a la construcción. El primer piso estaría enmarado por pilastras pareadas y cajeadas en cada una de las esquinas de la fachada. Por su parte, el segundo y tercer nivel quedarían ligados, visualmente, por un orden gigante también de pilastras pareadas estriadas. A toda esta lujosa configuración habría que unir las enormes dimensiones que ofrecía la fachada: 23,70 m. de ancho y 16,65 m. de altura. Además, la espectacularidad se incrementaría gracias al enorme mirador en esquina abarcando los tres pisos.


LOS PRIMEROS AÑOS DEL SIGLO XX
Durante los cuatro primeros años del siglo XX su línea estilística no varía demasiado respecto a los años anteriores. Es así como en 1901 va a realizar una casa de nueva planta para D. Ezequiel Martín Calero. La fachada, como la de D. Santiago Briñas y Dª Juana Lombraña, es de una enorme extensión: 28 metros. Ésta, ya desaparecida, sería de ladrillo prensado al descubierto y el repertorio ornamental constaría de “resaltos de jambas, impostas, guardapolvos y otras molduras de yeso y vaciados”, además de cuatro miradores, dos en cada extremo de la fachada.
El mismo año diseña una casa para Dª Leonor Novás en el actual número 25 de la calle Muro. El programa decorativo de la fachada responde fielmente a lo diseñado en su día por Coloma. Algunos de sus elementos poseen bastantes similitudes a los realizados por él mismo en torno a estos años, recreando motivos que ya aparecerían en la casa de Dª Juana Lombraña y que más tarde emergerán, nuevamente, en algunas de sus construcciones.

En 1903 levanta una nueva casa en la calle de la Merced, 6. El piso principal se realiza en ladrillo ordinario revestido imitando la piedra sillar y continuando las formas del piso bajo, de sillería, aunque con hiladas más próximas unas de otras, ofreciendo una mayor nobleza a la edificación. El resto se levanta en ladrillo prensado al descubierto, como muchas de las viviendas que proyectara. La decoración sigue la misma línea de obras anteriores: impostas, guardapolvos soportados por ménsulas, miradores, etc., ofreciendo en algunos detalles una clara similitud con la casa de López Gómez-Mostenses.

Unos meses antes presentaba los planos del actual número 3 de la calle Duque de la Victoria. El encargo consistía en construir de nueva planta en un solar que el propietario, Miguel de Pardo y Pardo, acababa de adquirir, destinado el piso bajo a comercio y los cuatro restantes a vivienda. Sin embargo, el edificio inmediatamente anterior a este solar también pertenecía a la misma persona, por lo que en la solicitud de obras se pretendía conseguir la licencia para revocar la fachada de este último, modificándola decoración existente y haciéndola exactamente igual a la que surgiese del levantamiento de nueva planta en el solar que acababa de adquirir. De este modo se pretendía agregar una construcción a otra constituyendo una sola edificación. Dentro ya de la fantasía ecléctica, los planos muestran una concepción y adaptación general de estilo renacentista. Éste se centra en la utilización de palmetas neohelénicas a modo de acróteras clásicas. Destacaban los balcones de hierro que se materializan siguiendo formas muy abigarradas y de gran delicadeza, recreando la decoración de putti.


PRIMER PERÍODO MODERNISTA
El año de 1905 será clave para la producción arquitectónica de Coloma. Tras la celebración en Madrid del VI Congreso Internacional de Arquitectos (1904) la estética modernista se difunde por casi toda España. Valladolid conocería las nuevas formas a través de Madrid. Así pues, a partir de 1905 Valladolid poseerá ejemplos inmersos en el “nuevo estilo”. En este sentido se pueden incluir una serie de interesantes edificaciones diseñadas por Coloma pertenecientes a los inicios del Modernismo vallisoletano. En abril de 1905 presenta un proyecto de nueva planta para D. Mario Herrero Somoza en la calle de los Arces (actual San Antonio de Padua). La memoria de éste señala cómo la edificación se acomodaría “al gusto moderno”: Las líneas curvas ofrecen esa nueva imagen en la construcción, desarrollando un tipo de arcos muy acordes con la estética islámica. Así, los conopiales y de herradura, entre otros, servirán de modelo para la realización de motivos propiamente modernistas en diversas edificaciones de la ciudad.

A lo largo de su viva continuará diseñando planos con una marcada aproximación a la nueva estética, ya sea en torno al sentir del Art Nouveau, de la Sezessiono simplemente como un peculiar recordatorio de formas gloriosas del pasado arquitectónico español.
Su obra más espectacular en estos comienzos modernistas es la casa que responde al número 12 (posteriormente unido al número 14) de la calle Lencería (actual número 4), con fachada también al 7 de la Plaza de Fuente Dorada, propiedad de D. Francisco Agapito Martín. El 31 de julio de 1905 se solicita la licencia para construir una planta baja destinada a comercio y tres pisos más a habitaciones, poseyendo el último de ellos “azoteas en las primeras crujías exteriores”. Ese proyecto no se llevó a cabo, así como tampoco se llegó a realizar una nueva modificación. Lo que sí se convirtió en realidad fue una nueva solicitud presentada por Coloma el 9 de enero de 1906 en la que varía la decoración de la fachada a la calle Lencería. Su construcción es considerada por Domínguez Burrieza como el primer programa decorativo de relevancia en la arquitectura modernista vallisoletana. La decoración que presenta superpuesta en el ladrillo llama la atención sobre algunas formas del Art Nouveau y de la Sezessiondemasiado sofisticadas con respecto a sus anteriores obras. Estamos hablando de un Modernismo más internacionalizado, aunque siempre tomando en consideración su contenido ecléctico, acorde con la arquitectura que se desarrollaba por entonces en casi todo el país.


SEGUNDO PERÍODO MODERNISTA
Entre los años 1913 y 1918 Coloma diseñará sus edificios modernistas más espectaculares. Para D. Eusebio Alcalde proyecta una casa de nueva planta sobre el solar resultante de los antiguos números 9 y 11 de la calle Lencería c/v a la de Alarcón. La nueva construcción quedaría configurada tras la adhesión de los números 3, 5 y 7 de la misma calle Lencería. Ambas edificaciones se unirían física y estilísticamente. En el primero de los casos un gran mirador en rotonda abarcando los tres pisos de la construcción, a excepción del bajo, desempeña la función unificadora. Por otra parte, la decoración sigue, en líneas generales, la geometría decorativa de la Sezession, línea estilística en la que se basarán algunas de sus más importantes obras de estos años. En este caso, toma especial relevancia una serie de elementos verticales que, localizados en la parte superior de la fachada, se vinculan, claramente, a la corriente europea.

La inspiración secesionista la volvemos a ver en el número 2 de la calle José María Lacort c/v al 7 del Campillo de San Andrés. La construcción, basada en la arquitectura de ladrillo al descubierto tan utilizada por Coloma, servirá como arrendamiento de habitaciones. Su decoración, centrada en las guarniciones de yeso existentes en los huecos, continúa una evidente geométrica de formas inspiradas en la Sezession. Así, extraños motivos vegetales con una clara tendencia a la verticalidad dialogan con una serie de líneas dispuestas en horizontal.


Una nueva prueba la tenemos en la casa que diseña ese mismo año para D. Mariano Tranque. Éste encarga la realización de un edificio destinado a habitaciones de vecindad que ocuparía los números 6, 8, 10 y 12 (actual 6) de la calle Platerías con accesorio a la de Cantarranas. La ornamentación sigue la línea de la geometrización formal. Su simetría es absoluta, no sólo en cuanto a composición de fachada sino también en la disposición de su decoración. En este caso destaca la utilización del motivo de la lira en los herrajes de balcones y miradores. Éstos siguen formas abombadas salvo el balcón corrido del principal y último piso, cada uno de ellos abarcando dos huecos, siendo, además, los niveles de la edificación que albergan una mayor riqueza ornamental. El remate de la casa, con una disposición cóncava, está formado por una serie continuada de guirlandas además de bustos, que rematan las filas laterales de miradores.

En 1915 vuelve a hacer uso de motivos propios de la Sezession, esta vez compartiendo fachada con el retorno de las formas ondulantes localizadas en el piso principal, a lo que hay que unir los diseños en espiral presentes en los herrajes panzudos de los balcones. Estamos hablando del edificio que proyectó en el solar perteneciente a los números 4, 6, 8, 10, 12 y 14 (actual 2) de la Calle Cánovas del Castillo c/v a la de la Sierpe. Coloma elabora una diferente decoración en cada uno de los pisos. Además de las ya mencionadas formas ondulantes de la planta principal (independizándola del resto por medio de una imposta) hay que añadir las molduras que presenta el siguiente nivel, donde motivos secesionistas concurren en unos marcos ornamentales de similar diseño realizados en otros edificios de este maestro de obras. Las guarniciones de yeso que aparecen en la planta superior manifiestan, en última instancia, una reelaboración, con fines estrictamente decorativos, de una estructura inspirada en la simulación de un simple juego de alternancia entre arco y entablamento muy utilizada en la construcción decimonónica y que en Valladolid se afianza gracias al propio Coloma o a Antonio Ortiz de Urbina. Por último hay que hacer mención de la importancia otorgada a la zona central de la fachada, destacándose a través de la unión física de sus vanos. No obstante, la que da a la calle Sierpe exhibe un diseño distinto de la anterior. Lo único que mantiene sin variaciones es la decoración del segundo piso y el balcón corrido que une los dos vanos centrales de cada uno de los tres niveles destinados a vivienda.

El único modelo de claro Modernismo catalán (aparte de las pequeñas influencias que posee la Casa del Príncipe de Jerónimo Arroyo) que conserva Valladolid, corresponde al actual número 6 de la calle Cánovas del Castillo (antiguos 22, 24 y 26), levantada en 1916. Se basa en la corriente medievalista de arcos apuntados, arquillos ciego, ventanas trilobuladas, etc. Sin embargo, lo que más llama la atención es la fantasía decorativa en la ejecución de algunos motivos, caso de los dragones y atlantes que soportan los balcones. Los miradores, con vuelo semicircular, destacan tanto por el tipo de huecos que poseen como por su posición centralizada en la fachada. Es posible que la vinculación catalana de este edificio provenga a través de algún viaje a Cataluña o por el conocimiento de cuadernos de dibujos, fotografías o revistas.

En 1918, D. Nicasio García solicita licencia para construir de nueva planta un edificio en la calle Miguel Íscar, 4 duplicado. Coloma es el encargado de realizar los planos, sin embargo, comenzado ya las obras, el arquitecto municipal, Agapito y Revilla, percibe una serie de irregularidades en la construcción. Éste afirma que la decoración que se estaba llevando a cabo en la fachada no era la que había señalado en los planos presentados al Ayuntamiento, por lo que obliga a Coloma a realizar unos nuevos detallando el programa ornamental que quería utilizar. Nuevamente examinados por Agapito, fueron aprobados y la obra continúo su marcha. La fachada, de una innegable verticalidad y elegancia, recuerda, en determinados casos, proyectos que ya existían en la ciudad, como el número 1 de la calle Claudio Moyano c/v a la de Santiago o la Casa del Príncipe. La dos filas de miradores (en éstos es donde más claramente se aprecia el Modernismo de sus diseños), orlados con guirnaldas y coronados por balaustradas, flanquean el cuerpo central de la edificación para el que Coloma elige, como remate del mismo, la simulación de una especie de rocalla que no desentona con los distintos elementos de origen barroco dispuestos en la parte superior de la fachada.

ÚLTIMOS AÑOS DE SU PRODUCCIÓN
Coloma siempre va a tener en consideración, como el resto de maestros de obras y arquitectos de Valladolid, la importancia del mirador. Como ejemplo podríamos destacar dos proyectos, ambos realizados en el año 1920. Uno de ellos, el del número 27 de la Plaza de Fuente Dorada, se basaba en la ubicación de un mirador corrido de cemento armado que abarcaba los tres pisos de que constaba la edificación (actualmente no existe). El otro ejemplo consistía en colocar un enorme mirador (hoy desaparecido) en la casa que formaba ángulo entre las calles Alonso Berruguete y Angustias, además de realizar un revoco general a la vivienda. Referente a esta última casa, hay que llamar la atención sobre las molduras decorativas realizadas en yeso que dejan ver, todavía en nuestros días, una serie de animales fantásticos entresacados de bestiarios renacentistas. No sería la única vez que la decoración de una de sus fachadas siga modelo de tal inspiración.

Como hemos visto, multitud de edificios que vemos normalmente cuando paseamos por la ciudad fueron realizados por este semidesconocido maestro de obras, el cual colaboró a la modernización visual de la ciudad. Sería una pena que los edificios que aún se conservan sucumbieran a la piqueta como últimamente está ocurriendo con algunas casas situadas en la calle de Santiago, lateral del Mercado del Val, por no hablar del interesante, y desaparecido hace un par de años, almacén que se encontraba en la calle Cardenal Cos.

BIBLIOGRAFÍA
  • DOMÍNGUEZ BURRIEZA, Francisco Javier: “Modesto Coloma: Medio siglo de arquitectura civil en Valladolid (1875-1925), “B.S.A.A.”, tomo LXVIII, 2002, pp. 295-320.

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA PARROQUIAL DE LA ASUNCIÓN DE VILLABÁÑEZ

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Cerca de Valladolid capital se encuentra un pueblo encantador: Villabáñez. Dentro de su iglesia podemos admirar muchísimas obras de arte que merecen la pena, y cuando digo muchísimas son muchísimas. Y es más, tienen un carácter muy variado: retablos, esculturas, pinturas, e incluso el propio edificio. Por destacar algunas obras, aunque no es el tema de hoy, veremos: conserva una escultura de San Miguel, obra de José de Rozas, uno de los escultores vallisoletanos más importantes de hacia el año 1700; cuatro tablas, procedentes seguramente de un retablo descabalado, atribuidas al gran pintor vallisoletano del siglo XVI Antonio Vázquez; un retablo neoclásico con varias esculturas de santos mercedarios que en origen provendría del Monasterio de la Merced de Valladolid… El pueblo también posee un pequeño humilladero que custodia un importante Crucifijo atribuido a Francisco de la Maza, escultor que se encargó de la construcción del retablo mayor de la iglesia.

Pórtico de acceso a la iglesia
Interior de la iglesia
JOSÉ DE ROZAS. San Miguel
ANTONIO VÁZQUEZ (Atrib.). La Piedad
ANTONIO VÁZQUEZ (Atrib.). San Sebastián
ANTONIO VÁZQUEZ (Atrib.). Santo Obispo
ANTONIO VÁZQUEZ (Atrib.). El Santo Entierro
Retablo procedente del vallisoletano Convento de la Merced. La escultura principal está atribuida a Felipe de Espinabete
Sotocoro
Humilladero
FRANCISCO DE LA MAZA (Atrib.). Crucifijo
El retablo mayor de la iglesia parroquial de la Asunción se organiza en banco, dos cuerpos, tres calles, ático y guardapolvo. Como suele suceder en muchas ocasiones, el retablo se adapta perfectamente a la forma poligonal de la cabecera, incurvándose ligeramente las calles laterales. Su autor, como acabamos de decir, fue el escultor Francisco de la Maza que se distinguió como alumno de Juan de Juni y, de hecho, así se advierte en las trazas y detalles de sus creaciones. Según Parrado del Olmo sus figuras destacan por ser regordetas y de anatomía blanda. La obra, contratada en marzo de 1571, se finalizó a lo largo del año 1572.
Resulta difícil definir el estilo del retablo. Si bien la disposición de los cuerpos es clasicista –incluso hay algún elemento decorativo herreriano como son las bolas de la azotea–,todavía mantiene reminiscencias platerescas en la ornamentación –que ya escasea– de los frisos, ático (“Putti” en las esquinas, virtudes que flanquean unos tondos pintados inscritos en tarjetas de cueros recostados) o en el incipiente guardapolvo que cierra este mueble litúrgico por ambos lados y que en su remate inferior está sostenido por dos ángeles en función de atlantes.

El retablo presenta columnas pareadas y estriadas en los extremos, de orden jónico en el primer cuerpo y corintio en el superior, mientras que una solitaria columna enmara y separa las composiciones de la calle central. Están adornadas en el tercio bajo con alegorías de las Virtudes y roleos vegetales entrelazados. Los frisos se exornan igualmente con motivos botánicos y angelitos.
El banco está ocupado por una serie de relieves que representan al Colegio Apostólico, todos ellos distribuidos por parejas que habitan los plintos de las esquinas –los cuales sirven de base a los órdenes de los cuerpos– y de cuatro en cuatro en los repartimientos. Cada apóstol porta su atributo característico, como es el caso. En cambio, en los basamentos que flanquean la custodia se representa a dos santas, Santa Catalina y Santa Lucía, esta última con los ojos en un recipiente, según es costumbre en su labra.

En el primer cuerpo nos encontramos con tres grandes relieves, uno en cada calle. En el lado del Evangelio la Anunciación; en el de la Epístola el Nacimiento de Jesús, y en la calle central la Asunción. En el relieve de la Anunciación, el Arcángel San Gabriel permanece flotante sobre el espacio en el momento de comunicar la buena nueva y muestra su dedo índice apuntando hacia Dios Padre, que presencia el acontecimiento desde las alturas al ser quien le envió. No falta tampoco el típico jarrón de azucenas que simboliza la pureza de María, que recibe el anuncio en su alcoba, como delata el dosel de la cama.

En el lado opuesto se encuentra el relieve del Nacimiento de Jesús descrita también a la manera habitual. El recién nacido preside la escena en el centro de la misma, rodeado de la Virgen con las manos adorantes y San José. Al fondo se divisan dos pastores, y pintados sobre la tabla encontramos otros dos pastores. En la parte superior derecha un ángel presencia la escena. A su lado un tejadizo nos indica que el acontecimiento tiene lugar en un establo.

La calle central está presidida por una refinada Asunción de acento muy juniano a la que circundan varios ángeles que la ayudan a ascender. Las facciones de la Virgen son muy similares a las que empleaba Juan de Juni en su imaginería, extremo que no puede extrañarnos en Francisco de la Maza, autor de la obra, pues fue discípulo de aquél. Es una pieza de tamaño casi natural y de bulto redondo.

El segundo piso se distribuye de una forma similar al del primero. En este caso los protagonistas son los relieves del Camino del Calvario (Evangelio) y la Flagelación(Epístola), y un Calvario en bulto redondo.
El relieve del Camino del Calvario está muy relacionado con su homónimo del retablo mayor de la iglesia de Santa María de Torrelobatón, si bien en este de Villabáñez hay menos tallas, pero sí aparece la Verónica dispuesta a enjugar con su tela el rostro ensangrentado de Jesús. No falta tampoco el Cirineo ayudando a Jesús a transportar la cruz asiéndola del madero vertical. Un sayón le lleva atado del cuello con una cuerda de la que tira toscamente para obligarle a caminar y un segundo jalea el paso de la comitiva tañendo un cuerno.

En la tabla del lado de la Epístola asistimos a la Flagelación del Señor a manos de dos feos esbirros que golpean a un Jesucristo amarrado a la columna en el palacio de Poncio Pilato, que aparece dibujado en un fondo de pintura en la que se advierte la presencia de un notable que observa el castigo y que hemos de suponer que sea el Prefecto romano. De acuerdo con los cánones del arte gótico y renaciente, la columna cruz de arriba abajo el compartimento y lo secciona en dos, siendo más alta que el propio Jesús. No será hasta el Barroco cuando la columna sea más baja que la estatura del Redentor. Se emplea por parte del artista el recurso de la caricaturización de los lacayos (igualmente que en el retablo de Torrelobatón), tan común en estas realizaciones del siglo XVI, que viene a acentuar el contraste entre la inocencia del Señor y la brutalidad de sus torturadores, y que era una forma de aleccionar a los cristianos, la mayoría analfabetos en aquélla época.

La hornacina central de este segundo piso se reserva para el Calvario, en el que destaca el prodigioso modelado anatómico del Crucificado, brazos ligeramente arqueados y grueso perizonium. Le flanquean la Virgen y San Juan, y justo debajo de los pies de Cristo, como sujetando la cruz, la Magdalena pone el punto dramático a la escena. Azcárate apostilla que se trata de un episodio directamente inspirado en Juan de Juni. Este pabellón está rematado por un frontón curvo –que ya forma parte del ático– en cuyo tímpano hallamos la usual efigie de Dios Padrebendiciendo con una mano y sujetando con la otra el globo terráqueo.


BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.

LA OBRA DEL ARQUITECTO MODERNISTA JERÓNIMO ARROYO EN VALLADOLID

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En el post de hoy vamos a estudiar la obra que nos dejó en Valladolid el arquitecto palentino Jerónimo Arroyo, uno de los más arquitectos modernistas más importantes de Castilla y León, y también de España.
Jerónimo Arroyo López, nace en la casa nº 50 de la palentina Calle Mayor el 14 de enero de 1871. Era el segundo hijo de Ambrosio Arroyo de la Hera y Julia López Cabeza, un matrimonio de familia acomodada. Comenzó sus estudios de bachiller en 1881 en el Instituto General y Técnico de Palencia, donde obtuvo el título de Grado de Bachiller en 1884, destacando en las asignaturas de Poética y Retórica, y también en la de Lengua Francesa.

En 1885, tras convencer a su padre, ingresa en la Escuela General Preparatoria de Ingenieros y Arquitectos de la Universidad Central de Madrid. En 1892 acababa sus estudios en esta Escuela e ingresaba en la Escuela de Arquitectura de Madrid. Durante los dos años en que permaneció en esta escuela no aprobó ninguna asignatura, debido a que se dejó embriagar por la bohemia madrileña de la época. En 1894, tras suspender todas las asignaturas en sus estudios de arquitectura, pasa a la Escuela Superior de Barcelona. El primer año de carrera (1895) lo compagina con un trabajo de delineante. Finaliza la carrera en 1899, obteniendo el título de arquitecto el 1 de agosto.
En el año en que el Ayuntamiento de Barcelona establece el premio anual de arquitectura, premio que inaugura Gaudí con la Casa Calvet, Arroyo presentó para el proyecto fin de carrera un diseño de Estación Central de Barcelona. El tribunal estaba compuesto, entre otras personas, por Lluis Doménech i Montaner, Francisco de Paula del Villar Lozano (iniciador del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia y director de la Escuela), Casademunt y Bassegoda.
De vuelta a Palencia, el 8 de noviembre de 1899 es nombrado arquitecto provincial aunque ya venía desempeñando este cargo desde el 11 de noviembre de 1898, fecha en que dimite Francisco Reynals y Toledo. Poco después, el 1 de marzo de 1900, es nombrado arquitecto municipal interino, tomando posesión del cargo el día 5 de este mes. En la misma fecha también pasará a ocupar el puesto de arquitecto diocesano que dejaba libre el vallisoletano Juan Agapito y Revilla en febrero de 1900 tras su marcha al Ayuntamiento de Valladolid.

En numerosas ocasiones Arroyo ejercería las funciones de arquitecto del municipio. El Ayuntamiento de Palencia, en virtud de la Real Orden de 1881, conforme a la cual los municipios podían valerse del arquitecto provincial a falta del propio, solicitará a Arroyo que llenase el vacío desde la dimisión de un arquitecto hasta la provisión definitiva de la plaza.
En octubre de 1900, recién casado, el matrimonio realiza su viaje de bodas a París, Roma y Suiza. El viaje, figura siempre inexcusable en la vida de un arquitecto, le brindaba en esta ocasión la oportunidad de testimoniar uno de los momentos más decisivos en la historia del Modernismo: la Exposición Universal de París de 1900. Un París engalanado que enseñaba al mundo la Torre Eiffel (vestigio de la Exposición de 1889), la Galería de Máquinas (destruida en 1910), la gran novedad del Metro (la primera línea Vincennes-Maillot se inauguró el 9 de julio de 1900) con los accesos y pabellones de Guimard, o el recién estrenado restaurante Maxim´s (obra de León Sonnier y Louis Marnez de 1899), estandarte de la Belle Epoque.

Su paso por Barcelona acusó la influencia de las grandes figuras del momento: Gaudí, Doménech i Montaner, Puig i Cadafalch… La Escuela de Barcelona, aunque no exenta de un cierto academicismo, permanecía abierta a influencias extranjeras, enriqueciéndose gracias al constante flujo de intercambios culturales con el resto de países europeos. Esta eclosión artística que envolvió los años universitarios de Arroyo, encaminará indudablemente su quehacer arquitectónico hacia la corriente modernista. La actitud de Arroyo corroborará las palabras de I. de Solá-Morales: “La influencia de Doménech i Montaner como profesor en el modo de proyectar de sus discípulos es tan evidente y comprobable a través de los proyectos que se guardan en la Escuela de Arquitectura, que bien puede hablarse de por lo menos dos generaciones claras y patentemente marcadas por sus enseñanzas”.
Las primeras obras de Arroyo muestran las cualidades estéticas del Art Nouveau. El diseño de las forjas de hierro en los pabellones de la Fábrica de Piedra Artificial, en la casa de Agustín Herrero o en la Granja Experimental Agrícola lleva impreso el movimiento vegetal y la sinuosidad del “coup de fouet”.
El afán de revitalización del gótico y del románico promulgado desde el Modernismo estuvo muy presente en la arquitectura de Arroyo. Emulando la faceta arqueológica que emprendiera Doménech i Montaner, realizando apuntes, estudios y cerca de un millar de placas fotográficas en su viaje al Románico pirenaico, Arroyo también exploró en un decisivo viaje al norte de la provincia el Románico palentino. Multitud de fotografías de templos realizadas por él se constituyeron en claro referente para el diseño de obras neorrománicas: Hospital de San Blas, Hospital Psiquiátrico Provincial, Villa de Ángel Merino en Villafruela. También de la tradición medieval, pero en este caso de los Países Bajos, rescatará otro juego lingüístico, el muro piñón escalonado.
El ansia regeneracionista que provocó el desastre colonial de 1898 desembocó, en el quehacer arquitectónico, en una tendencia de corte tradicionalista, que buscaba en los elementos del plateresco y del barroco la decoración necesaria para los problemas que el momento planteaba. Así, pues, una nueva época se refugiaba en el neo plateresco, buscando la apariencia y seguridad que le proporcionaba uno de los períodos más florecientes de la historia de España, y tomaba como modelo el plateresco salmantino. El Palacio de la Diputación Provincial, la Casa de Correos y Telégrafos de Valladolid, y la reforma que realizara en el Convento de las Agustinas Canónigas, muestran las líneas de un depurado neo plateresco, que Jerónimo Arroyo empleó frecuentemente en sus composiciones.
Sus últimos años profesionales contemplaron la consolidación de la arquitectura del Movimiento Moderno. Arroyo fue desviando su repertorio lingüístico, adecuándose a los nuevos condicionantes de la arquitectura de preguerra, que exigía una mayor frialdad en el empleo del ornato, confiriendo a sus obras la necesaria sobriedad y sencillez. Arroyo fallece en la capital del Carrión el 26 de marzo de 1945.

Entre sus obras más importantes se encuentran el Palacio de la Diputación Provincial de Palencia y el Colegio Villandrando, también en Palencia.
Jerónimo Arroyo fue todo un “hombre del renacimiento”, puesto que a su trabajo como arquitecto habría que sumarle sus facetas como político, periodista y escultor. Arroyo se integró en la clase política de la Restauración y consciente de la posibilidad de este proceso renovador, irá dirigiendo sus pasos en defensa de los intereses palentinos. En la vida política de Jerónimo Arroyo aparecen muchos nombres propios, pero de entre éstos dos son los que cobran más importancia: Abilio Calderón Rojo y Santiago Alba y Bonifáz.
En las elecciones de marzo de 1914, Jerónimo Arroyo se decide a participar en el juego político dentro de las filas del Partido Conservador, liderado por Dato y que tenía a Abilio Calderón, cuñado de Arroyo, como jefe provincial. Calderón ofreció a Arroyo el puesto de candidato a diputado a Cortes por el distrito de Astudillo-Baltanás.
En las elecciones de 1916, Arroyo resultó elegido diputado a Cortes por el distrito de Carrión. De nuevo en las elecciones de 1918, Jerónimo Arroyo salió elegido diputado a Cortes para el distrito de Carrión-Frechilla. En las elecciones de 1919 no logró salir elegido diputado. En las elecciones al Congreso de 1920 no concurrirá, pero en cambio sí se decidió a presentarse como candidato al Senado, resultando elegido Senador del Reino. Jerónimo Arroyo volvió a ser nombrado diputado a Cortes por el distrito de Carrión-Frechilla en las elecciones de 1923.
Tras la caída de Primo de Rivera, Arroyo será concejal del Ayuntamiento de Palencia durante un breve espacio de tiempo. El Ayuntamiento se constituía el 17 de marzo de 1930, criticando Jerónimo Arroyo duramente, el que hubieran quedado excluidas de la Corporación las instituciones obreras. El enfrentamiento con su cuñado Calderón, desatado en 1915, convirtió a los hermanos políticos en enemigos políticos. La gravedad de la deserción política de Arroyo culminó en el abandono del Partido Conservador, y en su proclamación como jefe provincial del Partido Liberal.

IGLESIA DE LA RUBIA (1915)
En 1915 Jerónimo Arroyo proyecta la iglesia de la Rubia. El 29 de julio de aquel año Juan Julián Fernández, contratista de la obra, solicita al Ayuntamiento de Valladolid licencia para la construcción de la iglesia, para lo cual acompaña el proyecto de ésta, firmado en Palencia por Jerónimo Arroyo en julio de 1915. Las fachadas principal y posterior de la iglesia discurren paralelas a la calle Julián Morales (actual Joaquín María Jalón) y Carretera de Rueda. El templo se edificó en los que eran terrenos de Anselmo León (quien los cedió gratuitamente), lindantes con la carretera de Puente Duero.
El Ayuntamiento concedió la licencia de construcción el 23 de agosto de 1915, y, poco después, el 16 de octubre, la Diputación Provincial, propietaria de la carretera lindante con el templo, otorgó el pertinente permiso para su edificación.


La iglesia se inserta en la época en que proliferaron en Valladolid las construcciones religiosas, sobre todo fuera del casco antiguo, en los barrios. Tenemos como ejemplos el Convento de las Siervas de Jesús, el Convento de María Inmaculada, la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar y el Colegio de Santa Teresa de Jesús. El barrio de “La Rubia”, integrado entonces por doscientos vecinos, pertenecía a la parroquia de San Ildefonso, distante unos tres kilómetros del barrio. Esta considerable distancia, que dificultaba la práctica de los preceptos religiosos, junto al crecimiento que experimentaba la zona, determinó la construcción del templo.

Esta pequeña iglesia de estilo neogótico se desarrolla sobre una planta rectangular de 12 metros de anchura, disponiéndose nueve contrafuertes a lo largo de los laterales. Presenta una cubierta de tejado a dos aguas, alcanzando la iglesia una altura de 22,30 m. Dos grandes arcos ojivales, con tres arquivoltas, en la fachada principal dan acceso a un pórtico donde está ubicada la puerta de entrada. Lateralmente se accede a este pórtico por idénticos arcos. Un rosetón de cinco metros de diámetro (el rosetón se construyó con dimensiones más reducidas, aunque en el proyecto se reflejaba esta medida) se disponía en la fachada principal, roto inferiormente por un gablete, que no enmarca las puertas, como en muchas otras construcciones góticas, sino una hornacina cerrada con arco de medio punto en la que se ubica la imagen de la Virgen. El hastial se presenta escalonado, hasta el campanario, formado éste por dos arcos ojivales. Sobre el campanario, una balaustrada con diagonales, decora el citado campanario rematado por una cruz. El mismo diseño que en la balaustrada aparece en dos pequeños ventanales. Aquí hay también diferencias con el proyecto original: en los planos de Arroyo tan solo figura el remate superior. En los laterales se disponen nueve contrafuertes entre los que se disponen ocho vidrieras típicamente góticas, alojadas en grandes ventanales formados por dos arcos apuntados y un rosetón cuadrifolio.

En el testero hay también tres botareles. Esta fachada tiene una concepción muy sencilla. Solamente un pequeño rosetón aparece en el hastial, permaneciendo el resto del paramento completamente “limpio” de cualquier tipo de adorno. Todo el paramento exterior presenta un enfoscado imitando sillería.
Aunque las intervenciones de Arroyo como arquitecto diocesano brindan grandes ejemplos de arquitectura religiosa en múltiples facetas: capillas, asilos, conventos, etc., esta obra y la iglesia de Alar son las únicas iglesias de nueva planta que levanta.


CASA DE CORREOS Y TELÉGRAFOS (1916-1922)
Durante la etapa como ministro de Gobernación de Santiago Alba se impulsará la construcción de Casas de Correos y Telégrafos en varias capitales que carecían de adecuadas instalaciones para este servicio. El 7 de marzo de 1913, el Ayuntamiento de Valladolid cedía al estado el solar sobre el que debería construirse el nuevo edificio.
En el libro de Casimiro González García-Valladolid Guía General, publicado en Valladolid en 1922, se cita la cesión de los terrenos por parte del Ayuntamiento al Gobierno: “En 1913, el Ayuntamiento cedió al Gobierno, para construir sobre ellos un edificio con destino a oficinas de Correos y Telégrafos, los solares que resultaron del derribo de las antiguas casas-posadas del Ángel, de la Cruz y de las Ánimas, contiguas a la iglesia de Jesús, en la Plaza de la Rinconada”.
El 17 de abril de 1915 una comisión formada por Alba, Silió, Royo Villanova y Vallejo visitaba en Madrid al entonces director General de Comunicaciones Sr. Orduño para solucionar la problemática que presentaba el solar del futuro edificio, pues éste tenía 954 m2, no alcanzando por tanto los 1.000 m2 que exigía la ley.

Al concurso, que había convocado el Ministerio de Gobernación para el Proyecto de Casa de Correos en Valladolid, se presentaron ocho arquitectos con sus respectivos anteproyectos, entregando sus trabajos en noviembre de 1915. El 5 de enero de 1916 el Director General de Comunicaciones notificaba el fallo del jurado, el cual estimó que los mejores trabajos eran el de Jerónimo Arroyo y el de Luis Ferrero y Tomás, considerando la fusión de los dos anteproyectos como la mejor solución, pues éstos tenían muchos puntos en común.: “dada la gran analogía que existe en la disposición de las plantas y distribución de sus respectivos anteproyectos de Casa para Correos y Telégrafos en Valladolid, elegidos por el Jurado y al haber adoptado también para el desarrollo de las fachadas e interiores el arte español llamado plateresco, lo que permitiría fácilmente fusionar en uno los elementos de los dos, se les conceda que en lugar de presentar cada uno su proyecto formulen uno solo firmado por ambos y adaptando lo mejor que cada cual de aquéllos contenga”.
El gobierno de Dato caerá a finales de 1915, volviendo Alba a desempeñar la cartera de Gobernación, quien dictaría la Real Orden aprobando el proyecto de Casa de Correos y Telégrafos para Valladolid presentado por Jerónimo Arroyo y Luis Ferrero. La subasta de las obras se celebró el 1 de julio de 1916, adjudicándosele al contratista vallisoletano Mariano Tranque. El acta de replanteo de la obra se levantó el 11 de octubre de 1916. La nueva Casa de Correos fue inaugurada el 4 de febrero de 1922.

Palacio de Correos y Telecomunicaciones en 1928
El edificio se ciñe a la alineación de un solar altamente irregular. Éste se presentaba como un cuadrilátero de lados desiguales, al que el proyecto achaflanó una de sus esquinas, para situar en él la entrada principal. De esta manera, el edificio presenta la planta de un pentágono, con tres lados a la Plaza de la Rinconada, y otros dos a la calle del Caballo de Troya y a la Prolongación de la calle del Poniente.
La Casa de Correos consta de sótano y tres pisos. En el sótano se dispusieron los servicios de orden interior, tales como negociados de distribución, servicio de cartería, embalaje de sacas, etc. En la planta baja se encuentran las dependencias relacionadas con el público: oficinas de recepción de telegramas, cabinas telefónicas, oficina de Giro Postal, oficina de Caja de Ahorros, certificados, etc. Los despachos de dirección, del administrador, del secretario y de los jefes de servicio se situaban en el piso principal. El segundo piso estaba destinado a viviendas.

En planta, el edificio se articula en torno a un gran hall de lados paralelos a las fachadas del edificio. La entrada principal da acceso a este amplio hall de doble altura, cubierto con un gran lucernario. Un pasaje previsto para la entrada de carruajes, que discurre de la fachada de la calle del Caballo de Troya a la de la calle del Poniente, separa las oficinas postales y Aduanas del resto de las dependencias. Desde este pasaje también se accede a la escalera, que llega hasta las viviendas del segundo piso. Tres buzones se sitúan en el exterior del edificio, bajo un porche, en la esquina de la plaza de la Rinconada y prolongación de la calle del Poniente. Dos escaleras de un solo tramo curvo, que dan acceso al piso principal, se sitúan en el vestíbulo, entre la puerta principal y el gran hall.
En la construcción del edificio se empleó piedra berroqueña o granito en los zócalos de fachada, en los zócalos del paso piedra de Campaspero, piedra de Hontoria de la Cantera en elementos decorativos, y piedra artificial de la Fábrica de Arroyo.
En fachada, el piso principal y la planta baja aparecen unificados. Una arquería de arcos de medio punto con sencilla clave se dispone en el piso principal. En cada módulo el arco de medio punto recoge el ventanal de la planta baja que aparece adintelado. Estos ventanales presentan unas impresionantes rejerías platerescas, que contribuyen a manifestar el lujo del edificio. Dando acceso al porche de la esquina aparecen dos arcos de medio punto, uno en cada fachada.

Sobre cada uno de los arcos del piso principal, aparece en el segundo piso un arco de medio punto, de dimensiones más reducidas. En este nivel desaparece el revoco para mostrar el ladrillo. Los arcos de tres roscas de ladrillo se disponen sencillamente, enlazándose entre ellos con una cornisa de cuatro hiladas de ladrillo que une la línea de impostas. En los entrepaños aparecen azulejos cerámicos mostrando motivos decorativos con dibujos florales y escudos.
Los tres frontones que aparecen en el núcleo de la fachada principal rompen las ventanas del segundo piso. Bajo estos frontones y enmarcados por pilastras se sitúan tres arcos de medio punto, cuyos ventanales iluminan el vestíbulo de entrada y las escaleras de acceso a las oficinas del piso principal.
Una torre de clara inspiración neoplateresca, se yergue sobre el eje de la puerta principal, presentando en el alzado a Plaza de la Rinconada tres vanos y remate de pináculos y greca. Las trazas neoplaterescas y renacentistas se advierten en toda la composición del edificio. Así aparecen multitud de elementos del lenguaje clásico, tales como frontones, claves, pináculos, pilastras… Una balaustrada con dibujos de greca recorre todo el perímetro del edificio, rematando la composición de esta obra.
En la actualidad el edificio presenta grandes cambios con respecto a su primera concepción. La torre y la decorada balaustrada desaparecieron para construir un piso más. González Delgado afirma correctamente que este hecho fue una “irreverente actuación de la postguerra que destrozó en gran parte el espíritu de esta elegante e importante obra”.

LA “CASA DEL PRÍNCIPE” (1906)
La “Casa del Príncipe” es uno de los más bellos e importantes logros modernistas de la ciudad. Situada en la actual Acera de Recoletos nº 11 esquina a calle Colmenares, fue mandada levantar en 1906 por Eladio Fernández de Laza, quien deseaba construir en ese solar un edificio destinado a casa de alquiler y a locales comerciales. El expediente de esta obra contiene tres hermosos planos. Se refieren a plantas, secciones y alzados. Están presentados e negativo y constituyen un magnífico ejemplo de delineación. Los planos fueron realizados en Palencia en abril de 1906, siendo aprobados por el arquitecto municipal vallisoletano, Juan Agapito y Revilla el día 21 de ese mismo mes.

La obra presenta un claro paralelismo con la realizada en 1905 por el que fuera su profesor en Barcelona, Lluis Doménech i Montaner, la premiada casa A. Lleó-Morera (Barcelona, Paseo de Gracia nº 35). El solar sobre el que se asentó la casa es un cuadrilátero cuya superficie total mide 625,93 m2destinándose a patio y chaflán 127,38 m2, quedando la superficie abierta reducida a 498,55 m2. El edificio dispone de sótano –sólo en la primera crujía–, planta baja y cuatro pisos. Las alturas de los pisos son las siguientes: planta baja 6 m., planta principal 3,85 m., planta segunda 4 m., planta tercera 3,60 m., planta cuarta 4 m., y terrado 1,50 m.
El edificio posee un constante ritmo ondulante, conseguido por el remate de la cornisa, por los balcones de línea curva y por la integración del elemento circular en rotonda que suaviza la esquina, situándose en planta baja el portal de entrada bajo la rotonda. Es en la esquina donde se sitúa el centro compositivo y eje del edificio.

Esta obra se muestra decididamente próxima a las influencias del modernismo catalán: elegantes líneas estilizadas, formas sinuosas, motivos florales, tallos que se retuercen…, aparecen profusamente en toda la composición, tanto en piedra artificial como en hierro. El hierro es utilizado buscando esa delicada sensación de movimiento vegetal, en los pilares de fundición con capiteles vegetales, en la forja de los balcones… A modo de marquesina enlazando la rotonda con el portal de entrada, aparece este material con motivos florales y líneas curvas, fingiendo sujetarla.
La parte baja de la casa se destina a comercio. Para obtener una mejor visibilidad en los escaparates, se han introducido pilares de hierro fundado. La puerta se sitúa muy oportunamente en la esquina a ambas calles, circunstancia frecuente en la arquitectura del momento. El suelo del portal se decora con un mosaico de la época (arte muy cultivado por el modernismo), y en él figuran las iniciales E. F., que corresponden al nombre y apellido del promotor, y a la fecha de 1908.

Sobre este portal monta un torreón volado, semicilíndrico. Los antepechos se adornan con guirnaldas obtenidas en hormigón, y presentan huecos amplísimos, cerrados con cristalería. El torreón, verdadero ejemplo de elegancia y ligereza, finge sostenerse sobre repisas de hierro, de finísima motivación botánica. Remata en airosa cúpula. Diríase un modernismo de esencia rococó. La rotonda incorpora en cada nivel los mismos dinteles que en el resto de los huecos. Juego que ayuda a mostrarnos la idea orgánica de la rotonda como volumen enfatizado y focalizador y, a la vez, perfectamente integrado en el esquema compositivo global.

El último piso se distingue del tratamiento de los otros niveles, ayudando a manifestarse como remate o coronamiento. En este nivel, los balcones son de forja de hierro y se interrumpe la continuidad del módulo de miradores para pasar a ser un balcón, excepto en la rotonda. En estos aparece un ventanal en forma de arco túmido, elemento que encontramos en la obra de muchos arquitectos modernistas: Romeu Ribot, Doménech i Montaner, Paul Cauchie, P. Hankar, Gustave Strauven… Los dinteles, en piedra artificial, dejan de ser meros arquitrabes o arcos rebajados, como en los anteriores niveles, y se muestran con un fresco aire gótico, retorcidos con formas florales, que recuerdan al neogótico de Joseph Puig i Cadafalch, sobre todo, en la Casa Macaya (1899-1901, Barcelona, Paseo Sant Joan nº 106).

A cada calle presenta la casa otros miradores, con estructura de hormigón y caprichosos temas botánicos. Los antepechos se completan con red metálica con trama de rombo, muy usada en el modernismo. El arquitecto ha combinado adecuadamente el color: piedra en el cuerpo bajo, piedra artificial, hormigón blanqueado, y ladrillo prensado, de color rojo. La cornisa se inflexiona con curvas y contracurvas, a la manera rococó.

OTRAS OBRAS REALIZADAS EN VALLADOLID
  • En 1908 pide licencia al Ayuntamiento vallisoletano para colocar una portada de madera en la farmacia de Pedro de la Rosa, en la calle Miguel Íscar, nº 3.
  • En 1912 realiza una reforma de los bajos del Edificio de Telefónica de Valladolid. C/ de la Constitución nº 9.
  • En 1914 el presidente de la Sociedad Protectora del Obrero, Narciso de la Cuesta, le manda hacer unas reformas en el Frontón Fiesta Alegre, el cual pertenecía, por entonces, a dicha asociación. Este mismo año, el presidente de la Sociedad “Círculo de Recreo”, Ricardo Vera Rodríguez, para revocar y decorar la planta baja del edificio sito en calle Duque de la Victoria, arquitecto: Jerónimo Arroyo
  • Entre 1918-1924 realiza un barrio obrero junto con Fernando de Unamuno.
  • En 1926 lleva a cabo la ampliación del edificio de la “Electra Popular Vallisoletana”. Ese mismo año realiza una casa para José Alonso Rodríguez en la C/ Muro.
  • En 1940 Arroyo solicita licencia, que le fue denegada, para la adquisición de unos terrenos con el fin de instalar una estación de servicio para vehículos de tracción mecánica entre la calle del Hospital Militar, paseo de España (actual paseo Arco de Ladrillo) y las cocheras del tranvía.
  • Realiza el taller de montaje para los Ferrocarriles del Norte.
  • Obras de reforma del Hotel del Siglo (Hotel Inglaterra).

BIBLIOGRAFÍA
  • GONZÁLEZ DELGADO, José Antonio: Jerónimo Arroyo López: arquitecto, Editora del Carrión, Palencia, 1999.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIII. Monumentos civiles de la ciudad de Valladolid, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1983.

LA CAPILLA MAYOR DE LA IGLESIA DE SANTA MARÍA DE ALAEJOS

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Hoy una nueva entrada después de haber pasado unos días en la ciudad más bonita del mundo: Roma. El post de hoy va a tratar sobre una de las grandes obras (que son bastantes) que posee el bellísimo pueblo de Alaejos, una de mis localidades preferidas y a la que guardo especial cariño, sobre todo por su amabilidad.
El retablo mayor de la parroquia de Santa María de Alaejos, una de las obras maestras del romanismo vallisoletano, fue contratado en el año 1589 por el escultor ¿francés?, aunque afincado en Valladolid, Esteban Jordán. No lo llegaría a finalizar debido a su fallecimiento, por lo que los encargados de acabarlo fueron el ensamblador Cristóbal Velázquez y el escultor Francisco del Rincón. Todavía en 1600 se traslada parte de él desde Valladolid, y por las mismas fechas se acababa de pagar a los herederos de Jordán lo que se debía al difunto. La policromía y dorado corrieron a cargo del pintor vallisoletano Francisco Martínez quien firmó el contrato en febrero de 1604 con el compromiso finalizarlo en tres años. Se trata de una de las últimas obras de Esteban Jordán y se la considera una réplica del monumental retablo de la iglesia de Santa María de Mediavilla de Medina de Rioseco. A juicio del profesor Martín González esta obra de madurez de Jordán es “sin duda la obra más fina (y) más sazonada” del escultor.

Su arquitectura es muy clásica, derivada de la que ideó Gaspar Becerra para el retablo mayor de la catedral de Astorga. El retablo, de perfil facetado, se adapta perfectamente a la forma del ábside de la capilla. Se articula a través de un poderoso banco, dos cuerpos, tres calles, de las cuales la central es de doble anchura que las demás, y ático rematando la máquina lígnea. Todo se concibe como una fachada en la que se superponen soportes, entablamentos, frontones y remates. En el primer cuerpo los apoyos son columnas corintias, en el segundo estípites y columnas entorchadas. Los frontones son triangulares o curvos, a veces alternando.

Las esculturas, tanto de bulto redondo como de relieve, se compartimentan de forma rigurosa en sus portadas y recuadros de tal manera que la sensación es de perfecto orden geométrico y simetría. Los temas responden a lo impuesto por el Concilio de Trento para regular la iconografía de retablos e imágenes en las iglesias. Aunque en gran medida obra de taller, muestran los rasgos del manierismo romanista seguido por Jordán. Las figuras son monumentales y calmadas, sin ningún tipo de expresión. Los paños muy amplios y con escasos y muy ampulosos pliegues. Las escenas se componen por acumulación de figuras que llenan todo el espacio del que disponen sin atreverse a salir de él, como lo hacían las de Juan de Juni.
El banco está presidido por los altorrelieves de la Anunciación en el lado del Evangelio y la Visitación en el de la Epístola. En los plintos de las predelas, que están labrados tanto en la cara visible como en los enveses, se representan a diferentes santos. Aunque la mayoría ha perdido su atributo identificativo, reconocemos a San Andrés con la cruz aspada, San Judas Tadeo, con la alabarda con la que le decapitaron en la ciudad persa de Suanis, Santo Tomás, Santiago Alfeo o el Menor con la maza con la que fue rematado a golpes tras ser lapidado y, finalmente, a los Santos Juanes que cierran el banco por ambos extremos. Los relieves de San Pedro y San Pablo flanquean la custodia, que ocupa el centro del banco. En el relieve de la Anunciación, la Virgen aparece de hinojos apoyada en un atril. Es curiosa la postura en cuclillas del arcángel, quien se sitúa a la misma altura que Aquélla, lo que no es nada habitual, de modo que hay una cierta simetría entre ambas imágenes, de delicadas facciones. No falta el búcaro de azucenas que pregona la castidad mariana.

La Anunciación
La Visitación
La Custodia es de grandes dimensiones, en forma de templete, con dos cuerpos. El inferior luce en la portezuela la Última Cena, en la que distinguimos a Jesús, a San Juan (que dormita sobre el Señor), y a Judas con su típica bolsa de monedas. Las hornacinas, hoy vacías, están separadas por columnillas dóricas en tanto que las del cuerpo superior por jónicas. Un friso de triglifos y metopas recorre el borde superior del piso bajo. Hay que lamentar la desaparición de todas las estatuas que habitaban en los huecos, entre las que descollaban un Cristo a la columna y unos Evangelistasque el profesor Martín González califica de “primor escultórico”.

San Pedro
San Pablo
En el primer cuerpo se sitúa el Nacimiento de Jesús (lado del Evangelio) en donde la Virgen sujeta al Niño mirando de frente a los espectadores. El buey y la mula se asoman a una ventana junto a otros pastores, uno de los cuales lleva un cordero a hombros, un detalle muy característico de los retablos de Esteban Jordán. En el lado de la Epístola acontece la Dormición de la Virgen, en la que los apóstoles muestran rostros estereotipados muy propios también en este escultor. Ambas cajas están enmarcadas por columnas cortinitas de fuste entorchado y tercio bajo ornado y rematadas por arriba con frontones curvos en cuyo tímpano se alojan dos ángeles rodeados de abundantes frutos que sostienen una tarjeta debajo de la cual hay una cabeza de fauno.

La Adoración de los Pastores
La calle central de esta altura exhibe dos casilleros en forma de arco de medio punto en cuyo interior descansan San Juan Bautista con el cordero en su brazo izquierdo y un santo anónimo. Unas bandas de triglifos y metopas dan paso a unos frontones semicirculares sobre los que se recuestan unas parejas de angelitos a la manera miguelangelesca. La caja rectangular medial es para la Asunción y Coronación de María, que aquí se presentan unidas en una sola narración. La Virgen, que recuerda a la realizada por Gaspar Becerra para de la Catedral de Astorga, está flanqueada por seis ángeles que la ayudan a subir. A la altura de su cabeza están Jesús y Dios Padre en actitud de coronarla. El friso de separación de ambos cuerpos enseña decoración de frutos y trapos colgantes. Cuatro grandes columnas corintias y estriadas compartimentan este primer piso.

Santo sin identificar
San Juan Bautista
Asunción y Coronación de la Virgen
Encima se sitúa una especie de segundo banco ornamentado con figuras de las Virtudes; así, de izquierda a derecha contemplamos la Fe portadora del cáliz, la caridad en el medio y la Esperanza con el ancla. Flanquean a la Caridad dos entablamentos adornados con niños desnudos que parecen empujar a unos carneros.
Ya en el segundo cuerpo, en el lado del Evangelio se encuentra la Epifanía, donde se contraponen los tres Magos a la izquierda y la Sagrada Familia a la derecha, ambos grupos en sentido descendente. Las figuras del primer plano –Melchor, María y el Hijo– exceden tanto el tablero que da la sensación de que fueran a despeñarse. El relieve opuesto es el del Abrazo ante la Puerta Dorada, donde los esposos ocupan todo el centro. Detrás, un pastor con una oveja a hombros, el ángel anunciador del embarazo de Santa Ana y una mujer a la derecha que mira.

La Adoración de los Reyes Magos
El Abrazo ante la Puerta Dorada
En la calle central de este piso se abren tres calles. Las laterales acogen a San Francisco y Santa Catalina encerrados bajo arcos de medio punto. Aquí, en cambio, no hay frontones, como sucedía en el primer cuerpo, y sí unos motivos decorativos consistentes en dos ángeles que sostienen un pequeño medallón con un jarrón dentro, muy similares a los que están tallados en el friso de unión de la predela con el primer cuerpo.

San Francisco
Santa Catalina
El tabernáculo central está dedicado a Jesús entre los Doctores, con personajes labrados de una manera análoga colocados simétricamente al bies y de cuatro en cuatro para dar el protagonismo a Cristo niño. Los relieves de este cuerpo, como apunta Martín González, tienen mayor resalte que los del cuerpo inferior, estando las estatuas del primer plano completamente al exterior de la portada.

Jesús entre los Doctores
El ático, con presencia de muchas imágenes, presenta un carácter triunfal muy propio del Renacimiento. Sobre los estípites centrales el Rey David con el arpa y elprofeta Elías y, encima de las esquinas, Adán y Eva. Los cuatro Doctores de la Iglesia (San Agustín, San Jerónimo, San Gregorio Magno y San Ambrosio) se sientan por parejas sobre el remate de las calles laterales. Unos óvalos nos muestran al Ecce Homo y a Cristo con la cruz a cuestas, ambos son obra de Francisco del Rincón. El Calvario se compone, como es normal, del Crucificado, la Virgen y San Juan. Detrás hay cuatro recuadros con ángeles portando los Arma Christi (también obras de Rincón) y, en el tímpano del frontón recto, Dios Padre en su clásica postura de bendecir con la diestra y coger la bola del orbe con la izquierda.

Padre Eterno
Adán
Eva
Ecce Homo y Padres de la Iglesia
Jesús camino del Calvrio y Padres de la Iglesia
El retablo enlaza visual y materialmente por su parte con la armadura de madera dorada y policromada que cubre el presbiterio y con las pinturas murales de los lados. La armadura tiene planta octogonal apoyada sobre trompas en el lado de la nave central. A partir de su núcleo central de mocárabes se suceden radialmente celdas poligonales que contienen bustos, frisos con cabezas de ángeles y paños de ornamentación mudéjar. El arrocabe está concebido como un juego de arquerías de medio punto en el que se disponen figuras de Santos y la Virgen con el Niño. La labra es un poco tosca, pero el efecto deslumbrante procede de la visión de conjunto y de la calidad del dorado y policromía contratados como los del retablo mayor por Francisco Martínez en 1604.

BIBLIOGRAFÍA
  • CASTÁN LANASPA, Javier: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XXI. Antiguo partido judicial de Nava del Rey, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2006.
  • MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA PARROQUIAL DE SAN PEDRO DE ALAEJOS

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Si en la entrada anterior tratamos el retablo mayor de la iglesia parroquial de Santa María de Alaejos hoy haremos lo propio con el retablo mayor de la de San Pedro, la otra “catedral” de la localidad.
El retablo mayor de la iglesia parroquial de San Pedro de Alaejos se realizó en época similar al de Santa María, aunque las soluciones arquitectónicas pasan por ser más clásicas. En este retablo está clara la influencia del retablo de tipo escurialense y que en tierras castellanas se propagó a través del retablo mayor de la Colegiata de San Luis de Villagarcía de Campos.

Vista de la iglesia de San Pedro desde la Plaza
Retablo mayor de San Pedro
Retablo mayor de la Colegiata de Villgarcía de Campos
Como características fundamentales, el retablo escurialense cuenta con una total desornamentación, ningún elemento decorativo tiene cabida en ellos. El predominio de la línea recta es total, lo que implica que nos encontremos con casilleros en los que tienen su desarrollo los relieves o las esculturas en bulto redondo. Este tipo de retablo fue el último de la etapa renacentista, y el que dio paso poco a poco al desarrollo del barroco, el cual tardaría bastante en imponerse en nuestra retablística (hasta mediados del siglo XVII veremos pocos elementos que nos indiquen algo del movimiento clásico con que se relaciona el barroco).
El retablo, perfectamente adaptado a la forma de la cabecera, a la cual se amolda como si fuera un político, se articula en banco, tres pisos, tres calles, cuatro entrecalles y un ático. El primer piso cuenta con columnas dóricas, detrás de la cuales se proyectan sendas pilastras, a las que hay que sumar otras dos pilastras que flanquean la hornacina central de este piso, en la cual se sitúa el titular del retablo y de la iglesia. En el segundo piso observamos la misma distribución, si bien en este caso son columnas jónicas y las dos pilastras de la zona central han desaparecido. Ya en el tercer piso las columnas mutarán a corintias. El remate del retablo se realiza a través de un frontón triangular recto, no hay apenas espacio para la línea curva.

Como elementos retardatarios para este tipo de retablos encontramos la especie de hornacinas circulares que cierran los respectivos pisos en sus extremos, los cuales sirven de acomodo a diferentes esculturas de santos. Asimismo, gran parte de las hornacinas que incluyen figuras de bulto redondo en el retablo están rematadas en forma de concha, tan del gusto renaciente.
La escultura que puebla el retablo, tanto en relieves como en bulto redondo, es de clara raigambre romanista, viendo incluso en algunos detalles ciertos atisbos de un naturalismo muy tenue.
Aunque se desconoce quién o quienes fueron sus autores, el retablo se ha atribuido a Cristóbal Velázquez y la escultura a Francisco del Rincón. Asimismo, Parrado del Olmo sugiere la participación en él del escultor palentino Juan Sáez de Torrecilla hacia el año 1592, fecha en la que se encontraba avecindado en Alaejos. La pintura y el dorado corrieron a cargo de Francisco Martínez y Lázaro Andrés. El retablo debió de concluirse en el año 1603.
Pasando ya a comentar el programa iconográfico del retablo, empezaremos por el banco: en las esquinas podemos observar escudos eclesiásticos y tarjas de cueros recortados con decoraciones de frutas en su interior. El resto del banco está reservado a relieves de Santa Clara, Santa Apolonia, Jonás, otros Santos, Padres de la Iglesia e incluso Evangelistas.

Santa Clara
Jonás
San Juan Evangelista
San Marcos
San Jerónimo
San Mateo
Santa Apolonia
Rey David?? y San Lucas
El primer piso se encuentra presidido por San Pedro, aparece representado de pie, tocado con la tiara pontificia, en una mano sujeta un libro y con la otra imparte la bendición. Las entrecalles están ocupadas por las esculturas en bulto redondo de San Juan Bautista, San Pablo, Santa Catalina de Alejandría y San Andrés. Las dos calles incluyen sendos relieves de la vida de San Pedro, el del Evangelio es San Pedro en Prisión y el de la Epístola el de Cristo sobre las aguas.

San Pedro
San Juan Bautista
San Pablo
Santa Catalina de Alejandría
San Andrés
San Pedro en prisión
Cristo sobre las aguas
Al subir al segundo piso vemos un pequeño friso, casi a la manera de un segundo banco, que se encuentra decorado con diferentes relieves de santos y de escenas, entre las cuales podemos adivinar la de la Adoración de los Reyes Magos en la calle central. Ya propiamente en el segundo piso, las calles incluyen los relieves de La Anunciación, la Asuncióny Coronación de la Virgen, y la Presentación en el templo. Las entrecalles disponen las esculturas de Santo Domingo, San Juan Evangelista, ¿Santiago? y San Francisco.

La Anunciación
La Asunción de la Virgen
Presentación en el templo
Santo Domingo
San Juan Evangelista
Santiago Apóstol
San Francisco
El tercer piso dispone de una iconografía claramente pasionista. Las calles incluyen los relieves de Cristo camino del Calvario, Cristo presentado al pueblo y en la calle central el típico Calvario. Las entrecalles nos muestran a Santa Catalina de Siena, Cristo atado a la columna y otra santa que no acierto a adivinar.

Camino del Calvario
Presentación ante el pueblo
Calvario
Santa Catalina de Siena
Cristo atado a la columna
Ecce Homo
Santa sin identificar
Finalmente, el ático dispone de un gran desarrollo, a la manera renacentista. La calle central la preside el Padre Eterno, mientras que las laterales están protagonizadas por cuatro Virtudes.

Padre Eterno
Virtudes
Virtudes
La belleza del retablo se ve incrementada por la reciente restauración tanto del templo como de las pinturas que decoran la totalidad de la iglesia, conjunto que pienso no tiene parangón en toda la provincia. Las pinturas son una maravilla para la vista, pienso que merecen una entrada propia.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: “Tipología e iconografía del retablo español del Renacimiento”, B.S.A.A., Tomo XXX, 1964, pp. 5-66.
  • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: “Atribuciones de obras inéditas a escultores castellanos del siglo XVI”, B.S.A.A., Tomo LXV, 1999, pp. 241-258.

LA CAPILLA DE LOS ALDERETE DE TORDESILLAS: EL RETABLO MAYOR Y LOS SEPULCROS DE LOS FUNDADORES

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Hoy vamos a tratar sobre la capilla de los Alderete sita en la iglesia de San Antolín de Tordesillas, concretamente de su retablo mayor y los sepulcros del fundador de la capilla (Pedro González Alderete) y de su padre (Rodrigo de Alderete).Comenzaremos por los sepulcros.

SEPULCRO DE DON RODRIGO DE ALDERETE
En el muro de la Epístola se conserva el de don Rodrigo de Alderete, quizá padre del fundador de la capilla. Se trata de un nicho estructurado a partir de un arco carpanel, rematado por un arco conopial, con labores de cardinas. A ambos lados se encuentra flanqueado por sendos pináculos. El remate lleva dos escudos de los Alderete, labores agrutescadas y angelotes desnudos con función de tenantes, todo ello pintado. Las albanegas del arco se decoran con una pintura mural renacentista que representa la Anunciación, de inspiración italiana, en la que se ha llegado a ver un contacto con el estilo de Juan de Borgoña.

En el frente se lee una inscripción en caracteres góticos: “Aquí yaze el Licenciado Rodrigo de Alderete, juez mayor de Vizcaya por sus magestades falleció año de 1527”. Sobre la misma se dispone la estatua yacente del finado, vestido con ropas talares y tocado con bonete. A los pies, un paje y un perro. Según Ara Gil la escultura estaría ya esculpida antes del fallecimiento del representado.


SEPULCRO DE DON PEDRO GONZÁLEZ ALDERETE
En el centro de la capilla se encuentra el del fundador don Pedro González Alderete. Sobre la cama, aparece el yacente, reclinando la cabeza sobre dos almohadones. Viste coraza y porta la espada sobre el cuerpo. Se rodea de niños dormidos sobre calaveras y tarjetas. A los pies, dos niños sostienen el yelmo. En los cuatro frentes, se disponen numerosos motivos decorativos de progenie plateresca: en los ángulos figuras de Virtudes, medallones de los cuatro Evangelistas, dos relieves de San Ambrosio y San Jerónimo, y otros dos con la Virgen del Socorro y San Pedro. En el friso se encuentra la inscripción dedicatoria: “Este bulto y capilla mandó hacer y doctó Pedro Alderete comendador de la Caballería de Santiago, vecino y regidor desta villa de Tordesillas. Falleció en Granada, año de 1501, cuio cuerpo aquí está sepultado”. Se piensa que el sepulcro, realizado hacia 1550-1562, es obra del entallador Gaspar de Tordesillas.


RETABLO
Pasando ya al retablo, hay que advertir que presenta una historia constructiva muy compleja, que gracias a las investigaciones de Martí y Monsó y García Chico se ha logrado solucionar en parte. A pesar de otras aportaciones posteriores aún persisten algunos interrogantes.
La mazonería del retablo, realizada para albergar escultura y pintura, es obra de Gaspar de Tordesillas, aunque el destino de esta máquina no era San Antolín sino la capilla mayor del convento de Santa Clara la Real. Fue en 1550 cuando el regidor de la villa de Tordesillas don Gaspar de Alderete lo adquirió para ser colocado en la suntuosa capilla funeraria que la familia poseía aneja a la iglesia de San Antolín. Este recinto, fundado a fines del siglo XV por don Pedro González de Alderete comendador de la Orden de Santiago y regidor de Tordesillas, se construiría a lo largo de toda la centuria siguiente, siendo especialmente importante la actividad que se desarrolla a mediados de siglo con el mecenazgo del citado don Gaspar.
Desconocemos si cuando se compra el retablo, por 200 ducados, estaba a falta de escultura y pintura o bien tenía otras imágenes que luego fueron sustituidas. En fecha indeterminada pero que García Chico supuso en torno a 1565, Juan de Juni “tomó a hacer del señor Gaspar de Alderete… patrón de Nra Señora de la Piedad que está en la iglesia de San Antolín… la imaginería para un retablo”, en 700 ducados.

La siguiente noticia es una carta de pago, otorgada por Juni en Tordesillas el 26 de abril de 1566, en la que decía haber recibido con anterioridad 200 ducados –seguramente al suscribirse el contrato– y recibir en ese momento otros 1.000 reales “para en cuenta y parte de pago de los 250 ducados que se le había de pagar para el día de Navidad pasado fin de año de 1565”. Se confirma así que el encargo de la escultura se hizo en 1565. Hay luego otro recibo dado en julio de 1567 según la cual había percibido hasta ese momento casi 400 reales en diversas partidas.
Finalmente, el 24 de mayo de 1569 dos maestros escultores nombrados por cada una de las partes, Francisco de la Maza por Juni y Leonardo de Carrión por Alderete, efectúan la tasación de la escultura del retablo. En realidad se trataba de verificar si el trabajo de Juni merecía los 700 ducados acordados; en caso de valer menos el escultor tenía que devolver la diferencia; si valía más debía contentarse con lo estipulado. Los tasadores estuvieron acordes en que el precio era justo porque “la obra está muy cumplida e acabada como era obligado”. Lo más interesante es que, según leyó García Chico se tasa “la obra de imaginería” pero también “guardapolvos y (remates) que tiene hechos Juan de Juni”, lo que vendría a significar que el maestro, además de hacer la escultura, lo que vendría a significar que el maestro, además de hacer la escultura, modificó algunas partes del ensamblaje del retablo.

Pero aún es más curioso que diez días antes de esta tasación, el 14 de mayo, Juni se había comprometido para añadir otras esculturas a la obra, puesto que le “falta de hacer un Crucifijo” no contratado antes y, en consecuencia, Juni “se obliga de hacer el dicho Crucifijo con su cruz y tablero en que fuere arrimada la cruz” y en éste una media talla, es decir un relieve, “hasta llenar todo el ancho del tablero, lo cual ha de hacer del grandor y proporción de las imágenes de Nuestra Señora y San Juan antes mayor que menor en cuanto al Crucifijo”. Además “sobre la moldura en que ha de asentar la cruz ha de haber un calvario del cual salga la cruz o esté puesta”. El pago se haría a tasación calculando “en lo que saliere cada pieza” teniendo como referencia los 700 ducados pagaos por las demás figuras; el plazo de entrega era el día de Todos los Santos de ese mismo año de 1569. Nuevamente se incumpliría el plazo porque hasta el 2 de diciembre de 1572 no hicieron la tasación Francisco de la Maza, nuevamente nombrado por Juni, y Miguel de Malinas por el comitente. Ambos, tras examinar el “Cristo crucificado con su calvario y un tablero por respaldar labrado de media talla que es la salida de Jerusalén”, estimaron su valor en 86 ducados.
El retablo permaneció sin pintar bastantes años. En octubre de 1580 estaba “hecho de talla en blanco” y necesitado de “dorar estofar e pintar e poner en perfección” todo lo cual se encargó a un entallador, Bartolomé Hernández, avecindado en Astorga y colaborador de Gaspar Becerra en el retablo de su catedral. En su cometido entraba pintar los tableros de las calles exteriores con los temas que el comitente eligiese, policromar la escultura y “deshacer e desasentar el dicho retablo e tornarle a poner e asentar en perfección después de acabado e asimismo a aderezar las figuras que al presente tiene e lo demás necesario para se poder pintar e dorar todo ello”, debiendo terminarse la obra a fines de 1581 y comienzos de 1582. Es evidente que, como sucede en casos similares, el papel del entallador en lo que concierne a la pintura consistía en contratar los pintores adecuados para satisfacer el encargo.

Contra esta escritura interpuso querella el pintor florentino, aunque avecinado en Valladolid, Benedito Rabuyate, que había sido fiador de Juni en el contrato para hacer el Crucifijo, alegando que tenía un compromiso previo, fechado precisamente el mismo día de la fianza, que le otorgaba la realización de los cuadros y la policromía del retablo. El pleito se resolvería al cabo con una sentencia, fallada el 8 de mayo de 1582, que mantenía el encargo a Hernández aunque indemnizaba a Rabuyate con una considerable cantidad. A pesar de ello, Manuel Arias Martínez piensa que las seis tablas con escenas evangélicas y hagiográficas que constituyen la parte pictórica del retablo deben atribuirse al pintor florentino.
Volviendo a la arquitectura del retablo, hay que plantearse hasta dónde llegó la intervención de Bartolomé Hernández y en qué medida pudo modificarse la estructura al repararse y asentarse de nuevo. Durante el pleito se dice que el retablo “estando muy perdido y le faltaban muchas piezas e hendido por muchas partes”. Sin duda al primitivo ensamblaje de Gaspar de Tordesillas corresponde el esquema general, concebido todavía en clave plateresca. Sin embargo los elementos decorativos que, a modo de aletones, cierran lateralmente el ático parecen clara obra de Juni, al menos diseño suyo. En ellos aparecen figuras femeninas de afectada postura que parecer sostener la estructura y cuyos torsos desnudos se resuelven en forma de hojarasca casi gelatinosa que recuerda a una sirena; bajo ellas aparecen figuras de águilas. A su vez, los estrechos guardapolvos que limitan los tres cuerpos del retablo, formados por frutos, plumas y mascarones de abultado resalto, difieren aparentemente de los manidos candelieri utilizados por Gaspar de Tordesillas. 

En cuanto a la escultura propiamente dicha, y a pesar del testimonio indirecto de Isaac de Juni afirmando que éste “había hecho la dicha imaginería y escultura” del retablo, lo cierto es que pocas de sus figuras pueden considerarse como obras personales del maestro, debiendo pensarse que muchas de ellas serán obras de taller aunque según los modelos del genio francés. Como afirma Martín González la escultura es desigual y asignable en su mayoría a escultores del taller, entre ellos el propio Isaac, quien lo asentó. Sin ningún género de duda lo más propiamente juniano es el relieve de la Virgen de la Piedad que ocupa la caja inferior de la calle central, y que más propiamente representa a una Virgen de la Misericordia. La monumental figura de María, que llena todo el espacio, cobija bajo su extendido manto a un apretado grupo de figuras, de menor tamaño como es habitual en esta iconografía, entre las que se distinguen clérigos, a su derecha, y laicos, a su izquierda. La novedad respecto a la mayoría de las imágenes de esta advocación viene dada por las flechas que sostiene con ambas manos, alusivas a las asechanzas que la humanidad recibe y que se estrellan contra su manto protector, lo que la convierte más precisamente en Virgen de la Misericordia, Amparo de pecadores. Además la imagen aplasta con sus pies una serpiente, de manera similar a como aparece en otras esculturas junianas. La disposición helicoidal de la figura, los voluminosos paños que la envuelven, la joya que los decora y la inclinación del rostro enmarcado por frondosa y ondeante cabellera concuerdan con la manera personal de Juni.

El resto de las esculturas carecen de la impronta personal del escultor. En las entrecalles escoltan a la Virgen las imágenes de San Pedro y San Juan Evangelista; sobre ellos, en el segundo cuerpo, se disponen las de San Bartolomé y la Magdalena, notablemente más grades, y en el tercero San Francisco y Santo Domingo, de igual tamaño; estas últimas acusan un notable romanismo. En la calle central, sobre la Virgen, se sitúa un relieve del Descendimientocuya interesante composición debe achacarse según Fernández del Hoyo al maestro pero cuya sumaria factura no puede atribuirse de ningún modo a su gubia.


Muy problemático resulta el ático. Ni el tablero, poblado de figuras en relieve, que representa las afueras de Jerusalén ni la Virgen y San Juan–aunque respondan a composiciones similares a las suyas– ni, mucho menos, el Crucifijo, alejadísimo de los Cristos junianos, responden a su gubia. Particularmente extrañas son las figuras de los ladrones–Dimas y Gestas– del retablo; la excesiva altura de sus cruces, como también la de Cristo, produce una sensación de clara inestabilidad acentuada por sus robustas y algo toscas anatomías. Culmina el conjunto con un relieve del Padre Eterno, cercano pero no comparable a los magníficos ejemplos que Juni creara para los retablos de la Antigua y la catedral de Segovia. Últimamente Luis Vasallo ha atribuido todo este conjunto del ático al escultor Juan de Anchieta.

Las pinturas que pueblan el retablo se distribuyen a lo largo de los tres primeros cuerpos, dos en cada uno de ellos. En el primer piso se encuentran las tablas de San Benito y Santa Escolástica y el Bautismo de Cristo; en el siguiente piso vemos la Adoración de los Reyes Magos y la Visitación; finalmente en el tercer cuerpo aparece la Misa de San Gregorio y San Cristóbal. Si bien no son obras maestras son una representación muy digna de la pintura vallisoletana de la época.


BIBLIOGRAFÍA
  • ARA GIL, Clementina Julia y PARRADO DEL OLMO, Jesús María: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XI. Antiguo partido judicial de Tordesillas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1980.
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Juni de Juni, escultor, Universidad de Valladolid, Valladolid, 2012.

DOS ESCULTORES BARROCOS VALLISOLETANOS SEMIDESCONOCIDOS: Andrés Pereda y Antonio Vázquez

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La escultura vallisoletana a la muerte de Gregorio Fernández seguirá gozando de un gran prestigio en las provincias limítrofes o incluso más allá, como así lo indican por una parte los numerosos encargos que reciben los talleres vallisoletanos desde diferentes puntos del norte de España, y por otro la venida de numerosos aprendices o incluso maestros desde diversos lugares (Alonso de Rozas, Juan Antonio de la Peña, Andrés de Pereda). A excepción de la figura de Gregorio Fernández el resto de la escuela vallisoletana de los siglos XVII y XVIII es bastante desconocida, pese a que en los últimos años numerosos investigadores han ayudado a aclarar poco a poco el panorama. Sea esta una oportunidad para conocer a dos buenos escultores de esta escuela que seguramente en los próximos años vean incrementados sus escuetos catálogos.
Por último, señalar que es muy frecuente que cuando los comitentes hacen encargos a los maestros vallisoletanos exijan por contrato que las esculturas sigan los modelos creados por el gran maestro Fernández, sobre todo en lo que respecta a pasos procesionales. Por ejemplo recordar los Descendimientos que realizó Tudanca para Medina de Rioseco y Benavente, o Andrés de Oliveros para Medina del Campo, o las diferentes copias que se hicieron del Cristo atado a la columna, del Ecce Homo o del paso Camino del Calvario.


ANTONIO VÁZQUEZ (1650-1700)          

El escultor Antonio Vázquez, sobre el que prácticamente se desconoce todo y del cual sólo hay documentadas un par de obras, nació en Valladolid el 7 de enero de 1650, siendo bautizado el día 27 de ese mismo mes en la iglesia de San Lorenzo. Sus padres fueron Antonio Vázquez e Isabel Rodríguez, moradores junto a la portería del desparecido Convento de la Santísima Trinidad. A pesar de que Antonio Vázquez es un nombre muy común en los libros de bautismo de la época sabemos que ese bautismo es el del escultor porque en su testamento dice ser “hijo de Antonio Vázquez e Isabel Rodríguez mis padres vecinos que fueron de ésta ciudad”, nombres que concuerdan con los de su partida de bautismo.
Nada conocemos de su vida hasta el 13 de septiembre de 1680 fecha en que toma en arrendamiento una casa sita en la Plazuela Vieja, la cual traspasará dos años después. Con toda probabilidad cambiaría de casa yendo entonces a vivir a la calle Platerías, donde ya vivía en 1691 como veremos después, y cuyo arrendamiento prorrogaría el 31 de julio de 1699.
El 15 de agosto de 1680 casa en primeras nupcias, en la iglesia de San Martín y San Benito el Viejo, con María Francisca de los Ríos. La pareja tuvo una numerosa descendencia, concretamente siete vástagos: Antonio (1684), Manuel I (1685), Ventura (1687), Manuel II (1690), Isabel (1691), y Sabina (1693). Algunos de ellos fueron apadrinados por el pintor Jerónimo Benete, con el cual debió de mantener una buena amistad.
Gracias a un censo efectuado el 24 de julio de 1691 sabemos que Antonio Vázquez vivía y tenía el taller en la calle Platerías, y que le servía un criado.
En 1694 muere su esposa, casando el 29 de agosto de ese año en segundas nupcias con María del Cabo en la iglesia de San Miguel, con la cual tendrá dos hijos: María (1695) y Micaela (1696).

El 26 de octubre de 1699 otorga testamento conjuntamente con su esposa, declarando estar ambos “sanos y sin enfermedad ninguna y en nuestro juicio y entendimiento natural y por si acaso de la enfermedad que Dios nuestro señor fuere servido de nos dar”. El matrimonio mandaba que cuando murieran sus cuerpos fueran sepultados en la iglesia de San Miguel, “o en la iglesia donde lo fuéremos al tiempo de nuestro fallecimiento”. Se nombraron el uno al otro, y el otro al uno, como testamentarios, juntamente con Gregorio Hebrea y Francisco del Cabo. Al carecer de descendencia, se nombraron el uno al otro como herederos, para que el que de los dos sobreviviera heredare los bienes del otro.
Antonio Vázquez muere el 5 de julio de 1700, siendo enterrado en la iglesia de San Miguel, dejó por heredera a su mujer María del Cabo, pues no quedó descendencia alguna. Su esposa moriría en los primeros días de marzo de 1707, siendo enterrada el día 8 de dicho mes, a petición suya, en el Convento de los Clérigos Menores, a quien dejó además por su único heredero, lo que indica que sus hijos ya habían fallecido.
Hasta el momento solamente se le han documentado cuatro obras, en todas las cuales trabaja junto a otros escultores: en el retablo mayor de la iglesia del Rosarillo de Valladolid con José de Rozas; en el retablo mayor de la iglesia de Santiago de Villalba de los Alcores colabora con Tomás de Sierra y Manuel Ordóñez; y en los dos pasos que ejecuta para la Cofradía de Jesús Nazareno de Palencia lo hace con José de Rozas y Bernardo López de Frías el Viejo.

ESCULTURAS PARA EL RETABLO MAYOR (Valladolid, Iglesia del Rosarillo, 1690)
Su obra más temprana, que ya la hemos tratado en el blog, fue contratada de manera conjunta con José de Rozas el 13 de julio de 1689. Las esculturas a realizar eran las de San Francisco y Santo Domingo para el retablo mayor de la iglesia de Ntra. Sra. del Rosario de Valladolid. Unos días antes había contratado la parte arquitectónica del mismo el ensamblador y arquitecto Blas Martínez de Obregón. Aunque en el contrato no figuran el resto de esculturas del retablo (dos ángeles portaestandartes, el Calvario y el relieve de los Santos Cosme y Damián), visto el estilo de las mismas pueden ser también obra de Vázquez y Rozas. En el contrato volvemos a comprobar el éxito que conservaban las esculturas realizadas por Gregorio Fernández, puesto que San Francisco debía realizarse “a semejanza de la que está en la capilla del Convento de San Pablo de esta ciudad en todos los movimientos excepto que no ha de tener al pie globo de nubes como le tiene el de dicha capilla”.


ESCULTURAS DE SAN PABLO Y CUATRO ÁNGELES PARA EL RETABLO MAYOR(Villalba de los Alcores, Iglesia parroquial de Santiago Apóstol, 1691)
En 1691 realiza para el retablo mayor de la iglesia parroquial de Santiago de Villalba de los Alcores una escultura de San Pabloy cuatro de ángeles, trabajo por el que cobra 450 reales. La parte escultórica de dicho retablo será una tarea coral, puesto que además trabajarán los riosecanos Manuel Ordóñez y Tomás de Sierra. El retablo fue contratado hacia 1691 por el ensamblador vallisoletano Blas Martínez. La parte escultórica del mismo se debe a distintos maestros riosecanos y vallisoletanos. Así, además de lo realizado por Antonio Vázquez, Manuel Ordóñez se encarga de la escultura de San Pedro y dos ángelesdel ático, y Tomás de Sierra del relieve de Santiago Matamoros, este último realizado según dibujo y medidas de plantillas de madera suministrados por el salmantino Cristóbal de Honorato el Joven, a quien Parrado del Olmo supone autor de la traza general de la obra. El retablo fue policromado por el vallisoletano Antonio de Barreda Lombera en 1702.


PASO PROCESIONAL DE “LONGINOS” PARA LA COFRADÍA DE JESÚS NAZARENO DE PALENCIA(1692)
En un cabildo celebrado por la Cofradía de Jesús Nazareno de Palencia el 22 de abril de 1691, la misma se decide a realizar “un paso de Longinos par mayor adorno de la procesión del Viernes Santo”. Los encargados de llevar a cabo dicho paso fueron los escultores vallisoletanos Antonio Vázquez y José de Rozas.
El paso viene a ser una copia tardía del conjunto vallisoletano del mismo nombre, y que en la actualidad se encuentra perdido a excepción de un par de figuras. Los pasos vallisoletanos siempre marcaron la pauta en Castilla, así este de “Longinos” sirvió como modelo para sendos pasos en Palencia, Medina de Rioseco, Sahagún…
El paso lo componen las figuras de Cristo Crucificado, escoltado por la Virgen y San Juan. Detrás de ellos se sitúa la “comitiva de los sayones”: Longinos a caballo, acompañado por un mozo que sujeta que caballo; y dos sayones en posiciones contrapuestas entre sí. Me parece un paso más que digno, y una buena muestra de las bondades que todavía poseía la escuela vallisoletana a finales del siglo XVII.


PASO PROCESIONAL DE “CAMINO DEL CALVARIO” PARA LA COFRADÍA DE JESÚS NAZARENO DE PALENCIA (1693)
El paso procesional de “Camino del Calvario”, lo realizó de manera conjunta con los también escultores José de Rozas y Bernardo López de Frías. Lo componen cinco esculturas: Jesús Nazareno, realizado por José de Rozas; la Verónicay el sayón del amago; tallados por Antonio Vázquez; y el sayón de la trompeta y Simón Cirineo; esculpidos por Bernardo López de Frías.
La cofradía quedaría tan satisfecha del trabajo realizado por Vázquez en el otro paso, que el 8 de noviembre de 1693 se concierta con la Cofradía de Jesús Nazareno de Palencia para “hacer y fabricar diferentes figuras para el primer paso de la procesión que se hace el Viernes Santo de cada año por la mañana”. Las esculturas que debía realizar serían un Jesús Nazareno, “humillado con la cruz a cuestas a imitación del que tiene la cofradía en el altar de su palacio con cabello de talla” (copia del titular de la Cofradía de Jesús Nazareno de Valladolid); un sayón “como que lleva con la mano izquierda una veta de cabello y con la otra un amago como que le va a dar con una mazaporra”; y una talla que representara a la Verónica en “acción de quererse humillar para enjugar el rostro a nuestro señor”. Debían de realizarse en madera de pino seco y limpio, en cambio los rostros y manos habían de ser de madera de peral, y los ojos de cristal.
Además de dar las imágenes esculpidas, las había de policromar, “los cuerpo al óleo, los rostros y manos al pulimento y mate”. Asimismo se detalla cómo debía de ir policromada cada imagen: “el manto de Jesús ha de ser morado y un dedo de perfil de oro”, en cambio el sayón debía ir “con medios botines y el cuerpo pintado de verde esmeralda”; y la Verónica “con un guardapiés encarnado y bordado y encima arregazada una basquiña azul y por encima se ha de orlar un dedo de oro y ha de llevar un rebocillo por los hombros de diversas labores y por adentro ha de ser pajizo y ha de ir en pelo que ha de ser en talla con su delantal”.
Las esculturas, que debían de tener una altura de “dos dedos más que el natural”, las había de entregar el día siguiente de mediada la cuaresma de 1694, pagándosele por ellas 1.800 reales.
No sabemos qué ocurriría para que Vázquez finalmente realizara tan solo las esculturas de la Verónica y del sayón del amago, y no la de Jesús Nazareno, como así lo tenía contratado. El caso es que el que tallaría la efigie de Jesús Nazareno fue José de Rozas, cobrando por él 485 reales. Vázquez también se encargaría de hacer una cruz para que la llevara la imagen de Jesús Nazareno.
En cabildo celebrado por la cofradía el 29 de enero de 1696, la cofradía con la ilusión de ampliar el paso y tenerlo más completo, decide realizar “un sayón del grandor de las demás figuras que hay en el dicho paso y otra hechura de Simón Cirineo”, puesto que en el paso que por entonces existía, el sayón que llevaba la soga era muy pequeño y estaba desproporcionado con relación al resto de figuras del paso. Asimismo se tenía pensado recolocar este sayón en el paso del Redopelo. Posteriormente se contactó con el escultor riosecano Bernardo López de Frías para que realizara las dichas dos esculturas de Simón Cirineo y del sayón que lleva la soga y toca una corneta, ambas por un precio de 800 reales.

Fotografía tomada de http://jesusario.blogspot.com.es/

ANDRÉS DE PEREDA (h.1655-1733)

Con Andrés de Pereda ocurre lo mismo que con Antonio Vázquez, y es que desconocemos por completo su biografía y solamente poseemos un par de obras suyas.
Andrés Martínez de Pereda nació en Medina de Pomar (Burgos) hacia 1655 siendo sus padres Juan de Pereda y María Ruiz de Tachuelo. Llegado a Valladolid, quién sabe si gracias a la intervención del ensamblador Cristóbal Ruiz de Andino (como más adelante se referirá), entraría en el taller de un escultor, quizás en el de Alonso de Rozas, con quién debió de mantener una buena amistad. Además, también debió de haber buena sintonía con el hijo de éste, José de Rozas, con quién quizás compartiera taller. Tanto Alonso como José de Rozas serán testigos en numerosos acontecimientos de la vida Andrés de Pereda, entre ellos las capitulaciones matrimoniales entre Pereda y su primera mujer. También tendremos el caso contrario: que Pereda sea testigo en acontecimientos importantes de la vida de José de Rozas.
El 12 de agosto de 1680 contrae matrimonio en la iglesia de San Pedro de Valladolid con Luisa de Billota, hermana del ensamblador Francisco de Billota, y asimismo hija y nieta de ensambladores: Antonio de Billota y Alonso de Billota. De esta manera emparentaba con el linaje de ensambladores más importante de Valladolid durante la segunda mitad del siglo XVII y principios del XVIII, con los que quizá colaborara en alguna ocasión. Unos días antes de la boca, el 28 de julio, firma las capitulaciones matrimoniales, en las cuales figura como testigo el escultor Alonso de Rozas. Antonio de Billota se comprometía a entregar por “vía de dote siete mil reales de vellón los cuales se los han de dar y entregar al dicho Andrés de Pereda para el día de San Miguel veinte y nueve de septiembre que vendrá de este presente año los quinientos ducados en moneda de vellón y lo demás restante en ropa de cama y de vestir y a alhajas de por casa”. Andrés de Pereda, por ser Luisa de Billota “doncella virgen y en cabello” la prometió “dar en arras y proternúpcias trescientos ducados de vellón los cuales confiesa caben en la décima parte de sus bienes”.

La descendencia de la pareja sería numerosa, si bien casi ninguno de ellos llegaría a la mayoría de edad. El primer hijo fue Antonio, nacido en 1681, posteriormente llegarían Melchor (1684), Manuela Juana de Pereda (1687), Francisco Ignacio (1689), Francisca Pereda (1691), María (1693) Teresa María (1695), Águeda María (1698). Muchos de ellos tendrán por padrino al Padre Jerónimo Benete, pintor y religioso muy famoso en la época.
El 5 de mayo de 1700 muere Luisa de Billota, la cual es enterrada en la iglesia de San Miguel. El 23 de mayo de 1701 volverá a contraer matrimonio, tomando por esposa a María de Bustillo, de cuyo enlace serán testigos los escultores José de Rozas y José Pascual. De este segundo matrimonio también nacerán multitud de hijos: Águeda Dorotea (1702), Josefa Ángela (1703), María (1704), Isabel (1705), Manuel (1707), Gertrudis Francisca (1709), Manuela (1710), Miguel Antonio (1712), Francisca Benita (1715), Gertrudis (1716).
Andrés de Pereda muere de forma inesperada, enterrándosele en la parroquia de San Miguel el 6 de febrero de 1733. Su mujer morirá el 28 de marzo de 1748, siendo por entonces criada de la Condesa de Ribadavia.
Me gustaría apuntar una posible relación familiar entre Andrés de Pereda y el ensamblador Cristóbal Ruiz de Andino. La conclusión la obtengo al comprobar que en un documento Andrés de Pereda otorga un poder para que en su nombre “se pida posesión lo tome y aprenda… una fanega de sembradura que está sita en término del lugar de Barruelo”. Mientras tanto en otro documento Cristóbal Ruiz de Andino realiza una escritura en la que señala que el total de sus bienes quiere “cederlo renunciarlo y donarlo al Venerable D. Andrés de Pereda mi sobrino cura y beneficiado del lugar de Barruelo jurisdicción de la villa de Medina de Pomar diócesis de Burgos.La coincidencia de pueblo, entre el escultor y el sobrino del ensamblador, y de apellido puede indicar una posible relación familiar entre ambos Peredas, y quizás también entre el escultor y el ensamblador.

En lo referente a su oficio de escultor contamos con un contrato de enseñanza fechado el 3 de enero de 1689 por el cual toma por aprendiz (el único conocido hasta la fecha) a Andrés Hernández. El aprendizaje duraría cinco años, durante los cuales el escultor le daría “de comer, cama y ropa limpia”, recibiendo a cambio 300 reales.
Andrés Pereda también realizó tasaciones de esculturas como lo atestiguan las dos siguientes: la primera data del 13 de noviembre de 1710, fecha en que tasa las “hechuras de esculturas” que dejó al morir Bernardo Gil de la Torre y en la cual Pereda confiesa tener “60 años más o menos”. La otra tasación la realiza a las esculturas que dejó al morir el mercader Tomás Andrés Guerra, la cual tuvo lugar el 9 de marzo de 1717 fecha en la que confiesa tener 64 años. Las fechas de los años y la edad que dice tener en cada uno de ellos no concuerdan, aunque esta equivocación no es nada extraña en la época.
Respecto a su obra tan sólo se le conocen tres intervenciones: en 1685 realiza, para el retablo mayor de la iglesia de San Felipe Neri de Valladolid, junto con José de Rozas los grupos escultóricos de San José con el Niño y San Joaquín con la Virgen. En 1693 compone los brazos de un ángel de la iglesia de San Pedro de Mucientes. En 1696 se encarga de tallar, para el retablo mayor de la iglesia de Santa María de Pozaldez, las imágenes de San Pedro, San Pablo y los ángeles portaestandartes.

GRUPOS ESCULTÓRICOS DE SAN JOSÉ CON EL NIÑO Y SAN JOAQUÍN(Valladolid, Oratorio de San Felipe Neri, 1685)
En 1685 contrata, conjuntamente con José de Rozas, los grupos escultóricos de San José con el Niño y San Joaquín con la Virgen para el retablo mayor de la iglesia de San Felipe Neri. Ambos grupos, sin ninguna particularidad en especial (si exceptuamos su azarosa historia) responden a la manera de hacer de los escultores vallisoletanos de finales del siglo XVII, es decir: utilizar los modelos y la estética de Gregorio Fernández, aunque con unos paños mucho más movidos y “barrocos”. En la actualidad San José y el Niño siguen en el Oratorio, mientras que San Joaquín está en el Museo de San Joaquín y Santa Ana; la Virgen Niña que acompañaba a San Joaquin se da por perdida, o en paradero desconocido, yo al menos lo ignoro.

En la minuciosa visita general, que efectuó el 28 de abril de 1692 el licenciado D. Pablo del Moral y Tejada, colegial huésped del mayor de Santa Cruz, catedrático, canónigo de Santo Domingo de la Calzada y visitador del obispado, se describe el altar como “adornado de un retablo ahora nuevamente hecho de toda hermosura a costa de los congregantes de dicha venerable Congregación, juntamente con la iglesia y oratorio, el cual está hecho un ascua de oro” e integrado su primer cuerpo por “cuatro columnas salomónicas (…) donde está la efigie del Santo de bulto con su diadema de plata y a los lados y en el intercolumnio las efigies del patriarca San José con el Niño en la mano en el lado del evangelio y en el de la epístola el glorioso San Joaquín con la Virgen Santísima en la mano siendo niña, las cuales son asimismo de bulto”.

Las estatuas fueron sustituidas en el retablo mayor por las de San Pedro y San Pablo, obras ambas de Pedro de Ávila. Su destino fueron las dos capillas del fondo del oratorio, las cuales adoptaron su titularidad. Al ser más grandes las figuras de los Apóstoles que los citados grupos escultóricos, surgió un problema delicado que afectó a la estructura del mismo retablo principal en el que se suprimieron sus columnas salomónicas dando paso a un esquema compositivo mucho más sencillo y planimétrico.


COMPOSICIÓN DE UN ÁNGEL (Mucientes, Iglesia parroquial de San Pedro, 1693)
La parroquia de Mucientes contrata los servicios de Pereda para componer “los brazos a un ángel que está a un lado de la custodia”.

ESCULTURAS DE SAN PEDRO, SAN PABLO Y DOS ÁNGELES PORTAESTANDARTES PARA EL RETABLO MAYOR(Pozaldez, Iglesia de Santa María, 1696)
Para adornar el retablo mayor, obra de los vallisoletanos Gregorio Díez de Mata, Francisco Billota y Blas Martínez de Obregón, se le encargan las esculturas de San Pedro, San Pablo y los dos ángeles portaestandartes de los extremos del remate, todo lo cual se le paga en 1696. Seguramente el relieve de la Imposición de la casulla a San Ildefonso también sea de su mano. La escultura restante del retablo, la Asunción rodeada de seis ángeles “dos coronando, dos en medio y dos avajo al trono”, es obra realizada en 1690 por José de Rozas, y costeada por la cofradía del mismo nombre, la contrató José de Rozas, escultor de Valladolid, quien la hizo y asentó hacia 1690.

El año pasado, en el Boletín del Seminario de Arte y Arqueología del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, escribí en un artículo sobre el hallazgo de nuevas obras realizadas por Pereda, aunque en paradero desconocido. Las dichas esculturas se citan en un poder que otorga Pereda el 23 de julio de 1705 a unos procuradores para que le defiendan en un pleito contra el ensamblador Gregorio Díez de Mata “sobre haberme mandado hacer dos ángeles de escultura y pedirle me dé satisfacción de ellos y negar el habérmelos mandado hacer y otras cosas contenidas en el dicho pleito”. Como el documento no proporciona más datos no sabemos para qué retablo los realizaría. Seguramente los ángeles irían colocados a ambos lados del ático del retablo, lo cual era muy habitual en los retablos barrocos. Los ángeles seguirían la tipología iniciada por Gregorio Fernández, que situaba dos ángeles uno a cada lado del ático con una pierna adelantada y portando los atributos de la Pasión. Quizás esos dos ángeles pudieran ser los que Pereda realizó para el retablo mayor de la iglesia de Santa María de Pozaldez, retablo en el que trabajó Díez de Mata. A pesar de esto seguramente el documento no se refiera a estos dos ángeles puesto que en el libro de cuentas se da ya a Pereda por pagado. En todo caso los ángeles no deben ser muy diferentes a los realizados para Pozaldez. Existen en la provincia multitud de retablos en que aparecen este tipo de ángeles, como no es cuestión de enumerarlos, sí que me gustaría dar el nombre de uno de ellos: el retablo mayor de la iglesia parroquial de Casasola de Arión.

También en dicho artículo creí conveniente relacionar con Pereda una imagen de San José con el Niño ubicada en uno de los retablos del lado de la epístola de la iglesia de Castrillo de Duero. El único motivo que tengo para realizar la atribución es el dato de que Pereda sale por fiador de Alonso Gutiérrez en el contrato que otorga este último para dorar dicho retablo.


BIBLIOGRAFÍA
  • BALADRÓN ALONSO, Javier: “Nuevas obras de Francisco Díez de Tudanca y otros datos d escultores barrocos vallisoletanos”, B.S.A.A., Tomo LXXVIII, 2012, pp. 153-170.
  • GARCÍA CUESTA, Timoteo: “La Cofradía de Jesús Nazareno en Palencia”, B.S.A.A., Tomo XXXVI, 1970, pp. 69-146.
  • MARCOS VILLÁN, Miguel Ángel y FRAILE GÓMEZ, Ana María: Antiguo partido judicial de Medina del Campo, Catálogo Monumental de la Provincia de Valladolid, tomo XVIII, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2003.
  • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: “La colaboración entre ensambladores en los proyectos de retablos de finales del siglo XVII y unas obras inéditas de Tomás de Sierra”. B.S.A.A., Tomo LXII, 1996, pp. 401-420.
  • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XVI. Antiguo partido judicial de Medina de Rioseco, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2002.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “El oratorio de San Felipe Neri de Valladolid”, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, nº 33, 1998, pp. 9-23.
  • URREA, Jesús: Antiguo partido judicial de Valoria la Buena, Catálogo Monumental de la Provincia de Valladolid, tomo XX, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2003.

SAN GREGORIO VUELVE AL COLEGIO DE SAN GREGORIO. El regreso de un Gregorio Fernández al Museo Nacional de Escultura

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¡¡Estamos de enhorabuena, San Gregorio ha vuelto a casa!!! Tras un largo periplo, que ha durado cerca de dos siglos, la portentosa escultura del Padre de la Iglesia Latina ha vuelto al lugar del que nunca debió de salir. El arte de los siglos pasados suele dar en los últimos tiempos más malas noticias que otra cosa debido a las diferentes desapariciones de obras de arte repartidas por iglesias o conventos. Por fin ocurre al revés y nos dan una gran alegría, todavía mayor al resultar ser una escultura tallada por el más grande que piso estas tierras. Bajo mi punto de vista sólo el “caballero” Bernini está por encima del “maestro de la Acera del Sancti Spiritus”.

La estatua que nos incumbe presidió durante cerca de dos siglos un retablo ubicado en la capilla del Colegio de San Gregorio, actual Museo Nacional de Escultura. Tras sobrevivir a la invasión francesa, y posterior Guerra de la Independencia, fue a parar a la iglesia parroquial de San Cipriano de la cercana villa de Fuensaldaña ;) Este hecho no es nada raro puesto que otras muchas esculturas, pinturas y ornamentos fueron a parar durante esa misma época a otros pueblos de la provincia: así, por ejemplo, un San Jerónimo penitente del Monasterio de Nuestra Señora de Prado fue a parar a la iglesia parroquial de Cubillas de Santa Marta, o algunas de las esculturas y retablos del Monasterio de la Merced llegaron a la iglesia de Villabáñez, donde todavía se conservan.

Capilla del Colegio de San Gregorio
Allí permaneció hasta el año 1970 presidiendo el retablo mayor que en 1761 habían realizado los ensambladores Miguel Sierra (1717-d.1768) y Bernabé López (a.1720-d.1772). Este Sierra no pertenece a la familia de los escultores de Rioseco (Tomás, sus hijos Francisco, José, Pedro y Fray Jacinto, y sus nietos), sino a una breve saga de ensambladores vallisoletanos formados por él y su hermano Blas Sierra (1715-1749).

Retablo mayor de la iglesia parroquial de Fuensaldaña
Posteriormente, un derrumbe del techo de la iglesia le obligo a vender la escultura para poder financiar la obra, con lo cual fue a parar a una colección privada vallisoletana, de donde fue rescatada este mismo año por el Museo Nacional de Escultura.
Al primero que llamó la atención la calidad que poseía la escultura fue a don Juan José Martín González, el cual atisbó en el rostro del santo unas “calidades de blandura”. Posteriormente insistiéndose nuevamente en “la soberbia calidad blanda del rostro” se concluyó que la escultura parecía “haberse aprovechado en el retablo de otro anterior”. Pero al que debemos la identificación de esta escultura y su posterior análisis es a Jesús Urrea. El profesor e investigador fue el primero en observar que en la suntuosísima policromía dorada existían dos elementos que podrían dar las pistas necesarias para saber el lugar de procedencia de San Gregorio.

Sobre el riquísimo manto que viste San Gregoriofigura la cruz blanquinegra de la orden de Santo Domingo, algo “injustificable en la policromía de este santo de no proceder la escultura de algún convento dominico”. Existe un segundo motivo que permite una mayor precisión: “sobre los mismos hombros del santo y en otras partes del manto, aparece un emblema heráldico constituido por una flor de lis”. Estas dos pistas nos conducen sin ningún género de dudas al antiguo colegio dominico de San Gregorio fundado por el obispo palentino Fray Alonso de Burgos cuyo escudo aparece por todas partes en la decoración del edificio.

También relata Urrea que en ese mismo retablo mayor de la iglesia parroquial de Fuensaldaña existió una buena escultura de Santo Domingo cuya presencia solo es justificable por una devoción privada o porque fue adquirida de algún convento dominico. Las dimensiones de ambas difieren: San Gregorio mide 1,42 m. y Santo Domingo 1,16 m.

Hasta ahora solo tenemos una escultura que “podía” provenir del Colegio de San Gregorio. El dato definitivo que se necesitaba era un documento que avalara la presencia de la escultura en el Colegio, además de que la fecha “estuviera comprendida en los quince primeros años de siglo, coincidiendo con el estilo que Gregorio Fernández tenía en esos mismos años”. El dato se encontró: en el mes de octubre de 1609 el ensamblador Melchor de Beya se comprometió a realizar para el Colegio de San Gregorio “un retablo para el altar que está en la iglesia de dicho colegio en el altar del señor Santo Domingo el cual hará (…) de la forma y manera que hizo el dicho Melchor de Beya de señor San Gregorio (…)”. En el documento no se precisa nada sobre la realización de la escultura y menos sobre que el autor de la misma sea Gregorio Fernández, “pero la coincidencia de fecha en relación con el estilo que presenta la escultura y los detalles de policromía anteriormente apuntados” permiten a Urrea atribuir esta escultura a Gregorio Fernández, y datarla hacia el año 1609. La imagen posee cierto parecido con el busto de San Gregorio que el escultor realizó hacia 1615 para el relicario del antiguo Colegio de San Ignacio de Valladolid (actual iglesia de San Miguel).

Presentación de San Gregorio en el Museo Nacional de Escultura el día 12 de marzo de 2014. Foto sacada de https://twitter.com/MuseoEscultura
La iconografía de esta escultura es la habitual del santo. Aparece revestido de pontifical, tocado de tiara papal, portando la cruz de tres travesaños y un libro entreabierto. Su rostro imberbe dirige la mirada hacia lo alto, seguramente en busca de la inspiradora paloma del Espíritu Santo. En el pecho ostenta un hueco para reliquia. Sus modelos más cercanos son uno realizado por Francisco Rincón para el retablo de las agustinas canónigas de Palencia (1606-1608) y también de otra escultura del mismo santo que talló Fernández para el retablo mayor de la iglesia parroquial de Nava del Rey (1611-1620).

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo VI. Antiguo partido judicial de Valladolid, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1973.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “Acotaciones a Gregorio Fernández y su entorno artístico”, B.S.A.A., Tomo XLVI, 1980, pp. 375-396.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús (dir.): Gregorio Fernández, 1576-1636, Fundación Santander Central Hispano, Madrid, 1999.

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA PARROQUIAL DEL SALVADOR DE VEGA DE RUIPONCE

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En la Tierra de Campos vallisoletana se da un fenómeno que pienso que no tiene parangón en ninguna otra zona de la provincia: la proliferación de retablos renacentistas. Y no es eso todo, sino que además la mayoría de ellos son verdaderas obras maestras. Entre todos ellos, he querido hoy escoger el retablo mayor de la iglesia parroquial del Salvador de Vega de Ruiponce.
El presente retablo mayor, fechado en 1562, se debe a las gubias del escultor francés, aunque afincado en León, Roberto de Memorancy. Como fiador del contrato firmado por el escultor salió el pintor Francisco de Carrancejas. El referido Memorancy fue un seguidor de Juan de Juni, influencia que no solo vemos en la labra de las figuras sino en algunos modelos utilizados por el maestro de Joigny.

El retablo se encuentra articulado a través de un potente banco, dos cuerpos y una especie de remate (que no me atrevo a llamarlo ático), además de tres calles y dos entrecalles, todo ello cuajado de decoración escultórica. El retablo se adapta perfectamente a la forma ochavada del presbiterio y, de hecho, las calles laterales se alabean adoptando la forma de un tríptico con las alas desplegadas.

Empezado por abajo, en el banco figuran seis imágenes en relieve que representan a seis santos, tres en la parte izquierda y otros tres en la derecha, en el centro destaca una bonita custodia de formas redondeadas decorada con un Calvario en la portezuela y los Evangelistas a los lados. En los netos podemos contemplar otras tablas decoradas con otras escenas o con clípeos y decoración –muy prolija– consiste en ángeles de cuerpo entero, tarjetas de cueros recortados, cintas colgantes, cabezas de ángeles, frutas y guirnaldas.
Así por ejemplo, los santos representados son, de izquierda a derecha: San Felipe, Santiago el Mayor, San Juan Bautista, San Andrés, Santo Tomás y San Bartolomé. Todos ellos son fácilmente reconocibles por la iconografía y los atributos que portan. Todos ellos se cobijan bajo arcos de medio punto que descansan sobre dos columnas jónicas muy pequeñas que se insinúan. Entre los diferentes relieves que narran otras escenas es fácilmente identificable la del Sacrificio de Isaac.

El Sagrario, como hemos dicho, luce un Calvario en la puerta, con Jesús en la cruz, la Virgen y San Juan, motivo este original por infrecuente puesto que el que se repite con más frecuencia es la Resurrección de Cristo. En el lado derecho se encuentran efigiados San Lucas con el toro y San Mateo con el ángel. Es muy peculiar la figura de San Lucas por cuanto se viste con una túnica larga roja y toca su cabeza con un bonete del mismo color. A la izquierda se disponen San Juan Evangelista, con el águila, y San Marcos con el león.

El primer cuerpo presenta dos altorrelieves con las escenas del Camino del Calvario y el Descendimiento y las esculturas de San Gregorio y San Sebastián. En la hornacina central se sitúa el titular del templo: el Salvador, obra realizada hacia el año 1500 por el “prolífico” escultor Alejo de Vahía. 

La tabla del Camino del Calvario, situada en el lado del Evangelio, presenta una escena muy completa en la que no falta ninguno de los personajes que se suelen relacionar con este episodio. Centra la composición Jesús con la cruz a cuestas, se le efigia de pie aunque con la rodilla levemente doblada. A su lado un soldado romano se coloca a su lado amenazante, va vestido con falda corta con tiras y casco metálico.
Un sayón toca el cuerno anunciando el paso del triste cortejo. Simón de Cirene ayuda a Jesús a trasladar la cruz sujetándola por el extremo de madero vertical. La Verónica se talla de rodillas frente a Cristo y extiende el paño con el que acaba de enjugar su rostro ensangrentado. Este episodio carece de base literaria y se ha forjado en la fantasía popular. La composición está saturada de personajes, se trata de un caro ejemplo de “horror vacui”, ya que hay un elevado número de soldados y sayones que vigilan al reo y lo acompañan hacia el Calvario.

Al otro lado, en el de la Epístola encontramos el Descendimiento de la Cruz, una escena que no deja de recordar a grandes rasgos la esculpida en paso procesional por Gregorio Fernández para la Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz. En la escena encontramos dos peculiaridades que no son nada normales: en primer lugar, hay cuatro escaleras apoyadas en el “patibulum”, dos por delante y dos por detrás, recurso nada habitual pues suelen aparecer solamente una o dos. En segundo lugar, en vez de encontrar a dos personas descendiendo a Jesús, tenemos a tres. Una de ellas tiene las piernas del cuerpo sin vida apoyadas sobre la suya derecha doblada, mientras la otra pierna está extendida describiendo una difícil postura puesto que se halla subida en una de las escaleras. A los pies de la Cruz se sitúa la Virgen desmayada en brazos de San Juan, y cerca de ellos la Magdalena en posición que denota gran aflicción. Esta situación nos trae a la memoria el Calvario que Juan de Juni labró en el ático Del retablo mayor de la iglesia de Santa María de la Antigua de Valladolid, hoy en la Catedral. El desmayo carece de fundamento bíblico y, como apunta Martín González, es un recurso para conmover a los cristianos.

El segundo cuerpo contiene los relieves de la Flagelacióny la Resurrección y las esculturas de San Pedro, San Jerónimo y en la calle central el Calvario. En el remate figuran dos bustos de David y Salomón y el del Padre Eterno.
El relieve de la Flagelación se tiene al lado del Evangelio. La escena es ciertamente brutal, sobre todo por la posición en la que se encuentra Jesús amarrado a la columna, la cual, como corresponde a la época en que fue realizado el retablo, es de fuste alto, partiendo la composición al medio. La escena se localiza dentro del palacio, ¿el de Poncio Pilatos?, conformado por dos arcos de medio punto.

En el lado de la Epístola nos encontramos con la Resurrección de Jesús, el cual se encuentra de pie sobre el sepulcro. El escultor ha hecho sobresalir la cabeza de Cristo del marco del encasamiento, en opinión de Carlos Manuel Martín y Abelardo Martín se hace para ensalzar su victoria sobre la muerte y dar así mayor relevancia al evento. Él se nos muestra en pose triunfante, semidesnudo, con un manto rojo que descubre su cuerpo, si bien le cubre oportunamente el pubis. Porta en la mano izquierda la vara con oriflama. Los soldados que le rodean están asustados o dormidos, según es costumbre en esta manida narración.

El centro del segundo cuerpo se dispone el Calvario, en el que figuran, como es normal, el Crucificado, la Virgen y San Juan, todo ello realizado con una maniera muy manierista. San Juan mira hacia el frente, en “contraposto”, y alza el manto que le envuelve con la diestra, que está levantada. En la base de la Cruz campea una calavera, en su doble acepción de símbolo de la muerte y del monte Gólgota, que significa precisamente “calavera”.

En el ático hay unas tarjetas: las de los laterales acogen bustos del rey David con el arpa (Evangelio) y del Rey Salomón (Epístola) configurado como un personaje con turbante y bastón de mando en la mano. La del centro aloja a Dios Padre, con largas barbas, la bola del mundo en la izquierda  con la diestra bendiciendo. Puede recordar a Juni en la forma de tallar al Ser Supremo, concretamente al del retablo de la Antigua. Dos cornucopias flanquean esta representación.

El Rey David
El Rey Salomón
Dios Padre
Las cuatro esculturas que hemos visto en los dos cuerpos están realizadas en bulto redondo. San Pedro aparece con la tiara pontificia sobre un libro que aguanta en su mano izquierda. San Gregorio Magno va efigiado como papa. San Jerónimo, vestido con la muceta y con el león amansado y, finalmente, San Sebastián, amarrado al árbol donde fue asaeteado. Son figuras un tanto rechonchas. Las hornacinas que los amparan son aveneradas.

San Sebastián
San Gregorio Magno
San Jerónimo
San Pedro
Las columnas son jónicas en el primer cuerpo y corintias en el superior. El retablo tiene la particularidad de colocar dos “putti” en los ejes de las columnas del primer cuerpo en vez de aparecer en el ático y que sostienen un martillo (evangelio) y otro objeto o herramienta que no se distingue por estar amputada (epístola). Las columnas van en resalte sobre pilastras pintadas con grutescos. Son acanaladas pero lucen un anillo en el tercio inferior a partir del cual las estrías son más menudas. Las del sobrecuerpo son menos gruesas que las del primero.

Los "Putti", actualmente retirados del retablo
El friso que separa el banco del primer cuerpo está ornado en los laterales con trapos colgantes y tarjetas de cueros recortados. En la parte central exhibe una tarja con ángeles afrontados que, además, sujetan cintas pendientes.
El friso de separación de ambos pisos presenta tarjas sostenidas por ángeles tenantes, mientras que en el friso del lado del evangelio la tarja lleva la inscripción “J.H.S.”.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA PARROQUIAL DE LA ASUNCIÓN DE TUDELA DE DUERO

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Uno de los retablos más grandiosos y bellos de la provincia de Valladolid es el de la iglesia parroquial de Tudela de Duero. El retablo, claramente influenciado por el retablo mayor del Monasterio de El Escorial y el de la Colegiata de Villagarcía de Campos, es una rotunda máquina de madera policromada que se adapta perfectamente al testero plano de la iglesia, la adaptación llega a tal extremo que sortea perfectamente los nervios de la bóveda de la capilla mayor. Se estructura a través de un estrecho banco, tres calles (la última en su parte central invade el ático) y cuatro entrecalles.

Las columnas del retablo son jónicas en el cuerpo inferior y corintias en los restantes. Están ornadas en el tercio bajo, excepto en las del sobrecuerpo, que son simplemente estriadas. Los frisos están decorados con roleos vegetales y niños desnudos. El friso que limita con el ático se exorna con triglifos y metopas, algo ya propio de los retablos herrerianos.

En el banco, formado por cuatro basamentos que sirven de pilares a los intercolumnios de los cuerpos, se sitúan seis tableros con parejas de santos sentados: San Jerónimo y San Ambrosio, San Esteban, San Mateo y San Juan, San Marcos y San Lucas, San Miguel y San Rafael, San Gregorio y San Agustín; en los enveses, los relieves de Santa Apolonia, Santa Lucía, Santa Águeda y Santa Bárbara. Todos los santos son claramente identificables gracias a los atributos que portan.

En el centro del banco, y ocupando parte del primer cuerpo, se sitúa el Sagrario, cuya parte escultórica fue llevada a cabo por el gran Gregorio Fernández. En el frente, en la portezuela, aparece la efigie de Cristo Redentor con la bola del mundo en la mano izquierda. En el lado izquierdo se aposenta la Virgen con el Niño y dos angelitos; en el lado derecho, la Esperanza. Las figuras están inscritas dentro de arquitecturas clasicistas con frontones curvos y rectos alternativamente, así como columnas de fuste entorchado con el tercio inferior decorado con labores manieristas. Por tanto, en el Sagrario se representan las tres Virtudes teologales: la Fe en la persona de Cristo, la Esperanza y la Caridad

Los tres cuerpos poseen una distribución similar: en los intercolumnios esculturas de santos, en las calles extremas relieves de la vida de Cristo, y en la calle central el sagrario, una Inmaculada y el Calvario.
El primer cuerpo lo conforman las esculturas de San Juan Bautista, San Pedro, San Pablo y San Bartolomé, y los relieves de la Anunciacióny la Visitación. La escena de la Anunciación fue añadida al retablo en 1610, junto a las esculturas del tabernáculo, por Gregorio Fernández –todas ellas pertenecen a su primera etapa, en la cual se deja seducir por el manierismo–. En la parte superior del relieve está Dios Padre –interpretado como un anciano de largas barbas–que presencia la escena desde las alturas y que extiende sus bazos en señal de bendición. Recoge su manto y está rodeado de ángeles de cuerpo entero y caras de serafines en medio de nubes. Entre ellos, la paloma del Espíritu Santo. El arcángel San Gabriel porta la vara de azucenas de una forma muy elegante, y alza el brazo derecho en el momento de hacer el anuncio a María, que está arrodillada ante un reclinatorio bajo el que se descubre el jarrón de flores que simbolizan su pureza. La Virgen se vuelve para escuchar el mensaje, con la mirada gacha hacia el suelo.

El relieve frontero es el de la Visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel. La composición se encuentra dividida a la mitad por un fondo arquitectónico, situándose tres mujeres a cada lado de manera que el encasamento queda perfectamente ordenado. A partir de esta hornacina, todas las demás dibujan su fondo a base de arcos de medio punto, salvo en la Circuncisión, pero produciéndose una clara simetría entre todas las tablas.

Los dos cuerpos superiores nos muestran historias de la infancia de Jesús. En el segundo piso figuran San Felipe, San Andrés, Santiago peregrino y otro santo sin identificar. Las dos escenas de este cuerpo nos efigian a las dos Adoraciones: la Adoración de los Reyes Magosy la Adoración de los Pastores, mientras que en la calle central se acomoda una preciosa imagen de la Asunción, titular del templo, que es ayudada a elevarse por unos ángeles, mientras que otros la coronan. La Epifaníapresenta una gran concentración de personajes, que también será un rasgo común con el resto de los paneles. La figuras asoman la cabeza entre el tumulto que parece generarse ante tanta agrupación de tallas y, en el plano más secundario, tres cabezas se vislumbran en la lejanía. En la Adoración de los Pastores, el Niño reposa en la cuna y secciona el plafón en dos, distribuyéndose María y José, por una parte, y el grupo de pastores, por otra. Unos serafines se divisan insertos entre los arcos del fondo. Estas dos últimas hornacinas tienen en común con la de la Visitación el absoluto protagonismo del neonato, que se ubica en el centro de la narración.

El último cuerpo lleva en los intercolumnios otros cuatro apóstoles que no se han podido identificar por carecer de atributos. Se trata de figuras monumentales, subidas sobre peanas, de largas barbas. Algunas de ellas definen elegantes actitudes declamatorias. Prácticamente todas exhiben un libro que, incluso, llegan a leer en algún caso. En cuanto a las escenas, en el centro aparece el Calvario, y a los lados la Circuncisión y Jesús entre los doctores. En el ático aparecen sentados Moisés y otro profeta (probablemente Aarón). El tablero de Jesús entre los Doctores está concebido de forma apaisada, lo que da una sensación de mayor profundidad. Jesús ha sido colocado en posición elevada destacando claramente sobre los sabios, que le escuchan, consultan libros, comentan entre sí asombrados. El Crucificado del Calvario es de bella factura y anatomía depurada, con el abdomen hundido, lazada del perizonium a la derecha, rodillas violáceas, señal de una muerte reciente, y brazos ligeramente arqueados.

Sobre la autoría del retablo ha habido muchas dudas y discordias. Agapito y Revilla propuso el nombre de Isaac de Juni, que mantuvo Weise. En cambio Azcárate es partidario de ver en esta obra la mano de Adrián Álvarez. Una referencia documental, extraída de la visita de 1573, aporta nueva luz: el visitador ordena que el retablo mayor se hiciera a la mayor brevedad “conforme a la traza y condiciones que Manuel Álvarez y Juan de la Maza tienen dadas… dando todo lo necesario de la renta de la fábrica de la dicha iglesia a los dichos maestros”. No hay confirmación documental de que les dieran a hacer el retablo, sí la hay estilística. El año 1573 es la fecha de arranque para la elaboración del retablo. En 1586 estaría asentado, pero no enteramente terminado porque faltaban la Anunciación y el Sagrario. De ahí que apareciera en escena Gregorio Fernández para confeccionar la primera y que el segundo fuera contratado por el ensamblador Francisco Fernando en 1611, pero aclarando que la escultura iría a cargo del genial Fernández. La pintura la estaban haciendo en 1615 Tomás de Prado y Bartolomé de Cárdenas. Importó la elevada cifra de 10.000 ducados, que dejó empeñada a la parroquia.
En lo que se refiere a los tipos empleados por Manuel Álvarez, coautor del retablo, Parrado del Olmo afirma que los rostros son expresivos, dotados de barbas y cabellos ensortijados y posturas de movimientos elegantes. Sus plegados son fluidos, de curvas exquisitas y tendentes a una cierta pesadez como señal de una evolución hacia actitudes romanistas, aunque siga existiendo un importante marchamo berruguetesco en la mayoría de sus esculturas. Se trata de figuras monumentales y de corpulencia anatómica.
El otro ejecutor del retablo es Francisco de la Maza. Parrado del Olmo se plantea el problema de deslindar el trabajo de este artista del de Manuel Álvarez. Y, citando a Martín González, indica que la mano de Álvarez será la más movida, la que aparece en algunas estatuas de los intercolumnios y en el relieve de la Circuncisión. Pero disociar ambas actividades no es fácil por la influencia que mutuamente se proyectan entre sí ambos maestros. En conclusión, serán de Álvarez todos los apóstoles del primer cuerpo, salvo San Pablo, los del segundo cuerpo y, quizás el de la entrecalle lateral del lado de la Epístola en el tercero. El banco y las esculturas de la calle central serán de Francisco de la Maza. Un tercer escultor participa en el retablo, aunque unos años después: Gregorio Fernández, que labró las esculturas del Sagrario y el relieve de la Anunciación.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo VI. Antiguo partido judicial de Valladolid, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1973.
  • MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA PENITENCIAL DE LA SANTA VERA CRUZ

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El retablo mayor de la iglesia penitencial de la Santa Vera Cruz se construyó para ubicar en su hornacina principal la imagen del Santísimo Cristo, también conocido como “del Humilladero”. Dicho crucificado fue trasladado en el año 1677 desde el humilladero que poseía la cofradía en las cercanías de la Puerta del Campo.
La inauguración del templo, del retablo y la colocación del Cristo, tuvieron lugar, con gran solemnidad el 11 de septiembre de 1681. Canesi alude ampliamente a la inauguración del templo ampliado, precisando que es en este momento cuando la iglesia se dedica a Santa Elena y al emperador Constantino, su hijo, en razón al hallazgo de la Vera Cruz. También ahora se colocaría la estatua de Constantino en la fachada principal.

Los fiestas duraron cinco días, “uno en pos de otro”, en los cuales se celebraron con inusitada pompa, en primer lugar, una procesión grave y bien concertada, presidida por el Regimiento de la ciudad, con el Santísimo, sirviendo de escenario la calle de las Platerías, adornada “con el ingenio y caudal de sus vecinos”:
Con tal arte adornó la Platería
El ingenio y caudal de sus vecinos,
Que formó una hermosa galería
De láminas, espejos y abanicos.
El aura suave con su susurro hacía
Del tafetán undosos remolinos,
Y era la calle, del tejado al suelo,
Pasadizo del sol, valle del Cielo.
La Cofradía de la Pasión, también participó en dicha fiesta, instalando en la Plaza del Ochavo, “un altar sobervio y empinado”, revestido de refulgente plata, hecho con mucho arte y primor.
En el Ochavo la Pasión erige
Un altar tan sobervio y empinado.
Que de las nubes su remate aflige
El anchuroso espacio dilitado.
Sobre marmóreos ocho se dirige.
Y en ocho arcos porque fue ochavado;
Todo escarchado de bruñida plata
En la Cruz y dos ángeles remata.

Después de los actos religiosos, venían a renglón seguido, los regocijos de marcado carácter popular, sal y pimienta, de la fiesta, danzas, juegos de sortija, corridas de toros, fuegos de artificio. Así, el día siguiente, el 12 de septiembre, la fiesta continuaría con unos fuegos artificiales en la Plaza Mayor. El monumental artificio fue debido al ingenio de Juan López Escudero, polvorista, vecino de Salamanca, mientras que el tablado sobre el que se asentarían los fuegos fue obra de los ensambladores vallisoletanos Antonio Billota y Juan Guerreo de Orna, que como veremos ya habían trabajado para la Cofradía… El tablado poseería ciertas representaciones, de significado claramente alegórico: en el segundo cuerpo se podían ver “ocho bichas recortadas de tabla muy bien acepilladas y juntadas”. Además existiría una aguja sobre la que asentaría una figura coronada por un globo. La referida figura “ha de ser imitando a la envidia con un corazón en la mano derecha mordiéndole y en la otra dos serpientes, y en la cabeza otras cuatro serpientes que la sirven de corona mordiéndola, y dicha figura ha de estar desgarrada viéndosela las carnes por algunas partes”.
El retablo, adaptado perfectamente al muro absidal, sigue un modelo prechurrigueresco muy repetido en la ciudad de Valladolid y en sus amplias zonas de influencia. Posee banco, un solo cuerpo, una calle central y dos entrecalles, y en la parte superior un amplio ático en cuyo centro se abre una hornacina rematada en una forma curva. Como ya hemos dicho, el retablo asienta sobre un alto banco decorado con grandes cartelas y mensulones que forman el soporte para las columnas y entre ellas se disponen tableros de follaje, de labor muy abultada. En el mismo banco se halla la custodia, con sus columnas salomónicas a juego, que estaría presidida por una imagen de la Inmaculada Concepción.

El cuerpo principal se estructura a través de cuatro grandes columnas salomónicas de orden gigante, las extremas un poco más adelantadas, lo que proporciona al retablo un juego de claroscuros que le da mayor monumentalismo y vigor. Para hacer más alto este cuerpo observamos unos trozos de entablamento sobre las cuatro columnas, que tienen capiteles corintios, “que son los que más agradan a la vista y de más arte”.
En la calle principal existe una gran hornacina con camarín en la que descansa la Virgen de la Vera Cruz, antiguamente el retablo, que no estaría perforado, contendría en esta hornacina al Cristo del Humilladero, titular del retablo. En 1745 se hizo “un trono de espexos” al Cristo del Humilladero, que ocupaba el camarín del altar; posteriormente, en cabildo de 1757, se acuerda que la Virgen presida la hornacina, y por lo tanto que una copia la sustituyera en el paso del Descendimiento. A raíz de la instalación de la Dolorosa en el altar mayor, es cuando el camarín cobraría todo su valor.

A los lados, en unas hornacinas planas, y sobre unas peanas con rica decoración vegetal, apenan las imágenes de la Virgen, a la izquierda del espectador, y San Juan, a la derecha. Las tres tallas formarían un Calvario, iconografía que en esta época será más normal verla en el ático de los retablos.
El ático se encuentra presidido por una portada flanqueada por dos columnas salomónicas y rematada en una línea quebrada, en cuyo centro podemos observar más decoración vegetal. En el interior de la portada se efigia el motivo principal de este retablo, y el que da nombre a la iglesia: la Vera Cruz, a cuyos lados se encuentran Santa Elena y su hijo, el emperador Constantino. En la parte baja de la cruz una cabeza de querubín y dos angelotes sujetándola. En la parte superior un montón de nubes y un rompimiento de gloria pintado. A los lados de esta portada sendos frisos con decoración de roleos, y en los extremos, sobre trozos de entablamento dos airosos ángeles que pudieron portar los Arma Christi, o quizá estandartes.

La autoría del retablo ha sido siempre un tema bastante complicado, más si cabe si no contamos con la fuente principal de información: los libros de la Cofradía, que desaparecieron en un incendio acaecido en la iglesia en 1801.En cuanto al autor de la arquitectura del retablo, el ensamblador, siempre se han barajado numerosos nombres, cosa comprensible si tenemos en cuenta que muchos de ellos hacían retablos similares, además de que en algunas ocasiones un ensamblador realizaba un retablo siguiendo la traza de otro. Entre los nombres más mencionados contamos con Alonso Manzano, candidatura auspiciada por haber fabricado los retablos colaterales; Blas Martínez de Obregón, o el riosecano Juan de Medina Argüelles, nombre barajado por Esteban García Chico.
Los autores del retablo fueron los ensambladores Antonio Billota y Juan Guerrero de Orna, dos de los artífices más prolíficos y prestigiosos de la escuela vallisoletana del tercer tercio del siglo XVII. La posibilidad de que Antonio Billota fuera el artífice del retalbo ya fue apuntada por el profesor Brasas Egido, a raíz de que en las condiciones para realizar el retablo mayor del Monasterio de Nuestra Señora de Prado figurara una condición que indicaba que este debía ser “como el que está puesto en la iglesia de la Cofradía de la Cruz de esta ciudad”. Ahora nos llega la confirmación.

El día 7 de abril de 1679 la cofradía, reunida en cabildo, acordó “que se buscasen maestros que dorasen el retablo y custodia que está hecho de madera en la iglesia de dicha cofradía”. Unos días después, el 13 de abril, presenta condiciones “firmadas de mi nombre” el dorador Diego de Abendaño, quien al día siguiente se ajustará con los diputados de la Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz para “aparejar, dorar, pintar y estofar el dicho retablo [mayor] y figuras de la custodia y una imagen de la Concepción que se ha de poner en ella dentro de un año que ha de correr y contarse desde primero de junio que vendrá de este presente año de setenta y nueve y fenecer en fin de junio del de mil y seiscientos y ochenta un mes más o menos”. Como fiadores del dorador saldrán el platero Marcos Ibáñez, el escultor Alonso de Rozas y el ensamblador Juan Guerrero.
Abendaño entraría a trabajar “en dicha obra de aparejo y dorado los meses de junio, julio, agosto, septiembre y octubre de este año y continuar los meses de mayo, junio y julio de este que viene de mil y seiscientos y ochenta que es cuando le he de dar acabado en toda perfección so las penas que adelante irán puestas”. El coste total de la obra ascendería a 27.500 reales de vellón. El dorador se comprometía en las condiciones por él redactadas a “asistir personalmente a la dicha obra en el tiempo que voy obligado sin hacer falta ni ausencia alguna y si la hiciere y no asistiere por mi persona la dicha cofradía pueda buscar otro maestro que a mi costa la prosiga y además de ello se me ha de descontar de lo que va concertado doscientos ducados”. El maestro debería “dorar todo lo que al vista alcanzare con oro lo más firme de color que haya y más subido”.

La escritura detalla muy al por menor como debería de dorarse, policromarse o estofarse cada elemento del retablo. Así, por ejemplo, las esculturas: “La historia y los ángeles, los pajes a cada cosa se le han de dar los colores que les pertenezcan sobre oro haciendo telas ricas que imiten al natural con sus orillas de cogollos de estofado; en las tunicelas de los ángeles se han de hacer telas de primavera, petos y morriones imitado a acero, las alas imitando las de colores al natural sobre oro y rajadas sacando de grafio el oro y asimismo se ha de sacar el oro con diferentes géneros de grafios para mayor lucimiento, las nubes y todo lo restante del tablero de la historia se imitar lo más que ser pueda al natural yodo sobre oro y haciendo de grafio como va dicho. Todas las encarnaciones de serafines, ángeles, el emperador Constantino y la reina Elena se han de imitar al natural casa cosa como se tocare. La cruz se ha de imitar a palosanto sobre oro y se ha de vetear y después de muy bien imitada al natural se ha de vetear lacando unas vetas de oro al tenor de las del color”.

El tablero del Santo Cristo, actualmente desaparecido tras la construcción del camarín para la Virgen, se había de “meter de un color muy honesto y encima de colores se ha de imitar un blocado de tres altos con sus alcachofas de oro y algunas guardillas de las labores de dicho brocado picadas de lustre y la tela y campos de ellas hecho de diferentes géneros de grafios sacando el oro en la mejor forma y de más lucimiento que se pueda”. También entraría en el precio la labor de dorar y estofar una imagen de la Concepción, con pedestal “de piedra de oro mate y lo demás de la piedra” que se situaría sobre la custodia.
Gracias a una de las condiciones conocemos a los hasta ahora anónimos autores del retablo mayor de la iglesia penitencial de la Santa Vera Cruz, y de su escultura: “durante la dicha obra haya de poder asistir a verla ejecutar desde su principio a su fin así del aparejo como al dorado, pintado y estofado Juan Guerrero y Antonio Billota maestros que hicieron de madera dicho retablo y Ventura Fernández escultor y lo que los susodichos y cualquiera de ellos dijeren y declararen que no va hecho ni ejecutado en toda perfección se ha de volver a hacer”. La idea de que la escultura pudiera pertenecer a Ventura Fernández, discípulo de Francisco Díez de Tudanca, se ve reforzada al comprobar como el propio escultor era diputado de la cofradía: no era la primera vez que un artista-cofrade trabajaba para su Penitencial. También cabría la posibilidad de que sean obra de Alonso de Rozas, fiador de Diego de Abendaño.

BIBLIOGRAFÍA
  • CANESI ACEVEDO, Manuel: Historia de Valladolid (1750), Grupo Pinciano, Valladolid, 1996.
  • GARCÍA CHICO, Esteban: La Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz, Gráficas Andrés Martín, Valladolid, 1962.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA DE SANTA MARÍA DE CURIEL DE DUERO

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Hoy volvemos a tierras de Peñafiel para ver otra obra maestra de nuestra retablística. Se trata del retablo mayor de la iglesia de Santa María de Curiel de Duero, que en origen no pertenecía a dicha iglesia, sino que procede de la iglesia de San Martín, también de esta localidad, desde donde fue trasladado en la década de 1950 al arruinarse aquélla.

El retablo se estructura a través de un pequeño sotabanco, banco, dos cuerpos, tres calles y ático. El estrecho sotabanco sobre el que se asienta el retablo presenta decoración plateresca. Así, en el lado epistolar apreciamos “putti” volanderos que sujetan cintas colgantes, guirnaldas con frutos y tarjas dentro de cueros recortados. En cambio, en el lado opuesto se divisan dos mujeres desnudas tenantes de una tarja encuadrada igualmente dentro de cueros recortados. En las esquinas, dos dados más avanzaos que el resto del basamento exhiben bustos.

El banco o predela contiene dos bajorrelieves alusivos a Adán y Eva: El Pecado Original en el lado del Evangelio, y la Expulsión del Paraísoen el de la Epístola. Entre los relieves corren en los extremos del banco unas pilastras con exedras aveneradas en las que se alojan una Santa Lucía en el borde derecho, en tanto que en el borde izquierdo se ha perdido la estatuilla original.

En el centro del banco tiene cabida el Sagrario, proveniente de otro retablo diferente aunque al compartir estilo resulta un conjunto muy armonioso. En la puerta figura un relieve de Cristo atado a la columna, escoltado a los lados por sendas figuras de San Pedro y San Pablo. Limitando con la custodia, dos plintos sirven de apoyo a los órdenes de los cuerpos y que, en el de la banda del Evangelio, luce un busto femenino en el centro encima del cual se coloca una mujer de cuerpo entero con “putti” y, el de la banda contraria, se decora con matronas, trofeos y cabezas de serafines desde las que parten guirnaldas con frutas. Los enveses están revestidos de calaveras, trapos colgantes, cintas entrelazadas y cabezas de querubines.
El relieve el Pecado Original está formado por las figuras desnudas de Adán y Eva, con las partes pudendas ya cubiertas. En el centro de la escena se halla el Árbol de la Ciencia el Bien y del Mal, aquel del que Dios les prohibió comer. Es el instante de la tentación en el que el diablo, en forma de serpiente con forma de mujer enroscada en un árbol frutal, se dirige en términos engañosos a una Eva que está a punto de tomar la manzana. Un segundo episodio pintado al fondo de la tabla nos muestra el instante de la creación de Eva.

En la Expulsión del Paraíso encontramos otra vez Adán y Eva desnudos aunque con sus “partes” cubiertas por unos troncos quebrados. Un ángel que blande una espada bajo el quicio de la puerta del paraíso les está echando del mismo. La puerta aparece representada por un arco de medio punto.

Hablando ya del primer cuerpo. El Nacimiento de Jesús ocupa el lado del Evangelio. San José figura en primer plano, algo infrecuente en las composiciones del siglo XVI, apoyando u mano diestra en un cayado. Es una imagen manierista, en movimiento, como la de María, que adora a su Hijo con las manos juntas en ademán devoto. El Niño descansa sobre el suelo rocoso y mira complaciente a su Madre, pero un ángel le tiende una sábana de suaves pliegues a modo de cuna en una bonita y singular forma de describir el evento.

La hornacina central de este primer piso debería cobijar a San Martín de Tours como santo titular de la parroquia de procedencia, pero desapareció. En la actualidad ocupa su lugar una Asunción gótica, flanqueada por seis ángeles, datable en la segunda mitad del siglo XV.

La Adoración de los Reyes Magos completa el primer cuerpo. Los personajes irradian elegancia, aunque llama poderosamente la atención la exquisita belleza de la Virgen y de sus ricas vestiduras de brocados. Los Magos también se atavían con distinción, particularmente el Rey blanco de pie, que alardea, además, de un refinado casco. El recién nacido mira al espectador y es, asimismo, una imagen de dulce faz. San José, en cambio, rompe la armonía reinante en el encasamiento, pasa a una discreta posición y queda distanciado anímicamente de la situación.

Ascendiendo al sobrecuerpo, en los plafones de los lados nos topamos con un San Marcos que está escribiendo en un pergamino sentado sobre lajas de piedra, acompañado de su animal distintivo, el león. En la casilla de la Epístola, distinguimos a un San Andrés con la cruz aspada donde fue martirizado que atraviesa todo el espacio. Ambos tableros tienen en común unos fondos arquitectónicos que solamente se insinúan.

En el centro de este segundo cuerpo descubrimos la Anunciación, en la que actúa en Arcángel San Gabriel volandero con la vara de azucenas en su mano izquierda en la que se enrolla una filacteria con la leyenda “Ave María Gratia Plena”. La otra mano está gesticulando, con el dedo índice curvado, en el momento de pronunciar el anuncio a María. Con el búcaro de flores en el suelo, símbolo de la castidad mariana, una cabeza de serafín alado descorre un telón, aunque falta el ángel simétrico del otro lado porque este panel está amputado en el extremo derecho. La imagen de la Virgen es también deliciosa en sus facciones y manto y describe una línea serpentinata en la forma de volverse hacia el mensajero, girando, pies, sobre su eje de izquierda a derecha, postrada ante un reclinatorio con un libro abierto. La paloma del Espíritu Santo preside el suceso desde las alturas.

En el ático, vemos el Calvario de rigor dentro de un frontispicio, con el Crucifijo, la Virgen y San Juan. El casillero está definido mediante columnas pareadas a los lados y en el tímpano la figura de Dios Padre, que bendice con una mano y con la otra sostiene la bola del mundo. Dos tondos con pinturas, que representan a Jesús Nazareno con la Cruz a cuestas y a una Dolorosase asientan a modo de remate en las calles laterales. Sobre los ejes de las pulseras se aposentan unos jarrones con flores.

Las esculturas han sido atribuidas por el profesor Parrado del Olmo a Manuel Álvarez, concretamente a su primera etapa. Se trata de figuras de refinada belleza, que se mueven, donde la búsqueda de la perfección formal es norma. Las imágenes se ensalzan con carnaciones a pulimento que depuran sus facciones. Mejillas sonrosadas aumentan el atractivo de los tipos empleados, a lo que contribuye no poco la aplicación de la técnica de relieve aplastado que Álvarez copia de Alonso Berruguete y, sobre todo, de Juan de Juni.
Posteriormente, Parrado del Olmo habla de dos maestros que intervienen en esta fábrica. A Manuel Álvarez le adjudica el bajorrelieve de San Marcos, el de la Expulsión del Paraíso y, con dudas, el de San Andrés. A Juan Ortiz Fernández le asigna el Pecado Original, Nacimiento, Anunciación y Epifanía, matizando, además, que en estas tablas hay un menor interés por los fondos arquitectónicos que en las talladas por Álvarez. Asimismo propone el año 1560 como el de creación del retablo.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.
  • VALDIVIESO, Enrique: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo VIII. Antiguo partido judicial de Peñafiel, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1975.

COFRADÍA DE LA PASIÓN: La Elevación de la Cruz

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Y he aquí también cómo Rincón puede conceptuarse como el gran innovador de los pasos vallisoletanos, formados por figuras numerosas y monumentales de madera, en sustitución de los viejos pasos de papelón o lino, de figuras múltiples y reducidas”. Con estas palabras se refería Juan José Martín González al hito logrado por Francisco del Rincón con su paso La Elevación de la Cruz. Como bien dice Martín González, el gran mérito que posee este paso es que fue el primero que, estando compuesto por varias imágenes de tamaño natural, realizadas en madera policromada, desfiló por las calles vallisoletanas (ya existían precedentes de imágenes aisladas, con carácter procesional, realizadas en madera policromada, por ejemplo la Virgen de las Angustias de Juan de Juni). Esto suponía, además de una gran novedad, un desafío por cuanto hasta entonces las escenas procesionales se realizaban en papelón. Se puede decir que con este cambio, el concepto de teatro sacro callejero pasó a tener un carácter más permanente.

La característica fundamental de los pasos realizados en papelón era la ligereza que poseían, lo que permitía sacar a la calle composiciones con numerosas figuras, alcanzando alguna de estas escenas una gran altura (este hecho nos los subraya el cronista portugués Pinheiro da Veiga, el cual afirma, con exageración, quelos pasos, muchos y muy hermosos, están armados sobre unas mesas, algunas tan grandes como casas ordinarias”. En contra del papelón jugaba la escasa calidad artística que se lograba con él, y sobre todo los problemas de conservación que traía un material tan endeble. Esta fragilidad, que la comprobamos en las continuas reparaciones que se realizaban en los pasos, fue, quizás, el punto de inflexión hacia los pasos realizados completamente en madera policromada, los cuales aseguraban una mejor conservación y perdurabilidad. Además, la madera también permitía realizar esculturas más monumentales y de mayor calidad artística. En cambio, la pesadez de la madera no favorecía la carga a hombros de los pasos. Este problema se solucionó gracias al ahuecamiento.

El paso fue realizado por Francisco del Rincón en 1604. Antes de que se descubriera la paternidad del paso, Agapito y Revilla se lo atribuyó, sin ninguna duda, a Gregorio Fernández, para ello se apoyaba en la forma de resolver los cabellos y los desnudos de los brazos. Agapito no andaba muy desencaminado en su apreciación puesto que algunos investigadores ven en las figuras de este paso el germen del primer estilo del gallego, y hasta se ha llegado a apuntar que Fernández pudiera haber colaborado. Fue José Martí y Monsó quien en el año 1901 documenta el paso como obra de Rincón tras consultar unas anotaciones de los libros de la Cofradía de Nuestra Señora de la Pasión en las que se citaban unos pagos al escultor. Las cantidades desembolsadas, en total 1.260 reales, efectuadas en el año 1604, hacían referencia a la hechura de un paso procesional, aunque nada se concretaba en cuanto a la temática del mismo.

Resulta bastante extraño que el cronista portugués Pinheiro da Veiga al relatar las procesiones vallisoletanas del año 1605 no cite el paso, el cual debía de estar ya acabado el año anterior, año en que se le terminaron de abonar a Rincón las últimas cantidades que se le debían. En cambio sí que nombra otros que poseía la cofradía: la Oración del Huerto, la Prisión(que debe ser el Prendimiento) y el de Nuestra Señora al pie de la Cruz, con Cristo Nuestro Señor en brazos, y las Marías. El que sí lo cita es Manuel Canesi, que le describe como “Cristo en la Cruz y los judíos tirando con unas sogas de ella para enarbolarla y los dos ladrones a su vista en el suelo de pie”.

LA RECOMPOSICIÓN DEL PASO
El siglo XIX fue el periodo más oscuro para las penitenciales, pues a la casi desaparición de la Semana Santa se añadió la desamortización llevada a cabo con las imágenes de sus pasos, las cuales pasaron a formar parte de las colecciones estatales. No todas las imágenes que conformaban los pasos procesionales corrieron la misma suerte: mientras que las titulares seguían en sus iglesias para el culto diario, las que formaban parte del historiado (sayones, santos, etc…) se almacenaron sin ningún cuidado en los sótanos de las penitenciales, lo que a la postre contribuyó a su deterioro y, en algún caso, a su desaparición. A raíz de esto, la Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid decidió recoger todas las imágenes, las cuales en 1842 pasaron a engrosaron los fondos del recién creado Museo Provincial de Bellas Artes.
Aunque en el museo las esculturas estaban mejor cuidadas, seguían estando desordenadas y sin catalogar. Todo cambió en la década de 1920 en la que se produjo un resurgimiento de las procesiones vallisoletanas, lo que contrajo la reconstrucción de los antiguos pasos procesionales. Agapito y Revilla realizó entonces el montaje del paso tal y como lo vemos en la actualidad. Para ello se sirvió, además de su criterio estilístico, de las instrucciones para formar los pasos de la Cofradía de la Pasión. El conjunto quedaba incompleto pues faltaba el Crucificado, el cual, según su opinión, se había perdido. En 1925 propuso que el paso se completaría “si se encontrase un Cristo crucificado, pero vivo y sin la lanzada, que no he podido hallar”. En 1929 comentaba que había localizado en la iglesia penitencial de la Pasión un Cristo con estas características, cuyo estilo creía que correspondía al de Rincón, de forma que ese habría de ser el titular. Agapito y Revilla estaba totalmente equivocado puesto que este Crucificado era la imagen titular del Paso nuevo de la Virgen y San Juan, obra atribuida a Francisco Díez de Tudanca.

El paso se terminó de completar en 1993, año en el que Luis Luna, durante una recomposición de los conjuntos procesionales que se guardaban en el Museo Nacional de Escultura, encontró el Crucificado original del paso en la clausura del Convento de San Quirce, erróneamente identificado hasta entonces como San Dimas. Seguramente, el Crucificado llegó, junto con otros bienes de la Cofradía de la Pasión, tras el cambio de sede de la cofradía debido al cierre de su templo penitencial en 1926. El Cristo de la Elevación, que Agapito y Revilla llegó a ver en su emplazamiento original, se alojaba en un nicho que flanqueaba el retablo mayor, “en lo que viene a ser crucero”.


ANALISIS ESTILÍSTICO
El episodio de la Elevación de la Cruz no es descrito en los Evangelios. En el mundo del arte no existen representaciones anteriores al Concilio de Trento, y aún después tampoco es muy frecuente, concentrándose la mayor parte de ellas en pintura y grabado. Según Louis Réau, el episodio de la Elevación de la cruz tiene su prefiguración en el Antiguo testamento, concretamente en la colocación por parte de Moisés de la serpiente de bronce en una pértiga. José Ignacio Hernández Redondo señala que Rincón pudo tomar como referencia el grabado titulado La Elevación de la Cruz, realizado por Aegidius Sadeler II en 1590 sobre composición de Christoff Schwartz.

Como hemos visto, la casi inexistente iconografía de La Elevación de la Cruz suponía un hándicap para Rincón, a lo que se sumaba la problemática de tener que trasladar esta escena al mundo de la escultura. Rincón se enfrentaba a dos grandes problemas a la hora de diseñar el paso: primeramente el cómo componer una escena teatral que transmitiera de forma creíble el esfuerzo que estaban realizando todas las esculturas, y a la vez la interconexión entre ellas mediante la utilización de diversas actitudes (miradas, posturas, flexiones, etc…). El otro problema consistía en lograr una visión completa, pues el paso en su discurrir por las calles de Valladolid sería visto desde multitud de puntos de vista. Como señala Martín González en referencia a los pasos de varias figuras, “la verdadera problemática se manifiesta a partir de tres figuras. Conforme el número aumenta, las dificultades de composición, se complican”.

Para la composición del paso, Rincón se sirvió de un esquema piramidal, siendo el vértice la cabeza del Cristo. A pesar de la aparente desorganización, el paso está distribuido de una manera simétrica: en la parte trasera se contraponen dos sayones, mientras uno parece empujar la escalera hacia arriba el otro tira su cuerpo hacia atrás para impulsarse y levantar la cruz; en la parte central un sayón separa a los dos ladrones; finalmente en la parte delantera se encuentran, también contrapuestos, los sayones denominados como “los reventados”, mientras uno avanza la pierna derecha, el otro hace lo propio con la izquierda. Todo ello contribuye a que el paso posea tres perspectivas: la frontal, la desarrollada en altura y la diagonal (esta última marcada por la cruz vista desde los costados).

Francisco del Rincón acredita un gran conocimiento de la puesta en escena, puesto que supo crear una escena teatral completamente compensada, en la que cada sayón está calculado dentro de la acción general. A ello hay que sumar una serie de elementos a través de los cuales el escultor logra la sensación de movimiento: los dos sayones “reventados” intentando elevar la cruz mediante las sogas, movimiento que logra plasmar a través de las fuertes torsiones de las cabezas, tocadas con gorros frigios, o con la colocación de las extremidades (detalle bastante expresionistas) en un juego de contrapuestos. Algo similar ocurre con el resto de personajes, los cuales están concebidos en posturas arriesgadas pero al mismo tiempo en actitudes compensadas. Otro elemento que ayuda a que el conjunto posea cierto dinamismo, además de un plus de realidad, es la inclusión en el Crucificado de un paño de pureza realizado en lienzo, y no tallado en la madera. Este paño produciría ondulaciones en su transcurrir por las calles vallisoletanas

El paso lo componen ocho esculturas: Cristo vivo siendo elevado en la cruz; los dos ladrones esperando su turno para ser crucificados; y cinco sayones, en muy diversas y movidas posiciones, que se afanan en realizar la elevación de la cruz. En la actualidad el paso se encuentra expuesto en el Museo Nacional de Escultura, salvo la imagen del Crucificado que se guarda en la clausura del Convento de San Quirce.
Las esculturas conjugan a la perfección un elegante manierismo romanista y un incipiente naturalismo. Son figuras calmadas, elegantes, surcadas de ritmos curvos (quizás debidos al influjo de Pompeyo Leoni). Entre las características que definen la obra de Rincón, y que podemos vislumbrar en las imágenes de este paso se encuentran: los pliegues paralelos de las calzas, la manera de recoger la camisa en el brazo, la manera de gesticular con los dedos (rasgo este último que heredará Gregorio Fernández). Según Jesús Urrea, la posible colaboración de Fernández en el paso la percibimos a través de una serie de particularidades que posteriormente serán utilizadas por él: elegantes actitudes, blando modelado, cabellos ensortijados…. Los distintos personajes están caracterizados fisionómicamente, presentando los sayones rostros burlescos, además de actitudes grotescas. Los ropajes poseen un colorido ciertamente llamativo. En contraposición a estos ropajes encontramos los cuidados desnudos de Dimas y Gestas, cubiertos solamente por un paño de pureza.
El Crucificado es quizás la imagen más interesante del conjunto. Representa a un Cristo vivo, con el cuerpo totalmente lacerado. Rincón tuvo la brillante idea de tallarle con una anatomía completa, incluido el sexo, lo que dotaba a la imagen de un mayor dramatismo. Este recurso será usado posteriormente por Gregorio Fernández (por ejemplo, se pueden reseñar el Cristo Yacente de la iglesia de San Miguel, o el Arcángel San Gabrielconservado en el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid), el cual llegará a lograr unos excepcionales estudios anatómicos, lo que dota a la imagen de un mayor efecto dramático. El cuello y la cabeza realizan una violenta torsión, motivada por la ascensión de la cruz, lo que otorga a la escena una mayor sensación de movimiento y de teatralidad. La torsión del cuello que plasma Rincón en el Crucificado tiene su precedente en otro Crucifijo tallado por Juan de Juni que se conserva en la clausura del Convento de Santa Teresa de Valladolid.

Los sayones, que gozan de una gran fuerza expresiva, eran según palabras de Agapito y Revilla “de los que yo califico de muy buenos”. Asimismo, distinguía dos tipos de sayones, por una parte unos buenos “con figuras de actitudes violentas y rostros expresivos de bajas pasiones”, y por otra, otros de calidad “medianeja, no sólo en la traza, sino hasta en la técnica de la labor”.
El sayón de la escalera (1,96 x 0,60 x 1,08 m.) es una figura muy elegante. Mira hacia lo alto de la cruz observando el correcto desarrollo de la elevación. Agarra la escalera con las dos manos, teniendo el brazo izquierdo elevado y el derecho a la altura del estómago. Se encuentra tocado con un gorro frigio. El guerrero de la pértiga (1,63 x 0,54 x 1 m.) viste como un militar romano. La toracata posee decoraciones florales, todo ello tamizado por una policromía dorada. En la cabeza lleva un casco, el cual se encuentra sujeto a la cabeza mediante una cinta que pasa por debajo del mentón. El sayón que utiliza su hombro para elevar la cruz (1,40 x 0,64 x 1,11 m.) se encuentra también tocado con un gorro frigio. Viste toracata, calzas y botas, al igual que el resto de sayones. Mientras que con el brazo izquierdo realiza el esfuerzo para elevar la cruz, con la mano derecha parece indicar a los “sayones esforzados” que realicen el último impulso para izar la cruz. Finalmente tenemos a los sayones que tiran de las cuerdas (1,51 x 0,47 x 0,89 m. y 1,51 x 0,42 x 0,83 m.), idénticos salvo la comentada diferencia en el adelantamiento de las piernas.

Dimas (1,67 x 0,52 x 0,65 m.) y Gestas (1,65 x 0,60 x 0,68 m.) se complementan a la perfección mediante el giro brusco de sus cabezas. Esa complementación la podemos ver en otros aspectos: Dimas mira hacia el Crucificado en actitud serena, además de tener las manos atadas por la parte delantera del cuerpo. En cambio Gestas lleva las manos atadas a la espalda y dirige su mirada en actitud burlona hacia el público. Ambos están completamente desnudos a excepción de un paño que les cubre sus partes pudendas. Agapito y Revilla describía a los ladrones como “hechos con soltura, y no apuran el modelado; pero tienen rasgos que acusan la labor de artista entendido, y, sobre todo, unos rostros cínicos y burlones”.


REPERCUSIONES ARTÍSTICAS
El grupo procesional tuvo tal éxito que la Cofradía de Jesús Nazareno de Palencia decidió encargar una copia del mismo al escultor palentino Lucas Sanz de Torrecilla en el año 1614. Antes de encargar el paso, el alcalde de la cofradía visitó Valladolid para ver de cerca el modelo vallisoletano, su impresión no deja lugar a dudas: “es una cosa muy buena y que edifica mucho”. Aunque copia el modelo vallisoletano, en el palentino no se llegaron a tallar ni el sayón de la pértiga ni los dos ladrones.

Las tres fotos han sido obtenidas de: http://jesusario.blogspot.com.es/2014/03/la-ereccion-de-la-cruz.html

BIBLIOGRAFÍA
  • AGAPITO Y REVILLA, Juan: Las cofradías, las procesiones y los pasos de Semana Santa en Valladolid, Imprenta Castellana, Valladolid, 1925.
  • AGAPITO Y REVILLA, Juan: Catálogos del Museo de Bellas Artes de Valladolid. I, Escultura, Casa Santarén, Valladolid, 1930.
  • GARCÍA CHICO, Esteban: Los grandes imagineros en el Museo Nacional de Escultura, Gráficas Andrés Martín, Valladolid, 1965.
  • CANESI, Manuel: Historia de Valladolid (1750), Grupo Pinciano, Valladolid, 1996.
  • MARTÍ Y MONSÓ, José: Estudios histórico-artísticos relativos principalmente a Valladolid, Imprenta de Leonardo Miñón, Valladolid, 1898-1901.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: “Los “pasos” procesionales de varias figuras en Castilla y León”, Primer congreso nacional de cofradías de Semana Santa, Diputación Provincial de Zamora, Zamora, 1987, pp. 123-133.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “El escultor Francisco Rincón”, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, tomo XXXIX, 1973, pp. 491-500.
  • VV.AA.: Pasos restaurados, Museo Nacional de Escultura, Valladolid, 2000.
  • VEIGA, Tomé Pinheiro da: Fastiginia: vida cotidiana en la corte de Valladolid, Ámbito, Valladolid, 1989.

COFRADÍA DE LA SANTA VERA CRUZ. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén "La Borriquilla"

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El paso de La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, también conocido como “La Borriquilla” es quizás el más emotivo de cuantos desfilan por nuestra Semana Santa. Como se repite cada vez que se habla de él es el único paso de papelón superviviente de cuantos desfilaron por nuestras calles, fundamentalmente, en los siglos XV y XVI. A pesar de que siempre se ha denominado a estos pasos como de “papelón”, en realidad se trataba en la mayor parte de los casos de un armazón de madera cubierto con tela encolada y posteriormente policromada al que se añaden cabezas, manos y pies en madera policromada.

Dichos pasos tenían sus pros y sus contras. Como ventajas tenemos en que su peso liviano permitía sacar a la calle composiciones con numerosas figuras, siendo algunas escenas de gran altura. Tal es así, que Pinheiro da Veiga quedó bastante impresionado con el tamaño de los Pasos de la Vera Cruz al afirmar, con evidente exageración, que “están armados sobre unas mesas o tabernáculos, algunos tan grandes como casas”. La referencia a la Oración del Huerto “con el Ángel en un árbol, mucho de ver y mucha soldadesca, y desorejamiento de Malco” parece requerir una composición de numerosos personajes y diferentes focos de atención. A pesar de ello, señalaba su carácter liviano dado que “las figuras son de paño de lino y cartón”. El punto débil de estos pasos era la duración, que era mínima, puesto que se trataba de materiales muy débiles, de ahí que muchos pasos tuvieran continuas reparaciones y la mayoría de ellos ni siquiera hayan subsistido.

A pesar de que se es general la creencia de que este tipo de figuras poseían un marcado carácter procesional, la mayoría se realizaban fundamentalmente para ser imágenes de altar. Lo que pudo ser distintivo de las que se utilizaron con carácter procesional, o al menos mucho más frecuente, fue el adorno de determinadas figuras en las salidas a la calle con vestidos de tela natural que ocultaban los trajes de tela encolada. La riqueza de los mismos fue alabada por el mismo Pinheiro da Veiga: “y si va algún vestido gorra o capa al exterior, es todo de brocado o tela, de suerte que parece muy bien”.
La pérdida de los numerosos conjuntos realizados con este tipo de figuras, tanto para la Vera Cruz como para el resto de las cofradías vallisoletanas, contribuye a acrecentar el valor que para la historia de la escultural procesional castellana tiene el paso de La Entrada de Jesús en Jerusalén, única obra conservada de estas características y por tanto el paso más antiguo de varias figuras que ha llegado a nuestros días. Probablemente en su conservación influyó que no se sintiera la necesidad de sustituirlo por otro con esculturas de madera, al tratarse de una escena que salía en solitario en la procesión del Domingo de Ramos que desde la sede de la cofradía llegaba hasta la iglesia del convento de San Francisco, donde se celebraba el oficio de la bendición de los Ramos, para volver a la iglesia penitencial tras recorrer diversas partes del monasterio.

El Domingo de Ramos contaba con un precedente europeo, ya prácticamente desconocido, del que sin embargo han quedado abundantes testimonios escultóricos. Se trata de los Cristos montados en un asno, también conocidos como "Palmesel", y dispuestos sobre un carro para ser utilizados procesionalmente en el Domingo de Ramos en numerosas ciudades alemanas, especialmente de la zona sur, pero también en otros países como Austria, Suiza, e incluso Holanda y Bélgica. La mayor parte de las esculturas conservadas se remontan a los siglos XV y XVI e incluso existe un documento pictórico de la procesión en Schwäbisch Gmund fechado hacia el año 1700. En relación al paso de Valladolid, resulta significativa la presencia en solitario de la figura de Cristo frente a la tendencia española de enriquecer las escenas con más personajes.

Otenshall (Munich, Alemania)
Friedrichshafen (Alemania)

Markgröningen (Alemania)

Veringendorf (Alemania)

Museo de la Obra Notre-Dame (Estrasburgo, Francia)
La narración de la Entrada de Jesús en Jerusalén, preludio de su Pasión, aparece reflejada en todos los Evangelistas: San Mateo (21, 1-11), San Marcos (11, 1-10), San Lucas (19, 29-44) y San Juan (12, 12-19). Los relatos de los tres primero difieren en muy pocos aspectos, pues todos citan el envío por parte de Jesús a dos discípulos a recoger la cabalgadura en la que había de montar antes de entrar en la ciudad. San Juan elude los aspectos anecdóticos y se concentra en indicar cómo la escena había sido anunciada por los profetas y, a través de la interpolación del recuerdo de la resurrección de Lázaro, anticipa la resurrección de Jesús. Sin embargo, el único que precisa que se trataba de una borriquilla y un asnillo es San Mateo, quien inspira la escenificación de este paso procesional.

Cuando Pinheiro da Veiga describe en 1605 las procesiones de la Semana Santa vallisoletana y alude a los pasos de la Cofradía de la Vera Cruz, no hace referencia a “La Borriquilla”, quizá por no salir en las procesiones específicas de la Pasión. En cambio, sí lo describe Canesi, en el siglo XVIII, quien comenta que el paso se trasladaba el Domingo de Ramos al Convento de San Francisco, para llevar a cabo la procesión desde aquí. Esto indica la relación de la cofradía con la Orden Franciscana, la cual fue la impulsora de las procesiones de Semana Santa en Castilla (“… en el Domingo de Ramos, lleva esta cofradía el passo muy vistoso del Triunfo de Christo en la entrada en Jerusalén…”).
Aunque entra dentro de lo posible que en origen el paso contara con más esculturas, en la actualidad está formado por la imagen de Cristo montado en la borriquilla, con un pequeño pollino al lado, y otras seis figuras dispuestas alrededor de los animales para reforzar los distintos puntos de vista de un grupo que debía ser contemplado en la calle y por lo tanto debía mostrar esa variedad direccional en su composición. La posición elevada de Jesús sobre el animal refuerza su dominio del espacio, y en realidad viene a crear una composición piramidal para todo el grupo.

La técnica en que están realizadas las figuras consiste en un cuerpo en forma de maniquí, cubierto con vestiduras de tela encolada y policromada al óleo, a las que se procura plegar con la mayor objetividad posible. Las cabezas, manos y pies son tallados en madera. Algunos de los discípulos visten a la moda del siglo XVI (botas, calzas y jubón); otros lo hacen con manto y túnica, en cuyo caso, sus plegados se disponen con una mayor ampulosidad. La policromía actual de las vestiduras en tonos planos con orlas doradas parece del siglo XVIII. Al haber desaparecido en un incendio la documentación de la cofradía, no se puede precisar la historia del mismo.
Al comparar los personajes que acompañan a Jesús se aprecia una clara diferente entre tres de ellos vestidos con túnica y manto, sin duda apóstoles, y otros tres ataviados con jubón, calzas y altas botas, indumentaria propia del siglo XVI. Con los últimos se alude en la escena al recibimiento del pueblo en las calles de Jerusalén, arrojando sus capas al paso de la comitiva.

La filiación berruguetesca de alguna de estas piezas, señalada hace tiempo, se concretó en fecha no muy lejana con la propuesta de atribución al entorno de Francisco Giralte, con una cronología de hacia 1542-1550. Para poder precisar la autoría y cronología aproximada del mismo, hay que estudiar las cabezas de los personajes, pues es el único elemento al que se puede asignar una filiación estilística. Son cabezas de rasgos elegantes, con cabelleras de mechones finos y revueltos, pegados al cráneo. En algunos casos, caen en forma apelmazada hacia los hombros. En la interpretación de los rasgos fisionómicos aparece la tipología de boca entreabierta, nariz fina y cejas en ángulo, de origen berruguetesco. Algunas de las figuras presentan canon estilizado y composiciones helicoidales. Uno de los discípulos que tiende el manto en la parte delantera del grupo ofrece una cabeza de proporción cuadrática con cabellos en forma de bucles, hace suponer a Parrado del Olmo relación muy directa con otras obras de Francisco Giralte, discípulo de Berruguete. En especial se relaciona con las obras que el escultor realizó durante su etapa palentina, y más en concreto con el retablo de San Pedro de Cisneros (Palencia) y lo que ejecuta en el retablo de San Ginés de Villabrágima (Valladolid), ambos anteriores a 1547. Un aspecto más que nos puede determinar la realización de esta obra por Giralte en la década de los años cuarenta son las analogías encontradas con el relieve del mismo tema de la Entrada de Jerusalén de las puertas de paso al Claustro de la Catedral de Palencia, en especial la tipología de la figura de Jesús, y la de un discípulo situado en la parte trasera, también con melena larga. La escultura del paso de un discípulo con barba y calva en la parte delantera del cráneo, quizá San Pedro, también es utilizada por el escultor en los retablos del momento.

Puertas de paso al claustro de la Catedral de Palencia

Sin embargo, en opinión de José Ignacio Hernández Redondo, el aspecto actual del paso es fruto de una importante reforma realizada hacia el año 1600. Frente al modo de resolver las cabezas de los tres personajes con jubón y altas botas y uno de los apóstoles, con el pelo tallado en gruesos bucles y ojos de  tendencia oblicua, las figuras de Cristo, San Juan y el apóstol con los brazos abiertos presentan un tipo de rostro diferente, con el pelo mucho más lineal, e incluso un canon un poco mayor que los anteriores. Por tanto se puede admitir una relativa relación estilística con Giralte, muy alejada de la calidad de sus producciones personajes, en las cuatro primeras figuras, mientras que las otras tres incluido el Cristo son más tardías.
La cercanía a los modelos vallisoletanos en fechas próximas al año 1600 se comprueba al comparar la figura de San Juan con la talla de la misma advocación que se conserva en el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid, atribuida a Francisco del Rincón. Dejando de lado la calidad, muy superior en la obra de Rincón, la similitud compositiva de ambas figuras resulta evidente. Por otro lado, son numerosas las noticias documentales que informan de la frecuente necesidad de realizar reparaciones parciales y sustituciones en este tipo de esculturas por la fragilidad del material con que estaban hechas. En conclusión todo parece indicar que las mencionadas esculturas del paso fueron sustituidas y el resto retocadas, incluyendo los trabajos de policromía que pueden corresponder al momento de la renovación del paso a comienzos del siglo XVII.

San Juan (atrib. Francisco del Rincón, h. 1600). Museo Diocesano y Catedralicio. Valladolid

BIBLIOGRAFÍA
  • HERNÁNDEZ  REDONDO, José Ignacio: “La escultura procesional de la Cofradía de la Vera Cruz de Valladolid”, Actas del IV Congreso Internacional de Hermandades y Cofradías de la Santa Vera Cruz, Zamora, 2009, pp. 149-172
  • VV.AA.: Las Edades del Hombre: El árbol de la vida (exposición realizada por la Fundación las Edades del Hombre. Santa Iglesia Catedral, Segovia 2003), Fundación de las Edades del Hombre, Salamanca, 2003.

SEMANA SANTA EN RIOSECO. El Descendimiento "La Escalera"

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Hoy trataremos sobre el paso del Descendimiento de Medina de Rioseco, conocido cariñosamente como “La Escalera”. Para no repetir nada, puesto que es idéntico al paso del Descendimiento de Valladolid, no entraré a describir el paso ni analizar las diferentes imágenes que lo componen, en este caso nos dedicaremos a hablar sobre las vicisitudes del paso riosecano que es lo que nos incumbe ahora. Así que, os recomiendo que antes echéis un vistazo a este post para comprender mejor el ejemplar riosecano: http://t.co/x6RSneXv También os recomiendo el post sobre “El Longinos”, puesto que ambos pasos son los “pasos grandes” de la Semana Santa de Medina de Rioseco: http://t.co/RBIIByy8HJ
El 26 de marzo de 1663 Francisco Díez de Tudanca accede a los ruegos de don Francisco Vázquez Céspedes, Antonio de Aguilar Carrera y Francisco Santos “vecinos de la ciudad de Rioseco”, los cuales “le han pedido y rogado con mucha instancia y movidos de santo celo les haga para la Cofradía de la Soledad de Nuestra Señora” un paso del Descendimiento de la Cruz “a imitación del que tiene la Cofradía de la Santa Vera Cruz de esta dicha ciudad de Valladolid que hizo Gregorio Fernández”. Asimismo se obligaba a realizar “cuatro figuras de cuatro sayones para el Sepulcro de Cristo, una urna y tablero con dos ángeles que llevan el sepulcro a imitación de los que están en el paso del Entierro de Cristo” de la Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de las Angustias de Valladolid. Es decir, una vez más Tudanca debía de ejecutar copias de esculturas vallisoletanas afamadas, en este caso de pasos procesionales. Salieron como fiadores de Tudanca en la presente escritura de obligación su suegro Francisco Ezquerra y los doradores y estofadores Pedro Mondragón y Lucas de Ávila.
Este paso, que copia puntualmente el original de Fernández, nos volverá a mostrar dos hitos importantes: por un lado el trabajo como copista del escultor, y, por otro, como los pasos vallisoletanos seguían siendo muy cotizados y demandados. Que un artista como Tudanca, en su plena madurez como artista , cargado de encargos, se avenga a llevar a cabo un trabajo semejante puede revelar, además de profunda admiración por Fernández, cierto conformismo o la conciencia de sus propias limitaciones. El corto período de tiempo que se le impuso, así como la escasa cantidad que cobraría, pudo influir en la calidad del resultado final, que nos muestra unas tallas sumamente bastas.

Según apunta Pérez de Castro: “Las delicadas expresiones del paso de la Vera Cruz vallisoletana se tornan en el conjunto riosecano mucho más toscas, especialmente en algunas figuras como San Juan o la Magdalena. Fernández se había convertido en un modelo a imitar y como tal existía una conciencia de que era insuperable. Lo más acertado del grupo riosecano pudiera ser el Cristo y José de Arimatea”. Asimismo afirma que “toda la teatralidad y los elogios que se han vertido sobre el conjunto vallisoletano se pueden reutilizar para la copia riosecana: composición diagonal y dinámica, propiamente barroca, creación de dos focos de atención en una misma escena (grupo del Descendimiento y grupo de la Virgen, ambos enlazados), adaptación del conjunto a múltiples puntos de vista. Todo parece inestable, de un realismo dramático: Cristo está suspendido en el aire, Nicodemo y Arimatea se sostienen a la escalera, la figura de la parte trasera gira en un gran escorzo, completamente abierto. Es, desde luego, una de las mejores composiciones del barroco castellano. La escultura está hecha por y para verla en la calle, en las procesiones, que es donde cobra su auténtico valor”.
El paso del Descendimiento tendría siete figuras “Cristo y su madre, Abad y Matías, la Magdalena, San Juan y un mozo que desclava los clavos”, además de “la cruz, escaleras, un calvario al pie de la cruz, todas las insignias, tornillos y hierros que han de asegurar las figuras a su tablero de forma que vayan firmes”. Cabe hacer varias aclaraciones: por Abad y Matías “Arimatea” se refería a José de Arimatea y a Nicodemo; por otra parte, la escultura de la Virgen desapareció del conjunto en el siglo XVIII desconociendo el motivo que llevó a quitarla del conjunto así  como el paradero de la misma, el caso es que la actual fue hecha en 1985 por el escultor y restaurador vallisoletano Mariano Nieto. Tudanca también entregaría “los demás herrajes y clavazón necesaria y sus ruedas por bajo para que entre y salga el paso en las iglesias que le tocare andar todo muy seguro”.


Como ya hemos referido, y la escritura vuelve a recordar, el “paso, cruz, figuras, calvario y tablero y demás insignias ha de ser a imitación del paso del Descendimiento de la cruz que tiene la Cofradía de la Vera Cruz de esta dicha ciudad de Valladolid que hizo Gregorio Fernández y de la misma perfección y tamaño y figuras”. Todas las esculturas, que llevarían ojos de cristal, se ahuecarían para que fueran más ligeras y de esa manera no pesaran “cada una de una arroba arriba de fuerte que todo el paso no pase todo su peso de veinte y cuatro”. Pero no solo se habría de copiar el paso tal cual, también se imitaría la pintura, el encarnado, el estofado, el dorado y el colorido del paso vallisoletano. Seguramente todo ello correría a cargo de los referidos Pedro de Mondragón y Lucas de Ávila.
Ambos pasos debía de darlos acabados “en lo tocante a madera en toda perfección y a vista y satisfacción de personas peritas en el arte que se hayan de nombrar por ambas partes para fin del mes de septiembre venidero de este presente año de mil y seiscientos y sesenta y tres”. Una vez finalizados se habría de avisar a los comitentes para “que vengan a ésta ciudad de Valladolid y lo vean con las personas que se nombraron como va dicho y cotejen el paso con el otro a cuya imitación lo ha de hacer para lo cual tendrá armados los pasos de ambas partes (…) y si pareciere quitar o enmendar algo como sea cosa que convenga lo ha de hacer al punto”.

Si los comitentes daban el visto bueno el paso pasaría a manos del pintor “para que lo adorne y ponga en toda perfección en lo tocante a pintura tres meses delante de forma que esté acabado de todo punto para el día de navidad fin de este presente año de mil y seiscientos y sesenta y tres”.
Por cuenta de los comitentes quedaría el llevar las esculturas a Medina de Rioseco, mientras que Tudanca se encargaría de “poner las figuras en los carros con el cuidado que conviene para que vayan bien y no se maltraten e ir en persona a la dicha ciudad de Rioseco a asentarlas en su sitio y habiendo pasado la procesión ha de desarmar el paso y numerar los tornillos y las figuras con sus señales para que en adelante cualquiera persona con facilidad pueda armarle y desarmarle”. La Cofradía también se encargaría de poner en el paso “las toallas y paños con que descienden los santos a Cristo”.
Por todo el trabajo desarrollado por Díez de Tudanca en “el dicho paso y demás figuras que van referidas así de escultura como pintura y todo lo demás necesario hasta quedar en toda perfección” se le habrían de abonar la escasa cantidad de 6.000 reales. Entre los testigos firmantes de la escritura figura Bernardo Rincón, aprendiz de Díez de Tudanca y asimismo hijo del homónimo escultor vallisoletano.

Dos días después de la contratación de ambos pasos, el 28 de marzo, se firma una nueva escritura ante el escribano riosecano Manuel de Sandoval. En ella salen como fiadores de Tudanca el arquitecto “vecino de la villa de Tordesillas” Francisco Cillero. Pocas novedades o diferencias encontramos en este nuevo documento: tan sólo se amplía el plazo para su entrega, que será el día de Navidad de ese mismo año. Asimismo se le abonaban en ese mismo acto de la firma de la escritura los primeros 1.500 reales de la cantidad total pactada. La última paga se le daría “estando acabado en toda perfección y asentado dicho paso y figuras para que sirva en la procesión de disciplina de la Semana Santa del año que viene de seiscientos y sesenta y cuatro”.

El Descendimiento en la Procesión de la Soledad del año 1902
El 20 de julio de 1665 se vuelven a concertar los diputados de la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y Quinta Angustia y Francisco Díez de Tudanca. En esta ocasión la cofradía le prestó 3.300 reales de vellón “porque viniese  a esta ciudad[de Medina de Rioseco] a enmendar el paso del descendimiento y acabar lo demás que estaba obligado”. Efectivamente así lo hace y, al año siguiente, tras haber realizado unas mejoras sobre lo estipulado en “la urna, ángeles y sayones y guantes que se le tenían ofrecidos acordaron el que se remitiesen y perdonasen al dicho Francisco Díez de Tudanca los dichos tres mil y trescientos reales por las razones arriba declaradas” con la condición de que el escultor “haya de venir desde donde se hallare a volver a armar los dichos pasos para que estén en la parte y lugar donde está señalado y aderezarles y componerles si estuvieren maltratados por su cuenta sin que por ello la dicha cofradía le haya de dar cosa alguna”. Si Tudanca no lo cumplía, la cofradía podía requerirle judicialmente y volvería a estar en vigor esa deuda de 3.300 reales. Francisco Díez de Tudanca acepta estas mejoras y se obliga a no pedir ni cobrar ningún maravedí por razón de mejoras o arreglos de los pasos. 


Estas tres fotos han sido tomadas de: http://blogmorado.blogspot.com.es/
Sin duda estamos ante un paso magnífico aún cuando la diferencia con el original es sideral. El encanto de este paso se ve incrementado cuando discurre por las calles de Rioseco con sus soportales, mientras que la gente saliendo a los balcones a tocar las esculturas y sus sombras, proyectadas en las fachadas, que se mueven fantasmagóricas.
BIBLIOGRAFÍA
  • GARCÍA CHICO, Esteban: Documentos para el estudio del arte en Castilla. 2, Escultores, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1941.
  • ALONSO PONGA, José Luis (coord.): La semana santa en la tierra de campos vallisoletana,Grupo Página, Valladolid, 2003.
  • PÉREZ DE CASTRO, Ramón y GARCÍA MARBÁN, Miguel (coord.): Cultura y arte en Tierra de Campos. I Jornadas Medina de Rioseco en su historia, Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 2001.

COFRADÍA DE NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO: El "Paso" SED TENGO

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El presente conjunto es el paso más antiguo de Semana Santa que conocemos de Gregorio Fernández. Tan solo conocemos un paso procesional anterior a este: San Martín y el pobre, aunque en este caso no era utilizado para la Semana Santa. El paso se custodia durante todo el año en la “Sala de Pasos” del Museo Nacional de Escultura, desfilando en la mañana del Viernes Santo en el Sermón de Las Siete Palabras y por la tarde en la Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor.
Este paso supuso un paso más dentro del camino de renovación de los pasos procesionales vallisoletanos comenzado por Francisco del Rincón en la Elevación de la Cruz. Si Rincón había introducido las figuras de tamaño natural completamente talladas en madera, Gregorio Fernández con Sed Tengo revoluciona el mundo de los pasos vallisoletanos, puesto que realiza unas esculturas notablemente mayores que las realizadas por Rincón, además de introducir un plus de atrevimiento al situar una figura en lo alto de la escalera por encima de la cruz. El “teatralismo” barroco ha llegado a las calles de Valladolid, unos años después éste llegará a su cénit con el Descendimiento de la Cofradía de la Vera Cruz.

El grupo presenta una composición piramidal, centrada en Cristo Crucificado, uno de los mejores que salieron del taller de Gregorio Fernández. La composición se continúa con el sayón de la esponja, una de las mejores piezas de este tipo realizadas por Gregorio Fernández, y un soldado vestido con armadura, al que se llama sayón del caldero por el recipiente que lleva en su mano izquierda para contener el vinagre con que se impregnó la esponja. Los brazos levantados de ambas figuras y los instrumentos que sujetan, respectivamente la caña con la esponja y una lanza, enmarcan y conducen visualmente al espectador hacia el Crucificado, coronando la composición la figura de otro sayón encaramado a una escalera para colocar el letrero del INRI.

Por otra parte, en primer término se desarrolla el sorteo de las vestiduras, escenificado a través de dos sayones se juegan a los dados las vestiduras del Crucificado. Estos personajes de caricaturescas fisionomías, torvos gestos e indumentaria a la moda de la época, evidencian una alta calidad artística, reflejada en dinámicas pero equilibradas actitudes, inmejorable tratamiento anatómico y acertada expresividad.
El que se encuentra rodilla en tierra está lanzando los dados con un cubilete, es denominación en la documentación como el descalabrado, por la gran herida que muestra en la parte posterior de su cabeza con la que se trata de reflejar el carácter pendenciero y la brutalidad de los personajes que maltrataron a Cristo. En el lado izquierdo, la figura encorvada señalando los dados, con el jubón a medio poner tras acabar su trabajo en la Crucifixión, muestra una mayor calidad en la definición del rostro y en la disposición de la figura, probablemente inspirada en un grabado como el de Johan Sadeler del Camino del Calvario, en el que aparece en primer plano un sayón con el mismo tipo de gorra y una actitud similar.

Desde el punto de vista iconográfico interesa destacar el momento concreto elegido por la cofradía para representar la escena. Se trata del instante posterior a la Elevación, con Cristo aún vivo, con las manos crispadas tras ser clavadas a la cruz y acompañado por cinco sayones que realizan diferentes acciones recogidas en los Evangelios. No es casual que en una Cofradía de Jesús Nazareno los únicos que rodean a Cristo, tanto en este paso como en el del Redopelo, son sus verdugos, contradiciendo a la inmensa mayoría de representaciones artísticas en las que aparecen la Virgen y San Juan al pie de la cruz. Si a esto sumamos que el otro paso que poseía la cofradía era el de Jesús Nazareno, nos lleva a pensar que todo el culto estaba centrado en el Nazareno.

HISTORIA
En cabildo celebrado por la Cofradía de Jesús Nazareno el 17 de abril de 1612 Pedro Márquez, maestro pasamanero, en nombre de los maestros de su gremio, ofrece a la cofradía como limosna un paso compuesto por tres figuras (un Crucificado y dos sayones). Gracias al acta del cabildo anterior, de 14 de abril, sabemos que este nuevo paso se estrenaba en la procesión de ese mismo año.
Todo indica que desde el primer momento se pensó en un conjunto de mayores dimensiones, que posteriormente se terminaría completando. No resulta lógico que se estimara suficiente un paso compuesto solamente por tres figuras, cuando se contaba en la ciudad con precedentes inmediatos tan numerosos como el paso de la Elevación, realizado por Francisco Rincón para la cofradía de la Pasión. De la lectura de un acta del cabildo de 27 de febrero de 1616, parece deducirse que en los años inmediatos se continuó trabajando en el paso: “que en el año seiscientos y doce los señores pasamaneros desta ciudad abian dado de limosna a esta santa cofradía el paso de cristo con dos sayones y que para efecto de lo acabar esta santa cofradia les abia prestado setecientos reales y que rrespeto de tienpos tan esteriles no podían cumplir y hera bien desde luego se les perdonase a los dichos señores pasamaneros lo que esta santa cofradia les abia prestado”.

No queda claro en este documento si el paso tenía ya más figuras o sólo estas tres, o si el préstamo había sido para terminar de pagar el paso o para completarlo ampliándolo con más sayones; esto es así, porque en 1662 se le llama “Paso Grande”, lo que indica claramente que debía contar con más figuras.
En 1676 la cofradía se traslada desde el Convento de San Agustín, donde había nacido la Hermandad, a su propia iglesia penitencial, momento en el cual los frailes Agustinos reclaman la propiedad de los “pasos”, iniciándose un pleito ante el Nuncio Apostólico, quien finalmente ordenó la devolución de los pasos al convento.
Al no tener Crucificado, la cofradía decide encargar al escultor Juan Antonio de la Peña “hacer una hechura de un Santo Cristo de bulto al expirar, desnudo, de dos varas y cuatro dedos de alto”, contrato que se firmó el 10 de febrero de 1684. Esta imagen es la hoy conocida como Santísimo Cristo de la Agonía.

Junto con el Cristo, tenemos también constancia que se devolvieron al convento los sayones del rótulo y de la esponja. Gracias a la investigación de Filemón Arribas, se conocen las largas gestiones que fructificaron en 1717 con la nueva adquisición de ambas esculturas al boticario Andrés Urbán, a quien se las había entregado el convento a cambio de la condonación de una deuda. Como se ha observado en diferentes ocasiones, estas dos figuras ofrecen un estilo diferente al resto de los sayones (tienen proporciones más alargadas, con cabezas más pequeñas y rasgos más marcados y expresivos; igualmente presentan poses más rebuscadas) lo que unido a su mayor calidad, particularmente notable en el elegante sayón de la esponja, invita a pensar que fueron las piezas que acompañaron al Crucificado desde el primer momento y también las más cercanas a la labor personal del maestro.
De esta manera el paso contó desde este momento con la composición que actualmente vemos: el Crucificado, en este caso el de Juan Antonio de la Peña, y los cinco sayones.

Los indicios documentales parecen señalar que la cofradía no fue obligada a devolver los otros tres sayones. Al menos tenemos certeza que en 1699 se encontraban en la cofradía, donde fueron reparados recomponiendo diferentes partes y recibiendo nueva policromía en las encarnaciones por parte del pintor José Díez de Prado. Probablemente, el hecho de que la cofradía perdonara al gremio de los pasamaneros un préstamo para terminar el paso, les confirió unos derechos de propiedad que mantuvieron tras la escisión del convento. El aspecto menos estilizado de estas tres figuras con respecto a los dos sayones anteriores y la menor expresividad de sus rostros, particularmente notable en los sayones de la lanza y el descalabrado, se han justificado con una mayor colaboración del taller, que por otro lado es habitual en otros pasos realizados por Gregorio Fernández.
En el año 1842 se retiran de la iglesia de Jesús ocho figuras de sayones que son trasladadas al actual Museo Nacional de Escultura y aunque no se detallan, se supone que fueran las que componían el “Paso Grande” (5) y el del Despojo (3).
Recapitulando:
Esculturas realizados en 1612: Crucificado, Sayón del rótulo, Sayón de la esponja. Esculturas realizadas en 1616: Sayón de la lanza, Sayón de los dados, Sayón “descalabrado”

PROBLEMAS
Dos problemas se plantean en relación a este paso:
¿En qué fecha se hacen las otras tres figuras?
Filemón Arribas fue el primero en relacionar este paso con Gregorio Fernández, opinión que a día de hoy es incuestionable. Jesús Urrea aporta un dato que lo refuerza: el 14 de agosto de 1612, varios pasamaneros, entre los que se encuentra Pedro Márquez, reconocen una deuda de 50 ducados a favor de Gregorio Fernández; aunque no se indica el motivo de dicha deuda, Urrea supone que se refiere al pago del paso que los del gremio habían ofrecido a la cofradía de Jesús Nazareno. Las dos figuras entregadas en 1612 deben ser el sayón del rótulo y el de la esponja, pues estilísticamente corresponden a la labor de Gregorio Fernández en estas fechas.
Las otras tres esculturas poseen un estilo algo más evolucionado dentro de la producción de Fernández; no se cree que, en ningún caso, se pueda considerar que son obras posteriores a 1678, y quizá, haya que relacionar con ellas el perdón de la cofradía, en 1616, de la deuda de los pasamaneros, en razón a que el préstamo se había hecho “para efecto de lo acavar”, entendiéndose que era para acabar el paso. Aunque se haya hecho este grupo en dos momentos, el conjunto presenta unidad de composición.

¿Cuál era el Crucificado que presidia el paso?
El Crucificado realizado en el año 1612 siguió siendo procesionado en el paso hasta su pérdida por la sentencia favorable al Convento de San Agustín; por este motivo se encargó a Juan Antonio de la Peña, en 1684, otra imagen que lo sustituyera. De este modo, la talla de Cristo en la cruz, a la que la comunidad agustina siempre tuvo una particular devoción, quedó en el convento hasta su traslado al Museo después de la desamortización, donde curiosamente al cabo del tiempo volvió a ser incorporado a su destino original.
En la Historia de Valladolid redactada por Manuel Canesi en 1750 se alude al Crucificado cuando habla de que los religiosos habían vendido las figuras de los pasos a la cofradía, “y solo una se alla en el Claustro que la Cofradía ya la avia hecho nueba”. Dicho Cristo estaba en una capilla junto al púlpito. Del Convento de San Agustín se desamortizó, en 1836, entre otras cosas, “un Crucifijo grande de tamaño natural”, que con toda probabilidad fuera el Crucificado primitivo del paso.

Cristo de la Agonia (Juan Antonio de la Peña, 1684)
Cuando Agapito volvió a montar de nuevo el grupo procesional, como el Cristo tallado por Juan Antonio de la Peña seguía en la iglesia de Jesús Nazareno, lo sustituyó por otra imagen que había en el Museo y que pensaba erróneamente que procedía del paso del Longinos de la cofradía de la Piedad. El error era iconográfico, puesto que Cristo está representado vivo y cuando le clavaron la lanza había muerto ya. Esta forma de representación no es usual en Castilla, como señala Martín González, refiriéndose al Crucificado de Juan Antonio de la Peña, imagen que, con muchas simplificaciones, recuerda el modelo de la escultura que actualmente está colocada en el paso.
Finalmente se comprobó como la imagen custodiada en un principio en el Convento de San Agustín y posteriormente en el Museo Nacional de Escultura es la original del paso. Para llegar a dicha conclusión se realizó un estudio estilístico, comprobándose que la fecha en que pudo ser tallada y la gubia que insinuaba coincidían con el del resto de imágenes del conjunto.

ESCULTURAS QUE LO INTEGRAN
Cristo Crucificado (CE0525) 2,16 m. x 1,71 m. x 0,50 m.
Siempre se ha considerado como obra relacionada con el maestro, en mayor o menor grado. En la actualidad no hay dudas acerca de su autoría. Su ejecución se fecha en torno a 1610-1612, puesto que su anatomía es aún blanda, con pelo y barba de rizos suaves, y el paño de pureza no está dominado por los pliegues acartonados. Técnicamente parece próximo al Crucificado de Laguna de Duero (no posterior a 1610).
La figura de Cristo es una imagen llena de plasticidad, de tamaño mayor al natural (1,90 m.), con un cuerpo bellamente modelado y con abundancia de sangre sobre todo en rodillas y cara. En aquéllas presenta, además, grandes moratones. Encarnación mate, ojos de cristal, heridas con pellejos; paño de pureza de color verde.
Su cara tiene una expresiva mirada de dolor, su pelo es caído sobre los hombros, pelo y barba de rizos suaves. La corona de espina es natural, sin estar tallada sobre la cabeza. De piel bastante blanca, tiene el importante rasgo de ser un Cristo vivo, es decir, no tener atravesado el costado derecho por la lanza. Tiene los dedos claramente abiertos y en tensión, en clara convulsión de dolor. El paño de pureza posee ligeros ligeros y el nudo con los bordes sueltos al aire, está anudado a la cadera derecha. Tiene muy marcadas las señales de las cuerdas en muñecas y tobillos. La cabeza la tiene ladeada hacia el lado derecho y mira hacia abajo a la esponja que le presenta uno de los sayones.


Sayón del rótulo o de la escalera (CE0526) 1,80 m. x 0,88 m. x 1 m.
Se encuentra encaramado a la escalera, en posición movida y atrevida. Con su mano derecha en alto sostienen un martillo con el que está clavando en la cruz el letrero con el motivo de la condena, INRI. Presenta la boca entreabierta denotando esfuerzo. Gorro rojo y borde de dos vueltas, de perfil recortado, en color blanco. Nariz corva, boca abierta, como indicando esfuerzo. Jubón verde y debajo chaleco rojo, ajustándose con cintillo. Desnudo el brazo derecho, que sostenía el martillo. Calzón verde, con acuchillados. Botas altas, ceñidas a la forma de la pierna.
Cuando Agapito y Revilla realizó la reconstrucción del paso lo colocó en una escalera baja y apoyando un pie en el suelo. Como ya supuso Arribas, y comprobó Martín González por la descripción de Canesi (“y un judío clavando el rótulo en lengua hebrea, griega y latina, y dos sayones partiendo la túnica y jugándose los dados”), su situación correcta es asomando por encima del Crucificado.

Sayón de la esponja (CE0527) 2,34 m. x 0,72 m. x 0,96 m.
Situado a la derecha de Jesús, le acerca una esponja clavada en la punta de una lanza, lo que da lugar al nombre de la escena “Sed Tengo”. Este sayón mide 2,34 m. Con una mano sostiene la lanza, cuya punta sujeta la esponja, hacia lo alto.
Estupenda cabeza, de blando modelado. Ceñudo aspecto, nariz corva, mostacho de puntas recurvadas. Mira con fijeza a Cristo. Tiene bigote y perilla.  Gorro rojo, con borde dentado y borlas en la parte posterior.  Jubón de color ocre y camisa blanca asomando por la abertura delantera. Calzón verde, sujeto con agujetas al jubón; baja hasta la media pierna y luce acuchillados. Botas altas, caídas, luciendo las piernas desnudas. Mangas acuchilladas y brazos desnudos.


Sayón de la lanza o del caldero (CE0528) 2,20 m. x 0,62 m. x 1,08 m.
Aparece de pie, con la pierna izquierda adelantada con una lanza en su mano derecha que alza hacia Jesús, mientras en la mano izquierda sostienen un caldero con la “posca” o líquido con vinagre, para impregnar la esponja. Se cubre con gorra. Tiene mostacho, perilla y un mechón en la frente. Coraza verde con hombreras. Mangas verdes, con acuchillados de color rojo y botones muy prominentes. Calzón rojo, con acuchillados y borde denticular. Bragueta con botonadura prominente. Calza botas altas y calzas verdes dejando éstas la entrepierna al descubierto.


Sayón descalabrado (CE0529) 1,37 m. x 0,58 m. x 1,50 m.
Se le llama de esta suerte en los papeles de la cofradía, debido a una herida cicatrizada que presenta en la parte posterior dela cabeza, con pérdida de masa del cabello. Está con la rodilla derecha en tierra, en la misma actitud del sayón anterior, repartiéndose la túnica. Con la mano izquierda sostienen el cubilete de los dados, mientras que con la derecha señala la suerte. Grandes mostachos. Lleva calzones verdes acuchillados hasta las rodillas. Calza botas que dejan ver las piernas desnudas. Jubón rojo sujeto con correa; grandes hombreras.



Sayón de los dados (CE530) 1,88 m. x 1,10 m. x 1,07 m.
Aparece en primer término, a la derecha de Cristo, está de pie con su brazo y mano extendida en clara intención de lanzar los dados. Figura de elegantísima composición. Rostro ceñudo, pero blando. Soberbias manos, en actitud expresiva. Magnifico equilibrio de la figura, colocada de forma inestable. Pese a la vulgar condición del personaje, ennoblecido con elegantísima composición.
La cabeza la cubre con un gorro verde con adornos rojos. Tiene gran actitud expresiva y presenta un magnífico equilibrio en la figura al tirar los dados al suelo, sorteándose la túnica de Jesús. El imaginero ha querido acentuar el gesto del sayón incrustándole una cicatriz en su mejilla derecha. Destaca la diferencia que guarda su desaliñado atuendo con la elegancia y bizarría de su oponente en el juego.
Viste gorra, jubón, con la espalda al aire y un brazo descubierto. Calzón hasta media pierna y sandalias. Gorro verde, a modo de birretina, con adorno de acuchillados de color rojo. Jubón de color marrón con hombreras. Cuelga la manga derecha y asoma la camiseta. Calzón de color verde, con abundantes acuchillados. Encarnación mate.


BIBLIOGRAFÍA
  • ARRIBAS ARRANZ, Filemón: La Cofradía Penitencial de N.P. Jesús Nazareno de Valladolid, Imprenta y librería Casa Martín, Valladolid, 1946.
  • MARTÍ Y MONSÓ, José: Estudios histórico-artísticos relativos principalmente a Valladolid: basados en la investigación de diversos  archivos, Imprenta de Leonardo Miñón, Valladolid, 1898-1901.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: El escultor Gregorio Fernández, Ministerio de Cultura, Madrid, 1980.
  • WEB DEL MUSEO NACIONAL DE ESCULTURA

ESCULTORES VALLISOLETANOS OLVIDADOS: Ignacio Gallo y Ros (1887-d.1956)

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Ignacio Gallo Ros nació en Valladolid el 28 de mayo de 1887, siendo bautizado en la iglesia parroquial de San Andrés el día 8 de junio de ese mismo año. Sus padres fueron Melquiades Gallo y Josefa Ros, naturales de San Millán de los Juarros (Burgos) y Manresa (Barcelona), respectivamente.
En el curso 1902-1903 se encontraba matriculado en las clases superiores de la Escuela de Artes y Oficios Artísticos, figurando como tallista de profesión y mereciendo aquel año premio de segunda clase y el siguiente recompensa especial de las Corporaciones Provincial y Municipal. Su primer maestro fue el escultor Ángel Díaz, a quien él estuvo siempre reconocido, aunque también fue discípulo de Luciano Sánchez Santarén.

Ignacio Gallo en su estudio de París
En 1906 consta que el diputado don José Muro había adquirido un boceto a nuestro joven escultor, titulado “Ya sale el grillo”. Los periódicos se refieren a Gallo como “casi un niño, que cultiva el arte con los alientos de un maestro”. Asimismo describen la obra de la siguiente manera: “Dos rapazuelos abandonan la escuela y se distraen en el campo cazando grillos. De tan trivial asunto ha sabido sacar tanto partido el artista, que hace interesante y admirable su obra”. 

Sería en ese mismo año cuando, decidiendo progresar en sus estudios artísticos,  marcha a estudiar a la Escuela de San Fernando de Madrid, donde será alumno, al menos en los cursos 1906 y 1907, de Muñoz Degrain y Alejo Vera.

Busto de jóven (boceto)
Plegaria (boceto)
En el mes de noviembre de 1907 se celebró en Valladolid un homenaje al insigne poeta Emilio Ferrari. Para aquella velada que “comenzó a las siete de la tarde poniéndose en escena el drama de Ferrari titulado “La justicia del acaso”, hábilmente representado por todos los que en él tomaron parte”, Gallo había esculpido “el busto del insigne vate” que estaba situado en el escenario, sobre un pedestal donde se leía: “Valladolid a Ferrari”. Este mismo busto fue donado el 16 de enero de 1908 a Ayuntamiento de Valladolid: “El que suscribe Ignacio Gallo y Ros natural de esta capital de 19 años de edad y habitante en esta: solicito de esa digna corporación que le acepte el busto retrato del ilustre poeta vallisoletana D. Emilio Ferrari conmemorativo del homenaje celebrado en el teatro de Calderón de la arca y que estuvo expuesto en la escena aquella memorable tarde”. Asimismo solicitaba a la Corporación Municipal que como tenía previsto “continuar sus estudios de escultura en el extranjero por haber terminado en Madrid y encontrándose sin medios económicos para emprender dicho viaje solicita en recompensa del busto una gratificación que empleará en su soñado plan de poder llevar a fin sus aspiraciones de artista”. El Ayuntamiento, claramente agradecido al joven artista, “teniendo en cuenta que se trata de un artista joven hijo de esta población, que ha demostrado su aplicación y aprovechamiento, porpie a V. E., que como recompensa por el trabajo realizado, se le conceda una gratificación de quinientas pesetas”.
En 1910 le encontramos participando, junto al también escultor Tomás Arguello, en el concurso convocado por el Ayuntamiento como aspirante a la beca que se había dotado para estudiar en el extranjero. Ambos compartieron el premio al declarar el jurado igualdad de méritos en los bustos de María de Molina modelados por ambos.

La reina Doña María de Molina (1912)
El viernes 1 de noviembre de 1912 figura en los periódicos que acababa de emprender un nuevo viaje a París, en esta ocasión acompañado del violinista vallisoletano Julián Jiménez. Ese mismo año se presenta por vez primera en el “Salón” de París, exponiendo su obra Apóstol. Ese mismo año también concursó en la importante Exposición Regional de Valladolid, exhibiendo cinco obras: Hacia la vida (obtuvo el primer premio), Cabeza de estudio, Dª María de Molina, un Busto del pintor Eduardo García Benitoy un Retrato del violinista vallisoletano Julián Jiménez(su obra más conocida)–. La circunstancia de que el pintor Benito presentara en aquella misma exposición un retrato del mismo violinista hace pensar que los tres artistas se encontraban unidos.
Apóstol (boceto)
El violinista Julián Jiménez (1912)
En París se integró en un pequeño grupo de amigos vallisoletanos: el violinista Julián Jiménez, el pintor Eduardo García Benito y el escultor Mariano Alonso Izquierdo. Desconocemos su trayectoria posterior aunque hay noticias de que murió en París. Aún vivía en 1942, fecha en la que realiza una placa en homenaje a Antonia Mercé “La Argentina” (85 x 50 cm.).
Placa homenaje a Antonia Merce "La Argentina" (1942)
Desconocemos la trayectoria posterior del escultor y su fecha de fallecimiento. En los últimos tiempos he encontrado numerosas esculturas Art Decó y ciertos datos que me inclinan a pensar que trabajó en París durante bastante tiempo fabricando estas pequeñas “delicatessen”, trabajo en el que llegaría a alcanzar cierto renombre. Los datos concretos es que trabajó entre 1910-1935 en la capital del Sena, siendo especialista en la fabricación de estatuas de bañistas, bailarines, desnudos y diosas paganas. Su principal fundición fue la de Marcel Guillemar.
Cazador con perro
Una mujer con galgo
Danzarina
Diana danzante
Desnuda saltando la cuerda
Amigos
Cabeza de Niña riendo
Mujer desnuda con perro
La última noticia que poseemos del escultor vallisoletano nos le sitúa en Paris el 16 de enero de 1956. Ese día informan los periódicos que se estaba celebrando en París una Exposición Internacional de pintura con motivo del 350 aniversario de la publicación del Quijote, muestra para la que nuestro escultor había realizado la medalla conmemorativa de la misma, en la cual figuraba el perfil de Cervantes.

Si tuvierais conocimiento de alguna otra obra u dato de este interesantísimo escultor os agradecería me lo hicieras saber.


BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José  Carlos y URREA, Jesús: Pintura y escultura en Valladolid en el siglo XX (1900-1936), Ateneo de Valladolid, Valladolid, 1988.
  • URREA, Jesús: La escultura en Valladolid (1850-1936), Caja de Ahorros Popular de Valladolid, Valladolid, 1984.
  • URREA, Jesús: Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción: pinturas y esculturas, Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid 1998.

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA DE SANTA MARÍA DE TORRELOBATÓN

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En la localidad de Torrelobatón, concretamente en su iglesia de Santa María, se encuentra otro de esos magníficos retablos mayores de los cuales puede presumir la provincia de Valladolid. Es sin ninguna duda una de esas obras de arte que ningún interesado en el tema puede perderse puesto que a su soberbia arquitectura se une una magnífica imaginería y una no menos fastuosa policromía que ayuda a resaltar el retablo con sus brillantes dorados y colores. Su magnificencia se incrementó a raíz de su restauración, lo que llevó al retablo a parecer recién salido del obrador. Si al retablo unís el resto de retablos y esculturas que se encuentran diseminadas por el templo este conjunto hace de esta iglesia un lugar de visita obligada.

El retablo, que se organiza mediante un banco, dos cuerpos, ático, tres calles y dos entrecalles, se ajusta perfectamente a la forma poligonal del presbiterio para lo cual sus calles laterales se incurvan levemente a la manera de un tríptico con las alas abiertas. No es fácil concretar el estilo del retablo. Según el profesor Parrado del Olmo, la disposición de los cuerpos es clasicista, si por la abundante ornamentación que le cubre bien sería plateresco. Por tanto, habría que emplear una denominación para la mazonería y otra para la decoración.

El banco se encuentra plagado de relieves, no dejando espacio vacío. Los plintos de las esquinas acogen las figuras, en el lado del Evangelio, de San Jerónimo, revestido como cardenal con muceta y capelo, escribiendo en un libro abierto. Aparece sentado sobre el león amansado y blandiendo báculo de patriarca (doble travesaño). En la esquina opuesta es San Agustín quien porta báculo en una mano y en la otra una maqueta de la iglesia –su atributo habitual, tiene el significado de ser el fundador de una Orden–, aparte de ir tocado con tiara. En los enveses de ambos pedestales se representan a las Virtudes: Prudencia y Templanza rodean a San Jerónimo; Fortaleza y Justiciahacen lo propio con San Agustín. Las columnas que flanquean las entrecalles y que enmarcan el paño central se apoyan en parejas de mensulones avolutados con hojas en las caras visibles, formando dos pequeños nichos donde se incluían las esculturas de San Andrés y Santiago Apóstol. La imagen de Santiago fue robada el 14 de octubre de 1979 y nunca más se ha vuelto a saber nada de ella. San Andrés recuerda vivamente a los modelos de Alonso Berruguete. Los dos relieves que se sitúan entre las ménsulas y los pedestales están dedicados a la Adoración de los Pastores y la Epifanía.

En el primer cuerpo encontramos en cada una de las calles una hornacina con forma de arco de medio punto. Las calles laterales presentan altorrelieves, mientras que la central contiene una escultura en bulto redondo de la Virgen con el Niño. Los relieves laterales, más bien altorrelieves son el Camino del Calvario y la Oración en el Huerto.
El relieve del Camino del Calvario posee una superpoblación de personajes que llega casi a sobrepasar las jambas. Es éste un consabido recurso manierista que obliga a distorsionar las figuras para hacerlas entrar en el escaso sitio disponible. Esta casilla se ha puesto en relación con la homónima del retablo mayor de la parroquial de la Asunción de Villabáñez, destacando su similitud en la composición aunque la escultura sea diferente, y de ahí que Parrado del Olmo haya apuntado que la traza de esta escena fuera aportada por Francisco de la Maza, autor a su vez de aquel conjunto. Por eso, quizás, se produzca también ese desbordamiento espacial, teniendo en cuenta que fue un método muy empleado por Juan de Juni, de quien fue alumno De la Maza. Además, el escultor se vale de tipos propios del artista francés, con los cabellos ensortijados con bucles o las barbas enroscadas y bífidas. No falta en este panel ninguno de los personajes típicos de este pasaje: la Verónica que va a enjugar el rostro de Cristo, Simón de Cirene que sujeta la cruz por el palo vertical y por el “patibulum” con sus manos extendidas y cinco soldados y sayones que acompañan al reo esgrimiendo amenazantes sus armas. La elegancia de las figuras se ve reforzada por los estofados de las ropas a punta de pincel. Llama la atención el detalle de la cartela con las inicias “S.P.Q.R.” que preside los estandartes de las legiones romanas.

En el lado opuesto vemos la Oración en el Huerto, concebido al modo convencional que indica San Lucas: Jesús ora de rodillas en el centro de la escena mientras un ángel volandero situado en un nivel superior sostiene una cruz, alegoría de la Pasión que iba a sufrir. Los tres apóstoles –San Juan, San Pedro y Santiago–, los mismos que acompañaron a Cristo en la Transfiguración del Monte Tabor, duermen plácidamente. Jesús los despertó hasta tres veces. Un pequeño árbol al fondo simboliza el huerto de los Olivos.

El segundo piso se distribuye de una manera similar, si bien las hornacinas no tiene forma de arco sino que es rectangular. En la calle de la Epístola nos encontramos con la Flagelación. El altorrelieve no presenta especiales peculiaridades, puesto que Cristo permanece atado a la columna del palacio de Poncio Pilatos, que cruza de arriba abajo el tablero, como también fue norma en el siglo XVI, y se abraza a ella según es azotado por dos feos sayones. Se vuelve, pues, a utilizar por el autor la técnica de la caricaturización de los esbirros, acentuando así el contraste entre la inocencia del Señor y el salvajismo de sus torturadores, que dotan de movimiento a la composición al voltear los látigos con los que golpean al Salvador.

Enfrente de este altorrelieve nos encontramos con la Coronación de Espinas. Tres lacayos de repugnante aspecto están colocando con unas cañas la corona de espinas a Cristo, que ocupa el centro del compartimento. Nos atrevemos a hablar de una cierta simetría entre las dos hornacinas de esta segunda altura: Jesús está siendo atormentado en ambas, fealdad de los esbirros y fondo arquitectónico que se insinúa.

En la calle central de este cuerpo campea una bellísima Piedad, con una Virgen de delicadas facciones y serena expresión que aguanta en su regazo el cuerpo exánime del Hijo, con la cruz desnuda al fondo. La anatomía del cadáver ha sido labrada con un suave modelado.

El ático, como suele ser habitual, está presidido por un Calvario, albergado en un pabellón columnado, compuesto por el Crucificado, la Virgen y San Juan. En los remates de las calles laterales nos encontramos con sendos tondos con pinturas de San Francisco y San Jerónimo, de finales del siglo XVI. Sobre los ejes de las columnas se asientan las cuatro Virtudes. Encima de los frontones rectos que coronan los tres encasamentos se poyan figuras reclinadas hacia jarrones de frutas.

En las entrecalles hallamos imágenes sobre peanas. Las del primer piso son las de San Pedro y San Pablo, mientras que en el segundo se encuentran San Miguel y San José, todas ellas con sus respectivos atributos, alguno de los cuales se ha perdido. Dentro de estos intercolumnios se esconden niños recostados sobre unos pequeños frontones y, debajo de éstos, unas filacterias con el nombre en latín del santo que cobijan. Estamos ante unas figuras refinadas, algunas de ellas en ligero contraposto, con unas ricas vestiduras engalanadas con labores de pincel. Pueden recordarnos las del retablo mayor de la iglesia parroquial de la Asunción de Tudela de Duero, pero debemos apostillar con Parrado del Olmo que, aunque se incluyen en la tercera fase del escultor Manuel Álvarez, cuando se acercó a postulados romanistas, es lo cierto que son imágenes aún expresivas, exentas del hieratismo definidor de esta corriente artística. Parecen exceder del marco formado por las columnas, recurso este propio de un retablo manierista.

La decoración que anima el retablo es prolija. Los tercios bajos de las columnas corintias están ornados con figuras masculinas y femeninas dentro de tarjetas de cueros recortados, colgantes de frutas o caras de ángeles. Los frisos se exornan con tarjas con “putti” afrontados al igual que sucede con las enjutas de los arcos de medio punto del primer cuerpo. Las entrecalles exhiben florones en los dinteles. En el paño central, todas las casillas llevan casetones, pero solamente con florones en el caso de la Virgen con el Niño.
La escultura cae dentro de la tercera etapa, llamada también “vallisoletana”, del escultor palentino Manuel Álvarez, en la que se aproxima al romanismo en el sentido de la utilización de unas figuras de tipos monumentales y hieráticos que debían conmover a los feligreses, conforme a las instrucciones del Concilio de Trento. Las ropas se extienden en plegados, conforme que realzan el volumen de las imágenes. Las composiciones tienden a la simetría, desapareciendo los fondos paisajísticos e insinuando los arquitectónicos, como ocurre en este retablo. Pero Parrado del Olmo matiza que Álvarez no renuncia a la fuerza expresiva, por lo que no llegó a ser un romanista en la acepción más literal del término. Francisco de la Maza se ocuparía, por su parte, de la parte arquitectónica y suministraría alguna traza, como la del Camino del Calvario. En cuanto a la fecha de elaboración de esta máquina, Parrado estima que oscilará entre 1577 y 1580.
Históricamente la autoría de este retablo ha recibido numerosas candidaturas. Álvarez de la Braña se lo adjudicó a principios del siglo XX a Inocencio Berruguete y Juan Bautista Beltrán. El alemán Georg Weise se lo asignó a Isaac de Juni y relacionó su escultura con la del retablo mayor de la parroquial de Geria. José María Azcárate opina que posiblemente fue realizado por Adrián Álvarez, hijo de Manuel. Parrado del Olmo, gran estudioso de la escultura del siglo XVI, entiende que en su fábrica trabajaron Manuel Álvarez y Francisco de la Maza, así como sus hijos, apuntando para ello las analogías de la Piedad con la conservada en Tordesillas, obra de Adrián Álvarez.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.

LAS PINTURAS MURALES DEL CONVENTO DE SAN PABLO DE PEÑAFIEL II: El Mural del Juicio Final

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Estas pinturas murales proceden, de la misma manera que el mural de Santa María Magdalena del interior de la iglesia del convento de San Pablo de Peñafiel, donde se encontraron sobre el muro occidental de la nave del Evangelio. Deben de ser más o menos contemporáneas con respecto al mencionado mural e, incluso, del mismo autor, si bien son una obra distinta. Las circunstancias de su descubrimiento, así como de su arranque o de su estado de conservación, son similares a las anteriormente señaladas del mural de Santa María Magdalena.
Las pinturas presentan un programa iconográfico de carácter funerario, aunque su relación con un enterramiento no es segura. Por encima de una decoración a manera de arrimadero con una imitación de paños rojos pendientes similar a la que se encuentra en el mural de Santa María Magdalena se disponen dos registros. En cada uno de ellos se desarrolla una única composición, a saber, Juicio final en el registro superior, sobre fondo azul salpicado de ramos, y Encuentro de los tres vivos y de los tres muertos en el registro inferior, sobre fondo rojo. Por encima de cada composición una inscripción en escritura gótica mayúscula se refiere a su contenido, mientras que por encima de la decoración a manera de arrimadero una inscripción de similares características da cuenta del encargo y de la autoría del mural: “(…) FRAI IU[AN] DE UILLALUNBR[O]SO E PINTÓLA ALFONSO”. Delimitan los registros por los lados  sendas bandas con estilizaciones vegetales en rojo similares a las que encontramos en el mural de Santa María Magdalena.

Preside el Juicio final del registro superior una singular representación de Cristo mostrando las llagas flanqueada en la parte superior por el Sol (a la derecha de Cristo, izquierda del espectador) y por la Luna (a la izquierda de Cristo, derecha del espectador). Cristo, sentado en un banco, muestra  las palmas llagadas de sus manos (acaso, asimismo, el costado), pero –en esto reside su singularidad– se encuentra vestido, de manera similar a como lo encontramos en la pintura italiana. Llama atención, asimismo, su nimbo, del que Pérez Villanueva, señala “que antes fuera rojo”, pues no responde al modelo normal de nimbo crucífero. En cuanto a la representación del Sol y la Luna, responde a la afirmación de que en el momento del Juicio final resultarán eclipsados, por lo que deberían aparecer velados o retirados por ángeles. A los lados de Cristo se disponen arrodillados, los intercesores: a la derecha de Cristo la Virgen y a la izquierda San Juan Evangelista. A continuación aparecen sendos ángeles que portan algunos de los instrumentos de la pasión (columna el que se encuentra a la derecha de Cristo; cruz con sudario y lanza el que se encuentra a la izquierda de Cristo). En los extremos ángeles con instrumentos musicales cierran la composición. En el extremo de la izquierda un ángel hace sonar un cuerno para convocar a los muertos y en el extremo de la derecha, de manera singular, dos ángeles tocan una flauta y una especie de cítola. Completan la composición algunos de los resucitados que, desnudos, se presentan al juicio. Se les representa a ambos lados, de menor tamaño, con un piadoso gesto de oración, pero destaca entre ellos uno de tamaño intermedio que, tonsurado y vestido como un fraile dominico, es presentado por el ángel que porta la columna. Nos encontramos sin duda, ante la representación del comitente de estas pinturas murales, fray Juan de Vilallumbroso. Por encima de la composición discurre una inscripción en latín que ofrece una terrible descripción del Juicio final basada, en parte, en Sof 1, 15: “SURTITE MORTUI UENITE IN IUDICIUM DIAS ILLA DIAS IRA CALAMITATIS ET MI… (…)”.

El Juicio Final
El Encuentro de los tres vivos y de los tres muertos del registro inferior se ajusta a la modalidad denominada Encuentro-Meditación, de origen italiano. Su estado de conservación no permite apreciar muchos de los detalles de esta historia que presenta la confrontación de tres cadáveres con tres príncipes para, de esta manera, invitar a la reflexión sobre la inutilidad de las pompas mundanas. De acuerdo con la modalidad denominada Encuentro-Meditaciónse representa el espacio en que transcurre el encuentro, esto es, un bosque en el que se dispone, asimismo, en el ángulo superior derecho, la capilla del ermitaño que en esta modalidad actúa como intermediario entre los dos grupos. El deterioro no permite comprobar el carácter apuesto de los vivos, representados a caballo, en la parte de la derecha, o si muestran, acaso, señales de desasosiego ante el encuentro, según es propio de esta modalidad. En la parte de la izquierda los muertos aparecen como cadáveres de aspecto desagradable. Se adivinan junto a sus cráneos unas coronas que recuerdan su apostura en vida y, en definitiva, cómo se erige en enrasadora de los destinos de la muerte. Piensa Español Bertrán que sus enormes bocas abiertas son un signo de interpelación que dirigen a los vivos y, en este caso, adquiere un sentido pleno la inscripción en castellano que se dispone por encima de esta composición. De lectura prácticamente imposible, cabe entresacar de ella algunas palabras (“(…) SÓ DE USO REYES FUESOS COMO (…) POR ESTE CAMINO (…)”, a  lo que parece, puestas en boca de la muerte) que apuntan a la existencia de una cierta tradición literaria en castellano sobre el tema del Encuentro de los tres vivos y de los tres muertos de la que esta inscripción sería su primer testimonio conocido.

Encuentro de los tres vivos y los tres muertos
Gutiérrez Baños considera como autor, de estos dos murales, a Alfonso. Asimismo propone una cronología de hacia 1360-1380 debido al término post quem establecido por la construcción del edificio sobre el que se disponen y al anuncio en las mismas de ciertas características del estilo gótico lineal tardío como la tendencia al recargamiento ornamental o como un cierto italianismo cuando menos iconográfico.

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BIBLIOGRAFÍA
  • GUTIÉRREZ BAÑOS,  Fernando: Aportación al estudio de la pintura de estilo gótico lineal en Castilla y León: precisiones cronológicas y corpus de pintura mural y sobre tabla (2 tomos), Fundación Universitaria Española, Madrid, 2005.
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