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BELENES MONUMENTALES EN VALLADOLID I. AÑO 2015: la Diputación Provincial, Palacio Real y Colegio de la Salle

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Ya hemos tratado en varias ocasiones sobre el Belén Napolitano del Museo Nacional de Escultura, la última vez hace tan solo unos días, pues bien, ahora vamos a hablar sobre otros belenes, ya sean o no monumentales. Valladolid cuenta con multitud de ellos, algunos verdaderamente destacables. Hoy tan solo vamos a tratar sobre tres: los que conservan la Diputación Provincial, el Palacio Real y mi antiguo colegio, el de San Juan Bautista de la Salle. En el próximo post hablaremos sobre otros que también merecen la pena reseñarse y visitarse.
En la Diputación Provincial, además de conservarse un belén monumental que varía sus escenarios y arquitecturas cada año, las cuales, por cierto, son impresionantemente bellas y realistas, existen una serie de pequeños nacimientos napolitanos que también se renuevan anualmente. Estos, que están realizados de manera artesanal por el Taller de Nacimientos Lamm, obedecen a diversas modalidades que van desde el napolitano clásico con fanal, hasta el regalo de empresa con escena costumbrista personalizada, sin olvidar los belenes tradicionales o las nuevas creaciones como el nacimiento gitano o los nacimientos enmarcados en cuadros antiguos. Aunque con variantes, estos nacimientos siempre suelen poseer unas figuras prototípicas: la Sagrada Familia, los ángeles, los Reyes Magos y su cortejo, un paisaje abrupto, una fuente, un pastor dormido, mendigos, una taberna y un mercado.

En el Palacio Real de Valladolid se conservan muchísimos belenes, el grueso de ellos se haya en una sala de palacio, si bien antes de entrar a ella podemos ver uno dentro de la garita de la puerta de entrada y otro sobre el pozo del patio. Ya en la sala de palacio hay infinidad de belenes, de todos los tamaños, materiales y procedencias posibles. Algunos de ellos son étnicos, es decir, que sus personajes van vestidos según la moda y costumbre del país que quieren representar o del país del que proceden. Hay algunos verdaderamente curiosos, pero, sin lugar, a dudas, el que a mi más me ha llamado la atención es una pequeña escena de la corte de Carlos IV en el que se ve a la familia real contemplando el Nacimiento que preside la sala donde se desarrolla la escena. Es una miniatura deliciosa que recuerda las antiguas realizaciones barrocas en cera. Pero si hay un belén que se lleva la palma por lo llamativo es uno realizado con las vainas de las balas de los rifles. Este año estos belenes se ven complementados con una serie de Niños Jesús que proceden de la clausura del Convento de las Descalzas Reales. Si bien se agradece que se dé a conocer este patrimonio, no veo demasiado clara la relación de la mayoría de ellos con el tema navideño.

Finalmente, el Belén conservado en el colegio de San Juan Bautista de la Salle. No lo cito aquí porque sea el de mi antiguo colegio sino porque se trata de uno de los más antiguos, tradicionales y preciosos de cuantos se conservan en la ciudad. Cada año se renueva, y este año se puede observar en sus casas, monumentos y paisajes una fuerte influencia castellana: no faltan los típicos palomares de Tierra de Campos o un Castillo que podría ser uno de los muchos que aún se conservan en nuestra comunidad.


BELENES MONUMENTALES EN VALLADOLID II. AÑO 2015: iglesia de San Lorenzo, iglesia penitencial de las Angustias y Sala Municipal de Exposiciones de las Francesas

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Hoy afrontamos el segundo y último post dedicado a los belenes monumentales que sepueden ver durante estas Navidades en Valladolid. Entre los dos post no se encuentran, ni mucho menos, todos los existentes en la ciudad durante estos días, pero sí son los más destacados o importantes a mi parecer.
Los belenes que comprende la presenta entrega son los siguientes: el de la iglesia de San Lorenzo, que es el de la familia Trebolle-Liz; el de la iglesia penitencial de Nuestra Señora de las Angustias, que ha sido proyectado por José María Villa Gil; y el de la Sala Municipal de Exposiciones de "Las Francesas", que ha sido realizado por la agrupación belenista "La Adoración". Este último posee unas edificaciones creadas de manera artesanal y en diversos materiales. Aunque sus figuras, elaboradas en terracota, son bastante escasas son con diferencia las más bellas y preciosistas de cuántas podréis observar en estos nacimientos. Son verdaderas joyas.



IGLESIA DE SAN LORENZO


IGLESIA PENITENCIAL DE NUESTRA SEÑORA DE LAS ANGUSTIAS


SALA MUNICIPAL DE EXPOSICIONES “LAS FRANCESAS”

LA ARQUITECTURA BARROCA EN VALLADOLID (1650-1750) I. "El cambio de estilo"

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En el día de ayer, 8 de enero de 2016, presenté al fin mi tesis, la cual lleva por título "Los Ávila: una familia de escultores barrocos vallisoletanos" y mereció la calificación de "Sobresaliente cum laude". Quiero, por tanto, dedicar este post, así como los que completarán este tema, a los profesores que compusieron el tribunal: René Payo, Carmen Morte, Blanca García, Manuel Pérez Hernández y Fernando Gutiérrez, así como a mi tutor, Jesús Parrado, y a todos los que me acompañaron en ese trance, especialmente a l@s que hicieron un gran esfuerzo por poder asistir. Gracias ;) Y ahora a por el tema: la arquitectura barroca en Valladolid, la cual se compondrá de varios capítulos.

Hacia mediados del siglo XVII se produce en Valladolid un cambio en el mundo de la arquitectura. Si durante la primera mitad del siglo el “clasicismo” había dominado el panorama arquitectónico vallisoletano, en esta segunda mitad, si bien se siguieron manteniendo ciertos aspectos del dicho estilo, la diferencia radicará en el progresivo apoderamiento de las superficies por parte de la decoración, que poco a poco se irá haciendo más abultada.
Por estas mismas fechas se produce en España una reacción en la arquitectura española, por cual se irá abandonando la sobriedad: Así, Alonso Cano en Granada además de idear la tarjeta abultada de hojarasca inaugura la moda de decorar a base de placas recortadas. Mientras tanto, en Castilla la “chispa” de esta nueva etapa, más decorativa, prende en la capilla de San Isidro de la madrileña iglesia de San Andrés. En ella se decora la cúpula mediante estucos policromados, figuras de ángeles y roleos.

Capilla de San Isidro en la iglesia de San Andrés de Madrid, antes el incendio. Fotografía tomada de http://www.mcu.es/fototeca_patrimonio
En Valladolid, la transición hacia este nuevo “estilo” fue lenta debido a que en la ciudad radicaba uno de los bastiones del clasicismo derivado de Juan de Herrera: la escuela clasicista vallisoletana. En esta ciudad vivieron y trabajaron algunos de los grandes arquitectos que profesaron este estilo: Francisco de Mora, Juan de Nates, Diego y Francisco de Praves…
Durante esta primera mitad de siglo se construyó mucho, si bien la mayoría fueron edificios religiosos, y más concretamente conventos. Esto nos conduce a esa afirmación que definía a Valladolid como una “ciudad levítica”. Apenas se levantaron palacios y casas nobles. El motivo no era otro que el que la nobleza que durante los años de la Corte estuvo asentada en Valladolid había emigrado a Madrid. El resultado fue el abandono y progresivo deterioro de los palacios. En comparación, la actividad constructiva en la segunda mitad del siglo XVII sería más pobre puesto que apenas se levantan edificios de nueva planta.
Ya en la década de 1660 el barroquismo comienza a penetrar en los edificios, fundamentalmente en sus interiores. Así, veremos cómo estos interiores se pueblan de abovedamientos y yeserías. En cambio, las fachadas, las plantas y los exteriores de las iglesias seguirán siguiendo, más o menos fielmente, los dictados clasicistas. Dos de los hitos que marcan este primer momento son los abovedamientos de la Catedral (1655) y de la iglesia penitencial de Nuestra Señora de la Pasión (1661). Las bóvedas de la nave central de la catedral están ya concebidas con una intención más decorativa, dejando atrás la característica desornamentación herreriana: así, veremos los adornos de puntas de diamante y tableros quebrados, diseño este último que corresponde ya a una evolución decorativa perceptible desde mediados del siglo XVII.

Abovedamientos de las naves laterales de la catedral

A- EDIFICIOS RELIGIOSOS
IGLESIA PENITENICIAL DE NUESTRA SEÑORA DE LA PASIÓN
Según palabras de Martín González, la iglesia de Nuestra Señora de la Pasión es la “que mejor señala el giro hacia el barroquismo en Valladolid”. El gran impulsor de este cambio fue el arquitecto paredeño Felipe Berrojo de Isla, al cual se le encargó la realización de las bóvedas de la iglesia. En ellas veremos por primera vez un cambio en el tipo de la decoración. Realizadas en yeso policromado, las ornamentaciones se basaban en motivos lineales con dibujos vegetales: hojas crespas, tarjetas, roleos, grandes rameados avolutados, de formas espinosas, etc…. También utiliza para las bóvedas grandes tarjetas de formas hinchadas como hojas de cactus. La bóveda de la nave, que servía para ocultar el techo de madera del siglo XVI, era de cañón con lunetos. Los arcos fajones se apeaban en ménsulas, decoradas con veneras y hojarasca.
Del prestigio que gozaba por entonces Felipe Berrojo habla bien la afirmación que se expone en el contrato que se hizo para encargarle la obra de las bóvedas: se habla de él como “el más insigne que se conoce de su profesión e que no hay otro en esta ciudad de que se pueda fiar”.

En el año 1666 ya se había finalizado la decoración de la nave, precisándose que “era necesario se tratase de hace en la media naranja de la capilla mayor otra obra que correspondiese de la dicha iglesia, diferenciando las labores, florones y rosones”. Como podemos comprobar la reforma no afectó a ningún elemento estructural, tan sólo se tocaron los abovedamientos del templo.
La otra gran intervención llevada a cabo en la iglesia, y que a su vez pregona la llegada de un nuevo estilo mucho más decorativo, tiene por protagonista a la fachada. En 1671 el arquitecto Pedro Ezquerra traza el segundo cuerpo de la fachada, encargándose de su ejecución, de manera conjunta, con Antonio de la Iglesia. La fachada se distribuye en dos cuerpos, remate y espadaña. Los elementos, posiblemente procedentes de Felipe Berrojo, que la integran son típicamente barrocos: “los vanos se orlan con gruesos baquetones, a veces con orejas. Las columnas del cuerpo inferior van decoradas con acanaladuras helicoidales, cuya ilusión de movimiento es mayor a causa de que en los fustes se disponen cinco tambores, cuya acanaladuras van en sentido alternante (…) Dentro de tarjetas de formas carnosas se disponen emblemas de la Pasión”. En definitiva, “toda esta ornamentación es muy abultada y claroscurista”.


REAL COLEGIO DE LOS INGLESES
Una fase más avanzada la representa el Real Colegio de los Ingleses, que si bien no exhibe mucha decoración nos muestra su barroquismo en la adopción de una planta de plan central, concretamente octogonal alargado, modelo tomado de la iglesia de San Antonio de los Portugueses de Madrid, y de la iglesia conventual de las Bernardas de Alcalá de Henares. La gran virtud de las iglesias de plan octogonal alargado es la total visibilidad de la misma, así como la buena acústica derivada del uso de yeserías. Desde el punto de vista religioso existía la posibilidad de celebrar numerosas misas simultáneamente debido a la multiplicación de las capillas.
El Colegio jesuita de los Ingleses fue fundado por el rey Felipe II en honor a San Albano, protomártir de Inglaterra. Las obras del edificio se llevan a cabo entre los años 1672-1679 gracias al impulso dado por el padre Manuel de Calatayud, Rector del colegio, el cual se encargó de buscar fondos para su construcción a lo largo de toda España. Calatayud tenía la intención de edificar un templo expiatorio para reparar la memoria de la Virgen Vulnerata, imagen renacentista que fue ultrajada por los ingleses tras un desembarco en Cádiz.

Otro elemento que nos muestra una tendencia claramente barroca es el embutido lienzos en las cúpulas o en las bóvedas (tenemos otro ejemplo en la iglesia de San Felipe Neri). Estas pinturas del Colegio están debidas a los pinceles del maestro vallisoletano, aunque nacido en Carmona (Sevilla), Diego Valentín Díez, quizás el maestro local de mayor prestigio en el tercer cuarto del siglo XVII.


B- EDIFICIOS CIVILES
Como ya hemos dicho, en este periodo se llevaron a cabo muy pocos edificios civiles, la gran mayoría fueron de carácter religioso. Las dos obras civiles de mayor empeño fueron el Archivo y Cárcel de la Real Chancillería (1675) y la Hospedería del Colegio Mayor de Santa Cruz (1675).
El Archivo y Cárcel de la Real Chancillería fue construido de manera conjunta por Felipe Berrojo, Juan Tejedor Lozano y Juan de Medina Arguelles, los cuales debían de seguir los planos elaborados en 1675 por el arquitecto Nicolás Bueno. Las obras del Archivo fueron a buen ritmo, de manera que en 1682 el edificio estaba concluido, en cambio las de la cárcel se alargaron. En 1698 se realizó un nuevo pregón para su construcción, quedándose con la obra José Gómez y el maestro de obras Pedro del Biermo, el cual la terminó a principios de la siguiente centuria. La fachada es toda de piedra y las rejas son de gruesos barrotes. No hay espacio apenas para la decoración.

La Hospedería del Colegio Mayor de Santa Cruz fue trazada por Antonio del Solar,  mientras que de su construcción se encargó el maestro de obras Francisco de la Torre. El edificio posee un plan muy sencillo: se trata de un edificio de planta cuadrada con las fachadas de ladrillo y mampostería. El patio, que asemeja un claustro, también cuadrado, cuenta con dos pisos de arquerías de medio punto. La fachada principal está orientada hacia las traseras del Colegio de Santa Cruz. La portada, realizada también en piedra, posee un balcón encima y en el frontispicio un escudo.


C- OTRAS INTERVENCIONES
En el año 1667 se lleva a cabo una ampliación de la iglesia penitencial de la Santa Vera Cruz. Los artífices fueron Francisco de la Torre y Lucas López, los cuales siguieron la traza realizada por Juan Tejedor Lozano. El plan afectaba a toda la iglesia, “excepto al frontispicio y pórtico”.

En Valladolid consiguió fortuna un modelo de iglesia (fundamentalmente para las de tipo conventual) que, con planta de cruz latina, cubierta con bóvedas de medio cañón y cúpula no trasdosada sobre el crucero, presenta una fachada íntegramente realizada en ladrillo, salvo el basamento. Dentro de esta tipología encontraremos numerosos ejemplos, entre los que destacan las iglesias de San Felipe Neri y la conventual de Santa Brígida. Otros ejemplos, aunque ya desaparecidos, son la iglesia penitencial de Nuestra Señora de la Piedad y la del Convento del Carmen Calzado.
La iglesia de San Felipe Neri, para la cual realizarán los tres miembros de la familia Ávila un gran número de esculturas, fue concertada en 1675 por el maestro de obras Antonio de la Iglesia. La fachada se divide en dos cuerpos con alas rematadas en sendos campanarios. Las bóvedas del templo se adornan con yeserías a base de líneas quebradas y puntas de diamante triédricas. También tenemos a lo largo de la bóveda principal diversos lienzos embutidos.

Iglesia de San Felipe Neri
El convento de Santa Brígida ya contaba con una iglesia cuando en 1690 se decide realizar una nueva, la cual se finalizó en el año 1701. Aunque se desconoce el maestro que la edificaría, se piensa que debe ser obra del mismo que realizó la de San Felipe Neri debido a las semejanzas que presentan. El interior presenta una sola nave, con media naranja en el crucero y bóveda de cañón con fajones y lunetos en la nave principal. Todo se decora con labores de yesería, de cintas finas y bien resaltadas, pintadas de color gris, de forma que resaltan sobre el fondo blanco. Para Martín González, “el resalto de los motivos y el empleo de la línea quebrada son indicios ya de éste tránsito al barroco de formas abultadas”.

Convento de Santa Brígida
Convento del Carmen Calzado (desaparecido)
Reconstrucción de la fachada de la iglesia penitencial de Nuestra Señora de la Piedad realizada por Juan Carlos Urueña Paredes en su libro Rincones con fantasma
Continuará...

LA ARQUITECTURA BARROCA EN VALLADOLID (1650-1750) II. "El Barroco exaltado"

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El desarrollo decorativo de los edificios comenzado con Felipe Berrojo en los años de 1660, y que apenas tuvieron incidencia, se vio culminado en la primera mitad del siglo XVIII, periodo que fue tildado por el profesor Martín González como de “barroco exaltado”. Durante esta etapa no solo la decoración irá en aumento (habrá una mayor exuberancia ornamental), sino que el barroquismo se irá vislumbrando también en otros elementos: en las líneas movidas de las fachadas y las plantas, en los elementos de apoyo, etc… A pesar del fuerte influjo del barroco, la llama del clasicismo no terminará de extinguirse.
En los interiores de las iglesias existirá una dicotomía: mientras que las plantas siguen siendo, por lo general, bastante simples, las yeserías y decoraciones de sus interiores se irán complicando cada vez más. Las bóvedas y los vanos se cubrirán con formas vegetales, grandes rameados, líneas quebradas y mixtilíneas, etc. Se llegará en algunos extremos a un verdadero horror vacui.
La aparición y progresiva consolidación del barroco exaltado en Valladolid llegará de fuera, puesto que los arquitectos locales, más bien maestros de obras, seguirán en gran medida fórmulas clasicistas, aunque ya no con tanta pureza. Las influencias de este barroco exaltado proceden fundamentalmente de dos ciudades: Salamanca y Madrid. De Salamanca llegarán fray Pedro de la Visitación y Alberto Churriguera, los cuales legarán a la ciudad dos obras emblemáticas: la nueva fachada principal de la Universidad, y el segundo cuerpo de la fachada principal de la Catedral. Desde Madrid no se recibirán arquitectos sino influencias, concretamente comparecerán las del gran arquitecto castizo Pedro Ribera de manos del vallisoletano Manuel Serrano.

A- LA INFLUENCIA SALMANTINA
En 1715 la Universidad tenía proyectada una ampliación del edificio, el cual se había quedado pequeño y vetusto. La culminación del proyecto venía dado por la apertura de una nueva fachada a la antigua Plaza de Santa María. El principal motivo de dicho emplazamiento no era otro que el querer dotar a la Universidad de una fachada monumental que ennobleciera a la institución, así como el abrirse a una gran plaza desde la que poder celebrar diferentes fastos.
La nueva fachada, según la opinión de Brasas Egido “el conjunto civil más importante, opulento y decorativo del barroco vallisoletano”, suponía una importante novedad, pues hasta entonces no se había realizado en la ciudad una fachada en la que la escultura tuviera un papel tan principal, si exceptuamos la de la iglesia penitencial de Nuestra Señora de las Angustias.

Tres maestros fueron los que presentaron trazas para realizar la fachada: Blas Martínez de Obregón, Pablo Mínguez y el carmelita Fray Pedro de la Visitación, siendo este último el que se quedaría con la obra. Fray Pedro seguramente se había formado en Salamanca, ciudad en la que ya había realizado algunas obras. La parte escultórica de la fachada, elemento fundamental de la misma, corrió a cargo de la saga de los Tomé: Antonio y sus hijos, Narciso y Diego.
La fachada parece una clara superposición de dos estilos: por una parte, el clasicista, representado por los dos cuerpos que la componen, los cuales carecen de cualquier tipo de ornamental; y por otro lado, el propiamente barroco, que tiene en la portada su exponente. Es en dicha portada donde tienen asiento las hornacinas con las esculturas, las decoraciones vegetales de gran resalte, los escudos, unas potentes columnas de orden gigante, que en los dos cuerpos clasicistas no pasaban de ser simples pilastras, también gigantes. En contra del carácter horizontal de la fachada se encuentra la airosa peineta que otorga a la fachada una mayor altura y distinción. Otro elemento barroco a tener en cuenta son las airosas esculturas de alegorías de las enseñanzas que se impartían en la Universidad y de los Reyes protectores de la misma que apean sobre la balaustrada, las imágenes se encuentran plenamente aislada, han conquistado el espacio.

El otro elemento salmantino fue, como ya hemos visto, Alberto de Churriguera, quien llega a la ciudad del Pisuerga desde Salamanca en el año 1729 para encargarse de la construcción del segundo piso de la fachada principal de la catedral. El primer cuerpo, que se realizó con grandes errores, era un simple arco del triunfo. Encima construiría un piso con unos perfiles más finos y suaves que el anterior. En la obra, que duró tres años, fue asistido por su sobrino Manuel de Larra. El proyecto ideado en un principio por Churriguera irá sufriendo numerosas modificaciones. Uno de esos cambios tendrá por protagonistas a las estatuas que se debían colocar en la balconada de este segundo piso. Si en un principio se pensó en poner a los cuatro Evangelistas, finalmente se decidió que fueran los cuatro Doctores de la Iglesia, encargándose de esculpirlas los escultores Pedro Bahamonde y Antonio de Gautúa.


B- LA INFLUENCIA MADRILEÑA: MANUEL SERRANO
Manuel Serrano es quizás el arquitecto local más importante de la primera mitad del siglo XVIII. Nacido en Valladolid hacia 1700, residió durante algunos años en Madrid, momento en el cual recibiría las influencias del gran arquitecto cortesano Pedro de Ribera. Su arquitectura denota claramente la influencia del madrileño: así, muestra una gran afición por las plantas curvas, fachadas movidas y molduras flexuosas.
El regreso a Valladolid fue motivado por la obra de la iglesia parroquial de Renedo (1736), iglesia que junto a la parroquial de Rueda (1738-1742) son sus obras más descollantes. En la iglesia parroquial de Renedo aunque utiliza el viejo sistema de una sola nave con capillas laterales entre contrafuertes, introduce como novedades, además del movimiento de la fachada, el hecho de que las capillas, con plantas curvas, no se comuniquen entre ellas.

Iglesia parroquial de Renedo
Iglesia parroquial de Rueda

 En la ciudad de Valladolid su obra más emblemática fue la desaparecida iglesia del monasterio premostratense de San Norberto (1747-1753). Canesi refiere que los cimientos del templo los realizó “el maestro de tan suntuosa fábrica Manuel Serrano, hijo de esta ciudad, en este sitio, que fueron casas de los Maldonado”. La fachada era semicircular, con formas en avance y en retroceso, se encontraba enmarcada por un baquetón mixtilíneo envolvente, a la manera que había utilizado en las iglesias de Renedo y Rueda. También las capillas de los laterales debían ser similares a las de estas dos iglesias, puesto que Casimiro González García-Valladolid llega a afirmar que eran “de arcos”, es decir, con planta curva. Con el tiempo llegaría a ser el artista más prestigioso, y mejor pagado, de la ciudad.
Iglesia de San Norberto (desaparecida). Reconstrucción realizada por Juan Carlos Urueña Paredes en su libro Rincones con fantasma

C- MATÍAS MACHUCA
Matías Machuca es el otro representante local del barroco exaltado. Si bien desconocemos casi por completo su vida y formación, Martín González lo ha puesto en relación con Alberto de Churriguera. Este arquitecto tendrá el gran honor de levantar la fachada más barroca de la ciudad: la de la iglesia del hospital de San Juan de Letrán.
Su primera intervención de importancia fue la reparación de la torre de la nave del Evangelio de la catedral (1726), para lo cual siguió el parecer del arquitecto benedictino Fray Pedro Martínez, autor, entre otras obras, de la fachada del Monasterio de San Pedro de Eslonza.

En 1732 contrata la fachada y el cuerpo de la iglesia de San Juan de Letrán. La iglesia primitiva fue derribada para realizar esta nueva que se comenzó a construir en 1675 de la mano de Luis de Naveda y Antonio del Solar, los cuales siguieron los planos confeccionados por Juan Tejedor Lozano. Las obras sufrieron un importante parón y no se prosiguieron hasta el año 1729. Que la nueva fachada gustó a Manuel Canesi da buena prueba el siguiente comentario: “Y es tan superior la idea que ha formado Matías Machuca para la fachada, que es toda de piedra, con el adorno de varias columnas y estatuas, que bien examinadas, han declarado los peritos en la arquitectura que es de lo mejor que hay en Castilla y lo mismo el pulimento de la iglesia”.
La fachada se estructura a través de un gran cuerpo central dividido en dos pisos, dos alas laterales poligonales y un pequeño ático. La planta es muy movida con sus curvas y sus contracurvas, no sería muy aventurado decir que fue la fachada más barroca de la ciudad junto a la del convento de Premostratenses. La decoración se concentra en la calle central. Las columnas son plenamente barrocas debidas a ese aspecto bulboso y esponjoso. En el ático se desarrollan sendas torrecillas en los laterales y una central más amplia que alberga en su interior una imagen del titular del templo: San Juan Bautista, a ambos lados de esta torrecilla encontramos las esculturas de la Fe y la Caridad. El interior de la iglesia posee sus magníficas yeserías plenamente barrocas, las cuales se desarrollan a partir de una “fastuosa hojarasca, muy abultada y de formas retorcidas, todo de ritmo intensamente barroco”.

Conservamos noticias de un buen puñado de obras realizadas por Matías Machuca: así, por ejemplo, en 1722 levanta parte del Convento de Nuestra Señora de la Victoria que se había arruinado en 1717; en 1725 trabaja para la iglesia de la Merced Descalza, donde se encargó de levantar la fachada, capilla mayor y decoraciones barrocas del interior (yeserías) en forma de “pompas y morteros y otros adornos de este género”; y en 1734 erige, de manera conjunta con Manuel Morante, la iglesia del Convento de las Comendadoras de Santa Cruz, la cual contiene también unas suntuosas yeserías. Entre las obras que se le atribuyen, debido fundamentalmente a las yeserías que exhiben sus interiores, se encuentran la capilla de San Joaquín y Nuestra Señora de la Mano del Convento del Carmen Descalzo (actual Santuario de Nuestra Señora del Carmen Extramuros) o la iglesia conventual de Santa Clara (1739-1742). Todas ellas poseen unas decoraciones muy similares entre sí, y a la vez parecidas a las que realizó Machuca en la iglesia de San Juan de Letrán.
 
Convento de Nuestra Señora de la Victoria (desaparecido)
Convento de las Comendadoras de Santa Cruz (las Francesas)
Convento de Santa Clara

BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO: José Carlos: “Arquitectura y urbanismo del siglo XVIII”. En Valladolid en el siglo XVIII. Historia de Valladolid, V, Ateneo de Valladolid, Valladolid, 1984.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Arquitectura barroca vallisoletana, Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 1967.

LA ARQUITECTURA BARROCA EN VALLADOLID (1650-1750) III. "El barroco conservador y otras tipologías"

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A- LA ARQUITECTURA CONSERVADORA
En contraposición a la arquitectura comentada, netamente barroca, en Valladolid se siguieron desarrollando los modelos clasicistas que habían triunfado en la primera mitad del siglo XVII, y que desde entonces continuaban, aunque cada vez en menor proporción. Según palabras del profesor Martín González, “hay que reconocer que existió frente a una arquitectura netamente barroca, otra que frenó la fantasía y mostró singular interés por los arcaicos planos”. Uno de los factores que favoreció la prolongación de este modelo fue el hecho de que resultaban ser unos planes mucho más económicos.
Los maestros que desarrollaron este tipo de arquitectura eran por lo general locales. Dicha arquitectura se caracterizaba por mantener la línea recta tanto en fachadas, exteriores, plantas y alzados. Uno de los edificios más emblemáticos de esta tipología es la actual iglesia de San Nicolás, antigua conventual de los Trinitarios Descalzos. La iglesia se comenzó a edificar en 1715, estando ya en 1740 concluida. La fachada, aunque clasicista, posee ciertos elementos barrocos como es el almohadillado que favorece la creación de volumen a través del claroscurismo.
 

B- OTRAS TIPOLOGÍAS BARROCAS
Fachadas columnarias
Una tipología muy desarrollada en este periodo, aunque procedente del siglo XVII, es el de las fachadas columnarias. Se trata de fachadas que se asemejan a retablos, con una distribución a través de cuerpos superpuestos de columnas y entablamentos. El matiz introducido durante el barroco será la posición de los diversos cuerpos en avance y retroceso, rompiendo de esta manera la rectitud de la fachada. En la ciudad se conservan tres ejemplos: la iglesia de las Comendadoras de Santa Cruz (las Francesas), la del Colegio de San Ambrosio, y la iglesia del monasterio de Nuestra Señora de Prado. En esta última las columnas de los extremos se disponen en esviaje, con lo cual se acrecienta el sentido de profundidad y otorga al conjunto un concepto perspectivo.

Fachada de las Comendadoras de Santiago (las Francesas)
Fachada del Colegio de San Ambrosio (desaparecido, la fachada se trasladó a los jardines del Colegio de Santa Cruz)
Fachada del Monasterio de Nuestra Señora de Prado
Camarines y transparentes
La arquitectura barroca buscaba, entre otras muchas cosas, la luz, motivo por el cual se crearon los transparentes, siendo el más famoso en España el realizado por Narciso Tomé en la Catedral de Toledo. Los transparentes son, según palabras de Zalama Rodríguez, “pequeños edículos adosados a la cabecera con un amplio ventanal por donde penetra la luz, que ilumina la imagen titular desde atrás (…) La intencionalidad es sorprender mediante efectos lumínicos provocado un cierto misterio y resaltando la figura de la imagen titular”.
A lo largo de la primera mitad del siglo XVIII se realizaron numerosas intervenciones para abrir camarines y transparentes para honrar a imágenes de gran devoción, en su mayor parte marianas. Así, en 1745 se colocaba a la Virgen de la Vera Cruz en el retablo mayor, abriéndose tras ella un camarín iluminado por un pequeño transparente.

Otro transparente importante se efectuó en el retablo mayor (Fernando González, 1756) de la iglesia del Salvador. En el centro del mismo se reutilizó un grupo de la Transfiguración, obra del escultor Pedro de la Cuadra, procedente del primitivo retablo. Pues bien, detrás de este grupo, y para dar una mayor sensación de teatralidad, se practicó una ventana para que la luz bañara estas imágenes y creara una sensación de volatilidad.

Los camarines son una especie de habitaciones situadas por lo general tras los retablos en el cual se sitúa una advocación de cierta importancia. Para llegar a ellos suele existir una escalera por la que se accede a la parte trasera del retablo. Existen dos tipologías de camarines: los abiertos y los cerrados. Entre los abiertos destaca el de la capilla de la Virgen de las Angustias en la iglesia del mismo nombre, y entre los cerrados el de la capilla de San Joaquín y Nuestra Señora de la Mano en el actual Santuario del Carmen Extramuros.

Capilla de la Virgen de las Angustias en su iglesia penitencial
Santuario de Nuestra Señora del Carmen Extramuros. Tras el retablo se halla el camarín
  • BRASAS EGIDO: José Carlos: “Arquitectura y urbanismo del siglo XVIII”. En Valladolid en el siglo XVIII. Historia de Valladolid, V, Ateneo de Valladolid, Valladolid, 1984.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Arquitectura barroca vallisoletana, Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 1967.
  • ZALAMA, Miguel Ángel: Ermitas y santuarios de la provincia de Valladolid, Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 1987.

EL RETABLO DE LOS LÓPEZ DE CALATAYUD DE LA DESAPARECIDA IGLESIA DE SAN ANTÓN

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El presente artículo va dedicado al mayor amante del romanismo que conozco, Rubén Fernández, autor asimismo de una recientemonografía titulada "La imaginería medieval en Zamora (siglos XII-XVI)". Una de las joyas que se conserva en Santuario Nacional de la Gran Promesa, templo que en estos momentos celebra el Año de la Misericordia, es el retablo de los López de Calatayud, el cual contiene uno de los Crucificados más bellos y desconocidos de Valladolid. Este referido aspecto, el desconocimiento, se extiende a muchas de las obras de arte que contiene el Santuario, y digo contiene porque en su mayoría no son suyas sino que se trata de cesiones de otras instituciones, o bien de obras de arte que han acabado recalando aquí con motivo del cierre o desaparición de cofradías, conventos o iglesias. Este último caso es el del retablo que hoy nos ocupa, el de los López de Calatayud, en origen realizado para la cercana y desaparecida iglesia de San Antonio Abad o de San Antón, de la que ya hablamos en este blog hace tiempo en sendos post (en el primero se habló de su Historia y en el segundo de las Obras de Arte que poseyó). Este mismo motivo, el de la desaparición de la iglesia para el que fue realizada la escultura, es el que acaeció con el Cristo de la Humildad, propiedad de la Cofradía de la Piedad. En aquel caso ya no conserva la iglesia de San Antón, pero en este sí que existe la Cofradía de la Piedad, por lo que el Cristo de la Humildad debería de volver a estar custodiado por sus legítimos propietarios, los cuales deberían de darle un lugar más digno del que actualmente ostenta en el Santuario, una simple peana en un rincón oscuro de la capilla de Cristo Rey.

El retablo de los López de Calatayud o del Cristo de Burgos (así aparece reseñado en algunas fotos antiguas cuando se conservaba en la iglesia de San Antón) fue realizado entre los años 1572-1574 por el gran escultor de origen francés Esteban Jordán, a la sazón el maestro romanista más importante del foco vallisoletano. Las dos fechas señaladas no son baladí puesto que en 1572 los López de Calatayud eligen como su entierro la iglesia de San Antón, y en 1574 se acaba de realizar la capilla dado que ese año figura en la espléndida reja que la cerraba. En ocasiones se ha relacionado este retablo con Gaspar Becerra, sin embargo el estilo del Crucifijo no lo confirma.
En la iglesia de San Antón presidía la referida capilla de los López de Calatayud, ubicada en el lado de la epístola, a los pies del templo junto a la tribuna, es decir a la derecha según se entraba por la puerta principal. La capilla, bastante espaciosa, estaba separada de la nave de la iglesia por una gran verja de hierro de primorosa labor y exquisito gusto; dicha capilla, que tenía, asimismo, su coro alto, estaba consagrada al Santísimo Cristo de Burgos, que es la pieza que preside el retablo que nos ocupa.

Fotografía de cuando el retablo encontraba en su capilla de la desaparecida iglesia de San Antón
Poco antes de la demolición de la iglesia de San Antón, acaecida el 28 de abril de 1939, el retablo y su Crucifijo pasarían al Santuario Nacional de la Gran Promesa. El traslado a este templo no sería casual puesto que antiguamente el Santuario fue la iglesia de San Esteban el Real, parroquia que cuando realizó ciertas reformas y estas le impedían celebrar misas trasladaba sus cultos a la vecina San Antón. La denominación de San Esteban el Real cambió a la de Santuario Nacional de la Gran Promesa el 12 de agosto de 1933 tras una aprobación concedida por el Papa Pío XI, sin embargo la consagración aún se demoró.
Tras las modificaciones y puesta al día realizada en el Santuario por los Talleres de Arte de Félix Grande, el retablo pasó a ocupar la capilla del crucero del Santuario Nacional de la Gran Promesa. El contexto de nacionalcatolicismo en el cual se concibió este nuevo destino le tituló con una advocación muy de la época: “Altar de Jesucristo crucificado, Rey de los Mártires”.

El retablo se compone de un solo cuerpo y ático. El cuerpo lo conforma una hornacina plana de remate semicircular flanqueada por pares de columnas corintias divididas en tercios, los extremos decorados con grutescos y el central entorchado. Las columnas apean sobre pequeñas peanas con motivos de escamas y cabezas de querubines con elementos botánicos. Los entablamentos se parten para alojar el Cristo y sobre ellos van sentados Profetas, uno de los cuales es Habacuc, como indica un letrero, que flanquean un gran relieve apaisado que representa la Bajada de Cristo al Limbo. Cristo está en actitud de rescatar a las almas.

El Crucifijo es una excelente estatua, de porte atlético, probablemente el mejor realizado por Jordán.Esta corpulenta figura es muy representativa del manierismo de la segunda mitad del siglo XVI. La composición es muy clásica, equilibrándose la vertical del cuerpo con el horizontalismo de los brazos, del cabello y del paño de pureza. Su fortaleza física está inspirada en Miguel Ángel. La excelente encarnación a pulimento permite acusar con más crudeza las llagas y los regueros de sangre.

Ya dijimos que durante algún tiempo se atribuyó a Gaspar Becerra, algo no muy descabellado puesto que antiguamente cualquier obra de la segunda mitad del siglo XVI que poseía calidad se le asignaba al escultor baezano. Algo similar ocurrirá en el siglo XVII en Castilla con Gregorio Fernández o en Andalucía con Pedro de Mena. A pesar de todo, hay que señalar que el retablo responde a las características del estilo de Becerra; sin embargo, la documentación del retablo del Calvario de la iglesia del Convento de la Magdalena de Medina del Campo a favor de Esteban Jordán hizo que se le pudiera atribuir con gran certeza este retablo procedente de la iglesia de San Antón. Comparando ambos retablos, vemos que ambos poseen grandes similitudes, tal y como explicó don Juan José Martín González: “la disposición general del retablo, con sus columnas y Profetas, se asemeja mucho a la de Medina. El relieve superior del retablo se da igualmente en otras obras de Jordán. La anatomía de Cristo responde a la medinense, pero es más terrible de expresión el de Valladolid. Difiere, no obstante, la disposición del paño de pureza, pero en cambio guarda parecido con otros paños hechos por Jordán. Así, por su forma alargada y su disposición en pliegues horizontales y paralelos, este paño repite el de la dicha figura de San Pedro del retablo de Paredes. Por otra parte, los pliegues que caen verticales a cada lado del cuerpo se ven en el Cristo del remate del retablo de Sancti Spiritus, retablo atribuido con muchas verosimilitud a Jordán. También los Profetas, por su tema, disposición y técnica, lo mismo que el relieve de la cumbre, son eminentemente jordanescos”.

Esteban Jordán. Retablo del Calvario. Monasterio de la Magdalena. Medina del Campo

Por su parte, Parrado del Olmo describe maravillosamente el Crucifijo, de la siguiente manera: “En este espléndido Cristo, labrado hacia 1570, confluyen equilibradamente las influencias de los tres grandes escultores Berruguete, Juni y Becerra, que caracterizan el eclecticismo manierista de Esteban Jordán, sin duda el escultor de mayor prestigio de la escuela vallisoletana en el último tercio del siglo XVI. Su colosal corpulencia, magnífico estudio anatómico, de hercúlea viveza, contrasta con la frialdad de otras creaciones suyas, como el gran retablo de la iglesia de la Magdalena, de volumen amplio, elegantes, correctas y monumentales formas, pero un tanto inexpresivas”.
Sería interesante que un Cristo de tal calidad fuera aprovechado por alguna cofradía para rendirle culto y procesionarle en Semana Santa.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Esteban Jordán, Sever Cuesta, Valladolid, 1952.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
  • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: “La escultura, la pintura y las artes menores de Valladolid en el Renacimiento”. En RIBOT GARCÍA, Luis Antonio (et. al.): Valladolid, corazón del mundo hispánico. Siglo XVI. Historia de Valladolid III, Ateneo de Valladolid, Valladolid, 1981, pp. 179-221.

EXPOSICIÓN: Andrés Rábago / OPS / El Roto. ANOCHECIÓ Y AMANECIÓ (EL OCTAVO DÍA)

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Estamos de enhorabuena. En la Sala Municipal de Exposiciones de "Las Francesas" se desarrolla actualmente una exposición homenaje a uno de los humoristas gráficos españoles más importantes, inteligentes y mordaces de la actualidad y de buena parte de las décadas finales del pasado siglo. Se trata de "El Roto" u "OPS", pseudónimos bajo los que se "cobija" el madrileño Andrés Rábago".
De formación autodidacta, Rábago empezó a partir de 1968 a publicar viñetas e ilustraciones en revistas como Hermano Lobo. Siguió colaborando luego en numerosos medios impresos, como La Estafeta Literaria, La Codorniz, Triunfo, Cuadernos para el Diálogo, El Independiente o Ajoblanco. A pesar de realizarse recopilaciones de su obra en álbum ya en 1971, esta no obtuvo la misma repercusión que la de otros humoristas gráficos de su época. Realizó también el cortometraje de dibujos animados titulado La edad del silencio. En 1978 inició su colaboración con las revistas del incipiente boom de cómic adulto, en concreto con Totem a partir del número 6, seguidas por El Jueves, El Cuervo y Madriz. Además, siguió publicando en prensa: Diario 16, Cambio 16, Tiempo, El Periódico de Catalunya, Informaciones, Pueblo, Hoja del Lunes, etc., contando con un extenso currículo creativo. En la actualidad y desde hace años publica en El País, pinchando aquí podréis ver las últimas viñetas que va dibujando.

Fotografía tomada de http://www.huffingtonpost.es/
Su estilo es definido por el periodista y escritor Juan Pedro Quiñonero, el ascetismo de su estilo gráfico sólo cobra sentido en el marco de las indagaciones plásticas posteriores al surrealismo: Topor, Charlie Hebdo, en la estética del mal gusto de algunas escuelas americanas…
La exposición muestra una buena cantidad de las viñetas que ha ido publicando a lo largo de décadas tanto en periódicos como en revistas, así como seis grandes lienzos que ha pintado en los últimos años. Yo desconocía por completo su faceta de pintor y me ha agradado muchísimo saber de ella. Su estilo es peculiar, atrayente; pero sobre todo, muy personal. En cierta manera me recuerda al gran Edward Hopper, si bien estos cuadros se tiñen de una atmósfera aún más lúgubre, solitaria y misteriosa, lo que parece entroncarla con el belga René Magritte, uno de los genios del Surrealismo. La utilización de colores planos y semiplanos, con los cuales compone magistralmente, da gran empaque y consistencia a las escenas.

A través de los dibujos y viñetas podemos ver el pensamiento de El Roto: crítico con la sociedad moderna, destapando las vergüenzas de los poderosos (políticos, empresarios, banqueros, etc…) y de los métodos que estos tienen para esclavizar, engañar o zoombificar a la clase obrera. Un buen ejemplo de esto es un dibujo titulado El discurso, en el que un personaje, seguramente un político, vierte una vomitona sobre la gente, vomitona que mucha de esas personas se tragaran sin ni siquiera analizar lo que ese personaje les está lanzando.

No faltan tampoco los dibujos alusivos a la crisis, poniendo el foco en cómo esta crisis, que en realidad es una estafa, solo ha servido a los empresarios y maltratadores de la clase obrera para enriquecerse más a costa de la explotación laboral, recorte de salarios, derechos y plantillas, etc… Creo que una de las moralejas que se pueden sacar al visionar esta exposición es “Pensar os hará libres”.
Si os interesa la exposición, os recomiendo que leáis el magnífico artículo que le dedicó esa gran página web llamada Último cero, web que, por cierto, necesita la ayuda de todos los que nos gusta para poder seguir informando.

Con motivo de la exposición en la Sala de las Francesas, antigua iglesia del Convento de las Comendadoras de Santiago, Rábago ha escrito las siguientes palabras:
Exponer en una antigua iglesia es sin lugar a dudas una experiencia altamente singular.
Los templos, por su naturaleza y funcionalidad son recintos diseñados para inducir tanto estados meditativos de introspección personal como posibles aperturas a lo luminoso y atemporal.
En ese recinto mágico, toda imagen que se enriquece de elementos suplementarios que invocan una dimensión acrecentada que en otros ámbitos resultarían menos evidentes.
Las obras quedan a merced de las fuerzas allí presenten y pueden beneficiarse del aura residual que aún se conserva en aquel lugar o resultar perjudicadas por la carga trascendente que han de soportar.
OPS, El Roto y Rábago (tres formulaciones plásticas de una cierta visión de lo real) se prestan en la hermosa iglesia del convento de Las Francesas de Valladolid a esa interesante experiencia, los visitantes decidirán el resultado.
El autor acepta de antemano el veredicto”.
Vista de la sala municipal durante la exposición
Por su parte, el comisario de la exposición explica brevemente la trayectoria artística de “Andrés Rábago, “OPS” u “El Roto”:
A mediados de los años sesenta del pasado siglo, cuando más arreciaba lo masivo como sinónimo de individual, aunque obviamente sin la intensidad actual, Andrés Rábago emprendió un viaje personal, alejado de las futilidades de su tiempo, para dejar de ser un hombre sin atributos.
Se valió, en primera instancia, de un pseudónimo, OPS, que empezó a hacerse hueco en las publicaciones más críticas con una dictadura que, como tal, era poco amiga del pensamiento libre. Aquel pseudónimo le sirvió de amparo, que no de escondite, para afrontar una introspección en su inconsciente en una suerte de autoanálisis con el que no era difícil identificarse, habida cuenta de que la mugre de la que se iba desprendiendo en cada viñeta era la misma que embotaba la sensibilidad de todos nosotros. Los monstruos que OPS descubría al mirar en su interior eran los mismos que habían esclavizado nuestra razón hasta volverla demasiado perezosa para acometer el nuevo tiempo que intuíamos que habría de llegar más bien pronto que tarde.
De vez en cuando, sin embargo, lo social y lo político hacían acto de presencia en aquellos dibujos satíricos y crueles, consciente su creador de que los vínculos comunitarios habrían sufrido un serio quebranto durante el largo franquismo. Sin sobresalto alguno, en el arranque de la siguiente década, los setenta, fue dejándose ver entonces un heterónimo: El Roto. Un heterónimo, sí, porque la personalidad del mismo estaba claramente diferencia de la del autor, que instaló a su criatura certeramente en el plano de una conciencia civil, entendiendo desde el principio que su finalidad era la de cumplir un servicio público y social: quebrar la condición del individuo-masa para arrancarle de su postura de mero espectador de una realidad disgregadora y anestesiante.

OPS y El Roto llegaron a transitar juntos una parte del camino (hay dibujos, por ejemplo, en 1976, firmados por ambos), pero, mientras el primero, limpio ya de excrecencias, deambulaba, en el dibujo y enseguida también en la pintura, por ámbitos más estéticos, colindantes con la poesía visual, el segundo se iría afianzando, hasta el día de hoy, como una de las firmas españolas más implicadas en reconstruir una cohesión comunitaria y con la reivindicación del concepto de persona, acorralado por el de individuo que había parido y consolidado la modernidad.
OPS, sin embargo, se iría silenciando como dibujante hasta la llegada del nuevo siglo, haciendo alarde en esos postreros instantes de una intensidad y una excelencia gráfica sin parangón alguno, en tanto el OPS pintor iniciaba una deriva, desde finales de los ochenta, hacía lo que se podría considerar, con denominación propia de los lingüistas, un ortónimo: Andrés Rábago, artífice de una obra propia cuya voz es la que más se asemeja a los intereses más profundos de su creador, de igual nombre y apellido que él, algo así como lo fue el Bernardo Sores para Fernando Pessoa.
El territorio del pintor Rábago, ciertamente, se desenvuelve en un plano más elevado de conciencia, un plano que podemos tildar de metafísico, en el que “lo que se dice” no puede ser fácilmente transmitido al tratarse de asuntos más espirituales que terrenales, y en el que él, a manera de los artistas prerrenacentistas, libres aún de la excesiva impronta del ego, actúa como modesto guía de un viaje, a través del umbral que constituyen sus obras, por un cosmos del que no existe más cartografía que la que el propio hacedor va definiendo a base de un mayor conocimiento de los infinitos misterios de la verdadera e ignota realidad”.

PREMIOS
  • XXXV Premio Diario de Avisos 2011 al mejor guion de historieta de humor.
  • Premio Nacional de Ilustración 2012.
  • Premio Cálamo “Extraordinario” 2013 por Oh, la l´art, publicado por Libros del Zorro Rojo.
  • Premio Leyenda del Gremio de Libreros de Madrid (2015).

LIBROS PUBLICADOS
  • Los hombres y las moscas (Ed. Fundamentos, Madrid, 1971).
  • Mitos, ritos y delitos (Ed. Fundamentos, Madrid, 1973).
  • Ovillos de baba (Ed. Castellote, Madrid, 1973).
  • La cebada al rabo (Ed. Cuadernos para el diálogo, 1975).
  • Bestiario (Alfaguara, 1989).
  • De un tiempo a esta parte (Ediciones de la Torre, 1991).
  • Habas contadas (Promoción Popular Cristiana, 1994).
  • La memoria del constructor (Diputación de Sevilla, 1998).
  • La visita inesperada (Centro Cultural Conde Duque, 1998).
  • El fogonero del Titanic (Temas de Hoy, 1999).
  • El pabellón del azogue (Círculo de Lectores i S.A. / Mondadori, 2001).
  • Bestiario (Medusa Ediciones, edición aumentada, 2002).
  • El guardagujas (Cat. Exposición Universal de Alcalá, 2003).
  • El libro de los desórdenes (Círculo de Lectores i S.A. / Mondadori, 2003).
  • El libro de los abrazos (Círculo de Lectores, 2004).
  • Vocabulario Figurado (Círculo de Lectores i S.A. / Mondadori, 2005).
  • El libro de los desórdenes (Reservoir Books, 2006).
  • Vocabulario Figurado 2 (Reservoir Books, 2007).
  • Viñetas para una crisis (Reservoir Books, 2011).
  • Camarón que se duerme (se lo lleva la corriente de opinión) (Reservoir Books, 2011).
  • A cada uno lo suyo (Reservoir Books, 2013).
  • Oh la l´art (Libros del Zorro Rojo, 2013).
  • El libro verde (Reservoir Books, 2014)

EXPOSICIÓN: LA VIDA EN LA PINTURA RUSA DEL SIGLO XX. Colección Dolores Tomás. Fundación Surikov

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“La vida en la pintura rusa del siglo XX. Colección Dolores Tomás. Fundación Surikov” es una de las exposiciones más interesantes que han llegado a Valladolid en los últimos años, si bien las exposiciones de la Sala Municipal de Exposiciones de la Pasión suele contar con excelentes muestras, no hace falta recordar la de La Belleza del Modernismo, la de la Galería Lelong, etc… La muestra está siendo un rotundo éxito ya que en apenas 15 días han desfilado por el interior de la otrora iglesia penitencial de Nuestra Señora de la Pasión más de 7.000 personas. Sin duda ese éxito se basará en que se trata de una exposición muy novedosa puesto que por estos lares apenas conocemos nada de la pintura rusa, y menos de la denominada como “Realismo Socialista”. A ello habríamos de sumar la calidad de muchas de las pinturas así como el hecho de que los óleos se vean complementados por la presencia de otros objetos populares rusos como son los huevos con escenas religiosas y las cajitas decoradas. La exposición se mantendrá abierta hasta el día 28 de febrero. A continuación hablaremos, tomando las palabras de Dolores Tomás, la comisaria de la exposición, tanto de la muestra exhibida como de la Fundación Surikov, que es la institución que cede las obras para el goce y disfrute de todos los visitantes:

Para comprender la pintura rusa y su historia es importante tener en cuenta la evolución de occidente y la de Rusia. Antes de la primera guerra mundial los artistas rusos viajaban constantemente mostrando un apetito voraz por las innovaciones del cubismo parisino, el futurismo italiano y el expresionismo practicado en Múnich y Berlín. Pero también iban a la busca de sus propias raíces culturas; y la idea de un arte independiente con respecto a occidente comenzaba a despuntar. El deseo de regresar a su punto de partida de formas primitivas (al icono), pues en ellas se encuentran una percepción de la vida que resulta más penetrante y directa, les lleva a crear la escuela nacional “El Renacimiento de la pintura rusa”.
Los pintores más renombrados de la vanguardia rusa fueron: Kandinsky, Chagall, Goncharova, Larionov, Malévich, Popova, Rodchenko, Stepanova, etc. Todos ellos se encuentran frente al problema de la búsqueda de un equilibrio entre las innovaciones occidentales y sus propias raíces; pero fueron Larionov y Goncharova los que hicieron frente a este dilema con una eficacia y creatividad notables por su profundo conocimiento de ambos campos. En la primavera de 1912 y con la Exposición Neoprimitivista “La cola del asno” la parcela de la pintura rusa queda perfectamente delimitada y su importancia reconocida. En 1915 Malévich da un paso dramático y expone 39 obras, completamente abstractas, con planos de color parejos, anunciando: “Me he transformado en el cero de la forma, y emerjo de la nada a la creación, al Suprematismo, al nuevo realismo de la pintura, a la creación No Objetiva”.

ALEKSEY BUTOV. Koljos (granja colectiva) (1965)
VLADIMIR ZAKHARKIN. Autorretrato (1947)
VADIM VELICHKO. Hermanas (1995)
VADIM VELICHKO. Retrato de una pintora
Lejos del torbellino artístico que tiene lugar en Centroeuropa, se desarrolla otro de carácter social en Rusia: la Revolución de 1917, que marcará un antes y un después en su mundo artístico. A partir de 1921, determinados artistas significados se aprestan a denunciar el arte no figurativo como decadente, complaciente e inútil. Incluso Tarabokin y Gan se atreven a pronunciar: “El arte ha muerto”. Todos los grupos artísticos quedan desmantelados y reemplazados por la monolítica Unión de Artistas (1923). Los creadores se encontraron enfrentados a una institución poderosa que respondía eficazmente a las exigencias ideológicas, ejerciendo el control sobre todo el contexto de la vida artística. El estado se había convertido en el único mecenas, organizador y árbitro en materia de arte; y nace el Realismo Socialista, que significaba el retorno a técnicas propias del siglo XI, para dar forma a un instrumento didáctico, persuasivo y altamente inteligible para el pueblo, y a él quieren mostrarle la magnitud de sus puertos, fábricas, la grandiosidad de sus campos y cosechas, así como los logros de la Revolución y sus héroes.

VLADIMIR STROEV. El autobús (1985)
ALEKSEY POTAPOV. Una mujer a la mesa (1940)
KEROP SOGOMONYAN. Apunte "Durmiendo" (1995)
Pero el magma de la creatividad y la inquietud no ha muerto en sus artistas y, paralelo a este movimiento del arte socialista, va naciendo otro sumergido en el que la pintura comienza a ser un auténtico relato del diario de sus vidas, reflejando los paisajes de su extenso territorio, las costumbres, laboriosidad y cultura de sus gentes, así como sus escenas de familia.
La exposición es una muestra de la magnífica colección de la Fundación Surikov, reunida por Dolores Tomás durante largos año, la cual ha recorrido miles de kilómetros para conseguir magníficas piezas de arte ruso gestado a partir de 1917, visión que se cierra con obras de la última década del pasado siglo XX. La amplitud del fondo atesorado permite crear grandes bloques temáticos con carácter propio que se complementen entre ellos, dando lugar a una completa visión plástica sobre la realidad rusa del momento: el bello paisaje ruso, sus costumbres y sus gentes, la realidad social surgida de las transformaciones sociopolíticas, etc...

PETR LITVINSKY. Plaza Roja (Torre Spasskaya) (1989)
PETR LITVINSKY. Plaza Roja (San Basilio) (1989)
ANDREY PODSHIVALOV. Un día de invierno
La Fundación Surikov es una entidad sin ánimo de lucro cuyo objetivo es difundir la cultura y el arte ruso, y más concretamente la pintura rusa y soviética del siglo XX. La promoción de este período del arte ruso, aún insuficientemente conocido, ha sido la misión de Dolores Tomás durante los últimos 20 años, y la Fundación representa el instrumento más adecuado y efectivo en orden a alcanzar este objetivo. La Fundación está comprometida a contribuir a que las generaciones de magníficos pintores que trabajaron en la opacidad de la extinta Unión Soviética alcancen el reconocimiento y la posición en la historia del arte que merecen. En total, atesora cerca de 4.000 pinturas que representan la reciente historia de Rusia y la Unión Soviética, sus costumbres, paisajes y realidades. En tal cantidad de obras pictóricas están representados 180 pintores, muchos de los cuales fueron maestros de las más importantes escuelas en Moscú, San Petersburgo, Volgogrado, Nizhni-Nóvgorod, Yoshkar Ola, Samara, Tula, Astrakan y Asia central. Estos artistas poseen gran delicadeza, y tienen voz propia en sus trabajos, cercanos a los lenguajes universales del arte occidental pero con rasgos y vinculaciones orientalizantes tan característicos a ese gran país a caballo entre Oriente y Occidente.

ALEKSANDR DANILICHEV. Día de sol (1958)
ABRAM KHARKOVSKY. 1º Septiembre. Inicio del curso escolar (1956)
VALERY SKURIDIN. Lenin en Káshino (1949)
Muchos de estos artistas fueron reconocidos con las más altas distinciones por el Estado y por la Academia Rusa de las Artes con títulos tales como Artista Honorífico o Pintor del Pueblo de la URSS, o más recientemente de la Federación Rusa, junto con otros reconocimientos de las distintas repúblicas que constituían la URSSS, y sus respectivas Academias. Algunos de estos artistas tuvieron que mantener la mayor parte de su trabajo en la sombra debido a circunstancias históricas. En sus obras permanecen leales a las tradiciones de la Escuela de Pintura Figurativa Rusa. En la Colección podemos encontrar géneros tales como naturaleza, retrato, costumbrismo y pintura de género, paisaje y realismo socialista.
La Colección cubre un periodo comprendido entre los años 1911-2003. Hay un menor número de obras pintadas entorno a la Revolución Rusa o en el periodo entre guerras, pero éstas son de gran valor. A partir de 1945 el número de obras se incrementa sustancialmente, formando un magnífico conjunto de pinturas de la segunda mitad del siglo XX. A finales del siglo, los trabajos de madurez de la mayoría de los artistas, se funden con la obra de sus herederos naturales. Hoy, estos artistas más jóvenes son representantes esenciales de la actual escena de la pintura realista rusa.

OLEG LEONOV. El armonista (1998)
VLADIMIR STROEV. Un día de sol (1976)
ALEKSANDR DANILICHEV. Lenin (1949)
En el año 2000, cerca de 200 obras fueron seleccionadas de entre aquellas que constituyen la Colección. Esta selección fue presentada por el Ministerio de Cultura de España en una exposición de tres meses en el antiguo Museo de Arte Contemporáneo de Madrid bajo el nombre “Rusia siglo XX”. El objetivo de esta selección era, y es, dar a conocer la vida diaria de la Rusia del siglo XX y hacer visible el excelente trabajo de estos maravillosos artistas.  Rusia siglo XX es, así mismo, un homenaje a todos ellos y que, debido a circunstancias sociopolíticas o históricas, trabajaron en la intimidad durante un periodo esencial de sus carreras. Desde aquel momento, esta muestra de la Colección ha sido exitosamente expuesta en 17 museos, palacios y espacios expositivos en España, bajo el nombre “Rusia siglo XX / Rusia SXX”. Adicionalmente a las pinturas, las exposiciones presentan interesantes piezas del arte popular ruso, como son los iconos religiosos, los huevos pintados o las cajas lacadas.


LA ESCULTURA FUNERARIA DE DON LOPE DE BARRIENTOS DE EGAS CUEMAN (h. 1447-1454)

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Se trata de la mejor escultura funeraria del gótico”. Así de tajante se mostró, según nos dijeron, el profesor Lorne Campbell, una de las grandes autoridades en pintura flamenca del mundo, al ver frente a frente la escultura de Fray Lope de Barrientos (h. 1447-1454) conservada en el Museo de las Ferias de Medina del Campo. No es para menos, se trata de una escultura fabulosa de la que no puedes apartar la mirada y observar cada uno de sus detalles y de las filigranas que ha realizado el escultor. A continuación se explicará esta preciosa imagen siguiendo las sabias palabras de los profesores Ara Gil y Campbell.
Antes de comenzar a tratar el tema, quería recomendar un blog fabuloso que os va a encantar tanto a los que os gusta la historia como a los que no. Se trata de TEMPUS FUGIT. Los temas elegidos por su autora son muy curiosos, algunos de los cuales no creo que los veáis en otro lado. El desarrollo de los mismos es atractivo, riguroso, y con una narración ágil y comprensible para todos. Vamos, que se trata de una de esas joyitas que uno se encuentra en la red de redes cada mucho mucho tiempo. Y, nada, por último reclamar el papel de las humanidades. ¿Qué sería de nosotros sin la Historia y el Arte?

La estatua, realizada en alabastro policromado y dorado, fue realizada en vida del propio obispo, el cual la menciona en su testamento de 17 de noviembre de 1454. El obispo deseaba que se colocara sobre su sepulcro, en el centro de la capilla del hospital de la Piedad de Medina del Campo que él mismo había fundado. La imagen permaneció en aquel sitio hasta que hacia 1860 se trasladó a un nicho en la pared. El féretro, que se situaba bajo la estatua, estaba vacío, lo que mueve a pensar que el cuerpo de Barrientos se pudo trasladar con anterioridad o bien que nunca llegara desde Cuenca, donde murió el obispo. El hospital se cerró en 1864 para convertirse en una residencia de ancianos y después en una fábrica textil, antes de su demolición definitiva. Mientras tanto, en 1902 la estatua se había vendido ilegalmente y había llegado a manos del marchante Settiner, de París. Se recuperó después, y al volver a Medina del Campo se colocó en un nicho de la capilla del hospital de Simón Ruiz. Allí estuvo hasta 1999, año en el que se trasladó para su restauración. Una vez terminada esta, se depositó en el Museo de las Ferias, inaugurado en el año 2000.

La estatua del obispo y su policromía se conservan en un magnífico estado. Su figura (150 x 58 x 72 cms.) y la del perro (28 x 33 x 63 cms.) están construidas con 28 piezas distintas de alabastro, algunas muy pequeñas. Las piezas están unidas mediante armaduras de hierro, espigas de madera o de alabastro y diversos adhesivos. Hay pérdidas en la parte superior de la mitra y en la posterior de la cabeza y la mitra, donde falta una sección rectangular. Muchos de los dedos están dañados. El almohadón ha perdido las borlas de la parte delantera; al perro le faltan las patas delanteras y algo de policromía, aunque se han aprovechado los diversos tonos del alabastro para indicar el pelaje (es lo que se denomina “estudio de calidades”). Un orificio rectangular en la base de la columna vertebral del animal, hoy rellenado, contenía quizás un soporte, posiblemente para un dosel. No se ha podido determinar ni si todo el alabastro utilizado procedía de una misma cantera ni cuál era esta.

El obispo figura arrodillado, en oración y con la vista baja, y tiene la boca cerrada. Viste un alba bajo una dalmática que tiene adornos de hilo de oro y perlas y piedras preciosas aplicadas. Los bordes se rematan en flecos, así como los extremos de la estola. El precioso cuello puede formar parte de la dalmática o de un amito. En el medallón del pecho, un escudo sostenido por dos ángeles seguramente contuvo las armas de Barrientos. El escudo está coronado por un capelo, los cordones deberían tener seis borlas a cada lado dispuestas escalonadamente, las correspondientes a la dignidad de obispo, pero es imposible distinguirlas todas. Tras la copa del capelo sobresale una cruz sencilla. La policromía de la casulla permite pensar que esta es de terciopelo azul e hilo de oro, con forro de seda verde.

En el brazo izquierdo lleva un manípulo. Los guantes semejan probablemente un cuero muy fino; sobre ellos se ven varios anillos, entre los que destaca por su tamaño, en la mano derecha, el anillo episcopal con una piedra roja central rodeada por perlas. En el guante derecho se puede leer la inscripción “jhs” [Jhesus], y en el izquierdo “xps” [Christus]. La mitra es alta y está forrada con tela roja, y bajo ella lleva un gorro; las ínfulas, rotas, son muy largas y están cargadas de pedrería. En el estolón de la casulla están bordados sobre fondo de oro unos ángeles que portan los instrumentos de la Pasión: el situado detrás de las manos tiene el flagelo y la columna; el que está debajo, la lanza y los tres clavos, y el inferior las tenazas; en la espalda del obispo, el ángel superior lleva el martillo y la escalera; el siguiente, la cruz, y el inferior la corona de espinas y lo que parece ser la caña. La mitra y muchas de las prendas se enriquecen con aplicaciones de perlas de diversos tamaños. El alabastro está finamente labrado e inciso para sugerir los motivos, ondas y texturas de las telas de oro. El dorado se combina con detalles lineales para indicar el efecto de la luz sobre los tejidos. En algunas zonas, como los puños, el escultor aprovecha las características del material en una magnífica exhibición de virtuosismo técnico.

La cabeza de Barrientos es un poco mayor del natural. Los ojos están tratados con gran detalle, con los iris y las pupilas perfectamente definidos e incluso con pestañas y brillos, conseguidos mediante marcas raspadas en los globos oculares. Los ojos parecen presentarnos a una persona inmersa en una intensa concentración, mientras que la forma de concebir la boca es como si el obispo estuviera hablando. Las arrugas entre los párpados y las cejas, y por encima de estas, son objeto de una esmerada descripción, al igual que los pliegues que hay entre la nariz y las mejillas y los de las comisuras de la boca. Esas arrugas contrastan con la piel tersa y brillante de la parte superior y prominente de la frente, de los pómulos igualmente marcados, de la nariz, muy recta, y de la barbilla. El aspecto del rostro varía según incida la luz en él, por ejemplo cuando el observador se mueve en torno a la estatua y cuando esta se estudia desde arriba y desde abajo. De hecho, la figura en su conjunto invita a contemplarla despacio y desde todos los puntos de vista, con lo que se aprecia su gran calidad.


¿Quién fue Fray Lope de Barrientos?
Lope de Barrientos nació en Medina del Campo en 1382, siendo el segundo hijo de una familia distinguida –su padre, Pedro Gutiérrez de Barrientos, fue caballero del infante don Fernando de Antequera–. Estudió en Salamanca y muy joven ingresó en la Orden Dominica, en el convento de San Andrés de Medina del Campo. Vuelto a Salamanca, continuó sus estudios en San Esteban. Parece que en 1416 ya era catedrático de teología y que regentó la Cátedra de Prima. En el otoño de 1429 fue nombrado tutor de Enrique, hijo de Juan II de Castilla y de María de Aragón, que entonces tenía cuatro años. Barrientos fue instructor de Enrique hasta 1440. En ese tiempo se ganó la confianza de Juan II, quien le nombró confesor suyo en 1434 y le recompensó generosamente por su entrega y lealtad. Fue promovido a la Sede Episcopal de Segovia hacia 1437 o 1438, pero enemistado con Juan Pacheco, no vivió en aquella ciudad sino en Turégano, hasta que en 1441 le nombraron obispo de Ávila. En 1445 pasó a la Diócesis de Cuenca, rechazando la de Santiago. Murió en Cuenca en mayo de 1469. Aunque dejó la corte en 1440, se le reclamó casi inmediatamente, y durante el resto del reinado de Juan II fue para este una constante ayuda en el gobierno de Castilla, sobre todo tras la muerte de don Álvaro de Luna. En 1446 solicitó al papa que le absolviera de los delitos cometidos por él o en su nombre, incluidos asesinatos, mutilaciones, incendios y otras iniquidades. Promovió a su bastardo Pedro del Águila, quien, tras su muerte, fue reconocido como hijo suyo, tomó el apellido de Barrientos y contrajo matrimonio con una dama muy bien relacionada, María de Mendoza, que era descendiente de Enrique II de Castilla.

El 17 de noviembre de 1454, catorce años antes de su muerte, Barrientos hizo su deseo de ser enterrado en el hospital que había fundado en Medina del Campo, el hospital de la Piedad. Debía ser enterrado en el centro de la capilla, bajo la efigie de alabastro que ya se había realizado. Aunque no mencionaba el nombre del autor de la imagen, en otro pasaje posterior del mismo documento se cita al “maestro Hanequin”, residente en Toledo. Se trata de Hanequín de Bruselas, el hermano de Egas Cueman. Por el testamento sabemos que una dama le había encomendado a Barrientos que encargara varias efigies para la ciudad de Ávila; el obispo transfirió la suma de dinero necesaria a un canónigo de Ávila, quien debía pagarle a Hanequín por terminar las efigies e instalarlas en la ciudad, según un contrato que obraba en poder del canónigo. Se establece así una conexión entre Barrientos y Hanequín de Bruselas, quien al parecer estaba especializado en arquitectura pero que trabajaba en colaboración con su hermano Egas Cueman, más dedicado a la escultura. Como la estatua de Barrientos se asemeja mucho a la que Egas realizó de Gonzalo de Illescas, encargada en 1458, es plausible atribuirle a Egas la del obispo. 

Durante los siglos XIV y XV, los escultores franceses y españoles cultivaron tanto el tipo de estatua arrodillada como el de yacente. Al encargar una efigie exenta y arrodillada, es posible que Barrientos se acordara de las figuras de bronce dorado de Álvaro de Luna y su esposa que estuvieron en su día en la catedral de Toledo y se destruyeron después, durante los disturbios de 1440. Eran, al parecer, figuras yacentes que mediante un mecanismo podían incorporarse, arrodillarse y rezar. Entre 1467 y 1476 Egas realizaría las efigies arrodilladas de Alfonso de Velasco y su esposa. Lamentablemente sabemos poco del aspecto que tendría el monumento de Barrientos, salvo que la estatua se iba a colocar, como hemos dicho, encima del sepulcro, contenido en un nicho en el centro de la capilla de su hospital. Esta tenía techumbre de madera al estilo mudéjar, con una inscripción que conmemoraba la figura del obispo.
 
Tumba de Alfonso de Velasco y su esposa. Monasterio de Guadalupe (Cáceres). Fotografía tomada de https://www.superstock.com/stock-photos-images/4409-103780
Finalmente hay que señalar que la escultura formó parte en el año 2015 de la exposición sobre Van der Weyden que organizó el Museo del Prado. Os dejo un enlace a un video en el que se muestra el traslado de la pieza desde el Museo de las Ferias a la pinacoteca madrileña.

BIBLIOGRAFÍA
  • ARA GIL, Clementina Julia: Escultura gótica en Valladolid y su provincia, Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1977.
  • CAMPBELL, Lorne y PÉREZ PRECIADO, Juan José: “Fray Lope de Barrientos (h. 1447-1454)”. En CAMPBELL, Lorne: Rogier van der Weyden y los reinos de la península ibérica, Museo Nacional del Prado, Madrid, 2015.

MONUMENTOS DESAPARECIDOS: EL TEATRO DE LA COMEDIA

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El Teatro de la Comedia fue un edificio que provenía de un viejo corral de comedias del siglo XVI instalado en la actual plaza de Martí y Monsó. Pertenecía a la Cofradía de San José y Niños Expósitos, y funcionaba junto al hospital del mismo nombre. En 1609 ya llevaba largo tiempo de vida (“de muchos años a esta parte en cuyo patio se hacen y representan las comedias de los autores comediantes que vienen a esta ciudad”), y se hallaba en malas condiciones. Por ello, los patronos de la dicha fundación procedieron a restaurarla, y, en el mismo año, Bartolomé de la Calzada se ocupó de ello, contratando cinco columnas de piedra. Estas columnas serían, como veremos, las que se pusieron en la fachada del edificio –aunque estas fueron solamente cuatro– en la parte baja, separada de la alta por un friso, y en ésta, un balcón central flanqueado por dos bustos (que parece que han desaparecido, algo bastante habitual en esta ciudad). Interiormente se fue rehaciendo de acuerdo con las necesidades teatrales de la ciudad, y una descripción correspondiente a 1787 puede encontrarse en el Diario Pincianode dicho año: “Valladolid tiene un teatro de comedias muy capaz y hermoso con dos órdenes de balcones, o palcos y un corredor que forma el tercer cuerpo: debajo de los balcones del primero hay unas gradas espaciosas y cómodas con otro corredor descubierto: la luneta es de dos órdenes de filas muy decentes; y en todo el patio caben hasta 20 personas. El foro podía estar más surtido de bastidores, pero hay los necesarios para representar cualquier faena, y cada día se irá mejorando. El Telón principal merecía retocarse pues es una buena pintura, que representa la fábula de Fineo, Rey de Arcadia, en el acto de venir las Arpías a ensuciar los manjares de su mesa, y levantarse a ahuyentarlas Calais y Cetheo, que convidados a ella, quisieron pagar el hospedaje a Fineo”.
 
Este teatro, el cual fue de las más famosos, amplios y cómodos de toda España, estaba vinculado con San José, como ya dijimos. Tal es así que en 1746 se decide pintar el techo de la sala con un cielo raso y un medallón con la figura del patrón San José en el centro y en el perímetro unos jarrones con flores, obra que es llevada a cabo por Francisco Manciles. El boceto se conserva en el Archivo Histórico Provincial.
 
Boceto del cielo raso. Fotografía tomada de http://domuspucelae.blogspot.com.es
El 26 de agosto de 1816 se dio principio a la obra de la entrada de comedias para hacer tres puertas y colocar entre ellas cuatro columnas con cornisa de piedra, de bella arquitectura, cuya obra fue dirigida por el arquitecto D. Julián Sánchez. El 30 de Diciembre de 1818 se cerró el coliseo de las comedias, suspendiendo las representaciones por tan sensible y temprana muerte de la Reina nuestra señora Doña María Isabel. Con el paso de los años, este espacio se fue cubriendo y, a partir de constantes obras, llegó transformado al siglo XIX en un teatro al siglo, aunque manifestaba en algunos aspectos su antiguo pasado.
En 1844 El Correo de Valladolid aseguraba que la casa-teatro tenía suficiente capacidad, que era de gustosa construcción y que contaba con un “completo y elegante surtido de decoraciones”. Sin embargo, parece ser que era mentira puesto que el edificio debía encontrarse en muy mal estado, tal y como lo indican las continuas obras que se llevan a cabo. En ese mismo año el actor José Revilla propone al Ayuntamiento diversas reformas de importancia, asegurando que el edificio se encontraba en un “estado deplorable”. El actor trataba de reformar totalmente el teatro, derribando el escenario para darle mayor anchura y altura, pintando todo el conjunto y reformando el proscenio y palcos. El proyecto no se llevó a cabo.
 
La situación llegó hasta tal punto que en enero de 1857 el gobernador civil pidió un informe al Ayuntamiento sobre las condiciones del teatro, ya que era pública y notoria la falta de seguridad del mismo. La Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción emitió el informe, asegurando que eran necesarias obras de consolidación. Llegados al 28 de enero de ese mismo año se ordena el cierre del teatro para realizar las obras. Una vez realizadas, se volvió a abrir el 7 de febrero. A pesar de la apertura, estaba claro que era necesario un nuevo teatro en la ciudad, cuyas gestiones se habían iniciado un año antes. No obstante, el de la Comedia seguía dispuesto a aguantar de pie a pesar de sus maltrechas instalaciones.
En el año 1861 el arquitecto municipal, Vicente Miranda, ordena nuevamente el cierre del establecimiento. No obstante, en la ciudad se comienza a extender la idea de que la decisión tenía claros tintes de prevaricación. El aguante impertérrito del edificio, la inmediata construcción del Teatro Lope de Vega y un oscuro asunto de una utilización fraudulenta de los enseres del teatro en el de Lope apuntalaban esta sensación, refrendadas dos años más tarde, cuando Martín Saracíbar, el arquitecto municipal que sustituyó  Miranda, emitió un informe en el que se aseguraba que el teatro ofrecía las medidas de seguridad exigidas. Será el inicio de una cierta disposición en contra del Lope de Vega, que trata de contrarrestar este estado de opinión lanzando panfletos atacando al Teatro de la Comedia y a cuantos le apoyan, que son duramente criticados por la prensa.
 
A pesar del informe del arquitecto municipal, el teatro siguió cerrado estando a punto de desaparecer ese mismo año. En mayo de 1863  un perito tasó el edificio con el fin de enajenarle y construir en su lugar una bolsa de valores. Un año después hubo un nuevo intento para convertir el edificio en una sucursal del Banco de España, dedicada primordialmente al cambio de billetes, aunque también resultó fallido el intento.
La fachada, en palabras de García-Valladolid, “afecta de la una casa particular: consta de dos pisos, ofreciendo en la planta baja tres puertas rectangulares comprendidas dentro de cuatro columnas de piedra, de orden toscano, al que corresponde también el interior de la sala; en el piso principal un balcón central y en los extremos por encima de la imposta que separa ambos cuerpos, dos bustos vaciados en yeso, leyéndose por bajo de la cornisa y sobre la puerta del medio, la inscripción que dice: TEATRO DE LA COMEDIA”.
 
El interior tenía forma de “U”, con dos pisos de palcos. En el primer piso había 16 palcos, además de uno central de mayor tamaño del Ayuntamiento, llamado palco de Presidencia o de la Ciudad. En el segundo piso había 18 palcos desde algunas reformas llevadas a cabo a mediados de siglo. Siempre estuvo pintado en tonos claros, que abarcaban desde el color marfil al rosa pálido, con detalles de oro bruñido. El escenario, por su parte, era pequeño en comparación con la sala, con una embocadura corta en los muros laterales, lo que hacía que el actor perdiera su voz al no servir como propagador.
Al Teatro de la Comedia le quedaban aún años de vida. En 1865 se confirma que “el vetusto teatro (…) el feo y desmantelado coliseo, que fue declarado ruinoso por los arquitectos y cerrado contra la voluntad del público (…) vuelve a hacer pinitos, hay quien quiere rehabilitarlos”. La idea de enajenar el teatro fue calando en el Ayuntamiento vallisoletano, que veía en esta operación un modo de desprenderse de un edificio que ya nada podía aportarle. A finales de 1865 se comienza a promover, anunciándose definitivamente la subasta para mayo de 1866.
 
Evolución sufrida por el Teatro. En la actualidad su terreno está ocupado por pisos. No recuerdo de dónde tomé esta fantástica serie, créditos a quien corresponda
El edificio se reabrirá en 1867 bajo el nombre de Teatro de Variedades. En este año se constata que antes de la apertura, en mayo, se llevaron a cabo obras de importancia en el escenario. Diez años después, en septiembre de 1877, hubo un nuevo cambio de dueños en el teatro, recuperando el nombre de Teatro de Comedias. A partir de este momento recuperaría su dedicación dramática –durante el período del Teatro de Variedades se decantó por los bailes y representaciones gimnásticas y circenses– con gran éxito. El día 11 de octubre de 1877 se reinaugura con la obra Los Comuneros de Ángel Medel.
A partir de aquí, la vida del teatro fluirá sin gloria pero sin los problemas que a punto estuvieron de hacerlo objetivo de la piqueta. Ya en el siglo XX hubo nuevas reformas hasta el derribo definitivo, llevado a cabo en 1930 cuando se construye el Cinema Coca, institución, que como es habitual en esta ciudad, murió también gracias a la piqueta y a la especulación.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍNEZ MARTEL Y ABADÍA, Demetrio: Diario de Valladolid que comprende desde Junio de 1810 hasta fin de dicho mes de 1834, precedido de un prólogo del Director de LA CRÓNICA MERCANTIL, Imprenta y Librería Nacional y Extranjera de Hijos de Rodríguez, Valladolid, 1887.
  • GAYA NUÑO, Juan Antonio: La arquitectura española en sus monumentos desaparecidos, Espasa Calpe, Madrid, 1961.
  • BERISTAIN, José Mariano: Diario pinciano. Primer periódico de Valladolid (1787-1788), Grupo Pinciano, Valladolid, 1978.
  • ORTEGA DEL RÍO, José Miguel: El siglo en que cambió la ciudad. Noticias artísticas de la prensa vallisoletana del XIX, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2000.

EL MONASTERIO DE SAN BENITO EL REAL DISPERSO II: El retablo del arzobispo Sancho de Rojas, primitivo retablo mayor del Monasterio

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Anteriormente a que Alonso Berruguete dotara de un gigantesco retablo renacentista a la capilla mayor de la nueva, y actual, iglesia del Monasterio de San Benito el Real, existió otra obra, de menores dimensiones, pero con una calidad y valía semejante. Tal es así que desde hace tiempo se ha venido calificando como una de las grandes joyas de la pintura gótica española, concretamente de la trecentista en Castilla.

El retablo fue mandado realizar por el arzobispo de Toledo, don Sancho de Rojas, entre los años 1415-1422 (años en que fue nombrado arzobispo y en que murió en Alcalá de Henares). Posteriormente lo donó a la primitiva iglesia primitiva del Monasterio de San Benito. Esta donación tuvo lugar durante el priorato de Fray Juan de Madrigal, según consta en el Libro primero de la historia de San Benito el Real de Valladolid de Fray Mancio de Torres (1548-1631), quién escribía lo siguiente: “No contento con las piezas y mercedes que nos alcanzó del rey, viendo el buen arzobispo la pobreza del retablo del monasterio, hizo un retablo famoso y de mucha costa para el altar mayor con Nuestra Señora y San Benito y la historia de la Pasión, el cual después de haber estado en la iglesia vieja más de ochenta años, fue puesto en el altar de San Marcos en la iglesia nueva, donde estuvo otros cien años y hora ilustra la iglesia de San Román de Hornija en cuyo altar está asentado hará diez años este de 1622”. De este testimonio se deduce que el retablo se ejecutaría en tono al primer cuarto del siglo XV, y con más precisión –según Piquero López– hacia 1415-1416, inmediatamente después de la muerte del rey Fernando de Antequera, gran amigo del arzobispo, y que aparece coronado en la tabla principal del retablo.

Virgen con el Niño, ángeles, San Benito, San Vicente Ferrer, el arbozispo Sancho de Rojas y el rey Fernando de Antequera
La gigantesca máquina, conformada por diecinueve tablas organizadas en siete calles verticales, un banco y tres cuerpos, está dedicado a la vida de Cristo. Se asienta sobre una predela formada por dieciocho cabezas de santos y santas, distribuidos de tres en tres y dentro de medallones lobulados. Gudiol observaba que en su estructura primaba la horizontalidad, en vez del predominio del eje vertical, como suele ser norma en los retablos góticos, adoptando un esquema escalonado, tal vez resultado de una recomposición. Cada tabla se halla enmarcada por un arco de medio punto lobulado, apoyado sobre columnillas torsas, disponiéndose en las enjutas medallones con rosetas o estrellas. Las tablas más pequeñas del remate se enmarcan de igual forma, cobijándose por agudos gabletes bordeados por cardinas y separándose por esbeltos pináculos, figuran cuatro escudos del linaje de los Rojas (cinco estrellas azules en campo de plata).
El orden de disposición de las escenas fue alterado. Preside el primer cuerpo en su parte central la tabla de la Virgen con el Niño, que es de mayor tamaño que el resto. Sigue el tipo iconográfico de la Virgen entronizada en majestad, como reina y madre. Está rodeada de cuatro ángeles cantores y otros tantos músicos, así como de dos santos que presentan a los donantes, santos que Piquero López identifica como San Benito y San Vicente Ferrer (éste último identificado anteriormente con Santo Domingo de Guzmán por Post y con San Bernardo por Sánchez Cantón). Arrodillados ante la Virgen figuran el Arzobispo, al que la Virgen impone la mitra, y el rey don Fernando de Antequera, a quien corona el Niño Jesús. El blasón sirvió para identificar al prelado que aparece como donante como D. Sancho de Rojas, único miembro de esta familia que fue arzobispo en el primer cuarto del siglo XV. Las demás tablas de este primer cuerpo son, de izquierda a derecha: Ecce Homo, la Flagelación, Camino del Calvario, la tabla central ya descrita de la Virgen con el Niño, la Ascensión, Pentecostés y la Misa de San Gregorio.

Ecce Homo, la Flagelación, Camino del Calvario.
La Ascensión, Pentecostés, Misa de San Gregorio
Ya en el segundo cuerpo, y de la misma manera que acaecía en el primero, el centro se halla ocupado por una tabla de mayores dimensiones que el resto. En este caso se trata de la Crucifixión. Le flanquean las escenas de la Presentación en el templo, el Nacimiento(del que se conservan muy pocos restos) y la Adoración de los Magos, todas ellas a la izquierda de la Crucifixión; y a la derecha las de la Piedad, el Entierro de Cristoy el Descenso al Limbo (que se halla perdida en su mitad izquierda).
Finalmente, en el tercer cuerpo hallamos cinco tablas, las de menor tamaño de todo el conjunto. Representan al Rey David, el Arcángel Gabriel, Cristo bendiciendo (que preside todo el retablo), la Virgen María(componiendo con Gabriel la escena de la Anunciación) y el profeta Abraham.

Crucifixión
Tras presidir el altar mayor de la primitiva iglesia del Monasterio de San Benito el Real, emplazamiento en el que permaneció algo menos de un siglo, el retablo fue desplazado, al construirse el nuevo templo y ser desplazado por el realizado por Alonso Berruguete pasó a ocupar el ábside del lado del Evangelio, cuya capilla estaba dedicada a San Marcos. Allí se conservó hasta el 1596, año en que se sustituyó por un interesante retablo romanista dedicado al citado evangelista de San Marcos, el cual fue realizado por el prestigioso Adrián Álvarez y el adocenado Pedro de Torres.
Fue entonces cuando la joya gótica cayó en desdicha y ya el punto y final de su estancia en el monasterio tuvo lugar en 1612, año en que los frailes de San Benito lo regalaron a su filial de San Román de Hornija. En dicho priorato permanecería hasta que con la Desamortización la iglesia fue reedificada, y el retablo, tras sufrir algunas alteraciones, pasaría incompleto y mal acoplado a la capilla del cementerio del pueblo, a excepción de la tabla central, única que permaneció en la iglesia. Descubierto por Gómez Moreno, en 1929 fue adquirido por el Museo del Prado. En 1976 algunas de sus tablas fueron sometidas a restauración y limpieza en los talleres del Museo.

Presentación en el templo, Nacimiento, Adoración de los Reyes Magos.
Piedad, Entierro de Cristo y Descenso al Limbo.


ATRIBUCIÓN
El presente retablo ha sido atribuido desde hace tiempo al denominado “Maestro de don Sancho de Rojas”, un pintor español anónimo estudiado por Sánchez Cantón y Angulo Iñiguez, formado al calor de las obras del foco toledano de estilo italo-gótico, y más concretamente de influencia trecentista toscana que desarrolla Gerardo Starnina. La relación del retablo con el grupo toledano, además de su estilo que revelaba la mano de algún imitador de Starnina, se explicó desde el primer momento dada la procedencia del encargo y donación por el arzobispo don Sancho de Rojas.
A partir de Gudiol, se viene identificando a su autor con el maestro Juan Rodríguez de Toledo, pintor castellano que trabaja, al lado de Starnina, en determinadas escenas en los frescos de la capilla de San Blas de la catedral de Toledo, fechados hacia 1400, escenas en las que puso su firma.
Desde el punto de vista técnico, el retablo fue ejecutado con temple al huevo sobre las tablas previamente enyesadas, empleándose tonos brillantes y dorándose los fondos y nimbos de las figuras. Del conjunto de las pinturas destaca la tabla central de la Virgen con el Niño, de rasgos muy idealizados, en cuya composición Angulo advierte un acusado arcaísmo estilístico, recurriéndose a esquemas netamente trecentistas, tal como ponen de manifiesto los ángeles del fondo, perfectamente ordenados en filas y progresiva altura para dar impresión de profundidad.

David, San Gabriel
Cristo bendiciendo
Virgen de la Anunciación, Abraham
Gudiol llamaba la atención sobre la tendencia del pintor a componer agrupando masas de figuras de acusada monumentalidad, detalle éste de intenso italianismo, lo que no obsta para que haya una cierta preocupación por la perspectiva y la espacialidad en las diferentes escenas. Predomina en todo el conjunto el estatismo y la belleza formal, idealismo que se consigue a costa en gran medida de la ausencia de expresividad. El mismo apilamiento ordenado de las figuras de la tabla central se repite en las escenas de la Ascensión y de Pentecostés, en el lateral derecho del primer cuerpo, impidiendo al pintor que las cabezas de los Apóstoles se oculten unas a otras.
Mayor libertad en la composición ofrecen otros temas, resueltos con mayor naturalidad y emoción, tal como podemos comprobar en la Piedad, de delicado patetismo, o en la Misa de San Gregorio, en el extremo derecho del retablo. De la que representa el Descenso al Limbo, se ha perdido prácticamente la mitad de la escena, conservándose la parte que represente a los primeros padres saliendo de las fauces del monstruo.
Sánchez Cantón atribuía al mismo maestro la tabla de La Virgen con el Niño, Santa Catalina y dos donantes, del Museo de Valladolid, a cuyo conjunto de San Benito en alguna ocasión se ha supuesto su pertenencia. Enmarcada por un encuadramiento similar a lo que vemos en el retablo del Arzobispo don Sancho de Rojas, representa a la Virgen con el Niño, entronizados, acogiendo y bendiciendo a dos donantes -arrodillados y con las manos juntas en oración-, que son presentados por Santa Catalina, a la que se identifica por la corona de reina y la rueda con cuchillas de su martirio.

La Virgen con el Niño, Santa Catalina y dos donantes. Museo de Valladolid.
La escena se desarrolla sobre fondo dorado, oro que hallamos también en los nimbos con decoración punteada de la Virgen, el Niño y Santa Catalina, así como en los adornos de las vestiduras de los personajes. Un detalle curioso, digno de mencionar, es el coral que lleva colgada al cuello la figura del Niño Jesús, que cubre su desnudez con un paño transparente. La identidad de los modelos físicos con las figuras del retablo del Arzobispo don Sancho de Rojas, así como la repetición de los motivos dorados en los vestidos, tipos de nimbos y otros detalles, hacen indudable su adscripción al mismo autor, el Maestro Rodríguez de Toledo. Aunque procede de la misma zona y es obra coetánea -habiéndose fechado hacia 1420-, sin embargo, como ya advirtiera Gudiol e insiste Piquero López, por sus dimensiones (59 x 37 cms.) no puede pertenecer al conjunto del retablo originario de San Benito.


BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: “La pintura en el antiguo monasterio de San Benito el Real de Valladolid”. En RIVERA, Javier (coord.): Monasterio de San Benito el Real de Valladolid. VI Centenario 1390-1990, pp. 209-230
  • GUDIOL RICART, Josep: Ars Hispaniae. Tomo IX. Pintura gótica, Plus Ultra, 1955.
  • PIQUERO LÓPEZ, María Ángeles Blanca: La pintura gótica de los siglos XIII y XIV, Barcelona, Vicens Vives, 1989.
  • YARZA LUACES, Joaquín: “La pintura española medieval: el mundo gótico»” La pintura en Europa. La pintura española, Milán, Electa, 1995.

EL LEGADO ARTÍSTICO DEL CONVENTO DE SAN FRANCISCO III: El retablo de la "Vida de la Virgen" o del "Descendimiento"

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Hoy vamos a abordar el tercer capítulo de una serie dedicada al patrimonio que poseía el desaparecido Convento de San Francisco, el cual, sin ninguna duda, fue el más rico desde el punto de vista artístico. Si anteriormente tratamos sobre el Santo Entierro que Juan de Juni talló para la capilla de Fray Antonio de Guevara y sobre un cuadro de La bajada al limboatribuido al círculo de El Bosco, del cual, por cierto, este año se celebrará una magna exposición en el Museo del Prado en honor al V centenario de su fallecimiento (1516-2016), hoy toca hablar sobre un precioso retablo de procedencia nórdica.
El retablo, que desde los primeros años de existencia del museo ha sido una de sus obras más destacadas, es denominado de dos maneras: del “Descendimiento” o “Retablo de la vida de la Virgen”, si bien lo más apropiado es denominarlo de la segunda manera puesto que la Virgen es la figura principal de todos los grupos escultóricos. El retablo, que posee unas dimensiones de 283 x 248 x 37 cms., ingresó en las colecciones del museo tras permanecer algunos años en el Museo Arqueológico de Valladolid, a donde llegó procedente del desaparecido Convento de San Francisco.

Como ocurrió en tantas ocasiones, la Desamortización fue al culpable de su salida del cenobio, pero también se su conservación en un museo. Las noticias más antiguas noticias que poseemos sobre él proceden de Fray Matías de Sobremonte, cronista del citado convento vallisoletano, el cual indicó que en la capilla del Santo Cristo se guardaba un “retablo en blanco que publica mucha antigüedad. Contiene de figuras pequeñas de talla, aunque muy perfectas, los principales misterios de la vida, Pasión y Muerte de Nuestro Redemptor Jesucristo. Llamamos esta capilla del Santo Cristo porque en la parte principal de su retablo estaba una efigie muy devota de Christo Crucificado entre los dos ladrones. No sabemos quién la quitó de allí y puso en su lugar una cruz sola”. Años después el historiador Manuel Canesi en su Historia de Valladolid aludía a que en la nave de Santa Juana existía una capilla intitulada del Santo Cristo que poseía “un retablo obra muy antigua pero las figuras muy perfectas pequeñas y de media talla”.

Nacimiento de la Virgen
Aún hoy en día no está clara su procedencia. La ausencia de las marcas de localidad que aparecen en muchos de los retablos realizados en Brabante y el hecho poco frecuente de tratarse de una obra sin policromía, han podido ser algunas de las causas que han motivado la diversidad de opiniones que a lo largo del tiempo se han ido publicando sobre el lugar de realización del retablo. Piensa el experto conservador José Ignacio Hernández Redondo que se trata de una obra importada de uno de los principales centros productores de Brabante. Sin embargo, no han faltado otras hipótesis en las que se proponía desde otras regiones como Flandes a una hipotética realización en España, opción esta última que el citado Hernández Redondo considera imposible puesto que “en esta obra todo se aparta de los retablos del momento realizados en Castilla, desde aspectos generales como la forma de la caja o la propia configuración de las escenas a detalles en la indumentaria o en las arquitecturas”. Por la forma de su estructura, en forma de caja de remate curvo, se puede relacionar con obras producidas en la ciudad de Amberes hacia los años 1515-1520. Su estilo se ha llegado a relacionar incluso con uno de los más importantes que trabajaban por aquellos años en la ciudad, dirigido por el escultor Jan Bormann.

Nacimiento de Jesús
El retablo, realizado completamente en nogal ennegrecido, consta de tres calles con dos alturas en las laterales y una única escena en la central, en cuya parte superior, sobre un paisaje urbano, se representa el Calvario y en la inferior el episodio en la que la Virgen María acompañada de varios personajes recibe sobre su regazo el cuerpo de su Hijo, denominado Llanto sobre Cristo muerto. Una cita un tanto confusa recogida en la historia del convento escrita en 1660 por Fray Matías de Sobremonte ha llevado a suponer que sobre el fondo que actualiza el aspecto de Jerusalén a una ciudad medieval amurallada debía disponerse el Crucificado con los dos ladrones. Sin embargo, parece más lógico pensar por la propia distribución de la calle central, sin división de ensamblaje, que en la parte superior solamente se encontraba la cruz desnuda flanqueada por las cruces con los dos ladrones, de los que solamente se ha conservado uno.

La Anunciación
La parte superior del conjunto se cobija bajo un perfil ondulado, con la parte central notablemente desarrollada en altura. Aunque esta forma de resolver la caja no es la más habitual en los retablos de los Países Bajos meridionales, se conservan varios ejemplos que ofrecen una solución similar. El retablo aparece compartimentado en tres calles separadas por pilarcillos góticos terminados en pináculos, en las que se albergan cinco escenas ordenadas cronológicamente de izquierda a derecha, y de arriba abajo: el Nacimiento de la Virgen, la Anunciación, el Nacimiento de Jesús, la Adoración de los Reyes Magos y, ocupando el centro, el Descendimiento, que presenta en su parte inferior la escena del Llanto sobre Cristo Muerto y en la superior un Calvario incompleto en el que falta la figura del mal ladrón y la cruz desnuda, recortado sobre una Jerusalén de aspecto medieval. Todos los relieves apoyan sobre repisas adornadas con elementos vegetales y se cubren con doseles de tracería calada. El retablo en su origen se completaba con dos puertas adoptando la forma de tríptico, es de creer que serían dos grandes paneles con pintura, de hecho aún se conservan las cuatro charnelas en los que se sujetaban a ambos lados de la caja.

La Adoración de los Reyes Magos
La totalidad de la escultura no es homogénea, lo que viene a significar que fue un retablo en el que quizás hubo participación del taller del maestro que contrató su realización. Sin embargo, según Federico Wattemberg se percibían dos manos diferentes. Por una parte se encontraría el autor de la Natividad de María y la Anunciación, el cual muestra unos rasgos cercanos a los que exhiben varios retablos de Amberes fechados en el primer cuarto del siglo XVI. El otro autor, según Wattemberg, sería de mayor calidad, y a él pertenecerían las esculturas con mayor contenido expresivo, esto lo podemos ver en la rigidez del Cristo, conduciendo visualmente la caída de la melena hacia la calavera, o en la figura del ladrón retorcido sobre la parte superior de la cruz. Sea como fuere, la mayor parte de las esculturas destacan por su delicadeza compositiva, finura y detallismo. Tal es así que estas piezas nos aportan abundante información sobre la época en la que fue ejecutado, tiñendo de cotidianidad el hecho religioso.

El Descendimiento
El relieve más interesante es el del Descendimiento, el cual se distribuye en dos planos: en el inferior está representado el Llanto sobre Cristo muerto, con una concepción muy dramática. La Virgen sentada en el suelo sostiene en las rodillas el cadáver de su Hijo violentamente deformado, y en torno a ellos, San Juan que llora y apoya la mano en el hombro de la Virgen, la Magdalena, arrodillada a los pies de Cristo, José de Arimatea, Nicodemo y las Santas Mujeres. En el plano superior, que se separa del inferior mediante un saliente rocoso, está representado el Calvario contra un fondo de paisaje en el que aparecen distribuidas construcciones de murallas y edificios góticos que aluden sin duda a la ciudad de Jerusalén. De los personajes que constituían este Calvario se conserva únicamente el mal ladrón, violentamente contorsionado sobre una cruz de Tau.

BIBLIOGRAFÍA
  • ARA GIL, Clementina Julia: Escultura gótica en Valladolid y su provincia, Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1977.
  • WEB DEL MNE: museoescultura.mcu.es

LAS PINTURAS MURALES DE LA IGLESIA PARROQUIAL DE CASTRILLO DE DUERO

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El post que vais a leer hoy no es más que una excusa para tributar un homenaje a Sergio Núñez, gran investigador, compañero infatiable de "viajes doctorales" y mejor amigo, al cual dedicó hace poco tiempo unas páginas el prestigioso diario vallisoletano El Norte de Castilla. Aquel artículo, que llevaba por epígrafe Pintura mural, arte ignorado y que se volcó con posterioridad a la edición online (1 y 2), versaba sobre la tesis doctoralque ha estado elaborando.Titulada La pintura mural tardogótica en Castilla y León. Provincias de Valladolid, Segovia y Soria, mereció el día 8 de diciembre de 2015, fecha de su lectura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valladolid, la calificación de “Sobresaliente cum laude”. Enhorabuena tanto al señor doctor como a su maestro, Fernando Gutiérrez Baños.
Lectura de la tesis doctoral. Fotografía de María Rosa Gómez Chaguaceda
En la localidad de Castrillo de Duero, enclavada en la comarca de Campo de Peñafiel, encontramos uno de los escasos testimonios de pintura mural del siglo XV que aún se conservan en la provincia de Valladolid. Las pinturas se encuentran en la iglesia parroquial y se extienden tanto por la bóveda del cascarón absidal como por el segundo cuerpo del hemiciclo absidal. La temática de las mismas es variada: mientras que en el segundo cuerpo del hemiciclo absidal encontramos dos escenas relativas a la Infancia de Cristo (la Adoración de los Reyes Magos y la Huida a Egipto) así como dos figuras que según Núñez Morcillo podrían ser San Cosme y San Damián, en la bóveda de cascarón absidal se representa a Cristo en majestad rodeado por el Tetramorfos. Estas pinturas murales, que pertenecen al gótico hispanoflamenco del último cuarto del siglo XV, fueron descubiertas tras el desmontaje del retablo mayor realizado en la década de 1990, si bien anteriormente ya se tenía noticia de la existencia de unas pinturas, pero sin saber más.

La iglesia de Castrillo de Duero tiene sus orígenes en la segunda mitad del siglo XIII, momento al que pertenece el ábside románico de planta semicircular, que se proyecta al exterior por medio de un testero plano. Durante la época barroca se respetó esta cabecea pero se sustituyó el cuerpo de la iglesia, fabricando uno de tres naves cubiertas con bóveda de cañón con lunetos y yeserías. Fue en este momento en el que se cubrieron las pinturas murales con un retablo realizado entre 1602-1605 por el prolífico escultor cuellerano Roque Muñoz. Debía encontrase en mal estado, o quizás fue el cambio de gusto, lo que conllevó a que en 1785 fuera sustituido por otro de progenie rococó, aunque en él se perciben ya los vientos neoclásicos. Para este nuevo retablo, del que se conservan fotografías, se reutilizaron los relieves realizados por Roque Muñoz para el primitivo retablo (los cuatro Evangelistas con sus símbolos, la Anunciación, la Adoración de los Pastores, Jesús entre los doctores, la Imposición de la casulla a San Ildefonso y el Padre Eterno. Existen además tres esculturas que desconozco si pertenecieron a este primitivo retablo, se trata de dos esculturas de San Pedro y San Pablo y otra de San Pedro revestido de Papa.

Cabecera cuando todavía estaba el retablo rococó de 1785. Fotografía del Archivo Fotográfico del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid
Relieves y Asunción que se conservan del primitivo retablo mayor
Hubo que esperar hasta la citada restauración realizada en la década de 1990 cuando, tras retirar el retablo mayor quedaron al descubierto tanto el interior del ábside románico como el interesante conjunto de pintura mural tanto en la bóveda como en el segundo cuerpo del semicilindro absidal. La restauración permitió delimitar la obra pictórica, al mismo tiempo que constatar el uso de estructuras retablísticas simuladas como componentes articuladores del programa iconográfico representado en el segundo cuerpo del semicilindro absidal.
En simétrica disposición con respecto a los dos vanos abocinados abiertos en el eje central de la cabecera, se recrearon una serie de calles verticales (tres a cada lado). De ellas, las dos más próximas al eje central presentan dos encasamentos superpuestos, mientras que las demás presentan un único encasamento. Estos compartimentos están articulados mediante marcos arquitectónicos pintados que recuerdan la mazonería de los retablos góticos con tracerías caladas. En los compartimentos colaterales la sensación de tercera dimensión se acrecienta gracias al desarrollo de los doseletes y al tratamiento conferido al espacio interno de cada encasamento, en los que se recrean los paramentos y la cubierta abovedada de las estancias que contienen colosales figuras representadas de cuerpo entero sobre un suelo enlosado. Como si de esculturas se tratasen, las efigies que fueron representadas en los dos compartimentos colaterales recreados en el costado meridional del referido semicilindro absidal podrían ser los santos Cosme y Damián a juzgar por sus atuendos y atributos. De los dos, el situado más próximo al quiebro de articulación muraria, viste una ampulosa túnica gris ornada con una beca roja, a la vez que sujeta una especie de escalpelo con su mano derecha. Además de dicho utensilio, usado en cirugía, la citada efigie porta también una caja que contendría diversos ungüentos médicos. A dicha arqueta cabría añadir la redoma (recipiente de base ancha y boca estrecha concebido para recoger la orina de los pacientes para su posterior análisis) que, con su mano izquierda, sostiene la figura sita en el encasamento ubicado a la izquierda del anterior. La casi integral ruina de los compartimentos emplazados en el lado opuesto del semicilindro absidal impide certificar la identidad de las dos figuras allí representadas.

San Cosme y San Damián
El tratamiento espacial al que se ajustaron los angostos encasamentos localizados en los extremos no se contempla en las calles con encasamentos superpuestos que escoltan los dos vanos abiertos en el eje central del ábside. En ellas, orladas por una cenefa decorada con semejante motivo ornamental que el existente en la señalada línea de imposta que separa el semicilindro del cascarón absidales, se representarían, si la simetría estructural tuviera su extensión en la iconografía, cuatro pasajes relativos al ciclo de la Infancia de Cristo, una cantidad que a día de hoy se reduciría prácticamente a dos a consecuencia de la casi total ruina de las escenas que alojaría la calle ubicada a la izquierda. En la calle de la derecha aún se observa, en su encasamiento inferior, la Adoración de los Reyes Magos. Los Reyes aparecen coronados y vestidos con lujosas indumentarias. El Rey más próximo a la Virgen con el Niño está arrodillado en posición oferente, en tanto que los otros dos aparecen de pie y portando los recipientes (aún se distingue un copón con tapa cónica) que albergan las ofrendas pertinentes

Adoración de los Reyes Magos
Da la impresión, aunque no se puede asegurar con rotundidad dado el deplorable estado de conservación, que la disposición de los Reyes Magos se ajusta a la modalidad iconográfica que tan extraordinaria fortuna experimentó en los años del gótico: en efecto, la representación del rey más próximo al grupo sagrado de la Virgen María y el Niño de rodillas, en tanto en cuanto los otros dos, de pie, aparecerían sosteniendo los presentes y dialogando entre sí (por lo general, uno de ellos señala hacia arriba con el dedo índice apuntando hacia la estrella que les ha guiado). Este esquema ya aparece en conjuntos murales del siglo XIV, época a la que pertenecen tanto el programa pictórico situado en el sepulcro anónimo emplazado en el ángulo suroeste de la catedral vieja de Salamanca, de mediados del siglo XIV, como el mural proveniente del coro del convento de Santa Clara de Toro (Zamora) y hoy ubicado en la iglesia de San Sebastián de los Caballeros, de mediados del siglo XIV. La referida tipología se mantiene en el siglo XV como se aprecia en la Adoración de los Reyes Magos de las pinturas murales de la iglesia de San Miguel de San Esteban de Gormaz.

Adoración de los Reyes Magos conservado en el citado sepulcro de la catedral vieja de Salamanca
El precario estado de conservación de la película pictórica impide extraer más consideraciones en torno a las efigies de unos Magos cuyas posiciones confluyen hacia el grupo sacro protagonizado por la Virgen María y el Niño Jesús. La Virgen, nimbada y vestida con un atuendo del que apenas se intuye algún pliegue, fue representada con arreglo a la variante iconográfica de la Virgen de Majestad, al estar sentada sobre un bancal y al servir de trono al Niño Jesús. En segundo término, tras del grupo sagrado, aparece San José vestido con una amplia túnica roja y sosteniendo un copón con tapa cónica, acaso, la ofrenda entregada por el Rey Mago arrodillado.
A la Adoración de los Magos le sucedería, en el compartimento superior de dicha calle, el pasaje de la Huida a Egipto. Como es sabido, el citado pasaje, desarrollado a resultas del edicto que decretaba la Matanza de los Inocentes, suele aparecer vinculado al Milagro de las mieses, un pasaje ausente tanto en las fuentes canónicas como apócrifas. En él se narra el milagro del campo de trigo, que nada más ser sembrado por el campesino, crece inesperadamente al paso de la Sagrada Familia, haciendo considerar a los soldados que les perseguían, su inalcanzable situación. Dicho prodigio, del que el autor conocía su existencia, se representa en la misma escena que ilustra la Huida a Egipto por medio de la inclusión del citado campesino segando y con la cabeza vuelta hacia la Sagrada Familia. En efecto y, con arreglo a la tipología iconográfica habitual, el pasaje de la Huida a Egipto se representa sobre un fondo conformado por un árido paisaje en cuyo horizontal parecen adivinarse dos ciudades unidas por un tortuoso camino. Sobre dicho fondo se recorta una Sagrada Familia integrada por un San José nimbado y representado con un bastón que apoya sobre su hombro izquierdo (del citado bastón cuelga una prenda roja y una calabaza como recipiente contenedor del agua necesaria para saciar la sed del duro camino) y una fina vara con la que instiga al pollino sobre el que está montada la Virgen. Ella, que sostiene al Niño Jesús, viste una ampulosa túnica roja y alza su mano derecha a fin de alcanzar la rama de una palmera en alusión al episodio del milagro epónimo. La inclusión de dicho prodigio como del Milagro de las mieses en una misma escena invita a suponer una extraordinaria capacidad de síntesis del autor de estas pinturas murales.

Huida a Egipto
Al programa iconográfico representando en el segundo cuerpo del semicírculo absidal, el cual permitiría a todo aquel que ingresara en el templo advertir algunos de los pasajes más conocidos de la Infancia de Cristo y satisfacer algunas de sus demandas religiosas mediante la incursión de efigies sagradas que ostentan poderes taumatúrgicos, habría que añadir el amplio repertorio pictórico de la bóveda de cascarón absidal. Esta superficie muraria, delimitada por la misma cenefa ornada con cardinas en grisalla vista en la línea de imposta y en torno a las dos calles simuladas e inmediatas al vano del hemiciclo absidal, alberga una gran composición protagonizada por la figura de Cristo en majestad, una categoría que se traduce tanto en su monumental tamaño como en la centrada posición que ocupa en la bóveda de cascarón absidal de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Representado con nimbo crucífero, al tiempo que sentado sobre un trono que apenas se aprecia, a Cristo ataviado con un holgado manto del que apenas queda resto alguno, se muestra ajeno a la habitual mandorla, bendiciendo, a buen seguro, con su mano derecha mientras sujeta con la izquierda el orbe que apoya sobre la rodilla del mismo lado. Su colosal figura está estrechamente escoltada por los símbolos de los cuatro evangelistas (el Tetramorfos), a quienes el artista representó alados, nimbados y caracterizados mediante ilegibles inscripciones insertas en filacterias apenas conservadas, contraviniendo la frecuente disposición descrita por Réau: arriba, a la izquierda, el hombre de San Mateo; abajo, a la izquierda, el león de San Marcos; arriba, a la derecha, el águila de San Juan y abajo, a la derecha, el toro de San Lucas. De la manera indicada, y frente a la tradicional ordenación de los cuatro vivientes, el artista de las pinturas murales de Castrillo representó el Tetramorfos con arreglo al siguiente orden: arriba, a la izquierda, el águila de San Juan; abajo, a la izquierda, el león de San Marcos; arriba, a la derecha, el hombre de San Mateo y abajo, a la derecha, el toro de San Lucas. Aunque el león de San Marcos es el peor conservado, en su filacteria se lee “[m]arc[os]”.



Aunque los presupuestos iconográficos a los que se adecua esta gran escena enraízan en época románica, la pervivencia de los mismos como medio para encumbrar la segunda visión apocalíptica como referencia al final de los tiempos, se prolongó durante los siglos XIII, XIV y XV. A dicha centuria pertenecen, permaneciendo ajenos de aquel tipo iconográfico que muestra a Cristo haciendo ostensión de las llagas de la Pasión, variante cuya representación responde a la gran fortuna alcanzada por la visión de San Mateo a partir del siglo XII como referencia al citado final de los tiempos, los murales de la iglesia de Nuestra Señora del Rivero de San Esteban de Gormaz y del templo parroquial de San Andrés de Espinosa de los Caballeros (Ávila).

Finalmente hablaremos sobre la cronología de la obra, y para ello habremos de valernos de los elementos arqueológicos, en particular de los atuendos de las figuras representadas, así como de los caracteres estilísticos presentes en estas pinturas. Por lo que a la vestimenta respecta, la jaqueta que viste uno de los Reyes Magos, atavío ceñido y acolchado que aparece en el último tercio del siglo XIV, y el sayo que llevan tanto el segundo de los Reyes Magos como el espigador de la Huida a Egipto, traje ceñido al torso y ajustado a la cintura, tuvieron un gran éxito en la moda franco borgoñona de la década de 1420. La citada moda, que instauró un ideal de elegancia masculina fundado en el contraste entre hombros anchos y cintura estrecha y en el gusto por pliegues verticales y regulares, fue inspiradora del traje masculino español desde la década de 1440 a la de 1470. La vestimenta analizada evoca, no obstante, una estética un tanto primigenia si se compara con la larga melena hasta los hombros que caracteriza a uno de los Reyes Magos, pues esta se estiló entre finales de la década de 1480 y comienzos de la de 1490. Por todo ello parece adecuado fechar las pinturas en el último tercio del siglo XV, puesto que además coincide con los estilemas desarrollados en estos momentos: pérdida de protagonismo del dibujo en virtud de una paleta cromática heterogénea en la que tienen cabida los tonos rojos de las indumentarias o los dorados de las estructuras retablísticas, el naturalismo de los pliegues de los atuendos, la disposición de algunos episodios sobre amplios fondos con referencias espaciales, o la intención de evocar sensación de profundidad por medio del tridimensional tratamiento de las estructuras retablísticas que definen los compartimentos verticales.
¿Cuántas pinturas medievales habrá todavía ocultas tras retablos, enlucidos o en otras situaciones que ni nos imaginamos?

BIBLIOGRAFÍA
  • NÚÑEZ MORCILLO, Sergio: La pintura mural tardogótica en Castilla y León. Provincias de Valladolid, Segovia y Soria [Tesis doctoral], Universidad de Valladolid, Valladolid, 2015.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús (coord.): Patrimonio restaurado de la provincia de Valladolid 1997-2003. Del olvido a la memoria (vol. 1). Pintura y Escultura, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2008.
  • VALDIVIESO, Enrique: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo VIII. Antiguo partido judicial de Peñafiel, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1975.

EXPOSICION: "NAZARENUS". Símbolo, iconografía y arte del Viacrucis

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El viernes 11 de marzo se inauguró en la Sala Municipal de Exposiciones del Teatro Calderón la exposición “Nazarenus. Símbolo, iconografía y arte del Viacrucis”. La muestra, que se mantendrá abierta hasta el día 3 de abril, viene a dar continuidad a una serie de exposiciones que se llevan celebrando todas las Semanas Santas desde el año 2001. Asimismo, viene a ser una prolongación de la acontecida el año pasado “Signa Christi”, con la cual comparte comisario, Alejandro Rebollo Matías.

Inauguración de la exposición
La presente exposición es simplemente magnífica, tanto por el número de piezas como por la calidad de las mismas. Además cuenta con el aliciente de que casi la mitad de las obras son completamente inéditas para el público general ya que algunas de ellas se encuentran en las clausuras de nuestros conventos y monasterios, verdaderas Wunderkammer. El hilo argumental de la exposición es el Vía Crucis y las diferentes estaciones que lo componen, las cuales se explican de forma muy didáctica en paneles que se ven complementados con las magníficas obras de arte que ponen imagen al texto.
Recuerdo que el año pasado destaqué las tres piezas más destacadas de la exposición, esta vez me sería imposible repetirlo ya que en “Nazarenus” hay muchas más obras de calidad, tanto de firmas españolas como extranjeras. Así, en la muestra podremos ver dos fantásticos lienzos de Filippo Tarchiani procedentes del Convento de las Descalzas Reales, El Predimiento y Cristo de los Improperios; un Ecce Homo de Pedro de Ávila (aunque vaya atado a la columna, ésta no es una columna sino uno de los balaustres del pretorio de Pilato); un Nazareno con la Cruz a cuestas copia de un original de Michel Coxcie “el Rafael flamenco”, a cuyo taller se deberá un precioso Cristo abrazando la cruz. La lista de maravillas continúa con un Jesús con la Cruz a cuestas atribuido a Luis de Morales “el Divino”, un interesantísimo y personal Crucificadorelacionado con Pedro de la Cuadra, el Llanto sobre Cristo muerto de Alejo de Vahía, el Resucitado de Francisco Rincón, otro Resucitado cercano a Esteban Jordán, el Paso del torrente Cedrón de Frans Francken II, La Negación de San Pedro de Simón de Vos o La caída de Peter Sion.

Entre las piezas anónimas no podemos dejar de citar el impactante Cristo del Escobar, joya renacentista de nuestra estatuaria que ha recobrado vigor tras su reciente restauración; el fabuloso Cristo Yacenteprocedente del Oratorio de San Felipe Neri (esta obra es enigmática por cuanto su calidad es excelente y su progenie es vallisoletana aunque por su estilo no podemos relacionarlo con ninguno de los grandes maestros pucelanos de la época, sin duda es una obra que en el futuro nos deparará sorpresas); y el impresionante Busto de Ecce Homo del Monasterio de San Quirce, obra de posible procedencia madrileña.

Finalmente quisiera destacar el lienzo del Camino del Calvario del pintor vallisoletano Amaro Alonso. La pintura no posee demasiada calidad, su valor consiste en que es una buena copia (hablando en términos de pintura barroca vallisoletana) del llamado Pasmo de Sicilia de Rafael Sanzio. Además, ha ganado más atractivo su reciente restauración, en la que se ha descubierto la firma de su autor ya que anteriormente el lienzo estaba en tan mal estado que no se veía y se consideraba como obra anónima. El hecho de descubrir la firma de Amaro Alonso y de poder incorporar la pintura a su escaso catálogo es una buena noticia puesto que ayudará a identificar nuevas obras del pintor.

AMARO ALONSO. Camino del Calvario, copia de El Pasmo de Sicilia de Rafael (segunda mitad del siglo XVII)
RAFAEL. Camino del Calvario -El Pasmo de Sicilia- (h. 1517. Museo del Prado. Madrid

Finalmente, me gustaría dar las gracias al comisario de la exposición por haberme confiado la ejecución de algunas fichas del catálogo por cuanto son las primeras que hago. A continuación haremos un pequeño repaso a la muestra siguiendo la división en capítulos en que se encuentra dividida la misma. Tras cada texto introductorio, que está copiado de los paneles de la exposición, colocaré fotos de las obras más destacadas. No dudéis en ir a verla pues, repito, hay obras excelentes que rara vez se volverán a ver dado que están en lugares poco accesibles.

1- VÍA CHRISTI
Los orígenes en Tierra Santa. La Vía Dolorosa de Jerusalén
El “Vía Crucis” o Camino de la Cruz refiere las diferentes etapas vividas por Jesucristo desde el momento en que fue aprehendido hasta su crucifixión y sepultura. Se representa con una serie de imágenes de la Pasión o “Estaciones”, en total catorce, que son las comúnmente representadas, aunque existe por extensión otras no tan conocidas.
Esta pedagogía fue utilizada por el Cristianismo a lo largo de los siglos: “per crucem ad lucem” (a través de la cruz se llega a la luz) usando la metáfora de un viaje o paso (Pascua) pasando de la experiencia del sufrimiento a la esperanza de la Resurrección.
La Vía Dolorosa no es sólo la conocida como Vía Crucis sino que incluye por los peregrinos a aquellas huellas del paso de Jesús en su Pasión: desde Getsemaní al Calvario.
Los artistas basándose en las visiones místicas, profecías y otras fuentes apócrifas, han completado las escenas narradas en el evangelio: prendimiento, paso del torrente, improperios, bofetada y cárcel, juicio inicuo, flagelación y coronación de espinas, las caídas en el camino de la Cruz…
En el arte ha pervivido esa visión, animada con la literatura devota, de Tierra Santa.

ANÓNIMO. Plano de Jerusalén con la Vía Dolorosa (siglo XVI)
ANÓNIMO MADRILEÑO. Busto de Ecce Homo (último cuarto del siglo XVII)
PEDRO DE ÁVILA. Ecce Homo (1710)
ANÓNIMO FLAMENCO. Beso de Judas y Predimiento de Jesús (siglo XVI)
FRANS FRANCKEN II. Paso del torrente Cedrón (siglo XVII)
SIMÓN DE VOS. Negación de San Pedro (siglo XVII)
2- REGIA CRUCIS
Las Estaciones del Camino de la Cruz. El relato de A. C. Emmerich
La iconografía es muy rica en las diferentes Estaciones del Vía Crucis incluyéndose por extensión el antes y el después de la Vía Dolorosa. La veneración de los lugares de la Pasión de Jesús por su madre María y los discípulos está en el origen del Vía Crucis y de las procesiones de Semana Santa.
La huella del pie de Jesús Nazareno ha sido venerada simbólicamente por los peregrinos como prenda única del amor de Cristo en su paso por Tierra Santa. La tradición supone que fueron 1322 pasos los que dio Jesús en la Vía Dolorosa.
El número de caídas, simbólicamente tres, es un símil de nuestras caídas, y la ayuda del Cirineo, el arrepentimiento de volver a levantarse.
La Verónica o "Vera Icon" significa "verdadero rostro" y es uno de los símbolos más conocidos del Vía Crucis cuando esta mujer enjugó con el sudario el rostro de Jesús.
El arte ha puesto voz a estas imágenes del Camino de la Cruz desde la pintura y escultura más excelsa a la música y la poesía de consumados artistas.

PETER SION. La caída (siglo XVII)
¿JOSÉ FERNÁNDEZ?. Jesús Nazareno (h. 1750)
ANÓNIMO. Camino del Calvario (mediados del siglo XVII)
MICHEL COXCIE (copia). Jesús Nazareno con la cruz a cuestas (siglo XVI)
LUIS DE MORALES (atrib.). Jesús con la cruz a cuestas (siglo XVI)
MICHEL COXCIE (taller). Cristo abrazando la cruz (siglo XVI)

3- REX NAZARENUS
Del Calvario al Sepulcro y la Resurrección
La Cruz de Tierra Santa con cuatro cruces más pequeñas representa las Cinco Llagas de Cristo. Las pequeñas (manos y pies) están orientadas a los cuatro puntos cardinales. En el centro la Llaga del costado de su Corazón.
Los franciscanos han sido desde 1342 los guardianes de los Santos Lugares de Jerusalén, Belén y Nazaret. Es el Santo Sepulcro el lugar más venerado, de la muerte y resurrección de Jesucristo, por los cristianos de todas las confesiones.
El arte del Vía Crucis a través de los siglos nos ha transmitido una narración popular de la Vía Dolorosa desde las fuentes medievales al naturalismo barroco. Piezas de indiscutible valor atesoran cofradías, iglesias y conventos, de nuestra ciudad.
PEDRO DE LA CUADRA (círculo). Cristo Crucificado (h. 1600)
ANÓNIMO VALLISOLETANO O PALENTINO. Cristo del Escobar (siglo XVI)
ANÓNIMO. Cristo Yacente (comienzos del siglo XVIII)
ALEJO DE VAHÍA. Llanto sobre Cristo muerto (h. 1500)
FRANCISCO RINCÓN. Cristo Resucitado (h. 1600)

4- SACROMONTE PENITENCIAL
Sacromontes conventuales y Cofradías Penitenciales
A lo largo de la Edad Media y el Renacimiento, y su continuidad hasta el Barroco, se prodiga el uso de emblemas en cofradías e instituciones que reflejan simbólicamente la Pasión de Cristo y el Vía Crucis en particular. Así la devoción al Vía Crucis en cruceros y ermitas, imágenes y tallas tiene en nuestra geografía desde el siglo XVII una gran tradición.
Los Sacromontes urbanos y conventuales reflejan ese Vía Crucis de Jerusalén a través de las calles y plazas de nuestras ciudades o durante la Semana Santa con los desfiles procesionales. Calles de las Angustias, de la Amargura, de la Cruz, de los Pasos o de los Dolores manifiestan esta tradición en España y Castilla y León. Fue en España en donde se definió formalmente las catorce estaciones gracias al Beato Álvaro de Córdoba ya en el siglo XV.
La contemplación de los misterios sacros de la Pasión ha sido tradición en los claustros y clausuras de conventos y monasterios desde siempre y en especial cuando se rememora el Triduo pascual.
Los Sacromontes en miniatura contribuyen así a revivir esos “pasos” de Cristo así como las maquetas conservadas de cofradías penitenciales.

ANÓNIMO. Pequeñas esculturas de la Pasión. Sacromonte conventual (h. 1700)
ANÓNIMO. Virgen de la Soldad (último cuarto del siglo XVII)
ESTEBAN JORDÁN (círculo). Cristo Resucitado (finales del siglo XVI)
Túnica de Nazareno del paso de la Entrada de Jesús en Jerusalén (siglos XVIII o XIX)
PEDRO VERDUGO. Maqueta del paso de Jesús Nazareno (siglo XX)
PEDRO VERDUGO. Maqueta del paso de Camino del Calvario (siglo XX)
Cruz de Jerusalén y Cartilla de la Hermandad de Tierra Santa
Cartel de la Semana Santa de Valladolid del año 1952

5- MODERNOS VIACRUCIS
Interpretaciones y propuestas contemporáneas
La interpretación moderna del Vía Crucis de artistas contemporáneos desde el siglo XX al XXI tiene figuras señeras: Gaudí, Gill, Racz, Rainer, Matisse, Ruiz Anglada, Nolde… En nuestra ciudad artistas como Santiago Bellido o David Toledano aportan su particular visión del tema en dibujos o grabados d magnífica corrección.
Una valiosa aportación tiene el Vía Crucis de Teresa Peña y Manuel Alcorlo, proveniente de los Jesuitas de Villagarcía de Campos (Valladolid). Su cromatismo magníficamente entonado, imprime el dramatismo a las escenas en una solemne visión de la Pasión.
Aquí se muestran tres propuestas contemporáneas diferentes pero valiosas por igual e intercaladas entre la devoción y la fe de siglos que sigue presente en el Vía Crucis.

TERESA PEÑA Y MANUEL ALCORLO. Vía Crucis XI. Enclavamiento (1958)
TERESA PEÑA Y MANUEL ALCORLO. Vía Crucis XII. Crucifixión (1958)

LAS CATORCE ESTACIONES DEL VÍA CRUCIS
I          Jesús es condenado a muerte mientras Pilatos se lava las manos
II         Jesús Nazareno carga con la cruz
III       Jesús cae por primera vez y es azotado por los soldados
IV       El encuentro con su madre María en la Vía Dolorosa
V         Simón de Cirene le ayuda a portar la cruz
VI       Verónica limpia su rostro, quedando en el paño marcada la Santa Faz
VII      Jesús cae por segunda vez
VIII    Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén
IX       Jesús cae por tercera vez en la colina del Calvario
X         Despojado de sus vestiduras
XI       Jesús es clavado en la cruz entre los dos ladrones
XII      Muerte de Jesús en la Cruz
XIII    El descendimiento de Jesús de la cruz y puesto en brazos de su madre
XIV    Jesús es enterrado en el sepulcro

SANTIAGO BELLIDO. Las 14 estaciones del Vía Crucis (2016)

SEMANA SANTA EN VALLADOLID: Las Vírgenes de la Soledad de las cofradías penitenciales

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Antiguamente en las procesiones de Semana Santa de Valladolid desfilaban Vírgenes de la Soledad. Eran estas de bastidor, es decir de vestir, estando tan solo talladas las manos y la cara. El imaginario colectivo ha querido que este tipo de representaciones se asocien exclusivamente a Andalucía, pero no es así; de hecho en Valladolid (tanto ciudad como provincia) existen, y existieron, muchas esculturas de vestir, fundamentalmente Vírgenes de la Soledad y Nazarenos; mientras que las primeras solo tenían talladas las manos y la cara, los Nazarenos podían ir vestidos con una túnica postiza pero el cuerpo estaba perfectamente esculpido, las túnicas eran tan solo para darle mayor realismo.
De las cinco penitenciales históricas vallisoletanas tenemos constancia que poseyeron su Virgen de la Soledad al menos cuatro, las cuales aún se conservan. Estas son Jesús Nazareno, Piedad, Vera Cruz y Angustias; desconozco si también la poseyó la Cofradía de la Pasión, creo que no. Algunas de ellas tuvieron función procesional, de hecho desfilaban con su cofradía en la procesión titular de la misma, estamos hablando de los tiempos anteriores a la restauración de Gandásegui. Tenemos constancia de que al menos así lo hicieron las de la Vera Cruz y la Piedad, desconozco si también salieron en procesión de Semana Santa tanto la de las Angustias como la del Nazareno.

GASPAR BECERRA. Virgen de la Soledad (1565) cuando se encontraba en la iglesia de San Andrés de Madrid
Antes de hablar de ellas vamos explicar la génesis de este tipo de representación. La presente advocación, conocida en el ámbito madrileño como “Virgen de la Paloma”, efigia uno de los casos más claros de influencia de la pintura sobre la escultura. Aunque copia un lienzo, esta escultura fue “el inicio de una nueva tipología de imagen mariana”. El modelo escultórico primigenio fue realizado por el genial artista baezano Gaspar Becerra. En 1565 la reina Isabel de Valois encarga a Becerra la ejecución de una imagen en bulto redondo de la Virgen de la Soledad. El propio artista debía de encargarse también de la policromía. Una vez finalizada, la soberana regaló esta valiosísima y devotísima imagen al madrileño Convento de Nuestra Señora de la Victoria, de padres mínimos. La relación de la reina con este cenobio fue muy estrecha ya que su devoción por San Francisco de Paula le llevó a patrocinar su construcción. Tras la Desamortización, la Virgen pasó a la famosa capilla de San Isidro de la iglesia de San Andrés, lugar en el que ardió pasto de las llamas en 1936 a consecuencia de un incendio.
El deseo de la reina al solicitar este encargo fue el de poseer una “copia escultórica” de un cuadro de la Virgen de la Soledad y Angustias que había traído desde Francia y que conservaba en su oratorio. El proceso de elaboración llevado a cabo por Becerra fue arduo y prolongado. Relata Sánchez de Madariaga que “tardó un año en sacar una primera cabeza, que no satisfizo a nadie. No fue hasta el tercer intento, tras tener un sueño en el que una persona –no sabía si hombre o mujer– le decía que despertara, fuera a la chimenea, matase el fuego de un tronco de roble que se estaba quemando y lo preparase, porque de él sacaría la Imagen que deseaba, cuando finalmente realizó la imagen de Nuestra Señora de la Soledad. Becerra tuvo el caso “por milagroso, y cosa de revelación”. La imagen se concibió para ser vestidera y, efectivamente así se hizo, se le pusieron las ropas de la Condesa viuda de Urueña, Camarera mayor de la Reina.

FRAY MATÍAS DE IRALA. Detalle del grabado del retablo mayor del Convento de la Victoria de Madrid en el que se puede ver a Gaspar Becerra esculpiendo a la Virgen de la Soledad (1726)
La milagrosa escultura recibió grandes vítores y elogios, siendo uno de los más exagerados el pronunciado por Palomino, el cual al hablar sobre Becerra en su conocido Parnaso español, pintoresco y laureado comentaba que “la más heroica obra suya de escultura, y corona de sus estudios, fue la que hizo por mandato de la Serenísima Reina de España doña Isabel de Valois (llamada de la Paz) que es la imagen de Nuestra Señora de la Soledad”. Para Arias Martínez llama la atención tan desmesurado elogio dado que se trataba de una “sencilla imagen de vestir, donde no era posible mostrar sutiles habilidades técnicas, y que sólo se puede explicar al rodearse su ejecución de misterio y de intervención sobrenatural, para llevar a cabo una verdadera imagen sagrada, que trascendía cualquier planteamiento estético”.
Las imágenes de vestir son tan antiguas como las de talla, aunque su mantenimiento genera un mayor gasto por las continuas renovaciones del vestuario y sus complementos. El uso de elementos postizos añadidos a las tallas se emplea desde época gótica, aunque su mayor profusión se alcanzó en el periodo barroco. Como señala Marta Sánchez Marcos, el “devoto instinto de adornar con mantos, y aún con vestidos, las imágenes religiosas es antiquísimo, anterior al mismo cristianismo. Baste recordar el cortejo panatenaico de Atenas donde una procesión de caballeros se dirigía al Partenón, para ofrecer a la diosa su nuevo peplos o túnica sagrada. Pero es en el siglo XII cuando se tienen noticias de colocaciones de coronas sobre la imagen de la Virgen. Se documentan por inventarios de tesoros, donaciones de mantos y joyas a las imágenes de devoción desde el siglo XIII. Hay imágenes que fueron creadas desde su encargo para ser vestidas, mientras que hay otras que fruto de la devoción popular fueron vestidas para procesionarlas. Así ocurrió con la Virgen de San Lorenzo, patrona de Valladolid, de la cual tenemos documentado, por ejemplo, que en 1561 el cabildo de la colegiata le regala un manto y traje de damasco azul bordados en oro. Como señala Hernández Redondo, al hablar de las imágenes de vestir, actualmente se las asocia solo con Andalucía y ello “ha dado lugar a que se incurriera en el error de afirmar que la escultura de vestir es un procedimiento ajeno por completo a la escultura procesional castellana”. En Valladolid existen diferentes Vírgenes de vestir, así podemos ver Soledades de este tipo en las iglesias de San Andrés, el Salvador o la Magdalena.

Virgen de la Soledad de la iglesia de San Andrés
Virgen de la Soledad de la iglesia de Santa María Magdalena
La popularidad de esta iconografía creada por Becerra llegó a tal punto que se realizaron infinidad de pinturas por toda España, en Valladolid contamos con bastantes ejemplares, que copiaban fielmente a la Virgen madrileña, si bien por lo general suelen ser obra de pintores bastante modestos, aunque hay honrosas excepciones. La mayor parte de estos cuadros se encuentran en las clausuras monacales. Por descartar prolijidad podemos aludir a la conservada en la clausura del Monasterio de San Joaquín y Santa Ana o la que se halla en el presbiterio de la iglesia parroquial de Serrada (Valladolid).

Virgen de la Soledad del Monasterio de San Joaquín y Santa Ana
Virgen de la Soledad de la iglesia parroquial de Serrada (Valladolid)
Pero no acaba todo aquí puesto que también se llegaron a fabricar un buen número de esculturas de la Virgen de la Soledad, según el modo de Becerra, en madera policromada de bulto redondo; es decir, con el manto y las ropas esculpidas. En Valladolid se conservan numerosos ejemplares de diferentes tamaños. Las hay pequeñas, casos de la conservada en el Monasterio de Sancti Spiritus o en el relicario de la iglesia de San Miguel y San Julián; pero también las hay de tamaño casi natural, como la que se encuentra en el relicario del Convento de Porta Coeli, escultura que procede en origen del desaparecido Convento de las Lauras, en cuyo cenobio ocupaba uno de los altares laterales de la iglesia. Respecto a esta última escultura, que seguramente fue tallada por Juan de Ávila hacia 1697-1700, hay que destacar que existe otra Virgen casi idéntica, aunque de mejor calidad, en la iglesia de San Martín de la ciudad de León. Esta imagen leonesa fue realizada en 1682 por el concuñado de Juan de Ávila, el escultor Juan Antonio de la Peña, para la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, que estaba radicada en la citada iglesia. Ambas esculturas siguen la misma disposición: la Virgen arrodillada y ataviada como una viuda según el referido modelo. Este estado civil lleva a que la imagen posea una bicromía blanco (túnica) – negro (manto) realizada a pulimento. La blancura del rostro torna casi en palidez. Las manos entrelazadas a la altura del pecho. La cabeza mira hacia el suelo.

ANÓNIMO. Virgen de la Soledad (h. 1700. Iglesia de San Miguel y San Julián. Valladolid)

JUAN DE ÁVILA (atrib.). Virgen de la Soledad (h. 1697-1700. Convento de Porta Coeli. Valladolid)
JUAN ANTONIO DE LA PEÑA. Virgen de la Soledad (1682. Iglesia de San Martín. León)
A continuación pasaremos a analizar brevemente cada una de las esculturas:

COFRADÍA DE NUESTRA SEÑORA DE LA PIEDAD
Desde hace tiempo se viene pensando que la Virgen de la Soledad que fue propiedad de la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad es la conservada en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en pleno barrio de las Delicias. Esta Virgen (162 cms.) parece que fue realizada hacia el año 1600 por el desconocido Pedro Gómez Osorio, del cual no poseemos ninguna otra noticia ni obra con la que poder relacionarle. Tampoco sabemos si fue escultor, o si incluso no fue el comitente que encargó la obra.
Esta imagen, que desfilaba en última posición dentro de la planta procesional de la cofradía, fue trasladada en 1789, a raíz de la demolición del templo penitencial de la cofradía, a la iglesia del Salvador. Allí estuvo colocada “en donde estuvo Nuestra Señora de la Valvanera al pie de San Francisco de Paula”. Posteriormente pasó a la iglesia de San Antón, en donde fue situada en la pared de enfrente a la sacristía de la capilla del Santísimo Cristo de Burgos (el realizado por Esteban Jordán y que actualmente se encuentra en el Santuario Nacional). Al ser derribada ésta fue trasladada a su actual lugar de culto de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen. Como vemos, los bienes y pasos procesionales de la Cofradía de la Piedad quedaron muy dispersos. Ojalá en un futuro cercano pueda volver a poseerlos.
Actualmente esta Virgen de la Soledad, aunque con la advocación de “Virgen de los Dolores”, es una de las imágenes titulares de la Cofradía de la Exaltación de la Cruz y Nuestra Señora de los Dolores, y la acompaña en la que es la primera procesión de la Semana Santa vallisoletana, la del Vía Crucis celebrado por las calles del barrio de las Delicias en la noche del Viernes de Dolores.


COFRADÍA DE NUESTRA SEÑORA DE LAS ANGUSTIAS
Poco sabemos de esta imagen (140 cms.), aparte de que fue realizada en el siglo XVII. Actualmente se encuentra colocada en la capilla del Cristo de los Carboneros. Tiene el rostro surcado por lágrimas. Viste manto negro con bordados en oro y toca blanca, y agarra en sus manos un pañuelo. Como ya dije, no sé si llegó a salir en procesión.


COFRADÍA DE LA SANTA VERA CRUZ
La Virgen de la Soledad (160 cms.) de la Cofradía de la Vera Cruz ocupa un retablo del tercio central del siglo XVII, en cuyo ático figura una pintura de la Santa Faz, situado en la última capilla del lado de la Epístola. La Virgen aparece con las manos juntas. Ojos de cristal y lágrimas pintadas. Manto negro y vestido blanco. Parece obra del siglo XVII, quizás de la misma época que el retablo. Ha salido en la Procesión de Regla de la Cofradía hasta no hace muchos años.


COFRADÍA DE NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO
La Virgen de la Soledad de la Cofradía de N. P. Jesús Nazareno, que está puesta bajo la advocación del “Sacro Monte Calvario”, preside un retablo “Yacente-Dolorosa” realizado por el ensamblador Juan Correas, según la traza presentada por el artífice el mismo gremio José Díaz de Mata. Aunque contratado en 1718, su finalización se demoró hasta febrero de 1723, ya que en los días 23 y 24 de febrero de ese mes se “colocó a esta soberana Señora en su nuevo retablo que más parece de oro que dorado”.
La Virgen de la Soledad había sido donada en 1706 por los cofrades Antonio de Jesús y José con el propósito de colocarla en el cuerpo de la iglesia, quizás sobre una simple mesa de altar. Desconocemos el autor de la escultura, así como la fecha de su ejecución, que sería inmediatamente anterior a su donación. Es casi seguro que la imagen fue realizada por José de Rozas o Juan Antonio de la Peña debido a las concomitancias que posee el rostro de la Virgen con sus respectivos estilos. Además, ambos artífices habían estado unidos laboralmente a la cofradía: Juan Antonio de la Peña había tallado hacía ya unos años el Santísimo Cristo de la Agonía, mientras que José de Rozas acababa de finalizar la parte escultórica que le correspondía del desaparecido retablo mayor de la iglesia penitencial.

La gran veneración que se la tuvo desde el principio hizo que muy poco tiempo después se formara una Hermandad bajo su amparo. Relata Canesi al respecto que “en el año de 1722 se instituyó aquí otra cofradía con el título del Santo Monte Calvario y esclavos de María Santísima en su Soledad, con breve del Papa Benedicto Décimo Tercio que la concedió muchas indulgencias”. Como dijimos, el nuevo retablo para la Virgen se acabó en el año 1723 ya que los días 23 y 24 de febrero se “colocó a esta soberana Señora en su nuevo retablo que más parece de oro que dorado y con amantes finezas de fuegos, sermón y misa, estando patente el santísimo demostraron sus individuos su cordial devoción que cada día se va aumentando más, pues en el de 30 y siguiente fue dorado éste y otro que está en correspondencia en el cuerpo de la iglesia y en 1 de abril de 31 volvió esta cofradía a colocar a María Santísima de la Soledad en su trono”. La devoción a la Virgen de la Soledad llegó a tal punto que en 1780 el Papa Pío VI le concedió el título de altar privilegiado un día a la semana, el sábado, aplicable a las almas de los cofrades difuntos. Se trata de una imagen de bastidor, únicamente se encuentran talladas las manos y el rostro. Viste a la usanza de las viudas de la época, con manto de terciopelo negro con bordados, aunque en su fiesta se la engalana con ropas blancas. Corona de plata.
Fotografía tomada de https://www.facebook.com/JesusNazarenoValladolid/
Fotografía tomada de https://www.facebook.com/JesusNazarenoValladolid/

COFRADÍA DE LA ORDEN FRANCISCANA SEGLAR (V.O.T.)
Me gustaría finalmente señalar un último caso, si bien no es comparable a los anteriores por cuanto la Virgen de la Soledad no es de la cofradía y además su uso procesional es muy reciente, apenas un lustro. Se trata de la Cofradía de la Orden Franciscana Seglar, la cual en el año 2011 decide sacar en procesión la Virgen de la Soledad del Convento de Santa Isabel. Al parecer, en origen pudo pertenecer al desaparecido convento franciscano de San Diego. Aunque se trata de una obra anónima, está claro que su ejecución correría a cargo de algún buen escultor vallisoletano del último cuarto del siglo XVII o primeros años del XVIII, estoy pensando en Juan de Ávila y en Juan Antonio de la Peña.
Se trata de una imagen fantástica, posiblemente la más bella y perfecta de las cinco Soledades reseñadas. Asimismo, es la más exquisita de todas las conservadas en la ciudad. Para mi gusto es la que posee unas vestimentas y adornos de plata más primorosos. Su cabeza mira hacia abajo, ligeramente girada hacia la derecha y con la mirada ausente, como ensimismada; los ojos son de cristal con pestañas de pelo natural (de tejón), y de ellos surgen lágrimas, cuatro hacia la mejilla, dos a cada lado de la cara. La policromía es pálida y tiende a la redondez; la boca está cerrada como conteniendo dolor, es pequeña y de finos labios. Las manos están unidas con los dedos entrelazados y en posición de plegaria. Lleva una diadema de plata en la cabeza con estrellas. En el pecheril de encaje blanco lleva un corazón de plata atravesado por siete cuchillos. Su antigua saya de satén blanco con un bordado de los atributos de la pasión en la falda.


BIBLIOGRAFÍA
  • ARIAS MARTÍNEZ, Manuel: “La copia más sagrada. La escultura vestidera de la Virgen de la Soledad de Gaspar Becerra y la presencia del artista en el convento de Mínimos de la Victoria de Madrid”, B.R.A.C., Tomo XLVI, 2011, p. 33.
  • GARCÍA MARTÍN, Enrique: Las cofradías y el arte de Valladolid (siglos XVI-XVIII) [Tesis doctoral], Universidad de Valladolid, Valladolid, 1992.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y DE LA PLAZA SANTIAGO, Francisco Javier: El arte en las clausuras de los conventos de monjas de Valladolid (exposición), Museo Nacional de Escultura, Valladolid, 1983.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
  • SÁNCHEZ DE MADARIAGA, Elena: “La Virgen de la Soledad. La difusión de un culto en el Madrid barroco”. En CARLOS VARONA, María Cruz, CIVIL, Pierre, PEREDA ESPESO, Felipe y VICENT-CASSY, Cécile (coord.): La imagen religiosa en la Monarquía hispánica, Casa de Velázquez, Madrid, 2008, pp. 219-220.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “La biografía al servicio del conocimiento artístico. El escultor Juan Antonio de la Peña”. B.R.A.C., Tomo XLII, Valladolid, 2007, pp. 43-56.
  • VV.AA.: Pequeñas imágenes de la Pasión en Valladolid [exposición abril-mayo 1987 Palacio de Villena], Ministerio de Cultura, Madrid, 1987.

SEMANA SANTA EN VALLADOLID: Las Lágrimas de San Pedro

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En la iglesia del Salvador se encuentra una de las esculturas de mayor calidad de cuántas conforman los desfiles de Semana Santa de nuestra ciudad, si exceptuamos todas las realizadas por el gran genio Gregorio Fernández. Se trata de Las lágrimas de San Pedro (156 cms.), obra inequívoca del magistral escultor vallisoletano Pedro de Ávila (1678-1755).
Hemos de reseñar que aunque la escultura de San Pedro participa en los desfiles procesionales, su función primigenia no era esa sino que se trataba de una imagen de altar; la cual fue sufragada, al igual que otras hechuras y obras, por el generoso párroco Pedro de Rábago. El sacerdote deja bien patente su patrocinio en su testamento, dictado el 19 de julio de 1720. En las referidas últimas voluntades narra el derrumbe de la torre de la iglesia, la cual provocó la ruina, entre otras cosas, de la “capilla y hechura de Nuestra Señora del Descendimiento de la cruz retablo y altar que es propio del mayorazgo que goza el Señor Conde de Alba Real”, por lo que decidió costear “la efigie de San Pedro apóstol mi padre y puse el retablo que al presente tiene y el lienzo de Nuestra Señora del Descendimiento de la Cruz que está encima de dicho San Pedro todo lo cual por ser adorno para dicha Iglesia hice de mi voluntad y devoción y lo mando a dicho señor Conde y a sus sucesores perpetuamente con calidad y condición de que no lo puedan sacar ni quitar de dicho sitio con ningún pretexto”. También Canesi alude a esa faceta de Rábago como patrocinador de obras de arte para su parroquia: “debiéndose el mayor cuidado al fervoroso celo de D. Pedro de Rábago su cura párroco, que también hizo blanquear y embaldosar toda la iglesia y fabricó la capilla de San Francisco de Paula y otros altares en la forma que hoy están, y dio otras efigies que adornan el templo y muchos ornamentos de que había necesidad que para todo da el beneficio curado porque es de los más pingües de esta ciudad”.

Fueron don Juan José Martín González y Jesús Urrea los primeros en creerla obra de Pedro de Ávila al afirmar en el respectivo tomo del Catálogo Monumental que era “pieza asignable a Pedro de Ávila”. Además señalaban que como la capilla en la que se encuentra es muy poco profunda, “podemos colegir su actitud: San Pedro contemplaría la escena de la Transfiguración, en el retablo mayor. Esto significa una concepción barroca de la composición, ya que enlaza puntos distantes en el espacio del templo”. Hay que remarcar el error de apreciación cometido por Delfín Val y Cantalapiedra, los cuales creyeron que la escultura “fue tallada al parecer a fines del siglo XVI”. Los mismos recogieron otra creencia: la de que “por hallarse en actitud sedente” pudiera haber pertenecido “a una Sagrada Cena desaparecida, pero el dato no ofrece ninguna garantía ya que no se ha documentado ninguna otra figura que pudiera pertenecer a un cenáculo”. Efectivamente, es una suposición ilógica. En Valladolid tan solo han existido, que sepamos, dos Sagradas Cenas: una de papelón que acertó a ver Pinheiro da Veiga en el año 1605 en la procesión que salía del Monasterio de San Francisco: “El primer paso era la Cena, perfectísimo en todo”; y la realizada entre 1942-1958 por el magnífico escultor vasco Juan Guraya Urrutia.

Es complicado otorgar a este San Pedro una cronología aproximada puesto que no tenemos ningún hito o documento accesorio que nos ayude. Tan solo contamos con el dato de que estaba realizada antes de 1720, año en que ya hemos visto que Pedro de Rábago la reflejaba en su testamento. Partimos de la premisa de que pertenece a su segunda etapa; pero, sin embargo, la utilización del pliegue nos mueve a pensar que sería de los inicios de este momento; es decir, hacia 1706-1713. Pero, además, teniendo en cuenta que Rábago encargó la escultura y su retablo para ocupar una capilla que a la fuerza tuvo que ser reconstruida, al igual que la aneja de San Pedro Regalado, a causa del derrumbe de ambas a consecuencia de la caída sobre ellas de la torre de la iglesia, parece lógico pensar que este San Pedro se tallaría por las mismas fechas que el grupo de la Traslación de San Pedro Regalado o, quizás, un poco después; por lo que estaríamos barajando a grosso modo los años 1709-1711.
La escena efigiada en este San Pedro, su arrepentimiento, también conocido como “Las lágrimas de San Pedro”, viene a representar el momento en el que el santo recuerda que se ha cumplido la predicción que le hizo Jesús de que antes de que cantara el gallo le negaría tres veces. Sin embargo, piensa Réau que se trata de un relato bastante inverosímil puesto que “cuesta creer que Pedro, después de haber sido reconocido, cometiera la imprudencia de quedarse en el atrio en vez de marcharse”.

Fotografía obtenido del Archivo Municipal de Valladolid
El origen plástico de este tema se encuentra en los bajorrelieves de los sarcófagos paleocristianos, debido a que “la defección del Príncipe de los apóstoles era una excusa para la “caro peccatrix” del difunto”. Sin embargo, poco después “este episodio fue desterrado del arte católico por el papado tanto como era posible”. Recobró nuevos bríos en el Renacimiento y sobre todo durante el Barroco. Según Réau “el tema se volvió particularmente popular en la época de la Contrarreforma, como imagen del Sacramento de la Penitencia”. En estos momentos se le representó solitario en medio de la noche, llorando sentado junto a la columna de la flagelación, y cerca también un gallo, el cual en ocasiones puede estar en la parte alta de la columna, o a los pies del santo. Gran cantidad de pintores de primera fila han tratado esta temática: El Greco, Maíno, Velázquez, Tristán, etc…

EL GRECO. Las Lágrimas de San Pedro
JUAN BAUTISTA MAÍNO. Dos versiones de Las Lágrimas de San Pedro
DIEGO VELÁZQUEZ. Las Lágrimas de San Pedro
En Valladolid también hay numerosos lienzos si bien se deben a pinceles menos inspirados. Es muy destacable una pequeña representación escultórica (20 x 16 cms.), harto similar a la que ahora nos ocupa de Pedro de Ávila, realizada en cera. Se conserva debajo del altorrelieve del Nacimiento de Jesúsde Gregorio Fernández conservado en la capilla del Nacimiento del Monasterio de las Huelgas Reales de Valladolid. Lo más lógico sería pensar que Ávila manejara los mismos repertorios de grabados que los pintores, algunos de los cuáles serán los autores de las diversas Lágrimas de San Pedroque se hayan por algunas iglesias y clausuras vallisoletanas; pero, me gustaría apuntar al posible lienzo que pudo “inspirar” a nuestro escultor. Se trata del conservado en el ático del retablo del Ecce Homo de la capilla de las Angustias de la iglesia penitencial de Nuestra Señora de las Angustias. Como podemos comprobar tanto la manera de disponer el rostro como la de colocar las manos es completamente idéntica. Pero, lo que podría tratarse de una casualidad no lo es tanto puesto que la escultura que preside este retablo, realizado por Gregorio Díez de Mata en 1710, es un Ecce Homo que se atribuye con total acierto a Pedro de Ávila. Es decir, nuestro escultor conoció este lienzo de primera mano y, además, justamente por las fechas en que Pedro de Rábago debió de encargarle la ejecución del San Pedro.

¿MANUEL PETÍ BANDER?. Las Lágrimas de San Pedro. Iglesia Penitencial de Ntra. Sra. de las Angustias. Valladolid
ANÓNIMO. Las Lágrimas de San Pedro. Museo de San Joaquín y Santa Ana. Valladolid
ANÓNIMO. Las Lágrimas de San Pedro. Monasterio de las Huelgas Reales. Valladolid
Pedro de Ávila nos presenta al primer papa sentado sobre una roca, mirando al cielo mientras implora el perdón tras las negaciones realizadas. San Pedro, que es figura de tamaño natural (156 cms.), se haya inserto en un sencillo retablo que no posee banco y se halla perfectamente encajado en la pequeña capilla hornacina. Se estructura a partir de dos pares de pilastras a los lados y el ático cerrado en semicírculo, el cual lleva en el centro una interesante pintura de la Piedad,que alude a la advocación de la capilla: “Nuestra Señora del Descendimiento”, y a los lados sendos escudos idénticos (quizás los del Conde de Alba Real. Dicho condado fue concedido por Carlos II a Don Diego de Rivera y Vera el 2 de octubre de 1698.). La capilla, que es la más próxima al altar mayor por el lado del Evangelio, también era conocida como la de “San Pedro ad Vincula” por motivos evidentes.

Como hemos dicho, San Pedro aparece sentado sobre una roca, con la espalda recta sin que se la sostenga ningún elemento. La imagen combina una disposición tendente a lo helicoidal con sendos escorzos tanto en piernas como en el torso puesto que las piernas las mantiene rectas, el torso lo gira hacia la derecha y la cabeza hacia la izquierda. Las piernas las cruza a la altura de los tobillos, posición harto teatral, al igual que lo son el desplazamiento de los brazos hacia la derecha con las manos unidas y entrelazadas implorando perdón, y la cabeza mirando al cielo mirando hacia el cielo mientras llora. La referida helicoidal se ve subrayada por la posición del manto, pero también observamos una diagonal que parte de sus pies y culmina en el infinito proyectada a través de su cabeza. Tanto por el tipo de manto como de rostro emparenta cercanamente con los otros dos San Pedro que tenemos documentados de nuestro escultor (los de San Felipe Neri y la catedral). Sin embargo, los pliegues no son tan profundos y rectos como aquéllos, lo que nos mueve a pensar que se trata de una obra anterior.

Los pliegues son a cuchillo, pero producen concavidades bastante amplias, lo que nos mueve a pensar en un estadio bastante temprano puesto que con posterioridad se irán haciendo más pequeñas y se multiplicarán en cantidad. Llama la atención que, a pesar de tratarse de una escultura supuestamente concebida para estar en un retablo, y por lo tanto no poder observarse su parte trasera, no solamente vaya policromada la espalda y la túnica sino que Ávila haya tallado perfectamente la roca y la túnica, e incluso ha colocado una suave y bella doblez en la parte superior. De no saber que era una imagen de retablo, estaríamos convencidos de que se realizó con fines procesionales por el perfecto acabado.

Ávila se ha esmerado mucho en representar la escasa anatomía visible puesto que en las manos podemos observar que están talladas a la perfección las venas, articulaciones, uñas y hasta los pliegues de ciertas arrugas. La cabeza del santo resulta ser un calco tanto en los rasgos faciales como en la barba y cabellera de las de las otras dos esculturas de San Pedro que le tenemos documentada (las de la Catedral y el Oratorio de San Felipe Neri). El rostro está tallado mórbidamente, acusando bien las calidades de la piel. La blandura del rostro la comprobamos en las arrugas de la frente, laterales del rostro, ceño y mejillas, todas las cuales dan buena prueba de la avanzada edad del santo y de la destreza de nuestro escultor para simularlas con tanta verosimilitud.
La escultura de San Pedro se incorporó en el año 1965, de la mano de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Resucitado, a las procesiones de la Semana Santa de Valladolid, concretamente a la General de la Sagrada Pasión del Redentor celebrada en la tarde del Viernes Santo. Fue en aquel momento en el cual la imagen adoptó la advocación de “Las Lágrimas de San Pedro”. A lo largo de este medio siglo de desfiles, San Pedro ha procesionado la mayor parte de las veces en solitario, si bien ha habido algunas excepciones: el año de su “debut” salió acompañado de un Ecce Homo y dos soldados que pertenecieron al paso de La Coronación de Espinas que Gregorio Fernández talló hacia 1624-1630 para la Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz. Se trataba del sayón arrodillado y el de la lanza, ambos bastante vulgares y que seguramente ejecutaron en su mayor parte alguno de los múltiples aprendices que tenía el maestro gallego en su taller. Por su parte, el Ecce Homo, que al parecer pertenece al Museo Nacional de Escultura, aunque en la actualidad se expone en el Museo Diocesano y Catedralicio, procede de la iglesia de San Juan de Letrán aunque su origen se encuentra en uno de los conventos desamortizados en el siglo XIX.

Primera ocasión en que desfiló en que Las Lágrimas de San Pedro participaron en las procesiones de Semana Santa. Fotografía obtenido del Archivo Municipal de Valladolid

Durante mucho tiempo estuvo atribuido a Francisco Alonso de los Ríos por su parecido con el que actualmente desfila en el paso del Despojo(debido a que el Cristo original de Juan de Ávila pereció en un incendio en 1799), y que procede del Convento de Agustinos Recoletos, pero desde hace unos años se ha modificado su atribución en favor de Alonso de Rozas. En 1966 se suprimieron los dos sayones, de tal manera que tal solo salieron juntas las imágenes de San Pedro y el Ecce Homo. Ya en 1967 se sustituyó ese Ecce Homo por otro Cristo “propiedad del Museo Nacional de Escultura, obra de un autor anónimo del siglo XVII e inexacto en la interpretación del pasaje sagrado, pues Jesús no había sido flagelado aun cuando el galló cantó por tercera vez y Pedro lloró arrepentido”. Desconocemos tanto al autor como la procedencia de este curioso Cristo atado a la columna que no aparece según el modelo tradicional de Gregorio Fernández, sino que se encuentra arrodillado. Todo parece indicar que llegaría al Museo Nacional de Escultura procedente de algún cenobio desamortizado. Sería muy deseable su recuperación para las procesiones, dado que ambas piezas no solo no desentonan sino que conformaban una interesantísima escena.

Disposición en que salieron Las Lágrimas de San Pedro en 1966. Fotografía obtenido del Archivo Municipal de Valladolid
Atado a la columna que sustituyó al Ecce Homo en 1967. Fotografía obtenido del Archivo Municipal de Valladolid
Desconozco de qué web saqué la fotografía. Créditos a quien corresponda
En la actualidad esta magnífica escultura, y una por las que más aprecio siento, algunos bien saben porqué, participa en tres procesiones: en la de del Arrepentimiento, en la noche del Miercoles Santo, en la de la Amargura de Cristo (Jueves Santo) y en la Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor (Viernes Santo).

Vista del encuentro entre la Virgen de la Vera Cruz y San Pedro durante la Procesión del Arrepentimiento
Las Lágrimas de San Pedro en la Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor

BIBLIOGRAFÍA
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  • DELFÍN VAL, José y CANTALAPIEDRA, Francisco: Semana Santa en Valladolid: Pasos – Cofradías – Imagineros. Lex Nova, Valladolid, 1990.
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Patrimonio perdido: Conventos desaparecidos de Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 1998.
  • GARABITO GREGORIO, Godofredo: "Intrahistoria del paso de “La Sagrada Cena” de Juan Guraya: La cofradía, el escultor y las circunstancias", B.R.A.C., Tomo XLIII, 2008, pp. 65-80.
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SEMANA SANTA EN VALLADOLID: El Santo Cristo del Olvido

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Esta pasada noche se volvió a celebrar, como todos los años, la preciosa procesión del Santo Cristo del Olvido, conocido con el cariño mote de “Crispín” debido a su pequeño tamaño. Es sin duda una de las esculturas “procesionales” menos conocidas de la Semana Santa de Valladolid pero asimismo una de las de mayor calidad, tan solo por detrás de las genialidades de Gregorio Fernández. Este pequeño Crucifijo, que muda durante unas semanas su hogar del Oratorio de San Felipe Neri a la iglesia de Santa María la Antigua, es procesionado por la Real y Venerable Cofradía de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en la Procesión de la Buena Muerte que se celebra en la noche del Lunes Santo y que recorre las calles de Valladolid hasta llegar al Colegio de los Ingleses, lugar en el que se celebra un pequeño acto con la gaditana Virgen Vulnerata. Una hora antes de llegar a este antiguo colegio jesuita, y desde el año pasado, se encuentra con el Cristo de la Humildad de la Cofradía de la Piedad.

El Crucifijo, una de las joyas que nos legó Pedro de Ávila, no fue creado con fines procesionales sino que fue tallado junto a otras imágenes por el escultor vallisoletano para “decorar” diversos retablos del Oratorio de San Felipe Neri. Éste ocupa concretamente el retablo de la segunda capilla del lado de la epístola. Tanto esta máquina lígnea como las otras cinco que presiden las seis capillas del oratorio fueron realizadas por el ensamblador vallisoletano Francisco Billota y doradas por Manuel Barreda. Este retablo lo completa una de escultura de San Lorenzo situada en el ático y ejecutada entre 1722-1724 por Antonio Gautúa, y un Yacenteen el banco. Esta última talla es de gran calidad aunque de autor anónimo.

Como acabamos de decir, el Cristo Crucificado fue realizó por Pedro de Ávila en 1721 junto a otras imágenes para el referido oratorio filipense. La escultura ya estaba terminada en mayo de dicho año por cuanto el día 26 del citado mes lo bendijo, al igual que la Inmaculada de la capilla frontera, el Ministro de la Congregación don Antonio Mansilla: “Otrosí dio comisión su Ilustrísima al señor Maestro Don Antonio Mansilla para que bendijese las dos imágenes de Cristo y María, que están en las dos capillas del medio, las cuales están benditas por dicho señor Maestro”.
Año y medio después, el 21 de enero de 1723, Juan Gil de Mesa “beneficiado de la parroquial del señor San Ildefonso y capellán del Real Convento de Santa Cruz de esta ciudad de Valladolid” declaraba en su testamento la voluntad de que se entregara “a la Venerable Congregación de mi Padre San Felipe Neri de esta ciudad quien me ha de enterrar como llevo referido una urna pequeña pintada de chalor con flores de oro con su vidriera cristalina a la cara y en ella una imagen de ella de Nuestra Señora de los Dolores la cual es mi voluntad se ponga en la capilla del Santísimo Cristo de dicha iglesia en la primera grada que hay sobre el Santo Sepulcro o parte que más convenga en dicha capilla pido que me perdone y me encomiende a Dios”. Esta Virgen de los Dolores que el beneficiado quería colocar a los pies del Crucifijo, y justo por encima de la urna del Cristo Yacente, será una pequeña imagen que copia puntualmente a la Virgen de las Angustias de Juan de Juni y que a día de hoy está situada sobre uno de los muros del espacio que comunica la capilla mayor con la sacristía.

La Virgen juniana tuvo una gran repercusión durante en barroco, y no solo en Valladolid, algo similar se puede decir de la Dolorosa de la Vera Cruz. Ambas fueron copiadas en multitud de ocasiones, fundamentalmente para las parroquias rurales. Normalmente estaban asociadas a un Crucifijo, bajo el cual se colocaban, como ocurriría en este caso; es decir, estaríamos ante algo similar al llamado retablo “Yacente-Dolorosa”, en el cual se colocaba al Yacente en una urna situada en el banco y una Virgen Dolorosa, generalmente de vestir, en la hornacina principal (en Valladolid capital tenemos varios ejemplos, como pueden ser los de las iglesias de Jesús Nazareno y la Magdalena o el más tardío de la parroquia de San Andrés). Pues bien, algunos ejemplos de lo que podríamos llamar “Crucificado-Dolorosa” o “Dolorosa al pie de la cruz” se conservan en las iglesias parroquiales de Bercero (el Crucificadoes obra documentada de Alonso de Rozas), Curiel de Duero o en el Humilladero del Santo Cristo de Villabáñez.

Crucificado-Dolorosa de la iglesia parroquial de Curiel de Duero (Valladolid)
Crucificado-Dolorosa del Humilladero del Santo Cristo de Villabáñez (Valladolid)
La hornacina en la que se encuentra el Crucificadoadopta una forma trilobular en su parte superior, de tal manera que se adapta a la perfección a los brazos del madero. El fondo alberga una pintura que representa dos ámbitos claramente diferenciados: en la parte de abajo se desarrolla un paisaje compuesto por unas cuantas casas, árboles y todo cruzado por un riachuelo; y en la parte superior se sitúan dos grupos de personajes entre nubes a ambos lados del costado de Cristo: a la izquierda del espectador tres cabezas de serafines aladas juntas y con ellos un ángel de cuerpo entero sosteniendo un cáliz que vendría a recoger la sangre que mana de la llaga del costado de Cristo; al lado derecho del espectador surgen de entre las nubes un ángel ya adulto que agarra del brazo a una representación de la muerte, tras de la cual hay una especie del diablo, a los cuales el demonio amenaza con los rayos que sujeta con la otra mano.

El presente Crucifijo es el mejor y más perfecto de todos los que realizada Pedro de Ávila. En este sentido es la copia puntual y mejorada del Crucifijo que talló unos años antes para la iglesia parroquial de Torrecilla de la Abadesa, al cual hemos de considerar como el prototipo. Se trata de un Cristo con una anatomía muy realista y apurada. Posee un canon alargado, a lo que sin duda ayuda su delgadez. Los huesos parecen salir a flote, es la viva imagen del demacramiento que presenta un cuerpo múltiplemente torturado. Podemos percibir esa delgadez en la forma de tallar el torso con el vientre hundido, lo que hace que se le remarque el espacio intercostal de una manera mucho más naturalista y verídica, naturalismo aumentado por la talla incluso de los pezones. También es remarcable la flaccidez que logra en la carne que pende de los brazos muertos y la verosimilitud de las venas, las cuales surcan todo su cuerpo. Como se suele decir en ocasiones de algunas imágenes talladas por Gregorio Fernández, la madera se ha convertido en carne. 

Pedro de Ávila. Cristo Crucificado (1714. Torrecilla de la Abadesa)
Inés Durruty Romay, que dedicó un artículo muy poético a este Crucificado, apreciaba en él dos tendencias bien definidas: por un lado “el barroquismo del siglo, apenas esbozado en la profusión de la sangre, en cierta afectación académica y en la inclinación al realismo como producto de un neoclasicismo, y su contacto con escultores anteriores y con la escuela de finales del XVI y del XVII, especialmente como ya se ha indicado varias veces, con Gregorio Fernández; el patetismo, la sobriedad, la belleza delicada de la forma y la serenidad tranquila de la expresión, producto de un acendrado misticismo o bien reflejo del de Gregorio Fernández, alejamiento de artistas contemporáneos suyos y personalidad artística”. A esta perfecta descripción habría que realizar una corrección: al hablar de que el barroquismo de la pieza se escenifica en la profusión de la sangre cabe señalar que esta profusión sanguínea corresponde al repolicromado que se apreciaba cuando lo examinó Durruty; tras la restauración llevada a cabo en 2010 se ha recuperado la policromía original, la cual era mucho menos dramática. El propio restaurador, Andrés Álvarez, comenta que al respecto que “al eliminarse el repolicromado, bastante mediocre, se ha recuperado la carnación original, que, aunque no está en perfecto estado tiene una calidad muy superior y multitud de detalles. También se ha recuperado el peleteado de oro, prácticamente intacto.

El Cristo del Olvio con el burdo repinte retirado en la restauración del año 2010
La cabeza es muy hermosa, y en ella se pueden ver todas y cada una de las características que conforman el “segundo estilo” de Ávila, como puede ser la forma rectangular de la cabeza o la nariz ancha de tabique recto. Su rostro es el prototipo que usa para las representaciones de Cristo: así lo podemos comprobar al compararlo con el Ecce Homode Renedo o el busto de Ecce Homo del Convento de las Brígidas. Inclina la cabeza hacia el hombro derecho, indicándonos que ya ha debido de expirar. Es una escena muy naturalista, nada forzada, y serena debido a que ya exhaló. Los ojos no están cerrados sino que aún podemos ver una estrecha franja de ellos, lo que unido a la manera de tallar los párpados, en volumen, incrementa la sensación de dramatismo y de realismo. A este patetismo y agotamiento final ayuda el detalle de la boca entreabierta con la punta de la lengua asomando. Por su parte, la barba es corta y bífida, y tiene tratados con gran detallismo cada uno de los mechones que la componen. Podríamos decir que la barba adopta unas maneras muy pictóricas. Las cabelleras, dispuestas a ambos lados del rostro y que ayudan a ensancharlo; son abundantes y ondulantes, llegando a formar grandes surcos en los que el escultor ha querido exhibir su talento, tanto por el tamaño de los mismos como por la finura y delicadeza con la que parece utilizar el trépano ya que intenta cada madeja de pelo. Algunos de los mechones caen sobre el hombro derecho.

El relajamiento del cadáver lo vemos perfectamente reflejado en sus extremidades, las cuales se vencen. No casa con el hecho de que esté fallecido el que las manos se encuentren completamente extendidas, como si todavía se encontrara vivo y doliente. Sea como fuere, la muerte se ha apoderado de sus piernas, las cuales se doblan ante el peso del cuerpo. Ese doblez en forma de ángulo es muy característico de nuestro escultor. Tanto las piernas como los brazos vuelven a hablarnos muy bien del excelente conocimiento anatómico del que gozaba nuestro escultor. Dos detalles apoyan este extremo: el realismo que logra al tallar la línea axilar exterior completamente estirada, y la blandura que exhiben los bíceps femorales. Al ver estos dos detalles podemos decir que estamos delante de carne humana. En las piernas destacan dos aspectos: la excelente manera con que ha resuelto las llagas de las rodillas, y el maravilloso trabajo realizado por Barreda en la policromía puesto que aún se conservan alguna de las marcas de la flagelación.

El paño de pureza aparece anudado en el lado superior derecho, cayendo a ese lado una buena porción del mismo de una manera bastante natural. La parte que le cubre el sexo adopta unos pequeños pliegues cortantes en forma de dos “V” superpuestas; en ellos nos demuestra su portentosa técnica al cortar tan finamente la madera. El paño posee tela encolada, aunque no sabemos si lo realizó el propio Ávila, el policromador de la imagen o el pintor que repolicromó la escultura. Señala Álvarez Vicente al respecto que “la disposición del paño de pureza hacía que se le viese mucho la pierna y se optó por disimularlo parcheando con un trozo de tela encolada. Lo que por el momento no se puede precisar es si fue una actuación que se llevó a cabo en el momento de su realización, o con posterioridad. Otros crucificados del mismo autor tienen mejor resuelto este elemento, así que pudo haber sido él mismo o el policromador quienes lo modificaran, aunque por las estratigrafías sabemos que en algún momento entre finales del siglo XIX, principios del XX, se repolicromó, fecha que se podría haber aprovechado para realizar esta intervención y modificar el aspecto del paño de pureza”. La policromía es mate. Especialmente destacables son los regueros de sangre y los borbotones de sangre cuajada que adoptan una entonación más oscura. La restauración realizada en el año 2010 por Andrés Álvarez y su equipo de la Escuela de Restauración de Valladolid ha conseguido sacar a la luz el tremendo empeño que puso Ávila en esta pequeña obra maestra, cuya excelente calidad se encontraba oculta bajo un horroroso repinte.

BIBLIOGRAFÍA
  • ÁLVAREZ VICENTE, Andrés: Imaginería ligera en Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2011.
  • DURRUTY ROMAY, Inés: “El Cristo del Olvido. Escultura de Pedro de Ávila”, B.S.A.A., Tomo VII, 1940-1941, pp. 205-209.
  • GARCÍA CHICO, Esteban: Documentos para el estudio del arte en Castilla. 2, Escultores, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1941.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959.
  • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: Datos histórico artísticos inéditos de la provincia de Valladolid, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1991.
  • REBOLLO MATÍAS, Alejandro y MINGO MACÍAS, Luis: “Acerca de nuestra historia: Real Monasterio de San Quirce y Santa Julita: arquitectura y patrimonio”, Pasión Cofrade, nº 11 (segunda época), 2015, pp. 16-31.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “El oratorio de San Felipe Neri de Valladolid”, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, Tomo XXXIII, 1998, pp. 9-23.

COFRADÍA DE NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO: Preparativos para la Crucifixión "El Redopelo"

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Hoy vamos a tratar sobre uno de los pasos a los que le tengo más cariño, la razón se encuentra en su autor: Juan de Ávila, uno de los miembros de la familia de escultores sobre los que realicé mi tesis doctoral. Lo primero que cabe decir antes de entrar en materia es que este paso procesional es uno de tantos que no es procesionado por la cofradía propietaria sino que tras la Desamortización de las penitenciales y sucesivos episodios, tales como la recuperación de la Semana Santa a comienzos del siglo XX por Gandásegui y otras importantes personalidades, le fue dado para procesionar a otra cofradía. En lo que refiere a este conjunto, fue el primer paso que se le adjudicó a la actual Cofradía de Santísimo Cristo Despojado, incluso antes de que se constituyera en cofradía en el año 1943. Desde entonces esta cofradía se ha ocupado del paso durante las Semanas Santas. Actualmente tan solo desfila en la Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor del Viernes Santo.
El paso procesional comúnmente denominado del Despojoviene a escenificar el momento previo a la crucifixión. El conjunto debía ser el resultado de la fusión de dos acontecimientos: el de Cristo en solitario esperando a que los sayones que le rodean terminen de preparar la cruz en la que será elevado y crucificado, y el de la arrancadura de la túnica de Cristo por parte de sus verdugos. Si bien esta iconografía, en lo que se refiere al mundo de la escultura no fue ni de las más antiguas en ser representadas ni de las populares bien pronto comenzó a gozar de gran éxito debido fundamentalmente a dos motivos: la acción de la escena concuerda perfectamente con los postulados barrocos, en especial con el de la captación de un instante concreto. Por otra parte era una de las escasas ocasiones en la que un escultor castellano podía recrearse en un desnudo erguido.
Las escenas comentadas no están recogidas por los Evangelios canónicos, solamente se hace referencia al momento en que, una vez crucificado Jesús, los soldados se disputan sus vestimentas. Escribe San Juan (19: 23-24): Los soldados, una vez que hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida toda desde arriba. Para conocer algunos detalles de este pasaje hemos de consultar otros textos. Así, el primero, cronológicamente hablando, es el apócrifo Evangelio de Nicodemo. En él se describe la Pasión de Cristo. Llegados al momento que nos interesa, señala: Y Jesús salió del pretorio, y los dos ladrones con él. Y, cuando hubo llegado al lugar que se llama Gólgota, los soldados le desnudaron de sus vestiduras y le ciñeron un lienzo, y pusieron sobre su cabeza una corona de espinas, y colocaron una caña en sus manos (…). Y ellos se repartieron sus vestiduras”. Como vemos, tampoco es mucha información la que aporta. Tan solo que le quitaron las vestiduras y le colocaron un paño de pureza para cubrir el sexo.Desde entonces, y como muy bien señala Pérez de Castro, “la literatura mística fue enriqueciendo el parco relato con detalles sumamente expresivos, terminando por conformar un tema fundamental en el ciclo de la Pasión, que en el barroco se plasmó con un realismo conmovedor”.

Fotografía obtenida de la web del Museo Nacional de Escultura
Volviendo al paso vallisoletano, el cual ha recibido numerosos nombres o apodos a lo largo de la historia, tales como el “Expolio” o el “Redopelo” o, el más actual, “Preparativos para la Crucifixión”, hay que señalar que ha sido uno de los conjuntos procesionales con una historia más azarosa (pleitos, cambios de esculturas, incendios…). Fue la primera gran obra contratada por Juan de Ávila. Su razón de ser no fue otra que la necesidad que detentaba la vallisoletana Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de contar con un paso propio de esta iconografía al haber tenido que devolver el primitivo conjunto al Convento de San Agustín, su legítimo poseedor. Quién sabe si de no haber devuelto el paso no hubieran tenido también que renovarlo, ya que según palabras de Agapito y Revilla se encontraba “tan estropeado y maltratado, quizá, por lo que padecían las figuras al ser armado y desarmado”.
La Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno se fundó en el Convento de San Agustín el 16 de noviembre de 1596 según consta en su Regla, aprobada el 16 de mayo de 1600 por Bartolomé de la Plaza, primer Obispo de Valladolid, bajo el nombre de “Cofradía de la Cinta de Nuestro Padre San Agustín y Santa Mónica, de Nuestra Señora de la Consolación de Bolonia, Ánimas de San Nicolás de Tolentino y Jesús”. En las reglas y constituciones se establecía la obligación de que sus cofrades debían de “seguir fieles a Jesús con la cruz a cuestas”. La Cofradía se instalaría en una de las capillas de la iglesia conventual para celebrar sus cultos y guardar los pasos procesionales.

Con el paso del tiempo la cofradía y el convento tendrían diversas rupturas, siendo la definitiva la acaecida en 1676 con motivo del traslado de la cofradía a su propio templo penitencial sin haber avisado a los religiosos. Efectivamente, el Viernes Santo, 3 de abril, de ese año “salió la procesión de Viernes Santo de convento de San Agustín calzado, y se quedó en la ermita de Jesús nazareno con todos los pasos y estandartes y guiones”. Este hecho indignó enormemente al convento que decidió interponer un pleito a la cofradía, litigio que se resolvió a favor de los monjes. La sentencia condenaba a la cofradía a devolver los pasos al convento, al cual se reconoció como su legítimo poseedor. Viéndose privada de los pasos que hasta entonces procesionaba, la penitencial tuvo que encargar una reproducción de aquéllos. Para ello solicitó los servicios de los escultores vallisoletanos más importantes del último cuarto del siglo XVII: Juan de Ávila y Juan Antonio de la Peña. Los pasos a renovar eran el de Jesús Nazareno (desconocemos la autoría del actual Nazareno, que quizás se deba a Alonso de Rozas), el del Despojo, y el denominado paso grande de la Crucifixión (actual Sed Tengo), del cual solamente se reemplazó el Crucificado, que es el actualmente conocido como Cristo de la Agonía, tallado en 1684 por Juan Antonio de la Peña.
La composición del primitivo paso del Despojo, esculpido con anterioridad al año 1622, nos es conocida gracias a la descripción realizada en el contrato para el policromado del paso homónimo de la Cofradía de Nuestra Señora de la Misericordia de Medina del Campo, copia del vallisoletano. Desconocemos al autor del conjunto primitivo, verdadero “autor intelectual” del tallado por Ávila, aunque por las fechas en que tenemos constancia de su existencia, antes de 1622, quizás habría que situarlo en la órbita de Gregorio Fernández o de sus colaboradores. También se podría plantear la hipótesis de que a cargo de Fernández, absoluto renovador de la escultura procesional vallisoletana en el primer tercio del siglo XVII, corriera el diseño/modelo del paso, mientras que uno de sus oficiales de confianza o discípulos fuera el autor material del mismo. Desconocemos el destino que tuvieron las esculturas del primitivo paso.

El autor del conjunto medinense fue el escultor local Melchor de la Peña, el cual lo tenía finalizado en el año 1629. Nada se ha conservado de aquél. El paso era idéntico al primitivo vallisoletano tanto en la composición como en el número de personajes. Sirva como ejemplo la descripción del Cristo medinense: en las condiciones para el policromado se dice que debía de dársele “encarnación mate y ha de estar maltratado en codos rodillas y espaldas, con sus desollones, puestos como en Valladolid”. Según el referido contrato las imágenes que formaban el primitivo conjunto vallisoletano eran: Cristo, el sayón de la lanza, el sayón que barrena, el sayón que quita la vestidura y el sayón del azadón; es decir, poseía un sayón más que el paso actual, el cual, además, representaba la acción principal del paso: arrancar la túnica, pegada a las heridas, al redopelo (expresión utilizada para nombrar este paso, aludiendo a un violento tirón). De las condiciones del contrato se deduce que el vestido, además de estar ya en manos del sayón, sería de tela puesto que Cristo debía estar “maltratado en codos y rodillas y espaldas con sus desollones puestos como en Valladolid y la llaga de las espaldas ha de ir con su corcho y sangre cuajada”.
La Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno procesionaria este antiguo paso hasta 1677 año en que, como hemos visto, el Convento de San Agustín sale victorioso del juicio contra la penitencial y recupera la propiedad de los pasos procesionales. Fue entonces cuando la cofradía se decide a encargar uno para suplirle. El 21 de febrero de 1678 comienzan las gestiones para “que se hiciese un paso nuevo en lugar del Despojo (…) y se trajo un modelo o traza del paso hecho por Juan Antonio, Maestro escultor de esta ciudad”. La intención de la cofradía era tenerlo acabado en poco tiempo para así procesionarlo en la Semana Santa de ese mismo año, tiempo a todas luces insuficiente. El referido Juan Antonio no es otro que Juan Antonio de la Peña, el cual modeló un boceto que no debió gustar a la cofradía o bien que el precio solicitado por el imaginero gallego era excesivo. Sea como fuere, cinco días después se trató en cabildo la oferta presentada por nuestro escultor, asimismo cofrade de la penitencial. Ávila se obligaba a realizar “el paso nuevo que en el cabildo antecedente estaba propuesto hacer que lo haría. Y como otro de su arte. Y con más comodidad”. A cambio solicitaba que se le reservase de los oficios menores y que, además, se le nombrase diputado de la misma. El día 5 de marzo la cofradía decidió aceptar la oferta de Ávila y se comisionó a los alcaldes de la cofradía y a Francisco García Carrión para que rubricaran el contrato con Ávila.

Hasta que se documentó la autoría del paso siempre se barajó la posibilidad de que hubiera sido hecho por algún escultor de la órbita de Gregorio Fernández, no descartando tampoco que lo hubiera tallado el propio maestro. No debe extrañarnos este hecho ya que ha sido bastante usual en Castilla atribuirle cualquier escultura o paso que gozara de cierta calidad. Efectivamente, en el caso de nuestro paso al menos ha habido dos atribuciones, las realizadas por Martí y Monsó y por Agapito y Revilla. Mientras que el primero sostenía que el paso había salido de la propia “Factoría Fernández”, el segundo afirmaba que fue realizado por “discípulos y contemporáneos de Gregorio Fernández, por creer que si en esas esculturas puso la mano el maestro, lo hizo con mucha parquedad de trabajo”. Además, para Agapito y Revilla no había ninguna duda de “que el estilo, la escuela del maestro, seguía; se conservaba fresco el recuerdo y se trataba de continuar su arte, pero sin poder llegar a él”. Finalmente consideraba que las esculturas del paso seguían “las influencias y tendencias de Gregorio Fernández; pero separándose ya mucho del maestro y, lo que es peor, bajando el mérito de su inspiración y arte. De la técnica no hay para qué hablar, que aquella morbidez y suavidad en los desnudos, aquel realismo en la expresión, aquel acentuado claro oscuro de los ropajes, terminaron en estas tierras al bajar Fernández al sepulcro”. En cualquiera de los casos lo fechaban en el primer tercio del siglo XVII.
La construcción del paso se dilató más de lo pensado puesto que no sólo no estaría acabado para ese mismo año, sino que no estuvo listo para procesionarse hasta la Semana Santa de 1680. Durante los dos años en que se ausentó la representación del Despojo su posición en la procesión nazarena fue ocupada por unos estandartes. Así, tras el paso de Jesús Nazareno y un claro de cruces venían “los estandartes que habrán de ocupar el puesto del paso del Despojo”. Ya en la planta procesional del año 1680 se le cita como “paso nuevo”.

Fotografía obtenida en internet, créditos a quien corresponda
El conjunto salido de las gubias de Ávila no es una copia idéntica al que anteriormente procesionó la cofradía, el devuelto al Convento de San Agustín, puesto que en esta nueva composición no figuran ni el sayón de la lanza ni el que arrancaba de un tirón (a redopelo) la túnica a Cristo. Este último ha sido suplido por una túnica de tela tirada a los pies de Cristo. Asimismo se añadiría uno que no existía con anterioridad: el sayón que tira de la soga, cuya inclusión se deberá al importante significado que poseía la maroma para la cofradía ya que en un cabildo celebrado en el año 1603 se acordó que todos los cofrades “por humildad se lleven soga a la garganta”. Los otros dos sayones fueron reproducidos con total fidelidad tanto en lo que respecta a la postura como en el físico. Así lo comprobamos en las condiciones para policromar el paso de Medina del Campo: “el que barrena ha de llevar barba y cabello entrecano (…) y el del azadón la encarnación algo moreno encendido, bigotes castaños y el cabello más negro”.
La sincronía de los sayones de la barrena y el azadón con los del primitivo conjunto llevó a Filemón Arribas a sopesar la posibilidad de que Juan de Ávila solamente tallara el Cristo y el sayón de la soga. Esta opción queda totalmente descartada por dos razones: primero, porque Ávila presenta un modelo completo y, segundo, porque estilísticamente los tres sayones denotan la misma mano. Según Hernández Redondo los tres sayones son hermanos en estilo, tienen “unidad tanto en la composición general como en los detalles de acabado”. Asimismo, señala que la rudeza de los rostros se aleja de la producción conocida del escultor, el cual suele dotar a los rostros de cierta blandura. Creo que llegados a este punto hay que pensar que esta rudeza quizás se deba a un motivo que apuntamos antes: el de dotar a los sayones de la máxima fealdad. También hay que tener en cuenta que estas esculturas son las más antiguas que conocemos de su mano, por lo que hay que entender que su estilo “clásico” no estaría plenamente configurado, siendo, asimismo, deudor, en parte, de su etapa formativa. Además, el tener que realizar una copia más o menos exacta de un paso anterior le obligaría a sacrificar su estilo en pos de la imitación. Años después le ocurrirá otro tanto al tener que copiar el San Pedro en cátedra que Gregorio Fernández había tallado décadas antes para el desaparecido convento franciscano del Abrojo.

Los tres sayones, concebidos de manera monumental, poseen un gran naturalismo, si bien pecan de tener unas anatomías algo secas y rígidas. Están completamente tallados en madera, careciendo por completo de postizos. Seguramente el Cristo original del paso los tuviera, al igual que los posee el Cristo del Despojo realizado por Claudio Cortijo, dado que las imágenes que se destinaban al culto diario en la iglesia debían de poseer un mayor verismo que moviera a la devoción. Las vestimentas poseen unos paños muy blandos y redondeados, si bien en ocasiones se percibe cierta dureza, como pueden ser los de las mangas del “barrena”. Es de destacar el magnífico modelado de las caras, sobre todo de la del sayón de la soga, en la cual capta a la perfección las numerosas arrugas que surcan su rostro.
Los modelos utilizados por Juan de Ávila a la hora de concebir los sayones fueron los judíos vallisoletanos. Siempre se ha señalado la inspiración que proporcionaban los rasgos de la raza judaica (nariz corva y barba puntiaguda) a los imagineros del siglo XVII. Los tipos escogidos sobresalen por su fealdad, nota característica a la hora de representar a los sayones en los pasos procesionales, lo que provocaba la irrisión y el odio del público, el cual en alguna ocasión llegó a apedrearlos. La fealdad estaba asociada a la maldad, cuanto más horribles y deformes eran los personajes peor condición encarnaban.

A pesar de que los sayones de este paso han sido siempre minusvalorados y considerados como los peores de toda la serie vallisoletana, cuenta Palomino que un inglés ofreció casi 100 doblones por la cabeza de uno de ellos, negocio que por suerte no se llegó a concretar. También en ocasiones se ha aludido a la flojedad de la composición, más si la comparamos con otros pasos de nuestra Semana Santa. Hemos de tener en cuenta que Ávila debía de idear una disposición que pudiera ser contemplada desde múltiples puntos de vista, lo que implicaba situar a los sayones de tal manera que no estorbaran la visión de la figura principal, pero que a la vez el espectador tuviera una idea global del tema desarrollado en el conjunto procesional. No cabe duda de que Juan de Ávila a pesar de que copiaría con bastante fidelidad el paso primitivo se vería auxiliado de estampas y grabados. Para este caso en concreto manejaría dibujos que representaran el “Enclavamiento”, como por ejemplo uno realizado por Durero en el cual un sayón barrena la cruz en una postura similar a la dispuesta por Ávila en el paso. Otra fuente de la que pudo beber fue el lienzo de El Expolio del Greco, en el que aparece el “barrena” en primer término. Para Hernández Redondo estas mismas fuentes fueron las que utilizó Felipe Gil de Mena para su lienzo Cristo y la Virgen intercesores por la humanidad, conservado entre los fondos de la Diputación Provincial de Valladolid.

Felipe Gil de Mena. Cristo y la Virgen intercesores de la humanidad (Diputación de Valladolid)
A lo largo del tiempo tanto el Cristo Despojado como los sayones sufrieron numerosos reparos debido a las desperfectos, mayores en el caso de estos últimos dado que todo el año, salvo la Semana Santa, eran apilados de cualquier manera en los cuartos de las penitenciales Así, la imagen de Cristo fue recompuesta en 1734 por el escultor Antonio de Gautúa, y en 1700 el pintor José Díez de Prado retocó la policromía de los sayones, los cuales fueron nuevamente pintados en 1795 por Ramón Olivares. En el año 2000 el paso fue completamente restaurado por el Museo Nacional de Escultura, lo que ayudó a recuperar la rica y colorida policromía original.
A raíz de la decadencia de la Semana Santa vallisoletana a mediados del siglo XVIII muchos pasos procesionales dejaron de desfilar, otros se simplificaron, caso del de la Oración del Huerto, dado que en ocasiones no había hombres suficientes para transportarlos, con lo que ello implicaba: el almacenamiento de las figuras secundarias en lugares poco adecuados. No todas las imágenes que conformaban los pasos procesionales corrieron la misma suerte: mientras que las titulares seguirían dispuestas en los altares de las iglesias para el culto diario, las que formaban parte del historiado (sayones, personajes secundarios, cruces, etc…) se almacenaron sin ningún cuidado en los sótanos de las penitenciales, lo que a la postre contribuyó a su deterioro y, en algún caso, a su desaparición. La Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid quiso poner freno a este deterioro. Así, en 1842 decidió recoger las figuras del historiado, pasando estas a engrosar los fondos del recién creado Museo Provincial de Bellas Artes.

A pesar de que en el museo las tallas estarían mejor cuidadas hubo un problema: las esculturas se hallaban desordenadas y sin catalogar. Todo cambió en la década de 1920 en la que se produjo un resurgimiento de las procesiones vallisoletanas, lo que trajo consigo la reconstrucción de los antiguos pasos procesionales. El principal encargado de dicha tarea fue Juan Agapito y Revilla, el cual se encontró con la dificultad de que las imágenes provenientes de las diferentes penitenciales estaban mezcladas con el resto de esculturas del Museo, con lo cual la tarea que se le presentó fue bastante ardua. Poco a poco consiguió resultados, no sin algunas pequeñas confusiones, hasta que llegó al paso del Despojo, en el cual cometió un grave error: incluyó un sayón (conocido como sayón “de la guedeja”) perteneciente al paso de La Flagelación del Señor de la Cofradía de la Pasión. El sayón en cuestión, uno de los azotadores del Cristo atado a la columna, al tener un brazo extendido pensó que era el que estaba arrancando las vestiduras al Señor (como ocurría en el paso primitivo, motivo que pudo inducir a error a Agapito y Revilla). 

Otra de las intervenciones llevadas a cabo por Agapito y Revilla para la reconstrucción del paso fue la incorporación de una nueva imagen de Cristo despojado ya que la titular permanecía al culto en el retablo de su penitencial (como veremos más adelante la escultura original tallada por Ávila se quemó durante un incendio acaecido en la iglesia penitencial en el año 1799, y la hizo nueva dos años después Claudio Cortijo). Finalmente decidió incorporar a la escena un Ecce Homo, atribuido a Francisco Alonso de los Ríos, conservado en el actual Museo Nacional de Escultura, titulado “Cristo próximo a la Crucifixión”, proveniente del Convento de los Agustinos Recoletos. Una vez finalizada la reconstrucción, Agapito y Revilla se refirió a él como el “más flojo de composición de todos los reconstituidos; pero las figuras no se prestan a más de lo que se ha hecho”.

Años después el paso sufrió ciertas modificaciones ya fuera en la disposición de las esculturas en el tablero (una de ellas, para mí la más acertada, en aquella en la cual Cristo ocupaba la parte delantera del paso, estando situados tras de él los sayones), o por los cambios de la figura del Cristo, ocupando este puesto durante algunos años la imagen titular tallada por Cortijo. La disposición actual es: en la parte delantera del paso, a la izquierda el “barrena” perforando la parte inferior de la cruz, a su derecha el sayón de la azada; en la parte posterior, a la izquierda Cristo y a la derecha el sayón que le sujeta con una cuerda. La ausencia de otros personajes en la escena, como pudieran ser la Virgen, San Juan o la Magdalena incrementa el sentimiento de angustia en el espectador al ver al Redentor tan solo acompañado por los sayones.

Imágenes del paso procesional ya con el Cristo de Claudio Cortijo que copia el original de Juan de Ávila, desaparecido
El primitivo paso nazareno del Despojo, como ocurrió con otros muchos vallisoletanos, se convirtió en el modelo para una amplia serie de copias y réplicas que inundaron toda Castilla. Una de las primeras reproducciones, si no la inicial, fue la que el escultor Antonio de Amusco talló en 1621 para Villalón de Campos. Este conjunto lo integraban Cristo y dos sayones, el que le quitaba la túnica y el que barrenaba la cruz. Estas tres imágenes componen lo que podíamos llamar la composición más básica de esta escena. A este grupo seguirían el de Melchor de la Peña para la Cofradía de la Misericordia de Medina del Campo (1629), los de Manuel Borje para Medina de Rioseco (1665) y Benavente (1668), el de Francisco Díez de Tudanca para los Nazarenos de León (1674), y los de Palencia, Sahagún y Villada. El último de ellos fue la copia que Juan de Ávila realizo para los Nazarenos vallisoletanos con objeto de sustituir al primitivo paso que tuvieron que devolver al Convento de San Agustín. Por desgracia hemos perdido la mayoría de ellos, tan solo conservamos, de forma total o parcial, los de Valladolid, Sahagún y León.

El Despojo de la localidad leonesa de Sahagún
A continuación, pasamos a analizar las esculturas que componen el grupo procesional:

CRISTO DESPOJADO
Desconocemos por completo como era el Cristo Despojado (167 x 80 x 46 cms.) tallado por Juan de Ávila ya que no poseemos ninguna descripción ni testimonio gráfico. Para imaginarnos como pudiera haber sido esta imagen tenemos dos “fuentes”, ya que el resto de “Expolios” o “Despojos” han desaparecido: el Cristo del Despojo tallado por Claudio Cortijo tras la destrucción del de Juan de Ávila y el que el maestro de este último, Díez de Tudanca, tallara en 1674 para la Cofradía de Jesús Nazareno. Viendo estos dos podríamos imaginar que el ejemplar de nuestro escultor presentaría a Jesús de pie, con la pierna derecha adelantada. La cabeza levemente inclinada hacia delante y mirando a su derecha. Los brazos extendidos en actitud de súplica. Anatomía completamente al descubierto a excepción del paño de pureza, anudado también al lado derecho. Policromía que hace poco hincapié en la sangre, es un Cristo poco “maltratado”. Es probable que a los pies estuviera arrojada una túnica de tela. A todo ello podríamos añadir la descripción que se hace del paso de Medina del Campo, copia del vallisoletano, en el contrato para su policromado: “Es condición que la figura del santísimo cristo ha de ser la encarnación mate y ha de estar maltratado en codos rodillas y espaldas, con sus desollones, puestos como en Valladolid, y la llaga de las espaldas a de ir con su corcho y sangre cuajada, el paño dorado y rajado, y sus cardenales con limpieza y los ojos de cristal. Y en el cuerpo derramada alguna sangre en parte que convenga y el cabello de color de avellana madura con su claro y oscuro”.

CLAUDIO CORTIJO. Cristo del Despojo (1801, Iglesia penitencial de N.P. Jesús Nazareno de Valladolid)
FRANCISCO DÍEZ DE TUDANCA. Cristo del Despojo (1674. Cofradía de los Nazarenos de León). Fotografía de Pablo Martínez
El único dato cierto que tenemos que es ocupaba el retablo colateral del evangelio de la iglesia penitencial de N. P. Jesús Nazareno. Ignoramos el autor de los primitivos retablos colaterales, los segundos sabemos que fueron hechos en 1706 por el acreditado ensamblador Blas Martínez de Obregón. Tanto el Cristo del Despojo como su retablo desaparecieron en el transcurso del pavoroso incendio acaecido en la iglesia penitencial en el año 1799. En cabildo celebrado después de la procesión del Corpus de 1801 se delegó al pintor Anastasio Chicote y al escultor, ensamblador y tallista Eustaquio Bahamonde (1757-1830/1837), la gestión para realizar una nueva imagen de Cristo que sustituyera a la malograda de Ávila. El encargado de tal tarea fue el mediocre escultor vallisoletano Claudio Cortijo, si bien debía de seguir puntualmente el modelo elaborado por el escultor y tallista Pedro León Sedano. La policromía corrió a cargo de Anastasio Chicote, mientras que las tres potencias de plata de la cabeza fueron confeccionadas por el platero Manuel Torices. El resultado fue un Cristo que aún mantiene las formas barrocas pese a lo avanzado de la fecha (1801), siendo uno de los últimos ecos de este periodo. También hubo necesidad de sustituir la mayoría de los retablos. En el caso que nos ocupa no fue hasta 1811 cuando los hace el ensamblador José Bahamonde, último miembro de una extensa familia de escultores, ensambladores y tallistas. Se trata de un sencillo retablo neoclásico formado por un solo cuerpo flanqueado por dos columnas corintias. En el entablamento figura una grisalla efigiando a la Sagrada Familia, a ambos lados, ángeles de escultura.

JOSÉ BAHAMONDE. Retablo del Cristo del Despojo (1811. Iglesia penitencial de N.P. Jesús Nazareno)
El Cristo tallado por Cortijo procesionó desde el momento de su ejecución hasta la desaparición de las procesiones a finales del siglo XIX. Posteriormente, desfiló de manera intermitente durante el siglo XX: en un principio presidiendo el paso para el que fue realizado y posteriormente, en la procesión de regla de la cofradía, de manera individual.
El Ecce Homo, que hace las veces de Cristo del Despojo, que actualmente preside el paso, y que como hemos visto fue el utilizado por Agapito y Revilla para la reconstrucción del paso, está atribuido al escultor vallisoletano Francisco Alonso de los Ríos, el cual debió tallarlo hacia el año 1641. La escultura, que posiblemente fue sufragada gracias a las limosnas del hermano Andrés de San Nicolás, procede del altar mayor de la capilla del Ecce Homo del desaparecido Convento de Agustinos Recoletos, desde donde fue trasladado, a raíz del proceso desamortizador, al Museo Provincial de Bellas Artes. La escultura ofrece una gran similitud con la imagen homónima que, procedente de la iglesia de San Juan de Letrán, se expone en el Museo Diocesano y Catedralicio. Ambas han compartido funciones procesionales sin haber sido creadas con ese fin, esta última talla fue alumbrada durante muchos años en la noche del Miércoles Santo por la Cofradía de las Siete Palabras en la denominada Procesión de Paz y Reconciliación. Aunque durante muchos años esta última imagen también estuvo atribuida a Francisco Alonso de los Ríos en la actualidad se ha optado por relacionarla con Alonso de Rozas.

ALONSO DE ROZAS (atrib.). Ecce Homo (Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid)
Ambas esculturas parecen estar inspiradas en el Ecce Homo que Gregorio Fernández tallara por mandato de don Bernardo de Salcedo, cura de la iglesia de San Nicolás, el cual también se conserva en el Museo Diocesano y Catedralicio.
GREGORIO FERNÁNDEZ. Ecce Homo (h. 1612-1615. Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid)

SAYÓN DEL AZADÓN
El sayón del azadón (185 x 74 x 92 cms.) copia el modelo del primitivo paso, ya que en el contrato de copia que se encarga para Medina del Campo se especifica que “el del azadón ha de llevar la encarnación algo moreno encendido, bigotes castaños, y el cabello más negro, montera verde con forro amarillo, ropilla azul, forro dorado, calzones rosados, con los forros naranjados, medias caídas verdes, zapatos negros, medias amarillas, con su azadón de color de yerro, petrina con yerros pavonados, el puñal al natural…”.
Aparece de pie, con una pierna adelantada, como haciendo el movimiento para encorvarse y comenzar a cavar el hueco en el que se sujetará el sagrado madero. Con las dos manos ase con fuerza el azadón que le da nombre. Hubiera sido más correcto para representarle de una forma más natural el que apareciera más encorvado, y es la figura más rígida del conjunto. Viste chaqueta marrón con pespuntes azules y pequeños motivos rojos; las mangas las tiene recogidas lo cual permite ver la camisa rosa. Le cruza el pecho un cinturón negro y dorado que no parece tener función alguna. La cabeza se encuentra tocada por un extravagante gorro, que en las citadas condiciones se nombra como “montera”. Calzas con rayas horizontales multicolores hasta la rodilla que ocultan otras ropas, y finalmente unas botas altas. Es un personaje del todo estrafalario en su forma de vestir. Muestra un gran exotismo, como prueba el turbante y el gran colorido de los ropajes.

Fotografía obtenida de la web del Museo Nacional de Escultura
Éste sayón es muy distinto a los otros en su físico; su rostro y su complexión tan atlética parecen haberse inspirado en un hombre de origen africano, quizás en la de algún esclavo que hubiera en la ciudad, puesto que la esclavitud era aún algo bastante común. La inclusión de un personaje de raza negra pudo estar motivada para aludir a la maldad, encarnada en dichos sayones, o bien para referirse a que el padecimiento de Cristo fue para redimir los pecados de todo el mundo, es decir, de todas las razas.
Hay que destacar que este sayón fue exhibido en la sala nº 14 de la Exposición Histórica-Europea de 1892. Esta sala fue en la que expusieron sus mejores obras las Comisiones de Monumentos de Huesca y Toledo, diversas instituciones de Valladolid, el museo provincial de Guadalajara, la Junta provincial del Centenario en Sevilla y el Cabildo de la catedral de Burgos. Esta exposición, al igual que la Histórico-Americana, tuvo lugar con motivo de la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América. La presente exposición, desarrollada en la planta alta del entonces Palacio de Biblioteca y Museos, fue inaugurada el 11 de noviembre de 1892.

Exposición Histórica-Europea de 1892. Sala 14. En ella podemos ver obras muy conocidas del arte vallisoletano

SAYÓN DEL BARRENO
El sayón (115 x 82 x 145 cms.), popularmente conocido como “el barrena” (debido al instrumento que porta) figuraba también en el primitivo paso de la cofradía. En el contrato para el policromado del conjunto medinense se le describía como con “encarnación plomada, barba y cabello entrecano, valona algo azulada coleto imitando al natural de ante guarnecido con tres pasamanos contrahechos por el natural encarnado; los calzones de color violeta o morado las cuchilladas doradas y rajadas y en las puntas por el natural, su barrena del color del yerro”. Aparece arrodillado, mirando desafiante al espectador, apoyando la rodilla derecha en la cruz para hacer más fuerza y que el barreno, que sujeta con las dos manos, penetre en la madera de la cruz con mayor facilidad. Es la maldad personificada dentro del paso, en clara contraposición con la figura de Cristo. Es sin duda el sayón más feo y grotesco del conjunto. Si bien la figura está bien compuesta los pliegues de los brazos no están muy logrados, además de ser bastantes duros para lo que nos tiene acostumbrado nuestro escultor. Ávila efigia a este esbirro con una prominente calvicie, tan solo detenida gracias a unas originales patillas. Nariz muy prominente, ojos casi saltones, desdentado, labios muy gruesos y bigotes muy característicos, mentón rehundido y frente arrugada. Las patillas, el bigote y el cabello son canosos. Viste chaleco azul con varios botones desabrochados, lo que deja entrever el pecho velloso. Por debajo un blusón de color rojizo, del que solo podemos ver las mangas, asimismo abotonadas. Además, por la parte trasera se le sale la camisa. Calzón color ocre hasta las rodillas, zapatos marrones y calzas rojas con una especie de motivo decorativo.

“El barrena” es un personaje popular en la escultura castellana, los antecedentes se remontan a Juni. Señala Martín González que este personaje es muy habitual en la pintura, siendo uno de sus precedentes uno de los personajes que figuran en un grabado de la Crucifixión, obra de  Durero, y que posteriormente utilizará El Greco para su Expolio.

DOMENIKOS THEOTOKOPOULOS "EL GRECO": El Expolio (1577-1579, Catedral de Toledo)

SAYÓN DE LA SOGA "EL BIZCO"
El sayón de la soga (182 x 80 x 117 cms.) es el único de los sayones que debemos completamente a Ávila, en el sentido de que no está copiado del paso precedente, sino que posee una iconografía diferente. Viene a sustituir al que amenazaba a Cristo con una lanza. En este caso le agrede poniéndole una soga al cuello y tirando de él. El motivo de su inclusión puede deberse al simbolismo que, como hemos dicho, tenía la soga para la Cofradía de N. P. Jesús Nazareno, dado que en un cabildo del año 1603 se acordó que por humildad llevaran en procesión la soga a la garganta.
El sayón de la soga es, para mí el de mayor calidad del conjunto, al menos en lo que respecta a la composición del rostro. Se caracteriza por la blandura de sus pliegues, levemente curvados, que en nada se parecen a los de su compañero “el barrena”. Representa a la perfección a un hombre de raza judaica: nariz curva y aguileña y barba puntiaguda. En este sayón veremos la característica forma de Ávila de tallar el pelo en masas compactas y las barbas, en este caso perilla, con bucles. Buen estudio de calidades en lo que respecta a las arrugas que surcan su rostro. Cabeza cubierta por un estrafalario gorro de colores, en cuya parte superior hay botones. Viste chaleco amarillo con numerosas aberturas cerradas por lazos azules, mangas verdes. Pantalón rojo hasta la rodilla, con aberturas a los lados. Botas negras. Ciertamente, su vestimenta es, al igual que la de sus compañeros, estrafalaria y exótica. Gusta Ávila de introducir numerosos detalles que enriquezcan los atavíos de sus malvados. Al igual que veíamos con “el barrena” destacan por su originalidad las patillas, partidas y llenas de rizos.



BIBLIOGRAFÍA
  • ARRIBAS ARRANZ, Filemón: La Cofradía Penitencial de N.P. Jesús Nazareno de Valladolid, Imprenta y librería Casa Martín, Valladolid, 1946.
  • BALADRÓN ALONSO, Javier: Los Ávila: una familia de escultores barrocos vallisoletanos [Tesis doctoral], Universidad de Valladolid, Valladolid, 2016.
  • BURRIEZA SÁNCHEZ, Javier: Cinco siglos de cofradías y procesiones: Historia de la Semana Santa en Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2004.
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Patrimonio perdido: Conventos desaparecidos de Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 1998.
  • GARCÍA CHICO, Esteban: Valladolid: Papeletas de Historia y Arte, Gráficas Andrés Martín, Valladolid, 1958.
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  • MARTÍ Y MONSÓ, José: Estudios histórico-artísticos relativos principalmente a Valladolid: basados en la investigación de diversos archivos, Imprenta de Leonardo Miñón, Valladolid, 1898-1901.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959.
  • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: “Precisiones sobre los Bahamonde”, B.S.A.A., Tomo LV, 1989, pp. 343-361.
  • PÉREZ DE CASTRO, Ramón y RUBIO DE CASTRO, Alfonso (coord.): Hermandad de Nuestro Señor de la Desnudez. Medina de Rioseco. Valladolid, Gráficas Iglesias, Palencia, 2010.
  • RÉAU, Louis: Iconografía de la Biblia. Nuevo testamento, Ed. del Serbal, Barcelona, 2000.
  • REDONDO CANTERA, María José: Los Bahamonde, una familia de artistas dedicados al retablo en Valladolid y Palencia: desde el Barroco Tardío hasta su disolución, Xunta de Galicia, 2002, pp. 287-316.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “Gregorio Fernández en el Convento de Scala Coeli del Abrojo”, Boletín del Museo Nacional de Escultura, nº 3, Valladolid, 1998-1999, pp. 23-32.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “Un Ecce Homo de Gregorio Fernández”, B.S.A.A., Tomo XXXVIII, 1972, pp. 554-556.
  • VV.AA.: Pasos restaurados, Museo Nacional de Escultura, Valladolid, 2000.

CASAS Y PALACIOS CONSERVADOS: LA CASA DE LOS CONDES DE BUENDÍA O DE LOS ZÚÑIGA

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En la calle Juan Mambrilla, nº 14, antigua calle de Francos, se encuentra una de las edificaciones civiles más vetustas que aún conserva Valladolid, si bien ha sido muy modificada. Se trata de la Casa de los Zúñiga o de los Condes de Buendía, actual sede del Centro Buendía y del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Valladolid. Para su estudio arquitectónico es fundamental el libro de Juan Carlos Arnuncio, mientras que para el histórico es indispensable el de Jesús Urrea; ambos los encontrareis en el apartado de bibliografía.
La presente casa es uno de los primeros ejemplos de arquitectura doméstica del renacimiento vallisoletano. Tradicionalmente esta casa de los condes de Buendía venía siendo identificada con la vivienda en que pasó su última noche, antes de ser ajusticiado, el condestable don Álvaro de Luna. Sin embargo, como ya demostró Urrea, su última morada fue la casa que perteneció más tarde al conde de Osorno y que se hallaba situad en la misma calle, casi enfrente de esta del conde de Buendía.

Ubicación de la casa de los Condes de Buendía en el mapa de Ventura Seco (1738)
Se trata de una casa del último tercio del siglo XV. Se encuentra remetida en la calle, formando plazoleta, lo que ayuda a valorizar el edificio, asimismo este retranqueamiento le da un carácter áulico. El exterior no ha perdido el aislamiento de la vivienda medieval; por eso los vanos son escasos. En el centro de la fachada está la portada con su arco de medio punto, que se perfila al modo gótico, con borde de baquetones, y encajándose dentro de un alfiz, que mantiene escudos picados en las albanegas. La decoración geométrica de la fachada parece ser de principios del siglo XX.
La casa utiliza un mecanismo repetido en este tipo de edificios consistente en dotar de tres plantas a la calle y únicamente dos al patio interior en ese intento de cualificar su imagen al exterior. El patio tiene dos corredores, faltando el del lado Sur, que es muro corrido, y el del lado Este, que es tapia. Es uno de los pocos ejemplares de patio abierto. Los pilares son octogonales, de capitel poliédrico liso, del tipo de Santa Cruz, pero sin bolas, recibiendo zapatas mudéjares, cuyos perfiles se presentan con hojas punteadas. Las galerías van un poco voladas sobre viguería, que se ornamenta en sus extremos mediante canes de corte gótico mudéjar. La escalera es de ángulo, y aunque ha sido modernizada, conserva un tipo claustral. En el centro del patio hay un pozo con su brocal de piedra.

Los Reyes Católicos en 1474 concedieron el título de conde de Buendía a don Pedro de Acuña, cuya familia procedía de Portugal y se estableció en Castilla en tiempos de Enrique III. Los condes de Buendía poseyeron en Valladolid varias casas (unas se encontraban situadas en la plaza de Santa María -hoy Plaza de la Universidad- y las otras en la calle de Francos -hoy calle Juan Mambrilla-), las cuales se hallaban comunicadas entre sí por un amplísimo jardín interior, tal y como se observa en el mapa de Ventura Seco.
Las casas más modernas eran las situadas en la plaza de Santa María, según se expresa en 1587 cuando, al vender los herederos de Bernaldino de Santodomingo sus casas en la plaza de la Iglesia mayor, se afirma “que lindan con las casas que al presente edifica el conde de Buendía”, refiriéndose a don Juan de Acuña Padilla, VI conde, comendador de Yeste y Taivilla en la orden de Santiago, gentilhombre de cámara y sumiller de Felipe II.
Las primitivas casas de la familia, que ya existían en 1482, se hallaban en la entonces denominada calle de Francos, pues al morir el VI conde en 1592, su hijo y heredero don Juan de Acuña, del Consejo supremo de S.M., tomó posesión “de las casas y lo a ellas pertenecientes que dicho don Juan de Acuña dejó en la villa de Valladolid, en la calle de Francos, las que hubo y heredó del conde don Fadrique, su padre”; este último había fallecido en 1558 después de haber estado casado con doña María de Acuña y Padilla.

En 1601 se dice que el VI conde “hizo y fabricó un cuarto a las espaldas de sus casas que son del señor don Juan de Acuña, del Consejo Supremo y de la Cámara de S.M., su hijo, con su jardín y casa de jardinero y el dicho cuarto y jardín y casa del jardinero corresponde y mira a la plaza de Santa María de esta ciudad y está en la calle de la Parra de ella y revuelve a la calle que llaman de Ruiz Hernández”. Don Juan tuvo que compartir esta última propiedad con su tío materno don Álvaro de Córdoba satisfaciendo ambos el censo que el Cabildo poseía sobre el dominio de la misma. En 1612, don Juan Acuña, notario mayor de León, fue creado marqués de Vallecerrato.
En 1634 su descendiente don Martín Vázquez de Acuña y Guzmán, marqués de Vallecerrato y Palacios, vizconde de Santarén, tenía alquiladas, desde 1629, “las casas principales de los dichos señores marqueses que son en la calle de Francos”, a don Diego Rodríguez Valtodano, del Consejo de S.M. y oidor presidente de la Chancillería de Valladolid, invirtiéndose diversas cantidades en su reparación y mantenimiento del jardín y su noria y aún continuaba alquilada en 1642, en este momento, a don Diego de Loaísa del Consejo de S.M. y oidor de la Chancillería.
Cuando en este último año la comunidad de frailes trinitarios descalzos pretendió instalar su convento en la calle de Ruiz Hernández, en la información que se hizo para apoyar su pretensión se subraya que las únicas casas importantes que había entonces en la parroquia de la catedral eran las del Conde de Buendía “y aún las del conde de Buendía la puerta principal no la tienen a la dicha parroquia sino a la de la Antigua”, es decir en la calle de Francos.

En 1728 al hablarse de las casas del mayorazgo de Villamayor, por entonces pertenecientes al conde de Campo Rey, situadas junto  las del conde de Osorno, que en ese momento poseían ya lo duques de Alba, se dice que estaban “en la calle de Francos frente de otra que fue del conde de Buendía”. Efectivamente, a  fines del siglo XVIII, al no satisfacer los réditos censuales los condes de Buendía, el Cabildo de la catedral se hizo con la posesión de la casa, alquilándola a partir de entonces a diversos particulares.
Canesi, hacia 1740, al hablar de los condes de Buendía sitúa sus casas en la Plazuela de Santa María y afirma que en ese momento “son hoy del Cabildo Mayor”. Floranes escribía en torno a 1790 que la casa del conde de Buendía situada “en la calle de Francos (es) la mayor casa palacio que hay en ella, con salida a la plazuela de Santa María; la cual es hoy del Cabildo de la Santa Iglesia, y la quiso comprar el señor Obispo Cosío para palacio episcopal, y no se compuso porque querían por ella más de lo en que se tasase por dos maestros que era lo que el Ilmº les ofrecía dar (…) con que se quedó sin palacio la dignidad”.
Don Laureano Rojo de Norzagaray, magistrado de la Audiencia, compró en 1846 al Cabildo catedralicio, por 109.100 reales, una casa en la calle de Francos nº 19 moderno, 10 antiguo, que se identifica con la que “linda por la derecha con otra que habita el Ilmº Sr. D. Joaquín Tarancón, por la izquierda con otra que habita don Leopoldo Galán, cuyas casas pertenecen al citado Cabildo; por lo accesorio con casas de la calle de Ruiz Hernández y corral y patio de las casas del doctor D. Pelayo Cabeza de Vaca, por la cual casa tiene la servidumbre de entrada y salida por la plazuela de Santa María”. Constaba de habitaciones altas y bajas, patio, corrales y noria, constando su superficie de 24.254 pies cuadrados.

La casa de la calle de Francos, señalada en 1863 con el nº 24, pasó a ser propiedad de don Sabino Herrero Olea, casado con doña Candelaria Ruiz del Árbol, y se describe con “planta baja, entresuelo y principal y una superficie de 1.803 m2”. Limitaba por su derecha con la casa nº 22, que pertenecía a don José Antonio Pintó; por su izquierda, nº 26, con casa de don Gregorio Llano; y por su fondo con casas de la plaza de Santa María y calle de Ruiz Hernández, propias de los herederos de don Pelayo Cabeza de Vaca.
El edificio en la Plaza de Santa María perteneció a don Pelayo Cabeza de Vaca, alcalde de Valladolid en 1842, ocupó el mismo solar en donde los padres jesuitas instalaron en 1928 su residencia de estudiantes “Menéndez y Pelayo” la cual, modificada en la década de los cincuenta, subsistió en este mismo lugar hasta los años 80.
En la década de 1970 la adquiere el Ayuntamiento y durante unos años se establece un estado de abandono, sufriendo un progresivo deterioro hasta arruinarse casi su totalidad, desapareciendo el cuerpo posterior. Fue adquirida por la Universidad de Valladolid en 1988 y recuperada para dependencias de dicha institución. Cuatro años después, en 1992, fue restaurada por Juan Carlos Arnuncio y Valeriano Sierra. Su actuación fue tan positiva que les llevó a obtener en 1995 el Premio de Opinión del Colegio de Arquitectos de Valladolid y el Primer Premio de Rehabilitación de Castilla y León 1996.

BIBLIOGRAFÍA
  • ARNUNCIO PASTOR, Juan Carlos (dir.): Guía de arquitectura de Valladolid, IV Centenario Ciudad de Valladolid, Valladolid, 1996.
  • MARTÍN GONZALEZ, Juan José: La arquitectura doméstica del renacimiento en Valladolid, Imprenta Castellana, Valladolid, 1948.
  • URREA, Jesús: Arquitectura y nobleza: casas y palacios de Valladolid, IV Centenario Ciudad de Valladolid, Valladolid, 1996.

EL SAN JOSÉ CON EL NIÑO DE LA COFRADÍA DE N. P. JESÚS NAZARENO: LA OBRA MAESTRA DE MANUEL DE ÁVILA

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En la iglesia penitencial de Nuestro Padre Jesús Nazareno se halla una de las esculturas más descollantes e interesantes del barroco dieciochesco vallisoletano. Se trata del San José con el Niño que talló en 1730 el escultor pucelano Manuel de Ávila (1690-1733), último eslabón de la gran familia de artífices, la cual está compuesta por su hermano Pedro (1678-1755) e hijo de Juan de Ávila (1652-1702). Manuel de Ávila es el más desconocido, artísticamente hablando, de los tres artistas puesto que su catálogo es escuetísimo. Se formó en el taller de su hermano Pedro, de quien tomará ciertos estilemas y modelos que posteriormente él copiará, pero nunca literalmente. Uno de los modelos que tomó para sí de Pedro de Ávila es el de San José que éste había creado en la primera década del siglo XVIII y del que haría diferentes versiones, siendo la más perfecta la que talló en 1714 para la catedral vallisoletana
Pedro de Ávila. San José (1714. Catedral de Valladolid)
El 16 de febrero de 1730 el cofrade Pedro González expuso la conveniencia de que se hiciese “un San Joseph de bulto, del tamaño natural, con el Niño Dios en los brazos" para colocarle en el colateral del Evangelio, en correspondencia a Nuestra Señora de la Natividad que se encontraba en el de la Epístola. Seguidamente, González dio la noticia de que un cofrade escultor, Manuel de Ávila, se había ofrecido a realizarla gratuitamente “con todo primor por ser su habilidad bien conocida en esta ciudad”, si a cambio se le concedían honores de diputado; es decir, si se le eximía de servir el cargo de alcalde, así como otros cargos importantes dentro de la cofradía que le restarían mucho tiempo a la práctica de su oficio.
El cabildo consideró y discutió el ofrecimiento, valoró la efigie entre 800 y 1.000 reales y acordó que la realizase sin cobrar maravedí alguno, y cuando estuviera acabada se le otorgarían los honores solicitados. La propuesta llevaba aneja un traslado del Cristo del Despojo, que había de quitarse del colateral del Evangelio y situarse en un “retablico del cuerpo de la iglesia”, enfrente del de Nuestra Señora de la Soledad. La distribución de los altares quedó según muestra este grafico que publicó Arribas Arranz:
Casi un mes después, el día 5 de marzo, otro escultor, también cofrade (posiblemente se trate de Antonio de Gautúa, que desempeñó varios cargos dentro de la cofradía, incluso el de alcalde), quiso competir con Ávila y ofreció hacer el San José con la misma condición de que le dieran los honores de diputado; sin embargo, esta propuesta no prosperó y Ávila se hizo con el encargo.

Manuel de Ávila. San José con el Niño (1730. Iglesia penitencial de N. P. Jesús Nazareno)
El 22 de diciembre de 1730 se firmaba uno de los libramientos a favor del escultor, el cual tenía un valor de “veinte y cinco reales de vellón, resto de lo que se le tiene señalado por la Cofradía de Jesús para la fábrica del San Joseph que está haciendo para la iglesia”. Aún se dilató la ejecución de la escultura unos meses puesto que hasta agosto de 1731 no procedió a policromarla el maestro dorador y estofador Bonifacio Núñez, el cual percibió por esta tarea 150 reales y otros 10 reales “por lo dorado de la diadema”. En el inventario de 1752 ya figura descrito: “Un colateral tiene a San Joseph con su Niño, de cuerpo entero, del tamaño natural”.
Años después del gravísimo incendio que sufrió la iglesia en 1799 la cofradía tuvo que sustituir el retablo mayor y los colaterales, de tal manera que los viejos retablos barrocos dieron paso a unos nuevos neoclásicos. Tan solo sobrevivió el retablo barroco de la Virgen del Sacro Monte Calvario, si bien se modificó su ubicación al pasar del fondo de la iglesia a la parte izquierda del crucero. La imagen de San José pasó a presidir el retablo colateral de la Epístola, que fue realizado en 1802 por Eustaquio Bahamonde; este retablo sirvió de modelo para que años después, en 1811, José Bahamonde (hijo de Eustaquio y último eslabón de la gran estirpe de ensambladores comenzada por Pedro Bahamonde) realizara el colateral del Evangelio (Cristo del Despojo).

El retablo-hornacina es muy sencillo dado que se estructura en un banco con dos gradas sobre la que asienta un único cuerpo compuesto por una hornacina rematada por un cuarto de esfera y flanqueada por dos columnas corintias. Ya en el ático, en el centro exhibe un medallón recubierto de laureles que contiene una grisalla que representa San Joaquín, Santa Ana y la Virgen Niña. A los lados del medallón, y justo en la vertical de las columnas del cuerpo del retablo aparecen dos angelotes situados sobre trozos de entablamento para darles mayor altura. A pesar de su aspecto marmóreo, seguramente se trate de dos esculturas en madera policromada pintadas de blanco. Algo similar ocurre con el retablo, que aunque es de madera se encuentra enmascarado por la policromía que finge ser de materiales nobles: mármol y bronce dorado. El lienzo de la Sagrada Familia de la Virgen tal vez proceda atribuírselo al pintor vallisoletano Leonardo Araujo (1762-1814), artífice que había trabajado unos años antes para la cofradía, de la cual era miembro, concretamente en 1799 pintando los ángeles portadores de los Arma Christi de la pechinas del crucero de la iglesia.

Eustaquio Bahamonde. Retablo de San José (1802. Iglesia de N. P. Jesús Nazareno)
Muy tempranamente adquirió la escultura de San José gran popularidad y veneración. Esta importancia devocional fue dual: pública y privada. La devoción pública la representaron las diversas ocasiones en que la escultura fue requerida para presidir desde el balcón del consistorio vallisoletano diferentes eventos populares. Así, por ejemplo, el 22 de mayo de 1808, fue situada en el balcón del Ayuntamiento junto con el estandarte de la Fe del Tribunal de la Inquisición, y un retrato de Fernando VII, cuando se produjeron las primeras protestas de la ciudad contra las maniobras napoleónicas en España. Poseemos dos descripciones de este momento gracias a las plumas de Domingo Alcalde Prieto y por Francisco Gallardo Merino. San José volvió nuevamente al balcón consistorial el 2 de junio de ese mismo año con motivo de la proclamación como rey de Fernando VII. En esta ocasión San José estuvo acompañado de la Virgen del Pilar de la iglesia de Santiago Apóstol, del grupo de la Traslación de San Pedro Regalado (iglesia del Salvador) y el estandarte de la Fe de la Inquisición.
En cuanto a la devoción privada, ésta es la que profesa cada persona de una manera más íntima, fundamentalmente en su casa. En siglos pasados no existía hogar en el que no hubiera pinturas o esculturas que sirvieran a su poseedor para realizar sus rezos y meditaciones. Con el tiempo fueron adquiriendo mucha importancia las estampas puesto que además de tener un menor coste podían propagar una devoción local o regional a territorios muy lejanos. Si hasta entonces poseer un lienzo representando a la Virgen de las Angustias o a la de la Pasión era algo bastante habitual, a partir de ahora lo sería el tener un grabado del San José de la Cofradía Penitencial de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Efectivamente, el éxito de la imagen se vio reflejado en la apertura de un grabado, que según se lee en el mismo, fue realizado “A expensas de la Devoción” por Joaquín Canedo, y retocado por Solares.

Joaquín Canedo. Grabado del San José que se venera en la iglesia penitencial de N. P. Jesús Nazareno (h. 1803-1805)
El grabado representa fielmente la escultura de San José con el Niño, si bien la calidad del mismo no es demasiado elevada. El santo aparece sobre su peana y al fondo unas nubes enmarcan su figura. En la parte baja figura un paisaje montañoso y a la derecha unas casas. Justo a los pies del santo hay un azadón. Enmarca el grabado una cenefa que abarca los lados laterales y el superior puesto que en la zona baja se desarrolla un escrito. Esta cenefa se encuentra recorrida por dibujos de diferentes herramientas propias de un carpintero, con lo cual se alude a la profesión del santo. La parte inferior de la estampa la completa, como ya dijimos, un texto en el que se puede leer: “Vº Rº DEL PATRIARCA SN. JOSEF COMO SE VENERA EN LA YGLESA PENITENCIAL DE N.P.J.N.”. “El Yllmo. Sor. Obispo de esta Ciudad de Valladolid Dn. Vicente Soto y Valcarce concede 40 días de indulgencia a todos los fieles christios qe devotamte. Rezaren la oraon. Del Paternoster y Ave María delate. De la Efigie o estampa del Sto. rogando a Dios por la paz y concordia entre los Príncipes Cristios. Victoria contra infieles extirpación de las eregias y necesidades del Reino”. Ya fuera del recuadro, en el exterior inferior izquierdo se lee: “Canedo Dº Solares la retoco. A expensas de la Devoción”.
Al ver que su autor fue alguien apellidado Canedo, existen dos posibilidades: Ramón Canedo (1734-1801) o su hijo Joaquín (1757-d.1805). Dado que en la estampa se alude a que el obispo de Valladolid era don Vicente José Soto y Valcárce, que ejerció su ministerio entre los años 1803-1818, no cabe duda que el autor del grabado fue Joaquín.

Fotografía obtenida del Archivo Fotográfico del Depatamento de Historia del Arte de la UVA
El presente San José, que llegó a ser definido por Martín González como una “escultura de gran porte, entre las mejores del siglo XVIII vallisoletano”, es una versión de la tipología creada por su hermano; hecho que, aunque visible, ya fue destacado por Martín González: “una escultura de San José, donde le vemos continuar el estilo de Pedro de Ávila”. Hay que matizar que se trata de una versión y no de una copia puesto que introduce leves variantes compositivas, pero también estilísticas, ya que no utiliza los paños de su hermano: minuciosos, muy aristados facetados y movidos. Manuel por contra concibe los pliegues con unas concavidades amplias, aunque no tan profundas, con un movimiento menos vertiginoso e incluso pueden parecer algo acartonados. Además, y como ya observó Martín González, “propende a geometrizar los perfiles y las líneas”. Así es, los perfiles son más sinuosos, en este caso en el manto parecen unos dientes de sierra. Las otras dos diferencias son de tipo compositivo: la cabeza no la gira levemente hacia abajo para observar al Niño Jesús que porta entre las manos, sino que la mantiene erguida y tan solo mueve los ojos para ver a su hijo. La otra disparidad con respecto al modelo de San José creado por su hermano es la más evidente: Pedro de Ávila dispone a su santo con una de las piernas adelantada, la cual podemos ver en parte gracias a que la túnica se encuentra abierta a la altura de la rodilla. Manuel de Ávila por contra no tiene la túnica abierta, por lo que tampoco se le ve la pierna; con lo cual pierde la elegancia y refinamiento que posee aquella.

San José aparece de pie, estático, al no tener la pierna derecha adelantada; sin embargo, para crear contrapposto remarca la pierna y sobre todo la rodilla mediante la técnica de paños mojados, ciñéndose fuertemente la túnica al cuerpo. Viste una túnica negra que tan solo deja libres la cabeza, manos y puntas de los zapatos; por encima tiene echado un gran manto marrón con una diminuta franja decorativa dorada corriendo el borde. Este manto es tan amplio y ampuloso que apenas permite ver la túnica. Los pliegues como ya hemos dicho son a cuchillo pero geométricos, creando amplias concavidades donde la recta impera sobre la curva. El borde del manto también acusa esa habilidad que tiene su hermano Pedro para adelgazar las maderas hasta la extenuación y moverlas con gran naturalismo. Crea unos pliegues especialmente amplios bajo el brazo derecho, de tal manera que lateralmente forma una gran curva pero que visto por el frente sube hacia el otro brazo en una perfecta diagonal regada de pequeños perfiles cóncavos. Donde los pliegues adquieren una forma más geométrica es en la parte baja de las prendas, que es donde parece formar lo que en su hermano llamamos “roca geométrica”. Además, en este lugar figura uno de los clásicos estilemas de Pedro de Ávila: la colocación de los pies en un ángulo de 90º y separados por un pliegue fuertemente aristado.

El santo dirige la mirada hacia su hijo, al cual tiene tumbado sobre un paño blanco que agarra con ambas manos. El Niño es muy similar al que vimos en el San José con el Niño que su hermano talló para el Santuario del Henar (Segovia). Completamente tumbado, mira a su padre mientras eleva la mano derecha, con la cual intenta acariciar la barba paterna. Los pliegues del manto acusan perfectamente el peso del Niño y el efecto que provoca las manos del santo al sujetarlo. Estas manos, que parecen estar talladas directamente en la escultura, son un prodigio técnico, su tratamiento minucioso le lleva a que acusen blandura y a definir delicadamente las venas, articulaciones y hasta las uñas. La manera de disponer los dedos también procede de su hermano pues repite la seriación con la que éste las concebía.

En la cabeza también encontramos diversos detalles que ayudan a diferenciar a esta pieza de Manuel de los San José de su hermano Pedro. Así, el rostro es algo más estrecho, lo que hace que los ojos se encuentren muy juntos, a la vez que están más cerrados, el achinamiento es mayor. No vemos el característico bulto bajo los ojos sino que hunde los ojos directamente. Las cejas son rectas; la nariz posee un tabique ancho y aplastado pues Manuel no la va ensanchando levemente hacia su parte inferior sino que es recta y adquiere mayor volumen en la punta. Podríamos decir que el geometrismo también lo aplica a la nariz; boca pequeña y estrecha en la que apenas se aprecian los dientes superiores y la punta de la lengua. En cuanto a la barba y el pelo, tiene muchas coincidencias con el San José que su hermano Pedro talló para el referido Santuario del Henar (Valladolid). Efectivamente, la barba es bífida y muy potente, concebida a través de una sucesión de mechones sinuosos en los laterales del rostro y en la parte frontal remata bífidamente en dos amplios mechones realizados a base de caracolillos. El bigote también remata sus dos puntas en caracolillos. El vello de bigote y barba no forma una masa compacta sino que el escultor se empeña en definir cada onda y cada mechón. Finalmente, la cabellera es simétrica y su talla adolece de cierta sequedad. Sobre la frente dos pequeños caracolillos que apenas se apartan del cuero cabelludo; el cual cae a ambos lados del rostro cual grandes masas de guedejas curvas que van formando una sucesión de ondas cada vez más anchas y profundas, llegan hasta la base del cuello y caen por la espalda.
Sería interesante que esta magnífica escultura volviera a salir a la calle, pero presidiendo una procesión el día de su fiesta, el 19 de marzo, día del padre.

BIBLIOGRAFÍA
  • ALCALDE PRIETO, Domingo: Manual histórico de Valladolid, Grupo Pinciano, Valladolid, 1992.
  • ARRIBAS ARRANZ, Filemón: La Cofradía Penitencial de N.P. Jesús Nazareno de Valladolid, Imprenta y librería Casa Martín, Valladolid, 1946.
  • GALLARDO Y MERINO, Francisco: Noticia de casos particulares ocurridos en la ciudad de Valladolid Año 1808 y siguientes. Obra publicada, corregida, anotada y adicionada con un prólogo por D. Juan Ortega y Rubio Catedrático de esta Universidad, Imprenta y Librería Nacional y Extranjera de los Hijos de Rodríguez, Valladolid, 1886.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana. Segunda parte, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1971.
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