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UNA DOLOROSA DE PEDRO DE ÁVILA EN LA IGLESIA DE SAN MARCOS DE SEVILLA

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Hoy os presento este artículo que escribí este año para la excelente revista del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, Laboratorio de Arte, cuya lectura os recomiendo fervientemente, además de agradecerla el que siga publicando artículos de investigación en papel. Si queréis descargaros el artículo pulsad aquí. Y si os interesa la figura del escultor Pedro de Ávila, podéis conocer más sobre su vida y obra en mi tesis doctoral, la cual podéis consultar aquí.
En la iglesia de San Marcos de Sevilla se conserva un busto de Dolorosa (62 x 45 cm.) de escuela vallisoletana que cabe atribuir a Pedro de Ávila, el mejor artífice con el que contó la ciudad del Pisuerga durante el primer tercio del siglo XVIII. Tan solo sabemos de ella que fue donada a la iglesia sevillana hace 10 o 12 años por un sacerdote vallisoletano que la tenía colocada en su oratorio privado. Actualmente se encuentra en el altar mayor a los pies de un Crucifijo.

PEDRO DE ÁVILA. Busto de Dolorosa. (Hacia 1714-1725). Iglesia de San Marcos. Sevilla © Jesús Romanov López-Alfonso
Aunque creo que ya hemos trazado alguna vez una breve biografía suya, cabe decir que Pedro de Ávila nació en Valladolid en 1678, siendo el cuarto de los hijos del matrimonio formado por el escultor Juan de Ávila y Francisca Ezquerra. Se formó con su padre, al cual ayudaría en alguna de sus grandes empresas, como el retablo mayor de la iglesia de Santiago de Valladolid (1698-1702), y posteriormente hacia 1700 con Juan Antonio de la Peña, otro de los grandes escultores vallisoletanos de la segunda mitad del siglo XVII y su futuro suegro. Con estos dos maestros, herederos de la tradición de Gregorio Fernández, Pedro de Ávila estaba encaminado a ser un maestro de similares características; sin embargo, un supuesto viaje a Madrid (entre 1705-1707), solo cabe esa posibilidad, cambió su rumbo ya que allí recibiría diversas influencias (madrileña, andaluza, italiana) ya que por entonces la capital de España era un crisol. El elemento más destacado que aprendió en Madrid fue el “pliegue a cuchillo” o “pliegue berninesco”, del cual fue su introductor en la escuela castellana hacia 1714. Este paño de configuración tan aristada, que surgiría en Madrid por la influencia de las esculturas napolitanas, aportaba mayor dinamismo y vértigo a las composiciones. De ahí, y de las diversas esculturas de Pedro de Mena y José de Mora que se conservaban en la Villa y Corte, sería de dónde aprendería esta técnica el artífice vallisoletano.
Tras volver a la capital del Pisuerga se convertiría en poco tiempo en el escultor de mayor prestigio del foco vallisoletano, llegando a ocupar cargos como el de maestro mayor de escultura del obispado de Valladolid. Su supremacía abarcó todo el primer tercio del siglo XVIII. Ya en la década de 1730 el escultor riosecano Pedro Sierra tras su aprendizaje en los Reales Sitios y en Toledo iría ganándole poco a poco la partida hasta que en 1739 el anciano escultor quedó ciego. Entre su numerosa obra, de la cual hay poca catalogada (aunque su estilo es tan particular que apenas presenta problemas de identificación), destacan el San José con el Niño (1714) de la catedral de Valladolid y las imágenes de San Pedro, San Pablo, la Magdalena, el Cristo del Olvido y la Inmaculada (1720) para el Oratorio de San Felipe Neri de la misma ciudad. Las dos últimas piezas están consideradas, con toda razón, como sus obras maestras.

PEDRO DE ÁVILA. San Pedro (1720). Oratorio de San Felipe Neri. Valladolid
PEDRO DE ÁVILA. San Pablo (1720). Oratorio de San Felipe Neri. Valladolid
Además del busto que presentaremos continuación, a Pedro de Ávila se le atribuyen con plena seguridad otros cuatros cuatro bustos de Dolorosa, además de la Virgen del Refugio conservada en la vallisoletana parroquia de El Salvador que puede ser considerada una derivación de esta tipología: se trata de los dos del Museo Nacional de Escultura, y los del Monasterio de Santa Brígida de Valladolid y Fundación Caja Cantabria de Santillana del Mar (Cantabria). Todos ellos son similares entre sí aunque cada uno con ciertas peculiaridades; y, además, el busto sevillano posee similares características a los anteriormente referidos: con todas ellas coincide en la disposición de los brazos y en la mirada hacia el cielo.

PEDRO DE ÁVILA (atrib.). Virgen del Refugio (Hacia 1716). Iglesia del Salvador. Valladolid
PEDRO DE ÁVILA (atrib.). Busto de Dolorosa (ca. 1714-1721). Monasterio de Santa Brígida. Valladolid
PEDRO DE ÁVILA (atrib.). Busto de Dolorosa (ca. 1721). Fundación Caja Cantabria. Santillana del Mar (Cantabria)
PEDRO DE ÁVILA (atrib.). Busto de Dolorosa (ca. 1714-1720). Museo Nacional de Escultura. Valladolid. © Museo Nacional de Escultura
En definitiva, se trata de un busto de tamaño cercano al natural realizado en madera policromada al pulimento. Está cortado horizontalmente un poco por debajo de la cintura, de tal manera que la aparición del manto en la parte baja proporciona una base y estabilidad a la pieza. La visión de la escultura es totalmente frontal, a pesar de lo cual se trata de una imagen que transmite cierto dinamismo.
Este busto de Dolorosa, al igual que el resto que se atribuyen a Pedro de Ávila, está directamente inspirado en la Dolorosa de la Vera Cruz que Gregorio Fernández realizó para el paso procesional del Descendimiento (1623) de la Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz de Valladolid. De ella toma la composición general, la vestimenta y la manera de levantar la mirada hacia el cielo buscando la visión del Hijo muerto siendo descendiendo de la cruz. Hay que reseñar que Pedro de Ávila llegó a realizar alguna copia literal de Fernández, si bien en ocasiones como en ésta tan solo se inspiró en su obra para a partir de ahí realizar una escultura más personal.

GREGORIO FERNÁNDEZ. Virgen de la Vera Cruz (1623). Iglesia Penitencial de la Santa Vera Cruz. Valladolid
La Virgen se lleva la mano derecha al pecho de una manera muy elegante y transmitiendo una profunda sensación de dolor contenido. No hemos de olvidar que se trata de una Dolorosa al pie de la cruz. Por su parte, la mano izquierda la levanta levemente realizando un típico gesto declamatorio. Se trata de unas manos muy delicadas y que forman una diagonal típicamente barroca, en la que sus dedos siguen un modelo estereotipado que es constante en la obra de Ávila: el pulgar y el meñique los mantiene casi inmóviles; en cambio, con el índice y el medio realiza una “V”, teniendo el primero de ellos algo doblado y el segundo estirado; por su parte, el anula lo dobla hacia abajo. Desconozco si las manos están talladas en el propio cuerpo o bien esculpidas aparte y unidas al conjunto mediante un vástago.
Viste túnica roja ceñida a la cintura por un cíngulo. Ávila simula a la perfección los numerosos pequeños pliegues formados por el ajustado entallado del cíngulo. Por encima tiene echado un manto azul que le cubre la cabeza, la espalda y parte del vientre. Por debajo del manto, tiene sobre la cabeza un pañuelo blanco que esconde por completo los cabellos. Este pañuelo se encuentra extendido de tal manera que cae en dos franjas a ambos lados del rostro hasta cruzarse a la altura del pecho, una de estas franjas se prologa hasta el cíngulo, el cual sirve para recogerlo. La policromía de todas estas prendas está realizada con colores planos, si bien en los bordes de las mangas y del cuello se observa una pequeña cenefa dorada.

PEDRO DE ÁVILA. Busto de Dolorosa. (Hacia 1714-1725). Iglesia de San Marcos. Sevilla © Jesús Romanov López-Alfonso
El rostro adquiere los estilemas propios del escultor durante su segunda etapa, en la cual ya ha pasado por Madrid y posee un estilo más personal y evolucionado, pero a la vez estereotipado, motivo por el cual es muy sencilla la identificación de nuevas obras del maestro vallisoletano. Esta estereotipación no será pura puesto que en el rostro de cada escultura introduce ciertos matices para crear diversidad. Así, el rostro acusa un perfecto juego de calidades. La forma de la cabeza tiende al rectángulo, si bien en las figuras femeninas, como es el caso, abandona la rectitud de la parte inferior en pos de una curva pronunciada con algo de papada y un potente mentón. La frente es amplia y despejada. Los ojos, realizados en tapilla vítrea, son almendrados y con cierto rehundimiento. Cejas rectas con el ceño liso. Nariz recta, potente y geometrizada, con el tabique nasal ancho y aplastado; desde la parte superior de la nariz hasta la inferior va creciendo en anchura, formando algo parecido a un triángulo isósceles. Las aletas nasales están levemente pronunciadas mientras que las fosas nasales van perforadas, detalle que aporta un mayor grado de realismo. Esta forma tan característica de nariz es uno de los elementos que más ayudan a identificar las obras de este maestro. Boca pequeña y entreabierta en la cual podemos observar la fila de dientes superior. Los labios son muy finos y con las comisuras pronunciadas. Pómulos algo abultados y con entonaciones rosáceas.

PEDRO DE ÁVILA. Busto de Dolorosa. (Hacia 1714-1725). Iglesia de San Marcos. Sevilla © Jesús Romanov López-Alfonso
Las prendas presentan el consabido pliegue a cuchillo. Es especialmente destacable la finura que logra en la parte superior del manto, la que le cubre la cabeza. Llega a adelgazar la madera de forma tan virtuosa que no puede por menos de recordarnos las creaciones de Pedro de Mena, especialmente los bustos de Dolorosa.
Dado el tamaño y su visión frontal es probable que este busto estuviera en origen dentro de un escaparate y que hiciera pareja con un Ecce Homo, algo muy usual en la escultura barroca castellana, y también en la andaluza. No es fácil determinar una cronología puesto que solo contamos con el pliegue a cuchillo para poder delimitarla un poco: Ávila comienza a utilizarlo hacia 1714 y en 1739 ya no trabajaba puesto que se había quedado ciego. Como con el paso de los años los pliegues a cuchillo los fue haciendo más profundos, y en esta pieza no son excesivamente cortantes, podríamos establecer una cronología hacia 1714-1725.
Aunque se trata de una escultura de bastante calidad no llega al nivel excelso y de gran minuciosidad que Pedro de Ávila logra en la mayoría de sus creaciones personales por lo que no podríamos perder de vista otras dos opciones: que se trate de una obra con amplia participación de taller en la que el maestro dio las pautas y la ejecución corrió a cargo en su práctica totalidad de los oficiales; o bien, que hubiera sido realizado por su hermano Manuel, el cual se formó a su lado. Su personalidad artística se nos muestra aún en la penumbra dado que siempre permaneció a la sombra de su hermano. De él podemos decir que posee los estilemas del hermano aunque con unas formas menos aristadas. Además, el rostro, y especialmente la forma de la nariz y la boca de la Virgen, son similares a los de algunas de sus obras como puede ser el San Isidro del retablo mayor de Fuentes de Valdepero (Palencia).

BIBLIOGRAFÍA
  • BALADRÓN ALONSO, Javier y BRASAS, José Carlos: “Una Dolorosa castellana, obra del escultor vallisoletano Pedro de Ávila, en la iglesia de San Marcos de Sevilla”, Laboratorio de Arte, Nº 29, 2017, pp. 447-454.
  • BALADRÓN ALONSO, Javier: Los Ávila: una familia de escultores barrocos vallisoletanos [Tesis doctoral], Universidad de Valladolid, Valladolid, 2016.
  • BURRIEZA SÁNCHEZ, Javier: Civitatis Domina. La Virgen de las Angustias y las gentes de Castilla, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2009.
  • GARCÍA MARTÍN, Enrique: Virgen de Pasión, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2002.
  • RÉAU, Louis: Iconografía de la Biblia. Nuevo testamento, Ed. del Serbal, Barcelona, 2000.
  • TRENS, Manuel: María: iconografía de la virgen en el arte español, Plus Ultra, Madrid, 1946.
  • VV.AA.: Pequeñas imágenes de la Pasión en Valladolid [exposición abril-mayo 1987 Palacio de Villena], Ministerio de Cultura, Madrid, 1987.

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA PARROQUIAL DE GERIA

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En la capilla mayor de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Geria, localidad muy próxima a Valladolid capital, existe un interesantísimo retablo de finales del siglo XVI que será el protagonista del presente post, esperando que un día os acerquéis a verlo en vivo y en directo dado que tanto el retablo como el pueblo bien merecen una visita. Entrada dedicada a una geriana de pro, Laura.

Como la inmensa mayoría de los retablos resulta ser una obra de colaboración de diversos maestros pertenecientes a diferentes artes. Así, los encargados de ejecutar la parte arquitectónica, es decir la mazonería, fueron los entalladores palentinos Cobos de Flandes, Jerónimo de Amberes, Antón de Santa Clara y Juan Ortiz el Viejo II, los cuales realizaron su trabajo hacia 1574, no efectuándose la tasación de esta parte hasta 1580, momento en el que se estimó la obra en unos 920 ducados. Casi dos décadas después, 1598-1604, el dorador Luis Aguirre de Villoldo procedió a dorar el retablo y policromar sus imágenes. Hasta aquí llega la documentación, la cual guarda silencia acerca de quienes fueron los maestros que llevaron a cabo la escultura y la pintura. Actualmente, se viene atribuyendo la escultura al palentino Manuel Álvarez, el gran factótum de imaginería palentina de la segunda mitad del siglo XVI; y la pintura al segoviano Alonso de Herrera.
Como datos generales, lo primero que debemos saber es que es un retablo renacentista plateresco de tipo purista con influencias romanistas en su traza. El retablo, que se adapta perfectamente a la altura del templo y a la disposición poligonal de la cabecera, posee una concepción ascensional, es decir verticalista. Se compone de un banco, dos cuerpos con cinco calles y un ático. Esta disposición es muy similar a la de los retablos mayores de las parroquiales de Villaprovedo y Melgar de Yuso.

A continuación veremos el programa iconográfico que compone el retablo: en el banco observamos una serie de relieves de personajes sagrados (los cuatro Evangelistasy otras cuatro figuras femeninas que quizás pudieran ser virtudes), así como de la Adoración de los Pastores y de la Epifanía; completan el banco dos esculturas de San Pedro y San Pablo en sendas hornacinas. A finales del siglo XVIII o comienzos del XIX se procedería a renovar el tabernáculo, cambiándose quizás uno contemporáneo del retablo por el actual neoclásico.

La Adoración de los Pastores
San Pablo
Epifanía
Los dos siguientes cuerpos combinan escultura en relieve y en bulto redondo, y tablas pintadas. Así, el primer cuerpo lo preside una graciosa representación de la Asunción de la Virgen, en la que figura una ingenua María rodeada de ocho angelitos; en las hornacinas inmediatas, que son bastante estrechas y están flanqueadas por columnas figuran las esculturas de San Gregorio y San Agustín; mientras que las calles laterales las copan las pinturas de la Anunciación y la Visitación.

San Agustín
Asunción
San Gregorio
Pasando al segundo cuerpo, en el centro se dispone un relieve de la Transfiguración del Señor en el monte Tabor, el cual como sucedía en el cuerpo inferior se haya flanqueado por los otros dos Padres de la Iglesia San Ambrosio y San Jerónimo; finalmente en los extremos figuran las otras dos pinturas: los Desposorios y la Huida a Egipto. Estos dos cuerpos se hayan animados por dos pulseras con decoraciones renacentistas en los laterales.

San Ambrosio
La Transfiguración
San Jerónimo
Ya en el ático centra la composición un Calvario, que tiene a sus lados dos hornacinas con las imágenes en escultura de San Sebastián y un Santo Obispo (¿San Blas?), concebidas en una escala inferior al resto. Justo encima del Calvario, en el tímpano, se halla un busto del Padre Eternobendiciendo; mientras que a los lados tenemos dos clípeos en los que figuran bustos femeninos. Todo el ático se halla animado con niños recostados que juguetean con guirnaldas de frutas.

La parte escultórica posee en su mayor parte bastante calidad, aunque se observan distintos estilos. Como señala Parrado: los relieves y esculturas del banco son de gran calidad. Se trata de esculturas de canon alargado, con mucho movimiento. Los tipos y la tensión existente en esta obra proceden del estilo de Alonso Berruguete: los cabellos echados hacia atrás y pegados del estilo de Cobos de Flandes, las barbas alargadas. Sin embargo, los plegados son pesados, dispuestos de manera elegante, enrollados al cuerpo, en lo que se advierte la influencia de Manuel Álvarez. Se relacionan con estos relieves del banco, la Asunción, elegante figura femenina y el relieve de la Transfiguración, en donde algunos tipos recuerdan los de algunas figuras del retablo de Melgar de Yuso.
Por su parte, las esculturas de los Padres de la Iglesia y en las del ático se eliminan las influencias de Berruguete, y se destacan por una fuerte monumentalidad y una fijación en los tipos avanzados de Álvarez, relacionados con figuras del retablo de Tudela de Duero, aunque tienen menor fuerza que aquéllas y el plegado es menos elegante. En cambio, el San Jerónimo presenta una técnica de pliegues pesados, cayendo de forma desigual, muy similar al San Sebastián del ático. Un estilo más vulgar, con menor gracia, se observa en las esculturas de San Ambrosio y el Santo Obispo del ático.
Pasando a la parte pictórica, las cuatro tablas que hoy se pueden ver, y que son las originales del retablo, estuvieron ocultas hasta 1973 por cuatro lienzos de idénticas medidas y temáticas realizados en el siglo XVIII. Desconocemos el motivo para tapar las originales, y más si tenemos en cuenta de que estos lienzos dieciochescos, que actualmente se encuentran colgados en las paredes de la capilla mayor, son de una calidad pésima. Posiblemente la razón fuera de que las tablas originales estuvieran bastante deterioradas y se quiso preservarlas lo mejor posible.

El retablo mayor cuando aún conservaba las pinturas del siglo XVIII tapando las originales. Fotografía propiedad del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid
La Anunciación del siglo XVIII que sirvió para tapar la homónima del siglo XVI
La Visitación del siglo XVIII que sirvió para tapar la homónima del siglo XVI
Señala Urrea que en un principio se consideró que las tablas podrían haber sido pintadas por Luis Aguirre de Villoldo en 1598. Sin embargo, tras la consulta de los libros de cuentas de la iglesia parece claro que este maestro se ocupó de dorar el retablo. En una visita parroquial se alude a que “el retablo de esta iglesia está dado a dorar a Luis Aguirre de Villoldo escultor vecino de Valladolid”. El proceso de dorado del retablo y policromado del mismo y de las esculturas se demoró entre 1598-1603, año este último en el que los pintores Pedro Díaz Minaya y Gabriel Vázquez de Barreda dieron el visto bueno al dorado y policromado efectuado por Aguirre de Villoldo, el cual no llegaría a cobrar sus emolumentos.

La Visitación
La Huida a Egipto
Finalmente, en cuanto a la calidad de las tablas, que es excelente, refiere Urrea que pueden “relacionarse con la de una personalidad de formación muy italiana, tanto por su elegancia y colorido como por su composición, conociéndose aún muy poco sobre los pintores que trabajan en Valladolid durante el último tercio del siglo XVI si se exceptúa la figura de Gregorio Martínez de cuya primera creativa no se conocen obras documentadas. No obstante es muy probable que su autor sea el segoviano Alonso de Herrera que por estas mismas fechas pintaba las tablas del retablo de Santa María de Mojados”. Por mi parte, me gustaría señalar que algunos tipos físicos y colores parecen recordar muy lejanamente al arte de El Greco.

BIBLIOGRAFÍA
  • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: Los escultores seguidores de Berruguete en Palencia, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1981.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús (coord.): Retablos: Patrimonio restaurado de la provincia de Valladolid. 1, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2008.

HISTORIA DE LA ESCULTURA RENACENTISTA VALLISOLETANA

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Después de este periodo en el que el blog ha estado de “vacaciones”, volvemos con más fuerza que nunca recuperando un texto que publicó a comienzos de los años 80 mi profesor y tutor de tesis Jesús María Parrado del Olmo. El texto es un perfecto viaje por la escultura renacentista vallisoletana. En los últimos años se podría matizar algo sobre determinados artistas (como así se ha hecho en lo que refiere al romanismo, para lo que se ha usado un libro de Luis Vasallo), pero por lo general sigue siendo un texto de total actualidad. Tan solo señalar que en algunos casos he introducido ligeras matizaciones, pero muy mínimas. También me gustaría señalaros que como la trayectoria de este blog ya va siendo amplia puesto algunas de las obras que se citan a lo largo del texto ya las hemos tratado, por lo cual si pincháis enellas os llevará directamente a ver su estudio en profundidad. Nada más, espero que disfrutéis de esta época gloriosa de la escultura vallisoletana, no muchas escuelas (por no decir ninguna) se pueden permitir tener en un lapso de pocos años a “gigantes” como Alonso Berruguete, Juan de Juni, Francisco Giralte, Gaspar Becerra, Juan de Anchieta o Pompeyo Leoni trabajando en su ciudad.

A- EL PRIMER CUARTO DE SIGLO
El desarrollo de la escultura española tiene en gran parte su razón de ser en la evolución del foco vallisoletano, al menos desde el segundo cuarto de siglo. De ahí que la importancia estética del taller vallisoletano sea primordial en lo referente a este arte. Se ha señalado como durante el primer cuarto de siglo no existe una escultura propia de Valladolid, siendo entonces Burgos, y su subsidiaria Palencia. Las ciudades que nutren a Valladolid de las necesidades escultóricas. En otros casos, especialmente en torno a 1500, también se recurre a las importaciones flamencas. En todos estos casos se advierte la adscripción a formas góticas, de progenie norteña, sin el menor atisbo de ideales renacentistas, aunque puedan tener una gran calidad estética en sí, pues se acude a maestros de primera línea.
En el primer caso, destacan las obras en torno a la decoración del convento de San Pablo, que eran tasadas en 1501 y que habían sido ejecutadas por el burgalés Simón de Colonia, o el desaparecido retablo del Colegio de San Gregorio, contratado por los burgaleses Diego de la Cruz y Gi de Siloé. En el caso de obras importadas destacan sobre todo las flamencas, en relación con los contactos existentes con aquella nación. De finales del siglo XV será el retablo del Descendimiento del convento de San Francisco, hoy en el Museo Nacional de Escultura, procedente de talleres bruselenses en torno a Jan Borman, que es una buena obra en blanco, esto es, sin policromía, que delata por su dramatismo y el gusto por los detalles su filiación norteña. Otro retablo que presenta marcas del taller de Amberes es el de la capilla de San Juan Bautista en la iglesia del Salvador, de escultura y pintura, cuya labor escultórica en el banco es posible que se realice en el taller burgalés de Francisco de Colonia. Otro retablo importado tiene una distinta filiación, que puede advertirnos de una temprana preocupación por los ideales renacentistas en Valladolid; se trata del retablo en mayólica (es decir, en cerámica vidriada y policromada) que procedente del taller florentino de los Della Robbia existió en la capilla mayor de la iglesia de Santiago.
TALLER DE AMBERES. Retablo del Descendimiento (c. 1515-1520). Museo Nacional de Escultura. Valladolid
TALLER DE AMBERES. Retablo de San Juan Bautista (c. 1500). Iglesia del Salvador. Valladolid

No podemos olvidar que desde finales de siglo está trabajando en Burgos Felipe Bigarny, maestro borgoñón que trae ya formas renacientes que se expansionan rápidamente a través de toda Castilla. Bigarny anda por Valladolid en estos años de comienzos de siglo, dejando parte de sus enseñanzas en los modestos talleres locales. Por otro lado, en 1495 se estaba haciendo el desaparecido retablo de la capilla del Colegio de Santa Cruz, según trazas de Lorenzo Vázquez de Segovia y ejecutado por el maestro Pedro de Guadalupe. Este último se considera como el primero renaciente fabricado en España, tras su desaparición ese honor le corresponde al mayor de la catedral de Palencia.

PEDRO DE GUADALUPE (c.1470-c.1531)
Es el único maestro vallisoletano que alcanza importancia en este momento. Nacido hacia 1470, pronto alcanza gran predicamento su labor, como lo muestra la temprana obra del retablo del Cardenal Mendoza en su colegio vallisoletano. En 1504 contrataba el ensamblaje del retablo mayor de la catedral de Palencia, obra ya plenamente renacentista por su decoración y estructura, en la que debió de existir una fuerte influencia bigarnista. Siguió trabajando para Palencia en años siguientes, mezclando lo renaciente con el gótico, como se aprecia en la sillería de esta catedral. También realizó el primitivo retablo de la colegiata de Valladolid que tras diversos traslados se encuentra actualmente en Amusquillo. Después participaría en el taller de Berruguete, muriendo en torno a 1530-1531, cuando ya las formas estéticas del Renacimiento tomaban otra dirección más avanzada de la mano del maestro de Paredes de Nava.

PEDRO DE GUADALUPE (ensamblaje). Antiguo retablo mayor de la colegiata de Valladolid, hoy en Amusquillo (c. 1520)


B- LA ETAPA CENTRAL DE LA CENTURIA
Con la llegada de Carlos V al poder, Valladolid aumenta su peso en el panorama español, y con ello se dispone a aportar un campo fecundo al comercio suntuario, y al artístico en particular, al amparo de la potente clientela establecida. Aún seguirá habiendo acción de artistas burgaleses o de formación bigarnista en Valladolid. Entre 1525-1528 se realiza la sillería capitular del Monasterio de San Benito. La Congregación de San Benito, de Valladolid, a la que pertenecían casi todos los monasterios benedictinos españoles, decide hacer una magnífica sillería para los Capítulos Generales que se celebran en el monasterio vallisoletano como casa madre de la Congregación. Cada abadía había de pagar sus correspondientes sitiales alto y bajo. El superior va coronado con el escudo policromado de la abadía correspondiente y en el respaldo hay un relieve representando al patrón o fundador respectivo. Las sillas bajas tienen en sus respaldos, pasajes de la vida de Jesucristo desde su Encarnación hasta su Ascensión a los cielos y no son de tanto mérito como las altas. En el conjunto se ve que han trabajo varias manos, si bien fundamentalmente, es obra del especialista en talla de sillerías ANDRÉS DE NÁJERA, autor del presidencial sitial vallisoletano, auxiliado en la imaginería por diversos maestros, entre los cuales destaca el imaginero GUILLÉN DE HOLANDA. San Juan de Burgos encargó su silla a otro escultor burgalés de primer orden, DIEGO DE SILOE (c.1495-1563), a quien se deberá el relieve del titular, en la silla alta, y el de la decapitación del Bautista, en la parte baja. El armonioso conjunto, con sus grutescos y labores de fina ejecución a la italiana, manifiesta el triunfo del Renacimiento en Valladolid. Pero sin duda, la gran novedad de la escultura vallisoletana y el maestro que la lanza al primer plano de la creación es Alonso Berruguete.

ANDRÉS DE NÁJERA Y OTROS. Sillería del Monasterio de San Benito (1525-1528). Museo Nacional de Escultura. Valladolid. Fotografía procedente de http://ceres.mcu.es
Panel de la Degollación de San Juan Bautista realizada por Diego de Siloé para representar al convento de San Juan de Burgos

ALONSO BERRUGUETE (c.1490-1561)
Nacido en Paredes de Nava (Palencia) hacia 1488, se forma en Italia en torno a los grandes maestros, recibiendo de ellos el legado del arte del Cinquecento. El profesor Azcárate ha fijado estas relaciones, especialmente con Leonardo, Miguel Ángel y el primer manierismo florentino, al que creemos hay que añadir un claro contacto con el taller romano de Rafael. Durante su etapa en Roma le influyó decisivamente el “Laocoonte”, tal es así que el escritor y pintor vanguardista José Moreno Villa dijo de él que “Alonso Berruguete no es hijo de Pedro Berruguete, sino del Laocoonte”.
La primera mención documental de Berruguete en Valladolid data de 1523, pero creemos que vendría antes, teniendo en cuenta que, llegado a España hacia 1517, a partir del año siguiente figura en el séquito de Carlos I con el tratamiento de “pintor del rey”.

ALONSO BERRUGUETE. Ecce Homo procedente del retablo de la Mejorada (1523-1526). Museo Nacional de Escultura. Valladolid
Su arte es innovador para la Castilla del momento, pues no se basa en el cultivo de un arte dedicado a la belleza ideal y a la técnica escrupulosa, como Bigarny había implantado, sino que es un arte basado en el manierismo florentino, movimiento artístico de fuerte contenido intelectual, revulsivo y opuesto a la estética tradicional de fuerte contenido intelectual, revulsivo y opuesto a la estética tradicional de los grandes maestros. El desequilibrio de las composiciones, el canon alargado de sus figuras, la composición de “serpentinata”, es decir, buscando el ritmo de la curva y la contra curva, serán usuales en el maestro, en relación con las notas aprendidas en Italia. Junto a ello, el movimiento, de raíz miguelangelesca, que Berruguete convierte en un dinamismo trepidante, fogoso, que, para Azcárate, lo acerca a los símbolos místicos contemporáneos. Pero en oposición al manierismo italiano, Berruguete no es anti vitalista en sus actitudes, sino que infunde una fuerte expresividad dramática, a veces angustiosa, lo que le permitía ser asimilado por la mentalidad religiosa de la ciudad impregnada de un sentimentalismo aún gótico.

Reconstrucción hipotética del retablo mayor del monasterio de San Benito el Real de Valladolid realizada por Constantino Candeira y pintada por Mariano Cossío. Fotografía tomada de http://domuspucelae.blogspot.com.es
Parte del retablo mayor del monasterio de San Benito el Real (1527-1532). Museo Nacional de Escultura. Valladolid
Pronto el artista gana privilegios del Emperador, entre los que destaca su nombramiento de escribano del crimen en la Real Audiencia y Chancillería (1 de octubre de 1523), que no podrá atender, motivo por el cual, recusado por la institución, se ve obligado a renunciar al cargo en 1542. El prestigio de su obra gana en adeptos, de forma que el abad del Monasterio de San Benito acepta el retablo mayor de este monasterio, pese a que los tasadores ponían ciertos reparos en la ejecución del mismo. En 1539 el tratadista Cristóbal de Villalón le dedica un elogio superlativo, y en 1548 Francisco de Holanda le incluye entre las “águilas” del Renacimiento español. En todos los pleitos de artífices vallisoletanos de mediados de siglo sale siempre a relucir la primacía de su arte con respecto a los demás. El artista trabaja para Valladolid y para lugares cercanos, al tiempo que, a partir de 1539, comienza una frecuente estancia en Toledo, patrocinado por el Cardenal Tavera, llegando a trabajar para un punto distante, como el retablo mayor de Santiago de Cáceres, que fue realizado en su taller vallisoletano. En Toledo ejecutará la sillería del coro de la catedral, junto a Bigarny (1539-1542); la silla arzobispal, el retablo de Santa Úrsula y el sepulcro del Cardenal Tavera, obra que se termina tras su muerte.

ALONSO BERRUGUETE Y FELIPE BIGARNY. Sillería del coro (1539-1542). Catedral. Toledo
ALONSO BERRUGUETE. Grupo de la Transfiguración que corona la silla arzobispal (1548). Catedral. Toledo
ALONSO BERRUGUETE. Sepulcro del cardenal Tavera (1554-1561). Hospital Tavera. Toledo. Fotografía tomada de https://www.tomasbartolome.com
Berruguete trae a Valladolid otro rasgo importante para el desarrollo escultórico, como es la organización racional del taller, en el que agrupa a oficiales de técnica reconocida, que se prestan a llevar a la madera, el alabastro o el mármol, sus creaciones “mentales”, en dibujo, cera o escayola. Este desarrollo lleva implícito una división entre creación intelectual de la obra y ejecución práctica, que origina fallos técnicos en sus obras (“chapucerías”, según los críticos), motivados por la falta de armonía entre sus ideales estéticos y la marcha cansina y retardada de sus colaboradores de taller, que no terminan de comprender las pesquisas estéticas del maestro. Con todo, Berruguete no es una mera gloria regional, sino un gran genio de la mejor escultura española.

JUAN DE JUNI (1506-1577)
Nacido en Joigny (Francia), Juan de Juni llega a Valladolid en torno a 1540. Sus etapas y estilos han sido estudiados ampliamente por el profesor Martín González. De origen francés, probablemente borgoñón, Juni trae al patetismo y la abundancia de paños del gran maestro borgoñón Claus Sluter, así como técnicas e iconografías allí usadas, como el barro cocido y los Entierros de Cristo. Después pasó a Italia, en donde le influyen maestros del siglo XV, como Della Quercia, Donatello y la escuela de barros cocidos del Norte (Guido Mazzoni y Nicolo dell´Arca, entre otros), de los que capta el amplio sentido de las masas, las composiciones perpectivistas de los relieves, y en el caso de la última escuela, revitalizan su gusto por la técnica del barro y las iconografías de los Entierros de Cristo, así como el gusto por las actitudes patéticas y el fuerte expresionismo de los rostros. Al mismo tiempo recibe fuertes influjos de maestros del siglo XVI como Rustici o Miguel Ángel, de quien sigue más fielmente el canon humano que Berruguete, siendo también fundamentales, en su obra futura, las sugerencias aportadas por la escultura antigua del Laocoonte. También el manierismo le sugiere un retorcimiento y alambicamiento de los cuerpos, una angustia espacial, que serán notas predominantes en su estilo. Todos estos rasgos se alían en su obra para crear escenas y figuras en las que la expresión dramática, el movimiento y la fuerza interior, protagonizan sus composiciones, lo que le acerca a la mentalidad implantada por Berruguete y permitirán su pronta asimilación por los patronos castellanos. Pero al mismo tiempo se aleja de éste por su mayor realismo, su mayor concreción volumétrica y por su técnica más escrupulosa, que convierten a su obra en objetos menos abstractos, menos intelectualizados, y, por lo tanto, más fácilmente asimilables, lo que explicará que a partir de mediados de siglo su escultura tenga más seguidores que la de Berruguete.

JUAN DE JUNI. El Entierro de Cristo (1541-1544). Museo Nacional de Escultura. Valladolid
Llegado a España se establece en León, y tras cortas estancias en Villalón, Medina de Rioseco y Salamanca, al fin, en 1540, consigue el que debía de ser su afán artístico: venir a Valladolid, en donde los talleres escultóricos trabajaban a mayor ritmo que en ninguna parte. Se le había encargado el Entierro de Cristo para la capilla de fray Antonio de Guevara, en el convento de San Francisco, hoy en el Museo Nacional de Escultura. El hondo sentimiento de la obra, la disposición casi naturalista de personajes, que anticipan los “pasos” de Semana Santa vallisoletanos, y el lujo de vestiduras, piedras preciosas y demás adornos creados por la brillante policromía, debieron de admirar a la ciudad, que no habían conocido nada igual hasta aquel momento. Sin embargo, no fue fácil su introducción en el ambiente de la ciudad, puesto que tuvo que soportar el pleito del retablo de la Antigua, pero al final su categoría y la postura favorable de Berruguete permitirán que se convierta en el mayor protagonista del taller vallisoletano.

JUAN DE JUNI. Retablo de Santa María la Antigua (1545-1562). Catedral. Valladolid
Con el retablo mayor de la iglesia de Santa María de la Antigua comienza su periodo central, en el que se dulcifican más las formas, y sus retablos, de corte manierista, alcanzan el mayor grado de decoración, atractiva por su lujo para la elegante sociedad de su tiempo. De este momento son sus retablos de la Antigua (hoy en la Catedral), de la catedral de Burgo de Osma y el de la capilla de los Benavente en Santa María de Medina de Rioseco. Como se ve, desde su taller comienza también a haber una expansión de obras hacia puntos limítrofes, que será continuada en momentos posteriores. Las exigencias de los maestros u otras causas le fuerzan aún a contratar algunas obras con otros maestros: el retablo de Burgo de Osma, con el burgalés Juan Picardo. Y el retablo de la capilla de doña Francisca de Villafañe en el Monasterio de San Benito, con Inocencio Berruguete, quizá por una concesión al taller de seguidores de Berruguete.

JUAN DE JUNI. Retablo de la capilla de los Benavente (1557-1559). Iglesia de Santa María. Medina de Rioseco (Valladolid)
JUAN DE JUNI E ¿INOCENCIO BERRUGUETE?. Retablo de San Juan Bautista (1551-1570). Museo Nacional de Escultura. Valladolid. Fotomontaje tomado de http://ceres.mcu.es
En la década de los sesenta y hasta su fallecimiento, su arte se hace más reposado y sus composiciones buscan más los ritmos elegantes que las distorsiones de los periodos anteriores. Hay en su obra de este momento una concesión a los nuevos gustos del manierismo romanista, implantados por estas fechas en Valladolid, de la mano de Gaspar Becerra. Su hijo, Isaac de Juni, colabora activamente en sus encargos, y llega a terminar aquellos dejados inacabados a la muerte del maestro. Destacan en esta última etapa, el retablo de la capilla de los Alderete en la iglesia de San Antolín de Tordesillas; el retablo de San Francisco del convento de Santa Isabel de Valladolid; el Santo Entierro de la catedral de Segovia, su obra maestra de este periodo; el retablo de los Ávila Monroy en Arévalo, entre otras obras abundantes. La muerte le sorprende iniciando el retablo mayor de Santa María en Medina de Rioseco.

JUAN DE JUNI. Retablo de San Francisco (c. 1560). Convento de Santa Isabel. Valladolid
JUAN DE JUNI. Retablo del Santo Sepulcro (1565-1571). Catedral. Segovia

OTROS MAESTROS DE ESTE PERIODO
Junto a los dos grandes creadores se desarrollan también otros talleres secundarios, en los que trabajan maestros de segunda importancia. Estos artistas debían de colaborar también en los de los grandes maestros cuando las necesidades de terminación rápida de sus obras así lo requerían.
Berruguete tuvo un taller muy grande, en el que participan artistas palentinos, que luego expansionan su estilo por esta diócesis, tales como JUAN DE CAMBRAY o FRANCISCO GIRALTE (¿1510?-1576). Este tuvo un papel primordial en el pleito de Juni por el retablo de la Antigua, y de él conservamos una obra excelente: el retablo de la capilla del doctor Corral en la iglesia de la Magdalena, en el que la influencia de su maestro ya acepta algunos rasgos de su rival, Juni, en la técnica del relieve. También participa de su estilo el entallador GASPAR DE TORDESILLAS, muy activo en Valladolid y su comarca, ejecutando retablos para Simancas, San Martín de Valvení y Tordesillas, y en la misma ciudad colabora con Juni en el retablo de San Antonio en el Monasterio de San Benito el Real. Este maestro consta estar trabajando en 1536 en la localidad guipuzcoana de Oñate, sirviendo de introductor de las formas de Berruguete en el norte. Junto a Tordesillas está trabajando su yerno, FRANCISCO VELASCO, quien colabora en sus encargos, y que, junto con otros maestros vallisoletanos, aparece contratando el retablo de San Francisco de Talavera de la Reina.

FRANCISCO GIRALTE. Retablo de la capilla del doctor Corral (c. 1547). Iglesia de la Magdalena. Valladolid
Un caso aparte presenta INOCENCIO BERRUGUETE (c.1520-c.1575), sobrino de Alonso, quien debió de formarse en el taller de su tío, con quien consta colabora en la obra de la sillería de la catedral de Toledo. Muchas de sus obras se han perdido, como el sepulcro de don Pedro González de León y de su mujer, o el retablo del convento de la Trinidad Calzada. En 1551 estaba colaborando con Juni en el referido retablo de doña Francisca de Villafañe, y las esculturas e él debidas, Santa Elena y San Jerónimo, muestran una total copia cansina del estilo de éste. Otras obras, como el retablo mayor de Simancas, de 1562, en colaboración con JUAN DE ANCHIETA (c.1462-1523) y JUAN BAUTISTA BELTRÁN, ya está cercano al manierismo romanista de Becerra. Este último maestro debía de haberse formado en el taller de Juni, a juzgar por los contactos existentes entre ambos. También se forma con él Juan de Anchieta, que expansiona su estilo por el País Vasco. Este maestro colabora en el gran retablo de Santa Clara, de Briviesca.

PEDRO LÓPEZ DE GÁMIZ Y JUAN DE ANCHIETA. Retablo mayor (1551-1569). Convento de Santa Clara. Briviesca (Burgos). Fotografía tomada de http://diegovilla1940.blogspot.com.es


C- EL ÚLTIMO TERCIO DE SIGLO. EL GRAN TALLER
Si el estilo de Berruguete y de Juni presenta una recia personalidad individual y sus formas expresivas y movidas indican un periodo de fuerte originalidad, en este último momento la situación varía. El estilo se va a hacer académico e impersonal, convirtiéndose en un foco de manierismo romanista, que copia las composiciones ampulosas y los tipos gigantes de Miguel Ángel, pero quitándolos expresividad. Las iconografías pierden individualidad y se convierten en fríos prototipos de belleza académica, mientras que los artistas del momento se copian unos a otros, hasta el punto de plantearnos serias dudas las atribuciones de obras que no están documentadas, por la proximidad de estilo entre unos y otros maestros. El gran taller del periodo será el de Esteban Jordán, pero las colaboraciones entre maestros son tan abundantes, que se puede afirmar que Valladolid se ha convertido en un único y gran taller del que participan todos sus escultores. Ya Juni tenía rasgos de su estilo, como las amplias masas y el sentido concreto de la realidad, que preconizaban esta evolución posterior. Pero el maestro que trae esta nueva forma de concepción de la escultura es Gaspar Becerra.

GASPAR BECERRA (1520-1568)
Tras formarse en Italia, en donde colabora nada menos que con el discípulo de Miguel Ángel, Vasari, en la decoración del romano Palacio de la Cancillería, con escenas del Papa Paulo III, Becerra aparece en 1557 en España, eligiendo Valladolid para asentarse, tanto por motivos familiares (su mujer era de Tordesillas) como por ser la ciudad del Pisuerga el centro artístico más pujante de España. Aunque hasta su muerte se consideró vecino de Valladolid, aquí residió realmente pocos años, pues en 1562 trabaja en El Pardo y en Madrid al servicio de Felipe II, pero fueron suficientes para que su estilo escultórico, del cual la única obra conservada es el magnífico retablo mayor de la catedral de Astorga (1558-1562), se convirtiera en la nueva directriz del taller vallisoletano. El titanismo de sus figuras, idealizadas, de muy buena técnica, excesivamente correctas, pero algo frías, va a ser la característica de su obra, que introduce en Castilla el reposado manierismo romano, y que los demás maestros del momento repetirán de continuo. La corrección de Becerra era más fácil de imitar que la genialidad y la inspiración de Berruguete y Juni. Esta nueva estética era la más adecuada para la sociedad de la segunda mitad del siglo XVI, conformada en el espíritu del Concilio de Trento.

GASPAR BECERRA. Retablo mayor (1558-1562). Catedral. Astorga (León)
La marcha de Anchieta a Briviesca en 1566, aunque volviera ocasionalmente a Valladolid, y la afirmación del romanismo becerresco de Esteban Jordán a partir de la década de 1570 limitaron la influencia del vasco sobre los escultores de la villa del Pisuerga. Quien estaba llamado a convertirse en el heredero natural de Juan de Juni y a regentar la escultura vallisoletana durante el último tercio del siglo XVI quedó reducido a una nota aislada, diluido entre los oficiales del francés o postergado en obras secundarias de ámbito natural.

ESTEBAN JORDÁN (c-1530-1598)
También avecindado en Valladolid. Esteban Jordán es el gran contratante de obras en este periodo, si bien estuvo desplazado en la década de los 60 cuando Anchieta residía en la ciudad. Fuese por sus ocupaciones en el arzobispado toledano o por la dificultad para competir con Anchieta, lo cierto es que Jordán sólo comienza a contratar obra en abundancia en la villa del Pisuerga a partir de 1571, con el vasco lejos de ella. Debió relacionarse al principio con Berruguete, pues estaba casado en primeras nupcias con una sobrina suya, si bien el estilo de sus primeros trabajos es manifiestamente juniano. A estas influencias primeras se superpone el manierismo de Becerra, que va a ser su auténtica guía estética.
Esta orientación manierista se aprecia ya en el retablo mayor de Santa Eulalia de Paredes de Nava, en el que colabora con su cuñado Inocencio Berruguete, pero sobre todo en sus obras del decenio 1570-1580, como el retablo del Calvario en el convento de la Magdalena de Medina del Campo; el retablo mayor de la iglesia de la Magdalena de Valladolid, una de sus obras más representativas; la estatua yacente de don Pedro Lagasca en la misma iglesia y el trascoro de la catedral de León, donde el gusto por la monumentalidad y una ejecución correcta pero fría y un tanto desvitalizada son evidentes. Mayor equilibrio tiene el “Cristo de Burgos” que, procedente de la desaparecida iglesia de San Antón, es venerado en el Santuario Nacional de Valladolid.

ESTEBAN JORDÁN. Retablo del Calvario (1571). Convento de Santa María Magdalena. Medina del Campo (Valladolid)
ESTEBAN JORDÁN. Retablo mayor (1571). Iglesia de Santa María Magdalena. Valladolid
ESTEBAN JORDÁN. Retablo del Cristo de "Burgos" (c. 1572-1574). Santuario Nacional. Valladolid
ESTEBAN JORDÁN. Escultura funeraria de Pedro Lagasca (1571). Iglesia de Santa María Magdalena. Valladolid
Otras obras para Valladolid y su provincia, entre las que sobresalen el bulto orante del sepulcro del Arzobispo de Santiago don Alonso de Velázquez en Tudela de Duero; el retablo mayor del convento de Sancti Spiritus de Valladolid; la continuación del retablo de Santa María de Medina de Rioseco, trazado por Becerra e iniciado por Juni; y el retablo mayor de la iglesia de Santa María de Alaejos, quizá su mejor obra, culminan con el desaparecido retablo mayor del monasterio de Montserrat, encargo real que le moverá a titularse con orgullo “escultor del rey”. El número de sus obras fue tan inmenso que le convirtieron en un hombre acaudalado.

ESTEBAN JORDÁN. Sepulcro de don Alonso de Velázquez, arzobispo de Santiago. Iglesia de la Asunción. Tudela de Duero (Valladolid)
ESTEBAN JORDÁN. Retablo mayor. Convento de Sancti Spiritus. Valladolid
ESTEBAN JORDÁN. Retablo mayor (1589-1600). Iglesia de Santa María. Alaejos (Valladolid). Terminadoa  su muerte por Cristóbal Velázquez y Francisco Rincón

OTROS ESCULTORES
En torno a Jordán se mueve un grupo de escultores de características eclécticas, que suelen colaborar entre sí. Destacan el juniano FRANCISCO DE LA MAZA (c.1540-1585), el de mayor calidad del grupo, autor del bello retablo de la Piedad de la iglesia del Salvador de Simancas, y del gran retablo de Villabáñez. Se le viene atribuyendo el Cristo de las Mercedes de la iglesia de Santiago de Valladolid, aunque en ocasiones se ha relacionado con el círculo de Pompeyo Leoni.

FRANCISCO DE LA MAZA. Retablo de la Piedad (1571). Iglesia del Salvador. Simancas (Valladolid)
¿FRANCISCO DE LA MAZA?. Cristo de las Mercedes. Iglesia de Santiago. Valladolid
Nacido en Meruelo (Trasmiera) no se sabe si vino a Valladolid para formarse o llegó con el oficio ya aprendido. En la villa del Pisuerga se relacionó con Juan de Juni, Bautista Beltrán, para el que actuó como testigo de su testamento, y con Anchieta, con el que mantenía una relación de confianza. Escultor muy personal y con mucho oficio permaneció siempre en un discreto segundo plano tras las figuras señeras de Juni y Jordán en contratos destinados a las localidades del entorno vallisoletano. Sus escasas obras documentadas y existentes en madera como el retablo de Villabáñez, los de Torrelobatón y Tudela de Duerojunto a Manuel Álvarez, el tablero de la Piedadde Simancas, la Virgen con el Niño de Villavieja del Cerro o el retablo de la capilla de don Suero de Quiñones en el monasterio de Santa María de Nogales, hoy en la parroquial de la localidad zamorana de Villalverde de Justel, permiten acercarse a su arte.

FRANCISCO DE LA MAZA. Retablo mayor (1571-1572). Iglesia de la Asunción. Villabáñez (Valladolid)
¿FRANCISCO DE LA MAZA Y ADRIÁN ÁLVAREZ?. Retablo mayor (c. 1577-1580). Iglesia de Santa María. Torrelobatón (Valladolid)
El palentino MANUEL ÁLVAREZ (c.1517-c.1587), que deja su tierra para venir a Valladolid a la expectativa de fecundos encargos. Obra suya fue un retablo para la Cofradía de Nuestra Señora del Val de Valladolid, hoy desaparecido salvo la escultura de su titular, conservada en el Santuario Nacional. Hijo de éste es ADRIÁN ÁLVAREZ (1551-1599), autor del retablo mayor de la Casa Profesa de los jesuitas de Valladolid, hoy iglesia de San Miguel, con quien colaboraran otros autores. Dentro del círculo de los Álvarez se sitúan los retablos mayores de Tudela de Duero y de Santa María de Torrelobatón. El primero se ha documentado como obra de Manuel Álvarez y Francisco de la Maza.

MANUEL ÁLVAREZ. San Eloy titular del desaparecido retablo de la ermita del Val. Santuario Nacional. Valladolid
Otros escultores que trabajan en este momento, como FRANCISCO DE RINCÓN (c.1567-1608) o PEDRO DE LA CUADRA (c.1572-1629), dejan su obra fundamental en el siglo siguiente, siendo importantes como enlaces con Gregorio Fernández, cuya gran personalidad les influirá. La escuela tendrá una prolongación en los primeros años del siglo siguiente, con el asentamiento de la corte en Valladolid, y la llegada de Pompeyo Leoni, escultor que trae un gran taller, en torno al cual se encuentra el innovador Gregorio Fernández.

BIBLIOGRAFÍA
  • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: “La escultura, la pintura y las artes menores de Valladolid en el Renacimiento”. En pp. 182-221. En RIBOT GARCÍA, Luis Antonio [et al.]: Valladolid, corazón del mundo hispánico: siglo XVI, Ateneo de Valladolid, Valladolid, 1981.
  • VASALLO TORANZO, Luis: Juan de Anchieta: aprendiz y oficial de escultura en Castilla (1551-1571), Universidad de Valladolid, Valladolid, 2012.

    EXPOSICIÓN: MATER DOLOROSA. Arte e iconografía de la Pasión

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    El pasado sábado día 10 de marzo se inauguró la exposición que anualmente vienen celebrando la Junta de Cofradías de Semana Santa y el Ayuntamiento de Valladolid, con la salvedad de que en esta ocasión se desarrolla en un marco incomparable como es la Sala Municipal de Exposiciones de las Francesas. Este capítulo, “Stabat Mater” ha sido nuevamente comisariado por Alejandro Rebollo, y con él finaliza el ciclo de cuatro años que empezó con “Signa Christi" (2015) y siguió conNazarenus" (2016) y “Vera Icon” (2017). La exposición de este año es una versión mejorada, ya no solo por las piezas que acuden a la misma, sino por la sala de exposiciones en la que se realiza, que dada su amplitud permiten un mayor número de obras. La muestra se divide en tres ámbitos claramente diferenciados: se comienza por el antiguo coro de las monjas, en el que se muestra la sección "Mater Speciosa", a continuación toda la nave de la iglesia recoge "Mater Dolorosa", y finalmente el altar mayor se dedica a "Mater Gloriosa".
    En cuanto a autores la exposición muestra obra de escultores y pintores de primer nivel. Así, en el recorrido podremos disfrutar de pinturas de los madrileños Alonso del Arco y Francisco Camilo, los vallisoletanos Juan Pantoja de la Cruz, Felipe Gil de Mena y Gaspar de Palencia, del círculo inmediato de Van Dyck, o de los italianos Sassoferrato, Christophoro Goenaga y Bartolomeo Mancini; en cuanto a escultores la nómina es mucho mayor: Felipe Bigarny y su hijo Gregorio Pardo (o Bigarny), Gregorio Fernández, Alejandro Carnicero, Francisco Alonso de los Ríos, Pedro de Sierra, Juan y Pedro de Ávila, Juan de Anchieta, Francisco de la Maza, Antonio de Gautúa, etc... Además de todo esto hay numerosas obras anónimas que rayan a gran nivel.

    P. CHRISTOPHORO GOENAGA. El triunfo de la Inmaculada (siglo XVII)
    ALONSO DEL ARCO. Adoración de los Pastores (segunda mitad del siglo XVII)
    ESCUELA VALLISOLETANA. Llanto sobre Cristo muerto (finales del siglo XVI)
    Se podrían destacar muchísimas obras, sin embargo, voy a reseñar algunas por cuanto han sido verdaderos hallazgos o logros conseguidos gracias a esta exposición. Así, hay un precioso Niño Jesús (h. 1754) sentado en su trono de plata que tiene una historia maravillosa. Esculpido en Nápoles fue enviado a Tierra Santa, en donde se le hizo reposar una noche en la Gruta Santa de la Natividad. Después un franciscano lo regaló al convento de las Descalzas Reales de Valladolid. Para más curiosidad, este Niño tiene en la espalda un sello de lacre con el escudo de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén. Este Niño se conserva en el convento dentro de una urna acompañado de numerosos elementos tales como el barquito que se muestra en la exposición que es una alegoría de su peregrinaje. Tampoco querría olvidarme del excelente hallazgo realizado por Enrique Gómez, que ha descubierto que un magnífico cobre que representa a la Madonna del Dito es obra de Bartolomeo Mancini, puesto que aparece su firma en la parte trasera; pero no solo eso puesto que hasta entonces se pensaba que Mancini había muerto hacia 1715, y esta obra es de 1727, con lo que se ha logrado extender su biografía una década más.

    ANÓNIMO NAPOLITANO. Niño Jesús (h. 1754)
    BARTOLOMEO MANCINI. Madonna del Dito (1727)
    Como no destacar también la Virgen de las Candelas (primer tercio del siglo XVII) de Gregorio Fernández, procedente de la iglesia de San Lorenzo, la cual durante muchos años ejerció el papel de "Virgen de la Alegría" durante la procesión del Domingo de Resurrección; o el relieve de la Huida a Egipto (1648-1651) de Francisco Alonso de los Ríos que en origen formó parte del desaparecido y malvendido retablo mayor de la iglesia de San Ildefonso, del cual tan solo quedan en la actualidad todos los relieves del mismo, habiéndose perdido el resto de esculturas de bulto redondo.

    GREGORIO FERNÁNDEZ. Virgen de las Candelas (primer tercio del siglo XVII)
    Hay que destacar sobremanera tres piezas que han sido restauradas gracias al saber hacer de Jaime Tesón y Hugo Pastor. Antes de tratarlas se veía que eran pinturas que podían tener mucha calidad, pero tras la intervención se ha superado con creces ese pensamiento, resultando ser tres obras magníficas. Se trata de la anónima Soledad (mediados del siglo XVII) del Monasterio de San Joaquín y Santa Ana, en la que como curiosidad puede verse en el fondo lo que parecen ser los restos de la Basílica de Majencio de Roma; de la también anónima Virgen de la Pasión (mediados del siglo XVII) de la Cofradía de la Sagrada Pasión de Cristo; y de la Sagrada Familia (primer tercio del siglo XVII) del círculo de Van Dyck.

    ANÓNIMO. La Soledad (mediados del siglo XVII)
    CÍRCULO DE ANTÓN VAN DYK. La Sagrada Familia (primer tercio del siglo XVII)
    Desde el apartado personal no puedo por menos que destacar el "hallazgo" de la Virgen de la Compasión de la desaparecida iglesia de San Julián. Se trata de una Virgen que se halla en el Santuario Nacional de la Gran Promesa y que hasta el momento se pensaba que era una Asunción. Pero no solo eso, una serie de búsquedas y de casualidades me ha llevado a dar con su autoría, y es que esta excelente Virgen es obra ni más ni menos que del iscariense Alejandro Carnicero, uno de los escultores españoles más importantes de la primera mitad del siglo XVIII. Con taller abierto en Salamanca pasó posteriormente a Madrid debido a que le solicitaron la ejecución de determinadas esculturas para el nuevo palacio real que por entonces estaban construyendo los Borbones. Me gustaría dar las gracias a mi compañero de ficha Javier Juárez, quien ha logrado desentrañar el azaroso viaje que realizó la imagen desde que se destruyó la iglesia de San Julián a finales del siglo XVIII hasta la actualidad.

    ALEJANDRO CARNICERO. Virgen de la Compasión (1738)
    Podríamos tirarnos aquí explicando piezas dos horas pero lo mejor es que si tenéis oportunidad vayáis a verla, que encima es gratuita. Tan solo os señalaré a manera de inventario otras obras que para mi gusto no podéis perderos: la Visitación(h. 1815-1830) del Convento de las Salesas, las Dolorosas de Juan Pantoja de la Cruz (h. 1603), Sassoferrato (siglo XVII), Pedro de Sierra (h. 1740), los Bustos de Dolorosa de Antonio de Gautúa (primer tercio del siglo XVIII) y otro anónimo (h. 1720); la Piedad procedente de Geria (h. 1774) y que pienso que puede ser obra del semidesconocido José Fernández, el Calvariodel Colegio de los Ingleses (Juan de Ávila o Juan Antonio de la Peña, h. 1677); el relieve de la Piedad (h. 1562) de Juan de Anchieta; el Llanto sobre Cristo (h. 1570) muerto atribuido a Francisco de la Maza; la portentosa Inmaculada (1721) de Pedro de Ávila, la maqueta en plata maciza del Cristo de la Luz (1995) de Antonio Zúñiga; o el Cristo Yacente (finales del siglo XVI) que procede de la celda que habito Santa Teresa en el convento del mismo nombre en Valladolid.

    ANÓNIMO. La Visitación (h. 1815-1830)
    FRANCISCO DE LA MAZA. Llanto sobre Cristo muerto (h. 1570)
    JUAN DE ANCHIETA. Piedad (h. 1562)
    GREGORIO PARDO (o BIGARNY). Virgen con el Niño (h. 1540)
    FRANCISCO CAMILO. Dolorosa (segunda mitad del siglo XVII)
    ANTONIO DE GAUTÚA (atrib.). Busto de Dolorosa (primer tercio del siglo XVIII)
    PEDRO DE SIERRA. Virgen Dolorosa (h. 1740)
    JUAN ANTONIO DE LA PEÑA O JUAN DE ÁVILA (atrib.). Calvario (h. 1677)
    PEDRO DE ÁVILA. Inmaculada (1721)
    JOSÉ FERNÁNDEZ (atrib.). Piedad (h. 1774)
    ANÓNIMO. Cristo Yacente (finales del siglo XVI). y JUAN DE ÁVILA. Virgen de la Soledad (h. 1697)

    SEMANA SANTA EN VALLADOLID: Pasos que ya no procesionan III: La "Virgen de la Alegría"

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    Hubo un tiempo en el que la Virgen de la Alegría que desfilaba el Domingo de Resurrección en la procesión del Encuentro con Cristo Resucitado y el Santo Sepulcro vacío no era la que actualmente podemos ver, imagen esculpida Miguel Ángel Tapia. Esta última vino a sustituir en 1997 a la “Virgen de la Alegría” que había desfilado desde la creación de la Procesión en el año 1960. Efectivamente, la procesión del Encuentro de Jesús Resucitado con la Virgen de la Alegría tuvo lugar por vez primera en 1960, cuando se funda la cofradía del mismo nombre, pero el encuentro tiene lugar en la Plaza Mayor. Aquel mismo año la Virgen de la Alegría fue portada por los Luises, congregación mariana con su cofradía de Cristo atado a la columna, aunque ya desde el año siguiente, y hasta el día de hoy, la encargada de sacarla ha sido la Cofradía del Santo Sepulcro.
     
    Esta antigua Virgen de la Alegría no es tal sino una Virgen de las Candelas, lo que iconográficamente no se corresponde con este momento, por ello cuando se la sacaba en procesión el Domingo de Resurrección se la retiraba la vela que soporta en la mano derecha y el Niño Jesús de la izquierda. Tras la restauración a la que se sometió a la Virgen en 1996 la parroquia de San Lorenzo se mostró reticente a cederla, lo que llevó a la cofradía a encargar una imagen que representara a la Virgen de la Alegría. El encargado de llevarla a cabo fue el escultor vallisoletano Miguel Ángel Tapia, con el que se firmó el contrato el 10 de abril de 1996. En marzo del año siguiente, tras ser aprobada en el pleno de Cofradías, fue presentada en la sacristía de San Benito a las autoridades y medios de comunicación. Tres días más tarde fue solemnemente bendecida por el Arzobispo, don José Delicado Baeza, y el domingo de resurrección de aquel 1997 desfiló por vez primera.
     
    Diferentes imágenes de la Procesión del Encuentro con la antigua "Virgen de la Alegría". Las fotografías están cogidas de Internet y Flickr, créditos a quien corresponda
    Pues bien, la imagen que nos concierne, es decir, la Virgen de las Candelas, es obra de Gregorio Fernández, si bien durante una época estuvo atribuida a Luis Fernández de la Vega, un destacado aprendiz asturiano del genial artífice. Referencias indirectas nos dan una idea de la popularidad de la que gozó esta imagen en su época, ya que en 1641 la cofradía de Nuestra Señora de la Consolación que había en el Convento de San Agustín de Bilbao encargó a Pedro de Gárate una imagen “al modo de otra que hizo Gregorio Fernández en la ciudad de Valladolid para los oficiales de la Casa de la Moneda y su cofradía que está en la iglesia de Nuestra Señora de San Llorente”.
    La Virgen (146 cm) de las Candelas presenta una imagen muy juvenil de María. Para Martín González el tipo deriva del que usó para la Virgen del Carmen, no sólo por llevar al Niño, sino también por la toca que le cubre la cabeza, que las hacen muy similares, tanto que la que según Bosarte había en la Penitencial de la Vera Cruz se transformaría posteriormente en Virgen del Carmen. La Virgen realiza un ligero contrapposto que le da cierto movimiento. Gira su rostro para mirar amorosamente a su pequeño Hijo, que le sostiene en una de sus manos, si bien como de costumbre no llega a tocarle directamente, sino que entre ambos circula un paño. Con la otra mano sujeta la candela que la da nombre.  Por la dureza de los pliegues se podría datar en la última etapa de Gregorio Fernández, aunque pienso que hay bastante labor de taller, especialmente en la efigie del Niño Jesús.
     
    La Virgen viste túnica roja, adornada con flores y sujeta con ceñidor; un gran manto en forma de capa, rígido y abierto por delante. Es de color azul con un fondo de estrellas y una. magnífica cenefa, con adornos de piedras preciosas fingidas. Ojos de cristal y encarnación a pulimento. Por su parte, el Niño, que se encuentra dispuesto en una curiosa posición, realiza un gesto de bendición con su mano derecha. Tiene un cuerpo rollizo y muy gracioso. Su rubia cabellera está formada por pelos lacios y pegados a la cabeza.
    Destaca el trabajo complementario de policromía donde el pintor se recreó en una decoración a punta de pincel a base de motivos florales, estrellas y piedras preciosas. Quizás el policromador de esta obra fuera su buen amigo y colaborador Diego Valentín Díaz, el pintor barroco vallisoletano más destacado del siglo XVII y quien por cierto llegó a cartearse con el mismísimo Diego Velázquez.
     
    En la antigua iglesia de San Lorenzo la veneración hacia la Virgen de las Candelas era tan importante que la nave en la que se encontraba dispuesto su retablo, la de la epístola, se llamaba popularmente como “nave de las Candelas”. En cuanto al retablo que presidía: tuvo primeramente uno barroco aunque a comienzos del XIX y con el deseo de uniformar gran parte de los que había en la iglesia se le fabricó uno neoclásico.
    Finalizo señalándoos que aunque durante todo el año la Virgen se puede contemplar en la iglesia de San Lorenzo, a lo largo de la Semana Santa la tenéis en la exposición “Stabat Mater” en la iglesia de las Francesas en donde la podréis contemplar más de cerca e incluso transitar a su alrededor para que contempléis el perfecto acabado de la pieza.
     
    La Virgen de las Candelas en su retablo en la primitivo iglesia de San Lorenzo ¿A dónde habrán ido todos estos retablos del antiguo templo?

    Si os gusta esta sección de “Pasos que ya no procesionan”, podéis ver los siguientes:

    BIBLIOGRAFÍA
    • EGIDO LÓPEZ, Teófanes: Cofradía del Santo Sepulcro y del Santísimo Cristo del Consuelo, Valladolid, 2000.
    • SAN JOSÉ C. CARREÑO, José Luis y MUÑOZ ROJO, Pedro J.: Semana Santa en Valladolid, El día de Valladoliad, Valladolid, 2004.
    • VV.AA.: Gregorio Fernández y la Semana Santa, Ministerio de Cultura, Madrid, 1986.
    • VV.AA.: Gregorio Fernández: La gubia del barroco, Ayuntamiento, Valladolid, 2008.

    COFRADÍA DE LA PIEDAD: NUESTRA SEÑORA DE LA PIEDAD O LA QUINTA ANGUSTIA (Gregorio Fernández, h. 1625)

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    La Virgen de la Piedad o Quinta Angustia, una de las obras maestras de Gregorio Fernández, es quizás una de las imágenes icónicas de la Semana Santa de Valladolid, si bien en origen no fue una obra hecha para tal propósito sino todo lo contrario ya que se talló en relieve ex profeso para que presidiera un retablo.

    Efectivamente, la Piedad fue realizada por Gregorio Fernández hacia el año 1625 para la capilla de Nuestra Señora de la Soledad del desaparecido convento de San Francisco de Valladolid. Esta capilla, que había sido fundada por don Juan de Sevilla y su mujer doña Ana de la Vega para sí y para sus herederos, estaba situada en el lado de la epístola de la iglesia conventual. Con el tiempo el patronato pasó a manos de don Francisco de Cárdenas, que fue quien en 1627 encargó un retablo para que contuviera la efigie de la Piedad, la cual debió de ser esculpida poco tiempo antes. Así, el retablo fue construido en el citado año por el ensamblador Xaques del Castillo y dorado por el pintor Diego de la Peña, a quien también correspondió el policromado del grupo de la Piedad, aunque bajo la atenta supervisión del propio Gregorio Fernández.

    Gracias al franciscano padre Sobremonte conocemos ligeramente el aspecto de esta capilla: "Está muy bien adornada de reja de hierro grande, y retablo que es en el espacio de columnas y frontispicio de estatura natural, una imagen de bulto de la Madre de Dios, con su hijo muerto en el gremio, que en nuestro idioma decimos regazo; es obra primorosísima del insigne Gregorio Fernández a lo que entendemos". Asimismo, en la capilla había una inscripción que aludía a sus fundadores: "Esta capilla es de Juan de Sevilla y doña Ana de la Vega, su mujer, y herederos, 1590".
    Tras la desamortización del convento en 1836 y la consiguiente desaparición o dispersión de buena parte de sus bienes artísticos, la imagen de la Piedad se creyó perdida, pero Agapito y Revilla demostró que había sido reclamada por los descendientes directos de los patronos de la capilla. Estos eran los Salcedo y Rivas que continuaban ostentando el patronato de la capilla y que eran también patronos de la capilla fundada en la iglesia de San Martín por el obispo Fresno de Galdo. El hecho de que tanto el retablo como la imagen de la Piedad fueran de patronato privado las salvó de la destrucción, y por ello se trasladaron a la iglesia de San Martín, templo en el que han ocupado tres lugares diferentes: primeramente la tercera capilla del evangelio, es decir en la capilla de los Galdo, después en el brazo de la epístola del crucero y por último se colocó en su actual emplazamiento: la segunda capilla del lado del evangelio.

    La Virgen de la Piedad (146 cm), aunque en origen estaba puesta bajo la advocación “de la Soledad”, por llamarse así su capilla, fue realizada alrededor del año 1625, y con anterioridad a 1627 como ya se ha dicho. La Virgen es harto similar a la Virgen de la Vera Cruz que perteneció en origen al paso del Descendimiento. Así, vemos el mismo rostro, manos, vestimenta e incluso pliegues. No cabe duda de que Fernández para realizar sus Piedades se inspiró en la que su colega Francisco de Rincón esculpió para el retablo mayor de la iglesia penitencial de Nuestra Señora de las Angustias.

    FRANCISCO DE RINCÓN. Detalle de la Piedad del retablo mayor de la iglesia penitencial de las Angustias
    El cuerpo muerto de Cristo se organiza en atrevido escorzo y está echado sobre el sudario blanco con el que fue descendido de la cruz, de suerte que la Virgen no llega a tocar directamente su cuerpo. El brazo derecho le cuelga de la pierna de la Virgen, mientras que el izquierdo es sujetado por su Madre. El cuerpo desnudo y su consiguiente estudio de calidades es magnífico: se observan perfectamente los diferentes huesos, músculos y venas. La cabeza se encuentra ladeada, con la boca entreabierta, los ojos cerrados y la frente con abundantes gotas de sangre. Los ojos están hundidos, la barba muy poblada y con rizos menudos individualizados, lo que demuestra que la obra se engloba dentro de su última etapa. Posee la habitual herida en el hombro izquierdo. Por su parte, María está sentada sobre una roca, la cual se ve bajo su zapato. Eleva los brazos expresando un dolor inconmensurable ante la reciente pérdida de su hijo. Ese hondo pesar queda también patente mediante en el rostro. Es sin duda la pieza más clásica de Fernández.

    La utilización de postizos como los ojos de cristal, la mirada expresiva y perdida de la madre y un perfecto tratamiento de la anatomía son elementos que contribuyen a realzar el realismo de la representación, acercándola a los sentimientos de devoción y espiritualidad a que estaban destinadas estas obras y que Fernández supo reflejar con tanto acierto. Hay un claro contraste entre el naturalismo descarnado y la severidad atlética del cuerpo de Cristo y la idealización del rostro de la Virgen. Como se puede observar la composición traza una diagonal típicamente barroca que transcurre desde la mano izquierda de la Virgen hasta los pies de Cristo.
    Como todas las iconografías creadas o popularizadas por Gregorio Fernández, éstas las repitieron los escultores vallisoletanos durante el siglo XVII y buena parte del XVIII. Así, por ejemplo, podemos señalar las creadas por José Fernández para Geria, la cual actualmente se puede contemplar en la exposición “Stabat Mater. Arte e iconografía de la Pasión” en la Sala Municipal de Exposiciones de las Francesas, o la tallada por Pedro León Sedano para la localidad vizcaína de Villaro (Areatza en vasco).

    JOSÉ FERNÁNDEZ (atrib.). Nuestra Señora de los Dolores (h. 1773-1774). Geria (Valladolid)
    PEDRO LEÓN SEDANO. Piedad (1790). Ermita de la Piedad. Villaro (Vizcaya)
    Como decíamos en un principio el grupo escultórico de la Piedad no se concibió en origen como paso procesional puesto que en realidad es un altorrelieve. Cuando se decidió procesionarlo, y al no estar tallada la parte posterior del relieve, se la colocó una “tapa” para que simulara ser una escultura en bulto redondo.

    Aunque la Virgen de la Piedad no es propiedad de la Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de la Piedad sí que es su imagen más querida. La primera vez que la cofradía procesionó el grupo escultórico fue en 1924, año del restablecimiento de la cofradía. Fue entonces cuando, según señala Urrea, por deseo expreso del Ordinario de la Diócesis se autorizó, por primera vez, sacar en procesión durante la Semana Santa el grupo de la Piedad así como a rendirle culto público, desfilando el año 1927 en la procesión titulada “de Caridad”. Cabe señalar que durante algunos años, probablemente a partir de 1938, la Piedad desfiló en la misma carroza junto con las imágenes de San Juan y la Magdalena de la Cofradía de las Angustias, las cuales pertenecían al paso del “Descendimiento” (Sexta Angustia). Actualmente el grupo de la Piedad desfila en tres ocasiones: en la medianoche que separa el Miércoles del Jueves Santo en la procesión de la Piedad, en la tarde del Jueves Santo en la procesión de Penitencia y Caridad, y el Viernes Santo en la Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor. Si queréis saber más sobre estas u otras procesiones y cofradías os recomiendo fervientemente el blog http://gloriasdevalladolid.blogspot.com.es/


    BIBLIOGRAFÍA
    • ÁLVAREZ VICENTE, Andrés: Gregorio Fernández: la gubia del barroco, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2008.
    • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: El escultor Gregorio Fernández, Ministerio de Cultura, Madrid, 1980.
    • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959.
    • SAN JOSÉ C. CARREÑO, José Luis y MUÑOZ ROJO, Pedro J.: Semana Santa en Valladolid, El día de Valladolid, Valladolid, 2004.
    • URREA, Jesús: “Informe sobre el grupo escultórico de la Piedad, original de Gregorio Fernández”, Boletín de la Real Academia de la Purísima Concepción, Nº 43, 2008, pp. 122-124.

    EL DESAPARECIDO RETABLO MAYOR BARROCO DE LA IGLESIA PENITENCIAL DE NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO

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    Aunque actualmente vemos que la capilla mayor de la iglesia penitencial de Nuestro Padre Jesús Nazareno se encuentra presidida por un frío, aunque interesante, retablo neoclásico, esto no siempre fue así puesto que este vino a sustituir a otro barroco, que será el tema que trataremos hoy.
    Actual retablo mayor neoclásico, realizado entre 1815-1817 por Calixto Álvaro según traza de Pedro García Gonzá
    Todo comenzó el día 8 de mayo de 1702 cuando la Cofradía Penitencial de Nuestro Padre Jesús Nazareno dio comisión a los alcaldes de la misma y a otros dos cofrades para que tratasen “con los maestros que les pereciere de la facultad de los retablos”, ya que el depositario contaba con algunos fondos y se procurarían además los que fueren menester. Dos fueron los ensambladores que presentaron trazas, justamente los dos más prestigiosos del momento: Alonso Manzano (1656-h.1721) y Blas Martínez de Obregón (h.1650-1716. El fallo del concurso se daría en el cabildo del día 30 de julio. Como cuestión previa, el cofrade Francisco Herrero sometió a consideración el modo de resolver el concurso: si debía hacerse por medio de maestros que se nombrasen al efecto, por elección del cabildo o por sorteo, siendo acordado por mayoría de votos utilizar la primera de las tres soluciones propuestas; pero esto, no obstante, el asunto se volvió a tratar, y a propuesta de don Lope Quevedo quedó fijado que “se echasen cédulas, que con eso quedaban todos bien”.
    Se alzó con la victoria Alonso Manzano, quien ya había dado notables muestras de su talento, como por ejemplo en el retablo mayor de la iglesia de Santiago Apóstol, y se escogió una de las dos medias trazas que había presentado juntas y se le mandó, en consecuencia, que comunicase las condiciones y postura, y que se pregonase su remate; pero poco después surgió la oposición por creer que era más conveniente el proyecto de Obregón. Todo lleva a pensar que desde el principio la cofradía quería asignarle la obra a este segundo ensamblador, como así finalmente sucedió puesto que se anularon todos los acuerdos anteriores y se eligió la traza de Obregón.
    Este maestro contaba con grandes influencias dentro de la Cofradía, y al parecer estaba decidido a darle la obra, por cuanto habiéndose hecho la subasta de la obra y pensado adjudicarla al ensamblador Gregorio Díez de Mata (h.1645-1720), el 10 de septiembre de 1702 se celebró un nuevo cabildo para encargar al autor del proyecto la construcción del retablo en la cantidad de 16.000 reales. El maestro se comprometía a entregarle en un plazo de dos años. Por su parte, la Cofradía le había de adelantar 4.000 reales para compra de madera, pagando el resto durante el transcurso de dichos dos años, excepto 2.000 reales que se le entregarían en el momento en el que unos peritos diesen el visto bueno a la obra y examinasen si la obra estaba ejecutada conforme a la traza.
    Tal serie de arbitrariedades condujo a que por orden del Procurador del Obispado los bienes de la Cofradía, así como el metálico que obraba en poder de la depositaria, doña Catalina Carriedo, fueran embargados y secuestrados. Con la intervención de éste, se dieron por válidos los primeros acuerdos sobre la construcción del retablo; es decir, se abonó a Alonso Manzano el importe de la traza, y posteriormente se pregonó el remate de la obra sobre la traza de Obregón. El auto del Provisor fue notificado a Alonso Manzano, ausente en Palencia (ocupado en la fabricación del retablo de Nuestra Señora de la Calle), en la persona de su oficial Francisco Arribas, y a los “maestros de la facultad de lo que mira a retablo”, Juan Herrera y Gregorio Mata, mediante su procurador.
    ALONSO DE ROZAS (atrib.). Jesús Nazareno (Tercer cuarto del siglo XVII). Iglesia Penitencial de N. P. Jesús Nazareno
    El día 23 de septiembre, después de varias pujas, se adjudicó definitivamente el retablo a Martínez de Obregón en la cantidad de 13.000 reales: 4.000 reales de contado para materiales, 7.200 reales durante la obra, a razón de 300 mensuales, y los últimos 1.800 una vez asentado el retablo. El beneficio logrado ascendía a 3.000 reales, pero probablemente para compensar a Obregón acordó la Cofradía abonarle otros seiscientos reales por el trabajo que tuvo “en hacer la traza y condiciones”.
    La obra comenzó inmediatamente para poder concluirse antes de los dos años estipulados, en febrero de 1704. Cuando el retablo iba a medio construir, se celebró un cabildo en el mes de mayo de 1703 en el que se determinó qué imágenes debían de fabricarse para el nuevo retablo mayor, y además se acordó avisar a los maestros escultores para que pujaran por la obra. En agosto de ese mismo año se mandaron hacer los modelos para las historias que llevaría en el segundo cuerpo y, sin que se pueda precisar la fecha, la ejecución recayó en José de Rozas, quien debía de esculpir una Oración del Huerto; dos “historias”, cuya identidad ignoramos; dos relieves del Salvador y la Virgen, y dos Ángeles para el ático. El conjunto lo completaban una Inmaculada dispuesta en el tabernáculo, y las efigies de San Pedro y San Pablo. Estas dos últimas imágenes, que se venían también asignando a Rozas, en realidad son obra de su hijastro José Pascual, por lo que es probable que fuera el propio Rozas el que sugiriera a la cofradía el nombre de su hijastro para acometer la ejecución de ambos santos. Sea como fuere, el 29 de noviembre de 1703, José Pascual se concertó con Juan Martínez para realizar “dos hechuras de talla de bulto de cuerpo entero la una de San Pedro y la otra de San Pablo” para el retablo que la cofradía “está haciendo para la capilla mayor”. Pascual, que percibiría por su ejecución 800 reales, las debía de tener acabadas para el día de San José de 1704. El escultor cumplió con el plazo establecido ya que el 11 de marzo de 1704 otorgó carta de pago.
     
    En definitiva, además de la efigie de Jesús Nazareno, que sería la que presidía el retablo, las esculturas que se mandaron realizar fueron una “historia grande de la Oración del Huerto y las dos historias de los lados, y dos ángeles del tamaño del natural que están sobre el macizo de los machones y las dos medallas del Salvador y María, de entre los machones”, cuyo precio fue 1.600 reales la primera, otros 1.600 las dos pequeñas, 880 los ángeles y 150 los medallones. En total 4.230 reales que se terminaron de pagar el 25 de agosto de 1704. Por un inventario efectuado en el año 1752 conocemos el resto de imágenes que lo componían: una Inmaculada Concepción sobre el tabernáculo, las efigies de San Pedro y San Pablo; y encima de las pilastras, en la coronación, dos ángeles con atributos de la Pasión. El retablo fue dorado por el maestro Dionisio García al precio de 22.620 reales. La custodia del retablo es algo posterior, fue tallada en 1713 por José Díaz de la Mata.
    Gracias al diarista Ventura Pérez sabemos que la imagen Jesús Nazareno regresó a su retablo el 30 de marzo de 1704: “En 30 de marzo de 1704 se trasladó a su retablo nuevo, sin dorar, a Jesús Nazareno. La víspera hubo mucho y muy buen fuego de mano y árbol; estuvo Su Majestad patente; predicó un monje de San Benito el Real de ésta ciudad”.
    Las esculturas de San Pedro y San Pablo, y la de Jesús Nazarenofueron las únicas esculturas del retablo que se conservaron tras el incendio acaecido en la penitencial en 1799, si bien el retablo no pereció entonces, sino que quedó tan maltrecho que los cofrades decidieron venderlo (desconocemos a dónde fue a parar y si aún existe). Con motivo de la fabricación del nuevo retablo mayor, ya neoclásico, se decidió estucar los vestidos de San Pedro y San Pablo para darles una apariencia marmórea. De esta tarea se ocupó Anastasio Chicote en 1811. El nuevo retablo neoclásico, comenzado en 1815 y asentado en 1817, corrió a cargo de Calixto Álvaro, si bien hubo de someterse a la traza y condiciones del importante arquitecto Pedro García González.
    JOSÉ PASCUAL. San Pedro (1704). Iglesia Penitencial de N. P. Jesús Nazareno. Valladolid
    JOSÉ PASCUAL. San Pablo (1704). Iglesia Penitencial de N. P. Jesús Nazareno. Valladolid
    Al desconocer cómo serían el resto de esculturas y relieves que compondrían el retablo, así como el aspecto de éste, tan solo trataremos brevemente sobre las esculturas conservadas de San Pedro y San Pablo, ya que la escultura de Jesús Nazareno nos la reservamos para una monografía, pues así lo merece “el señor de Valladolid”. Tan solo decir de Jesús Nazareno que sigue la típica iconografía vallisoletana de este tipo en el que aparece Cristo camino del Calvario con una rodilla en tierra y sujetando en uno de sus brazos la cruz. Atribuida antiguamente a artistas tan dispares como Pedro de la Cuadra, Juan Antonio de la Peña o Juan de Ávila, parece que la opción más correcta, y que más consensos posee en la actualidad, es la asignación a Alonso de Rozas, casualmente el padre de José de Rozas, quien fabricó la mayoría de las esculturas del retablo.
    Pasando ya a hablar de las efigies de San Pedro y San Pablo, talladas como ya hemos dicho por José Pascual, hijastro de José de Rozas, estas no dejan de ser sino un remedo de originales creados por Gregorio Fernández, concretamente de los que el gallego esculpió para el desaparecido retablo mayor de la iglesia de San Miguel en 1606. Tanto el San Pedrocomo el San Pablo que Fernández talló para el referido retablo sirvieron de inspiración a gran parte de los escultores vallisoletanos, y castellanos, que trabajaron durante los siglos XVII y XVIII. Así, nos encontramos diversas versiones (los tipos iconográficos quedan inmutables tan solo evoluciona el tipo de pliegue) en muchos retablos de la provincia vallisoletana: Casasola de Arión, Marzales, Torrecilla de la Abadesa, Villanueva de Duero…; la mayoría son obras anónimas, con la excepción de las de Velilla (Pedro de la Cuadra, 1613), Cigales (Andrés de Oliveros, 1668), Villalba de los Alcores (San Pedro, obra de Manuel Ordóñez, y San Pablo, de Antonio Vázquez, 1691-3. El San Pedro es obra de Manuel Ordóñez y el San Pablo de Antonio Vázquez), Colegiata de Lerma (San Pablo de Juan de Ávila, 1692), Santa María de Pozaldez (Andrés de Pereda, 1696), y Oratorio de San Felipe Neri de Valladolid (Pedro de Ávila, 1720).
    GREGORIO FERNÁNDEZ. San Pedro y San Pablo (1606). Iglesia de San Miguel. Valladolid
    Se trata de copias literales, en las que el escultor introduce variaciones mínimas, quizás la mayor divergencia resida en el tipo de pliegue: el fernandesco ha dejado paso a otro de paños redondeados y suavemente incurvados, que es el drapeado que desarrollaron durante el último cuarto del siglo XVII Juan de Ávila, Juan Antonio de la Peña y José de Rozas, entre otros. Pascual fue uno de sus últimos cultivadores ya que pocos años después Pedro de Ávila introduciría en tierras castellanas el pliegue a cuchillo, o pliegue berninesco. Ambos santos poseen actitudes contrapuestas a la vez que complementarias, tanto en el movimiento de las cabezas, como de las manos, piernas y pies. Cada uno de ellos porta, además del tradicional libro que les acredita como apóstoles, su atributo más usual: San Pedro sujeta las llaves, mientras que San Pablo agarra la espada con la que fue decapitado. El primer Papa viste túnica y manto, este último arremolinado a la altura del tórax y elaborado a través de complicados bullones sobre los que asienta un libro que lee con atención. La forma de concebir las manos y su elegante disposición es clara herencia de Fernández. Pascual retrata a San Pedro con una amplia calva, y no con un copete de pelo en la frente como hacía el maestro gallego. Por su parte, San Pablo porta las mismas vestimentas, si bien los plegados están mejor concebidos, son más finos y le aportan cierto dinamismo. En esta ocasión el manto se dispone en diagonal sobre el torso, de tal manera que de la cadera derecha pasa a enrollarse en el brazo izquierdo. Al contrario que San Pedro, San Pablo porta un libro cerrado, si bien la nobleza de la mano con la que lo sujeta es similar. Posee amplias melenas con bucles dispuestos simétricamente.
    A pesar de que se trata de dos efigies apreciables, no se rastrea en ellas ni la fuerza ni el vigor presente en las creaciones de Fernández. Aunque en los rostros intenta conseguir cierta blandura, los rasgos son bastante duros. Lo más apreciable del conjunto es la cabeza de San Pablo, con esas ampulosas barbas que recuerdan lejanamente a las del Moisésde Miguel Ángel Buonarroti.
    MICHELANGELO BUONARROTI. Moisés. Iglesia de San Pietro in Vincoli. Roma

    BIBLIOGRAFÍA
    • ARRIBAS ARRANZ, Filemón: La Cofradía Penitencial de N.P. Jesús Nazareno de Valladolid, Imprenta y librería Casa Martín, Valladolid, 1946.
    • BALADRÓN ALONSO, Javier: “Noticias biográficas, obras documentadas y atribuciones de escultores vallisoletanos del siglo XVIII: de José Pascual a Claudio Cortijo”, BSAA Arte, Tomo LXXXIII, 2017, pp. 211-234.
    • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
    • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
    • PÉREZ, Ventura: Diario de Valladolid (1885), Grupo Pinciano, Valladolid, 1983.

    NOVEDADES EN EL MUSEO NACIONAL DE ESCULTURA: De la "Cabalgata" de la Roldana al "Adonis" de Corradini

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    Desde hace unas de semanas el Museo Nacional de Escultura cuenta con dos nuevos huéspedes, uno que será temporal, el Adonisde Antonio Corradini, y otro que ha venido para quedarse, la Cabalgata de los Reyes Magos de Luisa Roldán AKA “La Roldana”. Ambos casos no dejan de ser verdaderos hitos para el Museo ya que en el caso de Corradini se trata de la llegada por primera vez de la obra de uno de los grandes escultores italianos del siglo XVIII, y por otra, la la Cabalgata supone para “La Roldana” el convertirse en la primera escultora representada en la colección del Museo. Cabe señalar que de la Cabalgata tan solo se exponen actualmente cuatro esculturas, pues las 15 restantes se encuentran en proceso de restauración en los talleres del propio museo. Buena parte de los siguientes textos están tomadas de sendos paneles del museo.
    LUISA ROLDÁN. La Cabalgata de los Reyes Magos (h. 1690-1698). Museo Nacional de Escultura. Valladolid
    ANTONIO CORRADINI. Adonis (1723-1725). Metropolitan Museum (MET). Nueva York

    LA CABALGATA DE LOS REYES MAGOS (Luisa Roldán, hacia 1680-1689)
    A finales de 2017 el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte adquirió un singular conjunto escultórico –para el que se había solicitado permiso de exportación– representando la Cabalgata de los Reyes Magos, atribuido a la genial escultora sevillana Luisa Roldán (1652-1706). Con la adscripción a la colección permanente del Museo Nacional de Escultura de esta obra de Luisa Roldán se culmina una antigua aspiración: la mujer que alcanzó por sus propios méritos ser la primera escultora de la corte de Carlos II y Felipe V, o lo que es lo mismo último rey Austria y el primero Borbón, es ahora también la primera escultora representada en las colecciones del museo.
    La insólita singladura vital de Luisa Roldán no deja de sorprender en la actualidad, no por la sensibilidad y habilidad alcanzada para desarrollar este arte a un nivel de excelencia análogo al de los mejores escultores de su épica, sino por haber despegado en una sociedad que no concedía espacio a la mujer más allá del estrecho ámbito del hogar y de la vida religiosa.
    Nacida en Sevilla en 1652, era hija de Pedro Roldán, el escultor más afamado de la ciudad hispalense y cabeza de un amplio taller en el cual recibió su formación y dio los primeros pasos de su carrera profesional. En 1671 se casa con el escultor Luis Antonio de los Arcos (1652-1711), condiscípulo suyo, desligándose ambos del taller paterno e iniciando su labor conjunta, para lo cual contaban con la ayuda de su cuñado, el pintor y policromador Tomás de los Arcos (1661-?). Las obras de esta primera etapa apenas pueden desligarse de las labradas por Pedro Roldán y su taller, mientras que en las realizadas en su estancia en Cádiz entre 1684-1689 ya se muestra su estilo personal, más movido y sentimental que el paterno (Ecce Homo, y San Servando y San Germán de la catedral de Cádiz), especialmente adecuado para los pequeños formatos. Gracias a estos últimos, alhajas de escultura realizadas en barro cocido y policromado, de reducido tamaño, modelado preciosista y sencillas policromías, obtiene el favor cortesano que se inicia con su traslado a Madrid a comienzos de 1689 y culmina con su nombramiento como escultora de Cámara del rey Carlos II en octubre de 1692, ocupación que revalidará con el nuevo monarca, Felipe V, en 1701; el prestigio alcanzado durante su carrera se verá igualmente reconocido fuera de España el mismo año de su muerte, en 1706, al ser elegida miembro de mérito de la Accademia di San Luca de Roma.

    LUISA ROLDÁN. San Servando y San Germán (1687). Catedral de Cádiz
    Dentro de su producción, además de los grupos de carácter devocional y tema amable que cimentaron su éxito (La Educación de la Virgen del Museo de Guadalajara, o los Desposorios místicos de Santa Catalina de la Hispanic Society de Nueva York), su habilidad quedó demostrada tanto en escultura de gran formato (San Miguel del Monasterio de El Escorial (1692), o el Nazareno de Sisante (1700), como en las figuras para nacimientos, habitualmente en barro pero también labradas en madera.

    LUISA ROLDÁN. La Educación de la Virgen. Museo de Guadalajara
    LUISA ROLDÁN. Los desposorios místicos de Santa Catalina. Hispanic Society de Nueva York
    LUISA ROLDÁN. San Miguel (1692). Basílica de San Lorenzo de El Escorial (Madrid). Fotografía tomada de DomusPucelae
    A este último tipo corresponde este singular grupo de la Cabalgata de los Reyes Magos, compuesto por 19 esculturas en madera de cedro dorado y policromado que debieron formar parte de un conjunto mayor hoy descabalado, cuya singular iconografía al incluir el cortejo de un cuarto rey –el rey Tarsis, la mítica región hispana citada en la Biblia– permite datarlo en la etapa andaluza de la escultora. El cortejo, que destaca por el naturalismo y por la minuciosa descripción tanto de sus rostros como de los ropajes, empieza con un heraldo, a lo que siguen los cortejos de los propios reyes magos, que como ya hemos dicho son cuatro. Cada uno de ellos lo compone el rey, su heraldo y sus pajes y escuderos. Los reyes y heraldos van a caballo o a camello. Hay que destacar otros dos detalles: la verosimilitud con la que la escultora ha efigiado a los animales, y el hecho de que el rey de Tarsis, representación de la monarquía hispánica, no viste a la romana, turca o india, sino a la a moda de Felipe II con gorgueras, calzas acuchilladas, etc…

    LUISA ROLDÁN. La Cabalgata de los Reyes Magos (h. 1690-1698). Museo Nacional de Escultura. Valladolid

    ADONIS(Antonio Corradini, 1723-1725)
    Pocos escultores italianos del siglo XVIII alcanzaron en vida la notoriedad de Antonio Corradini (1688-1752), un veneciano que forma un puente entre dos grandes de la escultura italiana, el barroco Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), y el neoclásico Antonio Canova (1757-1822). Sus mármoles adornaban los palacios principescos de Roma, Nápoles, Viena, Praga, Dresde o San Petersburgo, muy apreciados por las sutilezas, brillos y texturas que obtenía del mármol, como en sus célebres figuras veladas, siendo la más conocida la Pudizicia velata que realizó para la cappella Sansevero de Nápoles.

    ANTONIO CORRADINI. Pudizia velata (1752). Cappella Sansevero. Nápoles
    El Adonis es uno de sus trabajos más refinados y sugestivos, y cuyo origen se encuentra en el Palazzo Ca´Sagredo de Venecia. Impresionó a Montesquieu, el gran filósofo de la Ilustración, que, en su diario veneciano comentó: “Actualmente hay un escultor en Venecia llamado Corradino, autor de un Adonis, que es una de las esculturas más bellas que se puedan ver: uno juraría que el mármol está hecho de carne”. En efecto, el autor ha dado a la piedra un alisado impecable, una suave textura y una tactilidad erótica idóneas para encarnar a Adonis, cumbre de la belleza masculina, cuya seducción irresistible enamoró perdidamente a la diosa Afrodita. Aficionado a la caza, en una de sus excursiones, un jabalí enviado por Artemisa acabó con su vida. Inicialmente, el grupo estaba compuesto por la imagen del joven y la diosa, actualmente perdida. La obra influyó decisivamente en Antonio Canova y su Endimión dormido (1819-1822).

    ANTONIO CORRADINI. Adonis (1723-1725). Metropolitan Museum (MET). Nueva York
    ANTONIO CANOVA. Endimión dormido (1822)
    Adonispertenece a las colecciones del Metropolitan Museum de Nueva York y visita por primera vez España como resultado de un amistoso intercambio entre ambos museos y en sustitución del Cristo Yacente de Gregorio Fernández, presetado a la exposición Like Life, Sculpture, Color and the Body, que el museo neoyorkino dedica a la escultura policromada desde 1300 hasta hoy.

    GREGORIO FERNÁNDEZ. Cristo Yacente (h. 1627). Museo Nacional de Escultura. Valladolid
    El intercambio no puede ser más afortunado, no sólo por ofrecer la ocasión de presentar una obra de la más exquisita tradición italiana, de la que este museo apenas posee ejemplares, sino también porque ambas esculturas, el yacente cristiano y el pagano, sugieren un interesante diálogo. Por un lado, en las formas, de sorprendente parecido: se trata en ambos, de un desnudo viril de belleza sublime, que combina lo divino y lo terral, con detalles análogos: la pesadez del cuerpo natural –muerto o desvanecido–, la cabeza, elevada y levemente irada, la inercia desmayada de los brazos, la torsión de las piernas. Por otro lado, en las correspondencias que proponen los estudios de religiones comparadas. Cristo y Adonis comparten significados simbólicos, pues su muerte y su resurrección anuncian la primavera, la fertilidad de la nueva estación y la inmortalidad.

    REUNART. XXIV Exposición de Artes Plásticas y VIII Exposición de Fotografía

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    Un año más la Asociación Cultural de la Universidad de Valladolid “REUNART” (Reunión Universitaria Artística), que se encuentra compuesta por alumnos y ex-alumnos de la carrera de Historia del Arte de la citada Universidad, celebra su ya mítica exposición de Fotografía y Artes Plásticas. El primer objetivo que tuvo la Asociación, nacida en el año 1992, fue la organización de una exposición anual con el fin de mostrar la actividad artística que se desarrollaba dentro del ámbito universitario. Estas actividades servían a la vez como modelo de prácticas para los estudiantes, además de ser una actividad con buena acogida entre los artistas que se interesaron por la asociación y el público que visitaba la exposición. En la actualidad, la Exposición es el evento más importante que celebra durante el año, aunque organiza otros muchos: veladas artísticas, diversos ciclos de conferencias de variadas temáticas, etc.

    Este año, y nuevamente con la colaboración del MUVa (Museo de la Universidad), y especialmente de su director, Daniel Villalobos, han organizado en el patio de la que fuera Casa de los Carrillo Bernalt o Casa de las Conchas, la XXIV Exposición de Artes Plásticas y VIII de Fotografía. La exposición reúne pinturas y fotografías realizadas por estudiantes y otros colectivos que han presentado sus trabajos a estos concursos. Este año es una verdadera lástima que no se haya presentado al certamen ningún/a escultor/a.

    Los obras ganadoras del premio otorgado por el jurado han sido: Paisaje Roto de Castilla de Julia Gallego Valdés, en Artes Plásticas; y The view de Lara García Díez, en la sección de Fotografía. Por su parte, las obras ganadoras de la mención del público han sido: Who is who de Cristina Moro Muñoz, en Artes Plásticas; y Desnudos de Ana Mato Aranda, en Fotografía.
     
    JULIA GALLEGO VALDÉS. Paisaje roto de Castilla. 81 x 150 cm. Técnica de óleo, lápices, carboncillo y barniz sobre madera
    LARA GARCÍA DÍEZ. The View. 28 x 40 cm. Técnica en fotografía digital editada
    CRISTINA MORO MUÑOZ. Who is who?. 100 x 25 cm. Técnica en Serigrafía
    ANA MATO ARANDA. Desnudos. 38 x 50 cm. Técnica en fotografía digital editada
    Personalmente, las obras que más me han gustado han sido The birds of A. Hitchcock de Cristina Moro Muñoz, y The View de Lara García Díez. Por ello, además de las reproducciones de la pintura y de la fotografía os dejo los excelentes comentarios de las mismas que han preparado para la exposición dos miembros de Reunart: Carla Cordero, y Victoria González.

    The birds of A. Hitchcock
    Alfred Hitchcock, genio y figura del cine de suspense que nos deleitó a lo largo de su extensa carrera de más de medio siglo con más de cincuenta películas, entre las cuales se cuentan joyas de la talla de Psicosis o Los Pájaros. Y es que si se habla de cine es prácticamente imposible no acordarse de este gran maestro, capaz de hacer aflorar el miedo hasta en el más impávido simplemente sirviéndose de un ave tan cotidiana como lo es un cuervo, y acompañado de este, para algunos terrible “amiguito”, es como nos lo muestra la autora de esta obra.
    En ella apreciamos al director mirando desafiante a su acompañante, lo que, junto con una pincelada gruesa, empastada y con un ligero nerviosismo, busca mostrarnos el interior del propio director y la esencia de sus películas, una combinación repleta de misterio y del más perfecto caos.
     
    CRISTINA MORO MUÑOZ. The birds of A. Hitchcock. 105 x 82 cm. Técnica en óleo y acríllico sobre tabla

    The View
    La mirada es una de las partes más importantes de cualquier retrato; especialmente aquellas que se fijan directamente en el espectador, aportando una sensación de vitalidad a la escena, como si en cualquier momento la figura fuera a parpadear. La modelo, destacada por su maquillaje oscuro, está dominada por una fría seriedad; y el efecto penetrante de sus ojos aumenta por la distorsión que provoca el agua de la botella. Este es un recurso muy utilizado por los fotógrafos para conseguir, de manera natural, la deformación de un rostro, hasta convertirlo en un ser extravagante y bizarro. Pero al contrario que en otras obras, como la Gioconda, en las que la mirada de la protagonista oculta algún secreto; los ojos de la mujer, en vez de ocultar sus propios misterios, parecen revelar los nuestros, pueden ver a través de nosotros con la misma facilidad y transparencia con la que atraviesan el vidrio y el líquido.

    LARA GARCÍA DÍEZ. The View. 28 x 40 cm. Técnica en fotografía digital editada
    Finalmente solo queda dar la enhorabuena a los premiados y las gracias a los que han presentado obras, pero también a los miembros de Reunart que se han implicado en la exposición, incluidos los que prepararon el exquisito banquete y canapés. Como no es lo mismo ver las obras por una web que en persona, os animo a ir a ver la exposición, que se mantendrá abierta entre los días 2 y 18 de mayo. ¡VIVA EL ARTE!
     
    FERNANDO SÁNCHEZ CARNICERO "SÄNCAR". Engalanada. 100 x 100 cm. Técnica en óleo sobre lienzo
    JUAN CARLOS CAMARERO CASADO. Recital de Blues. 73 x 60 cm. Técnica en óleo sobre lienzo
    FERNANDO SÁNCHEZ CARNICERO "SÄNCAR". Niña en la playa. 116 x 77 cm. Técnica en óleo sobre tabla
    JUAN CARLOS GONZÁLEZ MUÑOZ. Alegoría del Teatro. 100 x 80 cm. Técnica en acrílico sobre tabla
    MIGUEL PASCUAL ARANDA. Si ya tengo un perro... 98 x 98 cm. Técnica en óleo sobre papel pintado
    JUAN CARLOS GONZÁLEZ MUÑOZ. El poder de la palabra. 110 x 80 cm. Técnica en óleo sobre tabla
    ANA LIDIA PAINO BLANCO. Young and beautiful. 50 x 40 cm. Técnica en papel fotográfico, edición con Photoshop, cámara Canon EOS 1300d
    LARA GARCÍA DÍEZ. Simba. 28 x 40 cm. Técnica en fotografía digital editada
    DIRECCIÓN: Sede del MUVa. Plaza de Santa Cruz, Edificio Rector Tejerina, justo enfrente del Colegio de Santa Cruz. HORARIO: De 10 a 14 horas y de 16 a 21 horas.
    REDES SOCIALES:

    EXPOSICIÓN: "SOROLLA. Un jardín para pintar"

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    Actualmente se desarrollan en el Museo de Arte Contemporáneo Patio Herreriano dos exposiciones dedicadas a uno de los grandes genios de la pintura contemporánea, el valenciano Joaquín Sorolla (1863-1923). La primera de ellas, “SOROLLA. Un jardín para pintar” se celebra en las salas 3, 4 y 5 entre los días 28 de marzo y 24 de junio, y expone casi un centenar de óleos dedicados a jardines, así como algunos elementos del jardín de su casa madrileña; por su parte, “SOROLLA en su paraíso” es una exposición fotográfica sobre el artista, que podrá verse hasta el 17 de junio en la sala 8. En el presente post tan solo trataremos, mediante unos textos contenidos en el folleto de la exposición, la primera de las exposiciones.

    Jardín de la Casa Sorolla (1919)
    Jardines de Carlos V, Alcázar de Sevilla (1910)
    El Grutesco. Alcázar de Sevilla (1908)
    Jardín de la Casa Sorolla (1916)
    Joaquín Sorolla (1863-1823) fue uno de los pocos pintores de su generación que obtuvo reconocimiento internacional. A comienzos del siglo XX, justo cuando París se alzaba como centro de la cultura y las vanguardias europeas, el pintor valenciano despuntó con lo mejor de su pintura. Fueron sus años de oro: recibió el gran premio de la Exposición Universal, expuso en la galería de Georges Petit, uno de los principales divulgadores de los impresionistas; participó en exposiciones en Berlín, Dusseldorf, Colonia, Londres, Nueva York, Boston, Chicago y San Luis. Su éxito en el extranjero apuntaló su éxito en España.
    Nació en un hogar modesto de la ciudad de Valencia. Sus padres eran comerciantes de telas. Fallecieron ambos con una semana de diferencia en una epidemia de cólera, cuando Joaquín Sorolla tenía apenas dos años. Él y su hermano crecieron en casa de su tío, un cerrajero de profesión, que intentó enseñarle el oficio. Sorolla sin embargo estudió Bellas Artes en Valencia. En los años siguientes decidió trasladarse a Madrid. En esa década tiene su gran encuentro con la obra de Velázquez, en quien encuentra un tema de análisis y estudio. En este tiempo presenta sus obras en los grandes certámenes internacional, especialmente en las exposiciones de Berlín, Múnich y Viena, y en la Bienal de Venecia, y, por supuesto, en el Salón de París. Durante aquellos años afina su técnica y temática, pinta al aire libre, construye un estilo que integra el paisaje y las escenas de la vida cotidiana y en el que la luz se erige como protagonista. Su carácter mediterráneo, colorido y brillante recibe una muy buena acogida en Europa. Su pintura tiene un carácter vibrante, suelto y vigoroso que le valdrá no pocos reconocimientos.

    Jardín de la Casa Sorolla (hacia 1917-1918)
    Fuente y rosal de la Casa Sorolla (1918)
    El patio andaluz de la Casa Sorolla (1918-1919)
    Jardín de la Casa Sorolla (1918)
    Su lugar de mayor impacto será la capital parisina. En 1893 recibe por primera vez un premio en el Salón de la Societé des Artistes con El beso de la reliquia, un cuadro que retrata una España atávica de sacristía. Dos años después, su imponente Regreso de la pesca es adquirido por el Estado francés para la pinacoteca del Palacio de Luxemburgo. En 1900 es la apoteosis ya que recibe el gran premio de la Exposición Universal, donde expone Triste herencia, un cuadro social y la explosión de luz que es Cosiendo la vela. Aquellos son los años de mayor reconocimiento. Sorolla celebra su primera exposición en solitario, con 450 obras, en la galería de Georges Petit, uno de los principales divulgadores de los impresionistas.
    Sorolla incorporó a su jardín multitud de colores a través de especies típicamente meditarráneas. Árboles como el ciprés, el mirto, el naranjo, el limonero o el laurel, junto a flores como la rosa, el alhelí, la adelfa, el jazmín, el lirio y la cala, que se daban con gran exuberancia cuando el jardín gozaba de mucho sol.

    La alberca, Alcázar de Sevilla (1910)
    Patio de Comares, Alhambra, Granada (1917)
    Fuente árabe del Alcázar de Sevilla (1910)
    Jardín de la Casa Sorolla (1918-1919)
    Detalle del jardín de la Casa Sorolla (hacia 1916)
    Con el tiempo, la sombra de los árboles crecidos y los edificios altos de alrededor han creado otro clima, más húmedo y oscuro, perfecto para especies más atlánticas, como las azaleas, los rododendros y las camelias, que aportaban color en los rincones más umbríos.

    EXPOSICIÓN: MURILLO Y LOS CAPUCHINOS DE SEVILLA

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    Tras viajar a Sevilla, y haber quedado totalmente prendado de la ciudad y sus gentes, no puedo por menos de dedicar este post a una maravillosa exposición que aún se está desarrollando en el Museo de Bellas Artes, que en origen fue el Convento de la Merced, y es precisamente en la que fuera iglesia conventual donde se desarrolla la exposición, concretamente en la capilla mayor y crucero, debajo de la magnífica bóveda completamente policromada. La exposición en cuestión es “Murillo y los Capuchinos de Sevilla”, y es uno más de las actividades que se están desarrollando en Hispalis con motivo del IV Centenario del nacimiento de Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682), el gran genio de la pintura barroca sevillana, si consideramos que Velázquez pertenecía al foco cortesano. Como en otras ocasiones he seleccionado los textos más interesantes de las cartelas. Solo queda que si podéis vayáis a verla, descubres que Murillo es uno de los pintores más grandes del Barroco europeo, y no ese pintor dulzón que durante varios siglos nos han hecho creer.

    Murillo y los Capuchinos de Sevilla
    Cuando se cumplen cuatrocientos años del nacimiento del pintor Bartolomé Esteban Murillo que tuvo lugar en los últimos días del año 1617, este museo rinde homenaje a uno de los grandes artistas del arte barroco español y el más significativo dentro de la dilatada historia de la escuela pictórica sevillana. Lo hace con la exposición del conjunto de pinturas que realizó para el convento de los Capuchinos de Sevilla, uno de los mejores ciclos pictóricos del siglo XVII español y una de las empresas más ambiciosas de las realizadas por el artista.
    Esta muestra hace posible la reconstrucción de la totalidad de la serie, por primera vez, desde que la invasión napoleónica provocara su dispersión en el siglo XIX. A la mayoría de las obras, pertenecientes a la colección del Museo de Bellas Artes de Sevilla, desde la desamortización de los bienes eclesiásticos llevada a cabo en 1835, se unen los préstamos de diversas instituciones españolas y extranjeras, entre ellas la pintura más significativa del conjunto, El jubileo de la Porciúncula, lienzo principal del retablo del altar mayor. Su restauración se ha confiad a este museo y permanecerá en Sevilla durante diez años, gracias al préstamo realizado por el Wallraf-Richartz Museum de Colonia, actual propietario de la obra.


    Murillo y los Capuchinos
    El convento de Capuchinos de Sevilla, que aún se conserva, fue fundado en 1627 en una capilla extramuros dedicada a las santas Justa y Rufina donde, según la tradición, habían sufrido martirio. En 1665 los franciscanos contratan con Murillo la ejecución de las pinturas de la iglesia, y el pintor se aloja entonces con sus oficiales en el convento. En los últimos años de aquel año y gran parte de 1666, pinta y coloca el retablo mayor. Éste estaba presidido por El jubileo de la Porciúncula, rodeado por seis obras de asuntos devocionales, además de un San Miguel y un Ángel de la Guarda, también en la capilla mayor. La Virgen de Belén, llamada popularmente La Virgen de la Servilleta, realizada para el refectorio, y una Santa Faz, se incorporarán al retablo en el siglo XVIII. En los altares laterales del presbiterio se ubicaban La Anunciación y La Piedad.
    Las obras se paralizan hasta 1668, año en el que Murillo comienza las pinturas de los retablos laterales de la nave de la iglesia, finalizadas en 1669, tres en el lado de la epístola y tres en el del evangelio, consagrados en su mayor parte a santos franciscanos, dispuestos en altares presididos por un solo cuadro. La serie se completó con la Inmaculada, llamada la Niña, que se encontraba en el coro bajo.

    Reconstrucción del antiguo retablo mayor de los Capuchinos de Sevilla
    SAN ANTONIO DE PADUA Y EL NIÑO (h. 1665-1666). Museo de Bellas Artes de Sevilla
    SAN FÉLIX DE CANTALICIO CON EL NIÑO (h. 1665-1666). Museo de Bellas Artes de Sevilla
    SAN JOSÉ Y EL NIÑO (h. 1665-1666). Museo de Bellas Artes de Sevilla
    SAN JUAN BAUTISTA EN EL DESIERTO (h. 1665-1666). Museo de Bellas Artes de Sevilla
    SANTAS JUSTA Y RUFINA (h. 1665-1666). Museo de Bellas Artes de Sevilla
    SAN LEANDRO Y SAN BUENAVENTURA (h. 1665-1666). Museo de Bellas Artes de Sevilla

    El jubileo de la Porciúncula. Historia de un cuadro
    El jubileo de la Porciúnculapresidió el retablo mayor del convento de Capuchinos hasta el inicio del siglo XIX. En 1810 es trasladado al Real Alcázar por el ejército francés y posteriormente a Madrid, para formar parte del museo promovido por José Bonaparte, quedando en la Real Academia de San Fernando, donde aparece registrado en 1813. El cuadro es devuelto a los frailes capuchinos de Sevilla en 1815. El deterioro sufrido por los lienzos de la serie obliga a la comunidad a encargar al pintor Joaquín Bejarano su restauración, que en pago recibirá el lienzo de El jubileo de la Porciúncula. Éste lo venderá al pintor madrileño José de Madrazo, a quien lo comprará, después de restaurarlo José Bueno y antes de 1832, el infante Sebastián Gabriel, cuya colección fue incautada por el gobierno en 1835 por su activo papel durante la rebelión carlista. El lienzo pasa a formar parte del recién creado Museo de la Trinidad de Madrid, abierto al público en 1838. En 1853 hay noticia de él en el Palacio Real, para copiarlo Isabel II.
    En 1861 vuelve a manos del infante, que tras la revolución Gloriosa de 1868, se instala en la locdalidad francesa de Pau con el cuadro. Entre 1875 y 1898 estará en posesión de su hijo, que lo vende a los Amigos del Arte de Colonia, terminando por donación en el Wallraf-Richartz Museum. En 2016, doscientos años después, este magnífico lienzo regresa de nuevo a Sevilla, para ser restaurado por este Museo de Bellas Artes, donde permanecerá en préstamo hasta el año 2026.

    LA ANUNCIACIÓN (h. 1665-1666). Museo de Bellas Artes de Sevilla
    SAN FRANCISCO ABRAZANDO A CRISTO (h. 1668-1669). Museo de Bellas Artes de Sevilla
    INMACULADA DEL PADRE ETERNO (h. 1668-1669). Museo de Bellas Artes de Sevilla
    SAN ANTONIO DE PADUA Y EL NIÑO (h. 1668-1669). Museo de Bellas Artes de Sevilla

    Iconografía de la Porciúncula
    Bajo la cúpula de la basílica de Santa María de los Ángeles de Asís (Italia) se aloja la capilla medieval de Santa María de la Porciúncula, lugar que constituye el núcleo de la historia y espiritualidad franciscana. En ésta fue fundada por San Francisco la orden de Frailes Menores. Allí vivió y murió el santo, se celebraron los capítulos generales de la congregación y Santa Clara recibió el hábito y fundó la orden de las Damas Pobres o Clarisas.
    Esta obra narra el momento en que Cristo y la Virgen, rodeados por un coro de ángeles, se aparecen a San Francisco en dicha capilla en 1216, para conceder el jubileo o la indulgencia plenaria a todos aquellos peregrinos que la visitaran. La escena está representada desde un punto de vista cercano, como si el espectador fuera testigo directo del milagro.

    ADORACIÓN DE LOS PASTORES (h. 1668-1669). Museo de Bellas Artes de Sevilla
    SAN FÉLIX DE CANTALICIO CON LA VIRGEN Y EL NIÑO
    SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA DANDO LIMOSNA (h. 1668-1669). Museo de Bellas Artes de Sevilla
    PIEDAD (h. 1665-1666). Museo de Bellas Artes de Sevilla
    INMACULADA CONCEPCIÓN DEL CORO, "LA NIÑA" (h. 1668-1669). Museo de Bellas Artes de Sevilla

    EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA DE SAN ANDRÉS (Pedro Correas, 1741-1742)

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    La década de 1740 supuso para Valladolid una gran explosión creativa dentro del mundo de la retablística ya que se fabricaron multitud de retablos mayores para las más diversas parroquias y conventos. Dos fueron los artífices sobre los que recayó el mayor peso: Pedro Correas y Pedro Bahamonde. Aunque la iglesia de San Andrés venía deseando poseer un retablo más monumental del que por entonces tenía, el cual había sido adquirido al Convento de San Pablo entre los años 1615-1618 y era obra del exquisito escultor gótico Simón de Colonia, no fue hasta 1724 en que se trató ampliamente el asunto, aunque se desistió por entonces de tal propósito “por falta de medios”. Antes de proseguir me gustaría recordar que ya hemos hablado en otras dos ocasiones de esta iglesia, concretamente acerca de su magnífica Capilla de las Maldonadas, uno de esos espacios barrocos que se conservan casi intactos, y del "desaparecido" Sepulcro de Fray Mateo de Burgos.
    San Andrés presidiendo la hornacina-baldaquino principal del retablo
    Fue el 13 de febrero de 1741 cuando el tallista Pedro Correas se concertó con el presbítero beneficiado, el mayordomo y una comisión de feligreses de la iglesia parroquial de San Andrés Apóstol para “hacer y ejecutar un retablo para la capilla mayor de la referida iglesia parroquial de San Andrés arreglado a la traza y planta que tengo hecha y condiciones que irán declaradas, cuya traza planta y condiciones entregue a dicho don Joaquín Pérez el cual y los dichos comisarios de dicha parroquia parece no sólo haber reconocido su contenido sino es haberle comunicado y enseñado a personas peritas e inteligentes en dicha profesión de arquitectura”.
    Correas, que debía de tener acabada y asentada la nueva máquina lígnea para el día de San Miguel del año siguiente de 1742, percibiría por su trabajo la crecida cantidad de 25.000 reales de vellón “y asimismo se me ha de dar por dicha fábrica el retablo viejo que tiene dicho altar mayor para hacer y disponer de él como de cosa mía propia”. El dinero se le pagaría en esta manera: 9.000 reales de contado, 8.000 reales “puesto que sea por dicho Pedro Correas el primer cuerpo de dicho retablo y asentado en el dicho altar mayor hasta la cornisa”, y los últimos 8.000 reales cuando estuviera “fenecido y acabado de asentar dicho retablo en dicho altar mayor y reconocido y declarado por bien hecho por los peritos que como dicho es se nombrasen por las partes y que está ejecutado y asentado según dicha traza planta y condiciones”. El total del dinero lo aportarían a partes iguales, 12.500 reales cada uno, el cura don Joaquín Pérez y la feligresía de la parroquia.

    El retablo se articula a través de cuatro potentes columnas corintias de orden gigante. Para los intercolumnios se tallarían cuatro esculturas, las cuales también realizaría Correas puesto que además de ensamblador era escultor, que ocuparían otras tantas hornacinas, dos en cada lado, uno sobre la otra. Los santos que serían de tamaño natural efigiarían a San José y San Joaquín “con los atributos que les corresponde” y San Pedro y San Pablo “hechos con garbo y valentía bien trasteados y movidos”. En el cuerpo central, en una hornacina sobre la custodia, se colocaría a San Andrés apóstol, “el que al presente se halla en dicha iglesia, y al pie del santo se ha de hacer una peana para que levante más de manera que iguale con los demás santos de los lados que han de tener a seis pies de alto cada uno”. Finalmente para el ático se tallaría “una historia de la Asunción bien trasteada de niños y serafines y nubes con bastante valentía que dé a entender lo que es y se perciba desde abajo y divierta su espacio con desahogo que se distingan las cosas, y encima su trono de nubes serafines y rayos muy hermosos y de bastante relieve para colocar y poner el Padre Eterno con la compostura que le corresponde y corone dicha obra”, y alrededor de la historia su guarnición de talla con su pabellón, con sus caída como demuestra la traza. En el espacio correspondiente entre la hornacina central y el ático iría ocupado por “el Espíritu Santo en figura de paloma todo arreglado como demuestra la traza con el relieve entero como lo requiere dicha pieza”. Además de todo ello se habrían de poner sobre unas pequeñas peanas situadas encima de las puertas del retablo a las patronas de Sevilla: las Santa Justa y Santa Rufina.

    Santa Justa
    Santa Rufina



















     
    La construcción transcurrió con toda normalidad de tal forma que una vez finalizada la obra se procedió a su reconocimiento. El encargado fue Pedro de Sierra “vecino de esta dicha ciudad, maestro de arquitectura y escultura nombrado por ambas partes”. El riosecano declaró el 24 de noviembre de 1742 que el “dicho otorgante tenía cumplido en todo con mucho exceso con lo que se obligó en dicha escritura y que en dicho retablo había hecho ciertas mejoras dicho otorgante que importaban tres mil seiscientos y cincuenta y dos reales”. También se procedió a entregarle el retablo antiguo. Una vez abonadas las últimas cantidades a excepción de las mejoras, puesto que habían capitulado que en caso de haberlas no se le pagarían, Correas otorgó el día 29 de septiembre de 1743 carta de pago en favor del cura y comisarios de la iglesia. Unos meses antes, el 6 de junio de 1742 el maestro dorador Bonifacio Núñez se había ajustado para “dorar y pintar cinco santos de cuerpo entero y dos imágenes de Santa Justa y Rufina, dorar y pintar el sagrario del retablo mayor de San Andrés y púlpito y sombrero, arreglado a las condiciones que tengo hechas y firmadas. Por todo ello debían abonarle 1.700 reales. La falta de fondos impidió que se dorara también el retablo, por lo que quedó en blanco hasta 1759, año en que acometió dicha tarea Gabriel Fernández, percibiendo por su tarea 38.000 reales. El resultado fue claro: una cueva de oro refulgente.

    San José con el Niño
    San Joaquín con la Virgen Niña
    Según relata Ventura Pérez, el retablo fue inaugurado solemnemente el 29 de septiembre de 1742: “colocaron a S.M. en el retablo nuevo en la iglesia de San Andrés. Hubo grandísima función; estuvo todo el barroco colgado de tapices y altares, y llevaron al atrio la Santa Vera Cruz. Este retablo se hizo a expensas de los parroquianos; y el señor cura, don Joaquín Pérez, que al presente era, pagó la mitad de su costo, y fue Dios servido llevarle el día de San Andrés en premio de su buena obra. Dejó unas viñas a la fábrica para ayuda de dorar el retablo, el cual se doró al folio. Dieron el curato a don Simón Morente, cura de San Juan Bautista”.

    San Pedro
    San Pablo
    El retablo se adapta perfectamente al ábside poligonal, siendo, según Armendáriz Ubiola, “uno de esos retablos característicos españoles que por sus magnas proporciones reciben el nombre de “Retablos gigantes”. Consta de banco, un gran cuerpo sustentado por cuatro columnas corintias de orden gigante que asientan sobre otras tantas repisas que son un prodigio de inventiva y habilidad técnica y que siguen el estilo de Alonso de Manzano, de motivos vegetales retorcidos, viéndose cabezas de serafines de mofletudos carrillos, bien compuestos y expresivos. Las gigantescas columnas se labran con tercio de talla adornado con cabezas de serafines y los dos tercios altos con panoplias, tema renacentista ahora resurgido. Hermosísima es la hornacina central, con su basamento y entablamento partidos, lo que la presta gran movimiento y gracia. Constituye una especie de balcón borrominesco, muy movido; va flanqueado por columnas de talla, “de buen dibujo, sin confusión”. Encima de la caja viene un “trono” de rayos, nubes y serafines, con la figura del Espíritu Santo en el centro. En los intercolumnios se abren nichos, de fondo plano y curvo, de forma que las esculturas van colocadas dentro o fuera de las hornacinas. Las repisas se disponen en la forma característica de Correas, a base de varios cubos volados a la manera de los entablamentos partidos. El cascarón se forma con sus arcos, que terminan en la medalla central, decorada con el relieve del Padre Eterno. En el entrepaño central figura un alto relieve de la Asunción y en los laterales, tarjetas con cabezas de serafines. El retablo, de conformidad con las condiciones, conserva los “morteretes” (palmatorias), para asiento de las velas, que se colocarían los días de fiesta


    BIBLIOGRAFÍA
    • ARMENDÁRIZ UBIOLA, Fermín: “El retablo de la iglesia de San Andrés, de Valladolid”, B.S.A.A., Nº 7, 1940-1941, pp. 187-195.
    • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
    • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959.
    • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca en España, 1600-1770, Cátedra, Madrid, 1983.
    • PÉREZ, Ventura: Diario de Valladolid (1885), Grupo Pinciano, Valladolid, 1983, pp. 203-204.

    EXPOSICIÓN: "UNIVERSO LIS". El Art Déco y Art Nouveau conquistan las Cortes de Castilla y León

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    En las Cortes de Castilla y León se puede ver hasta el 1 de julio (Lunes a Viernes de 17:00 a 20:00; Sábados, Domingos y Festivos de 11:00 a 20:00) la exposición “Universo Lis”, la cual muestra una pequeña parte de la colección permanente del Museo Art Nouveau y Art Decó – Casa Lis de Salamanca, cuyo edificio contenedor es además otra joya. La Casa Lis fue en origen un palacete urbano particular que toma su nombre del apellido del propietario, don Miguel de Lis, un industrial salmantino dueño de una próspera fábrica de curtidos. De Lis encargó su vivienda al arquitecto Joaquín de Vargas y Aguirre, quien proyectó este edificio empleando materiales industriales como el vidrio y el hierro, una novedad en la Salamanca de la época. Es un ejemplo de residencia burguesa de un comerciante adinerado, culto y con gran sensibilidad. Sus continuos viajes a París y Bruselas le permiten adquirir en los grandes almacenes europeos las “novedades” de la moda imperante. Su buen gusto de nuevo burgués romperá con el provincianismo de la sociedad salmantina. En los salones de su Casa Lis tuvieron lugar, durante las largas tardes de invierno, las exhibiciones de los autómatas que había comprado en París y traía como su mejor regalo a su esposa.
    Para su inauguración en 1905, don Miguel de Lis celebró una gran fiesta en la que invitó a lo más selecto de la sociedad salmantina, y además encargó a Venancio Gombáu, el mejor fotógrafo de la época, un reportaje amplio de su nueva casa. Don Miguel es el prototipo de nuevo rico al que la industria de los cueros le ha permitido prosperar y como tal necesita que todos sus conciudadanos lo sepan. Los textos de esta entrada pertenecen al folleto de la exposición.
     
    Actualmente da cabida a un museo de artes decorativas, que abarca principalmente los estilos artísticos Art Nouveau y Art Déco, situándolo cronológicamente en la última década del siglo XIX con el auge del Art Nouveau, hasta la II Guerra Mundial. Su singularidad, así como las colecciones que actualmente custodia, conserva y exhibe, las exposiciones temporales que muestra y la intensa actividad cultural que acoge han convertido al Museo Art Nouveau y Art Déco – Casa Lis en uno de los más visitados de la comunidad castellanoleonesa, un icono y referente para la región.
    La exposición “Universo Lis” se articula a través de un tema principal, la diversión y el entretenimiento de la burguesía de la época del Art Nouveau y Art Déco. Para ello se introduce al visitante en un recorrido a través de las obras de arte que contextualizan la época distribuido en diferentes espacios:
    Interior de la Casa Lis. Fotografía tomada de http://www.idayvueltablogdeviajes.com/2017/09/museo-casa-lis-salamanca.html

    “Y LLEGÓ LA LUZ Y EL COLOR”
    Los progresos industriales en el campo del vidrio desde la mitad del siglo XIX posibilitaron que los grandes artistas franceses del Art Nouveau como Émile Gallé (1846-1904) y los vidrieros de la Escuela de Nancy alcanzaran una elevada calidad artística.
    A través de la colección de vidrios del Museo, se muestra la Escuela de Nancy (1901-1931) fundada por Émile Gallé en 1901 con la idea de renovar el arte, cuya fuente de inspiración es la naturaleza. Las piezas que se exhiben corresponden al momento de mayor producción. Se trata de jarrones, lámparas y otros objetos de vidrio doblado y grabado con la técnica del ácido fluorhídrico y decorados con motivos inspirados en la naturaleza, buscando los efectos de la luz. El taller de Émile Gallé disponía de un gran ventanal con acceso a un jardín botánico. Así, los artesanos podrían tomar del natural los modelos que luego plasmarían en el vidrio. El arte japonés supone una gran influencia en los artistas del momento.
    Los hermanos Daum siguen la influencia de Gallé representando motivos de inspiración oriental y la naturaleza con un gran realismo y virtuosismo. Otro de los artistas pertenecientes a esta escuela aquí expuesto es Richard, con sus paisajes inspirados en los bosques de Alsacia con castillos al fondo, utilizando la técnica y temática de la de la Escuela de Nancy.

    ÉMILE GALLÉ. Jarrón (h. 1910-1920)
    ÉMILE GALLÉ. Lámpara (h. 1900-1910)
    HERMANOS DAUM. Jarrón (h. 1900)
    RICHARD. Jarrón (h. 1918)

    “EL MEJOR REGALO”
    París era el centro de la moda a mediados del siglo XIX y en torno al barrio de Marais se instalaron los mejores talleres que se dedicaron a la fabricación de muñecas autómatas que las mujeres de la alta burguesía exhibían en sus casas como un símbolo de distinción social. Las principales casas fueron Roullet Decamps, Vichy y Lambert. De todas ellas podemos apreciar ejemplos en esta exposición.
    Roullet & Decamps. Sin duda una de las empresas francesas más famosa y productivas. Jean Roullet (1832-1907) es el fundador de esta casa. Era conocido por sus personajes y animales amaestrados. Se asoció con su yerno Ernest Decamps (1847-1909) y fabricaron bellísimos autómatas.
    Vichy. Fundada hacia 1860 por Antoine Michel, Henry y Gustave Pierre Vichy. En términos generales los autómatas de Vichy son mucho más realistas que los de Lambert. Las cabezas, normalmente de papier maché, se fabricaban para cada personaje. Vichy se sintió especialmente fascinado por el potencial artístico de los payasos y de los pierrots.
    Leopold Lambert. Leopold Lambert empezó trabajando para Vichy donde aprendió las técnicas y los ingenios mecánicos. En la exposición podemos apreciar algunas de sus creaciones, tales como Marquise, Danseuse y Espagnole, piezas que se sujetan de pie sobre una base que oculta el mecanismo musical y realizan movimientos sencillos. Aunque pertenecen a un periodo, entre 1870 y 1900, y por tanto son producciones más masivas que las de primera época, las cabezas de Jumeau de extraordinaria belleza y los vestidos suntuosos le dan un carácter personal a cada pieza.
    LAMBERT Y JUMEAU. Española con pandereta (1885-1900)
    ROULLET & DECAMPS Y JUMEAU. Gargantúa (1885-1900)
    LAMBERT Y JUMEAU. Tamborilero (1885-1900)

    “DE VIAJE”
    A finales del siglo XIX se producen en Austria y más concretamente en Viena unas esculturas de pequeño y mediano formato realizadas de forma artesanal en bronce policromado con el nombre de “Bronces Viena”.
    Los europeos sienten la atracción por los viajes a los países africanos y asiáticos para conocer el exotismo que refleja la literatura de la época. De las colonias comienzan a llegar animales salvajes y se fundan los primeros zoológicos, donde las familias burguesas de las ciudades pasan las tardes del domingo. El cinematógrafo proyecta documentales sobre las costumbres y formas de vida de estos países y “Las Mil y Una Noches” se convierte en un referente literario en todas las tertulias de los cafés vieneses.
    Los escultores austriacos como Franz Bergmann o Carl Kauba consiguieron crear una imagen de marca con la que el resto de Europa se sintiera atraída por poseer estas pequeñas figuras. Estas figuras de bronce policromado de pequeño formato obtuvieron un gran éxito, ya que satisfacían los gustos de la nueva burguesía fascinada por lo exótico alcanzando un renombre mundial y llegando a venderse con el sello de “Bronces Viena”.
    Caja de Música.Árabe entado en la alfombra (h. 1930)
    FRANZ BERGMANN. Negro en camello (h. 1900)
    FRANZ BERGMANN. Encantadora de serpientes (h. 1900)

    “A LA PLAYA”
    A comienzos del siglo XX, Europa conoce un periodo de paz y un inesperado desarrollo económico. Las clases sociales enriquecidas patentan una nueva forma de vivir, despreocupada e inspirada en la consigna de “La vida es bella”.
    La Belle Époque se extiende por toda Europa y se concentra en los veranos en las playas de la Costa Azul. En Cannes y Biarrtiz se dan cita las estrellas del cine mudo, las bailarinas famosas del “Music Hall” y las mujeres de los nobles rusos que huyen de la revolución.
    En este espacio, se muestran las poses de las bañistas de la Costa Azul, a través de las “Bellezas del Baño”, estas pequeñas figuras realizadas en porcelana biscuit, imitando el color y la textura de la piel, cubiertas con trajes de baño en sedas y tules adornadas con pelucas de mohair. Los artistas captan el glamour cosmopolita y sofisticado plasmándolo en estas estatuillas.
     
    Bellezas de Baño (1910)

    “AL TEATRO”
    En torno a 1900 París era el centro cultural que atraía a los artistas. La gente acogía y aplaudía las novedades del Folies Bergère y del Moulin Rouge. En cuanto al ballet, seguía anclado en el pasado y sin la popularidad de los otros espectáculos de la época hasta la aparición en París de la compañía de Ballets Rusos, capitaneada por Serguei Diáguilev. Desde su llegada a Europa en 1909, los Ballets Rusos de Diáguilev se convirtieron en el espectáculo del año y en la compañía de ballet más influyente del siglo XX. Su influencia perdura hasta nuestros días.
    En los años 20 llegaron a Europa nuevos ritmos como el jazz o el foxtrot que rápidamente ganaron adeptos. El tango se bailaba en París de la mano de Rodolfo Valentino, Gardel o Piazzola y el charlestón enloquecía a toda una generación. Todos estos cambios son algunos de los elementos que sirvieron de inspiración a los escultores de criselefantinas y que configuraron la demanda de los europeos acaudalados para adornar sus nuevas casas con estas esculturas.
     
    FREDINAND PREISS. Balancín (h. 1930)
    DEMETRE CHIPARUS. Ayouta (h. 1930)
    OTTO HOFFMANN. Pierrot (h. 1920)
    Uno de los principales escultores de criselefantinas es Demetre Chiparus. Conocido por sus trabajos de figuras femeninas y bailarinas, se inspira sobre todo en los ballets rusos de Diáguilev.
    Chiparus representa a una mujer moderna, emancipada, que viste con libertad. Exquisito y elegante en el tratamiento de los vestidos, Chiparus consigue mejor que nadie la integración del bronce y el marfil con una compleja técnica de modelado y fundición a la cera perdida en sus criselefantinas convirtiéndose en un símbolo del Art Decó.
     
    FERDINAND PREISS. Cabaret (h. 1920)
    DEMETRE CHIPARUS. Cien pliegues (h. 1930)

    “EN LA INTIMIDAD”
    Como complemento, se exponen en una vitrina-tocador los objetos de belleza que se utilizaban en la época, como frascos de perfume, joyas y abanicos.


    EXPOSICIÓN: "DESNUDOS, ANATOMÍA, PASIONES. LA INVENCIÓN DEL CUERPO"

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    El pasado jueves 6 de julio el Museo Nacional de Escultura inauguró la que viene siendo su magna exposición estival. Si el año pasado fue acerca de Alonso Berruguete este año se explora la "invención" del cuerpo en la Historia del Arte desde comienzos del Renacimiento. Somos maravillosamente corporales. Esta breve frase del humanista francés Michel de Montaigne expresada la admiración con que la cultura renacentista descubría un nuevo continente: el hombre y su cuerpo, la parte material del individuo, su naturaleza física, terrena.
    Es una novedad crucial: entre el Renacimiento y la Ilustración va a emerger una "civilización del cuerpo" que ordena el pensamiento, atraviesa las ciencias, golpea los sentidos, se expresa en imágenes violentas o sensuales, e inventa, con ello, un nuevo espacio de sensibilidad y saber. En el curso de estos años, el cuerpo se apodera del escenario de la imaginación artística para quedarse largo tiempo, en una trayectoria dinámica de apasionantes cambios y evoluciones.

    La exposición exhibe la inmensa riqueza formal e imaginativa del tema a través de sus múltiples facetas: la componente estética de los tratados anatómicos de los artistas; las conjeturas sobre las proporciones ideales de la figura; el influjo de la estatuaria clásica; la teatralización corporal de las pasiones; la relación entre el desnudo y lo sagrado; el uso contrarreformista del imaginario anatómico como estímulo de la devoción del creyente; la excepcionalidad de la corporeidad femenina asociada a la reproducción y su deslizamiento hacia una observación erótica; el nacimiento del hombre-máquina, o, finalmente, el lazo entre color pictórico y apoteosis de la carne.
    La exposición reúne casi un centenar de obras maestra: esculturas, dibujos, tratados anatómicos, cartillas de dibujo, reliquias, muñecos artísticos, fragmentos de retablo, estudios fisionómicos, vaciados en escayola o figuras articuladas. Los autores seleccionados -Ribera, Valverde de Amusco, Juan de Arfe, Becerra, Silveira, Crisóstomo Martínez, Maíno, Pedro de Mena, Berruguete o Juan de Juni- prueban el arraigo en España de este fenómeno, si bien se da voz a las relaciones con otros focos inspiradores, como el italiano o el flamenco -Vesalio, Bandinelli, Tintoretto, Veronese-, y a artistas extranjeros presentes en las colecciones reales españolas, como Cambiaso o Rubens.

    La exposición se mantendrá abierta en la sede del Palacio de Villena hasta el 4 de noviembre en horario de:
    • Martes a viernes: de 11 a 14 h. y de 16.30 a 19.30 h.
    • Sábados: de 11 a 14 h. y de 16.30 a 21 h.
    • Domingos: de 11 a 14 h.
    A continuación veremos, a través de los paneles de la exposición, las diferentes secciones de la misma:

    Desnudos, anatomía, pasiones
    Ningún problema ha ocupado tanto el arte occidental como el cuerpo. Pero fue entre el Renacimiento y la Ilustración cuando este “objeto” experimentó una mutación decisiva, un proceso de invención acorde con la visión humanista y moderna del mundo. Bajo el lema “conócete a ti mismo”, la nueva cultura descubrió en lo humano un espectáculo inagotable, amparado por la ética de la dignidad personal y la libertad de pensamiento.
    Las artes afrontaron este desafío con audacia e imaginación, conjugando sus búsquedas con las propuestas de los geómetras, las lecturas de los clásicos y de los filósofos de la naturaleza y los hallazgos de la anatomía. Compartían todos ellos la preeminencia de la observación, de la mirada, de la experiencia, de los sentidos.
    Nace así una “civilización del cuerpo”, muy firme y optimista, sí, pero atravesada de espinosas dudas morales y de paradojas: una civilización que trata con muertos para poder dar forma a los vivos, que convierte la energía vital en una fórmula matemática, que castiga el cuerpo para glorificarlo, que mezcla ciencia y crimen, que funde erotismo y disección anatómica, que se adentra en el incontrolable mundo de las pasiones para legislar sus gestos.

    PETER PAUL RUBENS. La Fortuna (ca. 1636-1638)
    ALBERTO DURERO. Maniquí articulado (ca. 1525)
    BARTOLOMEO PASSEROTTI. Lección de anatomía (ca. 1550-1592)
    ALONSO CANO. San Juan de Dios (1652-1658)
    ALONSO BERRUGUETE. San Sebastián (1629-1632)
    JAN MASSYS. Casta Susana (ca. 1535-1545)

    Cuerpos en el taller del artista
    Así como durante las centurias precedentes, los cuerpos representados en las artes parecían carecer de huesos, de carne y piel, desde los inicios del siglo XV -cuando todos los saberes partieron en busca de la naturaleza-, se despertó entre los artistas una insaciable curiosidad por el cuerpo humano. Ello requería rescatar a su oficio de la visión artesanal y mecánica, modernizar su formulación y su trabajo en el taller y fundar su oficio sobre bases más intelectuales y ambiciosas.
    Con este bagaje convirtieron a la figura humana en su obsesión. No sólo se interesaron por su apariencia exterior, sino también por lo que se adivina bajo la piel: la disposición de huesos, músculos y nervios. Para ello, ampliaron su campo de observación y se empaparon de saberes de alto nivel: la ciencia del dibujo y el canon de las estatuas antiguas; la historia, la geometría y la observación de la naturaleza; y, sobre todo, la anatomía y la práctica de la disección.

    ESCUELA DE MIGUEL ÁNGEL. Estudios anatómicos (siglo XVI)
    DIEGO DE SILOE. Cristo atado a la columna (ca. 1530)
    TALLER MADRILEÑO. Cristo atado a la columna (segunda mitad del siglo XVII)
    CORNELIS CORT. La práctica de las Artes (1573)
    ALBERTO DURERO. De symetria partium in rectis formis humanorum corporum (1534)

    La anatomía y su sombra
    Las célebres disecciones anatómicas de Vesalio inauguraron la fascinación por el cuerpo humano, que se instaló en el corazón mismo del conocimiento y adquirió una visibilidad inédita. No se insistirá bastante en la estrecha relación entre las artes figurativas y las ciencias de la observación, como la anatomía, que construyen entre ambas una “cultura de la mirada” sin precedentes. Ahora bien, la anatomía escapaba a las categorías comunes del saber. Era la práctica científica más inquietante. Aunque estudiaba un objeto biológico primordial, el ser humano, su adentramiento en el organismo conducía a una fábricaíntima, llena de sensaciones confusas e intrigantes. Hendir el cuerpo y excavar en él era (y sigue siendo) un acto cruel, grave y penoso, del que ninguno, actores o espectadores, salía indemne. Por ello, tuvo siempre un estatuto muy singular, hecho de misterio y audacia.

    ANÓNIMO NAPOLITANO. Martirio de San Bartolomé (primera mitad del siglo XVIII)
    ANÓNIMO, DISCÍPULO DE MIGUEL ÁNGEL. La Flagelación (siglo XVI)
    PIERRE II PONCET. Retrato del anatomista Vesalio (1645)
    BARTOLOMEO SUARDI "BRAMANTINO". Cristo Resucitado (ca. 1490)
    FELIPE GIL DE MENA. Martirio de fray Juan Bautista Inglés (1646)
    ISIDRO DE VILLOLDO. Milagro de los santos Cosme y Damián (ca. 1547)
    JOSÉ DE RIBERA. La Piedad (1633)
    Hombres en acción, cuerpos-máquina
    ¿Qué nos lleva a echar a correr, a girar la cabeza, a estirar un brazo? Aristóteles explicaba así el origen del movimiento: “Los hombres se mueven porque experimentan cambios en su fantasía”. Es decir, el motor que moviliza a los individuos es el deseo, un impulso que les obliga a salir de sí mismos y ponerse en acción.
    Por eso, las palabras “movimiento” y “emoción” tienen la misma raíz: emovere, en latín. Esta es la verdad más natural de los cuerpos: moverse, “e-mocionarse”. Alberti aconsejaba a los artistas que diesen diversidad a las composiciones de figuras, para lograr un arte agradable a los ojos. Para ello, es crucial que el cuerpo tenga una estructura interna articulada. Como dirá Vesalio, “es una gran ventaja para el hombre estar formado por numerosos huesos”.
    Avanzado el siglo XVII, la explicación del movimiento cambió y empezó a verse desde una perspectiva mecánica. Solo se podía explicar el cuerpo si se concebía como un reloj. Esta teoría, formulada por Descartes, veía el organismo humano y todo su funcionamiento como una máquina moviente. Y esta idea fascinará tanto al arte como a las ciencias.
    La Edad de Oro de los autómatas. La idea de máquina moviente fascina en el siglo XVIII. Los filósofos indagan la diferencia entre las máquinas y los seres vivos. Es la edad de oro de los autómatas, en la que la mecánica se combina con el arte y la escultura.
    El relojero suizo Jaquet-Droz fabricó un niño escritor que, bajo su elegante levita, oculta más de tres mil piezas minúsculas, encajadas en su propio cuerpo.

    BENITO SILVEIRA. San Antonio Abad (segunda mitad del siglo XVIII)
    ANÓNIMO ROMANISTA. Liberación de San Pedro (ca. 1575-1600)
    ALESSANDRO ALLORI. El Descendimiento (ca. 1550)
    ANTONIO POLLAIUOLO. Combate de hombres desnudos (ca. 1470-1480)
    El gran teatro de las emociones
    Desde mediados del siglo XVI, gana terreno el poderoso mundo de los afectos. No bastaba con tener las riendas de un cuerpo físicamente “conseguido”. Y, enseguida, la llegada del siglo barroco traerá consigo una mayor conciencia de la vida y un “nerviosismo espiritual” sin precedentes.
    Es el cuerpo el que da cuenta de lo que sucede en el alma, actuando como el “espejo de los sentimientos”. La relación de cada individuo con su emoción se localiza en partes físicas, de modo que, a través de las facciones del rostro, de los gestos de las manos, de las posturas y ademanes, sabemos lo que el alma siente: ira, miedo, arrobo, alegría, celos.
    Para enriquecer esta expresividad corporal, las artes visuales potenciaron los recursos más dramáticos de su oficio -una luz sabiamente dirigida o una mancha intensa de color-, pero también se sirvieron de otras artes: del teatro y su fuerza elocuente, o de la oratoria y su expresión en púlpitos y en cátedras.
    Bajo el ímpetu contrarreformista, la Iglesia se adentró por esa brecha y ocupó con gran empeño el territorio de los sentimientos, convirtiendo al cuerpo en un depósito de emociones y mensajes espirituales, teñidos de ambigüedad.

    PEDRO DE MENA. Virgen Dolorosa (segunda mitad del siglo XVII)
    PEDRO ROLDÁN. Cabeza de apóstol (último tercio del siglo XVII)

    La fascinación por el cuerpo herido
    Las artes figurativas tejieron una intensa alianza entre el cuerpo, lo sagrado y la violencia. Es una paradójica relación del cristianismo con el cuerpo, la desnudez sirvió doblemente como himno al hombre en tanto que criatura divina y como un territorio de la culpa. Cristo, en su agonía y muerte en la cruz, constituye la cima de la desnudez sagrada. Pero es también la belleza varonil en su mejor expresión. Él personifica el enigma del cristianismo, la Encarnación -la voluntad de Dios de hacerse “carne”-, un misterio que suscita en el creyente una intensa pasión por su inmolación física, que siempre ofrece una nota de espectacularidad.
    Esta fascinación por el cuerpo abierto se extiende a héroes, figuras bíblicas o mártires cristianos. El arte recrea suplicios sangrientos, carnes mortificadas, suicidios y éxtasis. El saber anatómico le ayudará a concretar los signos del dolor. De entre todas las formas de violencia, el ritual de la decapitación causa el máximo horror, pero también una atracción inconfesable.

    JUAN DE VALDÉS LEAL. Cabeza de San Juan Bautista (s/f)
    FRANCISCO DE ZURBARÁN. Paño de la Verónica (1658)
    JUAN ALONSO DE VILLABRILLE Y RON. Cabeza de San Pablo (1707)
    LUCA GIORDANO: David con la cabeza de Goliat (segunda mitad del siglo XVII)
    JOSÉ DE RIBERA. San Sebastián asistido por Santa Irene y su criada (ca. 1630-1640)
    PEDRO DE MENA. Ecce Homo (ca. 1673)
    CARLETTO VERONESE. Santa Águeda (1590-1593)
    FRANCESCO DEL CAIRO. Muerte de Lucrecia (mediados del siglo XVII)
    Carnosità: figuras de la plenitud
    La palabra italiana carnositàdefine la materialidad de la carne, la morbidez de una silueta, la encarnadura de un cuerpo, la plenitud de un fruto. En su significado artístico, se mezclan la propia carne, las sutilezas del color, la sensualización erótica, la jugosidad táctil de la pintura, las formas de la carnosidad escultórica.
    Por extensión y paralelamente, enlaza con la excepcionalidaddel cuerpo femenino, asociado con la procreación y su deslizamiento hacia una mirada erótica, una asociación que se advierte también en los anatomistas que diluyen la frontera entre concupiscencia y disección.
    En pintura, fue la revolución veneciana del siglo XVI -encabezada por Tiziano y ampliamente seguida en el Barroco- la que inauguró la afinidad natural entre femineidad y exaltación de la carne. Una clave de este giro fue el color, esa “pequeña insurrección”, hasta entonces relegada a un segundo plano y considerada un foco de desorden para el arte. Pero artistas como Rubens convirtieron el color en un lugar privilegiado para el encuentro entre la estética y la seducción, y les permitió apropiarse de la voluptuosidad carnal, hasta entonces sublimada.

    ESCUELA CASTELLANA. La Visitación de la Virgen a Santa Isabel (segunda mitad del siglo XV)
    PETER PAUL RUBENS. Demócrito y Heráclito (1603)
    JUAN DE JUNI. Busto de Santa Ana (ca. 1540-1545)
    DOMENICO TINTORETTO. Dama descubriendo el seno (ca. 1580-1590)
    ARTEMISIA GENTILESCHI. Alegoría de la Pintura (ca. 1630-1640)
    Goya, punto y aparte
    Este viaje artístico concluye en Gota, estación final en el intenso proceso de la construcción moderna del cuerpo. El arte emprende ahora un rumbo distinto que demuestra cuánto de conseguido y útil fue el empleo de la Era Moderna y cuánto tuvo de artificio y necesidad histórica. Al arte que se vislumbra con Goya no le servirán, como lo hicieron antaño, ni el dogma anatómico, ni el temperamento humano, ni la codificación de las pasiones. El largo ciclo de la “invención corporal” empieza a desvanecerse e inicia una historia distinta. El cuerpo entendido al modo clásico pierde la primacía de que había gozado hasta entonces. Goya introduce un punto y aparte. Con él, se abre una puerta a otro mundo.

    FRANCISCO DE GOYA. Magdalena penitente (ca. 1797-1800)

    EL ESCULTOR FELIPE ESPINABETE (1719-1799). A PROPÓSITO DE SU TERCER CENTENARIO

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    En 2019 se celebrarán los 300 años del nacimiento de Felipe Espinabete (1719-1799), el último escultor barroco de la legendaria escuela vallisoletana, y asimismo el postrer artífice “con mayúsculas” que dieran estas tierras, pues el Neoclasicismo en Valladolid fue bastante mediocre. Es por ello que quiero llamar la atención sobre esta celebración, y para ello me dispongo a ofrecer un panorama general sobre su obra y estilo sin entrar a analizar ninguna de ellas, y sin citar la abundante cantidad de esculturas que actualmente se le atribuyen con toda certeza. Esperemos que desde alguna institución (ya vallisoletana ya tordesillana –pues es natural de Tordesillas-) se promueva algún evento, ya sea en forma de libro, exposición u conferencias que reconozca la labor de este magnífico maestro conocido actualmente por sus cabezas degollados de santos, las cuales pese a no estar a la altura de la elaborada por Villabrille y Ron no la desmerecen en nada. Nacido en 1719 en Tordesillas, debió de venir a Valladolid a aprender el oficio al taller de Pedro de Ávila, enseñanzas que con el tiempo también tomaría de manera indirecta de Pedro de Sierra. Tras la desaparición de este, Espinabete se convirtió en el maestro vallisoletano más prestigioso, lo que le ayudaría a ingresar en la Real Academia de Valladolid a pesar de su filiación barroca, si bien con el paso del tiempo acabó plegándose en cierta manera a los postulados neoclásicos. Murió en el barrio de San Juan de Valladolid en 1799.
    La Magdalena en el desierto. Museo Nacional de Escultura. Valladolid.
    Que tengamos constancia documental, Espinabete tan solo debió de aplicarse a la escultura lígnea; sin embargo, es bastante probable que también modelara el barro, tal y como se puede comprobar en dos esculturas de la Cabeza de San Pablo (Museo del Convento de San Francisco de Medina de Rioseco e iglesia de San Pedro de Tiedra). Quizás también tallara la piedra, como más adelante veremos al referirnos a las estatuas de Alfonso III y Alfonso VI del Arco de San Benito de Sahagún (León).

    Cabeza degollada de San Pablo. Iglesia del Salvador. Tiedra (Valladolid)
    Arco de San Benito. Sahagún (León)
    Alfonso III
    Alfonso VI
    La producción de Espinabete es muy variada en cuanto a la temática puesto que además de trabajar la escultura religiosa (que era la abrumadoramente solicitada) también tuvo ocasión de practicar la profana, como se acaba de mencionar en las citadas imágenes de los reyes leoneses. A grandes rasgos, la obra de Felipe Espinabete la podemos agrupar en cuatro grandes bloques, si bien alguna escultura, como las arriba citadas, escapa a esta clasificación: esculturas para retablos, cabezas degolladas, sillerías y “pasos” procesionales.
    Desde fecha muy temprana nuestro artista comenzó a realizar esculturas para retablos puesto que en 1753 llevó a cabo las del retablo mayor de la iglesia de San Martín de Arévalo. Tres años después, en 1756, se ocupó de un San Francisco de Asísy un San Luis Rey de Francia para el Convento de San Francisco de Tordesillas (Valladolid); las cuales seguramente serían las titulares de los retablos colaterales de la iglesia conventual, aunque no lo tenemos confirmado. Ya en el bienio 1778-1779 esculpió una Virgen del Carmen y un San Miguel Arcángel para la iglesia parroquial de la Santa Cruz de Solana de Rioalmar (Ávila). Y, finalmente, en una fecha indeterminada talló un desaparecido San Miguel Arcángel para la antigua iglesia de San Nicolás de Valladolid.
    San Miguel Arcángel (1778-1779). Iglesia parroquial de Solana de Rioalmar (Ávila)
    Virgen del Carmen (1778-1779). Iglesia parroquial de Solana de Rioalmar (Ávila)
    San Miguel Arcángel. Iglesia de San Nicolás. Valladolid. DESAPARECIDO (Seguramente en colección privada)
    Si en alguna temática se especializó fue, sin lugar a dudas, en la escultura de pequeño formato, fundamentalmente en las cabezas de santos decapitados, aunque tampoco podemos olvidar la hermosísima Magdalena en el desierto que se le atribuye en el Museo Nacional de Escultura. Que las cabezas sean esculturas de pequeño tamaño no significa que tengan una importancia menor, todo lo contrario. Se trataba de imágenes de devoción más o menos privada que iban a ser contempladas desde muy cerca, seguramente dentro de escaparates, por lo que el realismo y el empeño debían ser máximos. A no dudarlo Espinabete se nos muestra como uno de los grandes cultivadores de este género tan tétrico junto a otros como al asturiano Villabrille y Ron (c. 1663- c. 1732) o el andaluz Torcuato Ruiz del Peral (1708-1773). Según Martín González “todas tienen de común un modelado de blandas carnaciones, que ofrece un impresionante realismo”. Espinabete comenzó con la Cabeza de San Pablo que talló en 1760 para el Monasterio de Nuestra Señora de Prado de Valladolid (actualmente en el Museo Nacional de Escultura), en la cual vemos que realiza una copia sin concesiones de la mítica cabeza del santo de Tarso ejecutada cinco décadas atrás por Villabrille y Ron para el Convento de San Pablo de Valladolid, motivo que llevó a Martín González a tacharle de “secuaz del madrileño Villabrille, cuya cabeza de San Pablo es el modelo para toda su obra”.
    La Magdalena en el desierto. Museo Nacional de Escultura. Valladolid
    Cabeza degollada de San Pablo (1760). Museo Nacional de Escultura. Fotografía tomada de http://ceres.mcu.es/
    A esta siguieron la Cabeza San Juan Bautista decapitado (1773) de la iglesia de San Andrés de Valladolid, la del mismo tema (1774) de la iglesia parroquial de Santibáñez del Val (Burgos), las Cabezas de San Pablo y San Juan Bautista (1778) del Convento de Las Lauras de Valladolid y la Cabeza de San Juan Bautista degollado (1779) del Monasterio de La Santa Espina (Valladolid). Estos encargos estuvieron motivados por la existencia, según Urrea, “de una clientela que aspiraba a poseer réplicas originales de la espléndida y espectacular cabeza de San Pablo, realizada en 1718, por el asturiano Juan Alonso Villabrille y Ron y que entonces se conservaba en el convento de San Pablo”. La continuada repetición de esta temática, puesto que hay otras muchas cabezas decapitadas en el área vallisoletana que todavía no han podido ser asignadas a un escultor concreto, vendría “a probar la perduración de los ideales trágicos de la escultura barroco castellana. Por otra parte, constituye un digno broche de esta escultura, a punto ya de agotarse al entrar de lleno el período neoclásico”. En todas sus cabezas, Espinabete “acostumbraba a firmar (…) en un papelito pegado a la escultura y escrito a mano”, detalle que nos revela a un escultor orgulloso de sus aptitudes y con plena confianza en su talento.
    Cabeza degollada de San Juan Bautista (1773). Iglesia de San Andrés. Valladolid
    Cabeza degollada de San Juan Bautista (1774). Iglesia de San Juan Bautista. Santibáñez del Val (Burgos)
    Cabeza degollada de San Pablo. Monasterio de San Pedro Mártir. Mayorga de Campos (Valladolid) (1778)
    También destacó Espinabete en la elaboración de sillerías de coro. En 1764 realizó la del monasterio de San Benito el Real de Valladolid (actualmente repartida entre el Museo Nacional de Escultura y el Museo Diocesano y Catedralicio), en 1766 la del monasterio de La Santa Espina y a principios de la década de 1770 dieciséis sillas de coro para el Monasterio de los Santos Mártires de Valladolid. Según Urrea, en ellas “acertó a expresar su capacidad en conjuntos monumentales, aunque se sirviera de grabados como fuente de inspiración para los numerosos tableros que componen los dos cuerpos de ambas sillerías”.

    Sillería del coro de legos del Monasterio de San Benito (1764). Parte conservada en el Museo Diocesano de Valladolid
    Sillería del coro de legos del Monasterio de San Benito (1764). Parte conservada en el Museo Nacional de Escultura. Valladolid. Fotografías tomadas de http://ceres.mcu.es/
    Finalmente, en cuanto a la escultura procesional, si bien su rastro lo hemos podido percibir en algunas poblaciones de la actual provincial de Valladolid, tan solo tenemos documentada su intervención en Tordesillas. Efectivamente, para la Cofradía de la Vera Cruz de su localidad natal esculpió los pasos del Azotamiento (1766) y de Jesús Nazareno (1768), los cuales venían a sustituir a unos conjuntos anteriores ya muy maltratados. Por su parte, para la villa Toro (Zamora) debió de tallar varias piezas de este tipo, si bien solo tenemos noticia de una Virgen de la Soledad que por desgracia pereció en 1957, junto a otros pasos, víctima de un incendio. Ya en sus últimos años realizó el Cristo atado a la columna y el Ecce Homo (1792) del Monasterio de Nuestra Señora de la Soterraña de la localidad segoviana de Santa María la Real de Nieva. A pesar del buen tono demostrado en estas tallas ya se ven indicios de cierta decadencia en las que serían, a buen seguro, dos de sus últimas creaciones.

    Cristo atado a la columna (1792). Monasterio de Nuestra Señora de la Soterraña. Santa María la Real de Nieva (Segovia)
    Ecce Homo (1792). Monasterio de Nuestra Señora de la Soterraña. Santa María la Real de Nieva (Segovia)
    Virgen de la Soledad (DESAPARECIDA EN UN INCENDIO). Toro (Zamora). Fotografía tomada de https://www.facebook.com/fotosantiguasdetoro/
    Si algo caracteriza la producción de nuestro artista es que, aunque debió de poseer un amplio taller dada la cantidad de obra que se le presupone (aunque es poca la documentada), mantuvo a lo largo de toda su carrera “una nota de calidad sostenida y homogénea que expresan la directa participación del maestro, cuya mano se ve perfectamente en las obras de pequeño formato en las que se especializó”. El tordesillano, como hijo de su época, exhibe unas características acordes con el barroco, que con el tiempo se enriquecen con aditamentos puramente rococós. Ya al final de su carrera prendió en él cierta influencia neoclásica que se tradujo en actitudes reposadas y en el abandono del pliegue a cuchillo, sin duda debido a su convivencia con otros escultores, como Pedro León Sedano (1736-1809), que ya practicaban decididamente el estilo académico.
    Sus esculturas poseen un canon alargado, cuasi praxiteliano, que se desarrolla por regla general conformando una línea serpentinata. Tampoco faltan las típicas posturas en contrapposto que pudo haber aprendido de Pedro de Ávila y que están concebidas al modo de aquél, al hacer adelantar ligeramente a sus esculturas la pierna derecha. Las anatomías revelan a un escultor con grandes conocimientos en esta materia puesto que los cuerpos se encuentran modelados a la perfección, con un estilo minucioso y sin errores morfológicos. Estos cuerpos acusan blandura a la vez que queda patente un buen estudio de las calidades puesto que detalla con precisión los músculos, los huesos, las venas, las articulaciones, etc. Nuestro artista gusta de composiciones movidas y muy barrocas, a las cuales dota de un preciosismo, belleza y elegancia puramente rococós. En otras ocasiones, como en el caso de las cabezas degolladas, el extremo realismo barroco no hace concesiones. En lo referente a las anatomías, casualidad o no, coincide con Pedro de Ávila en muchas ocasiones al disponer los pies formando un ángulo recto y separarlos por un rugoso pliegue.

    Paso del Azotamiento (1766). Iglesia de San Pedro. Tordesillas (Valladolid)
    Aunque en gran parte de su obra utiliza el pliegue a cuchillo, hay ocasiones, especialmente al final de su carrera, en que le vemos usar dobladuras redondeadas que incorporan una calma “neoclásica”. La utilización de los pliegues berninescos, que bien pudo aprender de Pedro de Ávila –uno de los artífices que mejor los desarrolló y a quien debemos su implantación en la escuela vallisoletana– se incrementa en las esculturas que describen una acción vertiginosa, caso de los ejemplares de San Miguel venciendo al demonio; de los pasos procesionales; y, sobre todo, de los relieves de las diferentes sillerías que quedaron a su cargo. En este último caso, la utilización de este pliegue tan aristado tendría la doble intención de crear juegos de claroscuro que dotaran de volumen a las escenas y de matices a la monocromía intrínseca de la madera.

    Cabeza degollada de San Juan Bautista. Monasterio de Sancti Spiritus (Zamora) (1778)
    En cuanto a las cabezas, estas adoptan una forma rectangular, como las de Pedro de Ávila. Asimismo coincide con su hipotético maestro en la manera de concebir muchos de los rasgos faciales: los rostros presentan unos ojos muy pequeños y achinados y contienen un pequeño detalle que es definitivo para identificar sus obras: las líneas de ambos párpados frecuentemente tienden a la forma semicircular, si bien en el último tramo, el que corresponde al lacrimal, suele ejecutar un pequeño requiebro hacia abajo; por su parte, las narices son anchas, con el tabique nasal recto y aplastado, y con las fosas y aletas nasales perfectamente definidas; las bocas están entreabiertas, con el interior de las mismas tallado, ya que en ellas se aprecian los dientes y la lengua; las cejas generalmente son rectas, aunque cuando se representa algún tormento éstas se enarcan de forma ostensible para simular un profundo dolor; finalmente, en ocasiones en la frente suele “dibujar” dos o tres arrugas en forma de ondulaciones superpuestas.
    Por lo general, el rostro acusa blandura, lo que conlleva una perfecta captación de la piel y sus sinuosidades. A ello ayuda el virtuosismo y minuciosidad con que traza las arrugas, barbas y cabelleras. Los bigotes suele formarlos a través de dos finos y sinuosos hilillos de pelo; mientras que las barbas pueden ser de dos tipos: cortas y largas. Las primeras son bífidas, bastante ralas y de poco resalte a ambos lados del rostro mientras que toman verdadera corporeidad los dos gruesos mechones que salen del mentón, los cuales adoptan sendas formas de “S” con las puntas inferiores hacia adentro. Otro tipo de barba corta lo forman dos pequeños cuernecillos en forma de medio círculo con los mechones bastante separados. Aunque en ocasiones Espinabete se vale del policromador para crear el nacimiento de los vellos, hay que volver a reseñar que trabaja e individualiza cada pelo, con un detallismo máximo. Por su parte, cuando las barbas son largas todos los vellos tanto del bigote como de la propia barba adquieren mucho resalte y profundidad, hay una intensa labor de trépano para lograr unas ampulosas barbas con muchas concavidades. En este caso, la barba de ambos lados del rostro está formada por una sucesión de caracolillos que van incrementando su volumen y tamaño según se acercan al mentón; es ahí donde se forma una barba bífida con ampulosos mechones compuestos por una sucesión infinita de curvas y contracurvas. La labor de filigrana es máxima puesto que intenta ir definiendo cada mechón, también es intenso el uso del trépano para crear oquedades y espacios entre las diferentes guedejas. En cuanto al cuero cabelludo, éste suele disponerse en mechones mojados de diferentes tamaños y direcciones y no existe la simetría. En muchas ocasiones las orejas quedan ocultas bajo los mechones.

    Sillería del coro del Monasterio de La Santa Espina (1766). Iglesia de San Juan Bautista. Villavendimio (Zamora)
    Las características que se acaban de señalar se ven aumentadas hasta el realismo extremo en el caso de las cabezas degolladas de santos. En ellas observamos que el interior de la boca ha sido completamente horadado, llegándose a tallar el paladar y casi hasta la campanilla. Asimismo, están esculpidos con mayor detallismo la lengua y los dientes, los cuales en ocasiones parecen ser postizos. Al contrario que buena parte de los escultores barrocos vallisoletanos, con la excepción de Gregorio Fernández, Espinabete utiliza abundantemente los postizos, dado que además de los dientes también usa ojos de cristal e incluso pestañas naturales. Las arrugas surcan todo el rostro, no ya por la vejez que se encuentra intrínseca en algunos de estos santos degollados, caso de San Pablo, sino por al demacramiento y el sufrimiento soportado por el finado durante su tormento y ejecución. No faltará, por supuesto, la representación del interior del cuello, simulando los músculos y la columna vertebral; así como de la bandeja (San Juan Bautista) o del suelo (San Pablo) sobre el que se encuentran depositadas las cabezas.

    Jesús Nazareno (1768). Iglesia de San Pedro. Tordesillas (Valladolid)

    BIBLIOGRAFÍA
    • AGAPITO Y REVILLA, Juan: Catálogos del Museo de Bellas Artes de Valladolid. I, Escultura, Casa Santarén, Valladolid, 1930.
    • BALADRÓN ALONSO, Javier: “El escultor Felipe Espinabete: nuevas atribuciones e hipótesis sobre su posible formación”, BSAA Arte, Nº 82, 2016, pp. 205-227.
    • BRASAS EGIDO, José Carlos y NIETO GONZÁLEZ, José Ramón: “Felipe Espinabete: nuevas obras”, B.S.A.A., Nº 43, 1977, pp. 479-484.
    • BRASAS EGIDO, José Carlos: “Noticias sobre Espinabete”, B.S.A.A., Nº 45, 1979, pp. 495-498.
    • CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA, María Dolores: “La reforma del monasterio de San Benito en la Edad Moderna”. En HERRÁEZ ORTEGA, María Victoria [et al.]: Esplendor y decadencia de un monasterio medieval: el patrimonio artístico de San Benito de Sahagún, León, 2000, pp. 173-224.
    • FRUTOS SASTRE, Leticia María: “Dos nuevos pasos procesionales de Felipe Espinabete en la provincia de Segovia”, B.R.A.C., Nº 37, 2002, pp. 107-112.
    • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: “Cabezas de santos degollados en la escultura barroca española”, Goya: revista de arte, Nº 16, 1957, pp. 210-213.
    • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XI. Antiguo partido judicial de Tordesillas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1980.
    • REDONDO CANTERA, María José: “Los inventarios de obras de arte de los conventos vallisoletanos durante la Guerra de la Independencia”, B.S.A.A., Nº 58, 1992, pp. 497-510.
    • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “Nuevos datos y obras del escultor Felipe Espinabete”, B.S.A.A., Nº 51, 1985, pp. 507-510.
    • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Cuadernos vallisoletanos nº 24: Semana Santa, Caja de Ahorros Popular de Valladolid, Valladolid, 1987.
    • VÁZQUEZ GARCÍA, Francisco: “Varias esculturas de Felipe Espinabete en iglesias abulenses”, B.S.A.A., Nº 57, 1991, pp. 445-452.
    • VÁZQUEZ GARCÍA, Francisco: El retablo barroco en las iglesias parroquiales de la zona norte de la provincia de Ávila, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 1991.
    • YARZA LUACES, Joaquín: “Un San Juan Bautista degollado de Felipe Espinabete en Santibáñez del Val (Burgos)”, B.S.A.A., Nº 38, 1972, pp. 560-562.

    EL RETABLO DE LOS ÁVILA-MONROY DE LA IGLESIA DEL SALVADOR DE ARÉVALO (Juan e Isaac de Juni, 1573-1581)

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    El otro día estuve visitando la maravillosa villa de Arévalo de la mano de su cronista, Ricardo Guerra, y entre las numerosas obras de arte que me impresionaron sobresalieron dos, una magnífica escultura románica pétrea que representa a San Zacarías (siglo XII) realizada por algún maestro borgoñón, y que parece que pudo llegar a contemplar el mismísimo Maestro Mateo; y el retablo de la capilla de los Ávila Monroy de la iglesia del Salvador (1573-1581), obra de Juan e Isaac de Juni. Hoy me propongo dar a conocer esta segunda obra, aunque no con mis palabras, sino explicada por una de las grandes expertas en el genial escultor franco-pucelano, María Antonia Fernández del Hoyo, texto que podéis encontrar en su libro sobre Juan de Juni, y que desde aquí recomiendo a todo el mundo.
    Comenzamos:
    Fue el propio Juni, en su testamento otorgado dos días antes de morir, quien dio noticia de que tenía “comenzado a hacer un retablo” para la capilla que don Alonso de Ávila Monroy y doña Luisa de Briceño poseían en la iglesia de San Salvador, de Arévalo (Ávila), añadiendo que “hasta agora está hecha más de la mitad de la talla y escultura” y que había recibido 750 ducados a cuenta del total de 2.000 que debía pagársele, en que se comprendía también la pintura, y mandado “que se prosiga y acabe” y se cobre el resto. Es probable que el escultor estuviese retrasado en la entrega de la obra porque el retablo no es muy grande y el contrato se había firmado el 27 de 1573.

    A pesar de ello todavía pasarían tres años más hasta que el 24 de agosto de 1580 su hijo Isaac de Juni firmase una nueva escritura dada a conocer parcialmente por Martí y Monsó. Por este documento sabemos que el 1 de abril de 1579, a requerimiento del dicho don Alonso, se habían declarado “todas las piezas que dejó hechas el dicho Juan de Juni a su muerte” aunque -añade Isaac- “yo he acabado y puesto en perfección algunas de ellas y principalmente hice del todo una figura de San Andrés e una caja donde se ha de asentar la historia d San Ildefonso”. Deseando el comitente se finalizase la obra, Isaac de Juni se comprometió a “acabar el dicho retablo en lo que toca a ensamblaje talla y escultura en todo lo tocante a madera en blanco” conforme a la traza y modelos de la primera escritura, pero dejando la policromía a costa y voluntad de don Alonso de Ávila. Asimismo se excluían de su trabajo “las dos historias de sacrificios que para las dos pechinas de la capilla se habían de hacer de madera”. En buena lógica al ser considerablemente menor el trabajo el precio disminuyó hasta 1.030 ducados lo que, teniendo en cuenta los 750 ya cobrados por su padre, dejaba la suma que debía percibir Isaac en 280 ducados.
     
    Inmaculada Concepción
    Se comprometía Isaac de Juni a asentar el retablo provisionalmente en el lugar de Montejo de la Vega, pueblo de la provincia de Segovia pero limítrofe a las de Ávila y Valladolid, donde sería tasado por dos expertos, y “después que esté dorado y pintado” a acudir allí, desarmarlo y volverlo a asentar en la capilla de Arévalo; el transporte entre estos lugares correría por cuenta de los comitentes. Entretanto, declaraba que “toda la obra contenida en el dicho requerimiento -es decir la hecha por su padre- y lo que más yo he hecho para el dicho retablo queda en mi poder”, obligándose a no darlo a nadie- Además apartaba a los demás hijos y herederos de Juni de cualquier reclamación por lo que su padre dejó hecho. Por sus fiadores en el cumplimiento de todo lo acordado daba al pintor Gaspar de Palencia y al escultor Sebastián de Burgos, vecinos de Valladolid. Todos ellos suscribieron como plazo de entrega del retablo, asentado en Montejo, el día de Navidad de 1581.

    San Pedro
    Cumplió el escultor su parte acabando el retablo en la fecha estipulada pero no así los comitentes. Así se refleja en los requerimientos que desde la muerte del escultor, a fines de 1597, realizó su viuda Juana Martínez para intentar cobrar los 250 ducados que todavía le adeudaban y, sobre todo, para lograr que doña Luisa Dávila Briceño, monja en el monasterio de Santa Catalina de Ávila, única hija y heredera de don Alonso de Ávila Monroy de doña Luisa Briceño, reclamase la obra para hacerle dorar y asentar en la iglesia de Arévalo. Alegó la viuda las veces que el propio Isaac intentó en vano entregar el retablo y cómo éste se hallaba todavía en su casa, con el consiguiente perjuicio para la familia y con peligro de deterioro, amenazando incluso con vender la obra a tercero. En 1598 la propia Juana Martínez se trasladó a Ávila presentando requerimiento ante la heredera y sus administradores, con escaso éxito. Las gestiones se repitieron en 1601, comisionando entonces la viuda a su yerno, el ensamblador Juan de Muniátegui para representarle en su justa reclamación. La respuesta fue desalentadora: los bienes de la familia Ávila estaban embargados y la heredera no podía cumplir lo concertado. A pesar de tan malas perspectivas, se llegaría a una solución satisfactoria, como evidencia que el retablo esté colocado en la capilla para la que fue hecho.

    San Andrés
    De todo lo anterior podría deducirse que la traza del retablo y parte de su escultura fueron hechas personalmente por Juan de Juni pero, admitiendo su diseño par la primera es claro que la segunda parece obra de otras manos, por lo que hay que suponer que el maestro confió la ejecución de las figuras a su taller, en especial, como se ha visto, a su hijo Isaac.
    La arquitectura del retablo muestra claramente la evolución hacia el clasicismo manifiesta ya antes en otras obras suyas como el retablo de San Francisco, en el Convento de Santa Isabel de Valladolid, o el retablo de la capilla de la Piedad, de la catedral de Segovia. Se mantienen sin embargo algunas de las constantes propias de su peculiar concepto como la tendencia a utilizar formas próximas a la serliana, la diferencia de altura entre la calle central y las laterales, la presencia de motivos decorativos como las volutas, los mascarones y, especialmente, los angelitos, que en este caso se distribuyen en el entablamento que separa el primer y segundo cuerpo con posturas de clara influencia miguelangelesca.

    Es extraña la composición del primer cuerpo de la calle central, bajo la escultura de la Inmaculada, que sigue toscamente modelos de Juni y está escoltada por relieves representando un árbol y una palmera, se dispone la caja horizontal que hizo Isaac de Juni para contener el relieves de la Imposición de la casulla a San Ildefonso -que sin embargo no parece obra suya-, alusivo sin duda al nombre del comitente; quizá, como sospecha Martín González, sustituiría a un tabernáculo proyectado inicialmente por su padre. En las hornacinas de las calles laterales se sitúan esculturas de San Pedro y San Andrés; Isaac de Juni se declara en 1580 autor de la segunda y lo será también de la primera dada la identidad de su factura.
     
    Imposición de la casulla a San Ildefonso
    Más próximas a Juni está la escultura del segundo cuerpo que se organiza con el Calvario ocupando la gran caja central, y las imágenes de Santa Ana con la Virgen y San Antonio con el Niño Jesús en las cajas laterales. Todas ellas responden a modelos juniano aunque no sean de su mano.

    Calvario
    Santa Ana enseñando a laeer a la Virgen
    San Antonio con el Niño
    Rematando el conjunto se dispone un ático en cuyo encasamiento hay un relieve del Bautismo de Cristo, muy lejano del maestro. Sin embargo el frontón que lo cobija y que se rompe caprichosamente para albergar la representación del Espíritu Santo participa de la fantasía juniana.

    Bautismo de Cristo

    BIBLIOGRAFÍA
    • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Juni de Juni, escultor, Universidad de Valladolid, Valladolid, 2012.

    EL PINTOR Y DECORADOR SALVADOR SEIJAS GARNACHO (1837-1913)

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    Salvador Seijas Garnacho es uno de los muchos estimables pintores con los que contó Valladolid durante la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX. Popularmente conocido por las pinturas murales que decoran el techo del Pasaje Gutiérrez su obra conocida, no muy extensa por desgracia, también cuenta con lienzos e incluso con caricaturas.
    Salvador Seijas hacia 1906
    De su biografía tampoco son demasiadas las noticias que tenemos. Nacido en Fuentes de Nava (Palencia) en 1837, siendo hijo de Eustaquio Seijas y Romualda Garnacho, se trasladó muyjoven a Valladolid donde llegaría a ser uno de los pintores de mayor prestigio, especialmente en el campo de la pintura decorativa. Entró a estudiar en la Escuela de Bellas Artes, en donde fue discípulo de Agapito López San Román, y en la que llegó a ser profesor de dibujo, primero interinamente, ocupando en 1878 la plaza del escultor Pablo Santos de Berasategui, en 1900 fue nombrado ayudante meritorio, y en 1911 profesor de Entrada. El 20 de enero de 1865 contrajo matrimonio en la iglesia de Nuestra Señora de la Antigua con María Rosa Aparicio, con la que tuvo, al menos dos hijos: Eustaquio Pascual (1867), Eustaquio Enrique Francisco (1869), ambos bautizados en la iglesia de San Miguel. Posteriormente, el 30 de octubre de 1879 casó en la iglesia de San Martín en segundas nupcias con Modesta Díaz, con la que procreó a Telesforo Antonio (1882), bautizado en la iglesia del Salvador. Señala Brasas Egido que “a pesar de sus cualidades, su dedicación a la docencia limitó sus posibilidades en el campo de la creación, pues como afirmaba Ortega y Rubio "no se cuidaba de los trabajos de importancia, y sólo atendía a enseñar a sus numerosos discípulos", en su academia de dibujo situada en el número catorce de la calle de Malcocinado”. Como hijo de su tiempo, acudió, aunque con escasa fortuna, a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes. Así, en 1871 presentóFantasía de Dante, y en la de 1878 las pinturas tituladas La celda del prior, Florero, La madre y Cristo muerto. También compareció a la Exposición Pública de Valladolid de 1871, presentando un lienzo titulado La conversión de San Pablo.En 1912 quedó casi paralítico e imposibilitado para el cultivo del arte, falleciendo el 2 de enero de 1913.
    La Agricultura (1886). Pasaje Gutiérrez
    Apolo y las Bellas Artes (1886). Pasaje Gutiérrez
    La Primavera (1886). Pasaje Gutiérrez
    La Industria (1886). Pasaje Gutiérrez
    El Comercio (1886). Pasaje Gutiérrez
    Su fama en la ciudad se la ganó como decorador de techos. Así, en 1876realizó unos vistosos transparentes en uno de los salones de la antigua Academia de Caballería, y las decoraciones del Café Imperial (1877), del Pasaje Gutiérrez (1886) y las del Círculo de la Victoria (1887). Para el primero, que fue considerado como la más elegante galería comercial de la ciudad, pintó cinco hermosas composiciones al fresco que representan las alegorías del Comercio, la Industria, la Primavera, la Agricultura, y Apolo y las Bellas Artes. Por su parte, el desaparecido portal del Círculo de la Victoria se adornaba con una serie de lienzos que representan escenas del Quijote. En una colección particular vallisoletana se conserva un boceto de otra de estas decoraciones, seguramente de un techo, en la que se representa una Alegoría de las Bellas Artes. Piensa Urrea que tal vez fue pensado como proyecto para el techo del palacio municipal de Valladolid (1907) o bien para el techo del Círculo de Recreo (1901). Quizás también sea obra de Seijas una pintura conservada en el techo del portal Nº 3 de la calle de la Pasión que representa a Apolo en una composición muy semejante a la del Pasaje Gutiérrez. Si tenéis foto de este último os la agradecería, así como si conocéis alguna otra pintura de las que seguro existente en los numerosos portales novecentistas de Valladolid.
    Boceto de la Alegoría de las Bellas Artes
    Retrato de Miguel Ángel en el Boceto de la Alegoría de las Bellas Artes
    Retrato de Rafael en el Boceto de la Alegoría de las Bellas Artes
    Seijas cultivó otros géneros, como la pintura religiosa, la caricatura y el retrato. De pintura religiosa podemos señalar La Aparición de la Virgen a San Antonio de Padua que se conserva en el Monasterio de San Benito, un lienzo de tamaño colosal representado a la Inmaculada Concepción que pintó para la capilla del Convento de María de las Madres Cristianas, o el retrato de San Agustínque ejecutó para el Convento de los Agustinos Filipinos, institución para la que también pintó el Escudo de Armas de la Orden, y una Alegoría de la conquista de las Filipinas. En cuanto al retrato contamos con el de Don Acisclo Piña, conservado en el Asilo de Nuestra Señora de las Mercedes de Carrión de los Condes (Palencia), que fundara este mismo. Finalmente, debió ser un hábil caricaturista, colaborando en ocasiones en el periódico satírico Mefistófelesy en el semanario La Mar Azul.
     
    Grabado de su cuadro "Covadonga"
    Retrato de Acisclo Piña. Asilo de Nuestra Señora de las Mercedes. Carrión de los Condes (Palencia)
    San Antonio de Padua. Monasterio de San Benito. Valladolid
    En la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid se conserva un dibujo a carbón titulado Friso de Apolo y Dafne (1893), que era una copia del relieve en “estilo de renacimiento italiano”, firmado y fechado en 1892, donado a la Escuela por el escultor y profesor Ángel Díaz y Sánchez, aceptado por ésta el 24 de enero de 1893.
    Friso de Apolo y Dafne (1893). Real Academia de BB.AA. de la Purísima Concepción. Valladolid

    BIBLIOGRAFÍA
    • ANÓNIMO, Catálogo de la Exposición de Bellas Artes de 1878, Tipografía Estereotipia Perojo, Madrid, 1878.
    • BRASAS EGIDO, José Carlos: La pintura del siglo XIX en Valladolid, Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1982.
    • ORTEGA DEL RÍO, José Miguel: El siglo en que cambió la ciudad. Noticias artísticas de la prensa vallisoletana del XIX, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2000.
    • OSSORIO Y BERNARD, Manuel: Galería biográfica de artistas españoles del siglo XIX, Madrid, 1883-1884.

    SAN FRANCISCO DE ASÍS Y SANTA CLARA. Dos esculturas de Pedro de Ávila en Colección Particular

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    En Colección Particular, y a la venta, se encuentran estas formidables esculturas de San Francisco de Asís (86 cm) y Santa Clara (90 cm), realizadas en madera policromada hacia 1725-1739 por Pedro de Ávila (1678-1755), la gran figura de la escuela vallisoletana del primer tercio del siglo XVIII, y, asimismo, uno de los maestros más destacados e innovadores de España durante ese mismo periodo puesto que a él se debe la introducción en Castilla del pliegue a cuchillo o pliegue berninesco, llamado así por ser Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) su creador. A la altísima calidad de la labra, especialmente patente en detalles como el realismo con el que ha concebido los rostros y las manos, y la destreza con la que ha logrado adelgazar los pliegues hasta convertirlos en finas láminas de madera, se suma la suntuosa policromía, a buen seguro obra de alguno de los mejores policromadores locales del momento, caso de Antonio Barreda (1658-1727), Manuel Barreda (1681-1757), Cristóbal Martínez de Estrada (1677-1735), o Santiago Montes (ca.1674-1742). El escultor se ha servido de un lenguaje realista y expresivo, focalizando todo su interés en la consecución virtuosista de las cabezas y de las manos porque en ellos apoya todo su lenguaje expresivo, místico en el caso de San Francisco, y algo más dulce y amable en el caso de Santa Clara. La precisión con la que ha concebido las manos, que exhiben un blando modelado, le lleva a detallar las falanges, uñas, venas y hasta las líneas de las palmas.
     
    Ambos santos son retratados erguidos en idéntico ademán, de suerte que elevan el brazo izquierdo, en cuya mano sostienen su atributo más característico (un Crucifijo en el caso de San Francisco y una custodia en el de Santa Clara), mientras que con la mano derecha realizan un gesto declamatorio. Visten el típico hábito franciscano, compuesto por una túnica, ricamente policromada y estofada con motivos vegetales esgrafiados, ceñida por un cordón, y unas sandalias, a lo que San Francisco añade una capucha echada sobre la espalda. A pesar de la frontalidad con la que han sido concebidos, Ávila ha sabido dotarles de dinamismo a través de una composición abierta y asimétrica basada en la disposición de las articulaciones en distintos planos y alturas. La utilización en la parta baja de las túnicas de pliegues muy aristados también les aporta vitalidad, al tiempo que les confiere un carácter pictórico debido a los juegos de luces y sombras que se provocan.
    Ambas esculturas muestran los clásicos estilemas de Ávila: ojos almendrados y con un pequeño abultamiento en la parte inferior de los mismos; narices rectas, potentes, geometrizadas, y con el tabique nasal ancho y aplastado; aletas nasales levemente pronunciadas, y fosas perforadas para aportar mayor realismo. Las bocas se mantienen entreabiertas, insinuándose los dientes e incluso la punta de la lengua. Los labios son muy finos, con las comisuras pronunciadas, y el surco nasolabial muy marcado. También es característico de Ávila la disposición de los pies en un ángulo de 90º y separados por un fino pliegue de la túnica; así como la disposición de los dedos de las manos según un patrón que repetirá incesantemente: el pulgar y el meñique siguen un movimiento natural, el índice y el medio forman una “V”, y el anular se dobla hacia abajo. Además, Santa Clara presenta las características propias del modelo femenino del escultor: rostro idealizado de aspecto juvenil, con una ligera papada y potente mentón, y amplias masas de cabellos que caen sobre el pecho, aludiendo a la femineidad de la retratada, y melenas serpenteantes extendidas sobre la espalda a la manera de Gregorio Fernández.

    SAN FRANCISCO
    San Francisco (1181/1182-1226) ha sido concebido arrobado, como en éxtasis ante la contemplación del Crucifijo. En sus manos y en el costado son visibles las llagas impresas durante su estigmatización. Las llagas de los pies no se aprecian debido a las sandalias. No fue esta la única ocasión en la que Ávila acometió la representación del santo de Asís puesto que en 1724 realizó La estigmatización de San Francisco para la Venerable Orden Tercera de la localidad vallisoletana de La Seca. En su mano derecha exhibiría un Crucifijo, mientras que con la izquierda realiza un típico gesto declamatorio que a la vez le sirve para mostrarnos la llaga. Su rostro, de demarcadas y enjutas facciones, muestra un semblante ascético-místico de honda y angustiosa espiritualidad que se refleja en las cejas enarcadas, los ojos entornados y la boca entreabierta. Luce una amplia calva con tan solo unos mechones en los laterales y otro en la frente, y una barba bífida corta.



    SANTA CLARA
    Santa Clara (1193-1243) figura en un ademán similar al de su hermano, sin embargo, en este caso no aparece arrobada ante el Crucifijo sino exhibiendo una custodia que hace referencia a su milagro más conocido: en 1240 los musulmanes asaltaron el Convento de San Damián, del cual era abadesa, y logró rechazarles con tan solo colocarse en la puerta del cenobio exhibiendo la custodia, de la que salió una voz que decía “Yo os guardaré siempre”. Ávila ha concebido a la santa en una representación un tanto inusual debido al aspecto juvenil que la ha otorgado puesto que lo más frecuente es verla como una mujer madura y con la cabeza cubierta por una toca y un velo. Su rostro presenta un sentimiento místico más elevado, con una amplia sonrisa, y dotado de una gracia, ternura y delicadeza muy en la línea de la escultura dieciochesca, a lo cual también contribuye el suave refinamiento de toda la pieza. La cabeza no solo presenta los característicos rasgos de Pedro de Ávila, sino que está íntimamente relacionada con las de la Magdalena que talló para Matapozuelos, y la Virgen de la Anunciación conservada en Renedo, con amplia frente y pelo distribuido simétricamente, cayendo en largas y onduladas guedejas hasta el pecho.

    EL RETABLO MAYOR DEL CONVENTO DE SANTA ISABEL (Francisco Velázquez, Juan Imberto y Gregorio Fernández, 1613-1614 y 1621)

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    El Convento de Santa Isabel de Valladolid, fundado en 1472 como un beaterio por iniciativa de doña Juana de Hermosilla, posee un hermosísimo retablo de traza clasicista que fue contratado el 21 de junio de 1613 por el prestigioso ensamblador Francisco Velázquez (ca.1550-1616), quien se obligaba a tener el “primer cuerpo de este retablo para el día de Santa Isabel que viene de este presente año de mil seiscientos y trece”, y a “dar acabada y asentadas en la capilla mayor y puesta en toda perfección todas las obras a contento y satisfacción de dos maestros peritos en el arte nombrados por cada una de las partes el suyo para ocho días del mes de mayo de mil y seiscientos y catorce”. Unos meses después, Velázquez, que se encontraría agobiado trabajando en otros encargos, decidió subcontratar un tercio de la obra del retablo con un ensamblador de su confianza, Melchor de Beya (ca.1567-1640), que se comprometió a ejecutar “la tercia parte del dicho retablo de ensamblaje y capiteles de tallar y aparejar las tres historias y poner madera para ellas que esta tercera parte ha de ser el segundo cuerpo del retablo”. Por su parte, la escultura corresponde a dos momentos diferentes: el segoviano Juan Imberto (ca.1580-1626) se encargó en 1613 de la totalidad de las esculturas y relieves del retablo (en total ocho esculturas y numerosos relieves tanto en el banco como en los dos cuerpos), con la excepción del grupo central de Santa Isabel y el pobre, obra realizada en 1621 por Gregorio Fernández (1576-1636) para sustituir a la tallada por Imberto. Finalmente, todo el conjunto fue bañado de color por el policromador Marcelo Martínez, que el 26 de agosto de 1621 se ajustó para “dorar, estofar y encarnar” el retablo. En dicho documento se refiere “que la imagen de nuestra madre Santa Isabel que ahora está en el retablo, en cuyo lugar se ha de poner la que hace el señor Gregorio Hernández, la tiene de estofar, pintar y encarnar muy ricamente, cada cosa como mejor parezca, con sus guarniciones y aderezos, para que se pueda poner en otro altar”.

    El retablo posee una traza clasicista, esquema que surgió en Castilla en el retablo de la Colegiata de Villagarcía de Campos, y que en último término procede del retablo mayor del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (Madrid). Como bastión clasicista, esta traza se utilizó bastante en Valladolid y en su área de influencia, así, por ejemplo, serán similares los del Monasterio de las Huelgas Reales o el de la actual iglesia de San Miguel, antiguo Colegio de San Ignacio. Así, el retablo está distribuido en un estrecho banco, sobre el que apean dos cuerpos articulados por columnas corintias acanaladas y un ático rematado en un frontón triangular sujetado por pilastras. Ambos cuerpos, separados por finas bandas con roleos vegetales, se distribuyen en tres calles centrales (las de los lados ocupadas por relieves) y dos entrecalles más estrechas divididas en una hornacina con una escultura y encima una pequeña tarjeta efigiando a las Virtudes.
    En el banco se han representado diferentes episodios y santos. En los extremos aparecen dos santos penitentes: Santa María Magdalena y San Jerónimo, mientras que los otros dos espacios, que se corresponden con las calles ocupadas por relieves, presentan la Adoración de los pastores y la Epifanía. En los netos se incluyen figuras de santos: San Diego de Alcalá, Santa Rosa de Viterbo, San Gregorio o San Ambrosio, San Pedro, San Pablo, San Ambrosio o San Gregorio, Santa Clara y San Agustín. Es decir, aparecen tres Padres de la Iglesia (el cuarto, San Jerónimo, ya le hemos visto en relieve), los dos santos más importante de la Cristiandad y una serie de santos franciscanos. La identificación de cada uno de ellos no entraña dificultad puesto que portan sus atributos más significativos, así, por ejemplo, San Diego de Alcalá lleva en su manto las flores en las que se convirtieron, según su famoso milagro, los panes que llevaba a los pobres. En el centro del banco debía labrarse un “pedestal” por detrás tabernáculo (primer cuarto del siglo XVII), pero no éste ya que el convento tenía uno de plata. Por encima de él, ya en el primer cuerpo, se coloca un Ecce Homo que también existía con anterioridad en el convento. Este zócalo debía tener “dos ángeles con insignias de la Pasión como lo muestra la traza”, que serán dos ángeles de relieve que también se hayan colgados de las paredes de la iglesia.

    San Diego de Alcalá
    La Magdalena penitente
    La Adoración de los Pastores
    Santa Clara
    San Jerónimo penitente
    La Epifanía
    San Agustín
    Tabernáculo
    Busto de Ecce Homo
    Ángeles que en un origen se hallarían en el zócalo
    Pasando al primer cuerpo, en las hornacinas extremas encontramos a los Santos Juanes, San JuanBautista a la izquierda y San JuanEvangelista a la derecha. Están representados con sus atributos más característicos: el Precursor con la piel de camello y el Agnus Dei a sus pies, mientras que el Evangelista figura con la copa de veneno en la mano. Sobre ambas hornacinas se hallan dos pequeños relieves que efigian a sendas Virtudes: la Prudencia, que porta un espejo en la mano izquierda, mientras que en su brazo derecho se enrolla una serpiente; y la Fortaleza, acompañada por un león a sus pies, y sosteniendo sobre el hombro una gruesa columna. En cuanto a las tres calles centrales, la media va desierta por cuanto contendría el tabernáculo con los ángeles, mientras que las laterales acogen dos grandes paneles en altorrelieve que efigian la Anunciación y la Visitación.

    San Juan Bautista
    San Juan Evangelista, y arriba la Fortaleza
    La Visitación
    La Anunciación
    Ya en el segundo cuerpo, que tiene una distribución semejante a la del primero, encontramos en las entrecalles extremas otras dos hornacinas, que en este caso acogen a San Antonio de Padua, al que le acompaña el Niño Jesús sobre el libro, y a San Bernardino de Siena, si bien le falta su característico disco de llamas con el trigrama “IHS”. A sus pies aparecen tres mitras, como símbolo de renuncia a las sedes episcopales de Siena, Ferrara y Urbino. Encima de ambos santos figuran sendos relieves con las otras dos Virtudes: la Justicia, portando su clásica balanza y una espada; y la Templanza, que porta un jarrón y una copa. Los cuatro relieves, de formato rectangular apaisado, presentan a las Virtudes recostadas y con sus atributos característicos. En origen, estuvo previsto que los nichos de San Antonio de Padua y San Bernardino de Siena los ocuparan San Miguel y el Ángel de la Guarda (según el contrato suscrito por Francisco Velázquez, “en el tablero principal de este segundo cuerpo se hará una figura de Santa Isabel (…) y en los dos nichos colaterales a estas historias se harán dos figuras redondas de cinco pies y tres cuartos de alto, la una figura de esta ha de ser San Miguel Ángel y la otra del Ángel de la Guarda”), esculturas que actualmente vemos que flanquean la capilla mayor del monasterio, y que también se deben a las gubias de Juan Imberto.

    San Antonio de Padua
    San Bernardino de Siena
    San Miguel Arcángel
    Ángel de la Guarda
    Completan este segundo cuerpo otros dos grandes paneles rectangulares, del mismo tamaño que los del primer cuerpo, que narran en altorrelieve la Aparición de Cristo Resucitado a su Madre, episodio sacado de la Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine, y la Asunción; y un espectacular grupo de Santa Isabel con el Pobre, la titular del convento, en la calle central. Se la representa según su iconografía más habitual, vestida de terciaria franciscana y no de princesa como ocurre en otros casos –no debemos olvidar que en sus orígenes el monasterio fue un beaterio de terciarias–. Sobre la cabeza lleva una corona que nos indica su origen real, ya que fue hija del rey Andrés II de Hungría. En su mano izquierda sostiene un libro cerrado sobre el que se encuentra otra corona. A sus pies aparece un pobre, al que la terciaria franciscana entrega una moneda. Según suele ser habitual en esta iconografía el pobre aparece a los pies de la Santa, agachado. Esta escultura, realizada por Gregorio Fernández en 1621, vino a sustituir a la Santa Isabel tallada por Juan Imberto en 1613, que no llegaría a gustar, ya no solo por su limitada calidad artística, sino, como señala Vasallo, “por la iconografía tradicional utilizada, donde unos ángeles en presencia de un Dios Padre en lo alto se disponían a coronarla. Esta modalidad iconográfica, además de provocar equívocos interpretativos, no se acomodaba a la más habitual representación contrarreformista que buscaba en la expresión de las obras de misericordia una contestación a las doctrinas protestantes de la justificación por la fe”. La efigie tallada por Imberto, que sería una “figura de Santa Isabel de seis pies de alto y de más de medio relieve y ha de tener una corona encima de un libro y dos ángeles con una corona cada uno y Dios Padre Arriba”, sería relegada a un altar secundario del templo, hasta que, como señala Urrea, fue vendido al cercano Monasterio de San Benito, en cuya iglesia se exhibe como Santa Teresa de Jesús, después de haber sido transformada al quitársele el libro con la corona, los ángeles y el Dios Padre. Actualmente, este grupo se encuentra expuesto en la exposición de las Edades del Hombre de Aguilar de Campoo, titulada “Mons Dei”, por lo tanto es una magnífica oportunidad para ver de cerca la que es una de las obras maestras de Gregorio Fernández.

    Aparición de Cristo Resucitado a su Madre
    La Asunción
    Santa Isabel de Hungría y el pobre (Gregorio Fernández, 1621)
    Santa Isabel de Hungría (Juan Imberto, 1613), actualmente transformada en Santa Teresa
    Finalmente, en el ático hallamos a San Luis, rey de Francia y a San Buenaventura, escoltando el Calvario que se halla en el edículo central. Cuando se trazó el retablo se pensó en colocar a los cuatro santos franciscanos (San Antonio, San Bernardino, San Luis y San Buenaventura) del retablo en el ático; sin embargo, en las condiciones del dorado, estofado y encarnado, se nos habla de una colocación diferente, correspondiendo a la que ha llegado hasta nuestros días. Por su parte, el Calvario, que es un grupo reutilizado, exhibe un estilo romanista que nos indica que se realizaría a finales del siglo XVI.

    San Luis, rey de Francia
    San Buenaventura
    Calvario

    BIBLIOGRAFÍA
    • ANDRÉS GONZÁLEZ, Patricia: “Gregorio Fernández, Imberto y Wierix y el retablo mayor de las “Isabeles” de Valladolid. Precisiones documentales y fuentes compositivas”, B.S.A.A., Nº 65, 1999, pp. 263-282.
    • GARCÍA CHICO, Esteban: Documentos para el estudio del arte en Castilla. 3, Pintores I, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1946.
    • HERAS, Felipe: “Marcos de Garay, Juan Imberto y el retablo de Matilla”, B.S.A.A., Nº 39, 1973, pp. 261-268.
    • LÓPEZ BARRIENTOS, María del Pilar: “El retablo mayor del Convento de Santa Isabel de Valladolid”, B.S.A.A., Nº 8, 1941, pp. 243-257.
    • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: El escultor Gregorio Fernández, Ministerio de Cultura, Madrid, 1980.
    • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959.
    • URREA, Jesús: “Escultores coetáneos y discípulos de Gregorio Fernández en Valladolid”, B.S.A.A., Nº 50, 1984, pp. 349-370.
    • VASALLO TORANZO, Luis: “Santa Isabel y el mendigo”. En VV.AA.: Las Edades del Hombre. Mons Dei, Fundación Las Edades del Hombre, Valladolid, 2018, p. 362.

    EXPOSICIÓN: PINTURA RELIGIOSA DE LOS SIGLOS XV AL XVIII. En la Colección Gerstenmaier

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    Una de las exposiciones más interesantes que pueden contemplarse actualmente en Valladolid es la que se desarrolla hasta inicios del mes de diciembre en la Sala Municipal de Exposiciones de Las Francesas: "Pintura religiosa de los siglos XV al XVIII en la Colección Gerstenmaier". La muestra contiene pinturas, ya en tabla ya en lienzo, de diversas escuelas españolas (madrileña, valenciana, castellana, etc) que van desde el Gótico hasta el Rococó pasando por el Renacimiento y el Barroco. Pintores de la talla del murciano Pedro de Orrente (1580-1645), conocido como "el Bassano español"; el valenciano Lluís Dalmau (h.1428-1461), introductor del gótico hispanoflamenco en la Corona de Aragón y pintor del rey Alfonso V el Magnánimo; el toledano Antonio de Comontes (h.1500-h.1547); el abulense Lorenzo de Ávila (h.1492-1570); el madrileño Francisco Camilo (1615-1673); o el también madrileño Luis Paret y Alcázar (1746-1799), máximo exponente de la pintura rococó española.

    LLUÍS DALMAU. Juicio a San Baudelio (h. 1448)
    ANÓNIMO CASTELLANO. San Gregorio Magno y San Ambrosio
    ANTONIO DE COMONTES. Calvario (h. 1530-1540)
    Hans Rudolf Gerstenmaier tiene una fuerte convicción de que el arte ayuda a los seres humanos. Su colección es un gesto de generosidad hacia los demás: adquiere las obras, solicita sus estudios a los mejores especialistas y las comparte con todo aquel que quiera acercarse a conocerlas. Esto ocurre con las obras presentes en esta exposición. Una selección determinada por la temática religiosa y que nos acerca a un elemento compuesto por una quincena de obras. Unas pinturas que trazan un recorrido que se inicia en el siglo XV y que finaliza con Luis Paret y donde destacan numerosas tablas como las de Antonio de Comontes o telas de Pedro de Orrente. Unas obras que completan las dos grandes colecciones de pintura de este filántropo alemán. Lejos de ser un simple acumulador de objetos, Gerstenmaier, como verdadero coleccionista, saber compartir la propiedad de sus posesiones para que estas puedan cobrar vida.

    LORENZO DE ÁVILA. Epifanía (h. 1540-1550)
    ANTONIO DE COMONTES. Última comunión de San Benito (h. 1540-1550)
    PEDRO DE ORRENTE. Martirio de San Lorenzo (h. 1635-1640)
    En el Libro de los Pasajes Walter Benjamin afirma que "la fascinación más profunda del coleccionista consiste en encerrar el objeto individual en un círculo mágico, congelándose éste mientras le atraviesa un último escalofrío (el escalofrío de ser adquirido). Todo lo recordado, pensado y sabido se convierte en el zócalo, marco, pedestal, precinto de su posesión". Ese círculo mágico para Hans Rudolf Gerstenmaier es un gran círculo abierto, en el que pueden entrar todas aquellas personas que estén dispuestas a compartir su amor por el arte y se acerquen a la Sala Municipal de Exposiciones de Las Francesas a visitar esta exposición.

    ANÓNIMO. Tránsito de San Juan de Dios (Último tercio del siglo XVII)
    CÍRCULOS DE LUIS TRISTÁN O JUAN BAUTISTA MAÍNO. Santo Domingo disciplinándose (Segundo cuarto del siglo XVII)
    PEDRO DE ORRENTE. Regreso de San Juan Bautista del desierto (Segundo cuarto del siglo XVII)
    FRANCISCO CAMILO. San Joaquín (h. 1650-1655)
    LUIS PARET Y ALCÁZAR. Inmaculada Concepción (Tercer cuarto del siglo XVIII)
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