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EL RETABLO MAYOR DE LA CATEDRAL DE EL BURGO DE OSMA (1550-1554)

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El gigantesco retablo mayor de la Catedral del Burgo de Osma (11,80 x 9,60 m) es uno de los más espectaculares del Renacimiento castellano merced a su curiosa traza, a que se trata de un retablo-escenario y a que se resulta ser una obra de colaboración, ya que fue ejecutado entre 1550-1554 por Juan de Juni y Juan Picardo. El retablo, construido en madera de roble (ensamblaje) y de nogal (esculturas) a expensas del obispo don Pedro Álvarez de Acosta, que puso sus armas en el mismo, fue contratado por Juan de Juni y Juan Picardo el 13 de marzo de 1550. La decisión del obispo de hacer este retablo fue debida a "la falta que en ella [la catedral], hay de un retablo en la capilla mayor", por lo que determinó “mandar hacer en la dicha capilla mayor a sus propias expensas y costa un retablo muy suntuoso”. Previamente, se había convocado un concurso de proyectos al que se presentaron diversas trazas resultando elegida la de Juni, pero aceptando algunas modificaciones de la presentada por Juan Picardo y su yerno Pedro Andrés, y adjudicando la realización del retablo a ambas partes por mitades. El retablo ya estaba terminado en agosto de 1554 cuando se firma la carta de pago y finiquito, recibiendo Juni 1.000 ducados, la misma que se repartieron los otros escultores. Ambos artistas se dividieron la tarea escultórica verticalmente, de forma que Juni se quedó con la imaginería del lado del evangelio, y Picardo la de la epístola. Cabe una salvedad, se trata de las esculturas que rematan lateralmente el retablo, de modo que la Iglesia, en el lado del evangelio, corresponde a Picardo, y la Sinagoga, en el de la epístola, es obra de Juni.
El retablo, que se encuentra dedicado a la vida de la Virgen, se adapta a la forma del presbiterio, se articula en tres calles, tres cuerpos y un potente ático. El mueble asienta sobre un basamento de piedra de Ciruelos de Navares con los escudos del obispo donante. Descansa sobre una predela con pintura de estilo pompeyano y el impresionante conjunto está enmarcado por dos robustas columnas cuya ornamentación enramada con personajes bíblicos del Antiguo Testamento, como Roboán e Isaías, simbolizan con su dinamismo ascensional la genealogía de la Virgen a quien está consagrado. En la cúspide de estas dos columnas se sitúan la Iglesia y laSinagoga, alusivas al Nuevo y al Antiguo Testamento. La Sinagoga es quizás la obra maestra de Juni en este retablo. La representa como una mujer madura de cuerpo fuerte y cuello potente, figura contorsionada y rebuscado contraposto, que ejemplifica muy bien, como dijo Martín González, “el espíritu desazonado” que impregna el hacer de Juni.

JUAN PICARDO. La Iglesia
JUAN DE JUNI. La Sinagoga
El primer cuerpo del retablo es el más imaginativo. Sin que exista banco propiamente dicho las figuras recostadas de David y Jesé o Abraham, situadas respectivamente en el arranque de las calles del evangelio y la epístola, cumplen casi esta función. Jeséfigura en actitud naturalista de descanso, asiendo el manto para cubrir su cuerpo, y tiene a los pies a David con la cabeza de Goliat; mientras tanto, Abrahamestá con Isaac, a sus pies, que lleva un hatillo de leña para el sacrificio. Hay que recordar que de la "raíz de Jesé" y de la estirpe de Abraham viene la Virgen María. Sobre estas figuras hay dos grandes relieves, flanqueados por columnas jónicas, que representan El Abrazo ante la Puerta Dorada (Juni) –realiza una composición similar a las que concibió para el retablo mayor de la Antigua de Valladolid, y para la capilla de los Benavente de Medina de Rioseco–, y La Anunciación(Picardo). En la primera escena, San Joaquín y Santa Ana se abrazan, con sus cuerpos retorcidos, delante de la famosa Puerta Dorada, que no deja de ser una arquitectura renaciente con pilastras con decoración a candelieri. La angustia espacial de Juni se refleja en la pareja situada bajo el arco de medio punto rebajado. A la izquierda, un joven oferente lleva un cordero. Por su parte, en la Anunciación, la Virgen figura bajo un cortinaje descorrido, gira la cabeza sorprendida ante la súbita llegada de San Gabriel, que se dirige a ella, levantando la mano para señalarle la Paloma del Espíritu Santo, y por lo tanto para enunciarle la Buena Nueva.

JUAN DE JUNI. El Abrazo ante la Puerta Dorada
JUAN PICARDO. La Anunciación
La parte central de este primer cuerpo lo ocupa un Tabernáculo, que imita la forma de templo redondo, coronado por una cúpula. A los lados hay dos pequeñas esculturas: Santa Catalina de Alejandría(Juni), figura típicamente juniana dispuesta en helicoide, y otra santa mártir¿Santa Margarita? (Picardo), que porta la palma del martirio. Encima, dentro de un tramo serliano se representa de una forma muy teatral el Tránsito de la Virgen (Picardo), que además convierte al retablo en un retablo-escenario. A los lados dos apóstoles observan la escena central apoyados sobre barandillas. El apóstol revestido de muceta roja probablemente represente al obispo Acosta.

JUAN PICARDO. El Tránsito de la Virgen
Más despejado de motivos se encuentra el segundo cuerpo, de raigambre manierista, con relieves historiados sólo en las cajas de las calles laterales: el Nacimiento de la Virgen (Juni), y la Visitación de la Virgen (Picardo) a su prima Santa Isabel. La calle central queda suprimida por cuanto en ella irrumpen tanto el arco de la escena inferior de la Dormición, y la hornacina de la Asunción que ocupa el tercer cuerpo. Eso sí, las enjutas del arco inferior, que cuadran en este segundo cuerpo, se decoran con parejas de puttis, muy musculados, y tras de los cuales figuran unas ruedas. En este cuerpo triunfa la fantasía arquitectónica. La escena del Nacimiento está plagado de detalles costumbristas: alcoba de marquetería clásica que cobija a Santa Ana con su esposo bajo velo protector, momento del lavatorio de la recién nacida bajo la mirada sorprendente de los ángeles y, de nuevo, la presión espacial en una puerta abierta por donde sale un personaje, sin duda, a transmitir la buena nueva. Por su parte en la Visitación vemos una escena mucho menos dinámica, en la que Santa Ana se arrodilla para agarrar a su prima y demostrar así la supremacía de ésta. Completan la escena San Zacarías y una mujer que acompaña a la Virgen con un cesto.

JUAN DE JUNI. El Nacimiento de la Virgen
JUAN PICARDO. La Visitación
Ya en el tercer cuerpo tenemos nuevamente tres calles, en las laterales figuran la Presentación de la Virgen en el templo(Juni), y la Circuncisión (Picardo). Completa el conjunto, en la parte central, una especie de “tríptico” presidido por la Asunción (Juni) y flanqueada por la dinámica imagen de San Pedro de Osma (Juni), que se gira violentamente y quiere escaparse de la hornacina, y Santo Domingo de Guzmán (Picardo). El misterio de la Asunción de María es el centro del retablo y el punto de convergencia de todas las historias. La acompañan siete ángeles, en variadas y acrobáticas posturas, que la elevan hacia el cielo.

JUAN DE JUNI. La Presentación de la Virgen en el Templo
JUAN PICARDO. La Circuncisión
JUAN DE JUNI Y JUAN PICARDO. La Asunción y San Pedro de Osma (J.J.), y Santo Domingo (J.P.)
Finalmente, en el ático se dispone un gran edículo conformado por dos figuras angelicales que soportan un entablamento curvo y una bóveda de casetones, en cuyo interior se desarrolla la Coronación de la Virgen(Juni). La Virgen aparece de rodillas con las manos adorantes y el rostro lleno de complacencia. El Padre y el Hijo colocan la corona de Reina de los cielos y tierra sobre su cabeza. Sobre ella retozan los ángeles leyendo, entre los que se cierne el Espíritu Santo en forma de paloma. A los lados de esta arquitectura se encuentran otros dos relieves, de formato semicircular, coronados por dos pares de figuras masculinas desnuda y reclinadas que sostienen sobre sus hombros los escudos del obispo Acosta. En el de la izquierda se representa la Construcción de la Basílica de Santa María la Mayor (Juni) y en el de la derecha la Entrega de la Casulla a San Ildefonso(Picardo). Remata el retablo una especie de serafín con múltiples alas.

JUAN DE JUNI. La Coronación de la Virgen
JUAN DE JUNI. La construcción de la Basílica de Santa María Maggiore
JUAN PICARDO. La entrega de la casulla a San Ildefonso
El retablo se ve ensanchado en sus laterales por dos grandes paneles, de la misma altura de las columnas que sostenían a la Iglesia y a la Sinagoga, en los cuales se explayan seis medallones con relieves de los Padres de la Iglesia, el ¿Santa Margarita? y la Virgen con el Niño, y rematan, nuevamente, con las armas del obispo Acosta. Desconocemos la autoría de estos relieves, quizás pudo participar Juni.

BIBLIOGRAFÍA
  • ARRANZ ARRANZ, José: La catedral de Burgo de Osma. Guía turística. Ilustrísimo Cabildo de la S. I. Catedral, 1995.
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Juni de Juni, escultor, Universidad de Valladolid, Valladolid, 2012.

EL CENOTAFIO DE LOS SANTOS VICENTE, SABINA Y CRISTETA EN LA BASÍLICA DE SAN VICENTE DE ÁVILA

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El Cenotafio de los santos Vicente, Sabina y Cristeta, esculpido a finales del siglo XII, es una de las joyas escultóricas del románico español, y quizás europeo. Este magno conjunto, que en los últimos años ha sufrido una restauración que le ha devuelto su colorido original, pues se hallaba completamente, se conserva en la Basílica de San Vicente de Ávila, justamente bajo el cimborrio, cubriéndole, asimismo, un hermosísimo baldaquino gótico del siglo XV –en el cual parece que trabajó Sansón Florentino– y de gusto orientalizante que se relacionado con San Dionisio de París y con el arca de los Reyes Magos de la catedral de Colonia, así como con otros del valle del Mosa.
El cenotafio, realizado en piedra policromada, monta simula ser un edificio de planta rectangular y tres naves, la central más elevada. Todo el conjunto es soportado por una serie de cuatro arquerías –cuatro arcos pentalobulados en los lados largos, y dos lobulados en los cortos– que montan sobre columnas de fustes lisos, estriados, sogueados y perlados. Sobre los capiteles, y entre los arcos, se disponen una serie de relieves con monjes en actitud de “Ora el labora” –podemos ver a monjes copistas, músicos, rezando y encuadernado–, mientras que encima de las columnas de los ángulos, dos a dos, se disponen apóstoles en relieves de mayor tamaño.

Sobre estos capiteles, que sostendrían las hipotéticas naves laterales, monta un tejado decorado con escamillas circulares que sostiene un cuerpo central con otro tejado de escamillas, estas romboidales. Tiene este cuerpo torres cilíndricas rematando los ángulos y separando los relieves con la historia de los titulares del templo. En el lado norte, entre columnillas y bajo arcos trebolados se desarrollan las seis escenas –la última ocupa dos hornacinas– previas al martirio: 1º San Vicente es delatado ante el pretor Daciano; 2º San Vicente llevado a prisión, donde deja la huella de su pie que simboliza la firmeza de su fe cristiana; 3º San Vicente es visitado por sus hermanas Sabina y Cristeta, que le piden que huya; 4º Denuncia de las santas ante el pretor, que ordena su persecución; 5º Dos soldados a caballo persiguen a los fugados; 6º San Vicente, Santa Sabina y Santa Cristeta se dirigen hacia Ávila.
 
En el lado sur los arcos que cobijan los relieves son escarzanos y las torres están más simplificadas. Las escenas narran el martirio de los tres santos: 1º Los verdugos desnudan a los tres hermanos arrastrándoles por los cabellos; 2º Martirio en el potro aspado; 3º Martirio aplastando sus cabezas entre maderos, sobre ellos dos ángeles conducen sus almas en un lienzo hacia la mando de Dios que las bendice; 4º Una gran serpiente sale entre los cuerpos de los santos y se enrosca en el cuello de su delator, que suplica el perdón divino; 5º Milagro del judío: convertido el judío delator, entierra los cadáveres de los mártires en el lugar donde según la tradición se construyó el martyrium previo a la edificación de la basílica actual.
 
En el testero occidental se representa un Pantocrátor, o Cristo en Majestad, dentro de una mandorla mística. Con la mano derecha bendice, mientras que en la izquierda sostiene un libro. Le rodean el león y el toro del Tetramorfos. Puede que durante las reparaciones del siglo XV en que se instaló el baldaquino se perdieran los otros dos seres vivientes: el águila y el ángel. Bajo el Tetramorfos, entre dos atlantes, hay una abertura circular orlada en la que es tradición se ponía la mano en los juicios de Dios.
 

Finalmente, en el testero orienta se dispone una bellísima Epifanía distribuida en tres escenas: los reyes siguiendo la Estrella de Oriente, la Adoración propiamente dicha, y el episodio en el que se les recomienda, en sueños, no visitar a Herodes en su regreso. Sin duda, la Adoración es la composición más delicada del cenotafio, en el que destacan la serenidad de la expresión de la Virgen y la actitud elegante de los Reyes Magos.
 
La escultura contenida en el cenotafio, especialmente los relieves que cuentan el ciclo martirial de los tres santos destacan por su gran poder narrativo y por su minuciosidad descriptiva. Es un estilo vibrante, y que conceptualmente está más cerca del naturalismo gótico–como los detalles anatómicos tanto en desnudos como en personajes vestidos, los movimientos del cuerpo humano, las composiciones en perspectiva, etc.– que de la abstracción románica.

BIBLIOGRAFÍA
  • DE LA GARMA RAMÍREZ, David: Rutas del románico en la provincia de Ávila, Castilla Ediciones, Valladolid, 1999.
  • FERRER GARCÍA, Félix A.: Rupturas y continuidades históricas: el ejemplo de la Basílica de San Vicente de Ávila, siglos XII-XVII, Institución Gran Duque de Alba, Ávila, 2009.
  • GUTIÉRREZ ROBLEDO, José Luis y HERNÁNDEZ GARCÍA DE LA BARRERA, Ignacio: “Ávila. Basílica de San Vicente”. En GARCÍA GUINEA, Miguel Ángel y PÉREZ GONZÁLEZ, José María (dirs.): Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Ávila, Aguilar de Campoo, Fundación Santa María la Real-Centro de Estudios del Románico, 2002.
  • LOJENDIO, Luis María de y RODRÍGUEZ, Abundio: La España románica III. Castilla 2. Burgos, Soria, Segovia, Ávila y Valladolid, Ediciones Encuentro, Madrid, 1979.
  • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: Por tierras de Ávila, Lancia, León, 1985.
  • RICO CAMPS, Daniel: El románico de San Vicente de Ávila (estructuras, imágenes, funciones), Nausícaä, Murcia, 2002.
  • VV.AA.: Cuadernos de restauración 6. Cenotafio de San Vicente de la Basílica de los Santos de Ávila, Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León, Valladolid, 2008.

EL SALÓN DE REINOS DEL PALACIO DEL BUEN RETIRO DE MADRID

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Para celebrar el día del #OrgulloBarroco que con gran éxito ya se promovió el año pasado, este año me sumo a los fastos con la elaboración de una entrada en el blog, además de los precedentes tweets que se realizarán ese día, el 7 de diciembre. Para los que no lo sepáis, el día del #OrgulloBarroco se celebra en esa jornada pues fue cuando aconteció el nacimiento del genio entre los genios (Michelangelo Buonarroti nos perdone) Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), el dios del Barrocho. Para celebrar el día del #OrgulloBarroco o del #BaroquePride, no se os olvide usar estos hagstags para participar, he decidido hablar sobre el Salón de Reinos del Buen Retiro.

El Salón de Reinos o Salón Grande es junto con el Salón de Baile (Casón) los únicos edificios que se conservan del Palacio del Buen Retiro, el palacio que el Conde Duque de Olivares mandó construir como casa de recreo para Felipe IV a las afueras de Madrid junto a la iglesia de San Jerónimo el Real. Levantado entre 1630-1635, fue el gran salón de ceremonias y fiestas del Buen Retiro. Con unas medidas de 34´6 m. de largo por 10 m. de ancho y 8´25 m. de alto ocupaba junto con otros dos cuartos adyacentes de la mitad de largo, denominados en los documentados de la época “saloncetes”, y ya en el siglo XVIII Salón del Cuerpo de Guardia del Rey y Salón de Coloma, el ala norte del patio principal del palacio. En las paredes laterales se abrían, al norte y al sur, cinco grandes ventanas de 3´20 x 2´08 m, y sobre éstas otras, de dimensiones más reducidas (2´75 x 1´50) y situadas tan arriba que, como observó Elías Tormo, entra en el neto de los lunetos de la bóveda. En cada una de las paredes menores, situadas al este y al oeste, se abrían en el centro sendas puertas que comunicaban con los saloncetes marcando el eje de la galería y dando una cierta continuidad espacial y compositiva al conjunto; y en los ángulos otras dos puertas más estrechas que comunicaban con las escaleras por las que se accedía a las balconadas que recorrían las paredes del salón y las de los saloncetes, dispuestas para facilitar la contemplación de los espectáculos teatrales y que constituían otro elemento de continuidad decorativa entre los tres espacios. Entre los lunetos de la bóveda se pintaron los escudos de los veinticuatro reinos pertenecientes entonces a la Monarquía Hispánica (Castilla y León, Toledo, Córdoba, Granada, Vizcaya, Cataluña, Nápoles, Milán, Austria, Perú, Brabante, Portugal, Navarra, Cerdeña, México, Borgoña, Flandes, Sicilia, Valencia, Jaén, Murcia, Galicia, Sevilla y Aragón), y la bóveda se decoró al fresco con grutescos dorados, una obra realizada en 1634 por el dorador Pedro Martín de Ledesma, que recibió por su trabajo 1.200 ducados.
Reconstrucción hipotética del Salón de Reinos
Por lo que se conoce, el suelo, que era de ochavos de terracota con cuadraditos de azulejo vidriado entre ellos, se cubría en invierno con alfombras “turquescas” y de Alcaraz. Los braseros, realizados por Juan Calvo, eran de plata, y en verano se utilizaban como jardineras. También los candeleros, obra del artífice Gaspar de Prada, eran de plata. En cuanto a las paredes, estaban recubiertas hasta el suelo de arabescos dorados, según informó Baccio del Bianco, quien decía que debido a ello era conocido como “Salón de oro”. En ellas se disponía, con un claro horror vacui, la decoración pictórica, llena de significación simbólica y política: en los lienzos de pared entre las ventanas, en los muros norte y sur, los doce cuadros de batallas que celebraban otras tantas victorias de las armas españolas entre 1622 y 1633; sobre las ventanas, e intercaladas entre los cuadros de batallas, diez escenas de la vida de Hércules; en la cabecera, y flanqueando el trono, los retratos ecuestres de Felipe III y Margarita de Austria; y a los pies, los retratos de Felipe IV e Isabel de Borbón, y, entre ellos y sobre la puerta, el del príncipe Baltasar Carlos, los tres asimismo ecuestres.

Techo del salón de reinos. Fotografía tomada de https://www.hoyesarte.com/exposiciones-artes-visuales/museos/el-prado-completa-su-ampliacion-con-el-salon-de-reinos_216571/
Otros dos elementos completaban el programa decorativo y simbólico del Salón: doce leones de plata y dieciséis mesas de jaspe. Los leones, regalo del protonotario Jerónimo de Villanueva, fueron encargados por éste al platero Juan Calvo el 20 de noviembre de 1634 y costaron 24.000 ducados (2.000 cada uno). Según Bernardo Monanni, secretario de la delegación florentina en Madrid, aparecerían en actitud rampante sosteniendo una antorcha con la garra derecha y un escudo con las armas de Aragón con la izquierda. En un entremés de Quiñones de Benavente, titulado El mago, se haría una curiosa alusión a ellos como “las fieras más hermosas del Retiro”. Dado su número hay que suponer que estarían colocados entre las ventanas, bajo los cuadros de batallas. Por lo demás, tendrían una corta vida pues se fundieron en 1643 cuando el rey resolvió utilizar toda la plata del palacio, convirtiéndola en reales, para el sostenimiento de la guerra.

En cuanto a las mesas de jaspe son muy pocos datos los que se conservan. El 28 de marzo de 1635 se efectuó un pago a Diego de Viana por “los bordeles que está haziendo a las 16 mesas de jaspe que se han de poner en el Salón del Buen Retiro”. No se sabe si llegaron a colocarse todas. En el caso de que se hubieran colocado las dieciséis, lo más lógico es que se dispusieran a lo largo de las paredes, circunvalando el salón, entre las ventanas de las paredes laterales, junto a los leones, y a ambos lados de las puertas principales de los testeros.

Vistas exteriores del Salón de Reinos
El Salón de Reinos fue decorado a lo largo de 1634 y los primeros meses de 1635. A finales de 1633 Carducho se refirió a él como un lugar en el que se habían prevenido espacios para colgar grandes pinturas, pero no indicó más; y en la “Relación del Buen Retiro” contenida en una carta anónima fechada el 7 de diciembre de 1633, en la que se hace una descripción de las estancias ya alhajadas, no aparecen citadas las salas del ala norte del Patio Principal. Por otro lado, los encargos o pagos conocidos de los diversos elementos decorativos (pintura del techo, leones, mesas de jaspe) se produjeron en 1634 o comienzos de 1635. También el primer pago a cuenta conocido en lo que se refiere a las pinturas (a Zurbarán, por los Trabajos de Hércules) es de 12 de junio de 1634. La secuencia de estos pagos, el hecho de que a Zurbarán se le encargaran en principio los doce Trabajos de Hércules (luego reducidos a diez escenas) y que el resultado de una de las batallas representadas (La expulsión de los holandeses de la isla de San Martín por el marqués de Cadereita) no fuese conocido en Madrid hasta septiembre de 1633, hacen pensar que el programa no debió de estar cerrado –y aun así sin fijeza, como demuestra el encargo a Zurbarán– hasta quizá la primavera o comienzos del verano de 1634. En cualquier caso, se sabe que todo quedaría listo antes de finales de abril de 1635. En marzo de ese año la reina, que estaba de sobreparto, visitó el salón para ver los progresos que se habían hecho en él, y aunque a finales de ese mes todavía se hacían pagos a Diego de Viana por los bordeles de las mesas de jaspe, y Maíno y Velázquez  aún no habían terminado sus cuadros, es prácticamente seguro que las pinturas y el resto de los elementos decorativos (a excepción quizá de los leones, encargados sólo cinco meses antes) estaban terminados para el 28 de abril, fecha en la que Monanni envió un informe en el que se relacionaban todos los cuadros de batallas del salón.
JUSEPE LEONARDO (atrib.). El Palacio del Buen Retiro (1636-1637)
A partir de esa fecha, el Salón de Reinos centró la vida ceremonial del Buen Retiro, desempeñando funciones similares a la del Salón Grande o Salón de Comedias del Alcázar, de proporciones significativamente similares (46´5 x 10 m). Serviría ocasionalmente para alguna ceremonia oficial, como la sesión de apertura de las Cortes de Castilla celebrada el 28 de junio de 1638, pero fue utilizado sobre todo para lo que, según se deduce de las palabras de Carducho, había sido concebido en principio (antes de que el Conde-Duque hubiese determinado darle una nueva dimensión simbólica y política): la celebración de “festines y saraos”, tales como la representación teatral a la que asistió Fulvio Testi en compañía del Conde-Duque en mayo de 1636, el certamen poético que se celebró el 21 de febrero de 1637 con ocasión de las carnestolendas, o las varias representaciones (Los disparates de Don Quijote, de Calderón, El amor en vizcaíno, de Luís Vélez de Guevara, y El robo de las sabinas de Francisco Rojas Zorrilla) que tuvieron lugar en marzo de ese mismo año.
El inspirador del programa del Salón de Reinos del Buen Retiro debió de estar en contacto estrecho con el conde duque de Olivares, el más interesado en las obras de palacio y en la exaltación de la figura del rey y de su política. Sabemos que el Conde Duque era persona culta que poseía una inmensa biblioteca, la cual consultaba con frecuencia. En ella predominaban los libros de historia antigua (clásica) preferidos del Conde Duque y cuya lectura, según el testimonio de don Francisco Manuel de Melo, había dejado huella incluso en su manera de hablar; así pues, Olivares, admirador de las grandes gestas de la Antigüedad, imaginaria un canto semejante para su señor, alabanza que, al mismo tiempo, repercutiría indirectamente en él, su inmediato brazo ejecutor. Justi señaló a Olivares como el director del programa, aconsejado por Velázquez y Maíno, observación esta última muy importante, ya que el dominio unía a su condición de pintor religioso y hombre de letras, frecuentador de academias literarias; sin embargo, hay otro personaje importante que pudo influir poderosamente en la elección del programa del Salón de Reinos. Se trata de Francisco de Rioja, el famoso poeta sevillano, erudito de largos estudios, canónigo y consejero de la Inquisición.

Propuesta de reconstrucción del Salón de Reinos

LOS CUADROS DE BATALLAS Y LA DEFENSA DEL RÉGIMEN
A los ojos de los españoles los conflictos de la Monarquía y del mundo en general tenían su origen en la herejía y en la rebelión, que parecían multiplicarse en aquellos días sombríos del siglo XVII. Los franceses las fomentaban encubiertamente, pero sobre todo eran culpables los holandeses, vasallos desleales de la Corona que en cualquier punto del globo se afanaban en alentar las discordias y en ayudar y socorrer a los enemigos de España. Con la ayuda de ambos, la herejía y la rebelión amenazaban con barrer el orden establecido, la casa de Austria e incluso la propia Iglesia universal.
La misión de España, según la veía Olivares, era contener e invertir esa corriente. En su alocución al Consejo de Estado en mayo de 1631 sobre la crítica situación de Alemania, exclamaría: “Hoy, señor, ve el conde junto todo el poder de los herejes […]”, para referirse luego a “el bien de la religión y de la casa de Austria, que es el pilar temporal de ella […]”. Más tarde, en ese mismo año, afirma que “[…] se deberían vender los cálices para sacar de aprieto tan grande a la religión, y para que quede esta corona establecida y acreditada en lo que siempre ha profesado y debe profesar, que es tener por el primer negocio de todos, y anteponer a la defensa de los propios estados y a todas las materias de Estado juntas, el mantenimiento, conservación y aumento de la religión católica”. Era aquélla una tarea hercúlea, que exigiría de España y sobre todo de Castilla esfuerzos que podrían significar su ruina. Sin embargo, si los enemigos del conde-duque podían destacar el terrible coste, él a su vez podía señalar los triunfos alcanzados durante el reinado de Felipe y bajo su experta conducción. El ciclo de Hércules se vio, pues, acompañado en el Salón de Reinos por la representación pictórica de doce victorias, número que en sí mismo evocaba las hazañas de Hércules. En estas escenas de batallas el rey de España se veía glorificado en términos que a la vez servían para defender el régimen de su ministro.

VICENTE CARDUCHO. La expugnación de Rheinfelden
El Conde Duque mostró siempre gran preocupación por el veredicto de la historia. “Son muchos los descuidos que tenemos, y entre los demás no es el de menor consideración lo poco que se cuida de la historia”, diría al Consejo de Estado en 1634. Pero la historia debía ser fiel, o dicho de otro modo, aceptable oficialmente. Precisamente para escribir este género de historia estaban los cronistas reales como Tomás Tamayo de Vargas, quien en 1625 hubo de escribir una relación de la recuperación de Bahía “a los ojos del rey nuestro señor que la decretó, del conde de Olivares que la dispuso, y de los soldados que la ejecutaron”. No debía de resultar fácil escribir una historia imparcial bajo la mirada de tantos interesados.
Complacer a Olivares era la tarea más difícil. Plenamente consciente del poder de la opinión pública e hipersensible a cualquier menosprecio de su propia reputación, no perdió ocasión de servirse de escritores –y luego de pintores– que defendieran su actuación en contra de sus detractores. Enfrentado a lo que él consideraba una campaña sistemática de vilipendio, no dudó en montar una contraofensiva que pudiera servir para enderezar sus hechos tanto ante sus contemporáneos como ante la posteridad. Para fines de la década de 1620 había reunido en torno suyo un equipo de apologistas cuyos tres miembros más importantes era el conde de la Roca, autor de unos “Fragmentos” inéditos sobre la vida del conde-duque, que no se decidió a “exponerlos a la batería” de la crítica pública; Francisco de Quevedo, la pluma más vitriólica de todas España, y el poeta y dramaturgo cortesano Antonio de Mendoza.

JUSEPE LEONARDO. El socorro de Brisach
Los ataques a Olivares alcanzaron su primer clímax durante el fracaso de la intervención en Mantua en 1629, con un manifiesto anónimo de ese verano que atribuía todos los males de España a su “política equivocada”. No era posible ignorar este ataque, ni tampoco los discursos publicados clandestinamente del organizador de la oposición en las Cortes de Castilla, el procurador por Granada Mateo de Lisón y Biedma. Ante el acoso de sus enemigos, el Conde Duque recurrió a la audacia de Quevedo y Mendoza. La feroz respuesta polémica de Quevedo, El chitón de los Tarabillas, eclipsa por completo la apología ya olvidada de Mendoza, pero sorprender lo similar de los argumentos de uno y otro, que hace pensar si no se les pediría a ambos contestar a las mismas acusaciones y si no sería una misma fuente la que les proveyó de ideas. En el caso del Chitón por lo menos, hay indicios de que esa fuente fue el confesor del conde-duque, Hernando de Salazar.
Repasando la ejecutoria del gobierno a lo largo del reinado tanto Quevedo como Mendoza se esforzaban por resaltar lo inestable de la fortuna en la guerra. Si tanto Carlos V como Felipe II habían sufrido graves reveses, ¿cómo se podía pretender de Felipe IV una sucesión ininterrumpida de victorias? Quevedo no tenía inconvenientes en admitir los contratiempos: la pérdida de Brasil a manos de los holandeses, el ataque de la flota inglesa a Cádiz, la captura por los holandeses de Bois-le-Duc y Wesel. Pero frente a esos contratiempos había que subrayar los triunfos: la recuperación de Bahía, la expulsión de las fuerzas invasoras inglesas y la rendición de los holandeses en Breda. La argumentación de Mendoza seguía la misma línea. La Monarquía, que a principios de 1625 se encontraba en situación angustiosa, había experimentado de pronto una prodigiosa recuperación: “a un mismo tiempo Breda quedó vencida en Flandes, la Bahía restaurada en el Brasil, la armada inglesa inútil en Cádiz, Génova defendida y cobrada su ribera, Saboya corrida, los franceses burlados, los españoles glorioso y las banderas del rey victoriosas y lucidas”.

VICENTE CARDUCHO. El socorro de la plaza de Constanza
Una vez que ocuparon su lugar en la mitología oficial del régimen, los triunfos de 1625 podían ser empleados eficazmente como argumentos justificadores siempre que el conde-duque o su política se vieran atacados. Dos de ellos sirvieron de tema a sendas comedias de corte escritas y representadas a las pocas semanas de conocerse las noticias en Madrid: El Brasil restituido de Lope de Vega y El sitio de Breda de Calderón. Era, pues, neutral que las victorias en aquel annus mirabilis figurasen de modo destacado en cuanto se decidió trasladar la apología del régimen de las páginas impresas a los muros del Salón de Reinos. La historia pintada como la historia escrita debía ser recurso para exaltar las victorias del rey y su ministro.
De las doce victorias conmemoradas en el salón, cinco pertenecen a 1625: la Rendición de Breda a Spínola; la expulsión de los holandeses de Brasil por una fuerza expedicionaria bajo el mando de don Fadrique de Toledo; el socorro de la ciudad de Génova, aliada de España, por el marqués de Santa Cruz y su flota cuando se encontraba bajo el asedio de saboyanos y franceses; el rechazo del ataque de Lord Wimbledon a Cádiz por don Fernando Girón, y un triunfo más distante no mencionado por Quevedo ni Mendoza, la expulsión de los holandeses de la isla de Puerto Rico por su gobernador don Juan de Haro. De los siete lienzos restantes, dos representan victorias obtenidas antes de 1625: la captura por Ambrosio de Spinola de Julich, en la Baja Renania el 4 de febrero de 1622 tras seis meses de asedio, y la victoria de don Gonzalo de Córdoba en Fleurus, el 29 de agosto de 1622, sobre las fuerzas protestantes alemanas mandadas por Christian de Brunswick y Ernst von Mansfeld. La serie incluía otro triunfo de los años veinte: La recuperación de la isla de San Cristóbal en 1629. Lo duradero de la victoria, sin embargo, no parece que fuera requisito para ser incluidas en la serie pues los holandeses estaban de nuevo en Brasil en 1630, cinco años antes de que los lienzos fueran descubiertos.

EUGENIO CAJÉS. La recuperación de la isla de Puerto Rico por don Juan de Haro
Los restantes triunfos corresponden todos a 1633, el año en que se ideó el programa decorativo del Salón de Reinos. Esta circunstancia hace pensar que Olivares pretendía representar 1633 como otro “annus mirabilis”, tal vez para conseguir una victoria política inmediata. En este sentido quizá no sea fortuito que el encargo de las pinturas de batallas coincida aparentemente con la fecha en que se comenzó a circular por la corte un nuevo panfleto de la oposición que atribuía a la desastrosa política del conde-duque el ocaso del prestigio militar de España.
De los sucesos representados en el Salón de Reinos, uno o dos –especialmente los triunfos habidos en las islas de San Cristóbal y San Martín– debieron parecer a la mayoría de los contemporáneos como de poca monta. Las victorias del duque de Feria, en cambio, fueron ampliamente celebradas, aunque su importancia fue efímera y Brisach se perdió tan sólo cinco años más tarde, el 17 de diciembre de 1638. Desde comienzos de 1630 los holandeses estaban de nuevo en Brasil, y ni siquiera la gran victoria de Spínola tendría futuro. Los españoles no supieron aprovechar la rendición de Breda; el conde-duque desperdició la posibilidad de un nuevo acuerdo más honorable con los holandeses, y la propia ciudad fue reconquistada por éstos el 10 de octubre de 1637, poco más de dos años después de la terminación del Salón de Reinos.

FÉLIX CASTELLO. La recuperación de la isla de San Cristóbal por don Fadrique de Toledo
El objetivo de los cuadros de batallas, sin embargo, era enaltecer el poder y la gloria de Felipe IV, hábilmente asistido por su leal ministro, y si en algunas de las victorias era más el ruido que las nueces, el impacto combinado de las doce escenas sin duda aspiraba a dar la impresión de un reinado triunfante. Pero además el claro objetivo de defender y respaldar hasta la fecha la actuación del gobierno de Olivares, es posible que las pinturas fueran también pensadas como un programa de acción y un mensaje para el futuro. Para lograr este designio tenían que ser puestas en relación con el esquema decorativo global del que formaban parte.
Si por algo se distinguía Olivares era precisamente por la tenacidad en lo que concernía a sus propios proyectos. Cuando se le metía la idea en la cabeza resultaba prácticamente imposible hacérsela olvidar, y habría sido sorprendente que dejara pasar la oportunidad que le brindaba el Salón de Reinos de exponer la doctrina que constituía el núcleo de sus planes para el futuro de la Monarquía. A principios de la década de 1630 ya todo el mundo estaba al corriente de su proyecto de la Unión de Armas, y quienes tuvieran acceso al Salón de Reinos podían verlo de nuevo expuesto, esta vez en términos visuales. Al mirar el techo con sus veinticuatro escudos, inmediatamente se era consciente tanto de la multiplicidad de reinos sujetos por vasallaje al rey, como del modo en que sus destinos estaban inexorablemente entrelazados. En un extremo del salón, situados encima del trono, se encontraban los escudos de Castilla-León y Aragón, y enfrente, al otro extremo, los de Portugal y Navarra –los cuatro reinos principales que formaban España–. A los lados de Castilla y Aragón, en los cuatro primeros tramos de la bóveda se situaban los escudos de los ocho restantes reinos peninsulares de la Corona castellana. A continuación seguía un grupo de cuatro escudos, dos a cada lado, en representación de la herencia aragonesa: Cataluña y Nápoles, Valencia y Sicilia. Luego seguía otro grupo de cuatro títulos añadidos a la Corona por el Emperador Carlos V: Milán y Austria, Flandes y borgoña. De cada uno de estos grupos faltaban dos territorios, Brabante y Cerdeña, que fueron colocados flanqueando los escudos de Portugal y Navarra. Precediéndolos se ubicaron los territorios conquistados por Castilla en las Indias: los virreinatos de Perú y México, uno a cada lado.

JUAN BAUTISTA MAÍNO. La recuperación de Bahía de Todos los Santos
Queda patente la intención –no enteramente lograda por problemas de equilibrio– de agrupar los reinos de modo lógico, pero el efecto global del conjunto también debía subrayar esa “recíproca correspondencia” entre ellos la que había escrito Olivares. Si el espectador bajaba después la mirada al ciclo de Hércules, no podría por menos de ponderar la lucha incesante que era preciso mantener para defender a reinos tan diversos de la herejía, la subversión y la agresión. Por último, en las escenas de batallas, que a través de los océanos abarcaban desde Flandes e Italia a Puerto Rico y Brasil, quedaba gráficamente manifestada la dedicación del monarca a la defensa de su imperio universal; dedicación en la que iba implícito el proyecto de Olivares en la Unión de Armas. El rey no podía seguir defendiendo todos sus territorios a menos que éstos combinaran voluntariamente sus recursos para hacer frente al enemigo común
Los generales blanden sus bastones, y en todos los lienzos con la excepción del de Maíno son ellos los que centran la atención, situados de manera destacada en primer plano, solos o acompañados por uno o dos colegas u oficiales subalternos, la mayoría de los cuales resulta ahora imposible identificar con certeza. Este énfasis puesto sobre los generales constituye una novedad respecto a la formula tradicional de representar las victorias militares, en las que siempre se había reservado al soberano el papel de héroe.

ANTONIO DE PEREDA. El socorro de Génova por el segundo Marqués de Santa Cruz
Aunque son doce las victorias conmemoradas, sólo aparecen ocho generales, ya que Spínola está incluido dos veces (en Julich y Breda), don Fadrique de Toledo dos veces también (Bahía y San Cristobal) y el duque de Feria tres veces (Constanza, Rheinfelden y Breisach). En algunos casos estos retratos resultarían póstumos: don Fernando Girón, un veterano de las guerras de Flandes, estaba ya viejo y minado por la gota cuando aceptó hacerse cargo de la defensa de Cádiz. También el gran Spínola había muerto; enviado a Italia en 1629 para reemplazar a don Gonzalo Fernández de Córdoba, que tan miserablemente fracasara en el intento de tomar Casale, falleció el 25 de septiembre de 1630 durante el asedio. El propio don Gonzalo aparece en el cuadro de Carducho como vencedor de Fleurus, pero su reputación había quedado arruinada tras el desastre de Mantua. Pese a ello se le ofreció, aunque lo rechazó, el mando del ejército de Alsacia tras la inesperada muerte del duque de Feria en enero de 1633; el protagonista en los cuadros de Carducho de Rheinfelden y Constanza y en el de Leonardo de Breisach. Don Gonzalo murió en sus tierras de Aragón en enero de 1635, casi al mismo tiempo que el cuadro de su famosa victoria se colgaba en el Salón de Reinos.
Nordlingen fue una victoria tan sonada que a todas luces hubiera debido incluirse en el Salón de Reinos, mucho más teniendo en cuenta que fue ganada por el propio hermano del rey, el cardenal-infante. El que no se la incluyera hace pensar que para cuando las noticias de la victoria alcanzaron Madrid, el 30 de septiembre de 1634, las pinturas y el programa decorativo estaban ya tan avanzados que hubiera resultado inconveniente introducir cambios de última hora. Además, y a diferencia de las otras victorias representadas en el salón, la de Nordlingen no la habían ganado solas las armas españolas, y por lo tanto no encajaba exactamente en un programa destinado a ilustrar la enorme potencia de una Monarquía española unida y bien guiada. Todavía hubo otra representación triunfal, la del Socorro de Valenza del Po, obra de Juan de la Corte, que fue situada en el Salón de Máscaras y conmemoraba la victoria obtenida en el otoño de 1635 por el veterano soldado humanista don Carlos Coloma. Se decía que había sido el propio Velázquez el autor del retrato de Coloma en el cuadro.

VICENTE CARDUCHO. La victoria de Fleurus
La elección de las batallas, la representación de los comandantes y sus subordinados, la relación de las pinturas con el esquema decorativo general, todo ello indica la existencia de un plan. El mismo cuidado se aplicó también a la organización interna de los cuadros; sólo el de Maíno se aparta de la fórmula general que muestra a los generales en el primer plano, bien dirigiendo las operaciones o en el momento de la victoria, con las batallas o asedios en el plano medio y paisajes lejanos al fondo. Este tipo de composición obedecía al método tradicional de representar hechos de armas, elaborado durante los siglos XV y XVI. Ejemplos de esta fórmula abundaban tanto en pintura como en estampas, y hubiera bastado que los organizadores de la decoración consultaran, por ejemplo, una de las invenciones de Heemskerck para las victorias de Carlos V o la serie comparable de grabados de Giovanni Stradano de las victorias de los Médicis, publicada en 1583. Pero si no querían ir tan lejos, hubiera bastado con que se inspiraran en la multitud de escenas de batallas existentes en las colecciones reales.
La utilización de una formula común para las escenas de batallas del Salón de Reinos resolvía el problema de unificar las obras de ocho artistas de estilos dispares. Pero la uniformidad inevitablemente limitaba la imaginación; de ahí que sea más propio calificar de adecuadas, antes que de inspiradas, a la mayoría de las pinturas. Hubo tan sólo dos excepciones a la norma de conformidad: La rendición de Breda de Velázquez y la Recuperación de Bahía de Maíno, la primera trasciende las limitaciones de la fórmula y la segunda las transforma brillantemente. Ambas pinturas, cada una de ellas de modo distinto, consiguieron captar no la mera letra del encargo sino su espíritu, y al hacerlo lograron elevar a un plano distinto el significado artístico del Salón de Reinos.

JUSEPE LEONARDO. La rendición de Juliers
La relación de las pinturas y sus autores es la siguiente (salvo el primer cuadro que se perdió, el resto se encuentran en el Museo del Prado:
  • La expulsión de los holandeses de la iglesia de San Martín (Eugenio Cajés)
  • La expugnación de Rheinfelden (Vicente Carducho, 297 x 357)
  • El socorro de Brisach (Jusepe Leonardo, 304 x 360 cm)
  • El socorro de la plaza de Constanza (Vicente Carducho, 297 x 374 cm)
  • La recuperación de la isla de Puerto Rico por don Juan de Haro (Eugenio Cajés, 290 x 344 cm)
  • La recuperación de la isla de San Cristóbal por don Fadrique de Toledo (Félix Castelo, 297 x 311 cm)
  • La recuperación de Bahía de Todos los Santos (Juan Bautista Maíno, 290 x 370)
  • El socorro de Génova por el segundo Marqués de Santa Cruz (Antonio de Pereda, 290 x 370).
  • La victoria de Fleurus (Vicente Carducho, 297 x 365 cm)
  • La rendición de Juliers (Jusepe Leonardo, 307 x 381 cm)
  • La rendición de Breda (Diego Velázquez, 307 x 367 cm)
  • La defensa de Cádiz contra los Ingleses (Francisco de Zurbarán, 302 x 323 cm)
DIEGO VELÁZQUEZ. La rendición de Breda
FRANCISCO DE ZURBARÁN. La defensa de Cádiz contra los Ingleses


SERIE DE LOS TRABAJOS DE HÉRCULES
El 12 de junio de 1634 Zurbarán recibe 200 ducados a cuenta de los Trabajos de Hércules –que importó un total de 1.100 ducados– que debía de pintar para el Salón de Reinos. A los cinco meses, el 13 de noviembre en concreto, firma la carta de finiquito de los “diez quadros de Pintura de Las Fuerças de hercules y dos lienços grandes q. Han hecho del Socorro de Cádiz, todo Pª. El Salón grande de buen Retiro”. Su llegada a la Corte no se debió a su fama sino porque los sevillanos eran quienes propulsaron, programaron y coordinaron la decoración del Salón de Reinos: el Conde Duque de Olivares, Rioja y Velázquez.
En un principio se proyectó que pintaría doce trabajos de Hércules. Un cambio en el programa iconográfico determinó que sólo ejecutara diez, que se situaron sobre las cinco puertas que se abren en los muros norte y sur del salón. Colocados entre los grandes lienzos de batallas y situados en alto, su temática, composición y formato los asemeja a las metopas de un templo clásico.

Hércules y el toro de Creta
Lucha de Hércules con Anteo
Citados en los pagos a Zurbarán en unos casos como trabajos de Hércules y en otros como las fuerzas de Hércules, su inclusión en el programa icnográfico del Salón de Reinos tendía a glorificar la monarquía de los Habsburgos, presentando a Felipe IV como el heredero del mítico Hércules. Símbolo éste tanto de la virtud como de la fortaleza, a través de la figura del hijo de Júpiter se presentaba a Felipe IV como un rey virtuoso y bondadoso, pero también como un rey fuerte justiciero. En ese sentido la maza que identifica a Hércules hay que verla como bengala del mando, como una trasposición de la que empuñan los generales cuyas victorias plasmaron Cajés, Leonardo, Carducho, Castelo, Pereda, Velásquez y el propio Zurbarán. Asimismo, Felipe IV aparecía como el vencedor de las discordias y como el que unía en su persona los distintos reinos representados en el salón. Las fuentes en que Zurbarán se inspiró para componer estos cuadros se conocen. En general están basados en los Trabajos de Hércules que Cornelis Cort graba a partir de dibujos de Frans Floris. No ocurre lo mismo con respecto a los textos literarios empleados por los promotores del programa. Posiblemente tomaron como punto de partida Los doce Trabajos de Hércules escritos por el Marqués de Villena, impresos primero en 1483 en Zamora y luego en 1499 en Burgos. También tuvieron en cuenta la Filosofía Secreta de Pérez de Moya.

Lucha de Hércules con el jabalí de Erimanto
Hércules desvía el curso del río Alfeo
La historiografía artística ha sido parca en elogios sobre esta serie. Considerándose tradicionalmente a su autor sólo como un pintor de santos y frailes, se creía que no estaba capacitado para enfrentarse a temas profanos, sobre todo aquellos en los que el desnudo es el elemento más característico. Visto Zurbarán como un pintor provinciano, las obras que ejecuta para el Salón de Reinos se consideraron inferiores a las que pintaron los maestros madrileños. De sus Hércules se ha dicho que son monótonos y reiterativos, torpes e inexpresivos, habiéndose descrito como campesino y como boxeadores. Maria Luisa Catarla fue la primera que salió en su defensa. Alabó la belleza misteriosa de sus paisajes y señaló que Zurbarán había pintado sus Hércules de “color de búcaro”. Brown y Elliott son quienes más han contribuido a revalorizarlos. Consideran que el estilo de Zurbarán se adecuaba a lo que se le pedía. El tratamiento esquemático que les da es el idóneo, sobre todo si se tiene en cuenta el valor simbólico de estas figuras.
Las batallas contra países europeos enemigos del catolicismo podían compararse con los trabajos del Hércules de la Antigüedad, quien, al mismo tiempo, representaba al monarca entonces reinante ligado a él por historia y por sangre. En razón de esto último se eligieron algunos episodios de la historia de Hércules y se colocaron también los retratos de los ascendientes y del heredero del monarca reinante. El rey, como nuevo Hércules, había sometido a los modernos monstruos, con su valor y su virtud, y a él, al igual que a Hércules tras el tormento final, aguardaba la recompensa de la inmortalidad y la gloria imperecedera. La comparación en este caso no era tan ficticia como en otros países, puesto que España tenía atestiguada, por su historia y por sus reyes, su antigua estirpe heroica. La grandeza que se exaltaba en el Salón de Reinos se concretaba en un momento y en una persona: Felipe IV, verdadero Hércules reencarnado, a quien había correspondido en ese momento preciso impulsar la lucha contra los protestantes y cuyos triunfos se contemplaban allí mismo.

Hércules y el Cancerbero
Hércules lucha con el león de Nemea
El tema, según la idea concebida para el Salón de Reinos, le debió ser dado al pintor en la Corte, y Zurbarán realizó los lienzos con premura ya que se le encargaron en mayo de 1634 y en noviembre del mismo año estaban ya terminados todos los de Hércules más dos de batallas. Ni que decir tiene que la pintura mitológica era totalmente ajena a la producción de Zurbarán, que no hizo, que se sepa, ni antes ni después, ninguna otra obra de estas características. Su sensibilidad sabía reflejar bellamente el sentimiento religioso, pero carecía de expresión adecuada para la belleza de la fábula.
Se han señalado algunos grabados como posibles fuentes para estos cuadros de Zurbarán. Soria indicó como modelos algunos grabados de Beham, así, por ejemplo, el de Hércules y Anteo (1545) para el mismo tema del Buen Retiro, el de Hércules luchando con los centauros (1542) para la posición de los pies de Hércules en su lucha con el león de Nemea, de Zurbarán, y el de Hércules abrasado por la túnica de Neso (1545), para la figura del centauro, en el lienzo del mismo tema de Madrid.

Hércules lucha contra la hida de Lerna
Hércules separa los montes Calpe y Abyla
También señaló Soria el grabado de la lucha con el león de Cornelis Cort, según dibujo de Frans Floris, como modelo para el mismo tema de Zurbarán, y el Hércules luchando con el dragón de las Hespérides de Frans Floris, para la posición de Hércules en la lucha con Gerión, de Zurbarán. Finalmente, para la figura de Hércules arranándose la túnica de Neso, Soria sugirió el modelo de la escultura de San Jerónimode Torrigiani.
Los lienzos, que miden aproximadamente 130 x 160 cm, son los siguientes:
  • Hércules y el toro de Creta
  • Lucha de Hércules con Anteo
  • Lucha de Hércules con el jabalí de Erimanto
  • Hércules desvía el curso del río Alfeo
  • Hércules y el Cancerbero
  • Hércules lucha con el león de Nemea
  • Hércules lucha contra la hidra de Lerma
  • Hércules separa los montes Calpe y Abyla
  • Hércules dando muerte al rey Gerión
  • Muerte de Hércules
Hércules dando muerte al rey Gerión
Muerte de Hércules


SERIE DE LOS RETRATOS DE LOS REYES
Esta serie tiene un carácter genealógico y está formado por el rey, su mujer, sus padres y su por entonces hijo heredero, con lo que se marca el concepto de monarquía hereditaria y de continuidad dinástica. Aparecen dispuestos en los lados menores. Todos ellos son retratos ecuestres, tipología tradicional e idónea para representar la idea de poder. Los reyes van en corbeta, postura con idea de dominio y de control de pasiones y del pueblo por parte del monarca. Los cinco cuadros fueron realizados por Diego Velázquez y por su taller (se piensa que en algunos pudo intervenir el vallisoletano Andrés López Polanco, especialista en el retrato regio: pinchad aquí para conocerle).
DIEGO VELÁZQUEZ. Felipe III a caballo
DIEGO VELÁZQUEZ. La reina Margarita de Austria a caballo
DIEGO VELÁZQUEZ. Felipe IV a caballo
DIEGO VELÁZQUEZ. La reina Isabel de Borbón a caballo
DIEGO VELÁZQUEZ. El príncipe Baltasar Carlos a caballo

BIBLIOGRAFÍA
  • ÁLVAREZ LOPERA, José: “La reconstitución del Salón de Reinos. Estado y replanteamiento de la cuestión”, El palacio del Rey Planeta. Felipe IV y el Buen Retiro, Museo Nacional del Prado, Madrid, 2005.
  • BROWN, Jonathan y ELLIOTT, John: Un palacio para el rey. El Buen Retiro y la corte de Felipe IV, Taurus, Madrid, 2003.
  • CATURLA, María Luisa, “Cartas de pago de los doce cuadros de batallas para el Salón de Reinos del Buen Retiro”, Archivo Español de Arte, Nº 23, 1960, pp. 333-355.
  • CATURLA, María Luisa: Pinturas, frondas y fuentes del Buen Retiro, Revista de Occidente, Madrid, 1947.
  • DÍEZ DEL CORRAL, Luis, Velázquez, la monarquía e Italia, Espasa Calpe, Madrid, 1979.
  • VV.AA.: El palacio del Buen Retiro y el nuevo Museo del Prado, Museo Nacional del Prado y TF Editores, Madrid, 2000.
  • JUSTI, Carl, Diego Velázquez und Sein Jahrhundert, Phaidon Verlag, Zúrich, 1933.
  • TORMO Y MONZÓ, Elías, Pintura, escultura y arquitectura en España. Estudios dispersos, Instituto Diego Velázquez, Madrid, 1949.

EXPOSICIÓN: "EL DIABLO, TAL VEZ. El mundo de los Brueghel"

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La nueva exposición que acaba de inaugurar el Museo Nacional de Escultura, “El diablo, tal vez. El mundo de los Brueghel”, es un buen ejemplo de que menos es más. Y es que a pesar de ser una muestra no muy extensa es altamente intensa pues en poco espacio se puede disfrutar de excelentes pinturas y grabados de los Brueghel, así como de una sorpresa fabulosa como son una serie de audiovisuales basados en los referidos grabados y a los que no me referiré puesto que es mejor la sorpresa que provocan al verlos en directo. Por último quiero señalar dos de las pinturas de la exposición sobre las cuales ya hemos hablado hace tiempo en el blog, por lo que os dejo los links de enlace a ellos, tan solo tenéis que pinchar encima de las obras. Se trata de “La bajada de Cristo a los infiernos” (Copia de El Bosco, ca. 1520-1575) y “Las tentaciones de San Antonio Abad” (Jan Brueghel de Velours, ca. 1601-1625). Deseo dedicar esta entrada a Sara, una brillante estudiante de Historia del Arte -sin duda una de las mejores que he visto- así como mi gran descubrimiento en este año 2018.

A continuación, daremos unas pequeñas pinceladas acerca de la exposición y que como de costumbre están tomados de los paneles de la exposición, que la explican a la perfección.
La tentación, el pecado y el diablo. Entre los tres forman el “hilo rojo” del universo artístico que los pintores flamencos y, especialmente, maestros como los Brueghel, pusieron en pie con energía expresiva, virulencia y una imaginación sin límites. Y que, en un juego de espejos entre el siglo XVI y el XXI, hoy se ve reanimado por el artista belga Antoine Roegiers. Esos escenarios perversos y enloquecidos nos inquietan porque parecen esconder un enigma indescifrable, aunque, a la vez, despiertan nuestra simpatía porque intuimos en sus imágenes narrativas una libertad deliciosamente moderna.
El auge que alcanzó la temática de la tentación y la culpa era indisociable del ascendiente que alcanzó el diablo, una poderosa figura del imaginario de la época. Sin embargo, Satán no solo actúa como el “jefe de orquesta” de la transgresión moral. En estos siglos trágicos, cuando la Cristiandad se desangraba partida en dos facciones, el Demonio era un enemigo útil que reforzaba la identidad colectiva, servía para favorecer el control de los comportamientos y explicaba por qué el mundo se despeñaba sin remedio. Y encarnaba, además, el lado oscuro del individuo moderno: los fantasmas, sueños, amenazas, angustias, del mundo interior de cada uno de nosotros.

TALLER DE EL BOSCO. Visión de Tondal (ca. 1478-1485). Museo Lázaro Galdiano
ANÓNIMO MADRILEÑO. Escritorio con escenas de ermitas (segunda mitad del siglo XVII). Museo Nacional de Escultura
Escena de las Tentaciones de San Antonio Abad
SEGUIDOR DE EL BOSCO. Bajada de Cristo a los infiernos (ca. 1520-1575). Museo Nacional de Escultura

DIEGO RODRÍGUEZ Y LEONARDO CARRIÓN. San Antonio Abad apelado por los demonios (1553-1559). Museo Nacional de Escultura
DIEGO RODRÍGUEZ Y LEONARDO CARRIÓN. San Antonio tentado por una mujer (1553-1559). Museo Nacional de Escultura

Una temporada en el infierno
Entre 1460 y 1610 la tentación de San Antonio conquista las artes plásticas. La representación de las privaciones del santo y sus alucinaciones llegó a ser un artículo muy solicitado en la sociedad flamenca, ansiosa por preservarse de la condena al infierno, un temor colectivo e individual que había cobrado un nuevo auge.
Las dos grandes invenciones nórdicos fueron, en primer lugar, el paisaje: la ubicación de este tormento diabólico, al aire libro, en medio de grutas, bosques, ciudades y cielos en el horizonte. No es el paisaje “heroico” de los italianos. Es una naturaleza incendiada, tenebrosa, llena de energía errática y salvaje, infectada por las fuerzas metafísicas del mal.
La segunda gran invención fue el carácter fantasmal y quimérico de la tentación, que se encarna en mutantes demoniacos vagamente antropomorfos, enloquecidos o seductores, en homúnculos repulsivos con signos de brutalidad, de estupidez, de malicia, que embarullan los reinos de la naturaleza: la roca de rostro humano, el pájaro-soldado, el reptil volante y, en fin, toda suerte de “disparates”. No hay jerarquías y no sabemos a dónde dirigir la mirada. Pronto comprendemos que la necesidad occidental de “interpretar” ha de ser sustituida por el placer de “ver”.

COPIA DE EL BOSCO. Las tentaciones de San Antonio (siglo XVI). Mueo Nacional del Prado. Copian los paneles del famoso tríptico de El Bosco conservados en el Museu Nacional de Arte Antiga de Lisboa
JAN BRUEGHEL DE VELOURS. Tentaciones de San Antonio (ca. 1601-1626). Museo Nacional de Escultura
AA (Monograma) a partir de MARTIN SCHONGAUER. Las tribulaciones de San Antonio (siglo XVIII). Biblioteca Nacional de España

Brueghel el Viejo: una diversión sobre los pecados
El enigmático Brueghel vivió en una Flandes convulsa, en medio de guerra, miserias e intolerancia. Atormentadas y pesimistas, las gentes vivían obsesionadas por el pecado y la condena eterna en virtud de la creciente autoridad de la Iglesia y los procesos de culpabilización individual.
Esta serie fue la que dio al joven Brueghel su celebridad de gran dibujante. Nos presenta un mundo embaucador y laberíntico en el que siempre ronda el Maligno. En numerosas microescenas, hombres, animales, demonios y criaturas de pesadilla son mostrados panorámicamente en un enredo corpóreo desde arriba, en cuclillas, enmarañados, en posturas acrobáticas reptantes, rodeados de centenares de cosas y detalles. No podemos despegar la vista.
Pero Brueghel no juzga, es un notario que levanta acta del desenfreno humano: estupidez, avaricia, crimen, glotonería, procacidad, envidias y muy poca bondad. Es un mundo doloroso, pero visto con ligereza, donde asoma el transgresor aliento de la cultura popular, fundada sobre la “carnavalización” del mundo y la risa, como compensación a la obediencia del orden establecido.

PIETER BRUEGHEL EL VIEJO (Grabador Pieter van der Heyden). La gula (1558). Biblioteca Nacional de España
PIETER BRUEGHEL EL VIEJO (Grabador Pieter van der Heyden). La soberbia (1558). Biblioteca Nacional de España
PIETER BRUEGHEL EL VIEJO (Grabador Pieter van der Heyden). La envidia (1558). Biblioteca Nacional de España
PIETER BRUEGHEL EL VIEJO (Grabador Pieter van der Heyden). La desidia (1558). Biblioteca Nacional de España
PIETER BRUEGHEL EL VIEJO (Grabador Pieter van der Heyden). La avaricia (1558). Biblioteca Nacional de España
PIETER BRUEGHEL EL VIEJO (Grabador Pieter van der Heyden). La ira (1558). Biblioteca Nacional de España
PIETER BRUEGHEL EL VIEJO (Grabador Pieter van der Heyden). La lujuria (1558). Biblioteca Nacional de España
El rompecabezas de Brueghel
El magnetismo visual de la tradición flamenca conserva todo su brío nutriendo la imaginación de hoy. La experimentación que combina el lenguaje digital junto con herramientas de los viejos maestros como el dibujo dan en la obra de un joven artista del siglo XXI como es Antoine Roegiers frutos artísticos de una fertilidad poética tan sutilmente subversiva como lo fue en su tiempo la obra de los Brueghel. Seducido por la libertad y la modernidad del maestro, Roegiers se desliza en la piel de su ilustre predecesor, con el que comparte la finura en el detalle, cierta inclinación a la perversidad, el gusto por la extrañeza y una visión maliciosa del comportamiento humano.
Su método creativo tiene mucho de artesanal. Con impecable maestría técnica redibuja por separado arquitecturas, personajes y geografías, como en un rompecabezas, despiezando los miembros del cuerpo, variando el punto de vista y aislando los elementos del paisaje que le permitirán luego describir los destinos de esa mirada de seres híbridos, solitarios y perdidos.

ANÓNIMO. Demonio (siglo XVIII). Museo Nacional de Escultura
Dibujos de Antoine Roegiers para los audiovisuales de los grabados de Brueghel
Horario:
  • Del 1 de diciembre al 3 de marzo.De martes a sábado: 11 a 14 h y 16:30 a 19:30 h. Domingos y festivos: 11 a 14 h.

LAS PINTURAS MURALES DE SANTA MARINA DE SACRAMENIA

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Hoy presentamos una entrada especial en honor de mi amigo Sergio Núñez, al cual la Junta de Castilla y León le ha publicado en PDF su tesis doctoral, titulada La pintura mural tardogótica en Castilla y León: provincias de Valladolid, Segovia y Soria. De momento tan solo ha salido publicada en unas curiosas tarjetas de la que sale una pestaña que hace las funciones de USB, próximamente se pondrá on-line a disposición de todo el mundo en la página web de la Consejería de Cultura de la Junta, cuando así sea tendréis noticias con su correspondiente link. A esta tesis la guardo especial cariño pues tuve la suerte de acompañarle a conocer los conjuntos pictóricos y hacer fotografías de los mismos. Lo dicho, para conmemorar tal acontecimiento a continuación Sergio nos ofrece el estudio de las curiosas pinturas murales de la iglesia de Santa Marina de Sacramenia (Segovia).

La iglesia de Santa Marina, en origen articulada en una sola nave cubierta con armadura de madera y rematada por el ábside semicircular precedido por un tramo recto presbiterial, se estructura a día de hoy en una nave principal y otra subsidiaria adosada al costado de la Epístola de la fábrica templaria. Esta volumetría fue resultado de la intervención acometida en el edificio en época moderna, una actuación que proporcionó a la iglesia una imagen que permaneció casi intacta hasta la reforma emprendida entre finales de la década de los 80 e inicios de la década de los 90 de la centuria pasada. Fue con ocasión de esta intervención, cuando se produjo el hallazgo, tras el retablo mayor barroco, del extraordinario programa pictórico. Fue entonces, cuando las pinturas murales quedaron sujetas a un detallado proceso de limpieza y de consolidación. Este proceso garantizó la integridad de un mural distinguido por su singular desarrollo en el hemiciclo absidal. Frente a como fue concebida la referida superficie muraria en otros templos románicos, esta, como se ve en templos aragoneses o burgaleses, está recorrida por hasta cinco arcos de medio punto (apoyan en seis columnas asentadas sobre un banco corrido) que condicionaron la disposición del programa pictórico. Asimismo, habría que añadir la primigenia presencia de un retablo mueble, del que aún se discierne su huella, que sería coetáneo de los murales y consistente con los mismos, y que exigiría la apertura de dos vanos en los dos arcos ciegos sitos en los extremos del hemiciclo absidal. Dicha articulación propició, al no existir casi superficie disponible en el hemiciclo absidal, la conversión de las enjutas de los arcos de medio punto abiertos en los extremos del semicilindro absidal en soporte pictórico.


DESCRIPCIÓN E ICONOGRAFÍA.
Hemiciclo absidal
La superficie muraria que encierran los dos arcos de medio punto sitos en los extremos septentrional y meridional del semicilindro absidal, aquellos en los que se abrieron los dos vanos, fue ornada mediante sucesivas bandas verticales constituidas por motivos pictóricos abstractos (a saber, cintas ondulantes), que fueron seccionadas al ensancharse los dos vanos en época barroca. Semejante proceso, fundado en la instalación del retablo mayor barroco y completado con la decoración del derrame de ambas ventanas mediante motivos pictóricos geométricos extemporáneos al programa pictórico medieval, alteró el formato primitivo de unas aperturas que fueran concebidas con el propósito de conferir iluminación al ábside.
El hecho de que el vano central quedara totalmente cegado por retablo mayor dispuesto de una forma contemporánea a la ejecución de las pinturas murales, estimo que propició la distinta ubicación del episodio de la Anunciación, normalmente situado en las cercanías del vano central de la capilla mayor. Este episodio se emplaza en las enjutas del arco de medio punto sito en el extremo meridional del hemiciclo absidal, en íntima relación con el vano que se abre en su interior. Esta disposición, materializada en la inclusión de la Virgen en la enjuta derecha y en la presencia del arcángel San Gabriel en la izquierda, tendría como fin integrar la luz que irradia a través de dicho vano en el programa pictórico, instituyéndola, en virtud del simbólico reconocimiento de la misma, como una revelación de la divinidad que asistiría a la difusión de su mensaje por el arcángel San Gabriel. De las consideraciones antes advertidas bien pudiera justificarse el emplazamiento de un tema en que la Virgen, nimbada y ataviada con una túnica roja y un manto blanco estampado, se muestra con sus dos manos juntas en respuesta a la irrupción del arcángel. Este detendría su concentrada y embelesada lectura de las Sagradas Escrituras, de las que parece no hay pretensión alguna por evocarlas mediante la representación de un atril. Al margen de la Virgen María, a cuya derecha se dispone el jarrón de azucenas que tendría como objeto simbolizar su pureza, el arcángel, nimbado, alado y ataviado con un manto rojo ornado, procede, desde su posición en la enjuta izquierda de dicho arco, a difundir el mensaje divino contenido en la ondulante filacteria que sujeta con la mano izquierda. En esta filacteria todavía se intuyen los restos de una ilegible salutación angélica. En respuesta esta, bien pudiera entenderse, el ilegible mensaje de la filacteria ubicada junto a la Virgen María.
 
Anunciación
En las enjutas del arco de medio punto situado en el extremo septentrional del hemiciclo absidal, se conservan dos escenas concernientes al siguiente pasaje de la hagiografía de San Nicolás: el instante en el que tres jóvenes o clérigos fueron descuartizados por un posadero y resucitados por el santo. Con arreglo a un orden de lectura de izquierda a derecha y, aun no existiendo referencia textual alguna sobre un pasaje cuyos orígenes pudieran situarse en la equívoca interpretación del episodio en el que tres oficiales son injustamente condenados a muerte y salvados por el santo, el autor narra en una primera escena, situada en la enjuta izquierda, el instante en que el citado posadero procede a descuartizar a uno de los jóvenes o clérigos. Este suceso, plasmado mediante la representación de una figura sosteniendo a una segunda (lo hace por uno de sus tobillos) a la que descuartiza sobre una ensangrentada tabla de cortar, precede a un segundo (sito en la enjuta derecha) que alude al momento en el que San Nicolás resucita a los tres jóvenes o clérigos. Dicha escena muestra a San Nicolás, nimbado y caracterizado con la vestimenta y los atributos que atestiguan su condición de obispo de Mira, bendiciendo a los tres jóvenes o clérigos que, incorporados de un saladero semejante al de la escena anterior, muestran sus manos en actitud orante.
Leyenda de los tres jóvenes triturados por un posadero y resucitados por San Nicolás


Bóveda de cuarto de esfera absidal
El hecho de que apenas existiera superficie muraria susceptible de recibir decoración pictórica en el hemiciclo absidal estimo que fue el motivo principal del singular desarrollo del programa iconográfico en la bóveda de cascarón absidal. Semejante superficie muraria, usualmente reservada para albergar la representación de un monumental Cristo enmajestad flanqueado por el pertinente Tetramorfos, se organiza de la siguiente forma: mientras en el tercio superior todavía se distinguen los restos de un Cristo en majestad encerrado en una mandorla y flanqueado por el Tetramorfos, en el tercio inferior se conserva una alargada franja horizontal que encierra diferentes escenas relativas a la vida de Santa Margarita de Antioquía o Santa Marina. Con este apelativo será conocida Santa Margarita en la iglesia oriental.
La franja horizontal, comprendida entre un renglón superior que aloja una inscripción en letra gótico mayúscula que fecha el conjunto mural (“…mill e cuatrocientos e trenta e seis annos…”) y otro inferior que alberga una segunda inscripción ilegible, acaso, realizada con fines decorativos y no con propósitos comunicativos, permitiría a todo el que accediera en el edificio la rápida comprensión del ciclo hagiográfico al sucederse los distintos episodios que lo conforman en un único registro que abarca la anchura de la bóveda.

Olibrio prendado de Santa Marina encarga que se la traigan a su presencia
El dragón expele a Santa Marina
Fue, en efecto, San Marina una duplicación de Santa Margarita de Antioquia, santa que, según la leyenda, fue educada por la nodriza enel cristianismo. Su padre, enterado de este episodio y enojado por estecambio de fe, la expulsó de su casa, dedicándose a partir de ese momentoa cuidar las ovejas de su nodriza. Un día, paseando a caballo, el prefectoromano Olibrio quedó seducido por su belleza mientras esta cuidaba delganado. El prefecto, que pidió que trajeran a la joven ante su presencia,pudo constatar que la muchacha declinaba su propuesta de matrimonioalegando que ya se había entregado a la religión cristiana y que no sepostraría “nunca más que al Dios verdadero, ante el cual la tierra seestremece, los mares tiemblan de miedo y las criaturas se postran…”.
En respuesta al desafío, Olibrió mandó que fuera atormentada, siendo más tarde conducida a un calabozo, donde la muchacha exhortó al Creador que le enseñase al enemigo contra el que combatía. En ese momento apareció un terrible dragón que la engulló, pudiendo salir de sus entrañas al perforar su vientre con la ayuda bien de un crucifijo o bien de la señal de la cruz. Tras el citado suceso, la santa, que siguió negándose a ofrecer sacrificios a los dioses paganos, fue nuevamente torturada y, por último, decapitada.

La flagelación de Santa Marina
De esta manera, con arreglo a un orden de lectura de izquierda a derecha y, teniendo en consideración la sola representación de escenas concernientes al martirio y pasión de Santa Margarita, la primera escena reproducida aludiría no tanto al encuentro entre el prefecto y Santa Margarita, como así aparece en otros conjuntos pictóricos de igual temática, como al instante en el que Olibrio, montado a caballo y prendado de la joven, encomienda que se la trajeran ante su presencia. El citado episodio considero que se materializaría en una escena en la que el prefecto, montado, a tenor de la suntuosa apariencia de los arreos de caballería, sobre el caballo localizado a la izquierda de la escena, encomienda a uno de sus sirvientes, representado sobre un caballo a galope, salir en busca de Santa Margarita.
A continuación y, obviando los tormentos de los que fue víctima la santa tras declinar la propuesta que le hiciera el prefecto y negarse a abjurar del cristianismo, el autor recogió el momento en el que el Dragón expele a Santa Margarita. El autor, en lugar de reproducir el momento en el que la santa, aislada en el calabozo, es engullida por Satán convertido en dragón, recogió un episodio en el que resulta llamativa la forma como la santa es expelida, pues no parece que fuera el vientre perforado por la cruz que apunta Réau o por la señal de la cruz que citan tanto Vorágine como los Flores Sanctorum, sino mediante una especie de un utensilio difícilmente identificable.

Discusión entre Santa Marina y Olibrio
Liberada del vientre del dragón, Santa Margarita, que siguió desoyendo las pretensiones de Olibrio, fue sometida a numerosas y violentas vejaciones (fue flagelada, suspendida por los pelos de un cadalso, quemada con antorchas, así como sumergida en una cuba de aceite hirviendo), de las que este mural parece que tan solo se hace eco de su Flagelación.
Ello lo hace a través de una escena en la que la santa, nimbada y con su cuerpo cubierto de heridas, acaso, motivadas por la aplicación de las teas encendidas, está siendo víctima del violento maltrato ejercido por dos verdugos con lo que parecen ser sendos flagelos. Considerando idónea semejante interpretación temática, resulta extraña la inscripción “PABLO” situada sobre la efigie de la santa. A la escena de la Flagelación, le sigue otra en la que Santa Margarita, vestida con una túnica roja y nimbada, parece estar inmersa en una discusión con una figura que habría que identificar con el prefecto Olibrio. El mencionado enfrentamiento dialéctico se aprecia en el gestode la santa, quien con su mano derecha apunta hacia lo que parece es un libro, así como en el modo como fue plasmado el prefecto Olibrio, quien participaría de dicho debate mediante la representación de su mano izquierda con ademán inquisitorial hacia la santa. La referida escena antecede en el mural a la escena en la que Olibrio encarga lainmediata decapitación de Santa Margarita. En dicha escena, el prefecto, escoltado por dos soldados que sujetan una lanza con su mano derecha y vestido con una indumentaria compuesta por holgadas mangas pérdidas, aparece sentado en clara sintonía con la manera como solían ser representadas las dignidades. Desde su asiento, Olibrio, mediante el gesto que efectúa con su mano derecha, apunta hacia un tercer soldado que, caracterizado con una espada, sería el encargado de decapitar a la santa temiendo, como recoge Vorágine, “que los milagros se repitieran y se repitieran también las conversiones masivas [el milagro de la conversión de cinco mil hombres al cristianismo]”.

Olibrio encarga la decapitación de Santa Marina
Los dos tercios superiores de la bóveda de cuarto de esfera absidal de Santa Marina de Sacramenia quedaron reservados para la representación de una composición que tuvo como protagonista a Cristo en majestad (su efigie esta arruinada por una extensa laguna pictórica en la que apenas se distingue su nimbo dorado), una categoría que se traduciría en el magno tamaño que estimo tuvo su efigie a juzgar por la gran dimensión de la laguna pictórica que lo arruina y en la centrada posición que ocupaba en la citada bóveda. Aunque los vestigios pictóricos conservados impiden concretar a qué tipo iconográfico pertenecería la nimbada y sedente efigie de Cristo (aún se aprecia la mandorla que lo encerraba), la sola conservación del Tetramorfos y la no inclusión de un repertorio pictórico habitualmente asociado al tipo iconográfico de Cristo haciendo ostensión de las llagas de Pasión (me refiero a los ángeles portando las arma christi o tocando las tubae llamando al juicio) sugerirían, a mi parecer, su originaría pertenencia a los patrones iconográficos dominantes en las composiciones que buscaban encumbrar la segunda visión apocalíptica como referencia al final de los tiempos. De ser correcta esta interpretación, cimentada en una variante iconográfica enraizada en el período románico y perpetuada a lo largo de los siglos XIII, XIV e incluso XV, Cristo en majestad estaría bendiciendo con su mano derecha, al tiempo que sosteniendo un orbe con su mano izquierda. Escoltando su colosal efigie, el autor ubicó a los símbolos de los cuatro evangelistas, de los cuales tan solo se han conservado los dos seres vivientes que fueran en origen representados a la izquierda de Jesús (a la derecha del espectador). La identificación de ambos vivientes, representados con nimbos y alas, con el toro de San Lucas, abajo, a la derecha y, a buen seguro, con el águila de SanJuan, arriba, a la derecha, permitiría sugerir la primitiva disposición del Tetramorfos con arreglo a la tradicional ordenación anotada por Reáu: arriba, a la izquierda, el hombre de San Mateo; abajo, a la izquierda, el león de San Marcos; arriba, a la derecha, el águila de San Juan y abajo, a la derecha, el toro de San Lucas.

Cristo en majestad rodeado del Tetramorfos

CATALOGACIÓN ESTILÍSTICA E ICONOGRÁFICA.
A diferencia de otros conjuntos murales recogidos en este estudio, el programa pictórico cuyo análisis me ocupa conserva una inscripción que lo fecha en los años 30 del siglo XV (1436), momento en que las mangas perdidas que caracterizan a la vestimenta de Olibrio en la última escena alcanzaron una extraordinaria fortuna.
Con todo, el mural evidencia un cierto poso retardatario visible en la restringida paleta cromática utilizada para componer los atuendos de las figuras, en la cierta rigidez corpórea y gestual de las efigies, o en el empleo de fondos neutros (están cubiertos por “una especie de lirio o flor de lis” que parece se repite de forma asidua) y, por ende, en la ausencia de referencias espaciales. Estos rasgos se contraponen, no obstante, a otros más audaces como: la pretensión por evocar una cierta sensación de profundidad mediante la superposición de los pies de algunos personajes, así como las garras del dragón y las pezuñas del toro de San Lucas sobre los renglones que comprenden la franja horizontal en la que se narra la vida de Santa Margarita. Con todo, dicho mural, concebido en los años 30 del siglo XV, se ajusta a presupuestos estilísticos internacionales que apenas tuvieron resonancia.

UNA ESCAPADA "EXPOSITIVA" A MADRID: "Faraón. Rey de Egipto", "Redescubriendo el Mediterráneo" y "Dorothea Tanning"

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Con motivo de la Navidad me gustaría recomendaros un plan muy interesante. Se trata de una visita a Madrid para ver la serie de magníficas exposiciones que actualmente alberga. Son legión, por lo que tan solo hablaremos de tres de ellas que además están próximas a acabar, sin embargo no podéis perderos otras como la del pintor gótico Bartolomé Bermejo en el Museo del Prado, la del pintor neoclásico-romántico Rafael Tegeo en el Museo del Romanticismo, la de Banksy en la Feria de Madrid, la titulada "París pese a todo" en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia o la de la genial pintora Art-Déco Tamara de Lempicka en el Palavio Gaviria. La que no pienso recomendaros es la de Leonardo da Vinci, toda exposición sin dirección seria y científica no merece la pena.
 

FARAÓN. Rey de Egipto
CAIXA FORUM. Del 17 de octubre de 2018 al 20 de enero de 2019. Lunes a Domingo, de 10 a 20 h.
Faraón. Rey de Egipto explora el simbolismo y el ideario de la monarquía egipcia, al tiempo que se ocultan detrás de los objetos y de las imágenes que ha dejado como herencia esta antigua civilización.
A través de las estatuas y los monumentos, los faraones construían con esmero sus identidades, y proyectaban una imagen idealizada de sí mismos, bien como guerreros poderosos, proyectores de Egipto contra sus enemigos, bien como adoradores fervientes de los dioses, intermediarios entre ellos y el resto de la humanidad. Tras estas representaciones de la realiza, sin embargo, la realidad era mucho más compleja.
 
Cabeza del faraón Mentuhotep II. Arenisca. Dinastía XI. Hacia 2055-2004 a.C.
Paleta de Narmer. Limolita. Dinastía I. Hacia 3100-2890 a.C.
Capitel de Hathor. Granito rojo. Dinastía XXII (reinado de Osorkon II). Hacia 874-850 a.C.
Los gobernantes de esta tierra no fueron siempre hombres: la famosa reina Hatshepsut, por ejemplo, rigió los destinos de Egipto como faraón entre c. 1472 y 1458 a.C., aunque en los monumentos oficiales apareciera representada casi siempre como un hombre. Tampoco eran siempre egipcios, los faraones: en épocas de inestabilidad política y guerra civil, Egipto fue conquistado por potencias extranjeras, y gobernado por monarcas que rivalizaban entre sí, como los kushitas de Nubia (el norte del actual Sudán), que una vez dueños del país formaron la Dinastía XXV (c. 716.-656 a.C.).
Al margen de su origen, o de que fueran hombres o mujeres, los monarcas se definían mediante la adopción de símbolos reales; así, por ejemplo, inscribían sus nombres en cartuchos, o llevaban en la frente el ureo, una figura de cobra erguida. Si bien algunos faraones fueron objetos de veneración –como Tutmosis III, que dio su máxima extensión al imperio egipcio, o Amenhotep I, que tras su muerte fue adorado como un Dios–, otros se vieron condenados al olvido. Fue el caso de Akhenaton, causante de un profundo trastorno religioso al introducir el culto al disco solar Atón como único dios nacional.
Babuino en cuclillas. Cuarcita roja. Dinastía XVIII (reinado de Amenhotep III). Hacia 1390-1352 a.C.
Relieve del faraón Osorkon II procedente del portal de su Fiesta Sed. Granito rojo. Dinastía XXII. Hacia 874-850 a.C.
Relieve con la representación de una princesa del faraón Akhenaton. Arenisca. Dinastía XVIII (reinado de Amenhotep IV/Akhenaton). Hacia 1352-1336 a.C.
Los objetos expuestos reflejan la diversidad consustancial a la monarquía egipcia. Junto a estatuas monumentales, bellos relieves en piedra de antiguos templos  relucientes joyas de oro, la exposición presenta objetos menos habituales: las incrustaciones de colores que se usaron para decorar el palacio de un faraón, por ejemplo, nos da un atisbo de cómo se vivía en la corte real; las misivas grabadas en escritura cuneiforme sobre tablillas de arcilla dan fe de la intensa actividad diplomática entre Egipto y Babilonia durante la Dinastía XVIII (c. 1550-1295 a.C.); el arco de madera de uno de los comandantes militares del faraón nos habla de lo importante que era contar con un ejército fuerte para mantener la seguridad de las fronteras del país; un papiro que deja constancia de un juicio por robar en un templo, y las imágenes de gobernantes persas, griegos y romanos que actuaron como faraones, nos recuerdan, cada uno a su manera, los múltiples retos que entrañaba gobernar una de las mayores civilizaciones que ha conocido el mundo.
Estatua del funcionario de la corte Senenmut con la princesa Neferure. Granodiorita. Dinastía XVIII (reinado de Hatshepsut). Hacia 1472-1458 a.C.
Estatua del funcionario del gobierno Sennefer. Granodiorita. Dinastía XVIII (reinado de Tutmosis III). Hacia 1479-1425 a.C.


REDESCUBRIENDO EL MEDITERRÁNEO
FUNDACIÓN MAPFRE. Del 10 de octubre de 2018 al 13 de enero de 2019. Lunes: 14 a 20 h. Martes a Sábado: 10 a 20 h. Domingos y festivos: 11 a 19 h.
"Redescubriendo el Mediterráneo". Viajar es un impulso anclado en el imaginario colectivo de todos los pueblos del Mediterráneo desde hace miles de años. Se trata no solo de un viaje físico, también mental, hacia una tierra prometida que llenará al viajero de experiencias, hacia un paraíso terrenal visto a menudo como la emulación de la Arcadia. En el paso del siglo XIX al XX se produjo en Europa un redescubrimiento del mar, y en concreto del Mediterráneo, que no se había dado hasta el momento, y que trasciende el ámbito estético.
La exposición realiza un recorrido por esa pintura que, en el cambio de siglo, y con sus distintas peculiaridades, convirtió el Mediterráneo en motor de renovación del arte. Un modo de reconciliar la mirada al pasado con un presente cambiante y lleno de contradicciones, en nombre de un clasicismo que se inscribe por derecho propio en la modernidad. De una manera u otra, los artistas presentes en la muestra adoptaron el Mediterráneo, sus aguas y su cultura como uno de los motivos principales de sus composiciones, marcando un momento decisivo dentro de la evolución del arte y deleitándose en un instante de armonía, de paz y de belleza en el curso de las tantas veces atormentada historia del arte moderno.
 
JOAQUÍN TORRES GARCÍA. Apolo y dos ninfas (1914)
JOSEP CLARÀ. La Diosa (1910-1911)
JOAQUÍN SOROLLA. Clotilde y Elena en las rocas (1905)
Siguiendo este hilo conductor, la muestra se abre con España, donde el litoral mediterráneo es, en ocasiones, mero espacio natural que acoge a los artistas locales en sus salidas a pintar al aire libre. Un lugar para el trabajo pero también, y sobre todo, para el placer, para el baño y los niños jugando y corriendo por la playa; es el caso de la pintura de Joaquín Sorolla, Cecilio Pla o Ignacio Pinazo. Sin embargo, nacer en el Mediterráneo también parecía proporcionar unas marcadas señas de identidad. Así lo entendió en Cataluña el Noucentisme, con Joaquín Torres-García y Joaquim Sunyer a la cabeza, creando incluso un ideario y una imagen nacional basada en paisajes tranquilos y equilibrados, en una vida sencilla y natural que se quería heredera de la Antigüedad inmutable.
 
SALVADOR DALÍ. Bañistas de Es Llaner (1923)
PAUL SIGNAC. L´entrée du port de Marseille (1911)
PAUL SIGNAC. Saint-Tropez. Les pins parasols aux Canoubiers (1897)
PAUL CÉZANNE. Château Noir (1905)
VINCENT VAN GOGH. Les roulottes, campement de bohémiens aux environs d´Arles (1888)
La visión de este mundo idealizado en los artistas catalanes Joaquim Mir o Hermen Anglada Camarasa durante sus estancias en Mallorca se aproxima más, en cambio, a la de los pintores franceses. La isla se convierte en un símbolo de esa Arcadia que tanto anhelan, pero también en un espacio en el que experimentar con los colores puros, dejarse seducir por la naturaleza salvaje y exuberante, buscar la luz clara que desvela los matices más ricos, los contrastes más sugerentes. Es, y lo podemos apreciar en otra sección de esta muestra, la misma experiencia de Monet a su llegada a Bordighera, como también la de Signac en Saint-Tropez o de Derain en L´Estaque, del Braque de antes del cubismo, de Renoir en Les Collettes o de Pierre Bonnard en Le Cannet. Para los italianos, con los que continúa el recorrido expositivo, el Mediterráneo parece más bien una idea, un concepto que preside la manera de pintar. Sea cual sea el tema, el Mediterráneo como reencuentro con el clasicismo y las propias raíces parece guiar la mano de artistas como Giorgio de Chirico, Carlo Carrá o Massimo Campligi.
 
CHARLES CAMOIN. Port de Marseille (1904)
OTHON FRIESZ. Femme à la chaise longue (1907)
JOSEP DE TOGORES. Couple à la page (1922)
MASSIMO CAMPIGLI. Le spose dei marinai (1934)
Tanto la obra de Matisse como la de Picasso, con quienes se cierra la exposición, aglutinan aspectos de los pintores anteriormente citados, como si con ellos el Mediterráneo llegara a su culminación. Por un lado, la placidez que transmiten las composiciones de Matisse, con su gusto por la pintura y por la vida. Por otro, la ambivalencia de las obras de Picasso: narrativas algunas, también clásicas y primitivas a un tiempo, en ellas se muestra toda la agresividad y la melancolía del artista, en permanente desafío creativo y vital. Mientras Matisse celebra la naturaleza, Picasso parece no encontrar reposo y alterna estilos, buscando, sin hallarlo, el deleite de la pintura. Y en esta dialéctica que habita en el seno del clasicismo, de un lenguaje al que los artistas vuelven una y otra vez mientras se abren a la modernidad.
 
JULIO GONZÁLEZ. Montserrat criant nº 2 (1936-1940)
PABLO PICASSO. Tête de femme (1957 y 1962)
PABLO PICASSO. La Baie de Cannes (19 de abril al 9 de junio de 1958)
HENRI MATISSE. Nature morte aux grenades (noviembre de 1947)


DOROTHEA TANNING. Detrás de la puerta, invisible, otra puerta
MUSEO NACIONAL REINA SOFIA. Del 3 de octubre de 2018 al 7 de enero de 2019. Lunes a Sábado y festivos, de 10 a 21 h.
Dorothea Tanning. Detrás de la puerta, invisible, otra puerta, la primera gran retrospectiva de la surrealsta americana Dorothea Tanning (1910-2012), incluye más de ciento cincuenta obras realizadas por la artista entre 1931 y 1997. La exposición presenta sus sesenta años de carrera e ilustra el lugar central que Tanning ocupó en la vanguardia internacional. Como surrealista prominente animó al espectador a mirar más allá de lo obvio, escribiendo: "Pretendía llevar al observador hasta un espacio donde todo se oculta, se revela, se transforma súbita y simultáneamente; donde se puede contemplar una imagen nunca vista hasta ahora". Sin embargo, Tanning también trazó direcciones nuevas y distintas al surrealismo, retratando invariablemente a la mujer como una fuerza activa, creadora.
 
Birthday (1942)
Maternity (1946-1947)
The Philosophers (1952)
Musical Chairs (1951)
Eine Kleine Nachtmusik (1943)
La exposición, organizada en ocho secciones temáticas, se abre con un delicado Self-Portrait(Autorretrato, 1936) realizado a lápiz, y concluye con un autorretrato final, Woman Artist, Nude, Standing (Mujer artista, desnuda, de pie, 1985-1987). Sin embargo, el arte de Tanning trasciende lo biográfico, dialogando con una amplia gama de fuentes literarias, que van desde las novelas de Anna Radcliffe y Horace Walpole hasta los poemas de Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud, así como los debates de su círculo surrealista en Estados Unidos y Francia. A partir de estos objetos de interés, Tanning destila el simbolismo del motivo de la puerta y de su poder para dividir o destruir el espacio público y el privado.
 
Lumiére du foyer (1952)
Diseño de escenario para The Witch, ballet de John Cranko (h. 1950)
Emma (1970)
Chambre 202, Hôtel du Pavot (1970-1973)

DE BELENES POR VALLADOLID

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Para acabar este año 2018 quiero proponeros una lista de belenes que aún podéis visitar en Valladolid en lo que resta de Navidad. Ni están todos los que son, ni son todos los que están. Son tantos los belenes que han proliferado últimamente en iglesias y salas de las exposiciones que no me ha dado tiempo a verlos y fotografiarlos todos. Así, los que veréis a continuación son:

BELÉN BÍBLICO DE LA COFRADÍA PENITENCIAL DE NUESTRA SEÑORA DE LAS ANGUSTIAS
Calle de las Angustias, 8. Se encuentra en el Salón de Pasos de la cofradía, y se puede visitar hasta el 6 de enero: de 12 a 14 h. y de 18 a 21 h.


BELÉN MONUMENTAL DE LA DIPUTACIÓN DE VALLADOLID
Calle de las Angustias, 44. Se encuentra en la Sala de Exposiciones de la Diputación (Palacio de Pimentel). Este año está ambientado en los “pueblos azules” de Marruecos. Horario: de lunes a domingo de 11 a 14 h. y de 17 a 21 h. Cerrado el 1 de enero.


BELÉN DE LA COFRADÍA PENITENCIAL DE LA SANTA VERA CRUZ
Cuenta con el interés de que el Nacimiento se ubica en una reproducción de la propia iglesia de la cofradía y que entre el pueblo figura la fachada del desaparecido Convento de San Francisco, cenobio en el que nació la cofradía.


BELÉN DEL MONASTERIO DE SAN BENITO EL REAL
Calle de San Benito, 5. Horario: de lunes a domingos de 10 a 13 h. y de 18:30 a 21:30 h.
 


BELÉN MONUMENTAL DEL MONASTERIO DE SAN JOAQUÍN Y SANTA ANA
Plaza de Sana Ana, 4. Realizado por la Asociación de Belenistas de Valladolid. Horario: de miércoles a lunes de 10 a 14 h. y de 17 a 20 h.


BELÉN BÍBLICO DE LA PARROQUIA DE SAN LORENZO
Calle Pedro Niño, 2. Uno de los belenes más bellos y con mayor solera de los que se instalan en Valladolid. Realizado por la familia Trebolle Lyz. Se puede visitar de lunes a domingo de 12 a 20:30 h.
 


COLECCIÓN DE BELENES EN EL ORATORIO DE SAN FELIPE NERI
Entrando por el atrio del Oratorio, sito en la calle Regalado, se accede a la Sala de la Congregación, lugar en el que se ha instalado una colección de belenes propiedad de la familia Iglesias Valle. Les hay de todo tipo, material y procedencia.
 


BELÉN MONUMENTAL DE LA ASOCIACIÓN BELENISTA CASTELLANA
Calle Santiago, 22. En la iglesia de las Comendadoras de Santiago, actualmente Sala de Exposiciones Municipal de “Las Francesas” se ha instalado este monumental belén que refleja los paisajes propios del próximo Oriente. Horario: de martes a domingo de 12 a 14 h. y de 18:30 a 21:30 h. Es quizás el Belén más visitado de la ciudad año a año, con alrededor de 40.000 visitantes.


BELÉN DEL COLEGIO DE SAN JUAN BAUTISTA DE LA SALLE
Calle Santuario, 7. Uno de los más conocidos de la ciudad y también de los más importantes para mí puesto que fue mi colegio. Realizado por la A.P.A. del Colegio, cada año se realiza con una temática, este año toca “el bosque encantado”. Horario: laborales de 18 a 21 h; domingos y festivos:  de 12 a 14 h. y de 18 a 21 h.


BELENES DEL PALACIO REAL
Plaza de San Pablo, 1. El Palacio Real nos trae, como cada año, una buena cantidad de belenes. Así, la exposición de Belenes propiamente dicha se ubica este año en el maravilloso patio renacentista. A estos hemos de añadir el que acoge el pozo del patio y el de la garita de entrada al palacio. Por si fuera poco, en el interior también hayamos una colección de Niños Jesús propiedad de la familia Iglesias Valle. Horario: de lunes a domingo de 12 a 14 h. y de 18 a 20 h.
 

BELÉN NAPOLITANO DEL MUSEO NACIONAL DE ESCULTURA
Calle Cadenas de San Gregorio, 1. En el Palacio de Villena se haya instalado el maravilloso Belén Napolitano del Museo Nacional de Escultura. No necesita presentación pues se trata de uno de los más bellos y antiguos conservados en España. Este Belén lo hemos tratado dos veces en el blog, tanto cuando se encontraba en su anterior ubicación, como en la actual. Horario: de martes a sábado de 10 a 14 h. y de 16.:30 a 21 h; domingos y festivos de 11 a 14 h.
 

EXPOSICIÓN. "Lo mejor de los nuestros. Luz y Paciencia en los Premios Castilla y León de las Artes"

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Desde el 13 de diciembre del pasado año hasta el 28 de febrero del presente se puede visitar en la iglesia del Monasterio de Nuestra Señora de Prado, espacio sugerente (y poco conocido para el público en general) donde los hay, la exposición “Lo mejor de los nuestros. Luz y Paciencia en los Premios Castilla y León de las Artes”, en la que se muestra un recorrido por todos los artistas agraciados con este premio desde su creación. Entre ellos destacan nombres de escultores tan importantes como Baltasar Lobo o Venancio Blanco, o de pintores tan internacionales como Esteban Vicente, miembro de la primera generación neoyorquina del Expresionismo abstracto. La muestra se puede visitar en horario de Martes a Domingo de 11 a 14 h. A continuación inserto el texto que ha compuesto para la exposición el comisario de la misma, Fernando García Malmierca.
 
ANA JIMÉNEZ. Doña Juana (1981)
JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ CUASANTE. Figuras (1977)
JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ CUASANTE. Salón rojo (1993)
Como decía Antonio Machado, hay dos modos de conciencia: una es luz, y otra, paciencia.
El motivo de esta exposición es reunir a todos los premios de Castilla y León de las Artes en su modalidad de artes plásticas. El recorrido es un camino por la memoria a través de nuestros artistas, desde el primer premiado Juan Manuel Díaz-Caneja en 1984 han transcurrido treinta y cuatro años y precisamente en 2019 se cumple el 30 aniversario del fallecimiento del pintor.
A la hora de recopilar y reunir la obra de los autores premiados desde los años ochenta a la actualidad, veremos distintas tendencias artísticas: figuración, abstracción, informalismo, expresionismo, etc. Pero lo importante es rastrear el alma, ese punto de cohesión que recorre una región tan extensa, con tantas referencias culturales y con una historia tan rica como la reflejada en la muestra que presentamos.
 
ESTEBAN VICENTE. Melody (1993)
ESTEBAN VICENTE. Espacio (1999)
JUAN MANUEL DÍAZ-CANEJA. Nube blanca (1986)
A pesar del peso de la historia, nuestros artistas no se han quedado anclados en el pasado, en la tradición, han sabido renovarse, conservando, eso sí, el modus operandi, la paciencia, que da una mejor visión de conjunto, el trabajo bien hecho y el sello de lo meditado y lo reposado a conciencia.
A la hora de comisariar esta exposición, enseguida surgió el tema de lo heterogéneo de la misma, a la vez de la dificultad de reunir, por primera vez, la obra dispersa por toda Castilla y León y otras comunidades, de dieciocho artistas, pero en realidad es mucho lo que los une: su calidad formal y su factura impecable, con fuertes raíces en la tradición, más sin renunciar a la investigación y evolución formal y conceptual.
Si algo puede definir el espíritu, tanto artístico como existencial de Castilla y León, es esa dualidad que hace fluctuar el espíritu entre la grata iluminación, la chispa creativa, y el constante empecinamiento en el esfuerzo, la entrega, lucha solitaria y el amor al trabajo, que aunque sea ingrato lleva a arrancarle resultados a las Musas.
 
JOSÉ MARÍA MEZQUITA GULLÓN. Mesa verde (1992-1993)
BALTASAR LOBO. Torso (1958)
MODESTO CIRUELOS. Abstracción (1957)
VENANCIO BLANCO. Guerrero de Riace (1981)
Nuestros artistas han vivido los movimientos más punteros de las Vanguardias, la abstracción y el arte contemporáneo en general, pero teniendo siempre en cuenta sus raíces y su alma vinculada a la tierra, esta tierra de soñadores que tantas veces han tenido que irse lejos para encontrar su horizonte.
Los premios no lo son todo, pero son un indicio sobresaliente de lo que hay, del pulso creativo que subyace y a la vez permite que se articulen grandes figuras del arte.
En el acervo cultural castellano y leonés tenemos enormes figuras literarias, artísticas y del mundo de la cultura en general, a la vez su obra es sólida, trabajada, cincelada con esfuerzo y responsabilidad. Nuestros artistas no son tal vez tan mediáticos, pero podemos decir que duran en el tiempo, hacen trabajos sólidos que no se llevan los vientos de la moda.
 
JOSÉ VELA ZANETTI. Bodegón (1956)
ALBERTO BAÑUELOS FOURNIER. Del espacio C nº 5, Luna (1999)
ÁGUEDA DE LA PISA. Exhaustiva vigilia (1989)
CRISTÓBAL GABARRÓN. Serie Palma 41 (1992-1995)
JOSÉ SÁNCHEZ-CARRALERO. Vísperas II (1994)
La historia de los premios se remonta a los años ochenta del siglo XX, una época de gran ebullición de las artes y en la cultura en general, el honor del premio ha correspondido a figuras tan determinantes dentro del arte contemporáneo como Baltasar Lobo, amigo e interlocutor de Picasso, Díaz-Caneja, gran amante del paisaje castellano con sus múltiples interpretaciones, Vela Zanetti, que realizó el mural sobre La Paz para la ONU; Esteban Vicente, sensibilidad y matices cromáticos, con una gran trayectoria internacional o un Venancio Blancoenraizado en la cultura popular, así como Castilviejo, gran amante de nuestras raíces y sus gentes, Ana Jiménez y su investigación orgánica y existencial.
También José María Mezquita y sus obras en constante evolución, Cuasante, investigador formal de enorme sensibilidad o el escultor Alberto Bañuelos y su trayectoria hacia la geometría y la abstracción en sus formas cada vez más depuradas. Nuestros entrañables Gabarrón, con su interés sobre la multiculturalidad y el olimpismo o Luis Sáez Díaz con sus espacios oníricos. No podemos dejar de mencionar a José Núñez Larraz, auténtico maestro de generaciones de fotógrafos, nuestro Ángel Mateos que fue capaz de crear esas formas tan sugerentes en hormigón y otros materiales punteros para el arte. Enrique Seco San Esteban y su particular visión de nuestro entorno cotidiano y las costumbres más arraigadas. Águeda de la Pisa con sus formas puras y colores sutiles. También José Sánchez-Carralero y su fuerza expresiva aplicada a una tradición en continua evolución o Modesto Ciruelos y su trascendental trayectoria internacional.
JOSÉ SÁNCHEZ-CARRALERO. Urueña (2007)
JOSÉ SÁNCHEZ-CARRALERO. Por tierras de Valladolid (1998-2000)
JOSÉ MARÍA CASTILVIEJO. Casas de pueblo (S/D)
JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ CUASANTE. Tren rojo (1993)
JOSÉ MARÍA CASTILVIEJO. Estibador (S/D)



LAS CABEZAS DE SANTOS DECAPITADOS EN LA HISTORIA DEL ARTE

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Una de las iconografías más truculentas, a la par que atractivas, del Barroco español fue el de las “Cabezas de santos degollados”. Si queréis ver este artículo en PDF, lo tenéis pinchando aquíEl origen de este tipo de representaciones aconteció durante la alta Edad Media con el hallazgo de la reliquia de la cabeza de San Juan Bautista. A lo largo de los siglos decenas de iglesias, conventos y catedrales repartidas por toda Europa, y parte de Asia, han querido probar que la reliquia (el cráneo completo del santo) que ellos poseían era la verdadera, sin embargo parece que las dos que cuentan con más probabilidades de ser las auténticas son las de la iglesia de San Silvestro in Capite de Roma (se halla allí desde el pontificado de Inocencio II en el siglo XII) y la de la catedral de Amiens (desde 1206). La representación de la cabeza cortada del Bautista como tema independiente surge durante la época bizantina y cobró un vigor inusitado a finales de la Edad Media con infinitos ejemplares en Alemania, Inglaterra y Países Bajos. Aunque durante el Renacimiento se siguió cultivando esta temática, fue durante el Barroco cuando alcanzó nuevos bríos, pero esta vez en Italia y España.
JUAN ALONSO VILLABRILLE Y RON. Cabeza de San Pablo (1707). Museo Nacional de Escultura
La motivación que llevó a un hombre medieval y a uno del Barroco a representar la cabeza del Bautista fue distinta. Así, se piensa que en la Edad Media se utilizó como ofrenda votiva, y se creía que su simple vista ayudaba a paliar las enfermedades de cabeza y del cuello. Además a la propagación de esta iconografía contribuyó el auge general del culto a las reliquias y el debate existente por entonces acerca de la verdadera ubicación de la cabeza del Bautista. También durante el Barroco la propagación de esta iconografía se debió en buena parte al uso de las reliquias propugnado por el Concilio de Trento (1545-1563), que también habló sobre la conveniencia de utilizar imágenes como recurso para convertir, persuadir, conmover y estimular la práctica de la piedad. Asimismo, desde la Contrarreforma, en España se buscó acrecentar la piedad religiosa mediante la muestra de las escenas de la Pasión de Cristo, y de los pasajes místicos y de los martirios de los santos, y, además, de la manera más realistas posible, para de esta manera excitar las emociones de los fieles y conmoverles.
 
Relicario de la cabeza de San Juan Bautista. Catedral de Notre Dame. Amiens
Esta iconografía de la cabeza de San Juan Bautista sobre un plato, que como hemos visto comenzó a desarrollarse fundamentalmente en Alemania, recibe el nombre deJohannesschüssel y se desarrolló entre el siglo XIII y principios del siglo XVI, pasando posteriormente su centro de acción, durante el Renacimiento y Barroco a Italia y España, países en los que durante el Barroco, estas cabezas tomarían un significado diferente. A pesar de los cientos de ejemplares de este tipo que se conservan en Alemania y el norte d Europa, se piensa que el ejemplar más antiguo conservado es el que posee la catedral de Naumburg (ca. 1210-1220). También, por su calidad, merece ser reseñada la Cabeza de San Juan Bautista (1480) atribuida al círculo de Niclaus Gerhaert van Leyden y conservada en el Central Slovak Museum de Banská Bystrica (Eslovaquia).
 
ANÓNIMO. Johannesschüssel (ca. 1210-1220). Catedral de Naumburg
Ya durante el Barroco se amplió la nómina de santos decapitados. Así, a la cabeza del Bautista se unió la de San Pablo, y también la de otros santos menos comunes, como San Anastasio. Una modalidad diferente presentan los llamados “Santos Cefalóforos”, que son aquellos santos y mártires degollados o decapitados que llevan su cabeza entre las manos. Quizás los más conocidos sean San Dionisio de París, San Nicasio de Reims, San Lamberto de Zaragoza, la portuguesa Santa Quiteria o el burgalés San Vítores.

REPRESENTACIONES
Como no puede ser de otra forma, las cabezas nos muestran un semblante dramático en el que el sufrimiento del santo ha quedado inmortalizado. El impacto emocional que provocaba en el espectador, y el sentido de captación del instante hicieron de esta iconografía un tema predilecto del Barroco. Por lo general estas cabezas, ya estuvieran realizadas en madera o en barro cocido, van dispuestas sobre atriles dentro de escaparates. La cercana contemplación a la que serían sometidas obligaba al escultor a trabajar con minuciosidad para alcanzar un extremado realismo y patetismo, que aún se verían incrementados por el uso de la policromía –se utilizan colores verdosos o violáceos en el rostro para señalar el reciente óbito del santo, y regueros de sangre por el cuello– y de determinados postizos en dientes y ojos. Las carnes presentan un blando modelado que ofrece una perfecta captación de la piel y sus sinuosidades. También están trazadas con sumo virtuosismo las barbas y cabelleras. Suelen aparecer con las bocas abiertas, estando en la mayor parte de las ocasiones completamente horadadas, de suerte que el escultor ha tallado los dientes, la lengua, el paladar y casi hasta la campanilla. El dramatismo, y el consiguiente dolor sufrido por el santo en el momento del martirio, quedan patentes en la boca abierta, en los ojos angustiados y en el entrecejo arrugado. Sin embargo, el detalle más impactante es el cuello seccionado ya que se efigia con exacerbado realismo el interior del cuello, simulando los músculos, la columna vertebral, la tráquea y el esófago.
San Juan Bautista y San Pablo aparecen claramente diferenciados. Así, el Precursor es efigiado con piel tersa y amplias cabelleras castañas u oscuras que despliegan sus guedejas por la bandeja sobre la que posa la cabeza, llegando en ocasiones a convertirse en la versión sacra de la Medusa. Por su parte, San Pablo muestra una cara alargada con una amplia calva en la frente, y pelo y barba de tonos grisáceos. Asimismo, les diferenciará el lugar sobre el que asientan las cabezas, una bandeja en el caso del Bautista y un fondo rocoso en el de San Pablo.

ANDRÉS DE RADA. Degollación de San Juan Bautista (1579). Monasterio de San Quirce. Valladolid.
Escuela castellana
En el área vallisoletana, el ejemplar más antiguo que conservamos de esta tipología es la Cabeza de San Juan Bautista (ca. 1545. Museo Diocesano, Valladolid) que ejecutó Juan de Juni (1506-1577) para el relicario de la Cartuja de Aniago. En ella el escultor francés copia la cabeza del Cristo del Santo Entierro que él mismo había tallado para el Convento de San Francisco de Valladolid. La cabeza no tiene bandeja, o la ha perdido, aunque suple su función sustentadora las amplias masas rizadas de la cabellera.
El siguiente ejemplar destacable, cronológicamente hablando, es la cabeza que forma parte del “paso” procesional de la “Degollación de San Juan Bautista” (1579. Monasterio de San Quirce, Valladolid) que la Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de la Pasión encargó al escultor Andrés de Rada. El motivo de este encargo es que la cofradía se encontraba bajo el patronazgo del Precursor debido a que su fin primordial era la asistencia a los condenados a muerte y su posterior entierro. Esta cabeza, que reposa sobre una bandeja, posee la particularidad de que tiene tallado el cuerpo completo del Precursor, que aparece arrodillado, con el cuello seccionado y las manos orantes.

ÁNÓNIMO. Cabeza de San Juan Bautista (siglo XVIII). Monasterio de las Huelgas Reales. Valladolid
FELIPE ESPINABETE. Cabeza de San Pablo (1778). Convento de San Pedro Mártir. Mayorga de Campos (Valladolid)
Ya en el siglo XVIII nos encontramos con la obra cumbre de esta temática, la Cabeza de San Pablo (1707. Museo Nacional de Escultura, Valladolid) que esculpió Juan Alonso Villabrille y Ron (1663-1732) para la capilla de las reliquias del Convento de San Pablo de Valladolid; y con el escultor que hizo de esta iconografía uno de sus motivos de ser. Se trata de Felipe Espinabete (1719-1799), a quien hemos llegado a relacionar con, al menos, doce cabezas (ocho documentadas y cuatro atribuidas) tanto de San Juan Bautista como de San Pablo. En todas sus cabezas Espinabete acostumbraba a firmar, detalle que nos revela a un escultor seguro de su talento. Estos encargos estuvieron motivados por la existencia, según Urrea, “de una clientela que aspiraba a poseer réplicas originales de la espléndida y espectacular cabeza de San Pablo”, realizada por Villabrille y Ron. Espinabete comenzó con la Cabeza de San Pablo (1760. Monasterio de Nuestra Señora de Prado, Valladolid) conservada en el Museo Nacional de Escultura, que es una copia sin concesiones de la de Villabrille y Ron, motivo que llevó a Martín González a tacharle de “secuaz del madrileño”. A esta siguieron diversos ejemplares de la Cabeza de San Juan Bautista para la iglesia de San Andrés de Valladolid (1773), para la parroquial de San Juan Bautista de Santibáñez del Val (Burgos) (1774), y para el Monasterio de la Santa Espina (1779). Asimismo, talló una pareja de Cabezas de San Juan Bautista y San Pablo(1778) para el Convento de Nuestra Señora de la Laura de Valladolid, tras el cierre del cual en la década de 1990 la primera marchó al Monasterio de Sancti Spiritus de Toro (Zamora) y la segunda al Convento de San Pedro Mártir de Mayorga de Campos (Valladolid). Otro par de Cabezas de San Juan Bautista y San Pablo se conservan en el Convento de las Mercedarias Descalzas de Toro (Zamora) (1778). Además, se le atribuyen cuatro Cabezas de San Pablo en el Museo de San Francisco de Medina de Rioseco (Valladolid), en la iglesia del Salvador de Tiedra (Valladolid), en la parroquia de Fuente de Santa Cruz (Segovia), y en el Monasterio de Santo Domingo el antiguo de Toledo; las dos primeras están modeladas en barro cocido.

FELIPE ESPINABETE. Cabeza de San Juan Bautista (1733). Iglesia de San Andrés. Valladolid

Escuela andaluza
El primer ejemplar importante conservado en Sevilla, es la Cabeza de San Juan Bautista (1591. Museo de Bellas Artes de Sevilla) que talló en terracota el escultor manierista abulense Gaspar Núñez Delgado (1551-1617), maestro de Martínez Montañés, basándose en el modelo juniano. Más inclinado al Naturalismo se nos muestra el genial Juan de Mesa (1583-1627) en su Cabeza de San Juan Bautista(ca. 1625. Catedral de Sevilla), en la cual realiza una versión dramática y de acusado realismo. Una versión muy curiosa es la que nos ofrece el Ángel con la cabeza de San Juan Bautista del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires (Argentina), una obra realizada en barro cocido atribuida a Alonso Cano (1601-1667), donde la cabeza aparece sobre un paño que porta un ángel lloroso. Ya de finales de la centuria son las impresionantes Cabezas de San Pablo y San Juan Bautista (finales del siglo XVII) que, atribuidas a Luisa Roldán “La Roldana” (1652-1706), se custodian en la Hispanic Society of America, de Nueva York (Estados Unidos).

JUAN DE MESA. Cabeza de San Juan Bautista (ca. 1625). Catedral. Sevilla
GASPAR NÚÑEZ DELGADO. Cabeza de San Juan Bautista (1591). Museo de Bellas Artes. Sevilla
LUISA ROLDÁN. Cabeza de San Pablo (finales del siglo XVII). Hispanic Society of America. Nueva York
LUISA ROLDÁN. Cabeza de San Juan Bautista (finales del siglo XVII). Hispanic Society of America. Nueva York

Por su parte, la otra gran escuela andaluza, la granadina, cuenta con Torcuato Ruiz del Peral (1708-1773), uno de los escultores más interesantes del tardo barroco y que elaboró, al menos, dos Cabezas de San Juan Bautista para la catedral de Granada y para la iglesia de San Felipe Neri de Cádiz. Además, se le atribuyen otras dos en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, si bien una de ellas ha sido recientemente puesta en el haber con Villabrille por Jesús Urrea.

TORCUATO RUIZ DEL PERAL. Cabeza de San Juan Bautista (mediados del siglo XVIII). Museo Nacional de Escultura. Valladolid
TORCUATO RUIZ DEL PERAL. Cabeza de San Juan Bautista (mediados del siglo XVIII). Museo Nacional de Escultura. Valladolid

Escuela madrileña
Sin duda el escultor más descollante del Barroco madrileño fue el asturiano Juan Alonso Villabrille y Ron, de quien ya hemos señalado la Cabeza de San Pablo (1707) del Museo Nacional de Escultura de Valladolid. A este mismo artífice se atribuyen otros cuatro ejemplares. Urrea le asigna la Cabeza de San Juan Bautistade la iglesia parroquial de Aldeonte (Segovia) que ya había sido calificada como “de las mejores cabezas del arte español”; una Cabeza de San Juan Bautista del Museo Nacional de Escultura que se encontraba atribuida a Torcuato Ruiz del Peral; y otra Cabeza de San Juan Bautista que perteneció a la madrileña colección Peyronton. Finalmente, tendríamos la desaparecida Cabeza de San Anastasio que Elías Tormo mencionó detrás del tabernáculo de la capilla del Cristo de los Dolores de la V.O.T. de Madrid. Esta última es una efigie ciertamente dramática en la que la cabeza va cubierta con capucha y reposa sobre un fondo rocoso.

JUAN ALONSO DE VILLABRILLE Y RON. Cabeza de San Anastasio. Desaparecida

Resto de España
Para finalizar, no podíamos acabar este pequeño recorrido sin recordar las excelsas Cabezas degolladas de San Juan Bautista y San Pablo (José Ramírez de Arellano, ca. 1766-1769), de tamaño natural (30 cm) conservadas en la sacristía de la Virgen de la Basílica del Pilar de Zaragoza, cada una dentro de su urna y acompañadas por sus símbolos respectivos (cuchillo y espada).

JOSÉ RAMÍREZ DE ARELLANO. Cabeza de San Pablo (ca. 1766-1769). Basílica de Nuestra Señora del Pilar. Zaragoza. Fotografía tomada de https://maravillasdeespana.blogspot.com/2015/06/el-pilar-de-zaragoza.html

Apéndice
Además de esculturas aisladas también existieron otras, ya de bulto redondo ya de relieve, integradas física e iconográficamente en retablos o en otro tipo de construcciones dedicadas al Precursor. Así, podemos observar un relieve en piedra de la Cabeza de San Juan Bautistasobre una bandeja en los muros exteriores de Nuestra Señora de la Pasión de Valladolid (ca. 1577-1581). Ya de madera, y localizados en Sevilla, contamos con otros tres ejemplares. Se trata de los situados en los retablos dedicados al Bautista en los conventos de Santa Clara (Juan Martínez Montañés, 1614-1617), de San Leandro (Juan Martínez Montañés, 1621) y de Santa Paula (Felipe de Ribas, 1637). Finalmente, regresando a tierras castellanas, y más concretamente a la iglesia de San Juan Bautista de Arévalo (Ávila), observamos un relieve similar a los sevillanos, aunque de una calidad más modesta, en la línea de imposta de la curiosa puerta de acceso a la sacristía, en él la cabeza de San Juan Bautista (Anónimo, siglo XVIII) reposa sobre una bandeja rodeada de cueros recortados.

FELIPE DE RIBAS. Cabeza de San Juan Bautista (1637). Convento de Santa Paula. Sevilla
ANÓNIMO. Cabeza de San Juan Bautista. Iglesia de San Juan Bautista. Arévalo (Ávila)

BIBLIOGRAFÍA
  • ARELLANO AYUSO, Ignacio: “Cabezas cortadas y otros espectáculos: violencia, patetismo y truculencia en el teatro de Calderón”, Melanges de la Casa de Velázquez, Nº 44, 2014, pp. 199-213.
  • BAERT, Bárbara: “The Johannesschüssel as andachsbild: the gaze, the médium and the senses”. En CATRIEN SANTING, Baert y TRANINGER, Anita: Disembodied Heads in the Medieval and Early Modern Culture, Brill, Leiden-Boston, 2013, pp. 117-160.
  • BALADRÓN ALONSO, Javier: “El escultor Felipe Espinabete: nuevas atribuciones e hipótesis sobre su posible formación”, BSAA Arte, Nº 82, 2016, pp. 205-227.
  • BOLOQUI LARRAYA, Belén: Escultura zaragozana en la época de los Ramírez, 1710-1780, Ministerio de Cultura, Madrid, 1983, Tomo I, pp. 450-452.
  • GARCÍA CHICO, Esteban: Documentos para el estudio del arte en Castilla. 2, Escultores, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1941, p. 115.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: “Cabezas de santos degollados en la escultura barroca española”, Goya: revista de arte, Nº 16, 1957, pp. 210-213.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959, pp. 350-355.
  • PLEGUEZUELO, Alfonso: Dos cabezas cortadas atribuibles a Luisa Roldán en la Hispanic Sociey of América, Archivo Español de Arte, Nº 89, 353, 2016, pp. 29-42.
  • URREA, Jesús: “El escultor Felipe Espinabete (1719-1799)”. En REDONDO, José, BAZÁN, Pedro y GARCÍA, Antonio María: Tordesillas a través de su Semana Santa, Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 2000, pp. 119-122.
  • URREA, Jesús: “Entre Juan Alonso Villabrille y Ron y José Galbán. Notas sobre escultura madrileña del siglo XVIII”, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción., Nº 48, 2013, pp. 87-88.
  • VÁZQUEZ GARCÍA, Francisco: “Esculturas de Felipe Espinabete en San Martín de Arévalo”, Cuadernos de Cultura y Patrimonio. La Alhóndiga, Asociación de Cultura y Patrimonio, Nº 22, 2013.
  • YARZA LUACES, Joaquín: “Un San Juan Bautista degollado de Felipe de Espinabete en Santibáñez del Val (Burgos)”, Boletín del Seminario y Arte y Arqueología., Nº 38, 1972, pp. 560-562.
  • http://domuspucelae.blogspot.com/2013/08/theatrum-cabezas-cortadas-en-valladolid.html

EXPOSICIÓN: "Los Antimodernos. De Renoir a Torres García"

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“Los Antimodernos. De Renoir a Torres García” es la actual y atractiva propuesta expositiva que se exhibe entre el 18 de enero y hasta el 31 de marzo en la Sala Municipal del Museo de la Pasión. La exposición plantea un discurso que recorre las consecuencias estéticas de la crisis de 1900. La crisis de la Modernidad es el resultado del agotamiento de los valores y las esperanzas tradicionales, unido a la desorientación y la angustia de este periodo histórico. El nuevo arte, como defendió Ortega y Gasset, no es producto de una evolución sino de la ruptura.
 
PIERRE-AUGUSTE RENOIR. Femme et jeune fille dans un paysage (h. 1916)
RAMÓN CASAS. Invierno (1914)
RAMÓN CASAS. Descanso de los ciclistas (1896)
SANTIAGO RUSIÑOL. Caragolada de Rusinyol, Casas y Clarasó (1893)
JOAQUÍN SOROLLA. Desnudo en el diván amarillo (1912)
De esta manera, el espíritu de sus protagonistas es contrarrevolucionario. Como defiende Nietzsche, los auténticos fundadores de la Modernidad, sus representantes más eminentes son precisamente antimodernos. Tal y como postula Antoine Compagnon en su ensayo con el mismo título, los antimodernos son los modernos en libertad. Como el mismo autor recuerda, no es de extrañar que muchos de ellos se manifiesten en contra del progreso tecnológico o social, criticando, por ejemplo el sufragio universal o la emancipación de la mujer.
 
FRANCESC MIRALLES. Passeig vora el Bois de Boulogne, París (h. 1891)
JOAQUIM MIR. Las comparsas. Plaça de les Cols, Vilanova (h. 1926)
ALEJANDRO DE CABANYES. Barcas al viento (1922)
HERMEN ANGLADA CAMARASA. Flores, dalias y peonía blanca (1940-1947)
ARCADI MAS i FONTDEVILA. Vendimia (1920)
JOAQUIM SUNYER. Rouen (1905)
Las obras de Mariano Fortuny ofrecen el germen decimonónico del incipiente cambio, presente ya en su pincelada, aportación técnica al estudio de la luz, sobre la que investigan también los macchiaioli (manchistas o manchadores, fue un movimiento que se oponía al Romanticismo y al Academicismo, y afirmaban que la imagen de la realidad es un contraste de manchas de colores y de claroscuro) con su renovación antiacadémica de la pintura italiana, así como los primeros impresionistas franceses. Pierre August Renoir, el gran maestro del Impresionismo, deja atrás para siempre los modelos propuestos por la razón. El arte español sigue estos caminos, como se observa en la composición del desnudo de Sorolla presente en esta exposición, o en la pareja de amigas de Antonio Utrillo, nacido en Barcelona pero de formación estética parisina, amigo de Ramón Casas y Santiago Rusiñol, grandes nombres del Modernismo en España. En el nuevo siglo, el espíritu de ruptura de los ismos del XIX eclosionará en las Vanguardias, epílogos de la Modernidad. La obra de Torres García de 1912 que aquí se muestra es un claro ejemplo de transición hacia ellas. Cinco años después, este artista expone en la galería barcelonesa Dalmau, mientras en la misma ciudad se estrena la ya centenaria Parade creada por Serguéi Diághilev, Erik Satie, Jean Cocteau y Pablo Picasso y, a la vez, Francis Picabia comienza a editar, también en Barcelona, la Revista 391. [Información tomada de los paneles de la exposición]
 
ISIDRE NONELL. Mujer leyendo un periódico en un parque (1897)
ANTONIO UTRILLO. Dos amigas (1900)
FRANCISCO MASRIERA i MANOVENS. Figura femenina (1891)
LLUÍS MASRIERA i ROSÉS. Clase de canto (h. 1900)
LLUÍS MASRIERA i ROSÉS. En la playa (1928)
MODEST TEIXIDOR. La lectura (h. 1910)

SEMANA SANTA EN VALLADOLID: Pasos que ya no procesionan III: La "Virgen de la Alegría"

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Hubo un tiempo en el que la Virgen de la Alegría que desfilaba el Domingo de Resurrección en la procesión del Encuentro con Cristo Resucitado y el Santo Sepulcro vacío no era la que actualmente podemos ver, imagen esculpida Miguel Ángel Tapia. Esta última vino a sustituir en 1997 a la “Virgen de la Alegría” que había desfilado desde la creación de la Procesión en el año 1960. Efectivamente, la procesión del Encuentro de Jesús Resucitado con la Virgen de la Alegría tuvo lugar por vez primera en 1960, cuando se funda la cofradía del mismo nombre, pero el encuentro tiene lugar en la Plaza Mayor. Aquel mismo año la Virgen de la Alegría fue portada por los Luises, congregación mariana con su cofradía de Cristo atado a la columna, aunque ya desde el año siguiente, y hasta el día de hoy, la encargada de sacarla ha sido la Cofradía del Santo Sepulcro.
Esta antigua Virgen de la Alegría no es tal sino una Virgen de las Candelas, lo que iconográficamente no se corresponde con este momento, por ello cuando se la sacaba en procesión el Domingo de Resurrección se la retiraba la vela que soporta en la mano derecha y el Niño Jesús de la izquierda. Tras la restauración a la que se sometió a la Virgen en 1996 la parroquia de San Lorenzo se mostró reticente a cederla, lo que llevó a la cofradía a encargar una imagen que representara a la Virgen de la Alegría. El encargado de llevarla a cabo fue el escultor vallisoletano Miguel Ángel Tapia, con el que se firmó el contrato el 10 de abril de 1996. En marzo del año siguiente, tras ser aprobada en el pleno de Cofradías, fue presentada en la sacristía de San Benito a las autoridades y medios de comunicación. Tres días más tarde fue solemnemente bendecida por el Arzobispo, don José Delicado Baeza, y el domingo de resurrección de aquel 1997 desfiló por vez primera.
Diferentes imágenes de la Procesión del Encuentro con la antigua "Virgen de la Alegría". Las fotografías están cogidas de Internet y Flickr, créditos a quien corresponda
Pues bien, la imagen que nos concierne, es decir, la Virgen de las Candelas, es obra de Gregorio Fernández, si bien durante una época estuvo atribuida a Luis Fernández de la Vega, un destacado aprendiz asturiano del genial artífice. Referencias indirectas nos dan una idea de la popularidad de la que gozó esta imagen en su época, ya que en 1641 la cofradía de Nuestra Señora de la Consolación que había en el Convento de San Agustín de Bilbao encargó a Pedro de Gárate una imagen “al modo de otra que hizo Gregorio Fernández en la ciudad de Valladolid para los oficiales de la Casa de la Moneda y su cofradía que está en la iglesia de Nuestra Señora de San Llorente”.
La Virgen (146 cm) de las Candelas presenta una imagen muy juvenil de María. Para Martín González el tipo deriva del que usó para la Virgen del Carmen, no sólo por llevar al Niño, sino también por la toca que le cubre la cabeza, que las hacen muy similares, tanto que la que según Bosarte había en la Penitencial de la Vera Cruz se transformaría posteriormente en Virgen del Carmen. La Virgen realiza un ligero contrapposto que le da cierto movimiento. Gira su rostro para mirar amorosamente a su pequeño Hijo, que le sostiene en una de sus manos, si bien como de costumbre no llega a tocarle directamente, sino que entre ambos circula un paño. Con la otra mano sujeta la candela que la da nombre.  Por la dureza de los pliegues se podría datar en la última etapa de Gregorio Fernández, aunque pienso que hay bastante labor de taller, especialmente en la efigie del Niño Jesús.
La Virgen viste túnica roja, adornada con flores y sujeta con ceñidor; un gran manto en forma de capa, rígido y abierto por delante. Es de color azul con un fondo de estrellas y una. magnífica cenefa, con adornos de piedras preciosas fingidas. Ojos de cristal y encarnación a pulimento. Por su parte, el Niño, que se encuentra dispuesto en una curiosa posición, realiza un gesto de bendición con su mano derecha. Tiene un cuerpo rollizo y muy gracioso. Su rubia cabellera está formada por pelos lacios y pegados a la cabeza.
Destaca el trabajo complementario de policromía donde el pintor se recreó en una decoración a punta de pincel a base de motivos florales, estrellas y piedras preciosas. Quizás el policromador de esta obra fuera su buen amigo y colaborador Diego Valentín Díaz, el pintor barroco vallisoletano más destacado del siglo XVII y quien por cierto llegó a cartearse con el mismísimo Diego Velázquez.
En la antigua iglesia de San Lorenzo la veneración hacia la Virgen de las Candelas era tan importante que la nave en la que se encontraba dispuesto su retablo, la de la epístola, se llamaba popularmente como “nave de las Candelas”. En cuanto al retablo que presidía: tuvo primeramente uno barroco aunque a comienzos del XIX y con el deseo de uniformar gran parte de los que había en la iglesia se le fabricó uno neoclásico.
Finalizo señalándoos que aunque durante todo el año la Virgen se puede contemplar en la iglesia de San Lorenzo, a lo largo de la Semana Santa la tenéis en la exposición “Stabat Mater” en la iglesia de las Francesas en donde la podréis contemplar más de cerca e incluso transitar a su alrededor para que contempléis el perfecto acabado de la pieza.
La Virgen de las Candelas en su retablo en la primitivo iglesia de San Lorenzo ¿A dónde habrán ido todos estos retablos del antiguo templo?

Si os gusta esta sección de “Pasos que ya no procesionan”, podéis ver los siguientes:

BIBLIOGRAFÍA
  • EGIDO LÓPEZ, Teófanes: Cofradía del Santo Sepulcro y del Santísimo Cristo del Consuelo, Valladolid, 2000.
  • SAN JOSÉ C. CARREÑO, José Luis y MUÑOZ ROJO, Pedro J.: Semana Santa en Valladolid, El día de Valladolid, Valladolid, 2004.
  • VV.AA.: Gregorio Fernández y la Semana Santa, Ministerio de Cultura, Madrid, 1986.
  • VV.AA.: Gregorio Fernández: La gubia del barroco, Ayuntamiento, Valladolid, 2008.

EXPOSICIÓN: Ecce Homo ("El Hijo del Hombre"). Arte y símbolos de la Pasión

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Ayer día 28 de abril tuvo lugar la inauguración de la exposición que anualmente vienen celebrando conjuntamente la Junta de Cofradías de Semana Santa y el Ayuntamiento de Valladolid. Y nuevamente la muestra se efectúa en ese marco incomparable que es la Sala Municipal de Exposiciones de las Francesas, recinto que sin duda revaloriza cualquier exposición debido a sus elegantes yeserías barrocas. Este año con la exposición “Ecce Homo. El Hijo del Hombre. Arte y símbolos de la Pasión” se comienza un nuevo ciclo expositivo, comisariado al igual que el anterior por Alejandro Rebollo. Recordemos que el ciclo previo estuvo compuesto por las exposiciones “Signa Christi" (2015), “Nazarenus" (2016) y “Vera Icon” (2017) y “Mater Dolorosa” (2018). La exposición de este año, a pesar de algunos contratiempos de última hora que no han permitido traer algunas obras de primera categoría, se encuentra a la altura de la del año pasado, que sin duda fue por el nivel artístico de las piezas la más importante hasta el momento.
 
PEDRO DE MENA (Círculo de). Busto de Ecce Homo (h. 1673). Museo Diocesano y Catedralico
ALONSO BERRUGUETE (atrib.). Busto de Ecce Homo (h. 1525). Convento de Jesús y María
PEDRO DE ÁVILA. Bustos de Ecce Homo y Mater Dolorosa (h. 1718-1721). Monasterio de Santa Brígida
La muestra se divide en cinco espacios claramente diferenciados que además de tratar la iconografía del Ecce Homo la relacionan con otras advocaciones y motivos o personajes iconográficos. Si queremos seguir a raja tabla la dirección de la exposición ésta comienza a la derecha de la puerta de entrada, dirigiéndonos por la parte trasera de la iglesia hasta el coro de las monjas, lugares en los que se muestra la sección "Imago Pietatis Modelos iconográficos", a continuación, toda la parte derecha de la nave de la iglesia recoge "Hijo del Hombre” y “Tú eres Rey. La Sentencia. Pilatos y Cristo”, la cabecera del templo abarca la sección “Ecce Homo. Varón de Dolores, ¿dónde me miraste…?”, y finalmente en la parte izquierda de la nave de la iglesia podremos visitar la quinta y última parte de la exposición: “De los nombres de Cristo. Interpretaciones modernas”.
En cuanto a autores la exposición muestra obra de escultores y pintores de primer nivel. Así, en el recorrido podremos disfrutar de pinturas de los madrileños Claudio Coello, José García Hidalgo, Francisco Ignacio Ruiz de la Iglesia o ¿Teodoro Ardemans?; los vallisoletanos Diego Valentín Díaz, Diego Díez Ferreras, Antonio Vázquez y Diego Pérez Martínez; los flamencos Simon de Vos y Jan de Bruyne. También tienen cabida numerosas pinturas anónimas de primera categoría de talleres tan diversos como los madrileños, flamencos y holandeses. Dentro de estos últimos se cuenta con un excelente y gigantesco cuadro de la Escuela de Utrecht, escuela de pintores holandeses que trabajaron tanto en su tierra como en Roma siguiendo el estilo de Caravaggio. En cuanto a escultores la nómina es mucho mayor. Dejando aparte las obras anónimas tanto italianas (genovesas y napolitanas), andaluzas e hispanofilipinas, la nómina está compuesto por el genio toresano Sebastián Ducete, el francés Roberto de Memorancy, el sevillano Felipe de Ribas, Gregorio Fernández, Alonso Berruguete, José de Rozas, Juan y Pedro de Ávila, Pedro de Mena, Tomás Argüello, etc...
 
JAN DE BRUYNE. Adoración de los Reyes (segundo cuarto del siglo XVII). Convento de Santa Teresa
JOSÉ GARCÍA HIDALGO. El Buen Pastor (h. 1700). Real Colegio de Ingleses de San Albano
JUAN DE ÁVILA (atrib.). Busto de Ecce Homo (último cuarto del siglo XVII). Iglesia de San Miguel, San Julián y Santa Basilisa
SEBASTIÁN DUCETE. Cristo de la Agonía (1592). Monasterio de Santa Brígida
Se podrían destacar muchísimas obras, sin embargo, voy a reseñar algunas por cuanto han sido verdaderos hallazgos o logros conseguidos gracias a esta exposición. Así, en el Monasterio de Santa Brígida hemos encontrado casualmente un magnífico Relicario de la Santa Espina (siglos XVI, XVII y XIX) realizado en tres fases sucesivas en plata, cobre y metal dorado y perlas, y que al parecer fue restaurado a finales del siglo XIX o comienzos del siglo XX por una monja de la Orden de Santa Brígida que llegó a ser santa, siento no recordar el nombre que nos comentaron en el monasterio. Tampoco querría olvidarme del excelente hallazgo realizado por Enrique Gómez. Se trata de un Cristo vulnerado(¿Anónimo romano?, siglo XVI) procedente del relicario de la iglesia de San Miguel y San Julián, antiguo colegio jesuita puesto bajo la advocación de San Ignacio. Este Cristo, que constituye un caso similar al de la famosa Virgen Vulnerata que se conserva en el Colegio de los Ingleses, fue profanado durante la sublevación de Flandes contra Felipe II en 1566. Tras enviar el monarca al Duque de Alba para que sofocara la rebelión se trajo el pequeño Crucifijo vulnerado a tierras españolas, y más concretamente acabó en el referido recinto jesuita. También cabe reseñar el Busto de Ecce Homo (José de Rozas, ¿h. 1703?) que podéis ver bajo estas letras. Conservado en el Convento de la Concepción pienso que en origen pudo formar parte del retablo mayor barroco que poseyó la Cofradía Penitencial de Nuestro Padre Jesús Nazareno tal y como expongo en el catálogo de la exposición. Ojalá algún día se llegaran a localizar todas las esculturas que desaparecieron de la citada penitencial a mediados del siglo pasado, tal y como ocurrió hace un par de años con el boceto del Cristo del Despojo (¿Pedro León Sedano o Claudio Cortijo?, 1801).
 
JOSÉ DE ROZAS (atrib.). Busto de Ecce Homo (¿h. 1703?). Convento de la Concepción
¿ANÓNIMO GENOVÉS O NAPOLITANO?. Cristo atado a la columna (finales del siglo XVII). Convento de Jesús y María
¿ANÓNIMO ITALIANO?. La Oración en el Huerto / La Agonía en el Huerto (comienzos del siglo XVII). Convento de Porta Coeli
CLAUDIO COELLO. La Entrada de Jesús en Jerusalén (h. 1660). Museo de la Universidad de Valladolid (MUVa)
Como no destacar también el prodigioso Cristo atado a la columna (h. 1615) de Gregorio Fernández, procedente del Convento de Santa Teresa y cuya visión es conmovedora ya no solo por el realismo logrado en su ejecución, sino también por su patetismo, su pequeño formato (tan solo 58 cm de altura) y sus curiosos ojos azules. También llaman mucho la atención un pequeño Ecce Homo(comienzos del siglo XVII) de escuela sevillana y realizado en plomo o peltre policromado, procedente también del relicario de la iglesia de San Miguel, recinto que si no conocéis os recomiendo fervientemente pues es, al igual que esta exposición, una Wunderkammer (cámara de maravillas); y un Cristo sobre la piedra fría (Roberto de Memorancy, 1562-1563) que presidía un tabernáculo de la localidad de Bustillo de Chaves y que cuenta con la curiosidad de que la escultura se complementa con el fondo pintado del tabernáculo, en el que se efigia a un soldado y a Pilatos, representándose por lo tanto una escena de Cristo en el pretorio.
Hay que destacar sobremanera dos de las piezas que han sido restauradas por Jaime Tesón y Hugo Pastor, dos verdaderos cracks. Se trata de los grandiosos –tanto por tamaño como por calidad– Bustos de Ecce Homo y Mater Dolorosa (h. 1718-1721) realizados por Pedro de Ávila para el Monasterio de Santa Brígida. Su estado antes de llegar a la exposición era lamentable, con faltas de policromía, numerosas roturas (la Virgen tenía clavada una espada en el pecho) e incluso pérdida de bastantes dedos. Gracias al buen hacer de ambos restauradores ambas tallas parecen recién salidas del taller que el escultor vallisoletano dieciochesco tenía abierto en pleno barrio de San Miguel.
 
ANÓNIMO NAPOLITANO. Niño Jesús Emperador (mediados del siglo XVIII). Convento del Corpus Christi
¿ANÓNIMO ROMANO?. Cristo Injuriado (1567). Iglesia de San Miguel, San Julián y Santa Basilisa
GREGORIO FERNÁNDEZ. Cristo atado a la columna (h. 1615). Convento de Santa Teresa
ROBERTO DE MEMORANCY (escultor) y RODRIGO DE HERRERAS (pintor). Sagrario con Cristo sobre la piedra fría (1562-1563). Museo Diocesano y Catedralicio
ANÓNIMO SEVILLANO ¿FRANCISCO DE OCAMPO?. Ecce Homo. Imago Pietatis (comienzos del siglo XVII). Iglesia de San Miguel, San Julián y Santa Basilisa
Podríamos seguir aquí explicando piezas, pero lo mejor es que os paséis a ver la exposición y disfrutéis de ella, que encima es gratuita. A manera de inventario os señalaré alguna otra obra que no debéis perderos: Crucificado(Anónimo genovés, siglo XVIII), Agnus Dei Imago Pietatis (h. 1566-1572), La Oración en el Huerto (¿Anónimo italiano?, siglo XVII), Presentación a Pilatos (Anónimo flamenco, siglo XVII), Sagrado Corazón (Tomás Argüello, 1917), Niño Jesús Emperador(Anónimo napolitano, h. 1730), Busto de Ecce Homo(Anónimo, h. 1700), Cartel Anunciador de la Semana Santa de 1947 (Imprenta A. Martín), un magnífico óleo representando a San Juan Bautista(Anónimo madrileño. Tercer cuarto del siglo XVII), o una reproducción gigantesca del Cristo de San Damián (siglo XX). Y dejo para lo último un impresionante Cristo atado a la columna que, anteriormente atribuido a Pedro Roldán, más bien parece de factura italiana, aunque no sé si napolitana o genovesa. Como habréis podido observar a lo largo de este sucinto recorrido la exposición reúne gran cantidad de obras realizadas en los más diversos materiales (papel, cera, platería, esculturas en madera, mármol y plomo, pinturas sobre tabla y óleo, etc.).
 
ANÓNIMO. Relicario de la Santa Espina (siglos XVI, XVII y XIX). Monasterio de Santa Brígida
ANÓNIMO GENOVÉS. Cristo Crucificado (siglo XVIII). Monasterio de Santa Brígida
ANÓNIMO. Agnus Dei Imago Pietatis (h. 1566-1572). Convento de Santa Teresa
ESCUELA DE UTRECHT. El Prendimiento de Cristo (primera mitad del siglo XVII). Oratorio de San Felipe Neri
ANÓNIMO HISPANO-FILIPINO. Cristo Expirante (segunda mitad del siglo XVII). Convento de Santa Teresa
ANÓNIMO MADRILEÑO. San Juan Bautista (tercer cuarto del siglo XVII). Iglesia de San Andrés
TOMÁS ARGÜELLO. Sagrado Corazón de Jesús (1917). Centro Diocesano de Espiritualidad
MIGUEL DÍEZ LASANGRE. Le visitieron un manto púrpura (2019). Colección del artista

SEMANA SANTA EN VALLADOLID: Nuestra Señora de los Dolores. A propósito de una atribución: Pedro de Ávila, hacia 1715-1740

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La Virgen de los Dolores de la Cofradía de la Exaltación de la Santa Cruz y Nuestra Señora de los Dolores es una de las imágenes más enigmáticas de cuántas desfilan en las procesiones de Semana Santa de Valladolid. Dejando de lado su procedencia, pues no es el objetivo del presente estudio aunque en otra ocasión se pueda hablar más a fondo de la pieza –si estáis interesados en el asunto recomiendo fervientemente visitar la entrada correspondiente dedicada por el blog Cofradías Sacramentales, de Gloria y Devocionales de Valladolid–, de lo que ahora queremos tratar es acerca de su autoría.
Desde hace décadas esta bellísima y devotísima efigie mariana viene siendo continuamente adscrita a una época y autor que para nada concuerdan cuando se estudia mínimamente la escultura, a pesar de ser una imagen de bastidor. Como decía, no se puede seguir manteniendo que es una escultura tallada hacia el año 1600 pues no vemos en sus facciones ni uno solo de los rasgos distintivos que se dieron en estos momentos: ni manieristas, ni romanistas ni siquiera de un primer naturalismo barroco. En alguna ocasión, además, esta Virgen ha querido ser vista como la Virgen de los Dolores que poseyó la Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de la Piedad, escultura que parece que realizó a finales del siglo XVI un escultor llamado Pedro Gómez de Osorio, del que, por cierto, ninguna noticia más poseemos.
Descartando esta idea, y sugiriendo tan solo que la imagen pudiera proceder de la iglesia de San Esteban el Real (primitivo Colegio de San Ambrosio de jesuitas, y actualmente Santuario Nacional de la Gran Promesa), templo de complicada historia debido a diferentes incidentes que acaecieron en ella como radicaciones temporales de cofradías, traslado de bienes artísticos desde otros templos cercanos, incendios, etc..., queremos plantear con firmeza la atribución de la Virgen de los Doloresa Pedro de Ávila (1678-1755), el escultor más importante del foco vallisoletano durante el primer tercio del siglo XVIII, al cual tan solo una ceguera acaecida en el año 1740 le retiró del oficio, viéndose sustituido en esa posición de privilegio dentro de la escuela vallisoletana por el genial Pedro de Sierra (1702-1760/1761), quien a su primera formación en el taller familiar de riosecano en el obrador de su padre, Tomás de Sierra, sumó un aprendizaje en el Palacio Real de la Granja de San Ildefonso al lado de los escultores franceses René Frémin y Jean Thierry, y posteriormente en el Transparente de la catedral de Toledo sirviendo de oficial a Narciso Tomé.
 
Fotografía tomada de https://valladolidsanta.blogspot.com/2019/04/cuaresma-2019-quinario-en-honor-de-la.html
Fotografía tomada de https://valladolidsanta.blogspot.com/2019/04/cuaresma-2019-quinario-en-honor-de-la.html
Fotografía tomada de https://valladolidsanta.blogspot.com/2019/04/cuaresma-2019-quinario-en-honor-de-la.html
La atribución a Pedro de Ávila se basa no solamente en un estudio formal sino también en el parecido que muestra su rostro con otras imágenes de Dolorosas de vestir que también se le atribuyen. Así, para empezar, la imagen muestra los clásicos rasgos estilísticos que Ávila mantuvo durante su segunda etapa productiva. Así, el rostro adopta la forma de un óvalo casi perfecto, tiene ojos almendrados y los párpados inferiores abultados; nariz recta, potente, geometrizada, y con un tabique nasal ancho y aplastado; aletas nasales levemente pronunciadas, y fosas perforadas para aportar mayor verismo. Boca entreabierta, insinuándose los dientes e incluso es visible la punta de la lengua. Labios muy finos, con las comisuras pronunciadas, y el surco nasolabial remarcado. Cejas enarcadas para dar mayor sensación de tristeza, etc... Como vemos, todos y cada uno de los estilemas se encuentra presenta en la bella imagen titular de la citada cofradía y que todas las noches del Viernes de Dolores, siempre que el tiempo permite, desfila por las calles de su barrio de las Delicias. Además de todo ello, el rostro se ve surcado por una serie de lágrimas postizas, elemento que aunque no muy frecuente en la escultura vallisoletana sí que podemos apreciar en numerosas imágenes de Pedro de Ávila, caso de la Santa María Magdalenaconservada en el vestuario de canónigos de la catedral, la Virgen de la Soledad de la iglesia del Salvador o alguno de los diversos bustos de Dolorosa que se le atribuyen. Tampoco habría que descartar que las lágrimas fueran colocadas en una intervención posterior a la ejecución de la imagen.
 
PEDRO DE ÁVILA. Virgen de la Soledad. Iglesia del Santísimo Salvador, Valladolid
PEDRO DE ÁVILA. Virgen de la Soledad. Iglesia de Santiago, Valladolid
PEDRO DE ÁVILA. Virgen de bastidor.
PEDRO DE ÁVILA. Inmaculada Concepción. Monasterio de Santa Brígida, Valladolid
Tal y como se puede observar en las diferentes imágenes que traemos a colocación para comparar con la Virgen de los Dolores de la Cofradía de la Exaltación el parecido es más que razonable. Por todo ello a día de hoy lo más plausible es señalar que es obra de Pedro de Ávila y fechable hacia los años 1715-1740.

UN SAN ANTONIO DE PADUA DEL CÍRCULO DEL ESCULTOR GENOVÉS ANTON MARIA MARAGLIANO EN VALLADOLID: ¿Agostino Storace, h. 1772-1776?

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La iglesia de San Andrés de Valladolid es uno de los templos más desconocidos de la ciudad y a su vez uno de los más ricos artísticamente hablando. Ya no es sólo su exuberante retablo mayor (Pedro Correas, 1741-1742), o la serie de retablos rococós que decoran su cabecera, o la maravillosa capilla de las Maldonadas (uno de los escasos recintos barrocos que aún se conservan tal cual fueron construidos), o incluso que por el templo podamos encontrar esculturas de Gregorio Fernández, Felipe Espinabete, o pinturas de Felipe Gil de Mena en el interesantísimo retablo de la Inmaculada Concepción. A todo esto hemos de añadir que en la capilla de los pies del lado del evangelio hemos logrado identificar una imagen de San Antonio que sin duda es una de las esculturas barrocas más importantes de cuantas se conservan en Valladolid. En ella hay que destacar que el anónimo escultor, que posteriormente pasaremos a revelar, ha logrado componer una escena rebosante de barroquismo, así como recrear con éxito el efecto escenográfico de una aparición sobrenatural. Ese barroquismo queda patente en el dinamismo y teatralidad que el maestro ha imprimido al grupo, así como en su extremado realismo, en la concepción asimétrica dominada por una diagonal, en las posiciones inestables de ambas figuras y en la captación del instante concreto del hecho milagroso. Antes de proseguir, pinchando en el siguiente enlace podéis ver y descargaros el artículo en el que trato este tema con mayor profundidad: "Un San Antonio del círculo del escultor genovés Anton Maria Maragliano en Valladolid".

Nunca se ha llamado lo suficiente la atención sobre esta impresionante escultura que efigia al portugués San Antonio de Padua, si bien fue considerada por Martín González y Urrea como una “de las mejores obras de ese siglo existentes en Valladolid”, y González García-Valladolid la conceptuó como “de gran valor y unción religiosa”. El grupo escultórico fue asignado por Martín González y Urrea a un maestro próximo a Juan Pascual de Mena (1707-1784), escultor nacido en Villaseca de la Sagra (Toledo), con una dilatada trayectoria dentro de la Real Academia de San Fernando de Madrid, y uno de los maestros más destacados del foco cortesano durante los momentos en los que el Neoclasicismo se imponía al Barroco. El toledano unía a su condición de escultor académico, lo que conllevaba la talla de materiales nobles, especialmente del mármol, sumaba también la de imaginero en madera policromada, con lo cual venía a prolongar la tradición escultórica española.

Recientemente hemos logrado rebatir dicha atribución, pues la escultura ni se acerca a los parámetros estéticos y tipológicos exhibidos por Juan Pascual de Mena. Asimismo, hemos propuesto que se trate de una escultura traída desde los reputados talleres escultóricos lígneos de Génova, y más concretamente de la bottega de Agostino Storace (ca. 1710-d.1788), discípulo aventajado de Anton María Maragliano (1664-1739), el escultor en madera policromada más descollante de la escuela genovesa de la primera mitad del siglo XVIII. Para ello nos basamos en la total semejanza que guarda el grupo vallisoletano con un pequeño boceto realizado por Storace (46 x 28 x 20 cm), que se conserva en colección privada de Génova, y con un paso procesional de tamaño natural que se guarda en la iglesia de San Francisco, en la localidad genovesa de Rapallo. Asimismo, todos ellos parecen ser una simplificación de otro boceto (52 x 55 x 29 cm), obra de Anton María Maragliano y su taller, conservado en una colección privada de Florencia. A modo de inciso, no quiero dejar pasar la oportunidad de señalar de que en la sala capitular del Convento de las Trinitarias Descalzas de Madrid se conserva una pequeña escultura dieciochesca que sigue este mismo modelo, aunque con evidentes diferencias formales que lo alejan ya no solo de Maragliano y Storace sino también de la escuela genovesa.

AGOSTINO STORACE. Boceto de la Aparición del Niño Jesús a San Antonio de Padua (segunda mitad del siglo XVIII). Génova, Colección particular
ANTON MARIA MARAGLIANO. Boceto de la Aparición del Niño Jesús a San Antonio de Padua (primera mitad del siglo XVIII). Florencia, Colección particular
ANÓNIMO GENOVÉS. Aparición del Niño Jesús a San Antonio de Padua (siglo XVIII). Madrid, Convento de las Trinitarias Descalzas
Como podemos observar, tanto el boceto como el grupo procesional tallados por Storace son casi idénticos al conjunto vallisoletano. De este modo, vemos que los rostros poseen los mismos rasgos faciales, con su característica nariz puntiaguda y cabellos alborotados, e incluso la presencia de la nuez en el cuello. Pero es que las semejanzas entre los conjuntos de Rapallo y de Valladolid son aún mayores: la manera de disponer las piernas (especialmente la derecha, colocada de forma oblicua y calzada con una sandalia), el rostro ladeado levemente hacia la izquierda, los brazos, los dedos, los pliegues del hábito, etc. Probablemente la composición del santo esté inspirada en un grabado del pintor genovés Paolo Gerolamo Piola (1666-1724) que representa a San Pascual Bailón adorando la Eucaristía y que se conserva en el Gabinete de Diseños y Estampas del Palazzo Rosso de Génova. También resulta ser idéntica la forma que adquieren los reclinatorios, construidos a base de dos volutas enfrentadas. Asimismo, los Niños Jesús poseen numerosas concomitancias. Solo hay que fijarse en la colocación de ambos brazos, de las piernas y hasta del trozo de tela que recorre el cuerpo del pequeño y le tapa el sexo. Las únicas diferencias las hallamos a sus pies puesto que mientras que en el ejemplar vallisoletano existen tres dinámicas cabezas aladas de serafines que se miran entre sí, en el grupo de Rapallo emerge un conjunto de nubes y dos cabezas aladas de serafines sin comunicación entre ellas, de las que una parece mirar al santo y la otra al Niño.

AGOSTINO STORACE. Aparición del Niño Jesús a San Antonio de Padua (segunda mitad del siglo XVIII). Rapallo, Chiesa di San Francesco
Por si todavía quedaran dudas acerca de la procedencia genovesa de la pieza, aunque pudiéramos dudar de la autoría concreta, si bien aquí apostamos decididamente por la gubia de Storace, comprobamos que el rostro del santo es muy similar a los de otras esculturas salidas de manos de Maragliano y sus seguidores. Así, por ejemplo, en la iglesia del Hospital de San Juan de Dios de Cádiz se conserva una excelsa escultura del Arcángel San Rafael (1726), obra autógrafa de Maragliano, con cuya cabeza emparenta completamente la de nuestro santo. Las dos obedecen a una misma estética y concepto morfológico pues presentan idénticos ojos, grandes, separados y entornados, boca cerrada con labios carnosos y cabello de bucles ondulados con mucho volumen y formado a través de similares golpes de gubia. También podríamos argüir que los parámetros estilísticos de la cabeza resultan ser los mismos presentes en otras obras documentadas de Storace como el San Juan Bautista del Oratorio de San Juan Bautista en Torrazza (Imperia), o el San Antonio de Padua de la Virgen de los Ángeles (1737) del Oratorio de Santa Catalina en Rossiglione Superiore (Génova), en la cual, además, vemos otras concomitancias con nuestro grupo escultórico tales como las formas avolutadas de la peana, la faz del Niño, etc. Asimismo, el rostro del santo portugués tiene unos grafismos casi idénticos a los de la Salomé del paso procesional de la Decapitación de San Juan Bautista que Maragliano esculpió para el oratorio de San Juan Bautista en Ovada (Alessandria); lo mismo ocurre con las cabezas aladas de angelotes presentes en la peana de la imagen titular de la iglesia de la Inmaculada en Pegli (Génova), también obra de Maragliano y que son idénticos a los del grupo escultórico vallisoletano.

ANTON MARIA MARAGLIANO. Arcángel San Rafael (1726). Cádiz, Hospital de San Juan de Dios
No debe extrañarnos la presencia de esculturas genovesas en España puesto que junto con la escuela napolitana fueron los dos talleres italianos que más obra exportaron. Efectivamente, la recepción de escultura italiana, ya fuera en mármol o madera policromada, fue muy usual durante los siglos XVII y XVIII, así desde Nápoles llegaron piezas de Nicola Fumo (1647-1725), sin duda el escultor barroco italiano mejor representado en España, los hermanos Gaetano (1655-ca.1699) y Pietro Patalano (activo ca.1702-1737), y Giacomo Colombo (1663-1731); mientras que Génova tuvo por sus principales exportadores al exquisito Anton María Maragliano (1663-1739), Pietro Galleano (1681/87-1761), quizás su mejor discípulo, y a un hermano de éste, Francesco Galleano (1713-1753), que incluso llegó a venir a trabajar a Cádiz, al igual que otros escultores ligures.
La llegada de esculturas y artífices desde la Superba se remonta a los inicios del Renacimiento. Daniele Sanguineti precisa que el flujo constante de obras tiene su origen en las estrechas relaciones económicas derivadas de la intensa labor política desarrollada por Andrea Doria en las décadas centrales del siglo XVI. Las primeras ciudades en acoger esculturas genovesas fueron Madrid, Valencia, Sevilla y Cádiz; la primera por ser la sede de la Corte, y las otras tres por poseer importantes puertos marítimos. El establecimiento en diferentes ciudades españolas de comerciantes y banqueros genoveses propició la llegada de nuevas esculturas. Con el paso del tiempo serían las Islas Canarias y sobre todo Cádiz los lugares que recibieron un mayor número de obras. El caso de Cádiz fue extraordinario, sobre todo a partir de 1717, año en el que Felipe V decide trasladar allí la Casa de Contratación lo que, a la postre, supuso la transferencia del monopolio comercial con las Indias de la capital hispalense a la gaditana. Hasta allí llegaron tal cantidad de esculturas y artífices ligures que se ha llegado a hablar de la existencia en Cádiz de una “escuela genovesa”. Los principales importadores de escultura ligur fueron la nobleza y el clero, y especialmente las personas de ambos estamentos que “desarrollaron algún tipo de actividad en los territorios bajo soberanía hispánica y en Roma”.

ANTON MARIA MARAGLIANO. Virgen de los Ángeles (1737). Rossiglione Superiore, Oratorio di Santa Catalina
Como ya hemos señalado, Agostino Storace fue discípulo de Anton María Maragliano, el escultor en madera policromada más destacado con el que contó la capital de la Liguria durante la primera mitad del siglo XVIII. La maestría y el primor con los que labró este material condujo al célebre historiador del arte Rudolf Wittkower a asegurar que “llevó esta tradición popular al nivel de arte superior”. Como es bien sabido, tanto en Génova, en particular, como en Italia, en general, se prefería la escultura en mármol por considerarla de mayor nobleza; en cambio, la elaborada en madera se trabajó mucho menos, focalizándose en determinados territorios. En 1680 Maragliano accedió al taller de su tío Giovanni Battista Agnesi para aprender el oficio, y amplió conocimientos con los también escultores Giuseppe Arata y Giovanni Andrea Torre, e incluso con el pintor Domenico Piola (1627-1703), quien en ocasiones realizó diseños que Maragliano se encargó de materializar tridimensionalmente. Se especializó en la producción de Crucifijos –en los cuales es característico un marcado arqueo del cuerpo debido a su desplome–, imágenes marianas, figuras de Nacimientos y pasos procesionales, algunos de los cuales narran escenas de la Pasión de Cristo y otros el martirio de determinados santos. A lo largo de su vida alcanzó tal popularidad y prestigio que se vio obligado a contar con un amplio plantel de colaboradores y discípulos, entre los cuales se encontraron su sobrino Giovanni Battista Maragliano (1701-1777), los hermanos Pietro y Francesco Galleano, Pietro Conforti, Giovanni Bernardo de Scopft, Giacomo Muraglia y Agostino Storace, artífice a quien atribuimos el grupo de San Antonio de Padua con el Niño del que es objeto este estudio. Consciente de la valía tanto de su sobrino Giovanni Battista como de Francesco Galleano y Agostino Storace no dudó en contar con ellos para la elaboración de algunas imágenes, especialmente las que conformaban los grupos procesionales.

ANTON MARIA MARAGLIANO. Paso de la "Degollación del Bautista". Ovada, Oratorio di San Giovanni Battista
Storace, quien además de aprendiz fue también sobrino del ilustre artífice ligur, fue una de las figuras más descollantes de la generación posterior a Maragliano, si bien esa importancia no se encuentra acorde a las escasas noticias que de él tenemos. De hecho, desconocemos sus principales datos biográficos (debió de nacer en Génova hacia el año 1710 y fallecer con posterioridad a 1788). Tras la muerte de Maragliano se hizo cargo de su taller junto con su primo Giovanni Battista Maragliano. Una vez deshecha esta compañía, abrió su propio obrador en la Vía Giulia de Génova, misma calle en la que lo tuvo su maestro. Entre los escasos datos biográficos que conocemos de Storace, a quien en determinadas ocasiones vemos apodado como “Agostino Morogiani”, sabemos que en el año 1758 fue admitido en la “Scuola di Nudo” con el título de “scultore in legno”.

AGOSTINO STORACE. San Gerolamo Emiliani delante del Crucifijo (1747). Génova, iglesia de Santa María Magdalena
Su producción fue extensa y variada e incluyó pequeñas imágenes destinadas a la devoción doméstica y a los Nacimientos, las cuales fueron ampliamente cultivadas tanto por Anton Maria Maragliano como por sus discípulos. Encontrándose aún en el taller de su preceptor colaboró en la confección de una Piedad (1730-1731) para el Santuario de la Madonnetta de Génova; quizás también intervino en el paso de la Santísima Trinidad (1733) de Lavagna (Génova) y en la Virgen de los Ángeles (1737), de Rossiglione Superiore (Génova), en la cual ya hemos señalado los parecidos que posee con el San Antonio vallisoletano. Entre 1740 y 1784 se ha documentado un amplio catálogo de obras suyas. Podemos destacar las siguientes imágenes: un grupo procesional del Bautismo de Cristo (1731-1732) para Vado Ligure (Savona) que copia fielmente el modelo creado por su maestro en 1731 para la iglesia de San Juan Bautista de Sassello (Savona); otro grupo procesional de Cristo apareciéndose a San Martín mientras parte la capa con un pobre (1740) para el Oratorio de San Martín de Pegli (Génova); un San Lorenzo (1745-1750) para la localidad de Quiliano (Savona); la Virgen de los Dolores (1750) de Albareto (Parma); el grupo de San Gerolamo Emiliani delante del Crucifijo(1747) de la iglesia de Santa María Magdalena de Génova (fig. 16); unaVirgen del Carmen (1751-1752) para la iglesia de Nuestra Señora del Monte Carmelo en Loano (Savona); una Virgen del Rosario (1755) para la parroquia de Sant´Olcese (Génova); un Crucifijo (1756) para la iglesia de San Desiderio de Bavari en Génova; La Transfiguración (1757-1758) para el Santísimo Salvador de Valleggia (Savona); un San Antonio de Padua(124 cm.) y una Asunción (117 cm.) (1778-1779) para la iglesia de la Asunción de Vaccarezza; y, finalmente, otras dos efigies de la Asunciónque talló entre los años 1783-1784 para las poblaciones corsas de Balagna y Speloncato. También le tenemos documentado un San Nicolás de Tolentinoen la iglesia de Nuestra Señora de la Consolación y San Vicente de Génova, y un boceto modelado en cera que, conservado en Fegino (Génova), representa La Santísima Trinidad adorada por San Ambrosio y que pudiera ser el modelo del grupo procesional (215 cm.) que esculpió en 1764 para el Oratorio de Nuestra Señora de la Misericordia de Albanega (Savona).

AGOSTINO STORACE. Bautistmo de Cristo (1731-1732). Vado Ligure
AGOSTINO STORACE. Cristo apareciéndose a San Martín mientras parte la capa con un pobre (1740). Pegli, Oratorio de San Martín
ANTON MARIA MARAGLIANO Y AGOSTINO STORACE. Piedad (1730-1731). Génova, Santuario della Madonnetta
AGOSTINO STORACE. Virgen del Carmen (1751-1752). Loano, Chiesa de Nuestra Señora del Monte Carmelo
Regresando a la escultura vallisoletana hemos de señalar que el grupo escultórico reproduce la visión sufrida por el santo durante su viaje a Francia, en la cual se le apareció la Virgen entregándole a su Hijo. Las primeras representaciones de este episodio, que procede del Liber Miraculorum, surgieron en el siglo XVI, si bien fue durante el Barroco cuando el tema se puso de moda, e incluso mutó de tal manera que en ocasiones se prescindió de la figura de María para mostrar solamente al santo acariciando o adorando al Niño, el cual puede aparecer rodeado de resplandores, nubes y angelotes. También es muy frecuente durante estos momentos ver efigiado al santo sosteniendo al Niño en sus brazos. En ocasiones, Jesús puede aparecer sobre un libro. Si aceptamos la procedencia genovesa del grupo escultórico, como más adelante intentaremos demostrar, quedaría por averiguar el material que se utilizó para su talla puesto que en Génova se usaban otros tipos de madera diferentes a los de Castilla. Así, en la “Superba” se valieron de las maderas de cedro, ciprés, pino, abedul y tilo, especialmente estas dos últimas debido a que, según señala Sánchez Peña, “son maderas muy aptas para la talla, al ser las dos relativamente blandas y de agradable aroma, que permiten entrar en detalle”.

San Antonio es efigiado en una pose declamatoria a la vez que afectada. Se encuentra genuflexo ante un estrado sobre el que asienta un reclinatorio que sirve de soporte al Niño Jesús. Mantiene la pierna derecha en posición oblicua, mientras que la izquierda la descansa sobre el citado estrado. Gira el rostro hacia la izquierda, de tal manera que apenas nos son perceptibles sus facciones, a la vez que abre los brazos como si se sorprendiera ante la súbita aparición del infante. Tanto la cabeza, que se encuentra coronada por una amplia tonsura compuesta a base de mechones alborotados sin ningún orden y de gran resalto, como las manos presentan un excelente estudio de las calidades puesto que se detallan con precisión los músculos, los huesos, las venas, las articulaciones y hasta las líneas de las palmas. El rostro muestra a un santo muy juvenil, que parece encontrarse en trance ante la visión que está presenciando. Los ojos, de abultados párpados, presentan unas cavidades orbitarias de gran profundidad. La boca, pequeña y entreabierta, posee unos labios finos y perfilados, mientras que los dientes apenas están esbozados. La nariz es afilada y ligeramente puntiaguda. El santo viste el típico hábito franciscano, compuesto por una túnica ajustada a la cintura por un cíngulo y sandalias. El escultor ha simulado perfectamente los pliegues que se forman debido al ceñimiento del cordón. Los drapeados que surcan la túnica, que posee una policromía marrón oscura plana, son muy naturalistas. Por su parte, el Niño Jesús está representado de pie, en una posición inestable sobre un reclinatorio perfilado por dos volutas contrapuestas. La figura infantil, de notable tamaño, eleva el brazo izquierdo como saludando o bendiciendo al santo, mientras que el otro lo baja para equilibrar la composición. No apoya directamente sobre el mueble, sino sobre unas cabezas aladas de querubines que se miran entre ellos y sonríen. Su rolliza anatomía, que verdaderamente parece carne, tan solo se ve cubierta en su sexo por una estrecha tela azul que circunda su cuerpo. El conjunto, que presenta un fuerte brillo en sus carnaciones, sobresale por su extremado realismo, como se puede comprobar en la morbidez con la que está tallado el rostro del Niño.

Detrás de ambas figuras, encima del estrado, hay un libro abierto en el que figura la leyenda “Si quaeris miracula” (“Si buscas milagros”). En la parte superior de ambas hojas se observan sendas frases con una caligrafía minúscula. Mientras que la de la izquierda se encuentra prácticamente ilegible, la de la derecha pone “Di S. Antonio de Padua”, leyenda que nos reafirma en la procedencia italiana de la pieza. Quizás en origen este libro lo portara el santo en su mano izquierda ya que actualmente ésta se encuentra desencajada y ha perdido un dedo que se encuentra en el suelo junto al libro.

El grupo escultórico se ve enriquecido por un fondo pictórico que ocupa toda la hornacina y en el que se representa un paisaje: en primer término un árbol y una barandilla pétrea tras la cual hay un río. En la otra orilla, dominada por la vegetación, se visualiza una iglesia con frontispicio triangular y una torre. Completa el conjunto una serie de nubes y cabezas de querubines en el cielo que dotan a la escena de un ambiente sobrenatural. Esta pintura, que es similar a la que sirve de fondo al San Francisco en oración que preside el retablo frontero, pudo deberse a los discretos pinceles del pintor vallisoletano Ramón Canedo (1734-1801), quien por aquellas fechas ejecutaba para este mismo templo un Retrato de fray Manuel de la Vega que se conserva junto a la entrada de la sacristía (en origen se dispuso en la pared del lado de la epístola de la capilla de San Francisco) y que bien pudo ser encargado por la parroquia en agradecimiento a su benefactor. En la parte inferior del lienzo figura la siguiente leyenda: “El Reverendísimo Padre Fray Manuel de la Vega, lector jubilado, prior de las santas provincias de Aragón, Santiago y Terceros de San Antonio, Teólogo de la Real Junta de la Purísima Concepción, Comisario General de Indias, hijo de esta pila, quien acabó la fábrica de la iglesia adornándola de altares y varias alhajas, hizo la torre de ella a honra y gloria de Dios y de San Andrés su especial abogado ex definidor padre de esta provincia de la Concepción hijo de ella. Año 1776”. Señala Floranes que encima del lienzo hubo un víctor que decía: “Victor el Reverendísimo Padre Fray Manuel de la Vega comisario general de Indias teólogo de la Purísima Concepción hijo de esta pila a expensas de los oficiales estameñeros año de 1776”.

RAMÓN CANEDO. Retrato de Fray Manuel de la Vega (1776). Valladolid, Iglesia de San Andrés
Pero, ¿quién fue exactamente este religioso? Fray Manuel de la Vega y Calvo nació en Valladolid el 31 de diciembre de 1705, siendo sus padres Ambrosio de la Vega y Catalina Calvo, quienes lo llevaron a bautizar a la iglesia de San Andrés el 10 de enero de 1706. Siendo joven ingresaría en el convento de San Francisco en el que, según Agapito y Revilla, debió de ser lector de Prima. Asimismo, el historiador vallisoletano señala que “consta que predicó mucho y en el Salvador el día de la Virgen de agosto de 1747, en la fundación de la cofradía de maestros de obra prima de Nuestra Señora del Buen Suceso”. Desconocemos la fecha de su marcha al convento de San Francisco de Madrid, cenobio desde el que desempeñó los cargos de Definidor de su religión, en 1758, y el de Comisario General de Indias, entre 1768 y 1785, año este último en el que falleció en el referido convento madrileño el 27 de octubre, sucediéndole en el cargo Fray Manuel María Trujillo. Ocupó otros muchos cargos como “lector jubilado padre de la santa provincia de Aragón, Santiago y Terceros de San Antonio, teólogo de la Real Junta de la Purísima Concepción” y “ex-definidor padre de esta provincia de la Concepción”, tal y como puede leerse en el retrato que le hizo Ramón Canedo y que se conserva en la iglesia de San Andrés. La relación con su parroquia debió de ser siempre muy cercana ya que, por ejemplo, cuando el 11 de septiembre de 1758 se procedió a colocar la imagen de San Severo en su “nuevo dorado altar”, él fue el encargado de realizar la predicación. Como nota anecdótica, en los libros de acuerdos de la parroquia se indica que a Fray Manuel se le apodaba “Chapelo”.
Es una verdadera incógnita como fray Manuel de la Vega pudo encargar el grupo escultórico al referido taller genovés. Tal vez los contactos le vinieran a través del Convento de San Francisco de Madrid, en el cual sabemos que vivió desde al menos el año 1758; si bien pienso que la opción más probable es que, debido a su cargo, tuviera que viajar a Roma u a otro cenobio franciscano italiano para realizar algún tipo de gestión, con lo cual es factible que conociera el grupo de la iglesia de San Francisco de Rapallo (en favor de la opción de Rapallo juega el hecho de que si el franciscano realizó un viaje que tenía como destino final Roma pero desembarco, como era habitual, en el  puerto de Génova, Rapallo se halla obligatoriamente en el camino entre ambas ciudades. También pudo ocurrir lo contrario, que desde Roma viajara a Génova y allí embarcara hacia España.), u otro de similares características que en la actualidad ignoramos, pues como señala Serrano Estrella: “la presencia de casas en los territorios italianos favoreció los encargos de obra de aquella procedencia para las fundaciones españolas […]. Las estancias de determinados miembros de la orden en las casas italianas y las nuevas fundaciones o reformas de las antiguas propiciaron el conocimiento de focos de producción itálicos, lo que influyó en el gusto de los mismos, que encargaron allí obras que llegarían a España”.
Otra posibilidad es que hubiera conocido alguna escultura genovesa similar en Cádiz, puesto que “los conventos gaditanos regidos por órdenes religiosas eran verdaderos centros neurálgicos” debido a la llegada de influencias a través de los numerosos religiosos que, venidos de otras partes de Europa, embarcaban allí hacia el Nuevo Mundo. No cabe duda de que con este regalo, amén de los otros muchos que efectuó, el franciscano quiso “materializar el afecto y agradecimiento que el donante tenía hacia la institución receptora, así como[…] el deseo de trasladar parte del boato y rica decoración que habían conocido allí [en Italia] cuando volvían a España”.

BIBLIOGRAFÍA
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  • Alonso Moral, Roberto (2015): “Fama y fortuna de Nicola Fumo en España. Obras y comitentes”. En Leone de Castris, Pierluigi (coord.): Sculture e intagli lignei tra Italia meridionale e Spagna, Dal Quatrro al Settecento. Nápoles, Artstudiopaparo, pp. 95-104.
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  • Floranes, Rafael: Inscripciones de Valladolid, Biblioteca Nacional, Manuscrito 11.246.
  • Martín González, Juan José / Urrea Fernández, Jesús (1985): Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid, t. XIV: Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte). Valladolid, Institución Cultural Simancas.
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  • Sanguineti, Daniele (2012): “Le immagini di Francesco e dei francescani nella scultura lígnea di Anton Maria Maragliano”. En Magnani Lauro / Stagno, Laura: Atti del Convegno: I Francescani in Liguria. Insediamenti, Committenze, Iconografie. Roma, De Luca editori d´arte, pp. 341-350.
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  • Sanguineti, Daniele (2017): “Scultura in legno a Genova in etá barocca: consistenza dei dati acquisti”. En Magnani, Lauro / Sanguineti, Daniele: Scultura in legno policromo d´etá barocca. La produzione di carattere religioso a Genova e nel circuito dei centri italiani. Génova, De Ferrari, pp. 11-47.
  • Serrano, Felipe (coord.) (2017): Arte italiano en Andalucía. Renacimiento y Barroco. Granada. Universidad de Granada y Universidad de Jaén.
  • Tovar Martín, Virginia (dir.) (1983): Inventario Artístico de Madrid capital. Tomo I. Edificios religiosos madrileños de los siglos XVII y XVIII. Madrid, Ministerio de Cultura.

EL MECENAZGO DE FRAY MANUEL DE LA VEGA EN LA IGLESIA PARROQUIAL DE SAN ANDRÉS DE VALLADOLID

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El siguiente post, que quiero dedicar a María por su ayuda para que pudiera realizar algunas de las fotografías que hice hace un año por estas fechas, viene a ser en cierta manera una continuación del anterior en el que atribuíamos la magnífica escultura de San Antonio de Padua existente en la iglesia de San Andrés al escultor genovés Agostino Storace. Pues bien, la presencia de esta excelsa imagen en la referida parroquia plantea un interesante interrogante sobre ¿cómo pudo hacerse una humilde parroquia de una ciudad que había perdido el esplendor artístico tiempos pasados con una escultura italiana de tal calidad y nobleza? Hagamos un poco de historia. Hasta finales del siglo XVIII la iglesia no destacó ni por su tamaño ni por la entidad de las obras artísticas que atesoraba en su interior. Se trataba de un pequeño templo formado por una nave con una capilla a cada lado, un crucero al que se abría en el lado del Evangelio la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles (o de las Maldonadas, que era de patronato privado) y una cabecera poligonal. Llegada la década de 1770 y, más concretamente, el año 1772, un hijo de pila de la parroquia, el franciscano fray Manuel de la Vega y Calvo, quien ostentó entre otros cargos el de Comisario General de las provincias de Indias de la Orden de San Francisco, patrocinó las obras de ampliación de la iglesia y la reconstrucción de su torre, actuaciones, ambas, que corrieron a cargo del arquitecto académico Pedro González Ortiz (1740-1796). El libro becerro explica de manera entusiasta las obras acometidas por el franciscano en su amada parroquia: “El Reverendísimo padre maestro fray Manuel de la Vega de la regular observancia de San Francisco e hijo del Real Convento de esta ciudad pobre de nacimiento pero honrado, pobre fraile pero de corazón magnánimo, nobles y católicos pensamientos que habiéndose anunciado en su puericia religiosa (pudiera decirse que proféticamente) había de concluir la iglesia (…) promovido cuasi maravillosamente al ministerio de comisario general de las Indias (…) concluyose por fin la iglesia con el aumento de cuatro capillas a dos por banda, con sus retablos ricamente dorados, colocose la soberana efigie del Cristo del Consuelo en el mismo sitio donde antes tenía su capilla oscura y reducida, y enfrente una admirable pintura de Nuestra Madre y Señora de Guadalupe de México con la historia de la aparición, y en las dos capillas siguientes se han colocado dos efigies de San Francisco y San Antonio las que forman competencia entre sí sobre la admiración del arte; la hizo su torre a fundamentis tan fuerte, y agradable a la vista.
Las fiestas para conmemorar la conclusión de las obras se celebraron prematuramente (la torre estaba sin rematar, por lo que las campanas no pudieron ser volteadas sino repicadas) los días 14, 15 y 16 de junio de 1776 para aprovechar que el padre De la Vega se encontraba de paso por la ciudad, camino de un Capítulo de su Orden en Medina de Rioseco. El franciscano tuvo un papel activo en estos fastos puesto que fue el encargado de efectuar la predicación del día 15 “acompañado de los dos padres provinciales presente y pasado, y de otros muchos religiosos de su orden”. Los sermones de los otros dos días los realizaron el licenciado don Francisco Joaquín Cano, a la sazón párroco, provisor y vicario general del obispo, y el Ilustrísimo señor obispo don Antonio Joaquín Soria “a quien asistieron varios señores dignidades y canónigos de la santa iglesia, a las que concurrió con su destreza la música de la catedral”.
Dicen las crónicas que asistieron a los festejos tantas “personas, clérigos, religiosos, caballeros y multitud de gentes de todos estados de uno y otro sexo en tanto grado que con ser la iglesia tan capaz y espaciosa era poco ámbito su pavimento para comprenderlas”; por su parte, el retablo mayor “se convirtió en un cielo de luminosas antorchas, como así bien los colaterales, y demás altares”. Las celebraciones no fueron solamente religiosas, ya que también tuvieron sus elementos profanos. Así, sabemos que los propios feligreses: “dispusieron un víctor compuesto de 50 parejas con las que representaron las cuatro partes del mundo con toda propiedad, empezaba con un estandarte en el que iba pintada por una parte la divisa de San Andrés, y la de San Francisco por otra, y concluyeron las cuadrillas con el propuesto víctor guardado de varios sujetos vestidos a la española antigua; llevaban las cajas de la milicia con los pínfanos que componían una música bélica muy concertada”. Esta misma celebración es narrada por el cronista Ventura Pérez en su Diario de Valladolid: “asistió la música de la Santa Iglesia, y los feligreses hicieron un poco de mojiganga, vestidos unos de ángeles, a caballo, otros de turcos, otros de indios, otros de moros; de modo que aunque llevaban volantes con hachas todo era un batorrillo sin pies ni cabeza”.

Las obras y preseas con las que el franciscano favoreció a la iglesia en la que fue bautizado fueron muy numerosas. Así, en el campo arquitectónico, se ocupó de agrandar el templo mediante la construcción de dos capillas a cada lado de la nave y un coro a los pies; asimismo, corrió con el gasto del nuevo pavimento, erigió una nueva fachada y reconstruyó la torre. Pero la generosidad del religioso no quedó ahí, puesto que también obsequió a la parroquia con una serie de esculturas y retablos que enriquecieron notablemente el templo. Para cada una de las cuatro capillas que mandó levantar costeó un retablo (todos ellos exhiben en el ático el clásico emblema franciscano de los brazos cruzados de Cristo y San Francisco sobre una cruz), además de las imágenes titulares de los mismos (con la excepción del crucifijo gótico intitulado Santísimo Cristo del Consuelo, obra de hacia el año 1500) y de las que exhiben sus áticos. Así, en los retablos se colocaron “la imagen del Santísimo Cristo del Consuelo en el mismo sitio que ocupaba siendo ermita, en otra la de San Antonio, en otra la de San Francisco, y en la siguiente una pintura asombrosa de la imagen de María Santísima de Guadalupe, que hizo traer de México”. Señala el libro de becerro antiguo que la parroquia se “fundó en su principio en ermita, por los años de 1236 y entonces colocaron en una pequeña capilla un Cristo Crucificado con el título del Consuelo, a quien todos los vecinos de esta Ciudad (en aquel tiempo Villa) devotamente se encomendaban a su patrocinio por sus continuas maravillas”. El primitivo Cristo del Consuelo debía encontrarse muy deteriorado y a finales del siglo XV la parroquia decidió renovarlo por el que actualmente se conserva. Quizás esta renovación se llevó a cabo con motivo de la conversión de la ermita en parroquia en 1482. A finales del siglo XVIII o comienzos del XIX el Cristo fue retirado de su retablo y colocado en su lugar el que fuera Calvario del retablo mayor del desaparecido templo parroquial de San Miguel, obra de Gregorio Fernández.

Cristo del Refugio o del Consuelo
Retablo de San Antonio de Padua
San Simón de Rojas
Retablo del Calvario (antiguo del Cristo del Consuelo)
Por su parte, las esculturas que presiden los áticos de los retablos son San Simón de Rojas, Santo Domingo, Santa Claray San Miguel. La elección de estos santos no sería baladí puesto que de esta manera se venía a representar a las tres grandes órdenes religiosas (Santa Clara a los franciscanos, Santo Domingo a los dominicos y San Simón de Rojas a los trinitarios) y, además, San Miguel sería seleccionado por cuanto fue patrón de la ciudad hasta el año 1747, momento en el que le sustituyó en tal dignidad San Pedro Regalado. Sin lugar a dudas las dos obras más sobresalientes de todo este conjunto sufragado por el franciscano fueron las efigies titulares de los retablos de las capillas de los pies: San Francisco en oración ante el Crucifijo y la Aparición del Niño Jesús a San Antonio de Padua. Que fray Manuel de la Vega mandara esculpir estas dos magníficas efigies de San Francisco de Asís y San Antonio de Padua no parece casualidad puesto que se trata de los dos santos más importantes de la Orden Franciscana. Además, la elección del santo lisboeta estaría relacionada con el hecho de que el religioso vallisoletano había desempeñado el cargo de prior de los Terceros de San Antonio. Por su parte, el lienzo de la Virgen de Guadalupe evocaría su dignidad de Comisario General de Indias.

Retablo de la Virgen de Guadalupe
San Miguel
FELIPE ESPINABETE. San Francisco en oración ante el Crucifijo
Por si fuera poco, el padre De la Vega también entregó a su parroquia: “una custodia muy grande, guarnecida toda de coral, y caja para el viático de lo mismo, dos cálices muy exquisitos, platillo con vinajeras, y campanilla de hechura muy extraña (…), un terno de tisú, capa pluvial, y banda de lo mismo; tres albas de Indias muy finas para el terno, seis casullas con sus albas para de común tan buenas, como las mejoras de algunos otros templos de esta ciudad y (…) otra casulla de tisú sumamente especial”.
A todo ello hemos de sumar los 26.000 reales que el franciscano envió en enero de 1785 “para hacer el órgano y terno negro de damasco”. Tras la adquisición de ambos elementos sobraron 13.400 reales, de los cuales 12.600 se depositaron en el Banco Nacional y los 800 restantes se gastaron “inmediatamente en la obra más precisa que se ofrezca en el tejado y bóvedas”. Finalmente, también se deberá a la generosidad del padre De la Vega una preciosa Cabeza decapitada de San Juan Bautista y un Cristo Yacente. Ambas imágenes, que se instalaron en retablos anteriores, fueron esculpidas por Felipe Espinabete (1719-1799), a quien asimismo corresponde la referida escultura de San Francisco en oración ante el Crucifijo.

FELIPE ESPINABETE. Cabeza decapitada de San Juan Bautista

FELIPE ESPINABETE. Cristo Yacente
Ante la mayúscula dadivosidad demostrada por fray Manuel de la Vega para con la parroquia en la que fue bautizado, los feligreses de la misma, reunidos en junta el 17 de abril de 1774, acordaron agradecérselo grabando en la fachada del templo “las armas o insignias del mencionado patriarca San Francisco”. Eso sí, se dejaba constancia de que la presencia del escudo de la Orden de San Francisco en la fachada era: “sólo efecto de una sincera gratitud ahora ni en ningún tiempo sea visto que la citada fábrica o su feligresía dé ni quiera dar ni conceder derecho alguno de patronato u otro civil, que en lo sucesivo pueda o quiera deducirse de dicho escudo de armas o insignias ni a dicho Reverendísimo Padre Maestro Fray Manuel de la Vega religión o comunidad de San Francisco ni a otra comunidad ni persona particular”.

Además de las referidas armas de la orden franciscana, en la fachada se tallaron dos tarjetas, en una de las cuales puede leerse una inscripción conmemorativa. Actualmente se halla muy deteriorada, sin embargo Floranes acertó a verla completa: “Año 1776. Esta iglesia en que fue bautizado la hizo concluir el Reverendísimo padre fray Manuel de la Vega del orden de Nuestro Padre San Francisco de la observancia, y comisario general de Indias, a honra y gloria de Dios y de su amado apóstol San Andrés”.

Pero, ¿quién fue exactamente este religioso? Fray Manuel de la Vega y Calvo nació en Valladolid el 31 de diciembre de 1705, siendo sus padres Ambrosio de la Vega y Catalina Calvo, quienes lo llevaron a bautizar a la iglesia de San Andrés el 10 de enero de 1706. Siendo joven ingresaría en el convento de San Francisco en el que, según Agapito y Revilla, debió de ser lector de Prima. Asimismo, el historiador vallisoletano señala que “consta que predicó mucho y en el Salvador el día de la Virgen de agosto de 1747, en la fundación de la cofradía de maestros de obra prima de Nuestra Señora del Buen Suceso”. Desconocemos la fecha de su marcha al convento de San Francisco de Madrid, cenobio desde el que desempeñó los cargos de Definidor de su religión, en 1758, y el de Comisario General de Indias, entre 1768 y 1785, año este último en el que falleció en el referido convento madrileño el 27 de octubre, sucediéndole en el cargo Fray Manuel María Trujillo. Ocupó otros muchos cargos como “lector jubilado padre de la santa provincia de Aragón, Santiago y Terceros de San Antonio, teólogo de la Real Junta de la Purísima Concepción” y “ex-definidor padre de esta provincia de la Concepción”, tal y como puede leerse en el retrato que le hizo Ramón Canedo y que se conserva en la iglesia de San Andrés. La relación con su parroquia debió de ser siempre muy cercana ya que, por ejemplo, cuando el 11 de septiembre de 1758 se procedió a colocar la imagen de San Severo en su “nuevo dorado altar”, él fue el encargado de realizar la predicación. Como nota anecdótica, en los libros de acuerdos de la parroquia se indica que a Fray Manuel se le apodaba “Chapelo”.

RAMÓN CANEDO. Retrato del padre fray Manuel de la Vega
Desconocemos el motivo que llevó al franciscano a querer donar a la parroquia un grupo de San Antonio de Padua realizado por un taller genovés –posiblemente el de Agostino Storace– y no por el del más destacado de los ubicados en la ciudad como era el de Espinabete y al que, como ya hemos visto, solicitó tres obras, incluido el San Francisco de Asís frontero. Partiendo del hecho de que en Italia tuvo que conocer un grupo de San Antonio similar que le llamara la atención –seguramente el conservado en la iglesia de San Francisco de Rapallo que más adelante analizaremos– y que le impulsara a encargar uno de similares características para “su” iglesia, quizás en esta elección tuvo bastante importancia su gusto e interés por las obras en madera policromada y por la “proximidad con los modelos escultóricos de su nación de origen y en la frescura que imprimía la influencia ejercida por el ámbito romano en toda la Península Itálica, lo cual contrastaba con cierto agotamiento de los obradores españoles”. Pero no solo eso, puesto que también en su ánimo se encontraría el deseo de obsequiar a “su” iglesia con una pieza de exquisito valor artístico y que tenía el mérito añadido de ser italiana, lo cual no era poco dado que la mentalidad de la época asociaba las obras italianas a una categoría superior y perteneciente “a una cultura exquisita y magnificente”.

EXPOSICIÓN: "ALMACÉN. El lugar de los invisibles"

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Hace apenas dos semanas que se inauguró la última exposición del Museo Nacional de Escultura, sin duda una de las más importantes que ha ideado durante los últimos años. Titulada “Almacén. El lugar de los invisibles” es una magnífica y única oportunidad para hacernos una idea de la cantidad de maravillas que se guardan en el almacén del museo. A pesar del altísimo número de obras presentes en la muestra al parecer tan solo se está exponiendo alrededor del 15% del total. Si bien la exposición se centra casi exclusivamente en el mundo de la escultura, el museo también posee una extensa colección pictórica compuesta por algunos nombres de relumbrón.
 
En esta ocasión no vamos a desgranar la exposición sino que vamos a centrarnos en mostrar fotos de algunas de las obras más destacadas pues esta vez la muestra es más para disfrutarla visualmente que para entenderla pues tampoco tiene un nexo común más allá de la agrupación de las piezas en una serie de apartados. Llaman especialmente la atención la sala dedicada a conocer cómo son las esculturas y retablos por su parte trasera, esto es los vericuetos del ensamblaje e incluso comprobar como muchas imágenes están ahuecas o simplemente se han dejado sin tallar por su parte trasera ya fuera para aligerar el peso o porque como eran imágenes de retablo tampoco importaba tanto que estuvieran tallados en todo su alrededor; la sala dedicada a los Crucificados, en la que hay un verdadero horror vacui en el que Crucifijos de todos los tamaños, épocas y materiales tapizan las paredes; y por supuesto la sala dedicada a exponer multitud de esculturas de santos y sayones en una serie de gradas, que constituye un verdadero acierto museográfico. Justo delante de esta grada se haya la que sea una de las piezas estrellas de la exposición, y quizás la que más atraiga para hacernos una foto con ella. Se trata de una imagen gigantesca, de casi 3 metros de altura, de Santa Clara de Montefalco procedente del desaparecido retablo mayor del Convento de San Agustín, obra tanto en su parte arquitectónica como escultórica de Pedro Bahamonde (1707-1748). También se presta para selfies el gran mural de relicarios del inicio de la exposición y en el cual queda un hueco para que podamos mostrarnos por el a la manera de busto relicario de carne y hueso.
PEDRO BAHAMONDE. Santa Clara de Montefalco (segundo cuarto del siglo XVIII). Procede del Convento de San Agustín
PEDRO DE SIERRA. Un remate de la sillería del Convento de San Francisco de Valladolid (1735)
ANÓNIMO. Santiago el Mayor (mediados del siglo XVIII). Procede del Convento de Nuestra Señora de la Merced
PEDRO DE LA CUADRA. La Justicia (ca. 1599). Procede del Convento de Nuestra Señora de la Merced
ANÓNIMO. Señores de Mogrobejo (ca. 1500-1525)
ANÓNIMO MADRILEÑO. Caballero (comienzos del siglo XVII)
ANÓNIMO VALLISOLETANO. Virgen Comendadora de la Merced (ca. 1750-1800). Procede del Convento de Nuestra Señora de la Merced

A pesar de supuestamente las obras de almacén no son de tanto mérito como las que componen la colección permanente este hecho no es así puesto que tendremos la oportunidad de ver en la exposición, entre otras piezas, un Crucificadode Juan de Juni, las excelsas efigies de San Agustín de Hipona y Santa Rita de Casia de Juan Alonso Villabrille y Ron, una serie de santos realizados por Pompeyo Leoni y su taller (más bien diseñados por el italiano y ejecutados por su taller) para el retablo mayor del desaparecido retablo mayor del Convento de San Diego de Valladolid, cuatro sayones que formaron parte de tres “pasos” de la Cofradía de la Santa Vera Cruz (a saber: la Oración del Huerto, La Flagelación, y la Coronación de Espinas) -no quiero dejar pasar la oportunidad para desear que algún día esos pasos vuelvan a desfilar tal y como los idearon Gregorio Fernández y Andrés de Solanes-, los magníficos retablos gemelos dedicados a la vida de San Juan Bautista tallados por Esteban de Rueda para el Convento de San Juan de Tordesillas, la delicada Virgen Niñadel grupo de “la Familia de la Virgen” que realizó el ilustre escultor sevillano José Montes de Oca para el Hospital de Venerables Sacerdotes de Sevilla, el San Bruno atribuido a Gregorio Fernández -seguramente será obra de taller o de su yerno Juan Francisco Iribarne- que procede del retablo mayor de la Cartuja de Aniago, los tres delicados y pequeñitos Profetas atribuidos a Pedro de Sierra, o el San Francisco de Borja atribuido indubitablemente a Pedro de Ávila. Especial ilusión me ha hecho ver una imagen que creí desaparecida o destruida, se trata de una expectacular Virgen de la Merced de progenie rococó que procede del desaparecido Convento de San José de Mercedarios.
 
JUAN ALONSO VILLABRILLE Y RON. San Agustín (ca. 1701-1733). Procede del Convento de la Magdalena de Alcalá de Henares
JUAN ALONSO VILLABRILLE Y RON. Santa Rita de Casia (ca. 1701-1733). Procede del Convento de la Magdalena de Alcalá de Henares
JOSÉ MONTES DE OCA. Virgen Niña (ca. 1740). Procede del Hospital de Venerables Sacerdotes de Sevilla
JUAN DE JUNI. Crucificado (ca. 1550)
PEDRO DE ÁVILA. San Francisco de Borja (ca. 1738). Procede del Convento de las Comendadoras de Santiago de Valladolid
ANÓNIMO. San Juan Bautista (ca. 1750-1800). Procede del Convento de Nuestra Señora del Carmen
PEDRO DE LA CUADRA. Abrazo ante la Puerta Dorada (ca. 1599). Procede del Convento de Nuestra Señora de la Merced
ESTEBAN DE RUEDA. Retablos del Bautismo y La Degollación de San Juan Bautista (1621-1622). Procedente del Convento de San Juan Bautista de Tordesillas
PEDRO DE SIERRA. Isaías, Moisés y otro profeta (segundo cuarto del siglo XVIII). Procede del Monasterio de San Benito el Real
PEDRO DE SIERRA. Santos franciscanos doctores (segundo cuarto del siglo XVIII). Procede del Convento de San Diego
FRANCISCO SALZILLO (atrib.). San Félix de Valois
CÍRCULO DE GREGORIO FERNÁNDEZ. San Bruno (ca. 1634). Procede de la Cartuja de Aniago
ANÓNIMO. Virgen de la Merced (mediados del siglo XVIII). Procede del Monasterio de San José de Mercedarios
La Virgen del Carmen cuando se depositó brevemente en la desaparecida iglesia de San Ildefonso. El retablo se conserva en el Santuario Nacional de la Gran Promesa
En el fondo se observan un sayón de la Coronación de Espinas y otro del Azotamiento de Cristo
También en el fondo tenemos a un sayón del paso de la Oración del Huerto y a su derecha otro perteneciente al Azotamiento

Finalmente, como curiosidad no quiero dejar de resaltar un busto relicarionapolitano en cuya base figura junto a la leyenda “Pusosele en el 1765 un hueso de quixada de Sto. no conocido con otro de la quantidad de un piñón de Sta. Deodata M” y a su lado fue pintado un curioso monigote; y un formidable Crucificadoque a pesar de pasar desapercibido formó parte de la Semana Santa de Valladolid procesionando como la Segunda Palabra: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Procedente de un Calvario que perteneció al Convento de San Juan de Jerusalén de Zamora, se fecha hacia 1540 a pesar de su factura gótica.
 
ANÓNIMO NAPOLITANO. Busto relicario de San Simón Apóstol (ca. 1600). Procede del Convento de San Diego o del Convento de San Pablo de Valladolid

EL RETABLO BARROCO EN VALLADOLID ENTRE 1650-1750

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Después de un tiempo de descanso retomamos la actividad en el blog con una entrada que creo que puede ser interesante pues vamos a analizar de forma sucinta la época dorada del retablo barroco vallisoletano, aquella que comprende los años 1650-1750. Hemos decidido no incluir la primera mitad del siglo XVII pues, aunque también el retablo que se desarrolla en esta época pertenece al “Barroco”, en realidad estamos ante un retablo clasicista deudor de la retablística de finales del siglo XVI y que tiene como uno de sus principales modelos el retablo mayor del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
A lo largo del siglo en el que vivieron y trabajaron los tres miembros de la familia Ávila se sucedieron en Valladolid, según propuso Martín González, tres tipologías de retablos: prechurrigueresco (1650-1690 aprox.), churrigueresco (1690-1740 aprox.) y rococó (1740-1780 aprox.). Entre los maestros que laboraron durante estos años hay de todo, desde los que evolucionaron y participaron de sucesivos estadios, pasando por los rezagados que tardaron en asumir los nuevos postulados estéticos, hasta los conservadores que no se movieron un ápice de sus propuestas artísticas a lo largo de toda su trayectoria.

A- EL RETABLO “PRE-CHURRIGUERESCO” (aprox. 1650-1690)
El retablo “prechurrigueresco” se caracteriza por ser el primero con singularidades netamente barrocas, de lo cual tuvieron buena culpa Alonso Cano o Sebastián de Herrera Barnuevo. Así, acontece una resurrección de la ornamentación, la cual se multiplica, y adopta un mayor naturalismo y carnosidad; asimismo, aparecen las tarjetas cactiformes, los marcos de tarjetillas y los colgantes de frutas. Todos estos elementos aportan al retablo unos juegos de claroscuros que potencian sus volúmenes escultóricos. Sin embargo, el elemento que marcó el cambio fue la sustitución de la columna tradicional por la salomónica, si bien su uso se verá compartido con la de fuste estriado y los machones, reservados fundamentalmente para el ático. Los retablos más descollantes de este periodo son los del convento de Jesús y María, la iglesia de San Martín, la iglesia de Santa María de Tordesillas, y la iglesia penitencial de Nuestra Señora de la Pasión. Este último retablo, realizado en 1657 por los ensambladores Alonso y Antonio de Billota y el escultor Francisco Díez de Tudanca, tuvo una importancia capital dado que en él se utilizó por primera vez la columna salomónica en Valladolid. Se trata de una aparición tardía puesto que en España las primeras fueron las utilizadas por Bernardo Cabrera en el retablo de las Reliquias(1625) de la catedral de Santiago de Compostela. El retablo de la penitencial vallisoletana tendría seis columnas salomónicas gigantes y seguiría fielmente las trazas del retablo mayor de la iglesia del Buen Suceso de Madrid(1637), ciudad que por entones era la principal difusora de modelos para retablos; sus tracistas gozaban de gran prestigio, y de hecho dos de sus grandes exponentes trabajaron para Valladolid: Pedro de la Torre (ca.1596-1677) y Sebastián de Benavente (ca.1620-1689).

JUAN VELÁZQUEZ (traza de Sebastián de Benavente). Retablo mayor del Convento de Jesús y María (1658)
PEDRO DE CEA. Retablo mayor de la iglesia de San Martín de Valladolid (1672-1674)
JOSÉ DE ARROYO (traza de Pedro de la Torre). Retablo mayor de la iglesia de Santa María de Tordesillas (1655)
Pedro de la Torre fue uno de los grandes renovadores de la retablística barroca. En 1655 diseñó la traza para el retablo mayor de la iglesia de Santa María de Tordesillas, de cuya construcción se ocupó el segoviano José de Arroyo. La obra se ejecutó según el modelo imperante en la escuela madrileña: monumentalización del cuerpo principal, que se alza sobre un gran banco, ornamentación prolífica, marcos adornados con tarjetillas, tarjetas cactiformes, etc. También es genuinamente madrileña la preferencia por la pintura en detrimento de la escultura, la cual queda relegada a la hornacina principal y al ático. El influjo madrileño también está presente en el retablo mayor del convento de Jesús y María (1658), realizado por Juan Velázquez, hijo de Francisco Velázquez, siguiendo la traza del madrileño Sebastián de Benavente. El retablo se articula con columnas corintias de fuste estriado en su cuerpo principal y dos machones decorados con múltiples festones en su ático, que adquiere forma semicircular y cierra con una jugosa tarjeta cactiforme. Nuevamente observamos la preferencia por la pintura, la cual se debe al burgalés Mateo Cerezo (1637-1666). Por su parte, el retablo mayor de laiglesia de San Martín de Valladolid (1672-1674), que representa un primer estadio hacia la configuración del retablo-camarín, fue construido por Pedro de Cea. Está formado por un potente banco en el que sobresalen las ménsulas pobladas de decoración vegetación muy jugosa, un único cuerpo recorrido por seis columnas salomónicas de orden gigante, y un ático hipertrofiado. La profundidad, y por ende los efectos claroscuristas, se ven garantizados por la disposición escalonada de las columnas, las cuales sostienen entablamentos recurvados.
Los principales artífices de este periodo son: Cristóbal Ruiz de Andino (ca.1625-d.1690), Antonio Billota (ca.1630-1687) y Pedro de Cea (1633-d.1684).

CRISTÓBAL RUIZ DE ANDINO (ca.1625-d.1690)
Cristóbal Ruiz de Andino nació en la localidad burgalesa de Barruelo hacia 1625. Muy joven vino a Valladolid, ciudad en la que se formaría como ensamblador y en la que ya le tenemos documentado en 1650 actuando como tasador por parte del ensamblador José Castilla en un pleito que este mantenía con la Cofradía de Mancebos Sastres del Convento de San Francisco a cuenta de un retablo que les había fabricado. En 1656 contrajo matrimonio con Beatriz Corona. Sus obras más destacadas son el retablo mayor(1665)y losretablos colaterales de la capilla del Relicario (1669) de la Colegiata de San Luis de Villagarcía de Campos (Valladolid), el retablo mayor (1666-1670) de la parroquial de Cevico de la Torre (Palencia), y el retablo de Nuestra Señora del Rosario (1667) de San Cebrián de Campos (Palencia).

Retablo mayor de la capilla del Relicario de la Colegiata de Villagarcía de Campos (1665) (Traza de Lucas González)
Retablo colateral de la epístola de la capilla del Relicario de la Colegiata de Villagarcía de Campos (1669)

ANTONIO BILLOTA (ca.1630-1687)
Antonio Billota fue miembro de la saga de ensambladores más importantes del barroco vallisoletano. Iniciada por Alonso Billota, le sucedieron su hijo Antonio y su nieto Francisco. Antonio debió de nacer en Valladolid hacia 1630, si bien su padre, con el que se formaría, y cuyo taller heredaría tras su muerte, era natural de Saldaña (Palencia). La mayor parte de su obra ha desaparecido, si bien por lo conservado observamos que no se apartó de las líneas generales de la retablística de este momento. Fue un maestro prestigioso como así lo indica los comitentes que le solicitaron obra: la catedral, el Convento de San Francisco, el Monasterio de Nuestra Señora de Prado, el Colegio de San Ambrosio, diversas cofradías penitenciales, etc. En diversas ocasiones le encontramos asociado con Juan Guerrero de Horna (1639-d.1702), con quien debió de formar compañía. De su catálogo podemos destacar el desaparecido retablo mayor (1657) de la penitencial de Nuestra Señora de la Pasión, realizado conjuntamente con su padre y con Francisco Díez de Tudanca; el retablo mayor (1666-1670) de la parroquial de Cevico de la Torre (Palencia), realizado conjuntamente con Cristóbal Ruiz de Andino, o el retablo mayor de la Capilla de la V.O.T. (1675) del Convento de San Francisco.

Retablo mayor de la iglesia de San Martín de Cevico de la Torre (1666-1670). Realizado conjuntamente con Cristóbal Ruiz de Andino

PEDRO DE CEA (1633-d.1684)
Aunque alguna vez se le ha supuesto oriundo de Galicia, Pedro de Cea Gutiérrez nació en la localidad palentina de Torremormojón a mediados de marzo de 1633. Una vez establecido en tierras vallisoletanas, a donde vendría a aprender el oficio, contrajo matrimonio en 1663 con Manuela de Medina Argüelles, hermana del ensamblador riosecano Juan de Medina Argüelles, con quien pudo formarse, en la iglesia de Santa María de la Antigua. Colaboró en diversas ocasiones con su cuñado, siendo la más destacada el suntuoso retablo mayor de la iglesia de Santiago de Cigales(Valladolid). Martín González define a Cea como “entregado a un barroquismo más acentuado (…) por lo que se refiere al ensamblaje, de violento claroscuro”. En el último periodo de su vida pudo establecerse en Tordesillas ya que trabajó bastante tanto para esta localidad como para otras cercanas. Desconocemos cuándo y dónde aconteció su óbito, teniéndose como última noticia la traza y condiciones que diseña para realizar el retablo mayor de Villavieja del Cerro (1684). Sus obras más descollantes son el referido retablo mayor de Cigales (Valladolid) (1666), el retablo mayor de la iglesia de San Martín de Valladolid (1672), el retablo de la capilla de los Gaitán (1677) de la iglesia de San Pedro de Tordesillas (Valladolid), y el retablo de San Fernando (1680) de la seo vallisoletana.

Retablo mayor de la iglesia de Santiago de Cigales (1666)
Retablo mayor de la iglesia de la Asunción de Villavieja del Cerro (1684)
Retablo de la capilla de los Gaitán de la iglesia de San Pedro de Tordesillas (1677)
Retablo de San Fernando de la catedral de Valladolid (1680)

B- EL RETABLO “CHURRIGUERESCO” (aprox. 1690-1740)
En este periodo se ven culminados los cambios iniciados en la etapa anterior. Como bien indica el nombre asignado a esta etapa, buena culpa de las transformaciones acaecidas en el campo de la retablística durante este momento la tuvieron los Churriguera. Especial relevancia poseyó también en esta evolución la actividad del salmantino Cristóbal de Honorato “el Joven”. Son instantes en los cuales la decoración forra por completo los retablos, “haciéndose, en cambio, muy menuda y nerviosa de factura”. La columna salomónica continúa gozando de gran salud, aunque en ocasiones su utilización se combina con la de los estípites, cuyo uso impera en estos momentos. Según Martín González el empleo de la columna salomónica decae a partir de 1710, siendo sustituida por otra columna “recubierta de colgantes y cabezas pequeñas de serafines”. Domina el retablo de un solo cuerpo, con cuatro o seis columnas salomónicas y ático semicircular. Por su parte, la escultura queda reducida a la hornacina principal, a las laterales, al Calvario del ático y a los ángeles del cierre. Los ejemplos que mejor ilustran el churriguerismo son los retablos mayores de la iglesia de Santa María de Pozaldez (Valladolid), de Villanubla (Valladolid), de Fuente de Valdepero (Palencia), de la parroquia de Santiago de los Caballeros de Medina de Rioseco (Valladolid) y el de Santiago Apóstol de Valladolid. El periodo culmina con el retablo mayor de la iglesia deSan Miguel de Reoyode Peñafiel (Valladolid), y el de la Buena Muerte de la iglesia de San Miguel de Valladolid.
El retablo mayor de Santa Maríade Pozaldez, realizado entre 1685-1690 por Francisco Billota, Blas Martínez de Obregón y Gregorio Díez de Mata, supuso un paso más en el proceso de acrecentamiento de la ornamentación, acercándose poco a poco al “horror vacui”. La talla es tan incisiva que ha provocado la desaparición de las formas carnosas del retablo prechurrigueresco, la tarjeta cactiforme ha dado paso a una tarjeta crespa donde no existe la línea recta. Los machones del ático se han visto sustituidos por columnas salomónicas. Es el retablo barroco en todo su esplendor. Un nuevo hito lo representa el retablo mayor de Villanubla (1694), labrado también por Francisco Billota y Gregorio Díez de Mata. Fue el primero en el que se utilizó un nuevo tipo de estípite “constituido por un tronco de pirámide invertida y dos fragmentos de entablamento superpuestos, con numerosos adornos”. El estípite alcanza su mayor monumentalidad en el gigantesco retablo mayor de la parroquial de Fuentes de Valdepero (Valladolid), realizado en 1711 por Alonso Manzano siguiendo las trazas dadas por Lucas Ortiz de Boar. En esta ocasión, la columna salomónica ha sido relegada a los laterales de la hornacina principal y de las calles laterales. La decoración cubre la totalidad de la superficie arquitectónica.

FRANCISCO BILLOTA, BLAS MARTÍNEZ DE OBREGÓN Y GREGORIO DÍEZ DE MATA. Retablo mayor de la iglesia de Santa María de Pozaldez (1685-1690)
El retablo más gigantesco del churrigueresco vallisoletano es el proyectado en 1703 por Joaquín de Churriguera para el ábside mayor de la iglesia de Santiago de los Caballeros de Medina de Rioseco, y que fue materializado por los ensambladores Diego de Suano y Francisco Pérez. La escultura corrió a cargo del prolífico artífice riosecano Tomás de Sierra. El retablo debía adaptarse a un ábside tan sumamente alto que era imposible utilizar el orden gigante por lo que el tracista recurrió a dos cuerpos articulados mediante columnas corintias de tercio tallado y con los otros dos tercios decorados con colgantes. Este tipo de columna tendrá gran predicamento en las últimas décadas del churrigueresco. El retablo trajo consigo otras novedades como las cartelas decoradas con niños atlantes y la utilización de marcos ovalados “forma tan unida al rococó”.

DIEGO DE SUANO Y FRANCISCO PÉREZ (traza de Joaquín de Churriguera). Retablo mayor de la iglesia de Santiago de los Caballeros de Medina de Rioseco (1703-1705)
La apoteosis de la columna salomónica tiene lugar en el retablo mayor de la iglesia de Santiago Apóstol de Valladolid (1698-1702), realizado en su parte arquitectónica por Alonso Manzano y en la escultórica por Juan de Ávila. La planta es semicircular para adaptarse al ábside gótico. Sobre grandes ménsulas con decoración vegetal se levantan cuatro columnas salomónicas de orden gigante que están rematadas por entablamentos sobre los cuales se asientan unos ángeles. El ático remata en un cascarón semicircular que termina por forrar el ábside. Según Martín González “debe considerarse este retablo como uno de los más espléndidos del Barroco”.

ALONSO MANZANO. Retablo mayor de la iglesia de Santiago de Valladolid (1698-1702)
Los dos retablos que culminan este periodo son el de San Miguel de Peñafiel (1729) y el de la Buena Muerte de San Miguel de Valladolid (1738). El primero de ellos, tallado por Tomás Ruiz, “constituye la más deslumbrante gruta que se pueda imaginar”. A pesar de la gran altura que debía salvar utilizó columnas de tercio inferior tallado y en los extremos estípites de orden gigante. Todo ello condujo a un ático extremadamente amplio pero que no rompe la armonía general. La planta “resulta articulada en profundidad, semejando una portada de iglesia medieval”. El otro retablo está considerado como el punto culminante de la exaltación del estípite y pertenece ya, según Martín González, a una “fase de ornato apretadísimo, ofuscante, donde el efecto de conjunto lo es todo, si bien el detalle está soberbiamente tratado. Los retablos se hacen para ser contemplados de lejos. No atraen en rigor por la imaginería, como en las obras del Gótico y el Renacimiento, sino por la caligrafía y el arabesco”. El retablo lo componen multitud de cuerpos prismáticos decorados con placas recortadas y superpuestas. El dorado y el nicho central, que se encuentra completamente decorado con espejos, contribuyen a darle aires de magnificencia.

TOMÁS RUIZ. Retablo mayor de la iglesia de San Miguel de Reoyo de Peñafiel (1729)
Los ensambladores más destacados de este periodo son Gregorio Díaz de Mata (ca.1645-1720), Blas Martínez de Obregón (ca.1650-1716), Francisco Billota (1656-1728), Alonso Manzano (1656-1720), Juan Correas (1660-1732) y Pedro Correas (1689-1756).

GREGORIO DÍAZ DE MATA (ca.1645-1720)
Gregorio Díez de Mata nació en Valladolid hacia el año 1645. Desconocemos en que taller se formó, y sus retablos no poseen ningún elemento distintivo que nos permita identificarlo, si bien por lo general adolecen de cierta planitud en la labor de la talla, la cual no es tan exuberante como la demostrada por otros artífices como Martínez de Obregón o Manzano. En 1681 casó con María Teresa Valcárcel, con la cual tuvo tres hijos, entre los cuales destaca José (1684), el futuro ensamblador. Falleció a mediados de 1720, entre el 25 de marzo en que otorga un codicilo y el 30 de julio en que ya consta su óbito. Sus obras más descollantes son el retablo mayor (1696-1702) de la parroquial de Villanubla (Valladolid), realizado conjuntamente con Francisco Billota; los retablos colaterales y tres marcos de la capilla de la Virgen de las Angustias y los Siete retablos (1710) del camarín de la misma capilla, todos ellos radicados en la iglesia penitencial homónima; el retablo mayor (1712) y los retablos colaterales de la parroquial de Casasola de Arión (Valladolid), y los retablos colaterales(1714) de la parroquial de Torrecilla de la Abadesa (Valladolid). En buena parte de ellos colaboró con su hijo José.

Retablo del Ecce Homo de la capilla de Nuestra Señora de las Angustias de la iglesia penitencial homónima de Valladolid

BLAS MARTÍNEZ DE OBREGÓN (ca.1650-1716)
Blas Martínez de Obregón, que quizás nació en la Trasmiera, según el parecer de Martín González, fue uno de los artífices más destacados del foco vallisoletano, como así lo indica la ingente cantidad de obra contratada y la dispersión de la misma. Además de ensamblador se le denomina maestro arquitecto, como así figura en las condiciones que diseña para el retablo mayor de la iglesia de San Pedro de Villalón de Campos (1693) o cuando se presenta al concurso para ejecutar la fachada de la Universidad de Valladolid (1716). Por citar tan solo algunos ejemplos de su excelente producción podemos mencionar el retablo mayor (1677) del Colegio de los Ingleses; el Túmulo de la reina María Luisa de Orleans promovido por el Ayuntamiento de Valladolid (1689), realizado conjuntamente con el ensamblador Antonio Álvarez; el retablo mayor (1689) de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario; el retablo mayor (1691) de la parroquial de Villalba de los Alcores (Valladolid); los retablos colaterales(1693-1694) del Monasterio de San Quirce; o el retablo mayor (1697) de Villanueva de Duero (Valladolid).

Retablo mayor de la iglesia de Santiago de Villalba de los Alcores (1691)
Retablo mayor del Monasterio de San Quirce de Valladolid (1697)

FRANCISCO BILLOTA (1656-1728)
Francisco Billota nació en Valladolid en 1656. Fue cofrade de la Penitencial de las Angustias, templo para la cual realizó el Tabernáculo de la capilla de Nuestra Señora de las Angustias (ca. 1710). En sus últimos años, llevado por sus fervores religiosos, solicitó el ingreso como bienhechor en la Congregación de San Felipe Neri fundando una capellanía y entregando como muestra de profundo agradecimiento por tan singular favor una fuente de plata labrada. Según Martín González, Billota es “quien mejor contribuye a la implantación del churriguerismo”, además “crea un tipo de retablo que tiene una gran difusión por la comarca vallisoletana, y cuyo prototipo es el mayor de la parroquial de Pozaldez. También fue él quien utilizara por vez primera el estípite barroco constituido por varios cuerpos superpuestos”. Falleció el 2 de agosto de 1728, siendo sepultado en el Oratorio de San Felipe Neri. Para el referido Oratorio ejecutó el retablo mayor (1689-1691), los retablos colaterales (1698-1699) y los retablos de las seis capillas(1719-1722). Otras obras destacables son el retablo mayor y los colaterales(1698) del Monasterio de Santa Brígida, el retablo mayor (1712) de la parroquial de Serrada (Valladolid).

Retablo mayor del Oratorio de San Felipe Neri de Valladolid (1689-1691)
Retablo colateral de la Epístola del Oratorio de San Felipe Neri (1698-1699). Originariamente dedicado a San Francisco de Sales
Retablo mayor de la iglesia de San Pedro de Serrada (1712)

ALONSO MANZANO (1656-d.1721)
Es, a no dudarlo, el mejor representante del retablo churrigueresco, en su aspecto florido. Hermosea gallardamente la columna salomónica, que alcanza límites de primor inigualable en el retablo mayor de Santiago, de Valladolid”. Con estas palabras definió Martín González al brillante ensamblador Alonso Manzano, que nació en Padilla de Duero (Valladolid) a comienzos de 1656. Aún sin haber contraído matrimonio, el 9 de abril de 1707 nace su hijo Alonso, fruto de la relación que mantenía con Bárbara González. Además de ensamblador y tracista pudo practicar la escultura, como así lo dejan entrever las esculturas de San Miguel y San Rafael(1717) que le paga en 1717 la parroquia de Villavieja del Cerro (Valladolid). Desconocemos la fecha de su fallecimiento, el cual quizás se produjo mientras trabajaba en alguna obra fuera de la ciudad. De su extensa producción descuellan el retablo mayor (1685-1696) de la parroquial de Villavieja del Cerro (Valladolid); el desaparecido retablo mayor (1687) del Hospital de San Juan de Dios, realizado junto a Juan Correas; el retablo mayor (1683-1699) de la iglesia de San Pedro de Villalón de Campos (Valladolid); los retablos colaterales (1693) de la iglesia Penitencial de la Santa Vera Cruz; el retablo mayor, retablos colaterales y retablo de la Virgen de la Calzada (1696) de la parroquial de Brías (Soria); el retablo mayor (1698-1702) de la iglesia de Santiago Apóstol de Valladolid; la Estantería de la Biblioteca (1705) del Colegio de Santa Cruz, y el retablo mayor (1711) de la parroquial de Fuentes de Valdepero (Palencia).

Retablo colateral de la epístola de la iglesia penitencial de la Santa Vera Cruz (1693). Dedicado a Cristo atado a la columna
Retablo mayor de la iglesia de Nuestra Señora de la Antigua de Fuentes de Valdepero (1711). Traza de Lucas Ortiz de Boar

JUAN CORREAS (1660-1732)
Juan Correas nació en Peñafiel en 1660. Siendo todavía un niño sus padres se trasladaron a Valladolid en busca de mayor prosperidad, adquiriendo unas casas en el barrio de San Andrés. El aprendizaje de Correas tendría lugar en uno de los numerosos talleres de ensambladores, entre los cuales sobresalían por entonces los de Cristóbal Ruiz de Andino, Antonio Billota y Pedro de Cea. En 1686 contrajo matrimonio con Ana Teresa Calderón de la Barca, con la cual tuvo seis hijos, entre ellos el futuro ensamblador Pedro Correas, uno de los más prestigiosos de su tiempo. Tras fallecer su esposa contrajo matrimonio en segundas nupcias con Paula Díez de Perales, una viuda con un hijo a su cargo, Melchor García, que con el tiempo se convertiría en uno de los escultores y ensambladores más destacados de la Tierra de Campos durante los años centrales del siglo XVIII. Correas falleció en 1732, siendo sepultado en la iglesia de San Lorenzo. De su catálogo podemos citar el retablo mayor(1687) del Hospital de San Juan de Dios, realizado conjuntamente con Alonso Manzano; el retablo mayor (1713) de la iglesia de la Vera Cruz de Nava del Rey (Valladolid); el retablo de San José (1717) de la parroquial Nava del Rey (Valladolid), el retablo del Santo Sepulcro (1719) del Hospital de la Resurrección y el retablo de la Dolorosa (1728) de la iglesia de N. P. Jesús Nazareno.

Retablo del Santo Sepulcro del Hospital de la Resurrección, hoy en la iglesia de la Magdalena de Valladolid (1719). Realizado conjuntamente con su hijo Pedro Correas
Retablo de San José de la iglesia de los Santos Juanes de Nava del Rey (1717)

PEDRO CORREAS (1689-1756)
Pedro Correas fue el ensamblador más brillante del segundo cuarto del siglo XVIII, de hecho, Martín González aseveró que sus empresas artísticas “nos le permiten imaginar como el más importante” del foco vallisoletano del momento, cultivando sobre todo el retablo de tipo hornacina que ocupa todo el fondo de las capillas. Además de ensamblador fue escultor, realizando buena parte de las imágenes que pueblan sus retablos, aunque otras las subarrendó a algunos miembros de la familia Sierra, como José y Pedro. Su estilo escultórico es una solución de compromiso entre los de Pedro de Sierra y Pedro de Ávila; además, Martín González vislumbró ciertos rasgos de estirpe juniana que bien pudieran proceder de los Sierra. Debió de mantener estrechos lazos con los franciscanos ya que trabajó para numerosos comitentes, conventos y parroquias relacionadas con esta Orden.
Hijo del ensamblador Juan Correas, nació en Valladolid en 1689, y contrajo matrimonio en dos ocasiones: en 1720 con la genovesa María Ana Penco y en 1725 con Ana María de Mendiguren. En la madrugada del 25 al 26 de septiembre de 1736 se desató un espantoso “incendio y fuego en la casa del mayorazgo de velón intitulada del padre Galván”, viviendas en las cuales Correas tenía instalados tanto la vivienda como el taller. El obrador sufrió graves desperfectos, perdiéndose buena parte de las obras en las que se hallaba trabajando por entonces. Falleció el 6 de febrero de 1752. De su dilata trayectoria sobresalen los retablos mayores del Convento de Santa Clara(1730) y de laiglesia de San Andrés (1741) de Valladolid, o el retablo mayor de la iglesia de Mucientes (Valladolid) (1740-1742). También destacamos, por su calidad, una interesante escultura de Nuestra Señora de la Paz (1736) que realizó para la ermita homónima de Cáceres.

Retablo mayor del Convento de Santa Clara de Valladolid (1730)
Retablo mayor de la iglesia de San Andrés de Valladolid (1741)
Retablo de la iglesia de San Pedro de Mucientes (1740-1742)

C- EL RETABLO “ROCOCÓ” (aprox. 1740-1780)
Hacia el año 1740 comienza un repliegue decorativo. Los retablos ya no exhibirán el movimiento en sus elementos sustentantes sino en las plantas y en los alzados, los cuales “se mueven agitadamente, imperando una ágil articulación borrominesca”. Las influencias provendrán de la familia Tomé y de la Corte. La columna salomónica y el estípite se ven sustituidos por la columna clásica acanalada. En un primer momento la decoración característica se basó en las “cabezas de serafines dispuestas sobre placa adventicia, motivo que ya había aparecido unos años antes”, si bien con el tiempo apareció la rocalla. La escultura, que había sido relegada, vuelve a retomar importancia. Son característicos de estos momentos los áticos con rompimientos de gloria presididos por el Padre Eterno, por el Espíritu Santo, o por ambos. Los tres grandes hitos de este momento son los retablos mayores del Monasterio de Santa María de Valbuena de Duero (Valladolid), de la parroquial de Rueda (Valladolid) y de la parroquial de Cabezón de Pisuerga (Valladolid). También queremos reseñar por su belleza el espectacular retablo mayor de la iglesia del Salvador de Valladolid (ca, 1747-1753), obra del burgalés Fernando González, formado en Pucela con Pedro de Sierra y que con el tiempo se convirtió en su discípulo más destacado.

PEDRO CORREAS (atrib.). Retablo mayor del Monasterio de Santa María de Valbuena (ca. 1750)
FERNANDO GONZÁLEZ. Retablo mayor de la iglesia del Salvador de Valladolid (ca. 1747-1753)
El retablo del Monasterio de Valbuena inaugura la tipología de “retablo-tabernáculo” que en años posteriores contaría con un ejemplar en Valladolid: el tristemente desaparecido retablo de la Congregación del Amante Corazón de Jesús de la iglesia de San Julián. El retablo en sí es una ampliación de la custodia, sobre la cual acontece la coronación de la Virgen por un teatral ángel que la sobrevuela. Se puede deambular alrededor de la custodia, en la que están dispuestos diversos santos y entre ellos una serie de alabanzas que loan a la Virgen. Las columnas están decoradas con numerosas cabezas de ángeles y elementos pegajosos. Se piensa que el autor de tan soberbia máquina fue Pedro Correas.
Uno de los retablos más novedosos de estos momentos fue el construido por Pedro de Sierra para la iglesia de la Asunción de Rueda (Valladolid) (1741-1746). La planta es mixtilínea, mientras que las tres calles se alabean creando una sensación de movimiento a la manera de la fachada de San Carlo alle Quattro Fontane (Roma) de Borromini. El retablo se articula a través de un único cuerpo formado por cuatro columnas acanaladas de orden gigante, cuyos fustes se hallan recorridos por cabezas aladas “sobre placas recortadas de blanda consistencia”, que a buen seguro procederán de Narciso Tomé y de los tegumentos con que decoró su Trasparente de la catedral de Toledo. Sobre el entablamento asientan los cuatro Evangelistas, mientras que el ático lo ocupa un majestuoso grupo de la Trinidad coronando a la Virgen, la cual preside la hornacina principal de la máquina. Es un mundo irreal y fantasioso.

PEDRO DE SIERRA. Retablo mayor de la iglesia de la Asunción de Rueda (1741-1746)
El último de los ejemplos elegidos es el retablo mayor de Cabezón de Pisuerga (Valladolid) realizado en 1751 por Bentura Ramos. En él se dan cita ya todas y cada una de las características de este periodo: columnas acanaladas de orden gigante con el fuste decorado con angelotes, rocalla, y decoración menuda; aparición del Padre Eterno en el remate del ático, etc. Además de Pedro de Sierra, el ensamblador y/o tallista más destacado de esta etapa es, precisamente, Bentura Ramos. Todavía queda mucho por investigar sobre este periodo, quizás uno de los más interesantes y peor conocidos de la retablística vallisoletana.

BENTURA RAMOS (1703-1756)
Apenas poseemos información acerca de la vida y obra de Bentura Ramos, a excepción de su testamento fechado en 1756. En él declaraba que varias personas le eran deudoras de diferentes cantidades, entre ellos don Joseph Ubago y Busto “colegial de Santa Cruz (…) de resto de un retablo que de su orden hice en el Convento de Santa Clara de la villa de Cuellar” y la Cofradía de la Consolación de Valladolid “de resto del retablo que tengo concluido”. Falleció tan solo cinco días después, siendo enterrado según su deseo en San Lorenzo. De su exiguo catálogo podemos citar el retablo de Nuestra Señora del Carmen (1739) de la iglesia de la Asunción de Melgar de Fernamental (Burgos); el retablo mayor (1749) y los retablos colaterales (1753) de Cabezón de Pisuerga (Valladolid); el Armazón del carro triunfal del Corpus de la catedral de Palencia (1754); y el retablo mayor del Convento de Agustinas Canónigas de Palencia (1755-1756).

Retablo mayor de la iglesia de la Asunción de Cabezón de Pisuerga (1749)
Retablo mayor del Convento de Agustinas Canónigas de Palencia (1755-1759). Finalizado por Domingo de Ondátegui, Juan Manuel Becerril y Manuel Ramos

BIBLIOGRAFÍA
  • BALADRÓN ALONSO, Javier: Los Ávila, una familia de escultores barrocos vallisoletanos [tesis doctoral], Universidad de Valladolid, Valladolid, 2016.
  • GARCÍA CHICO, Esteban: Documentos para el estudio del arte en Castilla. 2, Escultores, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1941.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: El retablo barroco en España, Alpuerto, Madrid, 1993.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca en España, 1600-1770, Cátedra, Madrid, 1983.

EL CAMARÍN DE LA IGLESIA DE SANTA MARÍA LA MAYOR DE PORTILLO: Un interesante conjunto de pinturas murales barrocas

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Después de mucho tiempo sin viajar por la provincia hoy nos trasladaremos al sur de la capital, concretamente a la bella localidad de Portillo, conocida fundamentalmente por su magno Castillo -donado el siglo pasado a la Universidad de Valladolid por el ilustre médico e investigador Pío del Río Hortega, discípulo predilecto de Santiago Ramón y Cajal- y por sus riquísimos mantecados, conocidos popularmente como “zapatillas”.
No tan conocida es su iglesia, y menos el camarín barroco del que hablaremos a continuación. La iglesia de Santa María la Mayor, la única que actualmente sigue abierta el culto en la población, fue construida a mediados del siglo XVII, reedificada parcialmente a finales del siglo XVII, y con una serie de añadidos de comienzos del XVIII. El camarín resulta ser un cuerpo que sobresale de la planta de la iglesia y que se abre a espaldas del retablo mayor. Este retablo es de progenie salomónica, fechable en el tercer cuarto del siglo XVII, está presidido por una Virgen con el Niño (150 cm) gótica con una cronología cercana al año 1300. Además de las columnas destacan las potentes ménsulas, tarjetas vegetales y machones del ático, entre los cuales se localiza una bella pintura dedicada a la Asunción de la Virgen. Justo debajo de la Virgen gótica encontramos un tabernáculo renacentista con relieve de la Resurrecciónen la puerta, de San Pedro y San Pablo en los laterales, y la inscripción: “MATHEOS CJºS DE ROZAS I DOÑA BERNARDINA VELAZQUEZ ESTE RETABLO HICIERON Y DORARON A SU COSTA”.

El camarín se construyó en el primer tercio del siglo XVIII y resulta ser una pequeña habitación cuadrangular cubierta con cúpula sobre pechinas. Tanto los lunetos como la propia cúpula asientan sobre una serie de pequeñas ménsulas. Al exterior el camarín presenta unos volúmenes muy definidos y sin ornamentación ninguna, llamando la atención que en la parte baja se abre un pasadizo con bóveda de medio cañón que permite el tránsito viario. Un poco por encima se abren en las caras Este y Sur sendas ventanas por las que entra la luz que ilumina la estancia. Los materiales utilizados en la ejecución de estos paramentos es piedra mampostería para los lugares más importantes (ventana, arco y esquinas), piedras irregulares para rellenar el resto del muro, y en la parte superior el alero está construido en ladrillo, estando este cubierto finalmente por las tejas.

Regresando al interior, al camarín se accede por una escalera que parte desde una pila de agua en la que el sacerdote se lavaría las manos. Esta pila de agua está rematada por una venera con la charnela hacia afuera y que por encima va decorada con unas pinturas murales, similares a las del camarín, en la que entre labores vegetales surge un letrero que dice así: “Da, Domine, Virtvtem, Manibus, Meis, Adastergendum, Omnem, Maculam, Vt Sine pollutione, mentis & Corpois, Valeam, tibi servire”. Tras observar esta pila y subir los escalones pertinentes accedemos definitivamente a aquel pequeño espacio que nos llama poderosamente la atención por cuanto se encuentra completamente forrado de pinturas murales, de arriba abajo, de izquierda a derecha, todo, de hecho, es tal el “horror vacui” que no existe un solo centímetro del camarín que se encuentre sin pintar: tenemos pinturas murales figurativas, pero también ornamentales efigiando decoraciones vegetales y simulacros de mármoles. Predominan los tonos rojos, azules, ocres, amarillos y oscuros.

Las pinturas configuran un ciclo dedicado a la vida de la Virgen, como no podía ser de otra manera dado que tanto el retablo al que se accede por el camarín como la iglesia están dedicados a María. Estos episodios marianos se desarrollan en tres de los cuatro lunetos (Encarnación, Anunciación y la Huida a Egipto), en la bóveda (Asunción) y en la parte inferior de una de las paredes, concretamente debajo del luneto de la Anunciación (la Coronación de la Virgen). Las pechinas que sustentan la cúpula acogen a los cuatro Evangelistas. Finalmente, también en tres de las cuatro paredes situadas debajo de los lunetos encontramos pinturas figurativas: ya hemos visto que en una aparecía la Coronación de la Virgen, pues bien, las otras dos están decoradas con ángeles entre arquitecturas y elementos vegetales. Como habréis visto hay una pared completa, tanto en la parte inferior como en la superior que configura un luneto, que no exhibe pintura figurativa alguna, sino que se encuentra completamente decorada con motivos vegetales. A continuación, vamos a detallar algo más las pinturas murales que componen el camarín realizando un recorrido por las paredes comenzando por la Norte y siguiendo el orden de las agujas del reloj (Este, Sur, Oeste). Lo primero que hay que señalar es que las diferentes escenas o personajes independientes se hayan perfectamente delimitados por marcos de flores a la manera de los conocidos como “Quadri riportati”, si bien la Asunción ya cabría clasificarla dentro de la tipología de pintura de “Quadratura”.

La pared Norte acoge en su parte inferior la puerta de acceso, sobre la cual se halla colocado un cuadro-exvoto típico de este tipo de recintos en el que un devoto da las gracias a la Virgen por su curación. Este género de pinturas suele ser siempre igual: el enfermo aparece en la cama y a lo lejos en el cielo y entre nubes figura la devoción a la que se da las gracias, en este caso Santa María la Mayor de Portillo, y en la parte inferior del cuadro un texto que contiene la explicación: “Hallándose gravemente enferma Juana Capellán, vecina del Arrabal [de Portillo] se encomendó a Ntra Srala Mayor de Portillo y  se recobró Salud. Año de 1850”. Por lo general se suele tratar de pinturas de escasa calidad, cuyo único valor es el iconográfico. A la derecha de la puerta encontramos el “Quadro riportato” que acoge la pintura de la Coronación de la Virgen. Sobre un cúmulo de nubes se haya Jesucristo vestido con ropajes encarnados colocando la corona sobre la testa de María, que figura arrodillada frente a él y vestida con ropajes azulados alusivos a su virginidad. A su derecha el Padre Eterno, un bonachón anciano con barba y pelo cano, la bendice con la mano derecha mientras que con la izquierda sujeta un cetro. El Espíritu Santo en su forma habitual de Paloma lanza un rayo de luz hacia la corona. Tanto Dios Padre como Cristo asientan sobre unos “tronos” conformados por cabezas aladas de ángeles. Completan la escena otra serie de ángeles que juguetean entre las nubes. Por encima de esta escena encontramos una serie de ménsulas, también pintadas, entre las cuales se desarrollan decoraciones vegetales casi idénticas a las que encuadran la escena superior que figura en el luneto, que no es otra que la Anunciación. Como es habitual los protagonistas son María y el Arcángel San Gabriel, pero también lo es un pequeño angelito situado a la derecha que descorre un ampuloso telón barroco que ocultaba la escena. María figura leyendo un libro situado sobre un atril en forma de ménsula y con un mascaron angelical en el frente. Tanto la Virgen como el atril se elevan sobre un podio de doble escaño. A su derecha llega raudo a lomos de una nube el Arcángel San Gabriel, con un ramo de azucenas en la mano derecha (atributo que hace referencia a la concepción virginal de María) y con la izquierda señalando al Espíritu Santo, que nuevamente lanza desde un rompimiento de gloria un rayo hacia la Virgen. Esta pintura de la Anunciación está claramente inspirada en la que ejecutara en 1671 el madrileño Francisco Ignacio Ruiz de la Iglesia (1649-1704) para la catedral de Valladolid.

Anunciación (1671) de Francisco Ignacio Ruiz de la Iglesia conservada en la catedral de Valladolid
La pared Este es sustancialmente diferente al resto puesto que además de acoger una bóveda de medio punto, en su parte superior se abre una ventana y toda la superficie pictórica del muro (tanto en la inferior como en la propia del luneto) se halla decorada con motivos vegetales ya sean entrelazados, en forma de rameados, etc. Como anécdota, en los dos juegos florales que se explayan a ambos lados de la ventana encontramos a dos pequeños angelitos jugueteando.

La pared Sur es para mi gusto la más rica, pictóricamente hablando. En la parte inferior se abre en el centro una ventana, cuyo marco está decorado nuevamente con motivos vegetales, a cuyos lados aparecen pintados sendos ángeles, de formas gráciles y femeninas. Aparecen dentro de hornacinas simuladas y apoyados sobre peanas, también en trampantojo, en las que encontramos una serie de plantas y flores pintadas con gran nivel de detallismo. Los ropajes de ambos ángeles son muy movidos. La parte superior del muro, el luneto, acoge quizás la escena más interesante y de mayor calidad del conjunto, así como la que contiene un mayor trasfondo iconográfico: la Encarnación. La escena está formada por Dios Padre a la izquierda sobre una serie de nubes entre las cuales sobresalen algunos angelotes. Extiende su mano derecha hacia la Virgen, mientras que con la izquierda nuevamente sujeta el cetro. A su lado, y en un nuevo rompimiento de gloria, aparece el Espíritu Santo lanzando un rayo sobre la Virgen. En la parte derecha de la escena llega lo más interesante: la Virgen Niña cosiendo sentada encima de un cojín sobre una silla. A su izquierda surge un Unicornio, de cuerno extremadamente largo, que simboliza la pureza de María. Tras ella un alto podía que sirve de base a una gigantesca columna de la que tan solo se aprecia la basa. Tanto el podio como la basa están rotas, lo que pudiera aludir a la rotura del velo del templo, siendo quizás este velo el rojo que recubre la citada arquitectura.


La pared Oeste acoge la puerta que da acceso a la Virgen gótica del retablo mayor, a la sazón Santa María la Mayor. La puerta se encuentra decorada en sus bordes por elementos vegetales y mixtilíneos, mientras que a los lados la flanquean sendos ángeles regordetes que sujetan con una de sus manos un óvalo dentro del cual aparece una palmera que alude a una de las letanías marianas. Como hemos visto, en las cuatro paredes la separación del cuerpo bajo del luneto se produce por medio de una serie de ménsulas entre las cuales aparecen decoraciones vegetales, pues bien en esta ocasión encontramos una pequeña diferencia y es que entre las ménsulas situadas sobre la puerta del camarín figura una cabeza alada de serafín que tiene como fondo una venera. Ya en el luneto observamos que la escena desarrollada en él es la Huida a Egipto. No se trata de la típica escena que ilustra este episodio en el cual encontramos a la Virgen con el Niño sobre el burro y San José abriendo camino. En esta ocasión vemos a la Sagrada Familia a pie llegar a una barca para cruzar un río. Un personaje sobre la barca, su propietario, y sujeto a una cuerda parece disponerse a ayudarles, mientras que también serviría de ayuda a la Sagrada Familia el Ángel que completa la escena junto al burro en el extremo derecho.

Una vez vistos los muros damos paso a las pechinas, las cuales acogen a los cuatro Evangelistas sobre nubes y en actitud de escribir las Sagradas Escrituras. A cada uno le acompaña su “viviente”: a San Juan el Águila, a San Mateo el Ángel, a San Marcos el León y a San Lucas el Toro. Remata el conjunto en una vistosa, barroca y movida escena de la Anunciación en la bóveda en la que el artista ha querido jugar con la perspectiva “sotto in su”, aunque tan solo parece lograrlo en la balaustrada que recorre el perímetro. Esta balaustrada se encuentra interrumpida en los cuatro puntos cardinales por parejas de ángeles que sujetan inscripciones alojadas dentro de construcciones vegetales con elementos arquitectónicos. Así, en ellos podemos leer las siguientes leyendas: “Atque semper virgo”, “Felix caeli porta”, “Dei mater alma”. La cuarta por desgracia se halla borrada debido a la pérdida de la capa pictórica. En el centro de la bóveda se encuentra la Virgen ascendiendo a los cielos gracias a la ayuda de unos ángeles adultos, al mismo tiempo le rodean otros más infantiles que portan diferentes objetos que aluden a una serie de letanías: corona, cetro, lirio, palma, estrella, etc.

El conjunto pictórico mural que acabamos de ver, y del cual desconocemos el autor -quizás habría que pensar en Pedro de Acuña, especialista en pintura mural, aunque la pintura de este periodo está tan poco estudiada que bien pudiera haberla ejecutada un maestro actualmente desconocido- constituye uno de los escasos ejemplares barrocos conservados en la provincia. Aunque muchos han desaparecido, podríamos aludir a otros ejemplares muy interesantes como los que acogen el camarín de la Virgen de la Soterraña en la iglesia de San Miguel de Olmedo, o la bóveda de la sacristía de la iglesia del Salvador de Valladolid.

Camarín de la Virgen de la Soterraña en la iglesia de San Miguel de Olmedo
Cúpula de la sacristía de la iglesia del Salvador de Valladolid


BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo X. Antiguo partido judicial de Olmedo, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1977.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Arquitectura barroca vallisoletana, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1967.

EL RETABLO MAYOR DEL MONASTERIO DE SAN QUIRCE (Blas Martínez de Obregón, 1697)

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La iglesia del Monasterio de San Quirce y San Julita posee uno de los más importantes conjuntos de retablos barrocos de la ciudad, ya no solo por su calidad sino por la variedad de los mismos, de suerte que a través de ellos podemos trazar perfectamente la evolución sufrida por la retablística barroca vallisoletana, la cual fue dividida por Martín González en cuatro fases (contrarreformista, prechurrigueresco, churrigueresco y rococó). Así, al excelente ejemplar churrigueresco que adorna la capilla mayor, se le suman los dos retablos colaterales del mismo estilo, el rococó situado frente a la entrada de la iglesia, y el prechurrigueresco localizado a los pies del templo junto a la reja del coro.
El retablo mayor del Monasterio de San Quirce fue realizado por Blas Martínez de Obregón (ca.1650-1716), uno de los ensambladores vallisoletanos más descollantes del momento junto con Alonso Manzano (1656-ca.1721) y Francisco Billota (1656-1728). A las más que fundadas sospechas sobre su autoría se suma el hecho de que en la escritura que otorgó el 9 de julio de 1689 para construir el retablo mayor de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario se alude como modelos para realizarle los retablos mayores del Convento de San Quirce y del Colegio de San Albano de los Ingleses, este último también obra documentada de Martínez de Obregón. A pesar de todo, tampoco podríamos descartar que su construcción hubiera corrido a cargo de Francisco Billota, siguiendo la traza y condiciones redactadas por Martínez de Obregón, o viceversa. Como acertadamente señala Martín González, este retablo es “análogo al retablo de las Brígidas”, obra documentada de Francisco Billota. Hemos de tener en cuenta que los ensambladores vallisoletanos de la época adoptaron soluciones muy similares a la hora de diseñar los retablos, y además en muchas ocasiones el maestro que daba la traza no era finalmente el que se encargaba de materializar el proyecto dado que primero se elegía una traza y condiciones y posteriormente se sacaba la obra a subasta. Por regla general quién menos pidiera por su fabricación, ajustándose a las trazas y condiciones seleccionadas, ese era el que se la llevaba.

El retablo sigue un modelo muy difundido en el área vallisoletana. Se trata de una enorme máquina tetrástila estructurada en un amplio banco, cuerpo con tres calles y ático de remate semicircular. El cuerpo principal está articulado a través de cuatro columnas salomónicas gigantes apoyadas sobre ménsulas con hojas carnosas y mascarones de cuyas bocas surgen festones de fruta. Entre las ménsulas se sitúan netos con cartelas, delante de los cuales se han dispuesto las esculturas de San Quirce y Santa Julita, titulares del templo, y el sagrario. La calle central alberga la imagen del titular, San Bernardo, y detrás de él una hornacina repleta de espejos fechable en el segundo cuarto del siglo XVIII. A los pies del santo, y de la misma época que la hornacina, unas gradas escalonadas decoradas con espejos. Encima de la hornacina hay un pabellón descorrido y sobre él el escudo de la Orden del Císter enmarcado por fantasiosas decoraciones vegetales. En los intercolumnios, flanqueados por sendas columnas salomónicas, y rematadas por un amplio trozo de entablamento, se encuentran las hornacinas que contienen a San Benito y a Santa Escolástica. Estas hornacinas, apeadas sobre simples ménsulas formadas por decoraciones vegetales muy carnosas, están conformadas por otras dos columnas salomónicas de menor tamaño que sustentan arcos semicirculares encuadrados por marcos quebrados al modo de arrabá.
El ático, que según Martín González es el usual de los Billota, tiene una portada flanqueada por columnas salomónicas coronadas por angelotes que portan palmas del martirio en alusión a los que padecieron San Quirce y Santa Julita. Ocupa la portada un relieve de la Asunción de la Virgen. A los lados dos tableros decorados con rameados, y en los extremos las medallas del Sol y de la Luna, astros que suelen figurar en representaciones de temática mariana.

La parte escultórica del retablo ha sido atribuida indistintamente a los tres grandes maestros del momento: Juan Antonio de la Peña, Juan de Ávila y José de Rozas. Este no es un fenómeno extraño puesto que sus estilos poseen tal similitud, especialmente los de los dos primeros, que es difícil separar las obras que pertenecen a uno u a otro. Fue Martín González el primero en atribuir estas imágenes a Juan de Ávila, parecer que ratificaron posteriormente el propio Martín González y Plaza Santiago aunque matizándolo: “el estilo las aproxima también a José de Rozas”. Martín González se reafirmó una vez más afirmando que “son del mismo escultor [Juan de Ávila] las esculturas de los retablos mayores de Santa Brígida, San Quirce y otras varias en la iglesia del Colegio de Ingleses, de Valladolid”. Urrea y Brasas Egido han aportado un nuevo punto de vista, relacionándolas con la producción de Juan Antonio de la Peña. Por nuestra parte creemos que son obra de Juan de Ávila, aunque sin descartar a su consuegro De la Peña.
Las esculturas que conforman el retablo son cinco en bulto redondo (San Bernardo, San Benito, Santa Escolástica, San Quirce, Santa Julita) y un relieve (la Asunción). Desconocemos qué lugar ocuparían en él San Quirce y Santa Julita, no cabiendo duda de su pertenencia al mismo dado que en la escritura suscrita por Martínez de Obregón para fabricar los retablos colaterales se especifica que “los santos que intitulan San Quirce y Santa Julita que están puestos en el retablo del altar mayor se han de bajar y poner en el segundo cuerpo de cada uno de dichos dos colaterales”. Pudiera ser que ambas esculturas estuvieran en origen situadas sobre los dos trozos de entablamento más cercanos al relieve de la Asunción puesto que los otros dos están ocupados por los escudos del Sol y la Luna. Además, hemos de tener en cuenta que según la perspectiva del espectador, San Quirce gira la cabeza hacia la derecha y Santa Julita hacia la izquierda, de manera que ambos parecen estar observando la escena de la Asunción con gestos devotos: San Quirce con una mano el pecho y Santa Julita con las manos juntas en posición orante. Esta suposición se cimienta además en la comparación con el relieve en piedra situado sobre la portada de la iglesia. Tanto las esculturas de San Quirce y Santa Julita, como las de Virgen y los ángeles que la rodean, son prácticamente exactas.

La inclusión en el retablo del Doctor Melifluo y de los dos santos gemelos (San Benito y Santa Escolástica) está más que justificada al tratarse de un convento acogido bajo la regla del Císter. Por otro lado, la incorporación de San Quirce y Santa Julita se hace en su calidad de santos patronos del convento. La inclusión en el ático de un relieve representando a la Asunción, y no de un Calvario como era costumbre, tendrá su explicación en que San Bernardo, titular del retablo, fue uno de los más fervientes defensores del culto a la Virgen María, llegándose a auto apodar como “fiel capellán” o “caballero sirviente”.

SAN BERNARDO
San Bernardo de Claraval (1090-1153) fue un monje borgoñón cuya principal labor consistió en la reforma y expansión de la Orden del Císter, fundando en 1115 el monasterio de Claraval. También intervino en aspectos tan dispares como el desarrollo del canto gregoriano y de la vida monástica, y en la expansión de la arquitectura gótica. Tampoco podemos olvidar su faceta como místico puesto que fue el primero que formuló los principios básicos de la mística. Bernardo recibió dos grandes distinciones por parte de la Iglesia: en 1174 fue canonizado, y en 1830 fue nombrado Doctor de la Iglesia. Con San Bernardo ocurre lo mismo que con otros santos, y es que la forma de representarlo nada tiene que ver con su verdadero aspecto físico. Algunos testimonios de la época afirman que “era delgado, espiritualizado por el ayuno y las austeridades. Era pelirrojo de cabellera y barba”.

San Bernardofigura de pie, representado como abad de la orden del Císter, envuelto en una cogulla blanca de amplias mangas que están talladas con una delicadeza y finura maravillosa. A su preciosismo ayudan las fastuosas orlas que las ornan. En una mano porta el báculo abacial y en la otra un libro cerrado. Del cuello le cuelga una cruz. La escultura tiene un carácter monumental y su rostro está trazado mórbidamente, acusando bien las calidades de la piel, como es visible en las arrugas de la frente. Boca entreabierta que permite ver los dientes. Pelo muy escaso, tan solo un mechón sobre la frente y sobre las partes laterales. La barba está pintada. Según Martín González “en esta escultura se aprecia en Juan de Ávila una disyunción en el modo de hacer los pliegues. Estos se han ido haciendo progresivamente más suaves, constituyéndose unas líneas paralelas que se adhieren al cuerpo”.

SAN BENITO
Benito de Nursia (480-547) es considerado el iniciador de la vida monástica en Occidente. Hacia el año 500 comenzó a realizar vida de ermitaño en la gruta Sacro Speco, cerca del lago Subiaco. Entre los años 528-529 fundó la Abadía de Montecasino, lugar en el que redactó la “Santa Regla” que debía regir la vida monástica. Su éxito fue tal que sirvió de modelo a otras órdenes religiosas, como por ejemplo el Císter. Otros dos grandes hechos cuentan en su haber: la fundación de la Orden de San Benito (O.S.B.) y la creación de monasterios autosuficientes. La inclusión de San Benito en el retablo se debe, como ya hemos dicho, a que el monasterio de San Quirce, perteneciente al Císter, se encuentra regido por la Regla de San Benito. El fundador de la orden de los benedictinos comparte los mismos planteamientos estéticos y formales que San Bernardo. Aparece de pie, con la pierna derecha levemente adelantada. La imagen, que posee un ligero contrapposto, tiene lejanos ecos de la Santa Escolástica que Juan de Juni (1506-1577) talló para el retablo de San Juan Bautista del Monasterio de San Benito el Real de Valladolid. En su mano derecha porta un báculo abacial, mientras que con la izquierda sujeta un libro abierto que lee atentamente, se trata de su “Santa Regla”. El rostro es extremadamente expresivo y mórbido, captando muy bien la vejez del santo a través de las arrugas de la frente, de los laterales de los ojos y, sobre todo, de las mejillas. Viste una cogulla negra benedictina con amplias mangas y pliegues idénticos a los de San Bernardo. 


SANTA ESCOLÁSTICA
Santa Escolástica (480-547) fue la hermana gemela de San Benito, naciendo y muriendo ambos en los mismos años. Es muy frecuente que aparezcan asociados, como ocurre en este retablo. Fundó el convento de Piumarola, cerca de Montecasino, poniéndolo bajo la regla que había confeccionado su hermano. La imagen de Santa Escolástica no presenta novedades formales con respecto a las dos anteriores. Aparece revestida de abadesa, de suerte que es la versión femenina de San Benito. Al igual que él viste una cogulla negra benedictina de amplias mangas que dejan entrever la botonadura de la vestimenta interior. Porta en su mano derecha un báculo abacial y en la izquierda un libro. En este caso el libro no está abierto, sino cerrado. Dado que de los tres santos tan solo lo tiene abierto San Benito, pudiera significar que tanto Santa Escolástica como San Bernardo siguieron fielmente la Regla escrita por el fundador de los benedictinos. El rostro es más dulce e idealizado que los anteriores, pero no les iguala en calidad. Gira el cuello para mirar al cielo, como si estuviera observando una paloma, su atributo más característico. 


RELIEVE DE LA ASUNCIÓN
El tema de la Asunción, que vino a sustituir al de la Resurrección de la Virgen, no apareció en el Arte hasta finales del siglo XIII. Este pasaje no figura en los evangelios canónicos, sino que se trata “de una leyenda tardía, copiada en el siglo VI del Arrebatamiento del profeta Elías y de la Ascensión de Cristo. En el siglo VIII, la Iglesia de Roma todavía consideraba la Asunción corporal de la Virgen una opinión piadosa y no un dogma”. El dogma de la Asunción fue proclamado en 1950 por el papa Pío XII. Como ya hemos referido, la presencia de la Asunción en el retablo estará relacionada con la devoción que profesó San Bernardo hacia la Virgen. El santo “se había distinguido a lo largo de su vida por la promoción del culto a María, de la que no se cansaba de cantar sus alabanzas”. La escena resulta ser la fusión de dos episodios diferentes: el de la Asunción propiamente dicha y el de la Coronación. La composición goza de total simetría ya que a cada lado de la Virgen hay tres ángeles (cuatro le garran del manto y dos la coronan) cubiertos tan solo por una banda que les cruza el pecho. El relieve, que no es tal puesto que se trata de esculturas en bulto redondo pegas sobre el tablero, estará inspirado en alguno de los múltiples grabados o estampas que efigian esta iconografía, como por ejemplo los realizados por Federico Zuccaro en 1574 o por Johannes Wierix a comienzos del siglo XVII. La Virgen tiene una de las piernas y el torso ligeramente ladeados, lo que aporta dinamismo a la composición. Viste túnica roja con paños muy dulces y combados, y manto azul volado y con pliegues quebrados, lo que contribuye a simular el movimiento de ascensión de la Virgen a los cielos. Junta las manos en posición orante mientras Dios la corona.


SAN QUIRCE Y SANTA JULITA
San Quirceo Quirico fue hijo de Santa Julita y padeció martirio en Tarso junto a su madre. Su pasión apócrifa le atribuye al menos seis suplicios, cada uno de los cuales rebotaba en sus verdugos. Al igual que otros mártires niños, como San Guido y Santa Fe, San Quirico es efigiado con mayor edad de la que supuestamente tenía, que eran 3 años. Es una escultura muy pausada, pero ciertamente devota. El pequeño viste túnica azul y manto rojo abrochado al cuello. En su mano derecha porta la palma del martirio mientras que la izquierda la posa sobre el pecho. La disposición de las manos es muy elegante y delicada. La cabeza, ligeramente inclinada hacia la izquierda, emparenta de lleno con los quehaceres de Juan de Ávila, al igual que las amplias cabelleras rizadas a ambos lados del rostro. El modelado del rostro es muy blando y quedan perfectamente definidos tanto el mentón como las comisuras de los labios y el surco nasolabial.

Por su parte, Santa Julita fue una santa mártir nacida en Capadocia que junto con su bebe Quirico fue múltiplemente martirizada en tiempos de Diocleciano. Dice la leyenda que se negó a ofrecer sacrificios a los ídolos, por lo que se la condenó a ser atravesada por clavos y a ser sumergida en un caldero de pez hirviente. Logró sobrevivir a ambos tormentos, motivo por el cual sus asesinos decidieron decapitarla y trocearla en múltiples pedazos que posteriormente fueron dispersados. Unos ángeles se encargaron de reunirlos y darla sepultura. La santa aparece arrodillada, quizás para adaptarse a la altura de su hijo. Quiero recordar la hipótesis de que ambos santos estuvieran colocados primigeniamente en el ático, sobre los trozos de entablamento más cercanos al relieve de la Asunción, de tal manera que interactuaran con ella, a la manera del relieve de la portada de la iglesia. A todo ello habría que añadir que, en la vertical de las esculturas, rematando el retablo, hay dos angelotes con palmas del martirio que sin duda aludirán a los tormentos padecidos por madre e hijo. Es por ello que ambas esculturas fueron concebidas con un tamaño similar. La interactuación con la Asunción la percibimos en la ligera inclinación de la cabeza hacia la derecha, pero dirigiendo la mirada hacia ella, mientras que sus manos las une en actitud orante. Es decir, la santa queda admirada por la Virgen, a la cual se dispone a rezar. Julita, a diferencia de su hijo, no porta la palma del martirio. El rostro es muy dulce, sin duda una de las más bellas creaciones de Ávila. El pelo apenas es perceptible en unas pequeñas porciones que delimitan el rostro debido a que un velo blanco le cubre la cabeza, sobre la cual tiene echado un manto ricamente policromado. Viste túnica verde, con decoraciones doradas a punta de pincel, ajustada a la cintura por un ceñidor. La imagen denota una clara composición triangular.

BIBLIOGRAFÍA
  • BALADRÓN ALONSO, Javier: “Nuevas obras de Francisco Díez de Tudanca y otros datos de escultores barrocos vallisoletanos”, Boletín del Seminario de Arte y Arqueología. Arte (en adelante BSAA Arte) Nº 78, 2012, p. 161.
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: Guía deValladolid, Ediciones Lancia, León, 1984, p. 125.
  • LABRADOR GONZÁLEZ, Isabel María y MEDIANERO HERNÁNDEZ, José María: “Iconología del sol y la luna en las representaciones de Cristo en la cruz”, Laboratorio de Arte, Nº 17, 2004, p. 90
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y DE LA PLAZA SANTIAGO, Francisco Javier: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (2ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 2001, p. 272.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959, pp. 67-78.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca en España, 1600-1770, Cátedra, Madrid, 1983, p. 81.
  • URREA, Jesús: Guía histórico-artística de la ciudad de Valladolid, Caja de Ahorros Popular de Valladolid, Valladolid, 1982, p. 73.

LA YESERÍA EN LA PROVINCIA DE VALLADOLID III: La Capilla de la Virgen del Carmen en la iglesia de Santiago de Alcazarén

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La yesería es un arte que además de resultar bastante económico da unos resultados espectaculares, sobre todo cuando hay una talla prolija y se policroma. Ya anteriormente hemos visto los casos de las Yeserías de la bóveda de la iglesia de San Juan Bautista de Rodilana (1563), excelente ejemplar renacentista debido a los hermanos Corral de Villalpando; y las Yeserías de la cúpula de la capilla de don Gaspar de Vallejo en la iglesia de Santiago de Valladolid (Anónimo, h. 1697). Pues bien, hoy vamos a ver quizás uno de los ejemplares más impresionantes de toda la provincia, y quizás de toda Castilla durante el Barroco. Se trata de las Yeserías de la cúpula de la capilla de Nuestra Señora del Carmen de la iglesia de Santiago de Alcazarén, capilla que además cuenta con el añadido de que el retablo de la misma posee un transparente que resulta ser doble puesto que al otro lado existe otro retablo. La explicación íntegra de las yeserías está tomada del artículo reflejado abajo de la profesora Fernández del Hoyo. Asimismo, aunque la mayor parte de las fotografías son mías, hay bastantes que se las debo a Víctor Gutiérrez e Ismael Catalina, que me las pasaron hace tiempo. Gracias.
La parroquia de Santiago, de Alcazarén (Valladolid) -de la que ya hemos tratado al hablar de las pinturas murales góticas que aparecieron en su capilla mayor, que obligaron a adelantar el retablo mayor-, originariamente un edificio románico mudéjar, experimentó profundas transformaciones en los siglos XVII y XVIII. Adosada a la cabecera por el lado del evangelio se construyó en esta última centuria una pequeña capilla, a modo de camarín con transparente, dedicada a la Virgen del Carmen y que tiene acceso directo desde el presbiterio del templo. En contraste con la sencillez de su arquitectura, un cuadrado sin ningún ornamento arquitectónico, y sobre pechinas desornamentadas, se levanta una media naranja adornada con yeserías polícromas de original diseño.

La capilla estaba ya en construcción en mayo de 1762, fecha en que se anotan las primeras cantidades “para la fábrica de la capilla de Nuestra Señora del Carmen que con licencia de Su Sª Ilma. se está haziendo en mi iglesia”. Quien consigna el pago es el párroco D. Diego Ramírez de Arellano, que desempeñó un importante papel en la realización de la obra aunque no pueda considerársele fundador o patrono de la capilla ya que ésta se construyó con la aportación de los fieles. La capilla estaba terminada en lo esencial en julio de 1768, cando el sacerdote rinde cuentas del coste de la misma.
El autor de las trazas fue el arquitecto Fray Antonio de San José Pontones, religioso jerónimo en el convento de la Mejorada de Olmedo, quien acudió en tres ocasiones a vigilar la marcha de las obras. Según afirma el párroco él mismo costeó los gastos del arquitecto a quien “gratificó” por ambas actuaciones. Su actividad como arquitecto se constata en diversas provincias castellanas y en El Escorial, con especial dedicación a las obras públicas; su estilo es, naturalmente, sobrio y desornamentado, en nada afecto a las fantasías barrocas. Precisamente en 1762 Pontones supervisaba la construcción del camarín del mismo Alcazarén, que realizaba al maestro Antonio Cecilia con trazas probablemente suyas y que se decoraba también con yeserías “con los atributos de María Santísima”.

A la izquierda del ábside central observamos la capilla de Nuestra Señora del Carmen
De la construcción de la capilla del Carmen fueron responsables Joseph Muñoz y Fernando Álvarez, maestros alarifes de Alcazarén, mientras que el artífice de la talla fue Domingo Fernández Pedrosa, “de oficio tallista vzº de la vª de Íscar” a quien se pagan 1.116 reales “por 75 días que se ocupó en la talla de yeso de dha capª”.
La decoración de la media naranja adopta una disposición radial, a partir de una clave adornada con 4 cabezas de ángel en medio de follaje: 8 pilastras originan 8 segmentos trapezoidales de molduras mixtilíneas; unas y otros ostentan yeserías. En el segundo que coincide con el remate del retablo, un águila bicéfala coronada, que porta en sus garras espada y cetro, sirve de marco al escudo del Carmelo; entre sus dos cabezas aparece otra humana; encima el monograma de María, con corona imperial. En el resto de los espacios trapezoidales, los emblemas de la Virgen: sol, luna, espejo, rosa, ciprés, torre y palmera aparecen rodeados de un variado repertorio de formas de raigambre claramente manierista, entre las que figuran grutescos, veneras, cestas de frutas, vegetales, volutas, etc. que se repiten alternativamente dos a dos. Bajo ellos, en el arranque de la cúpula, alternan cartelas rodeadas de volutas y ramos con 4 grupos de dos sirenas enfrentadas que sostienen una venera con una de sus manos mientras se llevan la otra al torso; bajo el águila bicéfala aparece un ángel de cuerpo entero que parece llevarse un dedo a los labios en actitud de reclamar silencio.

Sobre las pilastras, y a modo de estípites figurados, se superponen figuras de torso humano, vestidas con variados atuendos, que se resuelven en formas inorgánicas, mascarones, ángeles-atlantes, emblemas musicales, cintas, drapeados, elementos vegetales, etc. Cinco de ellas tocan instrumentos musicales de cuerda: violín, guitarra, y de viento: serpentón, fagot y chirimía, en tanto que la sexta –que difiere por su factura, tamaño y atavío– parece tener las manos vacías aunque por su postura podría tocar unas invisibles castañuelas. Las dos pilastras que restan acogen a las que parecen ser las figuras principales: el rey David, barbado, con manto y corona, tañe el arpa; a su lado un personaje que con la derecha parece dirigir la orquesta. Completando la decoración, cuatro niños de bulto redondo se sientan sobre la cornisa con las piernas en el vacío; en sus manos derechas quedan argollas que bien podrían haber servido para colgar lámparas.

Todas las figuras están talladas en yeso con bastante resalto, singularmente las humanas que son también las más toscas dentro de la factura eminentemente popular de todo el conjunto. La cúpula ostenta una rica policromía de colores fuertes de los que está ausente el oro, lo que contribuye a acentuar el aspecto exótico de las yeserías. En 1774 se pagaba a “Roque Felipe, vº de Cuéllar y a Segundo del Río, vº de Olmedo doradores”, por “dar de colores a la talla de la media naranja de la capilla”.
La mayoría de los motivos que aparecen en la cúpula son habituales en el barroco peninsular y americano. La verdadera originalidad de la decoración reside en las figura de músicos que forman los estípites animados. Ángeles que tañen instrumentos musicales aparecen en la capilla del Rosario, de Oaxaca, y en el sotocoro de Tonantzintla, en México, pero no conocemos ejemplos de músicos adultos en la época. Quizá sería preciso retrotraerse a iconografías medievales. El rey David de la Portada de las Platerías y los ancianos apocalípticos del Pórtico de la Gloria, de Santiago de Compostela, podrían haberse unido con un sentido de exaltación mariana, en cuyo honor se interpreta el celestial concierto.

La factura eminentemente popular de la talla, a lo que contribuyen de un modo muy notable los fuertes y contrastados colores de la policromía, hacen de las yeserías de Alcazarén algo verdaderamente inusual, exótico en el barroco castellano.

BIBLIOGRAFÍA
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: “Las yeserías figurativas: apuntes para su estudio”, Actas del V Simposio hispano-portugués de historia del arte, Valladolid, 1990, pp. 113-117.
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