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INVENTARIO DE ESCULTURA URBANA DE VALLADOLID. Parte V

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Quinta entrega del Inventario de Escultura Urbana de Valladolid. Ya estamos acabando con la lista ¿os falta alguna?. Por si te interesan las otras entradas que conforman este inventario, cliquea encima de la que desees ver:
LISTA 1                     LISTA 2                     LISTA 3                     LISTA 4



NICOLÁS FERNÁNDEZ DE LA OLIVA. La Abundancia (h. 1856). Calle Duque de la Victoria
MIGUEL ESCALONA. La Mesta (2000). Avenida de Zamora, frente Vallsur
MARIANO COBO. La Unión del Mundo (2003). Esquina Avenida Palencia y calle Real de Burgos
PEDRO MONJE. El Sembrador II (2003). Parque de la calle Aguanieves
ANA HERNANDO. Lápida homenaje a Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña (2000). Calle López Gómez nº 31
RAM VANJI SUTAR. Mahatma Gandhi (1998). Parque de la Paz
CRISTÓBAL GABARRÓN. Metamorfosis (2007). Parque de las Cortes de Castilla y León
¿?. Milkman cow (¿?). Frente a la fábrica de leche Lauki
MARIANO BENLLIURE. Monumento al marqués de la Vega-Inclán (¿?). Jardines de la Casa de Cervantes
MIGUEL ISLA. Monumento a Alonso Berruguete (¿?). Frente Centro Cívico Zona Este
¿?. Monumento a la lectura (¿?). Campo Grande
MIGUEL GARCÍA DELGADO. Monumento a San Pedro Regalado, patrón de Valladolid (2004)
M. LÓPEZ. Monumento al Doctor Villacián. Entrada del Hospital Psiquiatrico
BELÉN GONZÁLEZ. Niña leyendo (2002). Plaza de las Batallas


EXPOSICIÓN: PEDRO MONJE. Memoria y símbolo

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Si hay una fuente popular en Valladolid, y en la que desean hacerse fotos tanto los pucelanos como los visitantes, esa es la de "los Colosos", situada en la Plaza de la Rinconada, en las traseras del precioso Ayuntamiento historicista. Pues bien, la ejecución de los dos "colosos" se debe a uno de los mejores artistas con los que ha contado Valladolid en las últimas décadas, y que por desgracia nos dejó hace unos pocos años. Se trataba de Pedro Monje Lara, un jienense de Lopera (1945), aunque vallisoletano de adopción, ya que aquí vivió gran parte de su vida, concretamente desde que en 1978 se trasladara a la capital del Pisuerga para trabajar en la empresa automovilística Fasa Renault. Fue por entonces cuando este polifacético artista polifacético (escultor, pintor, ceramista, grabador...) abrió su primer taller en la calle Mota, nº 3. Su formación se llevó a cabo en Cataluña, donde consiguió importantes éxitos antes de su matrimonio con una vallisoletana.

A manera de homenaje a este excelente escultor (no en vano se alzó con un premio tan importante como la Medalla Lorenzo el Magnífico, en la II Bienal de Florencia de Arte Contemporáneo) la Diputación de Valladolid ha decidido en este mes de septiembre organizar una magna exposición que contiene alguna de las piezas más significativas que a lo largo de unos 40 años elaboró Pedro Monje, tempranamente desaparecido en 2012. Como señala Montserrat Acebes, esta exposición muestra un recorrido por las diferentes facetas y etapas de su obra. Al mismo tiempo pretende dejar constancia del afecto que el artista sintió por esta ciudad, con la que ha mantenido una constante relación a lo largo de su trayectoria profesional. Son tantos los acontecimientos culturales que relacionan a Pedro Monje con esta Institución, que es imposible enumerarlos. Por encima de todos ellos sobresale, por la excepcional resonancia que obtuvo y por el impulso que supuesto en su carrera artística, la exposición "Tierra y Fuego" llevada a cabo en 1992. La exposición, que se desarrolla entre el 2 de septiembre y el 2 de octubre de este año se puede admirar en la Sala de Exposiciones de la Diputación de Valladolid, en el Palacio de Pimentel.
 
A continuación, se analizará brevemente su obra, tanto escultórica, pictórica como cerámica, siguiendo puntualmente las palabras que Montserrat Acebes ha plasmado en el catálogo de la muestra. Se trata de una de las mejores conocedoras de la obra del artista ya que ha sido la autora de la única monografía existente sobre Monje, la cual se puede adquirir en la exposición,:
Pedro Monje, aunque de procedencia andaluza (Lopera, Jaén 1945 – Valladolid 2012), en todo momento supo sintetizar y armonizar los valores e impresiones de aquellos otros lugares en los que ha transcurrido parte de su vida, en particular de Valladolid, donde fijó su residencia. De ahí que su huella esté presente en diversos espacios públicos de nuestro entorno. Es inevitable señalar La Fuente de los Colosos, en la plaza de la Rinconada, lugar de referencia para los vallisoletanos y los visitantes que se acercan a nuestra ciudad. También podemos ver su estela en los numerosos murales realizados por encargo del Ministerio de Educación y Ciencia para diferentes centros de enseñanza, a los que se suman Poesía del Sol y del Agua en el Parque Fuente del Sol y otros muchos realizados a lo largo de Castilla y León como La puerta del Cielopara el proyecto europeo Artecampos en Mayorga (Valladolid) o el elaborado para el Centro de Investigación de las Aves Lagunas de Villafáfila (Zamora).

En el plano artístico destaca por su versatilidad: pintor, escultor, ceramista y grabador. Su afán de investigar con nuevos materiales, técnicas y estilos ha hecho posible una obra en constante evolución que se debate, a lo largo de su trayectoria, entre la figuración y la abstracción. La fuerza del color y el carácter táctil son notas que definen la expresión del artista. Concretamente, el carácter táctil se impone, tanto en la pintura y en el grabado, como en el acabado de los bronces de ricas y diversas texturas, y por supuesto en las piezas de cerámica que, en este caso, va implícita en su propia naturaleza. En lo relativo a la temática, hay una corriente humanística que da coherencia a los diferentes géneros. En ella trata de expresar los sentimientos inherentes al ser humano como son: la ternura, la pasión o el deseo de libertad. Sentimientos que irradian en torno a la familia. Entre los motivos, cobra protagonismo la figura femenina que se manifiesta en toda su dimensión: elegante y sofisticada en las damas con sombrero; llena de ternura en las maternidades; también proyecta su faceta intelectual en La lectora o la mitológica en Diosa Luna. A veces, la presencia inmersa en el paisaje, pasando a ser, éste, escenario de vivencias, a la par que adquiere un carácter intimista con cierto matiz idílico. El género animalístico gira en torno al caballo que lo aborda desde el plano mitológico y como símbolo de fuerza y belleza, en el que subyace un claro referente a su Andalucía natal.

La pintura de Pedro Monje ha ido evolucionando desde el Impresionismo y el Modernismo hasta las tendencias más vanguardistas, acercándose en particular a las corrientes matéricas y en algunos momentos se impone lo gestual a una abstracción geométrica. Su admiración por la poesía constituye una constante vital. De ahí que el carácter lírico vaya implícito en el juego de elementos plásticos. Sus lienzos albergan infinidad de símbolos que le conectan con lo onírico, y, por ello, con un surrealismo también de matiz poético. Con él, configura un lenguaje propio e intransferible que explica el universo inasequible de su obra. Ese lenguaje, con su magia, le ha permitido establecer un diálogo entre sentimiento y razón, entre lo ingenuo y lo profundo, poniendo el acento en el aspecto particularmente literario, como se observa en muchos de sus títulos. En lo referente al color se intuye una interrelación con los espacios vividos, en particular con sus raíces andaluzas que están presentes en los azules profundos y en los blancos radiantes de sus lienzos. En la primera etapa, la gama fría se manifiesta en intensos verdes, azules y violetas en cuyo sustrato permanece el mar y la luz del Mediterráneo. A finales de los ochenta, su encuentro con Castilla implicó un giro hacia los tonos tierra, dominando los ocres luminosos.

Diana con pamela (1981)
Caballos alados (1997)
Sin título (1996)
En cerámica trabaja el gres y las tierras refractarias que somete a altas temperaturas para conseguir obras de carácter escultural dotadas de una fuerza totémica. El artista pone su mirada en culturas ancestrales de lugares lejanos, a la vez que deja constancia de su admiración por los estadios prehistóricos de la Península Ibérica, a los que suma un entramado de corrientes actuales con el fin de fusionar tradición y modernidad. Se observa en estas piezas una síntesis de contrarios, el carácter tosco de la materia les imprime una fuerza que irradia monumentalidad, pero al mismo tiempo la delicadeza con que trata a esas tierras refractarias y la variedad de texturas hacen que el artista consiga toda la sobriedad y elegancia que encierra lo clásico. Otras piezas, muy personales y de carácter bulboso, toman formas femeninas de esbeltos cuellos y ricos tocados. También son de destacar, como homenaje a Velázquez, sus particulares versiones de Las Meninas. Estas piezas se caracterizan por la gran minuciosidad de detalles y los ricos toques vidriado, notas que las hacen inconfundibles y ser muy consideradas por los coleccionistas.

Menina V (2008)
Paraíso encontrado (2007)
Tótem I (1991)

En lo relativo a la escultura en metal se observa un componente clásico en cuanto a la concepción de volúmenes y proporciones, que apreciamos en las pequeñas piezas de bronce o en aquellas que han pasado a formar parte de los espacios públicos, como El cavador o El monumento a los emigrantes para el Parque de la Verja de Lopera (Jaén). En las obras que denomina “paternidades” y “maternidades”, sirva de ejemplo Jugando en el espacio, sus figuras atléticas contrastan con la sensibilidad y ternura que proyectan sobre otras infantiles. En ellas advertimos un juego de equilibrios, cuyos ritmos ondulantes dejan al descubierto un carácter lúdico. En otras esculturas, como El gran lector y Los colosos, el artista logra una concentración de fuerzas y un poderoso estudio anatómico que evocan a Rodin. También queremos destacar la impronta que dejan en algunas piezas los referentes a la arqueología ibérica, tan próxima a los yacimientos andaluces de Jaén. A todo esto se suma la frescura e ingenuidad de las imágenes, que en ocasiones rompen el canon clásico para enlazar con la vanguardia y las tendencias de suma actualidad. Esta fusión realizada con ingenio e inteligencia hace que la obra adquiera personalidad propia.
Autorretrato (1997)
Diosa Luna (2000)
Domador (2000)
El gran lector (2002)
El último viaje (1997)
Emigrantes (2007)
Jugando en el espacio (1989)
Maternidad flotante (1987-1991)
Maternidad jugando (2001)
Mujer atleta I (1990)
Zapatos de niño (2008)
Ángel con sexo (1987-2006)
Desde este blog no puedo por menos que dar las gracias a la Diputación de Valladolid por darnos la posibilidad de disfrutar de esta exposición tan interesante, y que a su vez homenajea a uno de los grandes artistas con los que ha contado la ciudad en las últimas décadas, artista por el cual he profesado desde hace años mi total admiración. Por si no podéis pasaros a ver la exposición, la cual os recomiendo fervientemente, podéis descargaros en PDF el catálogo de la misma pinchando en este enlace.

BIBLIOGRAFÍA
  • ACEBES DE LA TORRE, Montserrat: Pedro Monje. Memoria y símbolo, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2016.
  • ACEBES DE LA TORRE, Montserrat: Pedro Monje: poética del símbolo y la materia (escultura, pintura, cerámica y grabado), Diputación de Jaén, Jaén, 2014.
  • LÓPEZ ANTUÑANO, José Gabriel: Valladolid, arte y cultura: Guía cultural de Valladolid y su provincia (2 tomos), Diputación de Valladolid, Valladolid, 1998.
  • PLAZA SANTIAGO, Francisco Javier de la y ORTEGA COCA, María Teresa: “La pintura del siglo XX, en Valladolid”. En LÓPEZ ANTUÑANO, José Gabriel: Valladolid, arte y cultura: Guía cultural de Valladolid y su provincia (2 tomos), Diputación de Valladolid, Valladolid, 1998, pp. 933-966.

INVENTARIO DE ESCULTURA URBANA DE VALLADOLID. Parte VI

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Sexta y penúltima entrega del Inventario de Escultura Urbana de Valladolid. Ya apenas quedan esculturas por colgar. Hace apenas unas semanas han inaugurado la última(cronológicamente hablando) con la que cuenta la ciudad, será la última de esta entrega. Por si te interesan las otras entradas que conforman este inventario, cliquea encima de la que desees ver:
LISTA 1                     LISTA 2                     LISTA 3                     LISTA 4

LISTA 5

¿?. Rabindranath Tagore (2006). Acceso a la Casa de la India
LUIS SANTIAGO PARDO. Placa homenaje "Valladolid a Miguel Delibes por su novela El Hereje" (2000). Ábside de la iglesia de Santiago
¿?. Monumento a Santa Ángela de la Cruz (2006). Calle Hermanitas de la Cruz
CARMEN TABLADA. Monumento a Santa Teresa de Jesús (2009). Paseo de Don Juan de Austria, a la derecha del Puente del Museo de la Ciencia
JOSÉ LUIS NÚÑEZ SOLÉ. Torso (1952). Entrada del Instituto Zorrilla
OSTERN, BUSTELO y JUAN VILLA. Monumento al bailarín Vicente Escudero (2006). Exteriores del Centro Cívico Vicente Escudero
¿?. Homenaje a Jesús Aramburu Olaran (1959). Plaza que hace esquina a las calles Grandos y Falla
ROMERO BRITTO. Squeaki (2005). Plaza de la Cúpula del Milenio
ROMERO BRITTO. For you, white base (2011). Plaza de la Cúpula del Milenio
¿?. Traseras de la Facultad de Económicas
BENITO MAULEÓN. Árbol de la vida (2002). Plaza de los Arces
JOSÉ LUIS FERNÁNDEZ. Busto de Isabel la Católica (2004). Acceso al Museo de Colón
¿?
JORGE OTEIZA. Macla de dos cuboides abiertos (1974). Jardines del Archivo Municipal (antigua iglesia de San Agustín)
JULIO ISLA. Homenaje a Miguel de Cervantes 1. Relieve de la dedicatoria del Quijote (2005). Calle Miguel Íscar junto a las rejas de la Casa Cervantes
IGNACIO GUERRA. Homenaje a Miguel de Cervantes 2. Relieve de La Gintanilla (2005). Calle Miguel Íscar junto a las rejas de la Casa Cervantes
CONCHA GAY. Homenaje a Miguel de Cervantes 3. Relieve de la tasa del Quijote (2005). Calle Miguel Íscar junto a las rejas de la Casa Cervantes
ANA JIMÉNEZ. Homenaje a Miguel de Cervantes 4. Relieve del romance de Altisidora, en el Quijote (2005). Calle Miguel Íscar junto a las rejas de la Casa Cervantes
MONTSE MONTERO. Homenaje a Miguel de Cervantes 5. Relieve de El Casamiento engañoso (2005). Calle Miguel Íscar junto a las rejas de la Casa Cervantes
BELÉN GONZÁLEZ. Homenaje a Miguel de Cervantes 6. Relieve de El Coloquio de los Perros (2005). Calle Miguel Íscar junto a las rejas de la Casa Cervantes
ALBERTO GALÁN. "Agua". Homenaje al servicio de abasatecimiento de agua (2008). Plaza de Juan Pablo II
JOSÉ CASAMAYOR. Homenaje a los funcionarios (2008). Intersección Paseo Zorrilla con la calle Salón del Abadengo
LAURA CASAMAYOR. Homenaje al servicio de limpieza (2008). Calle Topacio nº 63
ALBERTO GARCÍA GUTIÉRREZ. Homenaje al Deporte (2008). Plaza de los Vadillos
¿?. Homenaje a los ciclistas falecidos en las carreteras (2016)

MUSEOS DE LA PROVINCIA: MUSEO COMARCAL DE ARTE SACRO DE PEÑAFIEL 1/2

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En la iglesia de Santa María la Mayor de Peñafiel, la que fuera parroquia más importante de la villa (en ella se reunía el cabildo y guardaban sus archivos los hidalgos), se encuentra uno de los museos más interesantes de toda la provincia vallisoletana. A pesar de ser un museo prácticamente desconocido, el Museo Comarcal de Arte Sacro contiene una buena colección de obras artísticas procedentes de las diferentes iglesias y conventos de Peñafiel, algunos de ellos desamortizados y desaparecidos, y también de templos parroquiales de la comarca. Sus fondos son muy variados y comprenden la práctica totalidad de las manifestaciones artísticas: escultura, pintura, orfebrería, numismática y hasta documentos en papel.
La iglesia debió de comenzarse a construir en el siglo XIV, si bien existió una antigua edificación de progenie románica, de la cual se conserva un arco de entrada situado en la pared del lado del Evangelio. Los sucesivos siglos sirvieron para ampliar la iglesia y modernizarla, sin embargo, estas obras trastocaron por completo el templo original. Así, el templo se siguió construyendo durante el siglo XV, momento en el que se abordaron las tres naves divididas en cuatro tramos y cubiertas con bóveda de crucería con terceletes y combados en la nave principal y nervios cruzados en las laterales. Ya a comienzos del siglo XVI se construyó el magnífico antepecho plateresco del coro y la tribuna del órgano en la que aparece el escudo de los Girones, señores de Peñafiel.
En mayo de 1568 se contrató con el cantero palentino Gregorio del Hierro la obra de cantería del portal y la portada de la iglesia. En abril de 1587 Diego de Cueto, maestro de cantería estante en la villa de Roa, se comprometió a hacer la obra de labrar el arco del pórtico que da al interior de la iglesia. El arco exterior que da al soportal de la iglesia lo contrató en el verano de 1587 el mismo Diego de Cueto junto con Hernando Alonso. En 1614 Jerónimo de Rioseco levantó estribos e refuerzo de la capilla mayor, lo que indica que ésta amenazaba ruina; por ello en 1621 el Padre Fray Diego de la Orden del Carmen hizo las trazas para levantar una nueva capilla mayor, pero estos planes no se llegaron a realizar hasta el siglo siguiente.
 
Después de advertirse obras de menor importancia se llega a 1663, año en que se hundió la torre de la iglesia, la cual fue reedificada pocos años después; de hecho, en 1681 Juan Mazo y Blas Martínez de Obregón contrataba la ejecución del tercer cuerpo de la torre; y en 1686 se cierra la parte superior de la torre, donde están las campanas. La torre posee una estructura es muy sólida, cuadrangular y de tres cuerpos. En 1678 se realiza la obra de un arco toral, siendo maestro de obras José Delgado. En 1708 se repara la portada de la iglesia que daba a la capilla de la Puente. En 1774 se reedificó de nuevo la capilla mayor de la iglesia, siendo maestro de obras José de la Fuente. En 1810 peligraba la pared de la primera nave y fue colocada en ella un estribo de refuerzo por José Delgado. Hace pocos años se suprimió la capilla del Santo Cristo que daba a la calle de la Puente.
 
El Museo Comarcal de Arte Sacro de Peñafiel divide sus magníficos fondos en siete grandes núcleos temáticos. Son las secciones dedicadas a la Virgen, a Cristo, a los santos, a la orfebrería y a la arqueología e historia de Peñafiel, a todo ello se ha de sumar su magnífico retablo mayor. La cantidad y calidad de las obras es altísima por lo que no vamos a ir tratando una por una, sino que indicaremos las más reseñables.

RETABLOS
Sin duda, la obra más impresionante que custodia el museo es el retablo mayor, obra realizada por el ensamblador palentino Gregorio Portilla en 1745. El retablo se articula a través de cuatro columnas corintias de orden gigante con el tercio inferior tallado. Por encima se sitúan otros tantos trozos de entablamento en esviaje. El ático adquiere forma de cascarón, de tal manera que se adapta perfectamente a la forma del ábside. Su hornacina principal está presidida por la una imagen de vestir de la Virgen de Pajares, mientras que en las laterales figuran un buen grupo de San José con el Niño y San Blas. Encimas de estas hornacinas laterales se sitúan sendos clípeos con bustos del Salvador y la Dolorosa. Ya en el ático figura una Virgen de la Asunción rodeada de ángeles, dos de los cuales la coronan. Remata todo el conjunto en la Paloma del Espíritu Santo, elemento muy característico de los retablos del último periodo barroco. Completa este conjunto un hermoso tabernáculo del mismo momento y autor que lo preside una hermosísima Inmaculada Concepción.
 
También destacan otros dos retablos, uno que se encuentra presidido por una Virgen vestidera (es la patrona de Peñafiel), y otro en el que figura representado San Felipe Neri bajo una iconografía un tanto extraña. Ambas máquinas fueron realizadas entre 1760-1767 por Damián Amusco, uno de los ensambladores radicados en Peñafiel más destacados durante el tercio central del siglo XVIII.


ESCULTURA
En cuanto a esculturas cabe destacar una hermosísima Piedad revestida con los hábitos con los que caracterizó Gaspar Becerra a su Virgen de la Soledad. Al parecer fue tallada en el siglo XVI y procede el desaparecido Convento de San Francisco.
 
Entre las vírgenes medievales descuellan dos: una románica (siglo XII) realizada en piedra, que es la obra más antigua del museo, y que procede de la desaparecida iglesia de San Esteban; y otra gótica (siglo XIV) de madera. Esta última, que es la antigua titular de la iglesia, se basa en modelos franceses, y probablemente fue donada por el famoso Infante Don Juan Manuel. Hay una tercera Virgen bastante interesante. Se trata de la gigantesca de época barroca de la Virgen de la Antigua, cuyo original se encuentra en la catedral de Sevilla.
 
Muy importante es también un magnífico Cristo Crucificado del siglo XIV que procederá de algún taller centroeuropeo. Sigue un modelo que adquiere forma de “Y”, y del cual se conservan numerosos ejemplos en Castilla. Es un Cristo patético, del que mana gran cantidad de sangre del costado. Cerca de este Cristo se conserva un rotundo Atado a la columna que el profesor Parrado atribuye al destacado escultor Juan Picardo. Cristo sigue las pautas de los “atados” renacentistas: de pie, con las manos atadas a una columna alta. También procede del Convento de San Francisco.
 
Por último, cabe resaltar otras cinco esculturas que poseen bastante interés. Se trata de un San Antonio Abad del siglo XVIII; un San Antonio de Padua y un San Lorenzo del siglo XVI y asignables a Simón de Berrieza; y dos efigies que efigian a San Benito y a San Bernardo que se encuentran en el círculo del escultor y ensamblador vallisoletano dieciochesco Pedro Correas.
 

PINTURA
Los fondos pictóricos son escasos, aunque entre ellos se hallan tres hermosas tablas hispanoflamencas del renombrado Maestro de Osma, llamado así porque la primera pintura que se le pudo asignar se halló en El Burgo de Osma. De este anónimo autor se han ido encontrando numerosas obras a lo largo de toda la Ribera del Duero; de hecho, en el Museo de Valladolid se conservan diversas tablas procedentes de Curiel de Duero. Las tablas conservadas en este museo de Peñafiel representan la lucha de San Miguel con los ángeles caídos, San Juan Bautista y San Jerónimo. El estilo de este atractivo pintor es fácilmente reconocible por la forma en que concibe sus rostros. Es especialmente destacable la armonía pictórica que logra con los rosas, amarillos y azules. En las tablas que representan a los dos santos podemos ver un elemento arcaizante como son los fondos con telas doradas. Las tres tablas se podrían fechar hacia el año 1500, una década antes, o una década después.
 
Aunque son más mediocres, también cabría reseñar un interesante Bautismo de Cristo, que sin ninguna duda fue realizado en algún taller vallisoletano de la segunda mitad del siglo XVII; y un Sacrificio de Isaac que copia el original de Caravaggio realizado hacia 1603.
 

PLATERÍA
Es imposible destacar una sola obra de platería de las conservadas en el museo puesto que todas ellas poseen una calidad superior. Así, nos encontraremos cruces, custodias, cálices, etc… fechables desde la época gótica hasta la barroca. Hay gran cantidad y variedad, pero sobre todo sobresalen las custodias de tipo sol y las Cruces procesionales renacentistas. Si os interesa el tema os recomiendo el libro La platería vallisoletana y su difusión, obra de Carlos Brasas, el mayor experto en platería con el que cuenta esta tierra.
 

OTRAS OBRAS DE INTERÉS
Aunque no vamos a entretenernos en ellas, también podemos destacar otras obras que poseen gran interés:

  • Una tabla mudéjar que perteneció al artesonado que habría bajo el coro de la iglesia de Langayo. Se fecha en el siglo XIV, y posee los escudos de Castilla y León y de los Manuel (mano alada con espada).
  • Sillería de Coro procedente de la desaparecida iglesia de San Salvador de los Escapulados de Peñafiel. Fue realizada en el siglo XVI. Su único elemento decorativo son unas monstruosas caras que figuran en las misericordias.
  • Ordenanzas originales dadas a la Villa de Peñafiel por el Infante don Juan Manuel en 1345. Único autógrafo conservado del principal autor literario castellano del siglo XIV.
  • Tesoro de Peñafiel. En 1809 a la llegada de los franceses, un vecino de Peñafiel ocultó dentro de una vasija, en el suelo, un conjunto de casi trescientas monedas de plata. El tesoro fue descubierto en 1989. Actualmente se muestran piezas de plata y oro, escudos y reales españoles. La serie de Oro es de Carlos III e incluye todos los tipos de monea desde la onza hasta el durillo. Las monedas de plata se distribuyeron desde el reinado de Carlos II (1684) hasta Fernando VII (1823). Piezas pertenecientes a la colección de Daniel San Platero y la Asociación Lanraso (Peñafiel).
Para una segunda entrega acerca de este museo dejamos el análisis de dos destacados retablos platerescos que se hallan bajo el coro.

BIBLIOGRAFÍA
  • Hoja informativa del Museo
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: La platería vallisoletana y su difusión, Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1980.
  • VALDIVIESO, Enrique: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo VIII. Antiguo partido judicial de Peñafiel, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1975.

MUSEOS DE LA PROVINCIA: MUSEO COMARCAL DE ARTE SACRO DE PEÑAFIEL 2/2 LOS RETABLOS PLATERESCOS

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Finalizábamos la anterior entrada dedicada al Museo Comarcal de Arte Sacro de Peñafielaseverando que aún quedaban por tratar de una forma más pormenorizada dos pequeñas joyas en forma de retablos platerescos. Ambos se localizan bajo el estupendo coro, también de progenie plateresca. Allá vamos.

RETABLO DE LAS ÁNIMAS (Atribuido a Felipe Bigarny. Comienzos siglo XVI)
Aunque llegó al museo desde la iglesia de San Miguel de Reoyo, este enigmático retablo procede en origen del desaparecido templo de San Salvador de Reoyo. Lo denominamos enigmático por cuanto a lo largo del tiempo sus tablas se han modificado de posición en numerosas ocasiones. Por ejemplo, en la foto que veis en blanco y negro presenta el aspecto que aún tenía cuando se encontraba en la iglesia de San Miguel de Reoyo, allá por la década de 1980. Como podéis ver se trataba de un retablo descabalado al cual se habían unido elementos de diferentes épocas: una pintura de la Virgen de la Soledad del siglo XVII, un banco con pinturas renacentistas, e incluso se aprecian en el ático, a los lados, las dos pequeñas tablas de San Jerónimo y San Juan Evangelista que se conservan en el museo y se atribuyen al Maestro de Osma. De este mismo artista se guardaba una tercera tabla en el Museo, la de San Miguel con los ángeles caídos, pintura que en otras épocas también formó parte de este retablo. En definitiva, este retablo era un “totum revolutum”.
Estado primitivo
Estado actual
Aunque actualmente se conservan los relieves que lo conformaron, además de algunos elementos de la mazonería primitiva, es preferible la forma en que se expone en el Museo por cuanto no añade nada ajeno al conjunto. La disposición actual, que no presenta los relieves según un orden lógico, presenta tres pisos con cinco calles. No todos los relieves son del mismo tamaño, siendo los que se han colocado en la parte inferior de la mitad de la altura del resto, no poseyendo, además, la venera que remata a los otros. En el piso inferior figuran los relieves de la Oración del Huerto, el Prendimiento, la Flagelación y el Camino del Calvario. En el segundo cuerpo los del Descendimiento, Llanto sobre Cristo muerto, el Calvario, el Santo Entierro y la Matanza de los Inocentes. El piso superior sí que presenta mayor unidad temática ya que los cinco relieves tratan episodios acaecidos tras la resurrección de Cristo: la Resurrección, la Cena de Emaús, la Transfiguración, el Descenso a los infiernos y el Juicio Final. En los extremos del retablo se conservan tres pilastras superpuestas, de mayor tamaño las inferiores, decoradas con la típica decoración del primer renacimiento (grutescos, motivos a candelieri, putti, etc.). Además de todo ello, en otra parte del museo se conserva otra serie de elementos que pertenecieron a este retablo, tales como cuatro pequeños clípeos en los que figuran rostros afrontados.
El Descendimiento
La Resurrección
La Cena de Emaús
Llanto sobre Cristo muerto
Como señala Azcárate las figuras que componen los relieves están muy influidas por el gótico, como lo demuestran su inexpresividad quebrada ocasionalmente en alguna de las composiciones, o su canon corto y achatado. En cuanto a su autoría se baraja la posibilidad de que hubiera sido esculpido por un anónimo seguidor de Felipe Bigarny, sin descartar tampoco a Juan Ortiz Fernández. Sea como fuere, tanto Portela Sandoval como José María Azcárate estiman que se adscribe a una serie de creaciones pertenecientes al foco palentino de influjo burgalés realizadas a principios del siglo XVI y que vienen marcadas por la intervención personal de Bigarny y la fuerte influencia que los talleres burgaleses ejercieron sobre toda Castilla la Vieja en los albores de la centuria.
La Trasnfiguración
Matanza de los Inocentes
Camino del Calvario


RETABLO PLATERESCO
Retablo de la iglesia de Santa María. Peñafiel
Este retablo, que procede de la propia iglesia de Santa María, es más coqueto, aunque por fortuna se conserva tal cual salió del taller del maestro que lo realizó. Su estructura es muy sencilla ya que se distribuye a través de dos cuerpos y tres calles, poseyendo una mazonería decorada con verdadero “horror vacui”, no hay un solo centímetro del retablo que se encuentre sin labrar. Nuevamente vemos los elementos típicos del retablo plateresco: putti, motivos a candelieri, cabezas afrontadas, seres fantásticos, calaveras, frutas, elementos vegetales, etc. Todo el conjunto remata en su parte superior por una pulsera curva, y a los lados otras dos rectas. Es alucinante el repertorio decorativo que podemos observar en ellas.
El primer cuerpo presenta los relieves de la Imposición de la casulla a San Ildefonso, tema muy frecuente en la retablística pucelana, el Llanto sobre Cristo muerto, y San Juan ante Portam Latinam (se trata de uno de los martirios a los que se sometió a San Juan Evangelista, concretamente aquel en el que le metieron en una caldera de aceite hirviendo). Sirve de separación entre ambos cuerpos un friso con cabezas aladas de serafines afrontadas. Ya en el segundo piso observamos el Abrazo ante la Puerta Dorada, la cual extrañamente no figura, la Presentación de la Virgen en el Templo, y el Martirio de Santa Catalina de Alejandría (se trata de la decapitación, y no de las ruedas acuchilladas que es su martirio más conocido). Los relieves se ven separados por columnas, otras dos de mayor tamaño y en esviaje sirven para amoldar ambos cuerpos al friso semicircular superior cierra el retablo por los extremos. Como en el anterior retablo, los relieves de éste también se ven rematadas por veneras con las charnelas hacia dentro. Aunque pasan muy desapercibidas son muy interesantes sendos rostros afrontados que figuran bajo las columnas extremas. Sería muy sugestivo pensar que una de esas caras fuera la del maestro que llevó a cabo el retablo.
Abrazo ante la Puerta Dorada
Imposición de la casulla a San Ildefonso
Presentación de la Virgen en el templo
Llanto sobre Cristo muerto
San Juan ante Portam Latinam
En cuanto a su cronología, parece que fue realizado hacia el primer cuarto del siglo XVI, fechas que se corresponden con los de la elaboración de los retablos platerescos. Diferentes investigadores lo ponen en conexión con un grupo de obras palentinas de influjo burgalés (Portela Sandoval, Parrado del Olmo, Weise). El profesor Parrado piensa que pudo ser tallado hacia el año 1521 por Juan Ortiz el Viejo I. Del ensamblaje y la talla decorativa pudo ocuparse el entallador palentino Pedro Manso, que solía trabajar en compañía con el referido Ortiz.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ, Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.
  • VALDIVIESO, Enrique: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo VIII. Antiguo partido judicial de Peñafiel, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1975.

EXPOSICIÓN: JAPAN NOW! Yoshitomo Nara, Takashi Murakami & Factory

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Entre las exposiciones que actualmente se encuentran “en cartelera” en las Salas Municipales de Exposiciones del Ayuntamiento de Valladolid sobresale por encima de todas la de la Sala de las Francesas: “Japan now! Una mirada hacia el arte japonés contemporáneo". Esta curiosa muestra se centra en las creaciones pictóricas y escultóricas más recientes del arte nipón, y más concretamente en la figura de uno de sus grandes creadores, Takashi Murakami, el cual ha creado una “Factory” a la manera de Andy Warhol. Los textos que se muestran a continuación proceden de los diferentes paneles que conforman la exposición:

Durante la mitad del siglo XIX, Japón rompió un largo periodo de aislamiento y empezó un profundo proceso de abertura y modernización a partir de modelos occidentales que implicará en todos los ámbitos de la sociedad japonesa y también en su arte. Igualmente, después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y debido mayoritariamente a la sucesiva ocupación americana (1945-1952), el país experimentó una segunda ola de influencia occidental a la que numerosos artistas reaccionarán de maneras distintas.
Algunos se acercarán más a la tradición creando obras propiamente japonesas mientras que otros absorberán la influencia occidental adaptándola a sus intereses sin producir una copia de lo extranjero y creando siempre piezas innovadoras e intereses. A día de hoy gran parte de esta duplicidad, si bien haya evolucionado, sigue presente en el arte japonés. La contracultura “otaku” refleja claramente las influencias occidentales y su condición diferente, híbrida y corrupta, representa la paradoja de no poder encontrar ningún “japonismo” que no sea la cultura americana de la postguerra. Esta característica fusión de la tradición Nihonga con el manga, de la fantaciencia con el pop, de la cultura otaku con el diseño gráfico ha creado un híbrido que a los ojos del observador occidental emana proximidad y exotismo en partes iguales, enfatizando su calidad superficial.
Muchos artistas japoneses contemporáneos presentan sus trabajos en universos personales llenos de visiones extrañas, casi poéticas, obteniendo como resultado unos mundos oníricos y delicados. Presentamos en esta exposición a Takashi Murakami, Yoshitomo Nara, Chiho Aoshima, Aya Takano, Chinatsu Ban, Mahomi Kunikata, Mr. y Akane Koide. Todos ellos pertenecen a una generación cuya infancia y juventud estuvieron marcadas por el consumismo, la creciente influencia de los medios de comunicación y una referencia constante al universo imaginario del Manga y del Anime, de lo que estos jóvenes creadores se reconocen fanáticos y apasionados. Es importante remarcar esta influencia subcultura en el arte, como una liberación o escapatoria de las presiones de la sociedad japonesa, que antes que mostrarse como una respuesta al estado del mundo se convierten en una oportunidad para abrir las puertas a la imaginación y a lo extraño.

UNOS ARTISTAS CON UN IMAGINARIO FANTÁSTICO Y PERVERSO
A pesar del gran poder económico que ha proyectado al mundo la imagen de un país con tecnología punta, Japón vive desde hace unos años el pinchazo de la burbuja económica: el paro y la precariedad laboral han pasado a ser corrientes en la vida cotidiana de los japoneses y en las creaciones de los artistas. Esto, no obstante, en lugar de mostrarse como una constatación del estado del mundo, se convierte en una oportunidad para abrir la puerta a la imaginación y lo extraño. Así muchos artistas contemporáneos japoneses presentan un mundo personal lleno de visiones extrañas, casi poéticas, y se cuestionan la frontera entre visión y percepción, creando un mundo onírico y delicado.
Muchas obras de artistas contemporáneos se inscriben en esta esfera, destacando su lado subversivo y falsamente inocente: las muchachas en kimono de grandes ojos y gráciles cuerpos evocan tanto las estampas tradicionales japoneses como las chicas emancipadas que pululan por las calles de Tokio. En algún caso es un mundo onírico y sorprendente con colores ácidos generados por ordenador: un universo que se mueve a menudo entre la pesadilla y la angustia, y sus personajes dudan entre la magia y la violencia de la realidad. En otros casos la peculiaridad radica en la originalidad y el poder de sus imágenes de la cultura popular japonesa, las cuales se mueven en un terreno intermedio que va de lo más tradicional a lo más innovador.
Teniendo como punto de partida el arte Nihonga, un estilo pictórico en el que prima el uso de técnicas y materiales tradicionales japoneses nacido a finales del siglo XIX como reacción a la fuerte influencia de occidente en el país del sol naciente, muchos artistas llegan hasta realizar las figuras de colores planos provenientes del mundo del Manga (cómic, papel) y del Anime (dibujos animados), que tanto obsesionan a la sociedad japonesa.

TAKASHI MURAKAMI (Tokio, 1962)
Takashi Murakami ha decorado -metafóricamente- enormes cantidades de historias y experiencias, demostrando saber combinar de manera original la creatividad occidental y la tradición japonesa, plasmando en toda su producción artística el pasado con la cultura del presente. El universo fantástico de sus trabajos evoca a la condición mental de la sociedad japonesa, que ha superado inconscientemente el trauma bélico, desarrollando un lado infantil consumístico y oscuro, que recuerda al Pop de Warhol, aunque se aleje de la matriz densamente espiritual que caracteriza la poética de este autor. Sus esculturas y cuadros bien representan a una espiritualidad fantacientífica y metafórica que pertenece a nuestro presente en el que el mal se esconde de forma sutil en la melancolía de sus personajes.

Nacido en Tokio en 1962, se licencia en Nihonga, pintura japonesa tradicional, en la Tokio National University of Finte Art and Music, en Japón. En 1990, todavía estudiante, abandona el estilo japonés tradicional y empieza la experimentación en otros ámbitos, sin olvidar la tradición de la pintura japonesa. Su poética se centra en torno al concepto de Superflat (superplano), término utilizado para describir a la falta de profundidad prospectiva de la obra de Katsushika Hokusai y más en general de la representación del espacio en la pintura oriental. Su arte se caracteriza por su empleo del color, incorporación de adornos de la cultura japonesa tradicional y popular, superficies planas/brillantes y un contenido que podría ser descrito como "lindo", "psicodélico" o "satírico". Entre sus adornos más famosos están flores riendo, setas, cráneos, iconografía budista, y los complejos sexuales de la cultura otaku.

TAKASHI MURAKAMI. And then Black (2006)
TAKASHI MURAKAMI. And then Ichimatsu Pattern (2006)
TAKASHI MURAKAMI. And then (2006)
A partir de 1993 Murakami empieza a realizar esculturas inspiradas en la cultura popular japonesa. El universo de los cómics en el mundo preferente del artista que reelabora en sus cuadros y en sus esculturas imágenes de Manga y Anime. Personajes de la fisionomía híbrida entre alienos y dibujos animados, colores y formas nacidos de un mundo completamente inventado. En los años 90 se crea la Hiropon Factory del ejemplo de la célebre “factoría” de Andy Warhol, y será el centro de investigación y experimentación del artista, donde él realizará sus obras y que será además un observatorio y laboratorio para jóvenes del arte contemporáneo japonés. En los últimos años el trabajo de Murakami se ha mezclado con diferentes ámbitos del arte, particularmente significativas las colaboraciones con el estilista Issey Miyake, la casa de automóviles Nissan, y la marca Louis Vuitton.
Murakami ha expuesto su obra en diferentes galerías y museos japoneses y en muchas exposiciones y manifestaciones internacionales entre las que se encuentran la Bienal de Venecia (de 1995 a 2003), el Museum of Modern Art de San Francisco (1999), el PS1 de New York (2000), el Palais de Tokio en París (2005). Ha expuesto además en exposiciones monográficas personales en el Walker Art Center de Minneapolis (2001), en la Fundación Cartier de París (2002), en el Museum of Contemporany Art de Tokio (2001), en el Museum of Fine Arts de Boston (2001), en el MOCA (2007) o en el Museo Guggenheim de Bilbao (2009).

TAKASHI MURAKAMI. Daruma (2008)
TAKASHI MURAKAMI. Flower (Superflat) (2004)
TAKASHI MURAKAMI. Flower Ball (2007)
EL CONCEPTO DE “FACTORY”: KAIKAI KIKI
Warhol se hizo famoso por su uso de técnicas de serigrafía de modo que sus pinturas podían producirse a un ritmo sin precedentes y a manos de otra persona que no fuera el propio artista. Este enfoque provocador se materializó en lo que él denominó “The Factory”, un estudio de puertas abiertas y un avisero de creatividad, así como de decadencia.
Kaikai Kiki, la empresa que Murakami estableció en 2001 cuando comenzó a aumentar la demanda de sus obras, se parece mucho más a una fábrica de lo que nunca se asemejó el extraordinario estudio de Warhol, ya que da empleo en sus tres sedes (dos en las cercanías de Tokio y una en Nueva York) a más de cien personas, cada una con responsabilidades independientes en lo que respecta a la creación de obras de arte, animación y comercialización, posterior distribución, exhibición y promoción, así como en el apoyo a nuevos talentos artísticos. Su página en internet es muy similar a la de una empresa, con las diversas actividades comerciales descritas en claros términos económicos: “Kaikai Kiki es la primera empresa japonesa que mira al futuro para desarrollar y promover obras de arte contemporáneo modernas”.

TAKASHI MURAKAMI. Tan Tan Bo (2003)
Al igual que Warhol, Murakami siempre da comienzo a sus obras, al ocuparse de los primeros bocetos para después escanearlos y desarrollarlos mediante software. Sin embargo, el detalle minucioso y el laborioso proceso de pintar los trabajos y de realizar las esculturas se los confía a otros empleados de la empresa. Antes de que las obras salgan del estudio, siempre las firma Murakami en persona. La importancia de Warhol para Murakami reside en que, tanto en el nivel formal como en el moral, le mostró a Murakami un amplio abanico de posibilidades: “Warhol estableció las bases de un mundo artístico donde los artistas como Yoshitomo Nara y yo, armados con la cultura contemporánea japonesa, o incluso aquellos que están en el centro de ese mundo, como Jeff Koons y Damien Hirst, pueden libremente ascender, y subir y bajar sin restricciones la escala social. He denominado a esta característica única el “Superflat”, como eslogan de una teoría que espero suceda al Pop”.

TAKASHI MURAKAMI. Kaikai Kiki News 2
TAKASHI MURAKAMI. Red Rope (2001)
TAKASHI MURAKAMI. Reversed double Helix Mega Power (2006)
TAKASHI MURAKAMI. Kaikai with Moss (2004)
TAKASHI MURAKAMI. If I only could do this (2002)

SUPERFLAT: LA TEORÍA ARTÍSTICA
El Superflat (superplano) es el paraguas bajo el cual se pueden agrupar todas las actividades de Murakami. Esta idea artística recuerda la falta de profundidad emotiva de la sociedad japonesa contemporánea y reclama el “plano” como valor autóctono, derivado de la pintura japonesa tradicional, del mundo de los cómics y de los dibujos animados. Para comprender la teoría en profundidad es esencial asimilar la idea de Murakami de que en Japón la idea de cultura alta o Popular nunca existió de la misma manera que en Occidente. Con esto en mente, Murakami pone a prueba a su público occidental.
Sus esculturas en miniatura son un ejemplo claro. Estos grupos de obras recuerdan las figuras de acción fabricadas a raíz de los éxitos de taquilla de Hollywood, juguetes coleccionables que representan a todos los personajes clave de la película. La serie de películas de Star Wars sacó jugo a este campo con profundidad pasmosa, por lo que no puede sorprendernos que Murakami haya mencionado al director y productor de estas cintas, George Lucas, como una de sus más importantes influencias. La colección de miniaturas de Murakami, de las cuales ya lleva fabricadas varias series, son recopilaciones de sus principales personajes.
De modo que, si bien el proyecto de Murakami se denomina Superflat, se trata de una reflexión fascinante y ricamente multidimensional sobre las tensiones en los intercambios culturales entre Japón y Norteamérica. Como comenta el teórico Hiroki Azuma: “La cultura otaku es el resultado de la japonización de la cultura Pop norteamericana. Sin embargo, Murakami aquí tiene la intención de retrotraerla a sus orígenes, o sea, reamericanizar la cultura otaku, reamericanizar la cultura norteamericana japonizada. Superflat no es un sucesor auténtico del “Pop” sino su hijo ilegítimo y falso, mezclado e híbrido.

TAKASHI MURAKAMI. Hoyoyo (2007)
TAKASHI MURAKAMI. Jellyfish (2003)
TAKASHI MURAKAMI. Melting DOB e (2007)
TAKASHI MURAKAMI. Planet 66 (2007)
TAKASHI MURAKAMI. Posi Mushroom (2007)

MÚLTIPLES DE ESCULTURA
La colección de múltiples de Murakami, de las cuales ya lleva fabricada varias series, son recopilaciones de sus principales personajes. Los dos niños pequeños que le dieron a la empresa de Murakami, el ultra kawaii Kai Kai y Kiki -de tres ojos y dientes de perro- se erigen como una de las flores sonrientes de la marca comercial Murakami. Hyakume (“cien ojos”), oval y basado en parte en un personaje manga, pero que también recuerda a Buda, pertenece a los hongos estilizados de Murakami. Y, al igual que en las serigrafías, Mr. Dob aparece en una variedad de aspectos, desde angelical a demoniaco.
Además, existen también recreaciones de miniaturas de dos de las primeras esculturas de Murakami, Miss Ko2 e Hiropon. Esta última es una controvertida escultura que Murakami realizó en 1997 donde representa a una mujer desnuda, con los estereotípicos ojos enormes y la sonrisa de personaje manga que lanza por sus pechos un torrente de leche que corre detrás de ella para formar una soga pasa saltar. Muy inteligentemente Murakami ha llamado a estas colecciones de figuras “Museos”, presentándola en diferentes exposiciones en los principales museos internacionales. Admiradores de todo el mundo colecciona de forma fanática las figuras de acción y con especial voracidad en Japón.
YOSHITOMO NARA. Little Wanderer (2010)
YOSHITOMO NARA. My sweet dog y Gummy Girl (2010)
YOSHITOMO NARA. Pup Cup (2010)
TAKASHI MURAKAMI.Superflat Museum (2003)
TAKASHI MURAKAMI.Superflat Museum (2003)
TAKASHI MURAKAMI.Superflat Museum (2004)

AYA TAKANO (Saitama, 1976)
Es protegida de Murakami y una de las artistas más brillantes de esa Factory del siglo XXI que es Kaikai Kiki. Las muchachas en kimono de grandes ojos y gráciles cuerpos evocan tanto las estampas japonesas como las chicas emancipadas que pululan por las calles de Tokio.
“Escenas orgiásticas con adolescentes medio desnudas que devoran tentáculos de pulpos o jabalíes bajo la luz festiva de los farolillos; visiones nocturnas de un Tokio bañado por una iluminación que le confiere un aspecto onírico; escenas de intimidad erótica entre dos muchachas en kimono, con las mejillas sonrojadas por una primera emoción amorosa: Aya Takano crea un mundo, que es el suyo, donde confluyen los aspectos más contradictorios y fascinantes del Japón contemporáneo”.

AYA TAKANO. Convenience Store (2006)
AYA TAKANO. Toward Eternity (2006)

MR. (MASAKATSU IWAMOTO) (Cupa, 1969)
Es un artista que forma parte de la Factory Kaikai Kiki de Takashi Murakami. Su nombre proviene de una estrella del béisbol también con el alias míster. Es un artista profundamente influenciado por la cultura otaku nipona, con personajes cute dentro de los típicos contextos de la industria del Manga. Su trabajo incluye desde dibujos a esculturas a gran escala.
En sus trabajos retrata bonitos personajes de dibujos animados en un contexto sexual, donde Mr. abarca la fascinación para la “lolita”, las jóvenes que encontramos frecuentemente con la industria del cómic japonés. Se trata por n lado de una denuncia y por otro de una exploración sobre esta cultura.
MR. It´s still a young team (2008)
MR. Starting over (2008)

CHIHO AOSHIMA (Tokio, 1974)
Imagina un mundo onírico y sorprendente en sus dibujos de colores ácidos generados por ordenador. Su universo se mueve a menudo entre la pesadilla y la angustia, y sus personajes dudan entre la magia y la violencia de la realidad.
Su obra está incluida dentro del movimiento Superflat, y se caracteriza por estar realidad con medios digitales y a menudo impresa en grandes superficies, que cubren del suelo al techo los espacios donde expone. Mezcla en ella el terror y la seducción, lo kawaii con la violencia explícita pero delicada, las ciudades con los elementos de la estética japonesa tradicional, los paisajes de colores oníricos con fantasmas y demonios de pesadilla.

CHIHO AOSHIMA. Fountain of Skull (2008)
CHIHO AOSHIMA. Japanese Apricot 3 (2008)
CHIHO AOSHIMA. Yuyake-chan Miss Sunset (2006)

CHINATSU BAN(Aichi Prefecture, 1973)
Comenzó haciendo arte en 1997, desarrollando una estética muy singular, haciendo pinturas acrílicas y dibujos de elefantes que flotan sobre el fondo blanco de papel arroz o frente a una serie de líneas de color pastel. La primera escultura formal de Ban nos recuerda a estas pinturas y dibujos de coloridos elefantes con grandes ojos, redondeados cuerpos, trompas pequeñas y sin boca. Sus elefantes tienen una relación talismánica con su propia infancia. Esto nos remite a una pequeña figurilla que una vez compró, el cual se convirtió en amuleto y símbolo de paz y protección.
La lindura es una obsesión para Ban y su obra está cargada con un palpante tinte psicológico. La palabra japonesa para lindo o cute es “kawaii”. Más que un simple adjetivo, la palabra ha tomado una tremenda resonancia cultural en la década reciente.

CHINATSU BAN. Sozo pregnant, Sozo giving birth (2007)
CHINATSU BAN. The Elephant, The Twins & The Cell Division (2009)
CHINATSU BAN. When I was born, I found myself in the water (2009)

AKANE KOIDE (Tokio, 1991)
En 2006 Akane Koide fue descubierta en GEISAI (es una feria de arte creada en el año 2002 por Murakami) por Kaikai Kiki con tan solo 15 años. Las temáticas de sus trabajos como “Wrist list” (Raja de muñeca) o “The distance between me and my cell pone” (La distancia que mantengo con mi móvil) o hablan de los juicios y de los problemas de los jóvenes estudiantes de instituto expresadas por una joven estudiante de instituto, la misma Koide.
AKANE KOIDE. This migh be what the world is like (2007)
AKANE KOIDE. Wrist list (2007)

MAHOMI KUNIKATA (Kanagawa, 1979)
Fuertemente influenciado por la cultura otaku, y en particular modo por el Manga sexualmente explícito, el trabajo de Kunikata adopta las convenciones del género para explorar y comunicar los problemas de abandono, el masoquismo y la depresión. El resultado es una obra cruda, potente e innovadora.
Fue introducida en el mundo del arte contemporáneo gracias a Kaikai Kiki, factoría artística de Murakami, y en los eventos de GEISAI. Su obra ha sido presentada también en varias exposiciones colectivas a nivel internacional, incluyendo Little Boy en la Sociedad Japonesa en Nueva York y J´en Rêve en la Fondation Cartier pour l´art Contemporain de París

MAHOMI KUNIKATA. Sounds of body and mind freezing (2006)
MAHOMI KUNIKATA. The stones of UFO shrine (2006)


Quería comentaros otra cosa que nada tiene que ver con la exposición:
Entre los días 10 y 13 de noviembre se va a celebrar Centro Cultural Delibes Miguel de Valladolid la X edición de la Bienal AR&PA, con múltiples actividades en torno al lema “Sociedad y Patrimonio”.
Éste es un año muy especial para la Bienal de la Restauración y Gestión del Patrimonio, AR&PA, pues en él abordará su décima cita como marco de encuentro y foro de debate de profesionales, empresas e instituciones dedicadas a la conservación, restauración y gestión del Patrimonio Cultural. Diez ediciones que aportan la madurez necesaria para erigirse en cónclave de referencia del sector patrimonial en Europa, tal como sanciona el apoyo de la UNESCO y la Comisión Europea.
Entre los días 10 y 13 de noviembre de 2016 las puertas y ventanas del Patrimonio Cultural se volverán a abrir a los profesionales, especialistas, custodios y amantes de nuestro acervo cultural, de nuevo acogidos por el magnífico edificio del Centro Cultural Miguel Delibes de Valladolid. El tema que abriga la Bienal es “Sociedad y Patrimonio”, indisoluble binomio consolidado como eje conceptual en la pasada edición de 2014.

Así, los primeros acordes de la Bienal AR&PA 2016 sonaron de la mano del Director General de Patrimonio Cultural de la Junta de Castilla y León en el marco del Seminario Internacional celebrado durante la tercera Feira: Patrimonio.pt, reunión hermana que se desarrolló en el Monasterio de Santa Clara-a-Velha de Coimbra, entre el 9 y el 11 de octubre pasado.
Seis siguen siendo los pilares sobre los que asienta la estructura de la Bienal. En primer lugar la propia Feria, que traduce la implicación con el Patrimonio Cultural en los apartados de Empleo, Instituciones, Negocio y Museos. La completan el Forum, Innovación, el Congreso Internacional, y el reconocimiento que suponen los Premios. Y, por supuesto, AR&PA en Sociedad, con la traducción para los más pequeños “en Familia”, la eliminación de barreras como ejemplo “para Todos”, la voz de las entidades locales y del asociacionismo en “Iniciativas”, y el traslado al territorio que supone “Abierto por AR&PA”. En la presente edición pondremos el acento en acercar las inquietudes a los saberes y soluciones, fomentando un contacto aún más personal si cabe entre profesionales, instituciones y gestores.
El último día, entre 11:00-12:30 h, se celebrará un encuentro de blogueros titulado “P@trimonio en Red”, en el que he tenido la fortuna de ser invitado. Os ánimo a asistir pues compartiré espacio junto a algunos de los grandes de la blogosfera patrimonial: José Luis Hoyas Díez, Stella Maldonado, Mónica Castro de Lera, Libe Fdez Torróntegui, Oliva Cachafeiro, Sira Gadea, Ana Manzano Peral, Enrique Garcés, J. M. Travieso, Luis José Cuadrado Gutiérrez, Jesus Anta Roca, Diego Sobrino López, Consuelo Escribano…


UN SIGLO DE ARTE ESPAÑOL A TRAVÉS DEL MUSEO DE ARTE CONTEMPORÁNEO ESPAÑOL PATIO HERRERIANO

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Hoy tengo pensado hacer algo diferente, por cuanto es un tema general que lo voy a encajar en el ámbito vallisoletano. Me explico, leyendo un libro sobre José Guerrero para informarme lo más posible sobre la magna exposición que se realizósobreél en el Patio Herreriano vi una impresionante y amena introducción que explicaba brevemente el arte español del siglo XX. Este texto realizado por Juan Manuel Bonet, y que lleva por título Un siglo de arte español dentro y fuera de España, me dio la idea de adaptarlo mínimamente para el blog e ilustrarlo con fotografías de las obras de los artistas citados, pero con la particularidad de que son piezas que se conservan en el Museo Patio Herreriano de Valladolid. De esta forma “arrimamos el ascua a nuestra sardina” hablando de un tema vallisoletano, y además comprobamos la importancia que posee este museo que en ocasiones pasa tan desapercibido, incluso entre los vallisoletanos, algo bastante penoso y que nos debe hacer reflexionar.

Espero que os guste este apasionante paseo por el arte español del siglo XX de la mano del prestigioso poeta y crítico de arte Juan Manuel Bonet, uno de los máximos expertos en este campo. Recalco: Arte Español, que no Arte en España puesto que los mayores logros y gran cantidad de estos artistas se mantuvieron fuera del país: ya fuera porque en París primero y luego en Nueva York, es donde se encontraban las focos donde se cocían las grandes novedades, ya porque durante cuarenta años no pisaron el país algunos de los más grandes artistas españoles de aquel momento. Sí, estamos hablando de esa dictadura que durante buena parte de su recorrido miró al pasado y al academicismo para establecer su “arte oficial”. Véase, por ejemplo, en arquitectura la influencia decisiva que tuvo la practicada durante el gobierno de los Austrias.
Comenzamos:
Un balance de lo que ha sido el arte moderno español debe empezar por una afirmación rotunda: la vanguardia española tuvo durante bastante tiempo su epicentro en París. En efecto, de 1900 en adelante, y tras los pasos de Pablo Picasso, en aquella ciudad que entonces se consolidaba como capital mundial del arte, se afincaron entre otros, Juan Gris, Julio González, Pablo Gargallo, María Blanchard, Daniel Vázquez Díaz, Manolo Hugué “Manolo”, Mateo Hernández, etc… La simple nómina precedente nos permite calibrar la importancia de la contribución española a la primera modernidad internacional. El cubismo tuvo un marcado acento español. Si en pintura, con Las señoritas de Avignon (1907) Picasso abre el siglo que en buena medida va a llevar su nombre, y si Juan Gris, cuya producción de madurez ocupa el periodo 1910-1927, puede ser considerado como el cubista más puro, en escultura González y Gargallo son los maestros del hierro forjado y los que abren nuevos caminos.

JULIO GONZÁLEZ. Les amoureux II (1932-1933)
JULIO GONZÁLEZ. Personnage lourd (1940-1941)
PABLO GARGALLO. Hommage à Chagall (1933)
MANOLO HUGUÉ. Dos mujeres (1924)
MANOLO HUGUÉ. Dans l´étable
El arte español del interior discurrió por cauces más moderados, en los que triunfaban artistas más convencionales: postimpresionistas y simbolistas, formados durante el siglo XIX, como el luminista Joaquín Sorolla, Ignacio Zuloaga o Santiago Rusiñol, que habían alcanzado por lo demás un gran reconocimiento internacional. El relevo lo representaban pintores más jóvenes como los muy literarios Julio Romero de Torres y Gustavo de Maeztu. Más secreto sería el destino del purísimo Darío de Regoyos, de Juan de Echevarría o de Francisco Iturrino. Barcelona asistió a la consolidación del noucentisme, movimiento apadrinado por el escritor y filósofo Eugenio d´Ors, que proponía un ideal clasicista y mediterraneísta, una modernidad atemperada, y cuyos principales representantes fueron Joaquim Sunyer, Xavier Nogués y el primer Joaquín Torres García en pintura, y Enric Casanovas y Josep Clará en escultura. En Madrid se consolidaban por aquel entonces, en pintura, el genial y sombrío solitario que fue José Gutiérrez Solana, cantor de La España negra, y el sutil y cristalino Cristóbal Ruiz, y escultores como Julio Antonio –con sus Bustos de la raza– o Victorio Macho.

JOAQUÍN TORRES-GARCÍA. Barrio de París (1928)
JOAQUÍN TORRES-GARCÍA. Constucción en planos superpuestos (1932)
JOAQUÍN TORRES-GARCÍA. Popa negra (1924)
La primera guerra mundial empujó a España a algunos de los protagonistas de la vanguardia de París, como Robert y Sonia Delaunay, Francis Picabia, Albert Gleizes, Marie Laurencin, el mexicano Diego Rivera, Jacques Lipchitz… En el Madrid de 1915 Ramón Gómez de la Serna apadrinó a los “Pintores íntegros”, con María Blanchard y Rivera a la cabeza. En Barcelona, los uruguayos Joaquín Torres García y Rafael Barradas practicaron, durante la segunda mitad de los años diez, el “vibracionismo”. Josep Dalmau, un marchand ejemplar, que ya en 1912 había organizado una colectiva cubista, fue el principal receptor de todas aquellas novedades, y también el organizador, en 1918, de la primera individual de un desconocido llamado Joan Miró. A partir de aquel año, Madrid, Sevilla, Palma de Mallorca y otras ciudades españolas vieron nacer y desarrollarse el ultraísmo, movimiento principalmente poético, más que tuvo consecuencias plásticas, y dentro del cual el ubicuo Barradas representó un papel central, junto a otros extranjeros, como la argentina Norah Borges o el polaco Wladyslaw Jahl. Fue grande, por aquella época, el impacto de los Ballets Russes.
RAFAEL BARRADAS. Calle de Barcelona (1918)
JOAN MIRÓ. Sin título (1930)
La década de los veinte vería consolidarse un nuevo núcleo de españoles en París. Fijarían allá su residencia, por siempre, Francisco Bores, Hernando Viñes, Joaquín Peinado, Jacinto Salvadó, Pedro Flores o Luis Fernández. Más limitada en el tiempo sería la presencia de Benjamín Palencia, Pancho Cossío, Manuel Ángeles Ortiz, José María Ucelay, Pere Pruna, Ramón Gaya o Alfonso Olivares. Cabe recordar de un modo especial a Bores, partidario de la “pintura fruta”, y a Luis Fernández, que tras practicar el constructivismo y el surrealismo, se afianzaría en una figuración austera. Nuestras provincias conocieron por aquel entonces una profunda modernización. Por doquier surgieron revistas, cineclubs, sociedades culturales, impulsadas por gentes que tenían una visión al día de la cultura, leían ciertas revistas, sabían quiénes eran Picasso, Freud, Marinetti, Joyce, Breton, Strawinsky, Le Corbusier, Einstein…

FRANCISCO BORES. Composition bleue (1944)
FRANCISCO BORES. Deux enfants (Dos niños) (1936)
FRANCISCO BORES. Femme au singe (1934)
FRANCISCO BORES. Manzanas (1927)
HERNANDO VIÑES. Desnudo de mujer (1927)
HERNANDO VIÑES. Paimpol (1973)
HERNANDO VIÑES. Retrato de Jean Cocteau (1930)
HERNANDO VIÑES. Sin título (1928)
JOAQUÍN PEINADO. Couple de danseurs (1926-1928)
LUIS FERNÁNDEZ. Marine au lever du jour (h. 1970)
LUIS FERNÁNDEZ. Sin título (1944)
LUIS FERNÁNDEZ. Sin título (1956)
LUIS FERNÁNDEZ. Tête (1944)
ALFONSO DE OLIVARES. Columna dórica (1932)
PANCHO COSSÍO. Poissons dans un filet (1928)
PANCHO COSSÍO. Deux batteaux (Dos barcos) (1938)
ALFONSO DE OLIVARES. Composición (1927)
ALFONSO DE OLIVARES. Composición cubista (1927)
ALFONSO DE OLIVARES. Paisaje (1928)
ALFONSO DE OLIVARES. Paisaje de Toledo (1927)
MANUEL ÁNGELES ORTIZ. Albaicín (1958)
MANUEL ÁNGELES ORTIZ. Composición cubista (1936)
El impacto del surrealismo no puede limitarse a los nombres por lo demás centrales de Joan Miró, Salvador Dalí, Luis Buñuel y Óscar Domínguez, surrealistas “con carnet”, y afincados en París. Alrededor de 1930, gran número de poetas y no pocos pintores y escultores españoles “surrealizaron”. Surgieron partidarios de esa tendencia, en Barcelona, en Lérida –donde brillan las construcciones poéticas de Leandre Cristòfol–, en Zaragoza, en Tenerife… En Madrid, trabajaron en esa clave José Moreno Villa o José Caballero, próximos ambos a García Lorca –del que el segundo ilustró Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías–, mientras Alberto Sánchez “Alberto”, Benjamín Palencia, Maruja Mallo, Luis Castellanos, Antonio Rodríguez de Luna o Juan Manuel Díaz Caneja profundizaban, en clave entre surrealista y abstracto, en una nueva mirada sobre el paisajes castellano, mirada que cristalizó en torno a la vecina localidad de Vallecas. De entonces data también la definitiva consolidación de la obra del escultor Ángel Ferrant, expositor en la colectiva de objetos surrealistas que se celebró en 1936 en la Galerie Charles Ratton de París. El “realismo mágico”, inspirado en Franz Roh, fue el dominio de Alfonso Ponce de León –autor de un cuadro portentoso, Accidente (1936)–, José Jorge Oramas y otros. Tampoco faltaron las propuestas inscritas en el horizonte del realismo social, pues aquellos fueron años de radicalización política y social. ADLAN, los amigos del arte nuevo, activos en Barcelona, Madrid y Tenerife, defendieron el surrealismo, la nueva poesía y la arquitectura racionalista del GATEPAC.

ÓSCAR DOMÍNGUEZ. Naturaleza muerta con revólver (1947)
ÓSCAR DOMÍNGUEZ. Composición surrealista (1938)
SALVADOR DALÍ. Estudio para construcción blanda con judías hervidas (premonición de la Guerra Civil)
ÓSCAR DOMÍNGUEZ. Sin título (1938)
JOSÉ MORENO VILLA. Bodegón cubista con guitarra (1925)
LEANDRE CRISTÓFOL. Temática convergente (1933)
JOSÉ MORENO VILLA. Composición con ajedrez (1925)
JOSÉ MORENO VILLA. Bodegón cubista con guitarra (1925)
JOSÉ CABALLERO. Ciudad Universitaria (1939)
JOSÉ MORENO VILLA. Piedras ambulantes (1930)
MARUJA MALLO. Máscaras (1942)
MARUJA MALLO. Máscaras (1942)
JOSÉ CABALLERO. Una fecha determinada (1954-1967)
ALBERTO SÁNCHEZ. Cazador de raíces (1960-1962)
ALBERTO SÁNCHEZ. Monumento a la Paz (1960-1962)
BENJAMÍN PALENCIA. Bailarines (1932)
BENJAMÍN PALENCIA. Composición de dos figuras en azules (1934)
BENJAMÍN PALENCIA. Vallecas (1930)
MARUJA MALLO. Oro (retrato bidimensional) (1951)
MARUJA MALLO. Retrato de mujer negra (1951)
MARUJA MALLO. Sapo y excrementos (1932)
Si tanto Dalí como Domínguez realizaron el grueso de su obra de aquel entonces en París, Miró en cambio pronto iba a abandonar la capital francesa para reencontrarse con su Cataluña natal. Frente al método “paranoico-crítico” de Dalí se alza, en un territorio próximo a la abstracción, el arte energético de Miró.
La guerra civil marca un antes y un después. La República en guerra encuentra su máxima expresión artística en su excepcional pabellón para la Exposición de París de 1937, construido por Sert y Lacasa a iniciativa del grafista comunista Josep Renau, entonces director general de Bellas Artes. Junto al Guernica de Picasso, figuraron El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, de Alberto, la Monserrat gritando, de Julio González; el Campesino catalán con una hoz, de Miró; y la Fuente de mercurio de Almadén de Alexander Calder…

ÁNGEL FERRANT. Maternidad (1949)
ÁNGEL FERRANT. Figura 18 (1957)
ÁNGEL FERRANT. Cabeza de mujer (1940)
ÁNGEL FERRANT. La escolar (1925)
ÁNGEL FERRANT. La mecanógrafa y el ventilador (1939)
ÁNGEL FERRANT. Mujer de circo (1933)
ÁNGEL FERRANT. Cabeza de mujer (1940)
ÁNGEL FERRANT. Mujer de Vallecas (1939)
El exilio fue el destino de no pocos artistas de vanguardia que habían luchado en las filas republicanas. Francia, ya poblada, como hemos podido comprobarlo, por una nutrida colonia artística española que se confirmó mayoritariamente en su opción de permanecer allá, acogió a Antoni Clavé, a Baltasar Lobo, a Orlando Pelayo. Argentina, a Maruja Mallo, al jondo Manuel Ángeles Ortiz, a Luis Soane. México a Arturo Souto, al sutil y profundo Ramón Gaya, a Antonio Rodríguez Luna, a la surrealista Remedios Varo. Santo Domingo, a Eugenio Fernández Granell, que pronto se adscribiría al surrealismo. La URSS, a Alberto.

EUGENIO FERNÁNDEZ GRANELL. El placer del baño (1943)
EUGENIO FERNÁNDEZ GRANELL. Retrato póstumo de Baltasar Gracián (1954)
En España de la inmediata posguerra, en aquella España de la represión, de las cartillas de racionamiento y del estraperlo, el arte moderno sobrevivió en condiciones difíciles. Ocupaban mucho espacio los partidarios del arte pompier. Representó entonces un papel renovador Eugenio d´Ors, intelectual del régimen, pero cuya Academia Breve y cuyos Salones de los Once se constituyeron, por contraste con el academicismo imperante, en un espacio donde encontraron acogida algunos nombres de la preguerra, los paisajistas emergentes y algunos de los partidarios del resurgir de las vanguardias. El pintor orsiano por excelencia de aquel período fue Rafael Zabaleta, cantor del mundo rural andaluz. Se consolidó entonces una Escuela de Madrid: Álvaro Delgado, Francisco San José, Gregorio del Olmo, Agustín Redondela, Eduardo Vicente, Cirilo Martínez Novillo y Luis García Ochoa, entre otros. El paisaje fue la obsesión del esencial Díaz Caneja.
De finales de los años cuarenta en adelante, resurge la vanguardia. Los poetas “postistas” madrileños fueron los primeros en retomar aquel hilo. En 1948 fueron fundadas la revista Dau al Set en Barcelona y la Escuela de Altamira en Santillana del Mar, que retomaba algunos de los debates de la preguerra, mientras el grupo Pórtico de Zaragoza, con Fermín Aguayo, Eloy Laguardia y Santiago Lagunas, se decantaba por la abstracción. Dau al Set –Antoni Tàpies, Modest Cuixart, Joan Ponç y Joan Josep Thárrats, los poetas Joan Brossa y Juan Eduardo Cirlot, el crítico Arnau Puig –reanudaba con el espíritu moderno, contando mucho, en ese sentido, el ejemplo de Miró –al que visitaron con emoción–, el poeta Foix y Joan Prats, el impulsor de ADLAN. En 1951, la muy oficial Primera Bienal Hispanoamericana de Madrid, inaugurada por el propio Franco y contra la cual los exiliados montaron muestras alternativas en París y México, incluyó en su seno a la vanguardia.

MODEST CUIXART. Linneus escriba (1948)
MODEST CUIXART. Maascro (1949)
JOAN PONÇ. Composició (1947)
JOAN PONÇ. Sin título (1950)
JOAN BROSSA. Barret-A (1988)
JOAN BROSSA. La memoria del temps (1986)
SANTIAGO LAGUNAS. Juego de niños (1950)
Entre 1953 y 1955, Tàpies transitó en solitario de magicismo común a los miembros de Dau al Set, a una muy personal versión del informalismo. Otros catalanes –pintores como Cuixart, Thárrats, Josep Guinovart, Joan Hernández Pijuan o Albert Ráfols-Casamada, escultores como Moisés Villèlia, maestro en el arte de trabajar el bambú– se fueron convirtiendo también a la abstracción.

JOSEP GUINOVART. Collage (1962)
ALBERT RÁFOLS-CASAMADA. Fiesta veneciana (1986)
ALBERT RÀFOLS-CASAMADA. Homenatge a Schoenberg (1962)
JOAN HERNÁNDEZ PIJUÁN. Pintura 167-60 (1960)
En 1957, Manolo Millares y Antonio Saura, ambos con un pasado surrealizante a sus espaldas, reunían a una serie de artistas residentes en Madrid para fundar El Paso, activo hasta 1960 y el más importante de los grupos informalistas. Millares con sus arpilleras y sus homúnculas y, al final de su vida, con sus Neanderthalios y sus Antropofaunas, y Saura, con sus Damas fulgurantes, con sus Cristos a partir del de Velázquez, más tarde con sus Perros de Goya, encarnaron la “veta brava”. Luis Feito moraba en una “tierra de nadie”, por decirlo con palabras de Millares. Rafael Canogar evolucionó desde un gestualismo por momentos épico, de lo más action painting, hacia una nueva figuración deudora del pop. El ex surrealista Manuel Viola siguió siempre fiel a las propuestas “jondas” que cuajaron en la época de La saeta (1958). Manuel Rivera, que descubrió las posibilidades de la tela metálica, fue el más lírico de los artistas de El Paso y un sutil colorista. Los escultores de El Paso fueron Pablo Serrano y Martín Chirino, inscrito en la tradición del hierro, de la forja.

MANUEL MILLARES. Aborigen nº 1 (1951)
MANUEL MILLARES. Collage (1954)
MANUEL MILLARES. Cuadro 122 (1962)
MANUEL MILLARES. Cuadro nº 48 (1957)
MANUEL MILLARES. Sin título (Composición con cabra) (1954)
ANTONIO SAURA. Sagrario (1960)
LUIS FEITO. Sin título I (1957)
MANUEL RIVERA. Homenaje a Vivaldi (1958)
PABLO SERRANO. Composición (1957)
MARTÍN CHIRINO. Paisaje (1978)
En la misma época que El Paso, y también en Madrid, encontraron sus respectivos espacios solitarios pintores como Manuel Hernández Mompó, aéreo y atento siempre al aire de la calle; Lucio Muñoz, que eligió la madera como “su” material; o José Caballero, despojado ya del surrealismo que todavía tensaba La infancia de María Fernanda (1948-1949). En San Sebastián estaba Gonzalo Chillida, habitante de una región de nieblas. En París, Pablo Palazuelo y Eusebio Sempere, el segundo de los cuales, tras crear sus Cajas de luz, contribución española al arte cinético, conciliaría lo aprendido allá, con una mirada cristalina al paisaje de Castilla. Lo constructivo y la reflexión sobre la “interactividad del espacio plástico” fueron las señas de identidad del Equipo 57.

PABLO PALAZUELO. Solitudes IV (1955)
PABLO PALAZUELO. Sur noir (1948)
EUSEBIO SEMPERE. Sin título (1960)
EQUIPO 57. CO-57 (1957)
EQUIPO 57. C0-1960 (1960)
EQUIPO 57. PA-nº6 (1959)
EQUIPO 57. Sin título (1960)
En la escena vasca brillaron los escultores, destacando Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Oteiza, activo ya en los años de la República, pasó largos años en Latinoamérica. Durante los años cincuenta construyó Cajas metafísicas–las hay en homenaje a Velázquez, Mallarmé y Malévich– que constituyen un eslabón entre el constructivismo clásico y el minimal. Chillida, formado en el París de finales de los años cuarenta, creó a comienzos de la década siguiente, tras su vuelta al país natal, una serie de hierros lineales y muy puros, en los que concilia rigor y emoción.

JORGE OTEIZA. Homenaje a Malevitch (1937)
EDUARDO CHILLIDA. Torso (1948)
Los envíos a las bienales de Venecia, Sao Paulo y Alejandría, coordinados por Luis González Robles desde la Dirección General de Relaciones Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores, que apostaba por una imagen moderna, encontraron un enorme eco, y desembocaron en la obtención de varios premios. Como consecuencia de ello, y también desde la infraestructura ministerial de Exteriores, se produjeron muestras en Europa y América, que culminaron en las de 1960 en el MOMA y en el Guggenheim de Nueva York. El Museo de Arte Contemporáneo madrileño se renovó bajo el mandato del arquitecto José Luis Fernández del Amo.
Durante los primeros años sesenta empezó a gestarse otro museo, el de Arte Abstracto Español de Cuenca, que abriría sus puertas en 1966. Plataforma fundamental para aquella generación, esta institución privada fundada por Fernando Zóbel, con la ayuda de Gerardo Rueda y de Gustavo Torner, ubicada en las Casas Colgadas, sirvió también para dar a conocer el muy interesante trabajo de estos tres pintores, más lírico y paisajístico el de Zóbel y más constructivo y a la vez irónico el de los otros dos. Juan Antonio Aguirre fue el primero en hablar, a finales de aquella década y frente a la negrura de El Paso, de una “estética de Cuenca”: poética, lírica, culta y, en ocasiones, hay que insistir sobre ello, irónica. Son fundamentales, en el caso de Torner la serie de collagessurrealizantes y borgianos Vesalio, el cielo, las geometrías y el mar, de 1965, y los homenajes a creadores del pasado; en el de Rueda, los monocromos especialistas y los cuadros con bastidores.

GERARDO RUEDA. Composición (paisaje) II (1957)
En Cuenca rehabilitaron casas antiguas, con esa sensibilidad “muy antigua y muy moderna” que preside el museo, no sólo los tres fundadores del mismo, sino también Saura, Millares, Sempere, José Guerrero… Nacido en Granada en 1914, Guerrero saltó en 1949 a Nueva York, donde trabajó codo con codo con los action painters. El otro “español en Nueva York”, Esteban Vicente, tardó décadas en ser visto aquí.
El arte español de los años sesenta es muy rico y variado. Entonces se asistió, como en otros países de Europa, a un retorno generalizado a la figuración. Pintores como Antonio López García o Carmen Laffón y escultores como Julio López Hernández se apoyaron en la tradición naturalista. La influencia del pop se dejó sentir en el Canogar de aquellos años, pero también en Eduardo Arroyo, en el Equipo Crónica, en el Equipo Realidad, en Juan Genovés, partidarios de un arte crítico, de oposición antifranquista. Otras vías figurativas las exploraron al ascético Cristino de Vera, Xavier Valls, Juan Barjola, Fernando Sáez, José Hernández, Alfonso Fraile, Francisco Peinado, Ángel Orcajo, Luis Gordillo, Darío Villalba o Juan Giralt. Especial fuerza han tenido Gordillo y Arroyo, el primero con su figuración compleja, el segundo con sus inteligentes visitas al arte y la cultura del pasado español y europeo. Los sesenta fueron también años de experimentos conceptuales, destacando los del argentino Alberto Greco y los del grupo ZAJ, y las propuestas radicales y politizadas de Antoni Muntadas o Alberto Corazón.

ANTONIO, FRANCISCO Y JULIO LÓPEZ HERNÁNDEZ. Los reyes Juan Carlos I y Sofía (1999-2001)
EDUARDO ARROYO. Botones y costuras (1989)
JULIO LÓPEZ HERNÁNDEZ. El alcalde (1972-1989)
EQUIPO CRÓNICA. Paredón 7 (1976)
LUIS GORDILLO. Salta-ojos (conejitos) (1980)
LUIS GORDILLO. Sistema lábil (1975-1976)
LUIS GORDILLO. Tríplex (1974)
EQUIPO REALIDAD. Butaca con paisaje (1972)
El retorno de la democracia, iniciado en 1975, tras la proclamación de Juan Carlos I como Rey de España, trajo consigo nuevas realidades. En pintura fue clave la acción de los neofigurativos de Madrid: Carlos Alcolea, Carlos Franco, Rafael Pérez Mínguez y Guillermo Pérez Villalta. Zaragoza con José Manuel Broto, Barcelona con Xavier Grau, Valencia con Jordi Teixidor, y Sevilla con Gerardo Delgado, fueron ciudades donde se practicó la nueva abstracción. Luego vendrían las colectivas 1980y Madrid D.F., y se consolidarían las respectivas obras de Miguel Ángel Campano, Alfonso Albacete, Juan Navarro Baldeweg, Miquel Barceló, Ferrán García Sevilla, José María Sicilia, Juan Uslé, Adolfo Schlosser, Eva Lootz, Susana Solano, Pepe Espaliu, Francisco Leiro, Juan Muñoz, Cristina Iglesias o Jaume Plensa, entre otros… Broto, Campano, Barceló y Sicilia, volvieron a elegir París como lugar de residencia, un dato que nos habla de una cierta repetición cíclica de los acontecimientos. Otros en cambio preferirían Nueva York.
GUILLERMO PÉREZ-VILLALTA. La senectud de los gigantes (1986)
GUILLERMO PÉREZ-VILLALTA. Personaje matando a un dragón (1977)
CARLOS ALCOLEA. Borrachos 2 (1979-1980)
CARLOS ALCOLEA. El chivato (1991)
CARLOS FRANCO. El asalto de celos (1976)
CARLOS FRANCO. Santa Águeda y el nene (1973)
ALFONSO ALBACETE. Estancia (2008)
JUAN NAVARRO BALDEWEG. El fumador (1984)
JUAN NAVARRO BALDEWEG. La casa (1985)
XAVIER GRAU. Serie grandes traiciones V (1988)
MIQUEL BARCELÓ. Pintor damunt del quadre (1982)
ADOLFO SCHLOSSER. Sin título (1986)
EVA LOOTZ. Bucle abierto (1988)
EVA LOOTZ. Sin título (1975)
SUSANA SOLANO. Tri-ciclo-clinium (1986)
FRANCISCO LEIRO. Retrato de Antón Llamazares (1984)

BIBLIOGRAFÍA
  • GUERRERO, José: José Guerrero: El Cedar café, Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid, 2002.

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA PARROQUIAL DE VILLAVERDE DE MEDINA

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Uno de los primeros retablos en los que colaboró Gregorio Fernández fue el mayor de Villaverde de Medina, que es al que vamos a dedicar hoy el post. Esta iglesia posee numerosas joyas, entre las que podemos citar una Inmaculada de escuela granadina, las magníficas yeserías que cubren las paredes de la capilla mayor e, incluso, algunas esculturas dieciochescas que bien pudieron ser talladas por Luis Salvador Carmona. Pero, sin ningún género de dudas sobresale por encima de todo el maravilloso retablo mayor, obra de colaboración entre diferentes artistas, por encima de todos los cuales se encuentra el genio de Sarria.

El retablo mayor, que se adapta perfectamente a las formas del testero de la capilla mayor, fue construido por el célebre ensamblador vallisoletano Juan de Muniategui entre los años 1608-1612. Su traza es la que corresponde a esas fechas: clasicista derivada del retablo mayor del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (Madrid), como así lo indican la estricta división de los cuerpos, la utilización de los órdenes clásicos, la falta de ornamentación, la aparición de esferas y puntas de diamante, etc… De la parte escultórica se ocupó en gran parte Gregorio Fernández, aunque también se intuye la participación de otros maestros como Pedro de la Cuadra y Juan Imberto. Por su parte, fue Diego Valentín Díez el que llevó a cabo el dorado del retablo y el policromado de las imágenes entre 1613-1619. El pintor debería policromar el retablo con oro de 24 quilates, "de suerte que las piezas que de oro limpio quedaren, parezcan ser oro macizo". Los relieves y las historias se habrían de pintar con los colores más convenientes, "enriqueciéndolos con brocados, grutescos, telas y damascos... de suerte que se conozca haber diferencia en el vestido de un pastor al de un rey". Por lo que respecta a las orillas de los mantos, se efectuarían labores a punta de pincel, decorándolas con pájaros o con imitación de perlas y piedras preciosas. Quedaba encargado el policromador de pintar con elementos figurativos los fondos de las historias, con cielos, ruinas, etc. Se usaría encarnación a pulimento, excepto en el Crucifijo, "que parece en parte mejor a carne muerte, poniendo llagas a la sangre, de suerte que cause devoción". Como vemos los comitentes del retablo contaron con los maestros vallisoletanos más destacados en cada uno de sus campos. Al parecer, este retablo sustituyó a otro más antiguo “dorado con ocho tableros grandes y ocho pequeños de diversas historia de santos de pincel” con “custodia dorada y un Ecce Homo pintando en su puerta”.
El retablo, que es de enormes proporciones, consta de banco, dos cuerpos con dos entrecalles en los extremos y tres calles centrales separadas por columnas estriadas de orden corintio y ático rematado en frontón triangular y flanqueado por dos puntas de diamante. En el banco se encuentran cuatro relieves que representan a los cuatro Doctores de la Iglesia (San Jerónimo, San Agustín, San Gregorio y San Ambrosio) que aparecen recostados adaptándose al espacio rectangular del marco. Cada uno porta sus atributos más conocidos: San Jerónimo viste de cardenal y le acompaña un manso león a sus pies, San Agustín se encuentra escribiendo su regla y a su lado se encuentra la maqueta de una iglesia, San Gregorio tiene a su lado una tiara papal, y San Ambrosio que viste según su alta dignidad. Todos ellos tienen en común, además de la postura recostada, la presencia de un libro entre sus manos. Estos relieves se disponen en repartimientos excesivamente apaisados, forzándose la ocupación del espacio con actitudes cómodas. Para guardar la simetría, las figuras tienen alternativamente la cabeza situada a la derecha y a la izquierda.

San Jerónimo
San Agustín
San Gregorio
San Ambrosio
En el primer cuerpo, en las entrecalles laterales, se hayan San Pedro y San Pablo dentro de sendas hornacinas de remate circular, mientras que en las calles figuran los relieves de la Circuncisión y el Nacimiento. El relieve de la Circuncisión presenta cuatro grandes figuras distribuidas simétricamente dos a dos, sirviendo de punto medio el Niño Jesús. Martín González atribuye esta escena a Pedro de la Cuadra y la califica de relieve rígidamente manierista del tipo del siglo XVI. Por su parte, el relieve del Nacimiento se considera la mejor obra de todo el conjunto. Los dos esposos adoran al Niño tumbado en su cuna, vigilado de cerca por las cabezas del buey y la mula. Los rostros y las manos poseen gran perfección técnica. El fondo arquitectónico que sugiere el Portal de Belén es de pilastras, capiteles, un arco de medio punto y un rudimentario sotechado. Dos ángeles que levitan en el cielo portan una enrollada filacteria con el consabido "Gloria in Excelsis Deo".

San Pedro
San Pablo
La Circuncisión
El Nacimiento
La calle central del primer cuerpo se encuentra presidida por un monumental tabernáculo de tres cuerpos que simula ser una custodia procesional. Al igual que el retablo, fue llevado a cabo por Juan de Muniategui, que empezó su elaboración en 1609 y al morir en 1612 todavía estaba sin acabar. En su terminación actuaron varios maestros, entre los que destaca Gregorio Fernández. Responde a la tipología de los sagrarios que invaden el encasamiento principal del primer cuerpo, como ocurrirá también con el de Tudela de Duero, obra igualmente del artista gallego. Consta de tres alturas de menor tamaño a medida que avanzamos hacia arriba. El piso inferior acoge la puerta del sagrado espacio, ornada con un relieve del Salvadorbendiciendo con una mano, mientras que con la otra sujeta el orbe terráqueo; y a los lados los profetas Aarón y Moisés. Encima del dintel de la portezuela, dos angelitos volanderos despliegan una sábana en la que campea un cáliz alegórico de la Eucaristía. El segundo piso lo ocupan la Caridad, otra Virtud sin identificar y un Apóstol sin identificar; mientras que ya en el tercer cuerpo corona el conjunto una hermosa efigie de Cristo Resucitado, cuyas piernas se disponen con contraposto clásico y formas hinchadas, peculiares del primer estilo del maestro gallego. Levanta el brazo derecho para exhibir la banderola que indica su vuelta de entre los muertos.

Volviendo al retablo en sí, el segundo cuerpo posee una estructura similar, ya que las hornacinas de los extremos presentan sendas imágenes de santos, en este caso los Santos Juanes, San Juan Bautista y San Juan Evangelista. Martín González alaba la elegante y rítmica actitud de este último, como atestigua su pie sobre un escabel contraponiendo a este movimiento el brazo en bella curva y girando el semblante. Por su parte, los relieves de este piso efigian la Epifanía y la Visitación, mientras que en la calle central se encuentra la Asunción de la Virgen. La Epifanía se resuelve en dos ambientes bien diferenciados, con una parte superior poblada por San José, Gaspar y Baltasar alineados detrás de la narración principal, en que son protagonistas la Virgen sedente con el Niño y el rey Melchor que le venera arrodillado. Martín González atribuye este relieve a Pedro de la Cuadra y observa plagios del retablo mayor de la iglesia de Santiago de Medina del Campo, obra de Adrián Álvarez. Por su parte, el relieve de la Visitación presenta en el centro el abrazo de la Virgen y su prima Santa Isabel, acompañadas a cada lado de otras dos figuras de menor resalte. Esta historia quizás pudo ser obra de Juan Imberto. En el encasamento central de este piso se encuentra la Asunción de la Virgen. Los rasgos faciales de María denotan gran dulzura. Martín González piensa que es obra personal de Fernández, y para ello se basa en la comparación de los pliegues de su vestido con los de la Asunción del Monasterio de las Huelgas de Valladolid.

San Juan Bautista
San Juan Evangelista
Adoración de los Magos
La Visitación
Asunción
Arriba del todo tenemos el ático, que se encuentra presidido por un Calvario, mientras que en los extremos encuentran asiento las figuras del Arcángel San Gabriel y la Virgen, Cada una de estas dos imágenes va flanqueada por sendas bolas herrerianas, mientras que al Calvario lo rodean dos puntas triédricas. Esta curiosa Anunciación, según Martín González, copia puntualmente la conservada en la fachada de la iglesia penitencial de Nuestra Señora de las Angustias de Valladolid. Por su parte, el Calvario no deja de ser uno más de cuantos realizó durante su primera etapa.
Calvario
San Gabriel
Virgen
Y hasta aquí la historia del retablo, pero, no nos podemos ir sin tratar brevemente sobre las magníficas yeserías que exornan la capilla mayor, y las cuales dan mayor relumbrón al citado retablo. Explican Miguel Ángel Marcos Villán y Ana María Fraile Gómez que “La bóveda estrellada que cubre la capilla mayor aparece decorada con motivos de yesería que se extienden por las claves de las bóvedas, los nervios y los plementos, destacando por su riqueza decorativa la clave central con un pinjante dorado rodeado de cabezas barbadas y figuritas infantiles. En su decoración predominan los bustos de personajes masculinos y femeninos tomados del Antiguo Testamento y de la mitología clásica, inscritos en un tondo circular con el nombre de cada uno de ellos; en el arranque de los nervios FAIACIS, LUCRECIA, PIRA, DEVALIO, DALILA, NOELA, ADONI, TROCO, (VEN)VS, ANTEO, y en la plementería TISBE, OLOFERNES, IUDIT, TOBIAS, RACHE, IACOBI, otro personaje con cartela ilegible y (…)MOS. Repartidos por la bóveda hay ocho tondos ovalados con figuras pintadas que corresponden a profetas y personajes del Antiguo Testamento que sujetan filacterias con su nombre: ZACARIAS, DANIEL, DAVID, ISAIAS, IHEREMIAS, MOISEN, OSSIAS, MOSSES; en las paredes de la capilla, sobre el arco triunfal, están JONAS y ELISEO, y en la pared del lado del Evangelio, sobre la ventana ELIAS, y en la de la Epístola ENOC.

El conjunto se completa con las figuras de los cuatro Evangelistas en relieve dentro de tondos formados por guirnaldas de frutas en los muros laterales o lunetos: San Mateo y San Juan en el lado del Evangelio, y San Marcos y San Lucas en el de la Epístola rodeando la pintura mural de la Coronación de la Virgen.
En el tramo de bóveda que cubre el testero, se reparten en medallones circulares los siguientes personajes: R-BIN?, IBURTI, PROCRIS, CEFALO, CAVNO, BIBLIS, ANDROMACA, IVLIO y IVLIA. En las paredes del testero, al interior del arco apuntado que forman las nervaduras de la bóveda, se representan diversas escenas de la Pasión pintadas al fresco: Oración en el huerto, Prendimiento, Adán y Eva (ocultos por el ático del retablo y flanqueando una ventana cegada con su intradós decorada con grutescos pintados), Azotamiento y Camino del Calvario; en la del Azotamiento, sobre el friso arquitectónico que encuadra la escena, está inscrita la fecha de 1558.

El intradós de los arcos fajones se decora con motivos circulares de yeso con pinjantes; en los frisos del arco triunfal figura la inscripción “ANNO/ D / 1561 / N” que debe aludir a la fecha en que se acaba de decorar el presbiterio. Partiendo del arco triunfal recorre todo el circuito de la capilla mayor un friso con la inscripción “MAGNA EST GLORIA DOMVS ISTIVS NOVISSIMAE PL[US QUAM PRIMAE ET IN LOCO ISTO] DABO PACEM DICIT DOMINVS EXERCITVVM & AGGAE I * CAPIT * Z”, parte de ella oculta por el retablo.
Según las fechas en ella inscritas la decoración de la bóveda debió realizarse entre 1558 y 1561. Atribuida por García Chico a los Corral de Villalpando, a pesar de la falta de confirmación documental las estrechas relaciones existentes entre esta obra y las realizadas por estos maestros yeseros en la tribuna del convento de San Francisco y en la Capilla de los Benavente en Medina de Rioseco, el patio de la Casa Blanca en Medina del Campo y en la bóveda de Rodilana confirman tal atribución”.

BIBLIOGRAFÍA
  • GARCÍA CHICO, Esteban: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo IV. Partido judicial de Medina del Campo, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1964.
  • MARCOS VILLÁN. Miguel Ángel y FRAILE GÓMEZ, Ana María: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XVIII. Antiguo partido judicial de Medina del Campo, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2003.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: El escultor Gregorio Fernández, Ministerio de Cultura, Madrid, 1980.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959.
  • MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ, Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.

LA IGLESIA DE SAN JUAN DE LETRÁN. La apoteosis del barroco vallisoletano

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El origen de esta iglesia se halla en la bula fundacional del Hospital de San Juan de Letrán obtenida en 1550 por el sacerdote cordobés Hernando de Dios del Papa Julio III. Aquel primer edificio constaba de iglesia y asilo para albergar a trece ancianos pobres y enfermos sin medios, en recuerdo de Cristo y sus doce apóstoles. En estos primeros momentos actuaron de patronos Alonso Berdugo y Bernardino Velázquez; si bien posteriormente, el emperador Carlos V aceptó el patronazgo de la Corona, motivo por el cual las armas reales aparecen en la fachada, en el retablo mayor y en las yeserías.

Localización del Hospital de San Juan de Letrán en el mapa que Diego Pérez realizó de los alrededores del Campo Grande (1787)
En 1641 la primitiva iglesia, ya ruinosa, sufrió un hundimiento importante, y en 1675 Juan de Naveda y Antonio del Solar se comprometieron a construir un templo nuevo, el actual, conforme a la planta y traza de Juan Tejedor Lozano. Suscribió el documento el regidor perpetuo de Valladolid don Simón de Contreras, actuando en nombre del Rey, por la razón del patronato. Sin embargo, las obras debieron de paralizarse bastante tiempo. Fue en el año 1729 cuando recibieron un nuevo, ocupándose de las obras Matías Machuca, tal y como explica Canesi: “Y es tan superior la idea que ha formado Matías Machuca para la fachada, que es toda de piedra, con el adorno de varias columnas y estatuas, que bien examinada han declarado los peritos en arquitectura que es de lo mejor que hay en Castilla y lo mismo el pulimento de la iglesia”.

Machuca se comprometió el 30 de junio de 1732 a “proseguir, hacer y fabricar la obra de la iglesia hasta cerrarla y coger las aguas”. El edificio se inauguró el 10 de septiembre de 1739, con las fiestas de ritual, tanto religiosas como profanas, que detalla Ventura Pérez: “Año de 1739, día 10 de septiembre, se colocó el Santísimo Sacramento en la iglesia de San Juan de Letrán, nuevamente ejecutada y acabada. A las cinco de la tarde se ordenó una procesión en que asistieron todas las cofradías sacramentales que están bajo la campana de San Ildefonso: salió la procesión de la iglesia vieja y fue a la fuente del Campo, en donde habían hecho un coliseo ochavado y un jardín, y pintaron las bolas de colorado, y encima de cada una estaba de medio cuerpo, de yeso, una estatua de bulto, y cantaron su villancico, y desde allí fueron al hospital, en donde a la puerta de la iglesia había otro altar, y prosiguieron adelante; en los Recoletos, en Jesús María, en el Corpus, en los Capuchinos y en la Laura hicieron sus altares y cantaron sus villancicos. Llevaban a San Juan de Letrán en sus andas, y después llevaba el señor arcediano de la Santa Iglesia a S.M. Hubo cuatro danzas, dos de niños forasteros, una de los de la manzana y los gigantones. Hubo tres días de fiesta; tuvieron pulpito y altar los señores prebendados de particular; predicó el primer día el Sr. D. Francisco de Barredo, canónigo lectoral; el segundo el Sr. D. Francisco Pérez Baroja, canónigo magistral; el tercero el Sr. D. Ignacio Canseco, dignidad tesorero, todos prebendados de esta Santa Iglesia: asistió la música de ella; estuvieron las paredes del Campo muy bien colgadas y el retablo adornado de cornucopias. Se publicaron para estas funciones dos corridas de toros, y por motivos que no supimos de la ciudad con el presidente, se detuvieron; vino del consejo, a petición del presidente, que se desarmasen los tablados estando ya armados: se alborotaron todos porque habían concedido a la cofradía los balcones altos y las portadas; en fin, se compuso todo, y los toros que se habían de haber corrido el día 22 y 24 del dicho, se trasladaron al día 5 y 7 de Octubre: no concurrió gente y se perdieron los de los tablados, que no sacaron la mitad del dinero que los tenia de costa, y no quisieron dejar desamar los tablados, y hubo tablado que estuvo quince días armado, y dieron fiadores y no lo pudieron cobrar de provecho y perdieron mucho, y el señor presidente hizo alguna refracción a los de los tablados”.

Llegado el siglo XVIII se debilitó su función hospitalaria. Al beneficiarse de las gracias espirituales de la Basílica de San Giovanni in Laterano de Roma viene a convertirse en santuario de gran popularidad. A mediados de siglo, en el año 1746, el arquitecto Antolín Rodríguez llevó a cabo la casa del capellán y la sala de la cofradía. El hospital, como tal, desapareció en el siglo XVIII al incorporarse todos los existentes en Valladolid al Hospital General de la Resurrección. En 1819 ocuparon el edificio los frailes del Convento de San José de Mercedarios Descalzos, ya que su cenobio fue destruido por los franceses durante la Guerra de la Independencia. Allí se mantuvieron los religiosos hasta 1834, año en que lo abandonaron en virtud de la exclaustración. Al llegar la Desamortización, la iglesia pasó a servir como ayuda de parroquia de San Ildefonso y vinieron sosteniendo el culto en ella las Hermandades de la Virgen de las Mercedes y de San Ramón Nonato. Más tarde los Agustinos Filipinos adquirieron en propiedad la parte del edificio que sirvió primero de hospital y luego de convento.

El 2 de febrero de 1897, el cardenal arzobispo Antonio María Cascajares hizo donación de la iglesia a las religiosas del Instituto de María Reparadora, con objeto de que fundaran en Valladolid un convento de su Orden. El 16 de junio de ese año se hospedaron provisionalmente en la habitación principal izquierda y establecieron su capilla en la planta baja de la casa señalada entonces con la letra M, y luego hechas en la iglesia las obras necesarias, y edificado de nueva planta un convento de tres pisos a su entrada derecha, se instalaron en él definitivamente y abrieron la iglesia al culto el día 10 de marzo de 1899. Con tal motivo las imágenes de Nuestra Señora de las Mercedes y de San Ramón Nonato, así como la reliquia de éste y las Hermandades de sus advocaciones, fueron trasladadas a la parroquia de San Ildefonso. Entonces se dedicó el trono principal del retablo mayor a colocar en él el Santísimo Sacramento, bajo elegante pabellón de raso encarnado; y en el altar en que estaba San Ramón se puso a San Pedro Nolasco, cerrando el crucero con una artística verja de hierro. Entre 2011-2014 la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León la ha sometido a una profunda restauración que la ha dejado casi como nueva. Se procedió a la limpieza de la fachada, recuperación del rasante original, eliminación de la cubierta de tejas en una de las cornisas y recolocación de los remates de los chapiteles. En los los últimos años el Arzobispado ha cedido el uso de la iglesia al Camino Neocatecumental.



IGLESIA
En 1675 el arquitecto Juan Tejedor Lozano realiza los planos de la nueva iglesia, la cual fue llevada a cabo por Luis de Naveda y Antonio del Solar. Pero sería Matías Machuca el que en 1732 se comprometió a construir la fachada y el interior, ofreciendo al templo la unidad estilística que presenta, inaugurándose el 10 de septiembre de 1739. Uno de los grandes aciertos de Machuca fue el desviar la fachada, de manera que esta siguiera la línea del Paseo del Campo Grande.
La iglesia presenta planta de cruz latina, con crucero poco destacado. Su única nave está dividida en cinco tramos cortos por pilastras cajeadas, sobre las que corre una cornisa muy volada sobre ménsulas; en ella descansan los arcos fajones que soportan las bóvedas de medio cañón con lunetos decoradas profusamente con ornamentación barroca de motivos vegetales y geométricos, quebrados y mixtilíneos; en el tramo medial se ubicó el escudo imperial de Carlos V, con el águila de dos cabezas, para expresar el patronato regio. Completa el conjunto un coro alto a los pies, y la sacristía, la cual, que se abre al lado de la epístola del crucero, está cubierta con una bóveda esquifada sobre pechinas.

Sobre el crucero levanta una cúpula sobre pechinas decoradas con relieves en yeso policromado que representan a los arcángeles San Miguel, San Rafael, San Gabriel y el Ángel custodio. Son figuras extraordinariamente movidas y de calidad. En los extremos del crucero hay grandes ventanas flanqueadas por abultados relieves en yeso representando las personificaciones de las virtudes cardinales: Justicia, Prudencia(izquierda), Fortalezay Templanza(derecha). Toda la cornisa exhibe ménsulas de hojarasca. Hace unos años se suprimió una ornamentación de rameados que discurría a lo largo de las pilastras. Todo el conjunto de yeserías que puebla la iglesia pertenecen a Matías Machuca, si bien desconocemos al escultor que modeló las interesantes efigies de los Arcángeles y las Virtudes cardinales.

San Miguel
San Gabriel
Las Virtudes Fortaleza y Templanza
Las Virtudes Justicia y Prudencia
La Virtud Templanza
Según las siempre sabias palabras del profesor Martín González se trata de una iglesia singular, apartada de los modelos convencionales vallisoletanos, especialmente en el diseño de la fachada y en la composición del retablo mayor, y que presenta una gran uniformidad y suntuosidad en el interior, luminoso y festivo.

FACHADA
La fachada es una de las más atractivas de Valladolid y se la considera la obra más genuinamente barroca de la ciudad, y a su vez una de las más bellas. Sin embargo, no a todos gustó, y a los que menos a los ilustrados. Antonio Ponz llegó a describirla como un “originalísimo aborto de la doctrina de Churriguera: especialmente la portada, que parece cosa de almacén de guerra, por una confusa ensalada de cañones, morteros, bombas, y otras extravagancias; pero esto logró aplauso, y procuraban ensañar a los forasteros; lo que no hubiera sucedido así, si desde luego se hubiera hablado con claridad, desacreditando semejante despropósito; pues el vulgo se forma según lo que oye, y le enseñan”. Pero no solo horrorizó a Ponz, otro historiador dijo de ella que la “fachada ha llamado siempre la atención por su rareza y depravado gusto. Se conoce que su autor, cuyo nombre se ignora, era decidido partidario del libre capricho en arquitectura; así es que puede servir de ejemplo a los que se dedican a tan noble profesión para demostrarles los abusos que engendra la imaginación, cuando no está contenida por los santos principios del arte”. Este tipo de fachada alabeada supone un tardío eco de la arquitectura de Borromini. Este movimiento no se ha podido trasladar al interior, donde Machuca sólo tuvo libertad para revestir con yeserías bóvedas y paredes.

Matías Machuca se obligó a construirla en piedra de Campaspero, si bien en el segundo cuerpo se habla de que emplearía “piedra, mampostería y ladrillo”. Teniendo en cuenta las formas tan salientes empleadas y la prolijidad de motivos decorativos, no extraña que utilice recursos para dar solidez a la construcción. En la primera cornisa las piedras se dispondrían a ritmo de tizón; se embetunarían las juntas, “amachambradas a media cola de milano embebida en el medio de la junta para que en ningún tiempo a la obra de abajo puedan ofender las aguas”. Las columnas quedarían “juntas con almas de hierro para seguridad y unión”.
La fachada se estructura a través de un gran cuerpo central de dos pisos con columnas abalaustradas y ricos capiteles tallados, ligeramente avanzado con referencia a los laterales formados por dos cubos decorados con pilastras cajeadas. La planta es muy movida con sus curvas y sus contracurvas. La decoración se concentra en la calle central, pero los volúmenes aparecen suavizados por una rica molduración cajeada. Este tipo de columna, que se colocan al bies y se molduran en forma bulbosa, surge por evolución de la abalaustrada del Renacimiento. La base se deforma como aplastada por el peso, como si fuera de materia blanda que se derrite.

La puerta es de medio punto con dovelas y enjutas valoradas con decoración floral de mucho relieve. Las dovelas se ornamentan con abultados motivos de follaje, sometidos al ritmo de curva y contracurva. Sobre el arco se dispone una decoración vegetal encima de la cual campean rollizos infantes. Sobre la clave se forma un gran penacho, que levanta la cornisa, formando un “tresavo”, un arco de tres lados. Una imposta moldurada que se quiebra en la línea de la clave separa los dos cuerpos. Ya en el segundo piso campea un gran escudo real, para manifestar el patronato regio, entre una rica decoración de guirnaldas, flores, trofeos militares y ángeles.

El ático es muy airoso y de forma abierta. En los extremos se disponen los campanarios, con su barandilla como mirador. En la parte central, como si se tratara de un tabernáculo, está la estatua de San Juan Bautista, en espacio perforado, para que penetre la luz. A los lados hay dos esculturas de la Caridady la Fe. Todas estas imágenes se atribuyen al escultor cortesano, aunque nacido en Íscar (Valladolid) y con taller abierto en Salamanca, Alejandro Carnicero. Tampoco tendríamos que perder de vista el nombre de Pedro Bahamonde, el maestro que mejor esculpía por entonces la piedra en Pucela.

San Juan Bautista
La Caridad
La Fe

RETABLO MAYOR
Actualmente el único retablo que conserva el templo es el que preside su capilla mayor, a la cual se adapta perfectamente, formando una gran concavidad. Responde a un modelo arquitectónico de gran sencillez. Consta de banco, un solo cuerpo con tres calles flanqueadas por estípites y columnas con cabezas de serafines, y ático de remate semicircular. La calle central alberga un Crucificado (siglo XVI) realizado en pasta de caña de maiz; mientras que las laterales contienen las tallas de San José con el Niñoy San Joaquín con la Virgen Niña. Por encima del hueco principal se sitúa un pequeño relieve de la Visitación, y ya en el ático un San Juan Bautista, y justo encima el escudo real. Desconocemos a los autores del ensamblaje y de las esculturas, las cuales denotan la mano de dos maestros diferentes puesto que San José y San Joaquín se realizarían ex profeso para el retablo, es decir, hacia 1745; mientras que el San Juan Bautista, que es pieza reutilizada, si bien el nicho se realizaría específicamente para él, datará del último cuarto del siglo XVII, encontrándose en la órbita de escultores como Juan Antonio de la Peña, Juan de Ávila y José de Rozas. Por su parte, el Crucifijo de papelón se colocaría en fechas recientes pues antiguamente ocupó ese sitio una escultura de Santiago (desconozco el motivo) y antes una Virgen de las Mercedes, si bien ignoramos cual fue la imagen primitiva que presidió el retablo.

ANÓNIMO. Crucifijo (siglo XVI)
San José con el Niño (h. 1745)
San Joaquín con la Virgen Niña (h. 1745)
La Visitación (h. 1745)
San Juan Bautista (último cuarto del siglo XVII)
Gracias a Ventura Pérez sabemos que el retablo se terminó de dorar en el año 1745, por lo que la arquitectura del retablo no datará de mucho antes teniendo en cuenta los elementos que lo conforman: “Año de 1745, a principios del mes de junio, se acabaron de dorar los retablos, sombreros de púlpito y pechinas de San Juan de Letrán”.

MEDALLONES DE LA VIDA DE SAN JUAN BAUTISTA
De las paredes de la nave y del crucero cuelgan grandes medallones ovalados de madera policromada. Tienen marcos dorados de hoja de laurel y rocallas. Realizados hacia el año 1780 por el mediocre escultor vallisoletano Claudio Cortijo, el último artífice barroco con el que contó la ciudad, consta que se policromaron en 1782. Estos ocho medallones, pintados con colores planos, contiene ocho episodios que abordan el ciclo de la vida de San Juan Bautista, patrón del templo:
Visión de Zacarías.Zacarías ataviado con vestiduras sacerdotales incienso ante el Arca de la Alianza. A la izquierda aparece el ángel anunciándole el mensaje, mientras que a la derecha varias personas esperan su salida del templo.
Nacimiento de San Juan Bautista. A la derecha aparece Santa Isabel acostada en el lecho, mientras dos mujeres ricamente vestidas cuidan del recién nacido.
Estancia en el desierto. Está sentado acariciando un cordero con la mano derecha, mientras mantiene levantado el brazo izquierdo. Va ataviado con un vestido de piel y manto rojo. Conforman el fondo palmeras y árboles.
Predicación. San Juan aparece de pie, portando su típico vestido de piel con el manto rojo en el suelo. Hay un cordero. Le escuchan dos hombres de pie y una mujer sentada con dos niños.

CLAUDIO CORTIJO. Visión de Zacarías
CLAUDIO CORTIJO. Nacimiento de San Juan Bautista
CLAUDIO CORTIJO. Estancia en el desierto
CLAUDIO CORTIJO. La predicación
Bautismo de Cristo. Juan está a la derecha de la escena mientras Cristo se arrodilla para ser bautizado.
San Juan encarcelado. Juan aparece conversando con sus carceleros. Al fondo, tras una ventana, aparecen las caras de dos discípulos, según la tradicional iconográfica.
La decapitación del Bautista. Mientas Salomé espera con la bandeja en las manos, el verdugo la entrega la cabeza que sostiene con el brazo izquierdo, mientras con la mano derecha sostiene una espada.
Entrega de la cabeza a Herodías. Herodes y su mujer están tras una mesa comiendo. Salome aparece de pie con la cabeza del Bautista en una bandeja. Un perro aparta la vista hacia el suelo para no ver la testa del Santo.

CLAUDIO CORTIJO. Bautismo de Cristo
CLAUDIO CORTIJO. San Juan encarcelado
CLAUDIO CORTIJO. La decapitación de San Juan Bautista
CLAUDIO CORTIJO. Entrega de la cabeza a Herodías

BIENES ARTÍSTICOS DESAPARECIDOS (RETABLOS, ESCULTURAS)
En los brazos del crucero existieron hasta no hace demasiado dos retablos barrocos. El de la Epístola lo ocupó una buena escultura de Cristo atado a la columna (siglo XVIII) de la que no sabemos nada, ni siquiera su aspecto. Posteriormente fue sustituido por un excelente Ecce Homo (162 cm) que primeramente fue atribuido a Francisco Alonso de los Ríos y actualmente a Alonso de Rozas. Figura de pie, con los brazos cruzado a la altura del pecho. Este Ecce Homo, que hoy en día se conserva en el Museo Diocesano de Valladolid, es muy similar al que actualmente procesiona en el paso del Despojo, el cual se asigna a Francisco Alonso de los Ríos y se sabe que procede del altar mayor de la capilla del Ecce Homo del Convento de Agustinos Recoletos. Este último Ecce Homo se colocó en el paso para suplir la figura original de Cristo que, tallada por Juan de Ávila, desapareció en un incendio acaecido en la iglesia penitencial de Nuestro Padre Jesús Nazareno en 1799. Por su parte, el retablo del lado del Evangelio cobijaba una Virgen de la Soledad, de bastidores.

ECCE HOMO. Atribuido a Alonso de Rozas (Tercer cutro del siglo XVII). Museo Diocesano de Valladolid
Ya en el cuerpo de la iglesia existieron otros dos altares formados por un nicho abierto en la pared y sin retablo. Al lado de la Epístola había una magnífica escultura barroca de la Beata Mariana de Jesús (siglo XVIII), mientras que en el del Evangelio estaba un San Pedro Nolascode la misma mano. Ambas obras eran tallas de tamaño natural y cuerpo entero. A los costados del presbiterio ocupan unas repisas dos Ángeles de cuerpo entero, esculturas bellísimas.
También tenemos noticia de que en el coro se hallaba un buen Crucifijo (siglo XVII), y otro Crucifijo(siglo XVIII) existió en la capilla privada de monasterio. Asimismo, también encontraron asiento en la iglesia unas tallas de la Virgen de las Mercedes y de San Ramón Nonato que, procedentes del Convento de la Merced Descalza (hay que recordar que los frailes mercedarios ocuparon la iglesia tras la destrucción de su cenobio a manos de los franceses), fueron a parar posteriormente a la iglesia de San Ildefonso, templo en el que se les perdió la pista, al igual que a sus retablos…

La Virgen de la Merced y San Ramón Nonato cuando se encontraban ya en la iglesia de San Ildefonso ¿Desaparecidos?. Fotografía obtenida del libro de María Antonia Fernández del Hoyo Patrimonio perdido: Conventos desaparecidos de Valladolid
BIBLIOGRAFÍA
  • ALCALDE PRIETO, Domingo: Manual histórico de Valladolid, Grupo Pinciano, Valladolid, 1992.
  • CANESI ACEVEDO, Manuel: Historia de Valladolid (1750), Tomo III, Grupo Pinciano, Valladolid, 1996.
  • COSSÍO, Francisco de: Guía de Valladolid y su provincia (1922), Grupo Pinciano, Valladolid, 1922.
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Patrimonio perdido: Conventos desaparecidos de Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 1998.
  • GARCÍA MARTÍN, Enrique: Las cofradías y arte de Valladolid (siglos XVI-XVIII) (Tesis Doctoral inédita), Universidad de Valladolid, Valladolid.
  • GONZÁLEZ GARCÍA-VALLADOLID, Casimiro: Valladolid, sus recuerdos y sus grandezas: religión, historia, ciencias, literatura, industria, comercio y política, Tomo II, Imprenta de Juan Rodríguez Hernando, Valladolid, 1900-1902.
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  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Arquitectura barroca vallisoletana, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1967.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Guías Artísticas de España: Valladolid, Aries, Barcelona, 1968.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José (dir.): Inventario artístico de Valladolid y su provincia, Ministerio de Educación, Valladolid, 1970.
  • NIETO GALLO, Gratiniano: Guía artística de Valladolid, Aries, Barcelona, 1954.
  • PÉREZ, Ventura: Diario de Valladolid (1885), Grupo Pinciano, Valladolid, 1983.
  • PONZ, Antonio: Valladolid en el “Viaje a España” (1783), Grupo Pinciano, Valladolid, 1993.
  • QUADRADO, José María: Valladolid: historia, monumentos, artes y naturaleza (1885), Grupo Pinciano, Valladolid, 1989.

EXPOSICIÓN: LOS MEJORES DE LOS NUESTROS: Ana Jiménez. Premio Castilla y León de las Artes

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En la recoleta sala de exposiciones del Archivo General de Castilla y León, sito en el precioso, evocador y casi desconocido Palacio del Licenciado Butrón, que antaño formó parte del Monasterio de Santa Brígida, se ha inaugurado hacepocos días una maravillosa exposición que trata sobre la obra de Ana Jiménez, una de las grandes escultoras del Valladolid del siglo XX y que por desgracia nos dejó hace ya casi tres años. La muestra consta de 54 piezas (esculturas, bocetos, dibujos) de los más diversos materiales, pues Jiménez fue ante todo una innovadora y experimentadora. Todas estas piezas pertenecen al amplio legado (518 obras) que donó María Pilar Lourdes Tejedor Pascual, compañera de la artista, al Museo de Valladolid. Es un verdadero gustazo poder disfrutar de esta exposición pues, como ya comenté en la entrada que le dediqué a la propia Ana Jiménez en el blog, es una de las escultoras que más hondo me ha llegado. Finalmente quería dar las gracias a la Junta de Castilla y León por esta magnífica muestra y también animarla a que siga con este tipo de exposiciones que ayudan a recordar a estos artistas vallisoletanos injustamente olvidados. Como no quiero repetir lo dicho en el post dedicado a la artista, los textos que figuran a continuación proceden de los paneles de la exposición.

Ana María Jiménez López nació en 1926 en La Coruña y residió en Valladolid desde los 9 años hasta el momento de su fallecimiento en 2013. Ingresó en la Escuela de Artes y Oficios en 1950 y ya en 1951 obtuvo el Premio Extraordinario en la asignatura de Modelado y Vaciado, recibiendo en 1956 el Premio “Martí y Monsó” por la totalidad de su obra en la Escuela. Junto a los escultores José Luis Medina, Ángel Trapote y Antonio Vaquero se formó en las corrientes artísticas de la posguerra y desde 1964 fue profesora de Modelado en la misma Escuela hasta su jubilación. Desplegó a lo largo de esos años su trabajo docente y su labor escultórica en paralelo y en verdadera relación. Precisamente en la investigación de las formas y de los nuevos materiales con los alumnos, tuvieron lugar algunos cambios importantes en su propia forma de hacer.
El estilo de Ana Jiménez estuvo en constante evolución. Hay en su obra un continuo renovarse y, a la vez, una recurrencia a trabajos anteriores. Las etapas de su creación artística que se perfilan con la perspectiva del tiempo no son capítulos cerrados. Ana Jiménez no renunció a ninguna de sus criaturas: en ocasiones, de un viejo trabajo recibía la motivación para una obra nueva o, simplemente, lo remodelaba para acomodarlo al paso del tiempo. Ella misma dijo: “para mí, el arte es vida, es lo que te rodea trasladado a la materia”.

REALISMO IDEALIZADO Y ECOS DE RENOVACIÓN
En sus primeros años creó retratos y figuras infantiles amables y llenas de ternura, configurando ya sus tipos femeninos de rostros delicados y volúmenes acusados, siempre descalzos: Muchacha sobre la hierba (1955), Niñas del molinillo (1957) o Menina son un ejemplo.
Sin abandonar el lenguaje figurativo, fue incorporando la abstracción y nuevas formas plásticas. Representativa del final de esta época es Al vent del mon(1968), de fuerte contenido simbólico y en la que volvió a trabajar a comienzos de los años 90.
Mujer sobre la hierba (1955)
Niñas del molinillo (1957)
Menina (1957 en adelante)
Al vent del mon (1968)

NEOFIGURACIÓN ORGÁNICA
Llegados los años 70 se interesó por la escultura organicista. Lo puramente figurativo pasó a segundo plano y adoptó como nuevos elementos de expresión las formas y la materia. Esta tendencia se plasmó en sus figuras de animales, en particular en su serie de pájaros, voluminosos y de superficies curvas, de gran expresividad. Estos pájaros fueron un tema recurrente en su obra. Inició la serie con el Halcón(1975), que muestra la gran capacidad de síntesis de la escultora. Le siguió un Pelícano, un Pingüino, un Pájaro y una colección de sesenta pájaros realizados para la firma comercial Novostil (por encargo de José Luis Blanco). Prácticamente desde 1980 la paloma gozó del fervor especial de la escultora.
Palomo (hacia 1980)
En los años 80 volvió a su interés por la figura humana, género en el que Ana Jiménez consiguió las realizaciones más cuajadas y de contenido más profundo: cuerpos macizos llenos de vida, que pertenecen a la tierra y emergen de ella llenos de vida, pero sin terminar de emanciparse de su vínculo. Reconocía la escultora que sus formas procedían de su propia experiencia ante el paisaje de las formaciones graníticas de los berrocales de Ávila. Algunas de ellas las denominó precisamente Ávila(mujer y hombre, 1980), Mingorría (1993) y Berroqueñas(1993). Apuntaban ya hacia este patrón: Ainda Maïs(1980), Sirena(1980) o Castilla II (1982). Se alude a estas obras como figuras-paisaje, en un intento de expresar la integración de las esculturas en la naturaleza y el entorno del que forman parte. La figura del hombre, trabajada ocasionalmente, se materializó en torsos que pugnaban por despegarse de la tierra, cargados de tensiones. La figura femenina, expresión contraria, transmite la comunicación íntima con la tierra, tomando de ella su monumentalidad y grandeza. Ambos son totalmente expresivos en la obra en bronce Torsos, de 1985.
Presentes en toda la etapa están diversos encargos institucionales de carácter conmemorativo. En 1992 realizó La dualidad del actorpara los premios de Teatro de la Diputación de Valladolid, una obra abstracta formada por dos mitades que se acoplan.
Mingorría (1993)
Mujer reclinada (hacia 1993)
Las Berroqueñas (1993)
Torsos (1985)
I Congreso Hispano-Americano de Terminología de la Edicación, Valladolid (1986)

FASE EXPERIMENTAL. NUEVOS MATERIALES
Inició una nueva etapa en 1986, cuando se hizo cargo en la Escuela de Artes y Oficios de los Cursos experimentales de volumen y comenzó su propia exploración en nuevos materiales, técnicas y lenguajes formales. Modelados en chapa recortada, hilos de alambre, láminas de plástico, tubos de poliuretano, goma-espuma, lana… le permitían realizar obras de fina sensibilidad, sentimiento poético y hasta un sentido del humor juguetón del humor. De gran contenido poético en Las manos del alba(1988), realizado en tela metálica policromada bajo la sugerencia de unos versos de Pablo Neruda: “déjame sueltas las manos…”.
El Caballito rojo(1993) enlaza con el sentimiento ingenuo y el espíritu libre de Paul Klee; lo tomó como marca o insignia de la Fundación que creó con su propio nombre. Los Pájaros Faik(1992-93), con calidades de esmaltes traslúcidos, en recuerdo a su amigo y artista Faik Hussain.
La serie Formas(desde 1997) o Los visitantes (2004) constituyen un variado muestrario de materiales reciclados.
Sus últimas obras vuelven la mirada a la actualidad y a los problemas del entorno social. Denuncia temas que le preocupan, como la contaminación acústica en la amena composición de figuras que llamó Deliberando en torno al ruido (1993), o la violencia de género, creando su serie sobre Los Malos Tratos(1996 y 2007), con escenas enormemente expresivas, de brillantes colores, con materiales tan elementales como la madera, el alambre o el cartón.
Las manos del alba (1988)
Caballito rojo (1993)
Pájaros Faik I y III (1993)
Formas (1997)
Visitantes (2004)
Deliberando entorno al ruido (1993)
Malos tratos (2007)
Malos tratos (hacia 2007)

RENOVACIÓN Y RETORNO
El primer contacto de Ana Jiménez con la expresión plástica fue el dibujo y fue en su infancia, y continuó siendo el soporte inmediato de su inspiración, plasmada en su imprescindible repertorio de retratos, serigrafías o bocetos para sus obras escultóricas.
En la Escuela de Artes y Oficios descubrió el volumen con el barro y lo tomó como principal vehículo de expresión, concibiendo desde el modelado la mayor parte de sus esculturas. A partir de él realizó vaciados en yeso, piedra artificial, poliéster, broce…
Receptiva y abierta a la experimentación en la materia y la forma, su obra es reflejo de una constante renovación, a la vez que un círculo de retorno para la revisión de temas o contenidos, aunque en 2012 confesó que “La obra a veces no sale, ella te elige a ti”.
El modelo femenino, pero también las figuras infantiles, se significaron como una constante en su peculiar estilo: mujeres, niñas o adolescentes caracterizadas por la solidez y serenidad, y rostros con expresión de ternura y delicadeza. Así encontramos en 1996 las maquetas de la Niña del Columpioy los Bimbis.

Niñas del molinillo (1957)
Niños Bimbis A (1996)
Mujer de Mali
Julia Ara Gil, catedrática de Historia del Arte, ha dicho que la obra de Ana Jiménez ha sido el resultado de una capacidad innata para captar los rasgos esenciales de la realidad que percibía, de una gran intuición para descubrir y plasmar la fuerza vital de la naturaleza y de experimentación y fantasía para crear formas nuevas que la llevaron a terrenos insospechados. Para Ana Jiménez “el arte era la vida”, y así lo expresó a lo largo de toda su vida.

EL MONUMENTO A CRISTÓBAL COLÓN, ALMIRANTE DE LA MAR OCÉANA

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Valladolid nunca ha sobresalido por homenajear a aquellas figuras históricas que la hicieron grande en siglos pasados. De hecho, todavía me parece mentira que genios como Gregorio Fernández, Juan de Juni o Alonso Berruguete no tengan su correspondiente monumento. Diversos azares del destino llevaron a que cierto genovés que murió el 20 de mayo de 1506 en el Convento de San Francisco de Valladolid sí que contara con un monumento más que merecido. Su nombre: Cristóforo Colombo aka Cristóbal Colón, nada más y nada menos que el descubridor de América.


La fiebre que se dio en España durante la segunda mitad del siglo XIX por levantar monumentos a las personalidades más destacadas tanto del país como de las diversas localidades llevó a Valladolid a querer erigir monumentos a algunos de sus hijos más ilustres, sin embargo pocos fructificaron, y los que lo hicieron fueron muchos años después. Ya en 1864 hay noticia de que la ciudad quería tributar un monumento o lápida conmemorativa a Cristóbal Colón, a Miguel de Cervantes y al Conde Ansúrez; en 1891, Rodríguez Carretero ofreció un modelo de estatua de Colón alusiva a sus últimos momentos; y en 1892Darío Chicote presentó al Ayuntamiento un humilde boceto en yeso con el busto del Almirante “a quien un genio indicaba el derrotero para descubrir América”. Ninguno de estos proyectos llegó a materializarse. Unos años después, un golpe de suerte llevó a la ciudad a adquirir del Estado un monumento ya construido y de dignidad y altura más que destacables.

En enero de 1901 el alcalde, en sesión del Ayuntamiento, hace la primera referencia al Monumento que se iba a colocar en La Habana y había sido devuelto a España, agradeciendo la iniciativa de los periódicos El Correo y El Liberal en apoyar la conveniencia de que se instalara en Valladolid. Este monumento había sido realizado por el magnífico escultor sevillano Antonio Susillo (1857-1896) (su trayectoria se inscribe dentro de la corriente realista, de carácter naturalista y narrativo, aún todavía con ciertos ecos de un romanticismo que, por entonces, se hallaba en plena regresión.), tramitándose en 1891 por el Ministerio de Ultramar. En el Boletín de la Academia de San Fernando de dicho año aparece la Real Orden de convocatoria del concurso, destinando 50.000 pesos para la construcción de un sepulcro en el crucero de la Catedral de La Habana, donde se conservan los restos de Cristóbal Colón y 100.000 para la erección de un monumento conmemorativo del descubrimiento de América en el Parque central de la Catedral de La Habana. Será éste el que tras diversos avatares se instalará en Valladolid. Cuatro meses después de publicada la convocatoria, se da noticia en el mismo Boletín de los proyectos presentados. En la relación aparece el de Antonio Susillo, de Sevilla, Pablo Rodó, de Barcelona y Arturo Mélida, de Madrid. Se adjudica el premio a Susillo y se le encarga la construcción del monumento con arreglo al proyecto presentado. Fernández Duro dijo del poyecto del sevillano que “cuando un artista interpreta los hechos de manera tan sencilla como elocuente, consiguiendo hermanar con la idea de glorificación y componerlas en condición estética sin duda ha acertado. El modelo satisface al pensamiento del concurso abierto por el Gobierno de S. M.; es por tanto acreedor al premio ofrecido”.

Fotografía de Antonio Susillo
Proyecto de Antonio Susillo
El grupo de Colón dentro de la desaparecida iglesia del Convento de San Norberto antes de su emplazamiento en el Monumento
El Monumento, realizado en piedra y bronce, adopta una configuración escalonada que consta de una gradería sobre la que se alza el basamento. En el zócalo, en forma de pirámide truncada, se sitúan cuatro relieves de bronce de talla menuda y detallista que representan a Cristóbal Colón explicando su proyecto a los Padres de La Rábida, la Salida del Puerto de Palos, la Llegada a América y la Recepción a Colón en Barcelona. En los ángulos se disponen cuatro grandes figuras alegóricas, sentadas y recostadas, tratadas de forma naturalista y sumaria, que representan El Estudio, La Náutica, El Valor y La Historia. El segundo cuerpo consiste en una pirámide truncada que sustenta una esfera rodeada por faja elíptica de bronce con el lema “Non plus ultra”, el león español, el águila de San Juan sosteniendo el escudo de España, y dos medallones. Sobre el globo, y culminando el conjunto, surge la figura semiarrodillada de Colón en la proa de una pequeña barca; detrás en pie la alegoría de la Fe, mujer con rostro velado, cáliz y una cruz en las manos. Este remate fue modificado con respecto al proyecto, ya que éste reflejaba “una barca colocada sobre el globo, combatida por una ola. Esta barca lleva la Fe, conduciendo a un joven indio, que simboliza, el Nuevo Mundo, descubierto bajo la égida de la Cruz”. En el informe de la Academia se advierte que no parece adecuada la alegoría ya que la nave, gobernada por la Fe, va a descubrir Las Indias y no es el indígena el descubridor, “la composición ganaría mucho, dice Fernández Duro, sustituyendo la figura con la del descubridor verdadero, la de Colón, guiado por la excelsa virtud que más en él brilló y que sirvió de vínculo a su inteligencia con su inagotable voluntad; virtud que fue el rasgo característico del héroe, hasta el punto de inspirarle la ciega creencia de la dominación universal del Catolicismo para lo futuro”. La obra se acopla a un patrón narrativo, al gusto de la época, con participación de elementos simbólicos.

El Estudio
La Nautica
El Valor
La Historia
Recepción a Colón en Barcelona
Cristóbal Colón explicando su proyecto a los Padres de La Rábida
Salida del Puerto de Palos
Llegada a América
El monumento fue fundido en París por “Thiebaut Frères, fondeurs” y cuando se disponía su traslado a La Habana tuvo lugar la independencia de Cuba lo que determinó un cambio de destino. Numerosas poblaciones españolas solicitaron entonces la concesión del monumento, cuya parte escultórica había quedado en París, autorizada su exhibición en la Exposición Universal de 1900, mientras que los sillares del basamento se encontraban en Pontevedra. En principio, se pensó en colocarlo en el madrileño Parque del Retiro. Así también, el Ayuntamiento de Sevilla solicitó en 1898 la concesión. Precisamente, ese mismo año, comienza a leerse en la prensa una férrea defensa de la colocación del Monumento a Colón en Valladolid. El 20 de febrero se publica un artículo en El Norte de Castillaen esta línea, recogiendo a su vez otro artículo de El Correo en el que se dice: “Sólo la ciudad cuyo nombre va unido al nombre de Colón, carece de un monumento que perpetúe su memoria en ella. Esta ciudad es Valladolid donde murió Colón el 21 de mayo de 1506. Ningún sitio mejor para levantar ese monumento”. Al mismo tiempo el ayuntamiento vallisoletano recibe el ofrecimiento del escultor Aurelio Carretero para cooperar gratuitamente en la reconstrucción y emplazamiento del Monumento si el Estado lo concede a la ciudad. El Ayuntamiento nombra una Comisión para que gestione todo ello y el 26 de febrero se concede dicho monumento a Valladolid.

Monumento a Colón en la década de 1910
A partir de aquí surgen todo tipo de discusiones respecto a su emplazamiento y por ello se abre un concurso popular para que todo vallisoletano pueda opinar. En El Norte de Castilla se publican artículos con el título “Desfile de Opiniones”, destaca entre ellos el firmado por Pedro Miguel de los Santos en el que expone las ventajas del emplazamiento de este monumento al final del Campo Grande “ya que ofrece cuatro puntos cardinales de mira a grandes distancias que permiten admirar a satisfacción el grandioso monumento”. Hay también otras opiniones que se inclinan hacia la Plaza Mayor, Plaza Zorrilla, etc. En sesión de 3 de abril se aprueba la propuesta de emplazamiento en los siguientes términos; “El punto que se estima más a propósito es la Gran Plaza existente al final de los Paseos del Campo Grande, sirviendo como base de partida o centro el encuentro de los ejes del Paseo Central, de los referidos paseos y de la carretera vulgarmente llamada de los Filipinos; a muy poco coste puede lograrse una plaza circular cuyo centro ocupará el monumento de referencia, alrededor de la cual pueden disponerse anchas calzadas para los carruajes decorado y dando nuevo trazado además al extremo de los paseos”.

Monumento a Colón en 1962
La instalación siguió bastante de cerca las indicaciones expuestas y supuso un gran acierto urbanístico que da realce al grupo escultórico haciéndolo destacar en el marco ciudadano. Los problemas que surgen son numerosos, y todos ellos hacen que se retrase la inauguración. El primero que se plantea es a raíz de los sillares del pedestal. En agosto de 1901 se recibe, tras realizar bastantes gestiones, un informe del arquitecto sobre dichos sillares, en él se da cuenta de su paradero manifestando que están en Pontevedra y que su valor se eleva a 21.410 pesetas; por ello se aplaza la decisión hasta ver el proyecto de dicho arquitecto sobre un pedestal, con estos sillares o con otros, y hablar con los herederos del dueño de los sillares. Aparece también aquí la constante cortapisa económica y se plantea la necesidad de iniciar una suscripción popular para costear el monumento y poder comenzar la cimentación del pedestal. Junto con esta solución se acepta la propuesta de poner a la venta los solares sitos en el Portillo del Príncipe Alfonso, Calle de la Victoria, Paseo de San Lorenzo, Calle de Miguel Íscar y algunos más que fueran enajenables y del valor de éstos destinar lo necesario a la construcción del pedestal.Hasta 1902 no se llega a un acuerdo con los herederos de Susillo, finalmente en esta fecha se recibe la comunicación de que están dispuestos a la venta de los sillares por el precio de 15.00 ptas., cantidad que es aceptaba nombrándose una Comisión para efectuar el transporte de las piedras. Los expedientes de subasta son distintos para las tres secciones del monumento y por tanto distintos también los rematantes.

Monumento a Colón en 1979
El Norte de Castilla sigue en sucesivos artículos la marcha de la colocación del Monumento sobre todo en su fase final, son destacables las palabras de loa que acompañan a estas informaciones y así en julio de 1905 al hablar del grupo de Colón y la Fe se dice: “Las dos figuras están bien concebidas, hábilmente agrupadas y ejecutadas maravillosamente; el bronce no es allí bronce, es carne, cabellos, dedos… el arte de Susillo lo ha transformado a su antojo”. Finalmente se termina ya en septiembre de este año totalmente la instalación efectuándose la inauguración. En El Norte de Castillael día 15 se da referencia del desarrollo del acto en los siguientes términos: “el Arquitecto Municipal leyó una memoria referente al curso de las obras y acto continuo el alcalde pronunció un breve discurso, enalteciendo el acto que se celebra y encargando al pueblo de Valladolid que sea el fiel custodio de tan hermoso Monumento”.

Terrenos en los que fue levantado el Monumento a Colón
Instantáneas del viaje de Alfonso XIII con motivo de la colocación de la primera piedra del Monumento
Inauguración del Monumento
En 1906 se intenta la construcción de una verja de hierro destinada a proteger el Monumento; las trazas son de Emilio Baeza Eguiluz y tras dos subastas fallidas se adjudican las obras en la tercera de D. Leandro Ramos. Hasta 1909 no se efectúa la negociación definitiva de dicha verja, los motivos que la componen son detalles vegetales, el escudo de Valladolid en los pilares y en los extremos se instalaron unas artísticas farolas. Posteriormente esta verja desaparecerá así como dichas farolas.En 1935 se producen cambios importantes en la decoración central de la plazuela que rodea al monumento, conforme al proyecto del entonces Director de Parques y Jardines, Francisco Sabadell Martínez. Se buscaba dar mayor esbeltez al conjunto, de siempre criticado por la escasa altura de su pedestal. Se suprimió entonces la verja que lo rodeaba y se dispusieron en su entorno unos jardines de sencillo trazado que rebajaban mediante ligero desmonte del terreno el nivel del suelo situado alrededor del pedestal. El monumento se incluía de esta forma en un todo, sin calzada de separación, integrado en el Paseo Central del Campo Grande, para lo que se le dotó en 1955 de farolas similares a las de la Plaza de Zorrilla y Paseo Central. Pero en 1969, el monumento volvió a desvincularse del Paseo, al ser creada una glorieta. Tras este cambio se sucedieron otros muchos hasta el día de hoy.

Proyecto de los jardines del Monumento a Colón (1935)
El Monumento a Colón con la verja que ealizó Emilio Baeza

BIBLIOGRAFÍA
  • AGAPITO Y REVILLA, Juan: Arquitectura y urbanismo del antiguo Valladolid (selección de textos e introducción de Jesús Urrea), Grupo Pinciano, Valladolid, 1991.
  • CUADRADO GUTIÉRREZ, Luis José: El monumento a Colón en Valladolid, Asociación Domus Pucelae, Valladolid, 2007.
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Desarrollo urbano y proceso histórico del Campo Grande de Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 1981.
  • VIRGILI BLANQUET, María Antonia: Desarrollo urbanístico y arquitectónico de Valladolid (1851-1936), Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 1979.

EL MUSEO DIOCESANO Y CATEDRALICIO DE VALLADOLID. Reapertura y renovación

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Inaugurado en el año 1965, el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid ha cumplido un importante papel en la difusión del patrimonio de la Diócesis y de la propia Catedral, pero ahora evoluciona y se hace más cercano al visitante. Así con la reapertura de sus instalaciones permanentes en la antigua Colegiata es el tiempo de una nueva visita.
En las últimas décadas el museo había sufrido una especie de abandono que lo llevó a ser una reliquia de sí mismo. Daba pena ver lo poco cuidada que se encontraba la exposición de piezas, así como los diferentes tipos de cartelas que se iban improvisando y que no tenían nada que ver unas con otras. Por fortuna todo esto ha cambiado tras la magna exposición “Corpus Christi” celebrada en las instalaciones del museo durante buena parte de la primavera y del verano de este año. Tras el éxito de la muestra, que contó con más de 23.000 visitantes, el museo abre de nuevo sus puertas al público vallisoletano y forastero para que descubra el importante patrimonio que contiene una vez remodelada la nueva exposición y montaje de piezas en los espacios de la antigua Colegiata. La oportunidad de contemplar piezas de gran calidad y otras inéditas será una nueva ocasión para acercarse al Museo y Catedral. Es sabido que mientras no se tome una decisión definitiva sobre el proyecto futuro de Museo Diocesano y Catedralicio éste debe proseguir su andadura y contar con nuevos contenidos y presentación más actual que incentive la visita turística en nuestra ciudad como en la pasada exposición.

En las salas se expone un rico patrimonio con obras que comprenden los siglos XIII al XX, principalmente de estilo gótico, renacentista y barroco. La variedad de objetos expuestos es total puesto que encontraremos obras de pintura, escultura, orfebrería, textil, marfiles, objetos de música, muebles, documentos... Se pueden contemplar tanto obras nacionales como otras procedentes de escuelas tan ilustres como la flamenca o la italiana. Así, en el museo se podrán observar piezas de algunos de los más destacados artífices de la escuela castellana. En el apartado escultórico hay obras de Simón de Colonia, Gil de Siloé, Juan Picardo, el Maestro de San Pablo de la Moraleja, Juan de Juni, Gregorio Fernández, Francisco Rincón, Juan de Anchieta, Francisco Alonso de los Ríos, Francisco Díez de Tudanca, Francisco de la Maza, Isidro Villoldo, Pedro y Juan de Ávila, Francisco y Pedro de Sierra o Alejo de Vahía. En cuanto a pintura destacan nombres como los de Diego Valentín Díaz, Francisco Martínez, el Maestro de Osma, el Maestro de Portillo, el Maestro de Gamonal y Felipe Gil de Mena. Tampoco podemos olvidar en platería la magnífica custodia de Juan de Arfe. En definitiva, una constelación de cracks.
La gran novedad consiste en que la nueva distribución de piezas ha propiciado que se aumente el número de obras artísticas expuestas en un 40 %, es decir, una barbaridad. Las primicias comienzan desde el principio del museo. Así, en el que podríamos denominar el “atrio”, que anteriormente no se utilizó para exponer obras, podemos contemplar el Carro del Corpus Christi; un naturalista San Juan Bautistaque, obra del escultor barroco vallisoletano Juan de Ávila, procede del Oratorio de San Felipe Neri; una deliciosa pintura de la Crucifixión del pintor renacentista Michel Coxcie (el Rafael de los Países Bajos); la maqueta de la catedral diseñada a finales del siglo XVIII por el policromador Manuel Alonso Abril, una curiosa efigie hispanoflamenca de San Miguel matando al demonio y la impresionante Silla abacial de San Pedro (atr. Martín Sánchez, h. 1480) que presidía la sillería de la antigua colegiata.

MARTÍN SÁNCHEZ. Silla abacial de San Pedro
Entrando ya en las estancias del museo llegamos al pasillo que lleva a las capillas de la antigua colegiata. En él se han dispuesto una serie de obras que anteriormente no se hallaban expuestas y que por suerte han sido rescatadas para el goce del visitante. Así, nos reciben los retratos del pintor Diego Valentín Díaz y su mujer Doña María de la Calzada realizados por el pintor Felipe Gil de Mena. La pieza más destacada de este ámbito es el Bargueño-escritorioitaliano del siglo XVI realizado en madera con aplicaciones de metal dorado y carey, el cual da cabida a un sinfín de pinturitas, en alguna de las cuales se adivinan paisajes reales, de hecho, se reconoce alguno de Roma. Completan este ámbito una pintura de la Anunciación de la escuela vallisoletana del primer tercio del siglo XVII, como así parece indicarlo su marco de piedras y gallones; y dos pequeños lienzos de Floreros, obra de Diego Valentín Díaz y que son de gran valor, ya no por su calidad plástica sino porque se trata de las pocas pinturas de este tipo conservadas en la ciudad.

FELIPE GIL DE MENA. Retratos de Diego Valentín Díaz y Doña María de la Calzada
ANÓNIMO ITALIANO. Bargueño-escritorio
ANÓNIMO VALLISOLETANO. La Anunciación
DIEGO VALENTÍN DÍAZ. Floreros
Pasando ya a la primera gran sala, la capilla de San Llorente, podemos observar a simple vista que es la más espectacular por cuanto en ella se exponen las obras maestras (no todas, porque el Ecce Homo de Gregorio Fernández está en la sala capitular). En ella destacan sobremanera los sepulcros góticosprocedentes del Monasterio de Palazuelos, la Magdalena penitentede Pedro de Ávila, el Busto de Ecce Homoy la Cabeza de San Juan Bautista de Juan de Juni que en origen pertenecieron a la Cartuja de Aniago, las diferentes esculturas de Alejo de Vahía, el San Martín partiendo la capa con un pobre de Gregorio Fernández, el Ecce Homoatribuido a Francisco Alonso de los Ríos, los impresionantes Bustos de Ecce Homo y Dolorosa del granadino Pedro de Mena o la bellísima Virgen con el Niñode Juan de Anchieta. Hemos de destacar, por cuánto son piezas que anteriormente no estaban expuestas, el San Lorenzo de Francisco Rincón y el San Felipe Neride vestir que se restauró con motivo de la exposición Corpus Christi y que por fortuna se ha optado porque forme parte del museo.

JUAN DE JUNI. Busto de Ecce Homo
JUAN DE ANCHIETA. Virgen con el Niño
PEDRO DE MENA. Bustos de Dolorosa y Ecce Homo
FRANCISCO ALONSO DE LOS RÍSOS (atr.). Ecce Homo
PEDRO DE ÁVILA. Magdalena penitente
FRANCISCO RINCÓN. San Lorenzo
En el centro de la sala, lugar que actualmente ocupa el magnífico San Gabriel de Gregorio Fernández que fue descubierto en un trastero de la parroquia de Tudela de Duero por el catedrático Carlos Brasas, se irán colocando diferentes piezas que irán conformando lo que se va a llamar “La pieza del mes”, la cual será una magnífica oportunidad para conocer en profundidad las joyas que custodia la institución museística, y, por qué no, la catedral.

GREGORIO FERNÁNDEZ. Arcángel San Gabriel
En el lado derecho se abre una pequeña estancia, la sala capitular, en la que no hay apenas novedades, aunque tampoco las necesita dado que presenta la sillería del coro de legos del Monasterio de San Benito realizada por Felipe Espinabete, y el Ecce Homo de Gregorio Fernández, posiblemente uno de los mejores estudios anatómicos de la historia de la escultura. Son también piezas que interesan destacar la pequeña Virgen de la Antiguagótica, un Crucificado que se atribuye a Gregorio Fernández, el Apostoladodel pintor Cristóbal García Salmerón, el lienzo de la Asunción del “vallisoletano” Diego Díez Ferreras, y un magnífico Crucifijo de marfil de escuela renacentista italiana.

FELIPE ESPINABETE. Sillería del coro de legos del Monasterio de San Benito
GREGORIO FERNÁNDEZ. Ecce Homo
ANÓNIMO. Virgen de la Antigua o de Rocamador
ANÓNIMO ITALIANO. Crucifijo
CRISTÓBAL GARCÍA SALMERÓN. Apostolado
DIEGO DÍEZ FERRERAS. La Asunción
Continuando nuestro recorrido llegamos a la capilla de Santo Tomás, que se encuentra presidida por parte del montaje de la exposición Corpus Christi: se trata de los dos Ángeles heraldos del taller de Gregorio Fernández flanqueando la Custodia procesionalrealizada por Juan de Arfe, y delante de ellos un trozo de la Colgadura rica de la catedral, la cual por desgracia fue vendida en su inmensa mayoría a comienzos del siglo XX por un precio irrisorio. Otros tiempos. Ha sido una gran idea mantener esta escenografía puesto que de esta forma se realzan unas piezas a otras. En esta misma sala hay que destacar los magníficos Retablo de San Miguel del Maestro de Osma y Retablo de Santa Ana del Maestro de Gamonal. Ambas obras fueron realizadas por anónimos maestros hispanoflamencos, procediendo el primero de ellos de la localidad de Curiel de Duero y el segundo de la capilla de los Tovar de la iglesia de Santa María la Antigua.

MAESTRO DE OSMA. Retablo de San Miguel
MAESTRO DE GAMONAL. Retablo de Santa Ana
Antes de pasar al “Ángulo del claustro” hemos de dirigir nuestra atención a dos obras interesantísimas, el Llanto sobre Cristo muerto de Francisco de la Maza y Cristo entre los ladrones del Maestro de San Pablo de la Moraleja. Precisamente a este último maestro pertenece una de las joyas del museo, y la cual preside este “Ángulo del claustro”: el Llanto sobre Cristo muerto que aparece enmarcado por una de las antiguas puertas que conectaban con el claustro de la colegiata. Se trata de una representación patética a la vez que curiosa por las vestimentas que portan todos los personajes. El personaje más interesante es el situado atrás del todo, el más alto del conjunto. Se piensa que es San Pablo, y que coloca los dedos en una posición que significaría “silencio”. En esta misma sala podemos destacar un Órgano, una interesante Virgen de la Expectación del escultor riosecano Francisco de Sierra, hijo del gran Tomás de Sierra, así como una serie de tablas hispanoflamencas y un retablo de la escuela de Alonso Berruguete que procederá de un pueblo del sur de la provincia.

FRANCISCO DE LA MAZA (atr.). Llanto sobre Cristo muerto
MAESTRO DE SAN PABLO DE LA MORALEJA. Cristo entre los dos ladrones
MAESTRO DE SAN PABLO DE LA MORALEJA. Llanto sobre Cristo muerto
ANÓNIMO CASTELLANO. Retablo
FRANCISCO DE SIERRA. Virgen de la Expectación
Volviendo atrás nuestros pasos y siguiendo el recorrido llegamos a la recoleta capilla de San Blas, en la cual presenta novedad una serie de magníficos bustos relicarios realizados en Nápoles y que proceden de diversos conventos desamortizados de la ciudad, otra buena cantidad de este tipo de bustos se conserva en el Museo Nacional de Escultura. En esta misma sala destacan los objetos de platería y de marfil, la ropa litúrgica y una serie de obras de pintura y escultura: un San Antón meditabundo de Juan de Anchieta, un relieve en barro cocido de la Piedad modelado por Juan de Juni, los cuatro Padres de la Iglesiade Alejo de Vahía (formaban parte del mismo retablo al que pertenecían las otras esculturas de Alejo vistas en la capilla de San Llorente), un pequeño retablillo dedicado a San Bernardino de Siena y otro de factura moderna que contiene tres pinturas del Maestro de Portillo procedentes de la parroquia de La Seca. Aunque moderna también tiene cierto interés la Custodia de Granda.

ANÓNIMO NAPOLITANO. Relicarios
MAESTRO DE PORTILLO. San Mateo
ALEJO DE VAHÍA. San Jerónimo
JUAN DE ANCHIETA (atr.). San Antón
ANÓNIMO HISPANOFLAMENCO. Retablo de San Bernardino de Siena
La última sala, la capilla de Santa Inés, centra su interés en los sepulcros góticosde piedra. A ello hemos de sumar el maravilloso Descendimiento de Juan Picardo, el enigmático Ángel sosteniendo a Cristo muerto, la pintura de la Verónica con la Santa Faz tríplex; el Cristo del Perdón de Francisco Díez de Tudanca, o la portentosa Piedad atribuida a Simón de Colonia. Aunque no lo hemos comentado tampoco os podéis perder, puesto que suelen pasar desapercibidos, la serie de Crucifijos medievales colocados sobre las puertas de acceso a las diferentes capillas.

FRANCISCO DÍEZ DE TUDANCA. Cristo del Perdón
SIMÓN DE COLONIA (atr.). Piedad
JUAN PICARDO. El Descendimiento
FELIPE GIL DE MENA. La Verónica con la Santa Faz tríplex
Para finalizar hay que señalar que se está realizando una profunda restauración de la última capilla de la “panda” del museo, que es la que antecedente a la capilla de Santa Bárbara, la cual posee el único vestigio de pinturas murales del siglo XV de la ciudad. ¿Se estará rehabilitando para dar cabida a esa sala de pinturas que desde años aparece en el folleto explicativo del museo? Ojalá, porque entre los fondos no expuestos hay pinturas magníficas, y un soberbio retablo-relicario diseñado por Diego Valentín Díaz que, procedente de “su” Colegio de Niñas Huérfanas (Valentín Díaz fue patrono de la institución), actualmente forma parte de la exposición del Museo del Prado “Metapintura”. Sería, asimismo, muy interesante que las ocho capillas de la catedral fueran visitables conjuntamente con el museo dado que esconde verdaderas maravillas en forma de retablos, esculturas y pinturas. Es más, las probablemente mejores esculturas funerarias en alabastro de la ciudad se encuentran en una de ellas. Ojalá con el paso del tiempo, y con la ayuda de quien haga falta, se vaya dando a descubrir las obras artísticas de ese magnífico, aunque inacabado e incomprendido templo. Este artículo va dedicado a Alejandro Rebollo, una de las “alma mater” de este nuevo museo, cuyo entusiasmo por dar a conocer y valorar nuestro arte es contagioso. ¿A qué esperais para conocer esta "Wunderkammer" (cámara de las maravillas)?

Retablo-relicario del Colegio de Niñas Huérfanas en la Exposición "Metapintura". Fotografía tomada de http://www.efe.com

EXPOSICIÓN: ADOLFO SARABIA (1928-2015). Más allá del realismo

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Hoy os quiero recomendar otro plan para estos días de fiesta. Si en la entrada anterior vimos que puede ser un buen momento para ir a visitar el Museo Diocesano y Catedralicio, también podemos aprovechar para ir a ver una interesantísima exposición en la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid, la cual comparte edificio con la Casa de Cervantes en la calle Miguel Íscar.
La muestra, que lleva por título “Adolfo Sarabia (1928-2015). Más allá del realismo”, reúne la obra de este interesantísimo pintor vallisoletano, y académico de la Purísima Concepción que ingresó en la misma el 21 de noviembre de 1986, recibiendo la medalla número XVI, aquella que décadas antes había llevado pintores vallisoletanos tan ilustres como el paisajista Aurelio García Lesmes o Sinforiano de Toro. La exposición estará abierta en horario de 12 a 14 hasta el 30 de diciembre.

Inauguración de la exposición
Su faceta artística no solamente comprende la pintura puesto que fue un hombre multidisciplinar. La pintura fue solo una de sus vocaciones, señala Brasas Egido que era quizá “la que sentía más hondamente, pero no la única, ni la entendía tampoco como una dedicación exclusiva ni mucho menos como una mera profesión. Y es que, considerada en un conjunto, la obra del artista se nos muestra como la expresión de un humanista culto, inquieto y polifacético. Imposible explicarla y entenderla sin su labor como profesor universitario, como traductor, o sin su apasionada dedicación a la poesía. La obra creadora de Adolfo Sarabia, no habría podido manifestarse de un solo modo, en él todas esas facetas se complementan y enriquecían entre sí”. Al igual que al pintor que más llegó a admirar, el prerrafaelita Dante Gabriel Rossetti, “a lo largo de su trayectoria y experiencia estética, Sarabia puso también en práctica el célebre pensamiento de Horacio: “La pintura es como la poesía”. En ese sentido, al evocar la polifacética personalidad de Adolfo Sarabia, tan interesante como versátil, no es posible desligar esas distintas orientaciones; imposible desvincular su dedicación profesional a la docencia de su pasión por la creación artística y literaria”. Además, según el profesor Brasas “si nos aproximamos a su obra artística y en concreto a su dedicación a la pintura, enseguida advertimos que Sarabia la entendió siempre como emanación que se desprende espontáneamente de la poesía. La poesía le llevó a Sarabia hacia la pintura, dotándola siempre de un aura de pureza y refinado eclecticismo”. Aunque podríamos llegar a calificar su pintura como realista, sería inexacto, al igual que lo sería el definirla como hiperrealista, puesto que Sarabia siempre fue más allá del realismo.

Berenice
Before the dawning of the death day
Cebolla en la ventana
El realismo, que vino a imponerse como reacción frente a la pesadez y repetitividad de las tendencias informalistas y abstractas, surgió en Madrid en la década de 1950. Fue sobre todo un fenómeno surgido en el ámbito de los jóvenes pintores madrileños, el grupo de los Realistas de Madrid (Antonio López, Julio López Hernández, Francisco López Hernández, Isabel Quintanilla, Amalia Avia y María Moreno), que propugnaba una figuración radical que conectaba y se nutría tanto de ciertas corrientes figurativas del siglo XX (como la pintura metafísica, la nueva objetividad o el surrealismo), como de la gran tradición de la pintura española del Siglo de Oro. Aunque el realismo llevaba consigo una reproducción fidedigna de la realidad, y por lo tanto una vuelta a la primacía del dibujo y del “disegno”, “en modo alguno se trataba de un arte cuyo propósito fuera la mera reproducción de la realidad física” sino que iba “más allá del mundo real, era una pintura que aspiraba a estar por encima de lo físico, un arte para ampliar la conciencia que intentaba entrar y entender otro tipo de realidad, no precisamente la realidad física sino espiritual”. En definitiva, y según palabras de Brasas Egido, el realismo “apostaba ante todo por una poética en la visión de la figura, de los espacios y los objetos, marcada por el paso del tiempo que impregnaba de misterio, melancolía e intimidad de las cosas”.

Cerrojo
El escultor Bonifacio Pedraz
Frutero
Aún dicho todo esto, Sarabia renunció a utilizar la palabra realismo para su pintura, de hecho, creó para ella el término "metarrealismo", un concepto que quería reflejar la profunda interrelación que debía existir entre sujeto y objeto a lo largo del proceso creativo. No creía en una pintura que reflejase fielmente lo que veía con sus ojos, sino como un “proceso integrador de la mano, el espíritu y el más allá”.
Sarabia definió “metarrealismo” de la siguiente manera: “El Metarrealismo más que una corriente pictórica es una meditación intensa, profunda, lenta, muchas veces dolorosa, sobre el objeto que tienes delante. Toda creación es poesía. Poesía es buscar recóndito espejo de tu alma, una imagen que devuelves al aire hecha música, o palabras o pigmento extendido sobre un lienzo, pero siempre con ritmo, con un golpeteo evidente y oculto que se acompasa con el tic tac del corazón, con la Tau horizontal y vertical, masculina y femenina, principio de todo". "Ritmo, entrar y salir: deseo platónico de engendrar en lo bello. Ir y volver al objeto y traerlo lentamente a la superficie tersa de la tabla, capa tras capa, desde la grisalla que quedará oculta bajo las sucesivas manos de color en una función imprescindible, aunque nadie la vea, la función que Milton definía como "they also serve who only stand and wait", también son importantes los servidores quietos en la sombra". "Y luego las capas de color que se van acumulando una tras otra como los versos de un poema, rimeros de color, rimas, sensación final de una obra redonda, acabada hasta donde pueda, esmeralda pulida que acaricias entre los dedos, luz que palpitará para siempre en el recuerdo. Amor por el detalle, por toda cosa mínima en la que está implícito el universo. Veneración por la técnica, léxico sin el cual no existe posibilidad de hablar en el cuadro: pulir la técnica es pulir el lenguaje pictórico que quiere fundir el ser y el tiempo. Ir más allá: ser uno mismo y algo más".

Herradura
Huevera
La sibila de Tricio
Anteriormente referimos que Sarabia sintió profunda devoción por Rossetti, pero también por el resto de prerrafaelitas ingleses. Asimismo, le interesaron los pintores simbolistas y los del Siglo de Oro español, especialmente los que se dedicaron a la pintura de bodegón, casos de Zurbarán y Fray Juan Sánchez Cotán. Señala Brasas que también estuvo “atento en su pintura a recuperar la técnica minuciosa de los primitivos del Renacimiento, también estudió con profundidad a pintores como Fra Angélico o Alberto Durero”.
Su pintura, que la componen exclusivamente naturalezas muertas y dibujos, se basa en un excepcional dominio del dibujo. “A la hora de valorar su pintura con acierto se ha escrito que sus temas alcanzaban dimensión simbólica. Su actitud era la trascendencia de lo cotidiano, siempre con una fuerte carga de simbología, que rozaba incluso el ámbito de lo místico. El ser, los objetos, la figura humana, el retrato o el desnudo alcanzan en sus lienzos o tablas profundidad poética y simbólica, destacando del espacio vacío, aislado. A través de sus figuras y retratos, o bien a través de sus bodegones, Sarabia confiaba en que más allá de su apariencia simple de lienzo, su pintura pudiera llegar a lo más hondo del espíritu del que miraba su obra, y de ese modo contemplar también los ecos pagados del alma del modelo”.

Pera y planchas
Santa Lucía
Ser en sí
Por último, quiero dar las gracias a la Academia por las exposiciones que van celebrando anualmente, pues dan a conocer a aquellas grandes figuras ignoradas que ha poseído el panorama artístico vallisoletano. También hay que agradecer los magníficos catálogos a todo color que editan con motivo de las exposiciones.

EXPOSICIÓN: MAESTROS DE LA PINTURA EN LA COLECCIÓN LLADRÓ

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Desde tierras valencianas ha desembarcado en la Sala Municipal de Exposiciones de la Pasión una magnífica exposición que hará las delicias de los amantes de la pintura, especialmente de la renacentista y la barroca. “Maestros de la Pintura en la Colección Lladró”, que así es como se titula, reúne 35 obras maestras de las más de 200 que posee la citada colección, la cual es uno de los conjuntos artísticos privados más importantes del país.
Hasta el día 5 de febrero se podrán admirar una serie de pinturas en tabla y en lienzo que van desde el siglo XV hasta el XVIII y que engloba a nombres tan ilustres como los de Zurbarán (1598-1664), El Greco (1541-1614), Rubens (1577-1640), Ribera (1591-1652), Alonso Berruguete (c.1490-1561), José Camarón (1731-1803), José Antolínez (1635-1675), Francisco de Herrera “el viejo” (c.1590-c.1656), Juan de Juanes (1507-1579), Vicente Maçip (1475-1545), Fray Juan Sánchez Cotán (1560-1627), Juan de Valdés Leal (1622-1690), Antonio Palomino (1655-1726), Claudio Coello (1652-1693) o Jerónimo Jacinto de Espinosa (1600-1667), excelente pintor valenciano que fue hijo de un vallisoletano: Jerónimo Rodríguez de Espinosa. Sin duda, la presencia de tantos “números uno” es todo un aliciente para acercarnos a la céntrica sala de exposiciones.

ALONSO BERRUGUETE. Virgen con el Niño
JOSÉ ANTOLÍNEZ. Predicación de San Juan Bautista
JOSÉ CAMARÓN Y BORONAT. Adoración de los Reyes Magos
ANÓNIMO TOLEDANO. Altar del Descendimiento
ANÓNIMO RIBALTESCO. San Jerónimo penitente
JERÓNIMO JACINTO DE ESPINOSA. Muerte de San José
EL GRECO (taller). Santiago el Menor
Del gótico, que es el estilo menos representado en la exposición, contamos con la excelente Oración en el Huerto de Joan Rexach. Ya del Renacimiento sobresalen fundamentalmente las obras de los Maçip, Vicente y Vicente Juan, este último más conocido como Juan de Juanes; el Santiago el Menor del Taller de El Greco; y la impactante Virgen con el Niñode Alonso Berruguete, que a mí no deja de recordarme tanto en los rostros como en los colores al excelente pintor italiano Domenico Beccafumi. Finalmente, el periodo barroco es el que ocupa mayor espacio en la muestra. De este momento tenemos joyas como La Magdalena penitentede Claudio Coello, el último pintor madrileño castizo antes de la llegada de las corrientes renovadoras que arribaron con los Borbones; la Inmaculada de Antonio Palomino; los impresionantemente realistas San Andrés y San Onofre de José de Ribera “Lo spagnoletto”, que para mí es el mejor pintor barroco español, incluso por encima de Velázquez (ya sé que para muchos cometeré herejía); el San Matíasdel Taller de Rubens; los Crucificadosde Juan Sánchez Cotán y Francisco de Zurbarán: o La Imposición de la casulla a San Ildefonso del sevillano Juan de Valdés Leal.

JUAN DE JUANES. Sagrada Familia con San Juanito
JUAN DE JUANES. San Juan Bautista y San Jerónimo
VICENTE MAÇIP. Descendimiento y Piedad
VICENTE MAÇIP. Ecce Homo
JOAN REXACH. Oración en el Huerto
JOSÉ DE RIBERA. San Andrés
JOSÉ DE RIBERA. San Onofre
PETER PAUL RUBENS (taller). San Matías
FRANCISCO DE ZURBARÁN. Virgen en meditación
En definitiva, una constelación de estrellas que bien merece una visita. Me congratula que después de mucho tiempo las salas de exposiciones de la ciudad vuelvan a poner el foco sobre el arte de época medieval y moderna. El arte contemporáneo está muy bien, y a mí me encanta, pero también hay que atender al arte de los siglos en los que fuimos cracks, como fueron el gótico, el renacimiento y, sobre todo, el Barroco, nuestro Siglo de Oro. No estaría mal, además, que se celebraran exposiciones que rescataran del olvido a las grandes personalidades de nuestro arte, puesto que si no las damos a conocer nunca serán valoradas. Y hablo de gente como el Maestro de San Pablo de la Moraleja, Esteban Jordán, Francisco de la Maza, Juan de Anchieta, Gregorio y Francisco Martínez, Diego Valentín Díaz, Felipe Gil de Mena, Diego Díez Ferreras Juan y Pedro de Ávila, Alonso y José de Rozas, Pedro de Sierra, Manuel Peti, Francisco y Pedro Alonso de los Ríos, etc…

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA DE SAN PELAYO DE BARCIAL DE LA LOMA

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En el pequeño pueblecito de Barcial de la Loma, enclavado en plena Tierra de Campos, se encuentra uno de los retablos más bellos del renacimiento vallisoletano, no solo por los relieves que lo ornan sino por su magnífica representación de San Pelayo y por su excelente Crucifijo, atribuido, ni más ni menos, que al gran Juan de Valmaseda, uno de los escultores castellanos de mayor trascendencia durante la primera mitad del siglo XVI. Es precisamente a este último maestro, o a algún escultor de su entorno, al que se atribuye la factura del retablo, creyéndose que fue realizado hacia el año 1525.
Se trata de un retablo típicamente plateresco por cuanto su distribución se efectúa mediante compartimentos bien establecidos. Consta de banco y tres cuerpos, con tres calles (la central más ancha y compuesta solo con dos amplias hornacinas) y dos entrecalles que, a modo de contrafuertes laterales, vienen a alterar la planitud del, si bien la dotan de mayor profundidad por cuanto están más adelantadas. Dispone, asimismo, de guardapolvo salpicado de motivos vegetales. Todas las hornacinas del retablo, las cuales responden a dos tipologías (formato cuadrado para las del banco y las de las entrecalles, conteniendo en su interior; y formato rectangular en las calles extremas, conteniendo la figura en bulto redondo de un apóstol o santo), se hallan separadas mediante columnas abalaustras, que es otra característica típica de los retablos platerescos.

Empezando por el banco, observamos que hay seis cajas en las que figuran otros tantos relieves que representan a parejas de apóstoles afrontados de medio cuerpo. Cada santo sostiene su atributo más característico, por lo que su identificación no presenta problemas. Como ocurre en los cuerpos superiores, las hornacinas de las esquinas están más adelantadas con respecto al resto. Los relieves se hallan separados por pilastras con decoración a candelieri en su interior, y en algunos casos delante de estas se hallan columnas abalaustradas. De izquierda a derecha vemos aSan Pedro y San Pablo, Santiago el Menor y San Simón, San Juan Evangelista y San Bartolomé, San Mateo y San Felipe, Santo Tomás y San Matías, y San Andrés y Santiago el Mayor. Los rostros de los apóstoles, que están individualizados, son de extraordinaria belleza, a lo que sin duda ha contribuido la carnación a pulimento. Cada pareja se mira entre sí, salvo la formada por San Juan Evangelista y San Bartolomé. En el centro del banco se haya el sagrario, que pertenece ya al siglo XVIII, al igual que la decoración de la hornacina principal del retablo.

San Pedro y San Pablo
Santiago el Menor y San Simón
Santo Tomás y San Matías
San Mateo y San Felipe
Pasando ya al primer cuerpo observamos en las calles laterales a San Sebastián, atado al árbol en el que fue asaeteado, con un exquisito tratamiento anatómico, y a San Roque, acompañado de su inseparable perro y mostrando la llaga de su pierna. En las entrecalles se hallan dos relieves alusivos a San Pelayo, que es a quien está dedicado el retablo y la iglesia. El del lado izquierdo se representa Martirio de San Pelayo, y en el de la derecha el de su Traslado de las reliquias de San Pelayo. El primero muestra el descuartizamiento del santo a manos de un esbirro que empuña un hacha. Las extremidades del santo van cayendo al suelo. Completan el conjunto otros cuatro sayones, con rostros fuertemente caracterizados, uno de los cuales sujeta al santo para que no escape. Por su parte, el Traslado de las Reliquias nos muestra a unos monjes benedictinos que portan las reliquias del santo en brazos, las cuales se hallan tapadas por una sábana dorada.

San Sebastián
San Roque
Martirio de San Pelayo
Traslado de las reliquias de San Pelayo
El segundo y tercer cuerpo presentan idéntica factura por cuanto en las entrecalles efigian distintos momentos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Así, en las calles extremas observamos a San Juan Bautista y San Juan Evangelista, y a Santa María Magdalena y Santa Margarita. Al igual que los apóstoles del banco, cada santo porta sus atributos; así, el Precursor aparece con el Agnus Dei y la vara crucífera, el Discípulo Amado con la perdida copa de veneno, Santa Margarita con un dragón a sus pies, y la Magdalena con el bote de perfumes con los que limpio el cadáver de Cristo. Los compartimentos ocupados por estas pequeñas esculturas van rematados en bóvedas aveneradas.

San Juan Bautista
San Juan Evangelista
Santa María Magdalena
Santa Margarita
Por su parte, las entrecalles presentan cuatro episodios de la Pasión, como ya hemos dicho, concretamente, la Flagelacióny la Resurrección en el segundo cuerpo, y el Camino del Calvario y la Piedad en el tercero. La flagelación presenta a Cristo atado a una columna más alta que es, como es típico todavía de estos momentos, y dos sayones flagelándole a cada lado, dispuestos de manera simétrica. Éstos también poseen esa fealdad de la cual suelen hacer gala los personajes malignos, con exageradas deformaciones en las orejas, cara y nariz que le brindan un aspecto satánico. El relieve de la Resurrección presenta también una composición simétrica, en cuyo centro se halla Cristo de pie sobre su tumba, en una mano porta un estandarte y con la otra bendice. Los soldados que custodiaban su tumba se hallan dormidos o despertándose, mientras que otros dos quedan sorprendidos por el milagro. El Camino del Calvario presenta a un Jesús sufriente que arrastra a duras penas la cruz a cuestas auxiliado por el Cirineo. Su paso se ve interrumpido por los sayones que le pegan y azotan. Finalmente, la Piedad es uno de los relieves más bellos. El cuerpo muerto de Cristo reposa levemente sobre las rodillas de la Virgen, la cual apenas alcanza a agarrarle puesto. Completan el conjunto San Juan Evangelista a la izquierda y la Magdalena con el pomo de perfumes a la derecha. Estos dos últimos personajes presentan rostros muy similares, y dolientes, al igual que el de la Virgen.

Resurrección
Camino del Calvario
Piedad
Completan el retablo las dos grandes hornacinas que ocupan la calle central. Se trata de San Pelayo, en la inferior, y el Calvario, en la superior. La hornacina principal del retablo fue reformada a mediados del siglo XVIII, momento en el que se harían la custodia y mesa de altar. Esta caja posee decoración de rocallas y en la parte superior una medalla en la que figuran los atributos de San Pelayo: la espada con la que fue degollado y la palma que le acredita como mártir. La monumental escultura de San Pelayo es casi de tamaño natural y va ataviada con armadura y cota de malla de aspecto medieval, en elegante postura diríase de lucimiento ante el espectador al mantener el brazo izquierdo en jarra, la mano derecha blandiendo una espada y las piernas en contraposto, es decir, una flexionada en descanso y la otra rígida sobre la que recae el peso del cuerpo. El semblante es hierático, pero de dulces facciones y belleza juvenil. Realza su protagonismo la decoración del encasamiento que le cobija y, concretamente, el enorme dosel de abigarradas cresterías que, incluso, invade completamente el segundo cuerpo.
San Pelayo
Separado por una línea de entablamento decorada con cuatro cabezas aladas de angelotes hayamos el Calvario, aunque no es el original del retablo puesto que el Crucifijo primitivo se halla actualmente presidiendo un retablo que se haya en una capilla abierta a la iglesia en el lado de la epístola del crucero. El Crucifijo que hoy en día forma parte del Calvario es un ejemplar posterior, del primer cuarto del siglo XVII. La amplitud de la hornacina que exhibe el Calvario es tal que invade el ático, configurando una especie de medio ático en cuyos lados destacan aletones con volutas. El Crucifijo original del retablo ya fue atribuido a Valmaseda por Camón Aznar, si bien Martín González y Portela Sandoval opinan que es obra de algún seguidor. Sea obra suya o de su entorno, el caso es que emparenta con los calvarios que el escultor alavés tallara para el retablo mayor de la Catedral de Palencia o para una de las capillas de la girola de la Catedral de León.

¿JUAN DE VALMASEDA?. Crucifijo del retablo de Barcial de la Loma
JUAN DE VALMASEDA. Calvario de la Catedral de León
JUAN DE VALMASEDA. Calvario del retablo mayor de la Catedral de Palencia
BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús (coord.): Patrimonio restaurado de la provincia de Valladolid 1997-2003. Del olvido a la memoria (vol. 1). Pintura y Escultura, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2008.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús y BRASAS EGIDO, José Carlos: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XII. Antiguo partido judicial de Villalón, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1981.

LOS HERMANOS HERNÁNDEZ: ORFEBRES Y ESMALTISTAS ART DÉCO I: Semblanza biográfica 1/2

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Con la presente entrega comenzamos una serie de cuatro capítulos en los que se abordará la vida y obra de dos de los artistas más importantes que dio la ciudad de Valladolid en el siglo XX, si bien nacieron a finales de la anterior centuria. No solo destacaron en el ámbito regional y nacional, sino que también lo hicieron en el internacional puesto que fueron de los más reputados maestros dentro de su oficio. Sin más preámbulos diremos que se trata de Eloy y Osmundo Hernández, más conocidos como los “hermanos Hernández”. Sus nombres no nos dirán nada, como de costumbre, puesto que Valladolid, y más concretamente los vallisoletanos, sufrimos ese “problema” que nos lleva a no conocer y homenajear satisfactoriamente a nuestros grandes artistas del pasado (véase Berruguete, Juni o Gregorio Fernández, los cuales en otra ciudad ya tendrían sus correspondientes monumentos), y a desconocer por completo a los contemporáneos, algunos de los cuales han obtenido los más preciados galardones a los que un artista puede aspirar. Ese fue el caso de los geniales hermanos Hernández, los cuales llevaron a cabo algunas de las mejores piezas de orfebrería, joyería y esmaltería que se realizaron en la primera mitad del siglo XX; siendo, además, de los pocos cultivadores de la estética Art Déco en España.

Los hermanos Hernández al poco tiempo de establecerse en Vigo
Las cuatro entregas que pretenden homenajear a los hermanos Hernández están elaboradas con una selección de textos tomados de la monografía escrita hace unos años por Carlos Brasas, máxima autoridad en la materia y quien me animó fervientemente a tratar sobre ellos en el blog. Pues bien, llegó el momento de empezar a tratar sobre estas dos magnas figuras del arte vallisoletano. El plan es el siguiente: en los dos primeros posts se trazará un relato biográfico de los Hernández, el tercero se centrará en su obra dentro de los campos de la orfebrería, esmaltería y joyería, reservándose el cuarto y último post a la labor escultórica, desarrollada fundamentalmente por Eloy.
Sería deseable que alguna sala de exposiciones de Valladolid u otra institución preparara una muestra dedicada a ambos hermanos, de tal forma que la ciudad que les vio nacer tuviera la ocasión de contemplar de cerca las maravillas que salieron del taller de estos hermanos que llegaron a lo más alto de las artes aplicadas del siglo XX y del Art Déco español.

Casa familiar de los Hernández (desaparecida, Calle Santa Clara nº 14)
Osmundo Hernández nació en Valladolid el 4 de diciembre de 1893, y cuatro años después, el 1 de diciembre de 1897, su hermano Eloy, precisamente el día de la festividad del santo francés patrono de los orfebres. Sus padres, el maestro constructor Julián Hernández e Isidora Calzada, tenía el hogar familiar establecido en un antiguo caserón de la calle de Santa Clara, concretamente en el número catorce. La vocación por lo artesanal de Osmundo y Eloy fue muy temprana. De niños su predisposición al arte les haría ya modelar en barro y dibujar continuamente en sus cuadernos de escuela con lápices de color. Siendo unos muchachos jugaban ya -según sus propias palabras- “con cristales de la calle y pobres pucheros”, ensayando con medios muy rudimentarios los procedimientos más sencillos de la orfebrería.
Sus primeros pasos los dieron en la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid, donde fueron sus maestros Ramón Núñez, entre los escultores, y entre los pintores, Salvador Seijas, Luciano Sánchez Santarén y José Martí y Monsó. Por este último, asimismo director del centro, sentirían siempre gran aprecio y admiración, hasta el punto de que el propio Osmundo portaría la bandera de la Escuela en el entierro de don José en 1912. Enseguida van a simultanear las clases en el citado centro con el esfuerzo y el trabajo profesional, dirigiendo sus inclinaciones hacia la orfebrería. Por esos años, Eloy entraría a trabajar en el taller de platería de Monedero, en la calle de Fray Luis de León; mientras que por su parte Osmundo, se colocaría en una conocida joyería de la ciudad -los talleres de Anastasio Gil-, situada en la calle Ferrari (concretamente en el número 15 de la antigua Acera de San Francisco).

Eloy Hernández, en el estudio de Martínez Oteiza, y el niño José Antonio
Allí, aparte de conocer los rudimentos del oficio, poco más pudieron aprender, compensando la falta de enseñanza con un tesón fuera de lo común y una inquebrantable fe en sus propias posibilidades. Su optimismo y entusiasmo juvenil les llevaría desde el primer momento a dirigir su mirada hacia las tradiciones de oficios artísticos ya olvidados, y a querer emular a los antiguos plateros vallisoletanos, que tanto lustre habían dado a la orfebrería nacional en siglos pasados. Al mismo tiempo, la contemplación en el Museo Provincial de Bellas Artes (Museo de Escultura) de las obras de los grandes imagineros castellanos avivarían fuertemente su vocación artística.
Considerado como uno de los alumnos más aventajados de la Escuela, en julio de 1915, Osmundo ejecutaría ya una artística placa de plata repujada, realizada sobre un boceto a lápiz del entonces director de la Escuela, el escultor Ramón Núñez, placa que sería obsequiada en el transcurso de un homenaje a la maestra doña Primitiva Medrano, directora de la Escuela Nacional Graduada de Párvulos de la ciudad. Por entonces, y contando ya en su haber con gran número de proyectos de orfebrería pintados a la aguada, recibirían su primer encargo importante, al cincelar los Siete cuchillos de plata, símbolo de sus siete dolores, que recoge entre sus dedos la Virgen de las Angustias, de Juan de Juni, trabajo que les daría cierta notoriedad en el ambiente artístico de la ciudad.

Cuchillos de plata de la Virgen de las Angustias
A comienzos de noviembre de 1917 recibirían del jurado del Certamen del Trabajo celebrado en la capital castellana, uno de los premios en metálico por una serie de obras de plata repujada.
En un primer momento se aplicarían también a repujar en cuero, y dentro del arte de la orfebrería empezarían dedicándose al nielado, tratando de dominar poco a poco los muchos secretos del oficio. Por su parte, Eloy, que tendía más al ejercicio de la escultura, trabajaría durante algún tiempo a los cuidados y órdenes del escultor y teniente-coronel José Martínez Oteiza, en cuya compañía harían frecuentes viajes ambos hermanos a las ciudades de alrededor de Valladolid. Precisamente en una de estas excursiones -concretamente a Burgos- tendrían ocasión de admirar en el Museo Provincial el célebre frontal de Silos, que les impresionaría profundamente, marcándoles para siempre y dejando su contemplación huella indeleble. Fue entonces cuando surgió su vocación por el esmalte, cuando entrevieron sus enormes posibilidades, deseando desde ese momento aprender la técnica y reproducir lo más fielmente posible las obras románicas y góticas. Esa aspiración de llegar algún día a copiar el frontal de Silos -sueño y empeño que efectivamente llegaría a materializarse bastantes años después- fue el motivo que les indujo a comenzar a hacer primero pequeños ensayos, y más tarde dedicarse intensamente a esmaltar, actividad que, con el tiempo y tras su paso por Francia, llegaría a convertirse en su más importante especialidad artística.

Los hermanos Hernández en la Place Terraux de Lyon, delante de la Fontaine Bartholdi
En 1917 Osmundo sería becado en París por la Junta de Ampliación de Estudios en el extranjero (que dependía del Instituto de Enseñanza Libre), acompañándole varios años después su hermano Eloy. Osmundo, becado por la sección de platería, vivió en París los difíciles momentos de la Primera Guerra Mundial, ya que su pensión coincidiría con los años de la conflagración europea. La casa donde residían los pensionados -en el número 5 de la rue Geoffroy-Marie-, la noche del 8 de marzo de 1918, sería enteramente derribada por un obús alemán. El joven artista salvaría su vida de milagro, al refugiarse en el sótano del inmueble. Por entonces, Eloy, que deseaba intensamente viajar a la capital francesa para reunirse con su hermano, continuaba en Valladolid, trabajando en el estudio de Pepe Oteiza. Allí le visitaría en abril de 1919 Fernando De´Lapi, quien, además de elogiar su labor, le describiría en las páginas de El Norte de Castilla como “un mozo alto, sencillo y optimista, cuya actividad se aplica a la ilustre orfebrería”. 

Eloy Hernández
Poco tiempo después, Eloy consiguió una beca de la Junta de la Ampliación de Estudios para ir a París. En los meses de marzo y abril de 1921, Eloy había participado con dos esculturas en la Primera Exposición de la Asociación Castellana de Arte, celebrada en el Ateneo de Valladolid, muestra en la que figuraron los pintores y escultores más representativos de la ciudad.
Al año siguiente, Osmundo tras regresar temporalmente a Valladolid, contraería matrimonio en la capilla del Hospital Militar con la joven Jerónima Sánchez Gil. Poco tiempo después. Regresaría con su hermano a la capital gala. Allí ambos artistas compaginarían el trabajo en el taller con las visitas y el estudio en museos y colecciones privadas. Principalmente, tendrían ocasión de admirar las piezas de joyería antigua conservadas en el Museo del Louvre, atrayendo su atención, sobre todo, las mascarillas y bustos egipcios labrados en oro y esmaltados, y otras muestras de la rica orfebrería oriental, así como los antiguos esmaltes franceses de Limoges.

Desnudo de rodillas (entre 1922-1930)
Fue también en París donde se afianzó su gran afición por las artes suntuarias, y donde decidirían plenamente ya su vocación de esmaltadores. Durante su estancia -exactamente en la Escuela de Artes y Oficios Boull-, estudiaron técnicas, sistemas, gustos…, teniendo ocasión de conocer, asimismo, la moderna joyería parisina, cuyas creaciones pudieron admirar fascinados en los suntuosos escaparates de la rue de la Paix.
Con la exigua pensión de que disfrutaron viajarían en diversas ocasiones a Limoges, donde se dedicarían a estudiar con pasión los célebres esmaltes medievales y renacentistas de aquella escuela, así como los diversos procedimientos técnicos. Posteriormente, de París marcharían a Grenoble -a donde fueron trasladados los jóvenes pensionados españoles-, y desde esta ciudad serían enviados a Lyon, donde por último serían repatriados a comienzos de 1923.

CARLOS MASIDE. Caricatura de los hermanos Hernández. Eloy en los extremos y Osmundo en el centro
Autorretrato juvenil de Eloy (1919)
De nuevo en su ciudad natal, unos meses después de su regreso -concretamente en junio de 1923-, montarían ambos hermanos, en el salón del Ateneo, la que iba a ser su primera exposición, con la que pretendían darse a conocer entre sus paisanos. Se trató de una muestra realizada conjuntamente con el escultor-decorador catalán Francisco Artigas Dernis, a quien Osmundo había conocido en París, donde asimismo había formado parte de la expedición de obreros pensionados entre los años 1916-1918. Sería allí donde entablaron una buena amistad y decidieron iniciar una fructífera colaboración en algunas obras de joyería. La exposición se componía de un centenar de piezas de muy variada gama (tallas policromadas de Artigas, camafeos montados en plata repujada y piedras preciosas, dibujos a la “gouache” de los Hernández, reproducciones en plata repujada y patinada de algunas estatuillas de Artigas, hechas también por ambos hermanos…), obras todas ejecutadas, al decir de la crítica, con gran habilidad y exquisito buen gusto. A través de la prensa local, se solicitaría del Ateneo que prorrogase la exposición, dado el número de público que acudiría a ella, visitantes que -como podía leerse en El Norte de Castilla, nunca pudieron sospechar que hubiese en Valladolid orfebres capaces de enlazar con la secular tradición artística que las creaciones suntuarias habían conocido en el pasado.
Por esas mismas fechas decidirían presentarse al concurso convocado por el Cabildo burgalés, con motivo de la celebración del VII Centenario de la fundación de la catedral, para la construcción de una suntuosa custodia procesional de plata. A dicha convocatoria acudirían con un ambicioso proyecto de custodia turriforme, de extraordinaria riqueza e inspirada en las creaciones de los Arfes. Habiendo presentado un artístico dibujo a escala, juntamente con una detalla memoria sobre sus características al cabildo, aun reconociendo su valía, juzgaría excesivamente costoso el proyecto, y por ello irrealizable para los limitados recursos de que disponía. No obstante, el Cardenal Benlloch, arzobispo de Brugos, nombró a ambos hermanos “Orfebres Honorarios” de la Catedral de Burgos.

Proyecto de custodia procesional de la catedral de Burgos (1921)
A comienzos de 1922, y conscientes de la necesidad de ampliar horizontes profesionales, los hermanos Hernández proyectaban buscar casa en Madrid para fijar allí su residencia y lugar de trabajo. Mientras tanto, viviendo aún en Valladolid, un buen día, en una de sus habituales tertulias en el Café Suizo, su amigo Virgilio Garrote, profesor de la Escuela de Comercio de Vigo les sugirió trasladarse durante algún tiempo a la industriosa población gallega en busca de mercado para sus obras. Vigo por entonces conocía un extraordinario desarrollo, y su puerto comercial ofrecía grandes posibilidades de promoción y trabajo puesto que llegaban gran número de barcos procedentes, sobre todo, de Inglaterra y América. Los propios hermanos Hernández afirmarían años después que llegaron a Vigo circunstancialmente, pero, lo cierto, es que se quedarían allí para siempre, al encontrar la más favorable acogida.
En marzo de ese mismo año se encontraban ya en Vigo, comenzando a trabajar ilusionados en un taller que montaron en la Puerta del Sol. Una de las primeras obras que ejecutarían nada más establecerse allí, sería la corona de plata sobredorada de la Virgen de los Dolores, de la parroquial de San Francisco. Muy pronto comenzarían a ser reconocidos y estimados en la ciudad, exponiendo sus obras en los escaparates de los comercios más céntricos de Vigo.

Corona de plata y piedras preciosas para la Virgen de los Dolores de Cangas (Vigo)
En su taller, montado con cierto sabor de “Renacimiento”, trabajarían silenciosa y modestamente, experimentado las más diversas técnicas, y en especial la del esmalte, cuyo cultivo intensificarían a partir de entonces. Su presentación artística en la ciudad tuvo lugar en agosto de 1924, cuando concurrieron con sus obras a la Primera Exposición de Arte Gallego, organizada por el Ateneo de Vigo e instalada en la Escuela de Artes y Oficios. Allí expusieron tres esculturas y diversos trabajos de orfebrería. Las primeras, correspondientes exclusivamente a Eloy, eran las tituladas, Busto de mi hermano, Busto de mi aprendiz y Perfume (esta última un gracioso desnudo de línea moderna). Entre las piezas de orfebrería, figuraban una bandeja de plata, relieves en oro repujado, una medalla y una cruz en oro esmaltado, un libro de misa de plata repujada y marfil, etc. Todas estas obras fueron muy bien acogidas por la crítica gallega, elogiando la fina sensibilidad, inquietud artística y laboriosidad de ambos hermanos. La perfección y belleza de las joyas y piezas reunidas constituyó sin duda toda una relevación.

Busto de mi hermano Osmundo (h. 1926)
Perfume (h. 1921)
En ese mismo año, el gran escultor pontevedrés Francisco Asorey, que conocía su producción, iba a animarles y convencerles para que preparasen alguna obra con destino a la Exposición Internacional de Filadelfia, que se celebraría en los meses de junio a diciembre de 1926. Tras haberlos exhibido durante algunos días en los escaparates del comercio “Fin de siglo” en el número 1 de la calle del Príncipe, Osmundo y Eloy enviarían dieciséis artísticos objetos a la exposición de la ciudad estadounidense, una de las muestras que mayor resonancia mundial tuvo en su tiempo. Entre esas obras remitirían un magnífico busto de plata repujada de una castellana de época entre medieval y renacentista, titulado Dama de Castilla, escultura -realizada años antes en Valladolid- que causaría sensación en el citado certamen, y que merecería del Jurado Internacional ser galardonada con Medalla de Honor, una de las tres otorgadas a España.

Dama de Castilla (1926)
La distinción daría lugar a un emotivo homenaje que el pueblo de Vigo tributaría al año siguiente a los dos artistas, concediéndoles el título de hijos adoptivos de la ciudad. En efecto, el 19 de febrero de 1927, se celebró una cena-homenaje en el Hotel Moderno de Vigo. Por su parte, ambos hermanos, expresarían su agradecimiento a la Corporación Municipal, regalando al Ayuntamiento a comienzos de diciembre de 1928 un tríptico en esmalte con destino al futuro Museo Municipal.
A partir de este destacado galardón, la historia artística de ambos hermanos sería una sucesión ininterrumpida de éxitos. Su fama irá sucesivamente en aumento y su firma empezaría ya por entonces a gozar de reconocido prestigio en toda Galicia. En 1926 instalaron su taller en el entonces número 22 de la calle del Príncipe, la arteria principal de Vigo, montando con sus obras en una de las salas una pequeña exposición-museo, pronto celebrada entre las mejores de su género en España. A su taller acude selecta clientela, principalmente ricos turistas, coleccionistas y expertos en arte, que se disputan sus joyas y esmaltes.

Custodia de la Catedral de Valladolid (1927)
Tras su éxito en la Exposición de Filadelfia, los laureados artistas se ocuparon de dos importantes obras destinadas a Valladolid, donde se seguía con gran interés su carrera. Se trataba de una fastuosa Custodia de oro y pedrería para la Catedral de Valladolid, y de un suntuoso anillo episcopal, ofrecido por la ciudad a su prelado el arzobispo Gandásegui. La custodia, de oro, platino, esmaltes, perlas y abundantes piedras preciosas, estaba valorada en 100.000 pesetas, cantidad muy elevada para la época. Lo más llamativo de tan magnífico viril es el “sol de rayos”, que se asienta sobre una peana anterior -fechada en 1867- y aprovechada para la nueva obra. El ostensorio se compone de un cerco decorado con sesenta brillantes y cuatro perlas, rodeado por un nimbo de oro, del que surgen ocho ángeles orantes, de marfil, policromados y con aplicaciones de esmalte “champlevé”, separados por racimos de perlas y amatistas sobre ráfagas de rayos de oro. Lleva, asimismo, el escudo de la catedral vallisoletana, sobre un zafiro en oro cincelado, sirviendo de base a una cruz también de oro, adornada con quince brillantes y cincuenta y dos rubíes.
Por estos mismos años Eloy trabajaría durante algún tiempo como profesor de Modelado y Vaciado en la Escuela de Artes y Oficios de Vigo. Como muestras de su arte y de su dedicación a la escultura acostumbraría a exponer por entonces sus obras -cabezas y bustos principalmente de escayola- en los escaparates de conocidos comercios y bazares de la calle del Príncipe.

Eloy tallando una escultura de San Sebastián
La presentación de ambos hermanos en Madrid tendría lugar poco tiempo después, cuando en junio de 1928 participaron en la Exposición de Arte Gallego, organizada por el Heraldo de Madrid, en las salas del Palacio del Retiro. En la sala tercera, el público pudo admirar las muestras de la más depurada técnica que presentaron los hermanos Hernández, obras que fueron puestas para el lema “Pincia”, aludiendo claramente al origen y formación vallisoletanos de ambos artífices. La vitrina en la que fueron expuestas las obras de los hermanos cosechó tal éxito de público que el periodista del Heraldo, Rafael Marquina llegó a comentar: “los esmaltes de “Pincia” son, en la actualidad, lo más acabado, bello y perfecto que se conoce. En Madrid han producido sensación y constituyen una de las notas más celebradas de este certamen”.
Especial relevancia tendría en su trayectoria artística el año de 1929, en el que ambos hermanos desplegaron una febril actividad, labor estimulada por el éxito y una creciente aceptación. Por entonces, colaboraba con ellos su gran amigo vallisoletano, el dibujante y escultor Juan José Moreno “Cheché”, quien trabajaría en Vigo en el taller de los Hernández, proporcionándoles dibujos y bocetos para sus objetos de orfebrería.

Los hermanos Hernández trabajando con Cheché en su taller de la Puerta del Sol en Vigo (1925)
Ese mismo año, van a conseguir su espaldarazo definitivo en la capital de España, a través de la importante exposición que montarían en colaboración con “Cheché”, a fines de mayo, en la Sala del Círculo de Bellas Artes, y en la que darían a conocer lo más selecto de su producción. De nuevo bajo el título solariego de “Pincia”, ambos hermanos concurrirían al escenario artístico madrileño, esta vez ya individualmente, con la que sin duda constituía su exposición más ambiciosa hasta el momento. En un rincón de la Sala del Círculo, Osmundo y Eloy -secundados por “Cheché-, reunirían una rica y variada colección de modernos esmaltes, artísticas joyas y suntuosas piezas de orfebrería, destacando como obra de mayor empeño un curioso y medievalizante busto-relicario, de plata repujada, marfil, esmaltes y pedrería, titulado Ella.

Inauguración de la Exposición -Pincia- en el Círculo de Bellas Artes (1929)
Busto relicario -Ella- (h. 1929)
La crítica coincidiría unánimemente en reconocer que desde hacía mucho tiempo no se recordaba en Madrid mejor colección de joyas, ni obras más originales y logradas, tanto desde el punto de vista artístico como técnico. A la modernidad y avanzado diseño de los esmaltes y trabajos de orfebrería, que respondían en muchos casos al más genuino estilo Art Déco, se unía la perfección y virtuosismo en el oficio, así como la decidida voluntad de crear nuevos tipos, enlazando sin embargo con la tradición de la antigua orfebrería española.
Poco tiempo después -concretamente en el mes de junio-, Osmundo y Eloy tendrían la satisfacción de ser invitados por la Dirección General de Bellas Artes para participar en la magna Exposición Internacional celebrada ese mismo año en Barcelona. Allí, en el centro de una de las siete salas que ocupaba la sección española, figuraría dentro de una vitrina su hierático busto-relicario titulado Ella, que tanta curiosidad había despertado días antes en la muestra del Círculo de Bellas Artes madrileño.

Plato de Venus I (entre 1922-1929)
Plato de Venus II (entre 1922-1929)
Tras el paréntesis del verano, en noviembre de 1929, concurrirían en Madrid al IX Salón de Otoño con Dos cabecitas esmaltadas, juzgadas por Fernando De´Lapi como “dos pequeñas obras maestras”. Asimismo, en los meses de noviembre y diciembre participarían en las dos Exposiciones de Artistas Gallegos, celebradas respectivamente en los centros gallegos de Buenos Aires y Montevideo. Los Hernández enviaron una bellísima colección de esmaltes, azabaches y objetos de plata repujada, entre los que destacó su laureada Dama de Castilla. La exposición supuso todo un éxito, no sólo artístico, sino también comercial, ya que, por nutrida suscripción de la colonia española, se adquirieron numerosas obras para museos de ambas ciudades, aparte de las que se vendieron a coleccionistas particulares. Especial acogida tendrían las piezas remitidas por Osmundo y Eloy, iniciándose a partir de entonces sus frecuentes contactos con América, a cuyos países irían a parar un buen número de sus mejores obras.

Cuchillo y figuras de azabache
Plato de mujer acariciando el cabello (entre 1920-1932)
Desnudo sobre pedestal (entre 1920-1930)
Insistiendo en esta misma línea de promoción de sus obras, al año siguiente acudirían a la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid, en la sección de arte decorativo. Era la primera vez que los Hernández concurrían a estos certámenes oficiales, cuyo prestigio e influencia seguían siendo todavía decisivos en el panorama artístico nacional. En esa ocasión presentarían una única obra, un Busto-retrato de Saturnina Santo Domingo(la joven y reciente esposa de Eloy) de acusada modernidad y solemne concepción. La escultura combinaba con habilidad diferentes materiales. Así, la cabeza y manos, que eran de plata repujada, iban insertadas en el cuerpo de madera tallada; los ojos del enigmático rostro, estaban realizados con jade, lapislázuli y ónice; mientras que las uñas de la mano eran de coral.

Busto retrato (h. 1930)
Aunque este interesante retrato no fue premiado, tal vez por parecer al jurado en exceso vanguardista, ambos hermanos decidirían a partir de entonces concurrir a estas importantes exposiciones bienales, conscientes del protagonismo y repercusión que tenían en el moderno arte decorativo, así como de la necesidad de dar a conocer sus últimas y cada vez más ambiciosas creaciones.

BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: Los hermanos Hernández. Orfebres y esmaltistas Art Déco, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2003.
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: “Los hermanos Hernández”. En GONZÁLEZ, Félix Antonio: Personajes vallisoletanos, II, Diputación de Valladolid, Valladolid 2004, pp. 245-256.
  • BRASAS EGIDO, José Carlos [at. al.]: Os Hernández ourives de Vigo, Concello de Vigo, Vigo, 2006.

LOS HERMANOS HERNÁNDEZ: ORFEBRES Y ESMALTISTAS ART DÉCO II: Semblanza biográfica 2/2

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Como la inmensa mayoría de los artistas de su generación, la llegada de la Segunda República (14 de abril de 1931), llenaría de esperanza y optimismo a ambos hermanos, tal como pone de manifiesto el envío que hicieron a El Norte de Castilla de un dibujo alegórico para conmemorar el 14 de abril, un año después de la creación del nuevo régimen.En mayo de 1932 se presentarían por segunda vez a la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid, logrando esta vez una segunda medalla por el conjunto de las obras presentadas. Se trataba de tres interesantes obras, que llamarían poderosamente la atención: la modernísima y sugestiva Mascarilla en chapa de cobre repujado y esmaltado a fuego; la realista Cabeza de estudio, repujada en cobre dorado -retrato de un viejo repartidor de su taller-, y, sobre todo, la titulada Eva, busto prolongado de mujer, repujado en cobre y dorado, obra del más depurado clasicismo que, por otro lado, hacía evocar de inmediato la tradición española de los bustos relicarios del Renacimiento.
Mascarilla (1932)
Busto de Eva (h. 1932)
Con ese notable triunfo, se iniciaba para ambos hermanos una larga serie de premios y honores en el ámbito nacional, que supondrían el merecido reconocimiento oficial y de los círculos artísticos a su callada y entusiasta labor. A partir de entonces y durante varios meses van a trabajar intensamente con vistas a reunir y llevar un grupo importante de obras al próximo Certamen Nacional de Bellas Artes, al mismo tiempo que acariciaban como gran proyecto poder celebrar una exposición en París.
En mayo de 1934, se presentarían nuevamente a la gran exposición bienal, muestra que constituiría el mayor esfuerzo hecho hasta entonces por ambos hermanos para dar a conocer la ya variada y rica producción de su taller. Sería, asimismo, el escenario de uno de sus más importantes triunfos, al obtener por el conjunto de las obras presentadas uno de los más altos galardones que recibirían en toda su carrera: la primera medalla en la sección de Arte Decorativo, distinción que significaría el unánime reconocimiento y su espaldarazo definitivo a escala nacional. Los Hernández remitieron veintidós piezas de muy variados materiales y tipología, que iban desde las creaciones escultóricas en metal y de tamaño del natural a joyas, medallas, copas de plata, cuadros esmaltados, figuras de marfil o azabaches. Especialmente atractiva resultaba la moderna cabeza femenina, repujada y esmaltada a gran fuego, titulada Kiki (en homenaje a la célebre modelo de Montparnasse) y evocadora de las mejores realizaciones del Art Déco. Más tradicional, aunque al mismo tiempo novedoso, era el enfoque de la estilizada y austera escultura de San Francisco, trabajada en cobre repujado y que traía a la memoria el románico rural gallego. Por último, destacando de entre todo lo presentado, figuraba el bellísimo Busto de mujer, repujado en chapa y cobre y con cabello y pañuelo anudado al cuello dorados, espléndido desnudo que suscitó gran admiración, tanto por su indudable modernidad como por su elegante clasicismo.
 
Kiki (h. 1934)
San Francisco (1933)
Busto de mujer con pañuelo (1934)
Nada más conocerse en su ciudad natal la concesión de la primera medalla, el Ayuntamiento de Valladolid, en sesión celebrada el día 30 de julio, nombró a ambos hermanos “Hijos distinguidos” de la misma, sumándose al homenaje que en los días próximos se pensaba celebrar. En efecto, el 2 de julio, la ciudad ofreció en su honor un concurrido banquete en el Hotel Francia. Organizada por iniciativa de sus amigos, los pintores Aurelio García Lesmes y Constancio Núñez, Bernardo de los Cobos, José Fernández Muñoz, Pedro Camino Conde y un grupo de entusiastas ateneístas, más de ochenta comensales se reunieron en torno a los hermanos Hernández para celebrar su triunfo, ostentando la representación oficial el gobernador civil, el alcalde -don Antonio García Quintana- y el presidente de la Diputación.

Banquete homenaje de la ciudad de Valladolid por la Medalla de Oro en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1934
En 1933, la máxima autoridad española en esmaltes, el doctor Victoriano Juaristi, después de haber viajado expresamente a Vigo para estudiar de cerca su técnica y su producción, había incluido sus nombres en su conocido libro Esmaltes, con especial mención a los españoles (publicado por la Editorial Labor de Barcelona), dedicándoles un amplio comentario, al tiempo que los consideraba entre los principales artistas nacionales que lo cultivaban.

Excursión por tierras navarras con el experto en esmaltes Victoriano Juaristi. Monte Aralar
Excursión por tierras navarras con el experto en esmaltes Victoriano Juaristi.  Esmalte de San Miguel in Excelsis
En el verano de 1934 fue cuando decidieron hacer realidad uno de sus más acariciados sueños, proyectado ya en los años de su juventud: la reproducción a su tamaño del célebre frontal de Santo Domingo de Silos, conservado en el Museo Provincial de Burgos. Tras obtener la pertinente autorización, se trasladaron a Silos, donde pasarían unos días de descanso en la hospedería del monasterio y tendrían ocasión de convivir con los monjes. Durante todo un mes de residencia en Burgos, los Hernández dibujarían a acuarela los múltiples detalles y adornos del frontal, llevando a cabo la ejecución material de la obra algo después, concretamente acabarían la reproducción nada más terminar la Guerra Civil.

Frontal de Silos (entre 1934-2006)
En el mes de noviembre de ese mismo y fructífero año -1934-, mientras planeaban hacer realidad algunos proyectos largo tiempo anhelados -como montar una exposición en París y acudir con sus obras a los certámenes que iban a celebrarse en Monza y Florencia-, serían invitados a participar nuevamente en el Salón de Otoño de Madrid. En aquella ocasión, y a propuesta unánime del jurado, se nombraría a ambos artistas “Socios de mérito de la Asociación de Pintores y Escultores”, por un bajorrelieve de asuntos gallegos.
A comienzos de 1935 ultimaban otra de sus más importantes obras -un magnífico Retrato de niña, busto de plata repujada y esmaltada-, con destino a la Exposición Nacional de Artes Decorativas, que iba a celebrarse en el mes de mayo en la capital de España. Era éste el primer año en que dicha sección se desgajaba de los tradicionales Certámenes Nacionales de Bellas Artes, con el fin de realzar y fomentar las artes aplicadas en nuestro país. En el citado Concurso Nacional, los hermanos Hernández lograrían uno de los más destacados triunfos de su carrera artística, al obtener el primer premio de la sección de orfebrería esmaltada, máximo galardón que les fue otorgado por ese precioso busto de niña -retrato de una viguesita-, soberbiamente trabajado en plata repujada y esmaltada (cabello en oro, ojos y vestido en suaves tonos azules).

Busto de niña (1935) 
El busto, que llamaría poderosamente la atención en los medios artísticos por su impecable ejecución y extraordinaria delicadeza, tras clausurarse el certamen, a mediados del mes de junio, sería exhibido en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Ambos hermanos -de paso por la ciudad castellana en su viaje a Vigo- dejarían en depósito durante unos días la obra premiada en una de las salas del Museo, para que pudieran contemplarla sus paisanos.
El Premio Nacional de Orfebrería vino a refrendar su brillante trayectoria artística y a acrecentar su fama, que ya por entonces no se limitaba únicamente al ámbito nacional. Más allá de nuestras fronteras se apreciaba la calidad exquisita de su arte; y de Suiza, Francia, Inglaterra e Hispanoamérica recibían frecuentes encargos -principalmente de joyas-, contándose entre su principal clientela algunos ricos indianos que no vacilaban en pagar fuertes sumas por sus trabajos.
A comienzos de agosto de 1935 acudirían con sus obras a La Coruña, montando una de sus exposiciones más completas en el salón de la Asociación de Artistas. Allí cuidadosamente dispuestas en vitrinas, ofrecerían una amplísima variedad de sus trabajos, presididos por sus dos esculturas recientemente galardonadas (los Bustos de Mujer y de Niña premiados respectivamente en la Nacional de Bellas Artes de 1934 y en el Concurso Nacional de Artes Decorativas de 1935).

Inauguración Exposición Nacional de Artes Decorativas de 1935
Tras pasar por algunas exposiciones más, la Guerra Civil vino a alterar los planes de una mayor proyección de ambos hermanos en el extranjero, frustrando, entre otros, sus planes de participar en la Exposición Internacional de París de 1937. Concretamente, su última obra, uno de sus más ambiciosos bustos esmaltados, titulado La dama del mantón de Manila, no pudo ser enviado a su destino a causa del estallido de la Guerra.

Dama del mantón (h. 1936)
Aunque sus simpatías políticas nunca estuvieron del lado franquista, hubieron necesariamente de plegarse a la nueva situación, continuando su labor durante esos años con la misma entrega y dedicación de siempre. Tampoco les faltarían por entonces encargos de importancia, algunos directamente relacionados con la dramática situación que atravesada el país. Así, por ejemplo, en agosto de 1937 y por encargo del marqués de la Vega de Anzo, labrarían con el bronce de las bombas arrojadas sobre Oviedo, el asta y cruz-remate de la Bandera de la Victoria, que había sido bordada en la fábrica de tapices de León, para ser llevada a los parapetos, y más tarde al Museo de Historia de la capital asturiana. Se trataba de una reproducción exacta de la célebre cruz que Alfonso III mandó hacer en 908 y donó a la Catedral ovetense, en cuya Cámara Santa se conserva.
Meses antes, habían realizado la mayor obra en esmalte de su carrera, encargada por el Colegio de Agentes Comerciales de España para ser regalada al dictador Francisco Franco. Se trataba de una gran placa esmaltada, de metro y medio de altura, que representaba al Cid Campeador, magnífico trabajo repujado sobre chapa de metal, que tras ser expuesta en un comercio de la calle Santiago de Valladolid, fue enviada al Palacio del Pardo, en una de cuyas escaleras estuvo colocado durante bastantes años.

El Cid Campeador
Pasados los años de la contienda y los inmediatos de la posguerra, ambos hermanos reanudarían su actividad con mayor entusiasmo si cabe, volviendo a comparecer en importantes exposiciones y certámenes. De esta suerte, obtendrían un notable éxito en la Exposición de Industria y Arte galaicos, celebrada en Vigo en 1944, en cuyo Pabellón Municipal exhibirían su Dama del mantón de Manila. Fuera de Galicia, su firma sería también estimada en todas partes, juzgándoseles entre los más prestigiosos artífices de la moderna orfebrería española. Así lo ratificaban por entonces los elogiosos comentarios que les dedicaría Victoriano Juaristi desde Pamplona, luego recogidos en un artículo publicado en El Pueblo Gallego, de Vigo. En él, tras constatar con tristeza la decadencia y el desinterés que se tenía por el esmalte en toda Europa, obscurecido por la mayor aceptación de otras técnicas, más fáciles e industrializadas, pero de escaso valor artístico, señalaba cómo muy pocos especialistas habían tenido la virtud de perseverar, y cómo entre ellos, los hermanos Hernández habían sido en nuestro país los que con mayor entusiasmo y maestría habían devuelto el perdido lustre a la moderna esmaltería. “A su busca -escribía- me dediqué para ver su trabajo e inquirir sus ideas. Tenía de ellos vaga noticia por la Prensa, que dio cuenta de una Exposición celebrada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Me costó tiempo y trabajo dar con ellos. Y ¡qué hallazgo! Dos muchachos todo nobleza y cordialidad, tan hábiles como sencillos, tan exuberantes de fantasía como parcos de expresión, con un importante caudal de obras hechas y con un rico programa de obra por hacer, y que ya está logrado. ¡Y lo que te rondaré morena!... ¿Qué saben hacer los Hermanos Hernández? Pues, todo: el campeado, el cloisonné, el translúcido y lo pintado. Ellos saben grabar, cincelar, esculpir y fundir. De haber nacido en el Renacimiento los principales italianos los hubieran mimado como a Benvenuto… Los Hermanos Hernández han hecho audazmente lo que nadie había soñado, en cuanto a tamaño y complejidad de las obras, sin perder en calidad artística. Han puesto el “Non plus ultra” en su taller de Vigo…”. “Ahora que la atención del Estado protege a la Artesanía, Eloy y Osmundo deben figurar en la cumbre. Hay que difundir su fama; hay que estar orgullosos de que sean compatriotas nuestros; hay que fundar una Escuela en la que den enseñanzas generosamente…”.

Los hermanos Hernández trabajando en su taller de Vigo. Eloy (1944)
Los hermanos Hernández trabajando en su taller de Vigo. Osmundo (1944)
El 22 de marzo de 1946 les llegó un nuevo reconocimiento desde su tierra puesto que fueron elegidos académicos correspondientes en Vigo de la Real de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid, como reconocimiento “de la depurada labor artística que en diversas facetas -escultura, esmalte y orfebrería- venían realizando y por los éxitos obtenidos dentro y fuera de nuestra nación”, según podía leerse en la comunicación que les remitió el Presidente, don Pablo Cilleruelo Zamora.
Poco después obtendrían otro importante galardón, al concedérseles la Medalla de Oro del V Concurso Nacional de Estampas de la Pasión, celebrado en Madrid en mayo de ese mismo año. La obra premiada fue un esmalte “champlevé”, sobre cobre titulado Piedad, que representaba a las Tres Marías y San Juan cubriendo el cuerpo de Cristo.

FRANCISCO PRIETO SANTOS. Eloy (1947)
FRANCISCO PRIETO SANTOS. Osmundo (1947)





















Conscientes de la necesidad de dar a conocer sus trabajos en el extranjero, así como de recabar información sobre las novedades y corrientes que imperaban fuera de España, a lo largo de su carrera harían algunos viajes a Francia, en los que además de visitar nuevamente París, volverían a Limoges, solar de la gran tradición medieval del esmalte. Especialmente interesante sería el que efectuaron a París, a finales de 1950, con vistas a montar allí una exposición. Durante esta estancia y por mediación de la Embajada española concertarían varias entrevistas con los directores de las mejore salas y galerías de arte, sobre todo con la Carpantie, preferentemente dedicada a la exhibición de piezas de arte suntuario. Apenas enseñaron a los responsables de la misma una pequeña selección de sus obras, los galeristas, entusiasmados, al punto pondrían a su disposición su sala con el fin de celebrar el año próximo una exposición en la fecha que mejor conviniera a ambos hermanos. Pese a la excelente impresión que causaron sus trabajos, el proyecto no cuajaría, debido a problemas estrictamente comerciales.
En esta época también solían acudir a su taller de Vigo adinerados coleccionistas y compradores, como por ejemplo el multimillonario norteamericano Harry L. Sokol quien, en marzo de 1952 visitaría a ambos hermanos con el fin de adquirir algunas de sus mejores obras, con destino a la Feria Mercantil Española que se celebraría en el mes de mayo en los salones del hotel Waldorf-Astoria, de Nueva York. En aquella ocasión, expresaría asimismo su deseo de comprarles el hermoso políptico esmaltado que reproducía el Pórtico de la Gloria, en el que llevaban los Hernández varios años trabajando, con la intención de ofrecer tan preciada obra a la máxima jerarquía de la Iglesia Católica en los Estados Unidos, el cardenal Spellman. De todas las regiones, Galicia sería una de las que registrarían mayor participación, destacando en el “stand” de orfebrería el escaparate de los hermanos Hernández, quienes llevaron una buena muestra de su arte: su bellísimo Busto de niña, la reproducción del Frontal de Silos y una selección de sus mejores esmaltes.

Pórtico de la Gloria (h. 1950)
El 20 de julio de 1956 fallecía repentinamente en Vigo Osmundo Gómez. Dos días después sería enterrado en su Valladolid natal en el panteón familiar. La muerte del hermano afectó profundamente a Eloy, pues siempre hubo entre ellos la mayor compenetración. Renunciando ambos a la vanidad personal, compartirían juntos vida y arte. Ya desde sus comienzos, eran tan inseparables que en Valladolid los llamaban “los Osmundos”, pues siempre se les podía ver juntos, paseando o trabajando sin descanso en el taller.
Pese a la impronta indeleble que dejó en Eloy la ausencia del hermano, aquél seguiría trabajando en el mismo silencioso obrador, ayudándose ahora de sus dos hijos -Julián y Eloy-, ya por entonces excelentes artífices, quienes tras su formación en el seno familiar y en la Escuela de San Fernando de Madrid, ingresarían en el equipo artístico, continuando así la tradición y el prestigioso nombre “Hermanos Hernández”. Convertido en patriarca de la familia, Eloy mantendría pujante el taller durante bastantes años, ayudándose cada vez más de sus dos eficaces colaboradores y continuadores de los secretos de su arte. Ambos -los actuales hermanos Hernández- recogerían la llama de esa verdadera escuela artesanal, prolongando el peso glorioso de la firma prácticamente hasta nuestros días.

Alegoría de la caza (h. 1958)
En mayo de 1958, Eloy participaría en la Exposición Nacional de Orfebrería Moderna, organizada por la obra sindical de Artesanía, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. En la citada muestra se dieron cita los principales talleres y escuelas del país, desde la andaluza (representada por el sevillano Manuel Seco y los cordobeses Manuel Aumente y José María González), a la catalana (Masriera y Carreras) o madrileña (Juan José García). La orfebrería galaica tuvo su principal exponente en los trabajos de nuestro artista, quien expondría una estilizada Crucifixión y unos encantadores platos esmaltados, con temática de escenas de caza inspiradas en la pintura levantina rupestre.

Crucifixión (h. 1958)
Ese mismo año acudiría con sus obras a la Exposición Universal de Bruselas -la célebre Expo que tuvo lugar de abril a octubre en la capital belga-, y poco después, sería seleccionado para otra importante muestra en Suiza, a la que únicamente fueron invitados el catalán Morató y la firma Hermanos Hernández.
Por estos años son muy numerosos y casi continuos los certámenes y ferias de Artesanía, dentro y fuera de España, a los que acude Eloy ayudado por sus dos hijos. Así, en agosto de 1959, llevarían una muestra de su arte a la Feria Popular de Oporto, figurando en el pabellón de Pontevedra su ya famosa reproducción del frontal de Silos, juntamente con una serie de tallas en azabache.
A primeros de mayo de 1960, los “Hermanos Hernández” consiguen un nuevo éxito en la Exposición de Artesanía, montada por la Casa Sindical de Barcelona, y meses después Eloy recibiría el primer premio de la sección de escultura de la Primera Exposición Regional de Arte Gallego, organizada por el Ayuntamiento de Vigo. La obra de Eloy, que recibiría el máximo galardón, llevaba por título Maternidad y ponía ya de manifiesto una indudable evolución en el artista hacia fórmulas de mayor modernidad. Se trataba de una estilizada escultura en bronce, muy grata por su delicada concepción formal y simplicidad de líneas.

Maternidad (h. 1960)
Por entonces, si tienda-taller del primer piso del número 15 de la calle del Príncipe ya se había convertido en una exposición permanente, mostrándose con gusto exquisito y en vitrinas sus principales creaciones. En las diversas dependencias pueden verse aún sus magníficos bustos de cobre o plata esmaltados, sus encantadores marfiles, azabaches y cuadros de esmaltes, figurando en un rincón del mismo la espléndida reproducción del frontal de Silos. Allí también pueden contemplarse los numerosos títulos o diplomas obtenidos por ambos artistas, así como dos obras regaladas por dos grandes amigos: el retrato de los dos hermanos trabajando en sus cobres, óleo del abulense Eduardo Martínez Vázquez, y el impresionante grupo escultórico con sus vigorosas efigies, esculpido en mármol negro de Teruel por el tarraconense Santiago Costa, primo del malogrado Julio Antonio.

Salón principal del taller-museo de los Hernández, en la calle del Príncipe (Vigo)
EDUARDO MARTÍNEZ VÁZQUEZ. Retrato de los hermanos Hernández trabajando (h. 1934)
SANTIAGO COSTA BAQUÉ. Retrato de Osmundo y Eloy Hernández
Eloy acariciaba por entonces el proyecto de legar a la ciudad de Vigo su colección particular, con el fin de crear un museo de sus obras, por lo que difícilmente se desprendería de alguna de sus piezas claves. El viejo artista, habiendo rechazado tentadoras ofertas, guardaba para sí sus mejores obras, no sólo porque creía que formaban parte de su existencia sino también pensando en la apertura de un hermoso museo que las custodiara y las diera a conocer.
Sus vínculos con Valladolid continuaban siendo muy fuertes. Eloy aprovechaba la menor ocasión para pasar unos días en su ciudad natal, no sólo para ver a sus hermanos y sobrinos, sino también para evocar tiempos pasados con los numerosos amigos que le querían y admiraban. Solía regresar a Valladolid por Semana Santa, de cuyos desfiles procesionales era ferviente entusiasta, tal como podemos comprobar en unas declaraciones hechas a un periodista en 1965: “Cada año siento más emoción y cada vez me estremece más nuestra Semana Santa por su organización y sus indudables maravillas artísticas. Uno la quiere y admira tanto que parece que no necesita nada. Quizás una mayor difusión por el mundo”.
En estos últimos años concurre con sus hijos a algunas exposiciones monográficas organizadas por la Obra Sindical de Artesanía, como fue el caso de la Primera Muestra de Azabaches, celebrada en septiembre de 1966 en el Hospital de los Reyes Católicos de Santiago de Compostela, a la que llevaron tres obras: un Tríptico (Flagelación, Descendimiento y Ascensión), el altorrelieve Santiago a caballo y una bella figura mitológica titulada Leda.

Tríptico de la Pasión (entre 1945-1955)
Santiago Matamoros (entre 1945-1955)
Leda (entre 1945-1955)
En julio de 1969, Eloy habría de interrumpir precipitadamente sus vacaciones en Canarias, al recibir la grata noticia de la concesión de la “Medalla de Oro al Artista Artesano” (o “Artesano Ejemplar”), que recibiría de manos del Dictador, el 17 de ese mismo mes en los Pabellones de Artesanía para el Extranjero, montados en la Casa de Campo de Madrid. Se trataba de la máxima distinción nacional, que anualmente -con motivo del 18 de julio, festividad de la Exaltación del Trabajo- otorgaba la Obra Sindical a la figura más destacada del país en el terreno de las especialidades artesanas. Tan alta y a la vez entrañable recompensa, con la que se quería enaltecer a toda la gran familia artesanal, vino a rubricar la labor del ya anciano, pero aún entusiasta orfebre, que siempre quiso trabajar en la más pura tradición manual de la mejor artesanía. Por entonces, el artista, pese a su avanzada edad, conservaba intacto su proverbial buen humor, así como su envidiable vitalidad y extraordinaria fortaleza de ánimo.

Eloy contemplando la escultura egipcia del escriba sentado en el Museo del Louvre
En marzo de 1972 acudiría con sus esmaltes a la II Feria de Artesanía y Turismo de Palma de Mallorca, en representación de la artesanía pontevedresa, obteniendo el acostumbrado éxito. Eloy fallecería el 1 de octubre de 1974 en Vigo. Dos días después y cumpliendo sus últimas voluntades, su cadáver fue trasladado a Valladolid y enterrado en al panteón familiar.

BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: Los hermanos Hernández. Orfebres y esmaltistas Art Déco, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2003.
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: “Los hermanos Hernández”. En GONZÁLEZ, Félix Antonio: Personajes vallisoletanos, II, Diputación de Valladolid, Valladolid 2004, pp. 245-256.
  • BRASAS EGIDO, José Carlos [at. al.]: Os Hernández ourives de Vigo, Concello de Vigo, Vigo, 2006.

LOS HERMANOS HERNÁNDEZ: ORFEBRES Y ESMALTISTAS ART DÉCO III: Orfebrería, joyería y esmaltería

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Osmundo y Eloy Hernández pertenecieron a esa brillante floración de artistas que Valladolid dejó marchar en el primer cuarto del siglo X, y que lejos de su tierra natal lograron fama y reconocimiento a escala nacional, e incluso internacional. Nombres como Anselmo Miguel Nieto, Eduardo García Benito, Aurelio García Lesmes, Castro Cires, Joaquín Roca, Francisco Prieto, entre otros, pusieron bien de manifiesto ese espléndido momento artístico que vivió la ciudad, fruto en gran medida de la labor desplegada por su Escuela de Bellas Artes.
Desde el punto de vista estético la producción de ambos hermanos se adscribe plenamente a la corriente denominada Art Déco. Los años transcurridos en París durante su juventud y posteriormente su afán de constante renovación y puesta al día en cuanto a las modas que llegaban de fuera, daría a su obra una actualidad y sentido de la modernidad que convierte a los Hernández en unos de los mejores exponentes de esta tendencia en nuestro país.

Dama del mantón (h. 1936)
Desnudo sobre pedestal (entre 1920-1930)
En la polifacética labor de los hermanos Hernández -esmaltes, orfebrería, escultura en metal, marfiles, joyas, azabaches, repujado en cuero, etc.- se cumple a la perfección uno de los objetivos preferentes del estilo: la voluntad de hacer arte, de hacer objetos estéticamente bellos. Preside toda su obra un refinado ornamentismo, que no excluye un punto de sofisticación y elitismo. Aunque a lo largo de su carrera se observa un cierto eclecticismo e inspiración en los más diversos estilos del pasado, la época de mayor interés de su trayectoria profesional coincide justamente con los años veinte y treinta, momento en que sus obras traducen perfectamente ese gusto por la estilización, esa elegancia del diseño y búsqueda de un depurado geometrismo que define a la nueva corriente.
Por otra parte, sus obras acusan un alto grado de conocimiento de la producción déco europea, lo que se explica por la información adquirida directamente en sus viajes y por su inspiración en catálogos y revistas francesas y alemanas que divulgaron ampliamente el nuevo estilo y sus motivos más característicos. Ambos hermanos, siguiendo los postulados del Art Déco, estuvieron siempre a favor del trabajo artesanal, recelando de la producción industrial. Conciben las joyas y los esmaltes para el goce estético, el recreo y fascinación de espíritu, buscando el refinamiento estético, y el decorativismo a ultranza.

Copa de los tres rostros (entre 1930-1940)
La atracción que ejerció en ambos hermanos el “estilo moderno” no les impediría revivir en otras muchas de sus obras todo el mundo antiguo de la tradicional orfebrería española, en especial la del Renacimiento. La imitación de los más variados estilos (medievales, renacentistas) constituye otra de sus especialidades, si bien no suele tratarse de mera reproducción literal o copia servil, sino que toman las tendencias del pasado como punto de partida para sus personales creaciones.
Un armonioso equilibrio entre clasicismo y modernidad preside buena parte de su producción -principalmente la escultórica en metal-, lo que permite descubrir a veces las más diversas inspiraciones, referencias que van desde el clasicismo helénico a la sugestión por el exotismo oriental, lo egipcio, el arte negro, lo bizantino o lo romántico. Decisiva fue la impronta que dejaría en ambos la contemplación de las joyas máscaras de orfebrería egipcias, así como los antiguos esmaltes que pudieron admirar en El Louvre, y que decidirían su vocación, al pretender emularlos.

Adán y Eva (copia de Juan de Arfe) (h. 1920)
Los hermanos Hernández constituyen, sin duda, un claro exponente del auge que conocieron las artes decorativas en España en los primeros decenios de nuestro siglo, momento en que se pretendieron revitalizar las distintas especialidades suntuarias, potenciándose las exposiciones y certámenes a ellas dedicadas. En este sentido, los años de la Segunda República representarían una etapa de extraordinaria brillantez, tanto en Barcelona como en Madrid. La obra de los hermanos Hernández puede relacionarse con esa moderna orientación y ofrece puntos de contacto y coincidencias estilísticas con algunos de los más interesantes representantes de la orfebrería y joyería de esta época.

ORFEBRERÍA Y JOYERÍA
Aunque el carácter tan variado y versátil de la labor de Osmundo y Eloy Hernández dificulte encasillarles en una determinada especialidad artística, la actividad primordial y que mejor define su rica y multiforme producción sería, sin duda, la de orfebres, sin perjuicio de su dominio en otras muchas facetas que van desde las de escultores y esmaltistas a las de grabadores y miniaturistas.
Se sintieron siempre orfebres, en el sentido medieval de la palabra, trabajando artesanalmente, casi como en un taller de la Edad Media o del Renacimiento, negándose a mercantilizar e industrializar su arte. Auténticos continuadores de las antiguas dinastías de artífices, su obra venía a enlazar con la gloriosa tradición de la orfebrería castellana, y más exactamente de su ciudad natal, que había conocido su momento culminante en el siglo XVI. Exhumando viejas técnicas de origen medieval, como el esmalte, el nielado o el cincelado en plata y oro, los Hernández se convirtieron en herederos de los antiguos orfebres del Siglo de Oro, reaccionando frente a la producción en serie y la vulgaridad que sumían en el mero oficio y la pura industria el arte de embellecer aún más los metales y piedras preciosas.

Copa femenina y copa masculina (h. 1929)
Su pasión por la orfebrería les llevaría a estudiar todos los estilos históricos, desde los comienzos de la joyería artística hasta las más modernas creaciones, lo que les permitiría depurar el suyo propio con una tenacidad y perseverancia impropias de los tiempos actuales.
Aunque iniciada ya en la época de su primera formación vallisoletana, sería no obstante en París, en sus años de pensionados, cuando se despertaría con intensidad su vocación por la orfebrería. Allí, en las salas del Museo del Louvre dedicadas a la joyería y la escultura esmaltadas egipcias, contemplando las creaciones de los orfebres bizantinos o de los esmaltistas medievales de Limoges, se revelaría con nitidez su destino y voluntad de artistas. Especialmente llamarían vivamente su atención los ricos objetos suntuarios descubiertos en las tumbas egipcias, las piezas de metal esmaltado, las figuras broncíneas con aplicaciones de esmalte, lapislázuli y otras piedras semipreciosas, collares, brazaletes, anillos…, en los que se empleaba la más depurada técnica del “cloisonné” y se combinaba con exquisita habilidad el oro con la pasta vítrea y las más ricas gemas.

Pulsera (entre 1950-1960)
Decisiva sería también la impronta que dejaría en ambos la esmaltería medieval, aprendiendo en Francia los distintos procedimientos técnicos, de los que llegarían a ser consumados maestros. Asimismo, los refinados objetos suntuarios del Renacimiento llamarían poderosamente su atención, dedicándose más tarde a plasmar en artísticas bandejas de plata, copas de oro y marfil, cofres y selectas joyas todo el primor y sensibilidad de que fueron capaces los grandes orfebres de las principescas cortes italianas.Mayor interés suscitaría en ambos hermanos las espléndidas creaciones del Renacimiento español, reservando su más rendida admiración para esa insigne dinastía de plateros que integraron los Arfe, verdaderos “escultores en oro y plata”.Pese a esas raíces en la tradición y ese entusiasmo por la antigua orfebrería, su labor no tuvo nunca por meta imitar servilmente obras del pasado. Desde el primer momento se propusieron renovar y dar nueva vida a este arte, hermanando los nuevos gustos con las orientaciones clásicas.
Preside toda su obra una evidente intención de modernidad, el afán decidido de expresarse con un lenguaje de su época. De ahí, la deliciosa orientación déco que descubrimos en gran parte de su producción, su plena adscripción al estilo moderno y sofisticado de la orfebrería europea de los años veinte. La ornamentación geométrica y estilizada, que acusa la influencia de la vanguardia cubista y futurista, así como la elegancia y purismo decorativo constituyen los objetos de gran parte de su quehacer, en idéntica línea de la más actual platería en boga por entonces.

Pulsera
A lo largo de su carrera profesional, los Hernández se interesarían por todas las técnicas de la orfebrería, trabajando las más diversas materias preciosas. Así, las operaciones del repujado y del cincelado en plata y oro no ofrecían secretos para ellos. A fuerza de golpes de martillo, y de dentro a fuera, conseguían abombar y dar forma a láminas de plata o de cobre, que posteriormente solían esmaltar.
En sus comienzos, allá por los años veinte, se dedicarían durante algún tiempo al delicado arte del nielado, casi por entonces desaparecido. Por otra parte, el perfecto dominio de los procedimientos tradicionales les llevaría a experimentar nuevas modalidades, como por ejemplo a grabar al aguafuerte sobre plancha de cobre cubierta de piel o a trabajar piedras y materiales difíciles de labrar, tales como lapislázuli, cristal de roca, marfil, azabaches, etc. Este último, de tanta tradición en tierras galaicas, llegarían a cultivarlo con singular destreza, no sólo como aplicaciones en piezas de joyería o en esmaltes, sino tallando en él verdaderas esculturas en considerable tamaño.

Cuchillo y figuras de azabache
La rica policromía con que decoraban sus obras la obtenían a través del esmalte -faceta que dominaban como los más grandes especialistas europeos de su tiempo-, bien por medio del concurso de la pedrería. Sus piezas y joyas nos ofrecen admirables labores en duras gemas primorosamente talladas, camafeos, jade, coral, marfil, alabastro, etc.
Especial interés tendrían sus trabajos de carácter religioso, con los que pretendían continuar la tradición de la orfebrería española, la cual por entonces conocía una profunda crisis, habiéndose perdido prácticamente por completo su secular prestigio. Los hermanos Hernández, como Félix Granda, el sacerdote artista, se propusieron resucitar la vieja orfebrería, de tan gloriosa tradición española, y crear un arte cristiano moderno, incorporando muchas veces rasgos de modernidad a los viejos estilos de otros siglos.

Expositor de la custodia de la catedral de Valladolid (1931)
Custodia de la iglesia de Santiago el Mayor de Vigo (1950)
Mayor importancia tuvo su dedicación a la platería civil, actividad que les supondría numerosos encargos y un bien merecido prestigio en todo el ámbito nacional. A lo largo de su dilatada trayectoria profesional realizarían gran número de notables objetos artísticos, destinados a multitud de centros, corporaciones y sociedades varias: desde valiosísimos trofeos deportivos o bellísimas placas acreditativas de premios u homenajes, hasta deslumbrantes condecoraciones y medallas, lujosas cubiertas de libros, exquisitas pitilleras, deliciosos ceniceros, etc. Fueron especialmente celebradas sus copas y trofeos para torneos futbolísticos, labrados en plata y con admirables labores esmaltadas representando alegorías deportivas.

Broche ondas (h. 1930-1940)
Como los orfebres del Renacimiento, muchas veces harían exquisitas y selectas piezas suntuarias no destinadas a la venta, sino para ser expuestas en certámenes y exposiciones, obras que guardaban celosamente para sí, con la intención de poder crear algún día un museo público de sus mejores creaciones.
Pero es sin duda en el difícil arte de la joyería donde ambos hermanos ofrecen la mejor medida de su habilidad como orfebres. A partir de su estancia en París van a iniciar una intensa actividad en el campo del diseño y producción de la joya artística. Desde sus primeras realizaciones, los Hernández van a acometer la empresa nada fácil de dignificar la joyería artística, que en su opinión se había comercializado y banalizado en exceso. Frente a la decadencia que ofrecía la moderna joyería, ostentosa y exenta de inspiración estética, los Hernández trabajarían incansablemente para hallar una nueva tipología, para crear piezas originales y de elegante diseño.

Reloj de Eloy Hernández (h. 1930-1940)
ESMALTERÍA
La gran especialidad de los hermanos Hernández, la modalidad en que su arte raya más alto y a la que dedicaron mayor atención fue, sin duda, el esmalte, faceta en la que harán gala de una depurada destreza y de un estilo muy personal. En ella alcanzarían auténtico prestigio internacional, situándose entre los mejores cultivadores españoles de este género.Verdaderos virtuosos en este campo, los hermanos Hernández cultivaron todas las técnicas y abordaron todos los temas, aunándose su prodigioso dominio del oficio con una sólida formación e insaciable curiosidad por el estudio y conocimiento de las diferentes escuelas y talleres de la esmaltería medieval.
Tras haber gozado de considerable tradición, el arte del esmalte tenía en España a comienzos de siglo escasos cultivadores. No obstante, el estallido del Modernismo, con su renovación de la joyería, supondría una revitalización de todas estas técnicas, y en especial de la del esmalte. Esta hermosa y difícil especialidad tendría en el ámbito catalán su mejor expresión, concretamente en las refinadas creaciones modernistas de los hermanos Masriera, y posteriormente en la Escuela Massana de Barcelona, a través de destacadas figuras como Mariano Andreu y Miguel Soldevila.

Plato de mujer acariciando el cabello (entre 1920-1932)
En el resto de España, la contribución al resurgimiento y puesta en boga de la esmaltería se nos ofrece dispersa, pero no de menor significación. Y así pueden mencionarse, al lado de los hermanos Osmundo y Eloy, a los hermanos Arrúe en San Sebastián, al doctor Victoriano Juaristi, en Pamplona y en Madrid, a Félix Granada. Las obras de todos ellos se mostraban como una esperanza de un renacimiento del esmalte español, que volviera a situar en un puesto decoroso a esta preciada industria artística, en decadencia por entonces prácticamente en toda Europa.
Pocas veces el esmalte ha alcanzado entre nosotros una perfección tan acabada y bella como vemos en la variada y original producción de los hermanos Hernández. Difícilmente se puede sacar más provecho a las grandes posibilidades decorativas que el esmalte ofrece, mayor vistosidad y atractivo a los maravillosos colores e irisaciones que posee, o más inventiva en los temas y combinaciones con otros materiales.

Diana cazadora (entre 1920-1930)
Prácticamente autodidactas en este arte, comenzaron a esmaltar muy jóvenes: “No tuvimos en un principio ninguna escuela de esmalte. Tuvimos que inventárnoslos nosotros… Después, ya cuando comenzamos a orientarnos, viajamos mucho, viendo en peregrinación artística Cluny, El Louvre, Limoges… Simplemente para ver lo que se hacía no para imitar”. En su vocación por el esmalte sería decisivo la contemplación del célebre frontal de Silos en el Museo de Burgos. Fue en ese momento cuando se propusieron hacer algún día una reproducción lo más fiel posible de esta pieza maestra de la esmaltería medieval (“Esto hemos de hacerlo nosotros”), iniciando entonces tímidamente sus experimentos y su interés por esta compleja especialidad.
Fue constante preocupación de ambos artífices luchar por no industrializar su trabajo, rechazando la producción en serie, al estilo de algunas empresas esmaltistas catalanas. Conscientes de la superior condición de una modalidad tan delicada y laboriosa, siempre defenderían su entidad artística, protestando contra el tópico de considerar artesanía al esmaltado.

Tríptico de Diana cazadora (entre 1950-1955)
Su dominio de oficio abarcaba todos los distintos modos de esmaltar, tanto el tabicado o “cloisonné”, como el excavado o “champlevé”, el pintado o el denominado transparente de Limoges. Para perfeccionar esta última técnica -la de mayor dificultad por no existir tabiques que eviten los corrimientos y mezclas y por requerir múltiples cocciones-.Manejaron también una cuarta modalidad, denominada el “Champlevé modificado”, que se obtiene con la incorporación a la plancha de un repujado en diversas materias ricas, obteniendo auténticos bajorrelieves esmaltados. Esta técnica -según reconocían los propios artistas- les fue inspirada en los barros cocidos de Juan de Juni y en algunas obras del vallisoletano Museo Nacional de Escultura. De los procedimientos citados, los más cultivados por ambos hermanos serían los bajorrelieves esmaltados y los esmaltes simplemente campeados, formando en ambos casos deliciosos cuadritos, trípticos o artísticos platos, de la más variada y original temática.

Ninfas (entre 1920-1930)
Su destreza técnica y afán de experimentación les llevaría a no conformarse simplemente con la ejecución de placas esmaltadas, aplicando también el esmaltado a esculturas y bustos de cobre y de plata. Hábiles repujadores, los Hernández trabajaban con suma pericia las láminas de cobre, golpeándolas y abombándolas, de dentro a fuera y a fuerza de martillazos, para después esmaltarlas con el mayor esmero.
Los esmaltes realizados sobre figuras repujadas, y concretamente los bustos esmaltados, constituían una modalidad que renombrados artistas durante mucho tiempo habían ensayado sin lograr los resultados apetecidos. Otra singularidad importante de sus esmaltes que llamaría poderosamente la atención sería sus considerables proporciones. Puede decirse sin temor a la exageración que nadie en la historia del esmalte español ha realizado piezas de tan gran tamaño. De entre ellas, la mayor que llegaron a ejecutar en su taller sería la placa de esmalte del Cid Campeador (1937), obra en bajorrelieve que alcanzaba metro y medio de altura.

Cid Campeador
Exponente de su perfecto dominio del esmalte de la manufactura de Limoges sería la magnífica reproducción a su tamaño del Frontal de Silos. Además de esta singular obra, su inspiración en la esmaltería románica puede comprobarse, asimismo, en varias cruces y calvarios, realizados sobre cobre en esmalte champlevé, que imitan célebres ejemplares que los Hernández pudieron estudiar en los museos españoles, tales como la cruz de altar del Museo Diocesano de la Seo de Urgel (Lérida) o la placa esmaltada con la escena del Calvario del Instituto Valencia de Don Juan (Madrid). A excepción del frontal de Silos, en todas estas piezas procurarían introducir, sin embargo, motivos de su invención, interpretando los modelos medievales, sin copiarlos literalmente.

Frontal de Silos (entre 1934-2006)
Con mucha frecuencia les atraerían también los motivos jacobeos, ejecutando piezas alusivas con destino a exposiciones conmemorativas del Año Santo en Santiago de Compostela. Así, por ejemplo, pueden citarse el Cofre esmaltado con atributos del peregrino y las escenas de Santiago en la batalla de Clavijo y la Traslación de su cuerpo, arqueta regalada a Alfonso XIII por el Cabildo de Compostela en 1927; o un precioso Tríptico del Pórtico de la Gloria, ejecutado según la técnica champlevé.

Cofre de Santiago (h. 1927)
Pórtico de la Gloria (h. 1950)
Otras veces iban a realizar obras de temática religiosa, pero con un tratamiento netamente moderno y de su personal creación. Esmalte de considerable tamaño y con figuras repujadas, como La Anunciación(50 cm) o la deliciosa interpretación del Pecado original, figuran al lado es espléndidos esmaltes campeados como La Piedad, premiada con la Medalla de Oro de la Exposición Nacional de Estampas de la Pasión celebrada en mayo de 1946, o como la moderna y estilizada Nuestra Señora de los Mares, entre otros.

Anunciación
Pecado original (entre 1930-1940)
Nuestra Señora de los Mares (h. 1950)
Muy sugestivos y de inspiración netamente décoson muchos de sus cuadros esmaltados, en los que acostumbraban a combinar con el esmalte otros materiales como el marfil o el azabache. Especialmente atractivo resulta a este propósito el titulado Salomé, cuya danzante figura, a la vez sensual y enormemente trágica, sostiene entre sus manos la cabeza marfileña del Bautista sobre la bandeja, como fruto de su orgía macabra, todo ello destacando sobre el fondo totalmente esmaltado de negro.

Salomé (entre 1945-1974)
Sin embargo, sus esmaltes más celebrados y seductores, los que les valieron los premios y galardones, fueron los de temas modernos y profanos, verdaderos caprichos decorativos, auténticas delicias para la vista, cuya originalidad y actualidad sintonizaba perfectamente con la ola internacional. Son obras de un espíritu muy déco -muchas de ellas estilizados y graciosos desnudos femeninos-, que sorprenden por su rica policromía y hábil juego de tonos y luces de sus refinados esmaltes, piezas que van desde placas esmaltadas formando preciosos trípticos o cuadritos encuadrados en marcos de ébano, hasta bellos objetos totalmente esmaltados, como originales y modernos jarrones, platos, copas, etc.
Sería sobre todo en el desnudo femenino y la mitología donde los hermanos Hernández encontrarían su principal fuente de inspiración. Bacantes, ninfas, Dianas cazadoras, Orfeos y otros muchos personajes de la Antigüedad desfilan por sus creaciones. Obra maestra y de excepcional tamaño, dentro de esta temática, es el delicioso friso titulado el Rapto de Europa (1929) en cuatro piezas totalmente ajustadas.

Rapto de Europa I (entre 1920-1930)
Rapto de Europa II (h. 1929)
Mayor importancia tendría dentro de su obra los trípticos o cuadros con temas paisajísticos. Unas veces tratan rincones de viejas ciudades y pueblos, principalmente gallegos, mientras que otras ofrecen el impresionante paisaje de Castilla, por el que siempre sintieron extraordinaria admiración.

Tríptico de las rúas de la aldea (entre 1920-1930)
Tríptico de los labriegos castellanos (h. 1937)

BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: Los hermanos Hernández. Orfebres y esmaltistas Art Déco, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2003.
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: “Los hermanos Hernández”. En GONZÁLEZ, Félix Antonio: Personajes vallisoletanos, II, Diputación de Valladolid, Valladolid 2004, pp. 245-256.
  • BRASAS EGIDO, José Carlos [at. al.]: Os Hernández orives de Vigo, Concello de Vigo, Vigo, 2006.

LOS HERMANOS HERNÁNDEZ: ORFEBRES Y ESMALTISTAS ART DÉCO IV: Escultura

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LA ESCULTURA
Artistas de admirable fecundidad, los hermanos Hernández van a abordar igualmente el difícil capítulo de la escultura, si bien vinculado siempre estrechamente al ámbito de la orfebrería. En realidad, el paso de orfebre a escultor es lógico y casi inevitable cuando se tienen ambiciones artísticas. Basta recordar casos como los de Julio González y Paco Durrio, escultores que se formaron en talleres de orfebrería, para no remitirnos a ejemplos más antiguos, que se pueden rastrear desde el Renacimiento.
Aunque su producción escultórica se encaminaría principalmente al trabajo en metal -piezas en chapa repujada y esmaltada-, ningún material se les resistiría por difícil que pudiera resultar su talla, ni el dócil y suave marfil, ni el duro azabache o el sugestivo coral de las islas.

Eloy modelando a su hija Carmen (h. 1960)
Como ya se ha comentado, de ambos hermanos el más específicamente escultor sería Eloy. En Valladolid tendría lugar su formación, primeramente con Ramón Núñez en la Escuela de Bellas Artes, y poco después en el estudio de José Martínez Oteiza, militar escultor que destacaría principalmente como buen retratista. Con posterioridad su amistad y colaboración con el escultor Juan José Moreno (“Cheché”), discípulo de Victorio Macho, influiría en la orientación de su arte, incorporando rasgos de mayor modernidad. Asimismo, la estancia de ambos hermanos en París sería decisiva para su dedicación a la escultura, y principalmente a la estatuaria en metal. Sería, ciertamente, la contemplación y fascinación que ejercerían en El Louvre las antiguas obras egipcias -las esculturas y máscaras de metal esmaltadas- lo que les llevaría a su regreso a España a pretender emularlas en sus retratos repujados. Junto al exotismo oriental, también las estatuas broncíneas griegas, de perfección clásica, dejarían profunda impresión en su ánimo, a lo que se uniría su afición por lo medieval -principalmente lo bizantino y lo románico-, configurando todo ello su rico bagaje artístico.

Eloy contemplando la escultura egipcia del escriba sentado en el Museo del Louvre
Como es sabido, la escultura moderna, dentro de las tendencias cubista y déco, concedería gran importancia al arte del metal. No hay sino recordar nombres como los de Gargallo o Julio González para constatar cómo la elección del metal constituye uno de los grandes hallazgos de la plástica de la vanguardia de entonces.
Van a ser, sin duda, sus celebradas piezas escultóricas en chapa repujada la aportación más estimable y valiosa que harían ambos hermanos en el campo de la estatuaria. Estas obras -principalmente cabezas y bustos esmaltados- destacan por la extraordinaria dificultad técnica que ofrece su realización, hasta el punto que muy pocos especialistas habían logrado resultados satisfactorios en esta compleja modalidad. Desde los comienzos de su carrera van a empeñarse en la perfecta ejecución de estos audaces retratos y figuras de tamaño natural, repujados en chapa y frecuentemente esmaltados.
Uno de sus primeros trabajos escultóricos, realizado en Valladolid durante su juventud, sería el original busto de plata repujada titulado Dama de Castilla, obra que figuró ya en la Exposición de 1921 celebrada en el Ateneo de Valladolid, y con la que obtendrían cinco años después la Medalla de Oro en la Exposición Internacional de Filadelfia. Representa a una bella y elegante castellana de época medieval, ricamente adornada con suntuoso tocado y collar de que cuelga un medallón de finas ágatas.

Dama de Castilla (1926)
De estos años datan también algunas pequeñas y encantadoras figuras de plata repujada, delicados y graciosos desnudos femeninos que ellos calificaban de “estilo moderno”, y a los que daban sugerentes títulos, como Perfume, Rubia, Sutileza… La estilización de líneas de estas deliciosas estatuitas, su moderna factura, así como el exotismo y cierto carácter deliberadamente “primitivo” que descubrimos en su concepción, obedecen en todo a una estéticamente plenamente déco.

Perfume (h. 1921)
Rubia



















  

Una vez instalados en Vigo, Eloy trabajaría durante algún tiempo como profesor de Modelado y Vaciado en la Escuela de Artes y Oficios, dependiente del Ayuntamiento vigués, exponiendo al mismo tiempo sus obras en los escaparates de algunos establecimientos comerciales de la ciudad. Así, en 1924 figurarían en el bazar de Torrado en la calle del Príncipe, tres bustos muy elogiados en la presenta local: la Cabeza de mi hermano Osmundo, de rasgos enérgicos y férrea expresión; el Busto de Virgilio Garrote Carranza, en el que supo reflejar con un rictus irónico la entrañable humanidad de su buen amigo; y el Busto del Niño Oliveira, hijo del vicecónsul de Portugal. Igualmente afortunado sería el busto titulado Mi aprendiz en el que acertaría a plasmar toda la gracia y naturalidad de un niño riendo espontáneamente.

Busto de mi hermano Osmundo (h. 1926)
Pronto, sin embargo, ambos hermanos decidirían acometer la realización de obras más ambiciosas: grandes bustos repujados, dorados y esmaltados, que evocan por su intencionado arcaísmo los antiguos relicarios medievales. Esta inspiración resulta muy evidente en un busto titulado Ella, obra exhibida en 1929, primero en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, y luego en la Exposición Internacional de Bellas Artes de Barcelona. De tamaño mayor del natural, era un curioso busto femenino de plata con los ojos y labios de oro esmaltado y el cabello dorado; su vestido era, asimismo, esmaltado y llevaba decoración de pedrería -cabujones de ágatas de colores- y un gran medallón de pizarra y marfil sobre el pecho con una representación de la Virgen con el Niño. El enigmático hieratismo y frialdad de esta joven dama medieval -pensativa y estática-, cuyos ojos azules parecían clavarse ensimismados en el infinito, causó sensación en su momento, como ponen de manifiesto las críticas elogiosas de la época y sendos sonetos que la dedicaron Alfredo Gómez Jaime, cónsul de Colombia en Vigo y gran poeta-, y el periodista local Ramón Fernández Mato.

Busto relicario -Ella- (h. 1929)
Un carácter más moderno ofrecía el busto de plata repujada, madera y piedras preciosas que figuraría al año siguiente en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid, en la sección de arte decorativo. Se trataba del Busto de Saturnina Santo Domingo, la esposa de Eloy. Era un sugestivo retrato, de concepción netamente déco, como así podía verse por su hierática y fina estilización de líneas, cuya severidad denota cierta inspiración en la estatuaria egipcia. En esta obra -verdadero alarde de técnica-, los hermanos Hernández combinaban a la perfección las más ricas materias: plata repujada en la cabeza y la mano, madera tallada en el vestido, jade, lapislázuli y onís en los ojos, y coral en las uñas.

Busto retrato (h. 1930)
La influencia de la escultura egipcia y de las tendencias orientalizantes es perceptible en otras obras de metal, especialmente en sus magníficas cabezas y bustos de niños, de severa pero maravillosa expresión. De entre ellas destacan los Retratos de Julián y Eloy, hijos de Eloy, resultando particularmente afortunada la deliciosa cabecita de bebé repujada en chapa de plata y titulada Toñín(apodo cariñoso del segundo hijo del artista). También constituye todo un acierto la Cabeza de niño, repujada en cobre y dorada, perteneciente a un aprendiz del taller de ambos orfebres, exacto tipo adenoideo, cuya anormalidad fisiológica ha sido reflejada con admirable precisión en la justa expresión del rostro.

Retrato de Julián niño (1940)
Cabeza de Eloy niño (h. 1945)
Toñín (h. 1934)
Retrato de nenote (h. 1963)
El deliberado arcaísmo de sus creaciones escultóricas, no obstante, su moderna concepción artística, se comprueba una vez más en el interesante busto de mujer sobre cobre repujado y dorado que con el título de Eva, obtendría segunda medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1932.

Busto de Eva (h. 1932)
Evocación de las estatuas broncíneas del arte helénico que encuentra sin embargo su mejor expresión en el soberbio Busto de mujercon el que ganarían la primera medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1934, nuevamente en la sección de arte decorativo. Trabajado en cobre repujado, con cabello y pañuelo dorado anudado al cuello, el desnudo de esta diosa, clásica y a la vez moderna, ofrece un sereno y majestuoso perfil helénico que la emparenta con los mejores logros de la estatuaria griega. En esa misma dirección a la vez clásica y actual, se ofrece la formidable figura de mujer desnuda, de tamaño natural, que con el título de la Venus de Cobre presentarían en la sección de escultura de la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1936.

Busto de mujer con pañuelo (1934)
Venus de cobre (1936)
La adaptación de la estética déco resulta muy evidente en algunas otras obras de estos mismos años. Así, la moderna y estilizada mascarilla repujada en cobre y esmaltada a gran fuego, o la cabeza de tamaño natural, repujada en el mismo material y esmaltada igualmente a gran fuego, que nos ofrece un curioso Retrato de Kiki de Montparnasse. Esta última sería una de sus obras de mayor dificultad técnica, al haber logrado aplicar en ella el esmalte fuera de superficies planas, modalidad de la que por entonces ambos artistas se preciaban de ser los únicos capaces de practicarla.

Kiki (h. 1934)
La corriente medievalizante que puede rastrearse en otra parte importante de sus creaciones, se halla representada, entre otras esculturas, por su estilizado San Francisco, curiosa figura repujada en chapa de cobre que asimismo presentaron a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1934. Tan esbelta y estrecha efigie llamaría vivamente la atención del público y la crítica por reflejar con acierto la sencillez y humildad del santo mendicante mediante un tratamiento deliberadamente arcaizante, claramente evocador del románico rural.

San Francisco (1933)
Punto culminante en su carrera como escultor lo señalaría el precioso Retrato de niña, que sería galardonado con el primer premio de la sección de orfebrería esmaltada en la Exposición Nacional de Artes de Decorativas de 1935. Esta obra, juzgada por la crítica como la más bella escultura repujada en metales nobles y con aplicaciones de esmalte, que se hubiera logrado hasta entonces en España, supuso su consagración y el unánime reconocimiento de su labor en los medios artísticos nacionales. Reproduce el rostro angelical y de seria expresión de una viguesita, en plata repujada con un leve baño de óxido que le da tonalidades de carne tostada. El cabello se halla admirablemente tratado, disponiéndose partido en dos bandos y con un gracioso trenzado rodeándole la cabeza, en oro claro. En su cuerpo, de cobre, luce un vestido esmaltado todo en azul, con listas de oro y flores estilizadas.

Busto de niña (1935)
La última obra de estas características que llevarían a cabo, sería otro busto en cobre repujado y esmaltado, La dama del mantón de Manila realizado para la Exposición Internacional de París de 1937, que no pudo ser enviado a causa de la Guerra Civil.

Dama del mantón (h. 1936)
Además de estos bustos y bajorrelieves de cobre, ricamente esmaltados, los hermanos Hernández cultivarían otras modalidades plásticas, especialmente dentro de la pequeña escultura. Concretamente, un capítulo esencial dentro de su producción lo integrarían sus obras en azabache, arte de gran tradición en Galicia, y en el que alcanzarían justa fama. La colección de azabaches tallados por los Hernández es única en el mundo tanto por la categoría de las esculturas, como por el excepcional tamaño de las piezas, casi todas de alrededor de los treinta centímetros. Pese a la delicadeza del material, los Hernández alcanzarían muy pronto el más alto grado de perfección, jugando hábilmente con los contrastes de luz, cuidando los matizados pulimentos.
A lo largo de su dilatada carrera, realizarían piezas únicas, especialmente diversas representaciones de Santiago Apóstol, tanto en su característica indumentaria de peregrino, como ecuestre y “matamoros” en la batalla de Clavijo. Aparte de estas representaciones jacobeas, se conservan de su mano piezas de muy variada temática, como el grupo de Adán y Eva (20 cm), cuyo máximo acierto no reside sólo en los delicados desnudos, sino en la fiel captación de las expresiones: insinuante en Eva, grave en Adán. No menos exquisitas resultan sus figuras mitológicas (Leda), un formidable San Cristobalón, una inquietante y trágica Salomé, las tituladas Primavera, Caridad, etc. Eran éstas las piezas que más llamaban la atención de cuantos coleccionistas extranjeros visitaban su taller, quedando, al contemplar sus vitrinas por primera vez, sumamente sorprendidos, ya que en general resultaba para ellos una técnica desconocida.

Adán y Eva (entre 1945-1950)
Leda (entre 1945-1955)
Añadir leyenda
San Cristóbal (entre 1945-1955)
Finalmente, y dentro de la pequeña escultura, además del azabache, trabajarían otros materiales, como el coral -de gran tradición en Galicia-, piedras duras (cristal de roca), la madera, y sobre todo el marfil, con el que realizarían estatuillas, como la Virgen de los Mareso el bello San Sebastián, que tanta admiración despertarían durante su viaje a París en octubre de 1950.

Nuestra Señora de los Mares (h. 1950)
San Sebastián (h. 1950)

BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: Los hermanos Hernández. Orfebres y esmaltistas Art Déco, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2003.
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: “Los hermanos Hernández”. En GONZÁLEZ, Félix Antonio: Personajes vallisoletanos, II, Diputación de Valladolid, Valladolid 2004, pp. 245-256.
  • BRASAS EGIDO, José Carlos [at. al.]: Os Hernández orives de Vigo, Concello de Vigo, Vigo, 2006.

LA OBRA DEL PINTOR MADRILEÑO JUAN GARCÍA DE MIRANDA (1677-1749) EN LA IGLESIA DE SAN LORENZO DE VALLADOLID

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En el espacio que conforma la actual capilla mayor de ese adefesio que es la actual iglesia de San Lorenzo (lo cual no hace sino que echemos aún más de menos la primitiva, la cual conocemos bien por las numerosas fotografías que se conservan, y en cuyo interior se custodiaban un sinfín de obras de arte que actualmente ¿han desaparecido?. Por fortuna, algunas de las que se han conservado son cuatro lienzos que pintó para ella el excelente pintor cortesano Juan García de Miranda (1677-1749), quien a pesar de no ser una de las figuras más señeras de la escuela barroca madrileña sí que es un más que aceptable artífice.
En 1723 García de Miranda pintó para la iglesia de San Lorenzo, no sabemos si por orden de la parroquia o por mandato de algún comitente que quiso donarlas al templo, cuatro bellos lienzos que efigian otros tantos momentos de la vida de la Virgen. Se trata de la Inmaculada Concepción, la Anunciación, el Nacimiento de Cristo y la Asunción. Ya desde antiguo se tiene constancia de estas importantes pinturas por cuanto son citadas en sus respectivos libros por Antonio Ponz en 1783, por Ceán Bermúdez en 1800 y por Isidoro Bosarte en 1804.

Gracias a este último sabemos que los cuatro enormes lienzos, que se encuentran firmados y fechados por el propio pintor "Jn D. Miranda. F. Aº 1723", se hallaban colocadas en la sacristía. El mismo Bosarte dudaba que hubiesen sido pintados en Madrid “porque son de figura irregular, acomodados a la vuelta de los arcos, a no ser que se le enviasen medidas muy exactas del sitio que habían de ocupar”. Sin embargo, y como señala Urrea, "no tenía razón Bosarte ya que una anotación de los libros de la parroquia despeja cualquier duda".
Las pinturas debieron de llegar a Valladolid en 1725, año en el que el polifacético ensamblador y tallista Juan Correas se encarga de montar las pinturas para su colocación en la sacristía, labor que realizó los días 24 y 25 de agosto, y por la que percibió 150 reales. Las pinturas permanecerían en ese recoleto espacio algo más de un siglo, hasta el año 1826, momento en el que una profunda reforma llevada a cabo en la decoración del templo las trasladó a las paredes superiores del presbiterio, debajo inmediatamente de la cúpula del templo, flanqueando el nuevo retablo mayor neoclásico que vino a sustituir al barroco realizado en el tercer cuarto del siglo XVII. Allí se mantendrían hasta el absurdo derribo del templo en la década de 1970, pasando posteriormente a refugiarse en el cercano Monasterio de San Joaquín y Santa Ana hasta que se acabó de reconstruir la nueva iglesia de San Lorenzo.

La primitiva iglesia de San Lorenzo
Localización de los cuadros en la parte superior de las paredes del presbiterio tras la remodelación de 1826
Las pinturas en la por entonces recién inaugurada nueva iglesia de San Lorenzo
Las pinturas están realizadas con una técnica fluida que recuerda a los modos y maneras desarrolladas por Juan Carreño de Miranda, si bien le diferencian la "mayor delicadeza y dulzura en cuanto a las expresiones de sus figuras"; y el color, que se hace más luminoso conforme a un estilo más avanzado, propio ya del siglo XVIII. Señala Urrea que el estilo presente en estas cuatro pinturas "se aparta del que ofrecen las obras publicadas hasta el presente y servirán, sin duda, para identificar o atribuirle otras con plena garantía".
Comentando brevemente las cuatro pinturas, comenzaremos por la Inmaculada Concepción, que posee una clara influencia de Antonio Palomino, la cual le vendría a través de su maestro, Juan Delgado, que era buen amigo del pintor cordobés. La Virgen ha sido concebida de una manera muy airosa, ocupando el centro compositivo. Se halla situada sobre una peana conformada por una cabeza alada de ángel y una media luna con las puntas hacia arriba. Tanto en esa base como desperdigados por el resto del lienzo se hayan otros muchos ángeles en las más diversas actitudes y sosteniendo algunos elementos como una palma o una corona de flores. Las telas se pliegan con gran soltura.

Inmaculada Concepción
La Anunciaciónestá concebida en dos niveles: el inferior lo ocupan dos enormes figuras de la Virgen y el Arcángel San Gabriel, mientras que el superior lo preside el Dios Padre y el Espíritu Santo en una gloria angélica que se abre sobre la Virgen María. Completan la escena unos ángeles que retiran un aparatoso cortinaje muy barroco; así como un jarrón de azucenas y el cestillo de labor de la Virgen, los cuales vienen a formar un interesante bodegón.

La Anunciación
La Adoración de los pastores, que para Urrea es el lienzo de menor interés de toda la serie, es el que posee el mayor número de personajes. Según el citado historiador del arte, García de Miranda debió de utilizar algún grabado para su composición; y, asimismo, "supo transformar las cabezas de los modelos ofreciendo relación las de los pastores con las que aparecen en su serie de la Vida de San Diego de Alcalá (Museo del Prado. Madrid)".

La Adoración de los Pastores
Finalmente, la Asunción trae al recuerdo las creaciones de Juan Martín Cabezalero o José Ximénez Donoso en lo referente al colorido, y a Palomino "tanto los modelos de sus ángeles como las infamadas telas y la esponjosidad de las nubes. García de Miranda ha concebido un numeroso grupo de ángeles, cada uno vestido con ropas de un color distinto, que lleva en volandas a la Virgen hacia el cielo, en el cual le esperan unos pequeños angelitos sentados en nubes que le echan flores. A la derecha del grupo principal se apresta a llegar a él otro ángel con una corona entre sus manos, la cual esperará ceñir en la frente de María. En la parte inferior derecha observamos el sepulcro de la Virgen con una tela retirada, lo cual nos viene a recordar el episodio previo a la Asunción.

La Asunción
Juan García de Miranda fue un pintor madrileño nacido en 1677, aunque sus orígenes eran asturianos. De joven ingresó en el taller del pintor Juan Delgado (h.1675-1731), si bien su estilo se vincula más al del célebre Antonio Palomino (1655-1726). Según afirma Ceán Bermúdez nació manco de la mano derecha, por lo que pintaba con la izquierda valiéndose del muñón para sujetar la paleta. Debió estudiar muy atentamente las colecciones reales (especialmente la pintura veneciana, la de los flamencos, la de su gran maestro Rubens, y la de Velázquez), a las que hubo de tener pronto acceso, pues antes de 1714 pinta un Retrato de la reina María Luisa Gabriela de Saboya (Embajada de Roma, Depósito del Museo del Prado).
En 1724 el Consejo de Castilla le otorgó junto a Antonio Palomino el monopolio de las tasaciones de pintura que se hiciesen en Madrid, lo que provocó las protestas de otros pintores, encabezados por Jerónimo Ezquerra, que obtuvieron al año siguiente una extensión del privilegio. Tras el incendio del viejo Alcázar en 1734 se convirtió junto a Andrés de la Calleja en restaurador oficial de las pinturas que se pudieron salvar del fuego. Entre las obras que reparó, se cuenta Las Meninas de Diego Velázquez; la figura de la infanta Margarita tenía un orificio en el pómulo y fue él quien lo reparó; asimismo, es muy posible que realizara los añadidos de las Hilanderas, los cuales se hayan admirablemente insertados en la estructura del lienzo. Esta labor le permitió, meses más tarde, el 15 de abril de 1735, conseguir el título de pintor de cámara

Retrato de María Luisa Gabriela de Saboya
Murió en 1749, siendo enterrado en el antiguo monasterio de San Martín. Entre sus discípulos se encontraron su hermano menor, Nicolás, especializado en la pintura de paisaje; su hijo Juan, muerto con veintiún años, y que según Ceán apuntaba dotes de buen pintor; y su sobrino Pedro Rodríguez de Miranda.
Su pintura es una prolongación en pleno siglo XVIII de la tradición seiscentista con absoluta dignidad. El grueso de su producción es de carácter religioso, siendo especialmente importante las series de lienzos que realizó para diversos conventos e iglesias. Entre ellas podemos citar la de La vida de San Diego de Alcalá (1725-1732), pintada para el Convento de San Diego de Alcalá de Alcalá de Henares (Madrid), actualmente dispersa entre varios depósitos del Museo del Prado, y a la que pertenece la Curación y acción de gracias del príncipe don Carlos, de interés por lo infrecuente de su iconografía; la de La vida de Santa Teresa (h. 1735), de la que ignoramos el destino, y de la que se conocen cuatro lienzos, en la actualidad dispersos tras pasar por el Museo de la Trinidad. El más interesante de ellos, la Educación de santa Teresa, recrea el estrado femenino en un hogar burgués, tratado a la manera de la pintura holandesa de interiores, evidencia el conocimiento de la obra de Velázquez adquirido en la restauración de las pinturas del Alcázar. Muy importante debió de ser el encargo de diecisiete pinturas sobre lienzo y tres sobre tabla para la iglesia nueva de Guadalupe (Cáceres), con un complejo programa iconográfico de fuerte sabor contrarreformista en torno a la Trinidad, de la que únicamente se ha conservado la pintura dedicada a la Coronación de la Virgen. Por último, podemos citar la serie que es objeto de interés en esta entrada: La vida de la Virgen (1723) de la iglesia de San Lorenzo de Valladolid.

La educación de Santa Teresa (1735)
El milagro de doña María de Peñuela
La Natividad de la Virgen
San Diego de Alcalá resucitando a dos niños
Santa Teresa y su hermano Rodrigo intentando construir ermitas
Asimismo, realizó numerosas obras de altar y de devoción particular. En este sentido, Ceán Bermúdez indica que “muchas obras que pintó para particulares, en especial Concepciones, que se conservan en Madrid con estimación”. Prototipo de ellas pudiera ser la Inmaculada Concepción de la Diputación de Zamora, procedente del convento de la Encarnación, muy semejante a las Inmaculadas de Palomino, a quien se le ha atribuido en ocasiones.


BIBLIOGRAFÍA
  • JIMÉNEZ PRIEGO, María Teresa: “Juan García de Miranda, pintor de Cámara del rey Felipe V, en Guadalupe”, Revista de estudios extremeños, Vol. 32, Nº 3, 1976, p. 5.
  • TRUJILLO GARCÍA, Carlos: "Juan García de Miranda. Dos series de sus lienzos en el Museo del Prado”, Boletín del Museo del Prado, Vol. 2, Nº 4, 1981, pp. 11-26.
  • URREA, Jesús: “Cuatro pinturas de Juan García de Miranda”, B.S.A.A., Tomo LVII, 1991, pp. 493-496.
  • JIMÉNEZ PRIEGO, María Teresa: "Un programa iconológico perdido, recuperado. Pinturas de la iglesia nueva de Guadalupe, de Juan García de Miranda”, Espacio, tiempo y forma. Serie VII, Historia del arte, Nº 5, 1992, pp. 263-314.
  • JIMÉNEZ PRIEGO, María Teresa: “Juan García de Miranda. Pinturas religiosas en conjuntos madrileños I”, Espacio, tiempo y forma. Serie VII, Historia del arte, Nº 7, 1994, pp. 129-164.
  • JIMÉNEZ PRIEGO, María Teresa: “Juan García de Miranda. Pinturas religiosas en conjuntos madrileños II”, Espacio, tiempo y forma. Serie VII, Historia del arte, Nº 8, 1995, pp. 191-210.
  • JIMÉNEZ PRIEGO, María Teresa: “Conjuntos pictóricos de Juan García de Miranda en el convento de San Diego de Alcalá de Henares (1725-1732), Archivo Iberoamericano, Año 58, Nº 229, 1998, pp. 83-126.
  • PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso: Pintura barroca en España 1600-1750, Cátedra, Valladolid, 2010.
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