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EL SEPULCRO DEL CHANTRE DE TRASPINEDO. Obra de Francisco de la Maza

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En la nave de la epístola de la iglesia parroquia de San Martín, de Traspinedo, localidad famosa por sus riquísimos pinchos de lechazo se encuentra uno de los más bellos bultos funerarios de la provincia; siendo su autor, asimismo, uno de los mejores escultores del último tercio del siglo XVI: Francisco de la Maza. Algún día hablaremos sobre este interesantísimo seguidor de Juan de Juni.

La escultura funeraria, realizada en alabastro, efigia al chantre de Valladolid don Antonio Romero, tal y como podemos leer en una inscripción que se conserva en la imagen: En este bulto yace Don Antonio Romero, chantre de Valladolid, el qual dexó toda su hazyenda a la capilla de San Gregorio. Hizo mucho bien a esta iglesia. Libertó esta villa del servicio real… Falleció a cinco de septiembre, año de 1577”. ¿Y, quién era este personaje? Antonio Romero fue patrono de la capilla de San Gregorio en la parroquia de Traspinedo y libertó a esta villa del servicio Real. Ocupó la dignidad de chantre de la Colegiata vallisoletana desde el año 1554 hasta el día 5 de septiembre de 1577 en que falleció, dejando en ella dotado un responso después de Completas del día 21 de enero y la misa de Prima del día siguiente. En Valladolid había vivido en sus casas de la plazuela de Santa Cruz.
Como ya hemos dicho, su autor fue el acreditado artífice Francisco de la Maza, natural de Meruelo (Cantabria), si bien realizó la mayor parte de su obra desde su taller vallisoletano. Sabemos que fue el autor de esta escultura de manera indirecta, no porque conservemos la escritura de obligación o una anotación en los libros parroquiales, sino gracias al documento escriturado para realizar la reja que aislaría la escultura funeraria. Efectivamente, el 4 de octubre de 1578 el rejero Gabriel Hernández se comprometía a labrar una reja para don Antonio Romero, con objeto de dejar aislado al sepulcro, y se comprometía a ejecutar esta reja “de la forma que Francisco de la Maza, que hace el dicho bulto, dijese es necesario de alto y largo”, compareciendo el mismo artista como fiador del rejero Gabriel Hernández. La reja no se conserva. Sin duda, el sepulcro debió de estar situado en el centro de la iglesia, de ahí la necesidad de la reja.

Con posterioridad se localizó el documento por el cual los testamentarios del chantre, antes de concertar la reja, firmaron el contrato de ejecución del bulto yacente con el escultor. El día 4 de marzo de 1578 Francisco de la Maza se comprometió a realizar el bulto para el entierro del chantre difunto conforme a las siguientes condiciones: La cama y escudo y cornisa donde se había de poner “ha de ser toda la cama e cornisa de piedra de Albar, limpia y el bulto, con sus dos almohadas, de piedra de Navares, de una pieza y un león a los pies y un escudo con las armas de dicho chantre en la delantera de la dicha cama de piedra de Navares, que ha de ser la cama de 8 pies y medio de largo (= 2,38 m.) y 3 pies de ancho (= 0,98 m.) ante más que menos y de alto la cama 4 pies(= 1,12 m.) (…) y el bulto ha de ser con sus manos puestas”. Se obligó a tenerlo finalizado y colocado en la iglesia para el día de Nuestra Señora del mes de septiembre de aquel mismo año, recibiendo a cambio 50.000 maravedíes (= 133 ducados), debiéndose trasladar a Traspinedo para labrar y asentar la obra, en donde se le daría posada y cama además de seis cántaros de vino y una carga de trigo.



Con posterioridad, el 8 de abril de 1578 se produjo un replanteamiento de la obra, seguramente motivado por la intervención del canónigo palentino Francisco Parrillo Romero, pariente del chantre difunto, modificándose sustancialmente las condiciones anteriores y dándose por nulo lo antes contratado. En primer lugar el bulto se mandó hacer en alabastro y el ancho de la cama se aumentó a 4 pies y medio (1,26 m.), siendo la cama “artesonada con su basa y cornisa y con sus molduras artesonadas”, hecha “de piedra de Aldea del Val, limpia y muy buena”, y su cornisa donde el bulto se habría de colocar “ha de ser de alabastro muy bien labrado todo a la redonda”. La cama tendría ahora 3 pies y medio de alto (0,98 m.) bien cumplidos y un escudo con las armas del chantre, situado en su frontis, esculpido asimismo en alabastro y de 3 pies por otros 3 de ancho (= 0,98 x 0,84 m.).


San Pedro
San Pablo
San Andrés
El bulto funerario está hecho de dos bloques, tallado como se ha dicho en piedra de alabastro. El chantre, que aparece yacente y con las manos adorantes, está representado como un sacerdote vestido “como cuando sale a decir misa y echado encima de la dicha cama y sus manos juntas, con su bonete en la cabeza, muy bien labrado y dado su pulimento”. A los pies llevaría un león de alabastro, con aspecto irritado. En el frente de la urna se divisa el escudo, envuelto en tarja. Está dividido en tres campos y se ven tres barras, seis flores de lis y águila explayada. Endosa el chantre casulla, adornada con los relieves de San Pedro, San Pablo y San Andrés. Finalmente, el bulto tuvo unas medidas de “6 pies (= 1,68 m.) poco más o menos conforme al natural de un hombre y de ancho conforme a la proporción que requiere conforme al alto y ha de llevar dos almohadas de alabastro y ha de ser el bulto de dos piezas además del león”. Si el escultor lo labraba en Valladolid, el traslado hasta Traspinedo sería a cargo de los testamentarios del chantre y, además de seis cantaras de vino, Francisco de la Maza recibiría 300 ducados previa tasación, obligándose el escultor a darlo por acabado y asentado el día 1 de noviembre. Las condiciones estipuladas se cumplieron y el escultor finalizó en 1579 el cobro de su obra.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo VI. Antiguo partido judicial de Valladolid, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1973.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “El chantre de Traspinedo esculpido por Francisco de la Maza”, B.S.A.A., Tomo LXII, 1996, pp. 355-358. Lo podéis descargar aquí.

EL RELIEVE DE "LA ANUNCIACIÓN" DE ESTEBAN JORDÁN EN LA IGLESIA DE SAN ILDEFONSO

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En la iglesia de San Ildefonso se conserva un altorrelieve de Esteban Jordán que representa la Anunciación (164 cms. de ancho). No sabemos si es una pieza independiente o bien formó parte de un retablo. Agapito y Revilla piensa que habiendo dejado expresado Jordán en su testamento, hecho a 4 de junio del año 1597, que se colocara un retablo de la Salutación, que ya tenía labrado, junto a su sepultura, pudiera ser éste el indicado por el escultor. Para aceptar esto, preciso es suponer que al retablo se le ha suprimido el marco de ensambladura.
Refiere el propio Agapito y Revilla que el relieve fue colocado en 1844, al trasladarse el mobiliario de la antigua parroquia de San Ildefonso a la iglesia de las Agustinas Recoletas, que en tal fecha se convertía en parroquia de aquella advocación. Y posteriormente a la nueva iglesia de San Ildefonso, aborto abominable de la arquitectura del siglo XX, de esas a las que nos tiene acostumbrados Valladolid. Y como imagina dicho autor que Jordán fue sepultado en la parroquia de San Ildefonso, es más fácil suponer que el retablo que tratamos sea el referido por Jordán en su testamento. También se sabe que Pedro de Oña y su mujer Isabel Jordán tuvieron enterramiento en dicha antigua parroquia, en el altar de la Encarnación, el cual estará presidido por un retablo de tal misterio, acaso el mismo señalado por Jordán al ordenar su testamento.

El relieve se encierra por un marco de arquitectura compuesto por columnas corintias con tercio de talla y fuste liso, iguales a las del retablo de la Victoria, incluso en la pintura. La acción se desarrolla en un interior, en la habitación de la Virgen. Hay dos partes diferenciadas: la inferior, con el arcángel Gabriel y la Virgen; y la superior, con el Padre Eterno sujetando una bola del mundo, rodeado de nubes. El arcángel se sitúa al lado izquierdo, de pie; mientras que la Virgen está al lado derecho, arrodillada. Entre ambos un jarrón de azucenas, símbolo de la pureza y virginidad de María.

La composición de la escena es idéntica a la que presenta uno de los relieves del trascoro de la catedral de León, sólo que en el Ángel se halla en pie en el relieve de Valladolid. Los brazos gruesos, musculosos, enteramente descubierto, son normales en Jordán. La Virgen presente el mismo tocado y peinado que en el relieve del banco del retablo de Alaejos. La policromía es mate y de colores planos, sin acusar sombreado, del mismo tipo que la del retablo de la Victoria. Tan sólo el Ángel lleva en su vestido unas flores naturalistas, hechas a punta de pincel. Esta obra admite comparación, aunque la composición varíe un poco, con la Anunciación del retablo de la Merced, que hiciera Pedro de la Cuadra entre 1599-1600 (Museo Nacional Colegio de San Gregorio).

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Esteban Jordán, Sever Cuesta, Valladolid, 1952.

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA PARROQUIAL DE BERCERO. Un ejemplo de compañía entre ensambladores y escultores

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Hoy trataremos sobre un buen retablo del siglo XVII, que tiene la particularidad de ser una obra de colaboración entre tres artistas: un ensamblador, Pablo de Freiría, y dos escultores, Francisco Díez de Tudanca y Juan Rodríguez; asimismo, es el conjunto de esculturas más completo conservado de Díez de Tudanca, escultor muy celebrado hace unas décadas, pero que según vamos conociendo obras suyas, su consideración va decreciendo. Quizás su mayor mérito fue el de instruir a dos grandes escultores: José Mayo y, sobre todo, Juan de Ávila, el gran maestro castellano del último cuarto del siglo XVII. Vayamos al grano:

El 31 de agosto de 1657 el ensamblador vallisoletano Pablo de Freiría, uno de los máximos representantes del retablo pre-churrigueresco, se concierta con “el licenciado Alonso Paramato beneficiado de preste de las iglesias del lugar de Bercero y Pedro del Valle mayordomos eclesiástico y seglar de dichas iglesias y los licenciados Martín García y Joseph Ramos cura y beneficiados de dichas iglesias” para realizar el retablo mayor para la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción debido a “la indecencia con que está la custodia del Santísimo Sacramento. Una vez sacada la obra a pregón Pablo de Freiría la dejó en 17.500 “y por no haber habido o quien hiciese baja en la dicha obra y retablo se remató en el susodicho”, comprometiéndose a darla finalizada en el mes de febrero del año 1660.


Un par de meses después, el 11 de octubre de 1657, el escultor Francisco Díez de Tudanca contrata, en compañía del también escultor Juan Rodríguez, la obra de escultura del retablo. Ya en la Visita de 1657 se mandaba hacer este retablo y para ello se encarga que se busquen “maestros peritos”. La obra iría a pregón. En la Visita del año siguiente se dice que el retablo antiguo “era de pinturas antiquísimas al presente se está haciendo un retablo de talla y pirámides enteras”. En 1687, ya estaba dorado. En 1725, se componía y se limpiaba. En 1755, lo desmontaron y volvieron a montar, para permitir las obras de embaldosado.

La traza es muy conservadora ya que se estamos hablando de un ensamblaje clasicista. El propio autor de la arquitectura indicaba que se debía hacer “conforme manda Viñola”, lo que indica la sujeción a modelos manieristas romanos, integrantes del mundo artístico del clasicismo vallisoletano. Se organiza mediante un banco que soporta el cuerpo principal formado; el segundo cuerpo se resuelve como ático. En el banco, relieves de medio bulto, dedicados a los Evangelistas, Santos Padres y otros santos. El cuerpo principal se organiza en tres calles, separadas por columnas de fuste estriado, que indican un orden gigante. En la calle central, hornacina rectangular, rodeada por marco de piedras y gallones, con escultura de la Asunción. En la calle del lado del Evangelio, esculturas de San Pedro y Santa Lucía. En la Epístola, San Pablo y Santa Catalina. En el ático, gran hornacina de medio punto, con el grupo del Calvario, coronado por el Padre Eternoy paloma del Espíritu Santo. Rematando las calles laterales, esculturas de San José y San Joaquín sobre pedestales.

San Pedro
Asunción
San Pablo
Santa Lucía
Santa Bárbara
Calvario
San José
San Joaquín
Padre Eterno
Conforme al contrato a Tudanca, corresponden los relieves de San Buenaventura, San Gregorio, San Juan Evangelista, San Mateo, San Lorenzo, San Francisco, Santa Bárbara y Santa Brígida. Igualmente las esculturas que ocupan el lado del Evangelio: San Pedro, Santa Lucía, San José, el Calvario y en el frontispicio el Padre Eterno y el Espíritu Santo. A Juan Rodríguez se deben los relieves que representan a Santo Domingo, San Antonio, San Ambrosio, San Agustín, Santa Polonia, San Blas, San Marcos y San Lucas; así como las esculturas del lado de la Epístola: San Pablo, Santa Catalina, San Joaquín y la Asunción de la hornacina central.

Francisco Díez de Tudanca y su esposa Francisca Ezquerra “mujer moradores al pasadizo de don Alonso”. Las tres figuras del Calvario debería de entregarlas para “quince días después de Pascua de Flores” del año próximo de 1658. Las de San Pedro, Santa Lucía y San José para el día de Todos los Santos de 1659. A costa de Tudanca correría asimismo el poner las esculturas “en los nichos y partes donde hubieren de estar y yo el dicho Francisco de Tudanca de asentar dichas figuras a la dicha iglesia”. Entre los testigos firmantes aparece el escultor Juan Rodríguez.

San Juan Evangelista
San Gregorio
¿Santa Polonia?
San Agustín
San Marcos
Santo Domingo
San Francisco de Asís
San Lucas
San Lorenzo
San Mateo
¿Santa Catalina?
A pesar de ser obra en colaboración la escultura mantiene una cierta unidad basada en la común medianía de sus autores que dificultaría, a no ser por la documentación hallada, la identificación de sus respectivas intervenciones. Lo más personal de Rodríguez es la Asunción del nicho central, con sus característicos pliegues zigzagueantes. El trabajo de Tudanca ofrece, aun dentro de su habitual tono, una línea de calidad superior respecto al resto de su obra conocida. El Calvario, si le pertenece, sería lo más interesante del conjunto. La obra muestra el estilo de dos maestros sumidos en el ambiente general de la escultura vallisoletana de su tiempo, orientado hacia el mantenimiento de los tipos y maneras de Gregorio Fernández, si bien con mayor movimiento de los plegados.

BIBLIOGRAFÍA
  • ARA GIL, Clementina Julia y PARRADO DEL OLMO, Jesús María: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XI. Antiguo partido judicial de Tordesillas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1980.
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: “El escultor vallisoletano Francisco Díez de Tudanca (1616 - ?)”, B.S.A.A., Tomo. L, 1984, pp. 371-388.

PINTORES VALLISOLETANOS OLVIDADOS: Blas González García-Valladolid (1839-1919)

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El pintor Blas González García-Valladolid fue, en opinión de uno de los grandes conocedores e investigadores de la pintura vallisoletana, José Carlos Brasas Egido: “uno de los más prolíficos pintores locales dedicados al retrato, aunque no el más dotado pues no pasó de ser un discreto y voluntarioso artista”. Remarca que fue un artista “muy hábil en captar el parecido y los rasgos de sus modelos”, aunque en posesión de una técnica discreta, lo que no le impidió “contar con numerosa clientela entre la burguesía vallisoletana. Durante muchos años fue, por así decirlo, el “retrato oficial” de la ciudad, viviendo de los numerosos encargos que le hicieron los organismos y entidades públicas vallisoletanas”. También se le ha llegado a calificar como “artista laborioso, su técnica minuciosa denota una formación en la que el dominio del dibujo constituía la base primordial. Sus dotes de observación le hicieron alcanzar un nivel de absoluto parecido con los modelos que pintó sin que se interesara demasiado por expresar el carácter personal de los mismos”. Para mi gusto se trata de un excelente pintor, dentro de la medianía con que contaba la ciudad en aquella época. Me interesa muchísimo, por lo que, como ya os he comentado con otros artistas, si tenéis fotos o noticias de otras obras suyas me encantaría poder verlas. Gracias.
Blas González García-Valladolid nació en Valladolid en 1839. Su pasión por la pintura le vino de cuna ya que era hijo del pintor y académico local Pedro González Moral, de quien aprendió el oficio de pintor junto con su hermano Isidro. También fue hermano suyo Casimiro González García-Valladolid famoso historiador vallisoletano, cuyas obras nos son fundamentales para el estudio de su historia y arte.

Retrato de personaje masculino
Recibió su formación en el arte de la pintura en la Escuela de Bellas Artes local con Agapito López San Román y José Martí y Monsó. En el curso 1874-1875 entró a formar parte del personal docente de la Escuela, nombrándosele el 29 de mayo de ese último año ayudante de la clase de dibujo, modelado y vaciado en la sección de adorno. Fue asimismo escultor, llegando a ocupar el cargo de escultor anatómico de la Facultad de Medicina de Valladolid. Ya en 1897 fue nombrado académico de la Purísima Concepción.
Desde muy joven se consagró al difícil género del retrato, atendiendo la demanda tanto de particulares como de edificios públicos de la ciudad y provincia; llegando a convertirse en el retratista más solicitado de Valladolid. Así pintó en repetidas ocasiones los retratos de los monarcas españoles de su tiempo. En 1861, con motivo de la visita de Isabel II a Valladolid, ejecutó el retrato de la reina con destino al Ayuntamiento de Medina del Campo. De esta manera elogiaba la prensa local su retrato de la soberana: “habiendo aprovechado el paso de S.M. por esta capital, Blas González ha logrado retener lo bastante para darle un parecido del cual no se puede durar(…). Está representada de cuerpo entero, de tamaño natural y en pie. La figura en general, el contorno, el colorido y la morbidez de la carne están ejecutados admirablemente. La dignidad del monarca y la simpatía amabilidad de nuestra reina descuellan notablemente en este cuadro. La cabeza está adornada con un tocado sencillo y coronada de una diadema de plata; la mano derecha cae naturalmente, la izquierda descansa sobre un almohadón de terciopelo carmesí, colocado en una mesa. El traje es de corte, blanco con adornos bordados en oro alternando con castillos y leones del mismo metal; una serie de encajes blancos guarnece el escote (…). Los demás accesorios son todos dignos y muy propios del asunto y ejecutados con franqueza y buen dibujo”.
Alcanzó tal éxito este cuadro que otros organismos e instituciones locales le encargaron réplicas. Incluso llegaría a publicar en la prensa local este curioso anuncio: “A los Ayuntamientos y Corporaciones, Don Blas González, retratista al óleo premiado en la Exposición Castellana, se encarga de retratos de S.M. la Reina, como los cinco que ya ha pintado para los Ayuntamientos de Medina del Campo y Valladolid, la Diputación, la Universidad y el Tribunal de Comercio, ya sean iguales a aquellos, ya con alguna variación. Vive en Valladolid, calle de la Torrecilla, nº 2”.

Alfonso XII (Museo de la Universidad de Valladolid. MUVa)
María Cristina de Habsburgo (Museo de la Universidad de Valladolid. MUVa)
Alfonso XII (Ayuntamiento de Valladolid)
Alfonso XIII (Ayuntamiento de Valladolid)
La Reina Doña Mercedes (Ayuntamiento de Valladolid)

Posteriormente, volverá a la carga con los retratos de soberanos: el siguiente será el de Amadeo de Saboya.En 1875 el de Alfonso XIIen cinco horas de ejecución y reproducido de una fotografía”, que se expuso en la presidencia del Teatro Calderón. Tres años después realizó otros dos del mismo Alfonso XII y su mujer Doña Mercedes que fueron colocados en los balcones del Ayuntamiento y de la Diputación Provincial, y en 1879 los del rey Alfonso XVII y su segunda esposa, Doña María Cristina de Austria.
En 1879 restauró el retrato de Santa Teresa, pintado por Fray Juan de la Miseria, conservado en el Convento de Santa Teresa de Valladolid. Al dorso del mismo figura esta leyenda: “Lo forró y restauró lo preciso el año 1879, Blas González García-Valladolid”. Su labor como restaurador continuó, ya que en 1893, tras un pavoroso incendio acaecido en la iglesia de San Nicolás (15 de enero), se le encarga la restauración de las esculturas que existían en el templo. Entre ellas destacó la labor realizada sobre la imagen de Nuestra Señora de Prado, conservada en la propia parroquia. En septiembre de este mismo año se ocupa, junto con Juan Rodríguez Carretero, de la restauración de la imagen de San Elías que, proveniente del Convento del Carmen Calzado “en cuyos sótanos se hallaba en completa destrucción”, se iba a colocar en el recientemente reinaugurado Monasterio de San Benito.

FRAY JUAN DE LA MISERIA. Retrato de Santa Teresa (Convento de Santa Teresa de Valladolid)
ANÓNIMO. San Elías (Monasterio de San Benito el Real de Valladolid)
También pintó varios de los presidentes de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid: entre ellos destacan el de Mariano Miguel Reinoso que firma en 1875, viste el uniforme de gala que corresponde a su condición de Ministro de Fomento; y el de Lázaro Rodríguez González, al que retrata con el uniforme de gala de la academia y con los estatutos de la misma sobre una mesa. Al fondo, y a través de una ventana, se completa la fachada del Colegio de Santa Cruz, sede de la Academia durante muchos años. También se le debe el de Joaquín Álvarez Taladriz. Parte de ellos se conservan enla Sala de Juntas de la Academia. Su carácter un tanto convencional y el haber utilizado fotografías como modelos, son de lo mejor de su abundante producción, especialmente por su técnica minuciosa y ajustada entonación.

Mariano Miguel de Reinoso
Lázaro Rodríguez González
Joaquín Álvarez Taladriz
José Muro
Asimismo corresponden a sus pinceles una buena parte de los retratos de arzobispos vallisoletanos, pintados entre 1895 y 1896, y conservados en el Palacio Arzobispal y en la Catedral, todos ellos de muy mediana calidad, así como varios retratos de rectores del Colegio de Jesuitas de San Albano, destacando los de los padres Enrique Walpole(1865), Carlos Allen (1888) y George Lenihan (1897). Entre los de los arzobispos, los de Luis de La Lastra y Cuesta y Juan de la Cruz Ignacio Moreno y Maisonave son copias de los conservados en la catedral, firmado el primero por Andrés Cortés, que lo pintó en Sevilla en 1867, y el segundo, de autor anónimo y excelente factura, pintado en Roma en 1870.

Arzobispo Fernando Blanco y Lorenzo
Arzobispo y Cardenal Antonio María Cascajares
Arzobispo Luis de la Lastra y Cuesta
Arzobispo Mariano Miguel Gómez
Arzobispo Juan de la Cruz Ignacio Moreno y Maisonave
Arzobispo Benito Sanz y Forés
También retrató a Mariano Miguel Gómez, Obispo de Segorbe, a Manuel Silvela; a Manuel Ureña; al obispo de Ávila Fray Hernando Blanco y Lorenzo, o al general Prim. En alguna ocasión, hizo pinturas historicistas como el retrato de Simón Ruiz Embito, hoy en el Museo de las Ferias de Medina del Campo, en el que muestra su conocimiento de los retratistas del siglo XVI, aunque no practicó de forma asidua la pintura histórica que se hallaba en uno de sus momentos de máximo esplendor. Parece que, frente a ese género, sintió una clara preferencia por la pintura costumbrista.

Simón Ruiz (Museo de las Ferias de Medina del Campo)
Andrés de la Orden y López (Museo de la Universidad de Valladolid. MUVa)
Juan Prim (Palacio Real de Valladolid)
Manuel Ambrosio Corral y García
Pero su producción no se queda solamente en los retratos. Al igual que muchos pintores castellanos, y sobre todo vallisoletanos, de finales del siglo XIX siguieron practicando la pintura de temática religiosa, si bien ya no tenía ni la calidad ni la importancia de otras épocas. Recuérdese los nombres deLuciano Sánchez Santarén y Pablo Puchol. Todos ellos cultivaron un tipo de pintura de aires dulces, vinculada a la estampa devota, lo que les pone en relación con las corrientes nazarenas. Así, en ocasiones realizó también cuadros de asuntos devotos con destino a los nuevos conventos y fundaciones religiosas de la ciudad. En este sentido destacan dos hermosos lienzos conservados en el Convento de Las Esclavas de Valladolid que representan a la Sagrada Familia con San Juanito, y el Taller de Nazaret, ambos firmados respectivamente en 1860 y 1861.
En relación al óleo del Taller de Nazaret hay que señalar que presenta una escena tradicional, que se inspira en composiciones que realizaron algunos pintores del siglo XVII, como el lienzo que se atribuye a Pedro Orrente de la Fundación Lázaro Galdiano. Igualmente muestra bastantes concomitancias con la Sagrada Familia de Murillo que se encuentra en el Museo de Budapest o con otras creaciones de este maestro. La pintura de la Sagrada Familia con San Juanito, ofrece claros motivos compositivos extraídos de óleos del pintor hispalense. Pero, sin duda, es en su Inmaculada, firmada en 1877, que se guarda en el Palacio Episcopal de Zamora, donde se evidencia, de forma más clara, la influencia murillesca.

Sagrada Familia con San Juanito
Taller de Nazaret
En otros casos realizó algunas obras icónicas como la copia del retrato de fray Juan de la Miseria de Santa Teresa que se guarda en el Monasterio de Las Huelgas Reales de Valladolid. Para el Convento de San Quirce pintó además de un retrato de María Manuel Vieitez, los lienzos de San Francisco de Sales y Santa María Juan de Chantal recibiendo las reglas de la Orden y de San Joaquín, Santa Ana y la Virgen de fuertes resonancias barrocas. Muy popular y convencional es el óleo de medio cuerpo que representa a San Gregorio recibiendo la inspiración del Espíritu Santo que se guarda en el Colegio de San Albano. El éxito que alcanzó como pintor de temas religiosos le llevó a realizar, en 1891, dos lienzos, uno del Sagrado Corazón de Jesús y otro del Sagrado Corazón de María que se enviaron a Oviedo y que gozaron de muy buena crítica en Valladolid.
Por su parte, en la iglesia parroquial de Cornudilla (Burgos) existe una curiosa composición arquitectónica, escultórica y pictórica realizada en el siglo XIX, formada por una mesa de altar en la que se disponen dos escaparates con imágenes de la Virgen del Carmen y de la Magdalena; por detrás, colgados en la pared, figuran tres lienzos. El central, de mayor tamaño, representa a San Higinio, Papa y mártir y se enmarca con una moldura neoclásica rematada por un frontón triangular. A sus lados, dos cuadros de menor tamaño, con marcos también neoclásicos, representan el Martirio de San Juan Evangelista y la Traslación de San Pedro. No se sabe quién fue el comitente que impulsó este conjunto, aunque se sospecha que pudo llamarse Higinio y tendría, tal vez, entre sus especiales devociones la del santo reformador franciscano y la del evangelista.

San Higinio, Papa y mártir
San Juan Evangelista
Traslación de San Pedro Regalado
A sus labores como pintor y restaurador hay que sumar otras facetas: como decorador realizó en 1891 la pintura del local del Círculo Republicano, situado en la Calle de Santiago, destacando las pinturas del salón principal cuyos muros se decoraban con retratos de los políticos republicanos más representativos: Pi, Castelar, Orense, Ruiz Zorrilla y Salmerón. Tampoco podemos olvidar su faceta de grabador, de la cual destacanla Casa donde murió Cristóbal Colón, la Casa donde nació D. José Zorrilla y la Iglesia parroquial de San Martín donde fue bautizado D. José Zorrilla.
Casa donde murió Cristóbal Colón
Casa donde nació D. José Zorrilla
Iglesia parroquial de San Martín donde fue bautizado D. José Zorrilla

Sus limitados recursos pictóricos, sin duda debido a que vivió encerrado en los estrechos límites de la actividad pictórica vallisoletana, le impidieron acudir con asiduidad a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de Madrid, en las que nunca llegó a obtener premio. En la de 1866 presentó La venta de un caballo, en 1867 En los toros, y en la de 1895 un Retrato de mis hijos y nietos (1,08 x 1,25 m.).
Blas González García-Valladolid murió en Valladolid el 14 de agosto de 1919.

BIBLIOGRAFÍA
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: “Pinturas y esculturas” en Historia de la Universidad de Valladolid, Tomo II, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1989, pp. 775-783.
  • BRASAS EGIDO, José Carlos: La pintura del siglo XIX en Valladolid, Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1982.
  • CARRACEDO PRIMO, José: Patrimonio histórico artístico del Palacio Real de Valladolid, Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 1993.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIII. Monumentos civiles de la ciudad de Valladolid,Diputación de Valladolid, Valladolid, 1983.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y DE LA PLAZA SANTIAGO, Francisco Javier: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (2ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 2001.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: La colección artística de la Universidad de Valladolid, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1994.
  • ORTEGA DEL RÍO, José Miguel: El siglo en que cambió la ciudad. Noticias artísticas de la prensa vallisoletana del XIX, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2000.
  • OSSORIO Y BERNARD, Manuel: Galería biográfica de artistas españoles del siglo XIX, Madrid, 1883-1884.
  • PAYO HERNANZ, René Jesús: “Obras del pintor y académico Blas González García-Valladolid (1839-1919) en Burgos”, B.R.A.C, Tomo XLIV, 2009, pp. 103-108.
  • URREA, Jesús: Patrimonio artístico del Ayuntamiento de Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 1998.
  • URREA, Jesús: Pintores de Valladolid (1890-1940), Caja de Ahorros Popular de Valladolid, Valladolid, 1985.

EL RETABLO MAYOR DE LA IGLESIA DE SANTA MARÍA MAGDALENA (Esteban Jordán, 1572-1574)

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El retablo mayor de la iglesia de Santa María Magdalena es uno de los más bellos testimonios que el renacimiento dejó en la ciudad. El 23 de octubre de 1571 Esteban Jordán se compromete mediante protocolo notarial a realizar el retablo mayor de esta iglesia, además del sepulcro de don Pedro de la Gasca, patrono de la capilla mayor de la parroquia. Este encargo representa la empresa de mayor envergadura de su primera época. Su calidad es tal que llamó la atención del erudito ilustrado Isidoro Bosarte por la claridad y abarcabilidad que exhibe, ya que la vista lo puede disfrutar de una ojeada, sin la agudeza de detalle que se precisa en los retablos platerescos.
La traza era del propio Jordán, quien se ocupó tanto de la arquitectura como de la escultura. Este retablo viene a ser una réplica más modesta espectacular retablo mayor de la catedral de Astorga, del cual toma ciertos detalles, como el de la utilización de tres órdenes arquitectónicos, si bien su pie es recto y se adapta a la forma plana de la cabecera, a diferencia del astorgano que sigue la configuración poligonal del ábside. Es una obra monumental, muy característica de la situación de cambio entre el segundo y tercer tercio del siglo XVI. El retablo se distribuye en banco, tres cuerpos con tres calles y ático.

Retablo mayor de la iglesia de Santa María Magdalena, de Valladolid
Retablo mayor de la catedral de Astorga
En el banco figuran, entre las cartelas, los relieves de la Magdalena penitente y el “Noli me tangere” (o la aparición de Cristo a la Magdalena). Estos relieves muestran claramente la inferioridad de Jordán respecto de Gaspar Becerra (autor del retablo mayor de la catedral de Astorga), en especial el de la Magdalena penitente, que repite la composición de las Virtudes en el retablo de Astorga. Los fondos de estos relieves se hacen de pintura. Las cartelas se decoran con cabecitas de dorados cabellos, que llevan grandes hojas de acanto, a modo de plumeros. Falta la antigua custodia, puesto que el tabernáculo actual es de fábrica neoclásica, realizado por Calixto Álvaro en 1820. Entre el banco y el primer cuerpo se disponen otro pedestal decorado con grutescos.

Noli me tangere
Magdalena penitente
El primer cuerpo se compone de tres cajas flanqueadas por columnas corintias con tercio inferior tallado, del mismo módulo y traza que las de otro retablo que el propio Jordán talló para la parroquia de Paredes de Nava (Palencia). Las figuras que ocupan las cajas son de bulto entero. La central representa la Traslación de la Magdalena. Esta Magdalena constituye una hermosísima figura, cuyo rostro recuerda algo el de la Santa Eulalia de Paredes. Seis estáticos ángeles pretenden remontar a la Santa por el aire. Este tema ofrece una gran semejanza con el de la Asunción de la Virgen y ha sido pocas veces utilizado por los artistas. En monumentalidad, tal vez quiso evocar Jordán en esta composición a la Purísima del retablo de la Antigua, de Juni. En el espacio del Evangelio, dentro de severa portada, van los Apóstoles San Pedro y San Pablo, en feliz agrupación; y al otro lado y de la misma manera, Santiago y San Felipe. En las condiciones se había estipulado colocar la imagen de San Pedro sola a un lado y la de Santiago en el otro; pero, indudablemente, se cayó en la cuenta de que era demasiado espacio para una sola figura y se alteró con acierto tal condición.Las parejas de Apóstoles son sin duda un gran acierto compositivo. Tal disposición es a juicio de Camón Aznar propia del alto renacimiento, pues también se encuentra en obras de Ancheta y en las pinturas del altar de El Escorial. El mismo autor ha observado también, precisando más la observación de Bosarte de que Jordán se sirve de temas romanos, que estas parejas de Apóstoles están inspiradas en la Escuela de Atenas, de Rafael, coincidiendo incluso esta obra en el arco del fondo. Estos grupos son continuación de los de Paredes, dándose un gran parecido formal entre ellos. El Apóstol Santiago presenta el mismo tipo de paño que el de San Pedro de Paredes, e incluso se recoge el manto con una corre a modo de bandolera, como éste. También la cabeza de San Pablo de Paredes se da un aire con la de mismo santo en el retablo vallisoletano. El ademán de las figuras en uno y otro retablo es muy semejante.

San Pedro y San Pablo
Traslación de Santa María Magdalena
Santiago y San Felipe
El segundo cuerpo, de altura inferior, tiene columnas semejantes y los huecos son de diferente forma que los de abajo, introduciendo así variedad. En cada repartimiento van escenas de “medio bulto”. La Transfiguración en el central, y  la Adoración de los Reyes y la Venida del Espíritu Santoen los laterales. La composición del relieve de la Venida del Espíritu Santo sigue las normas de las del mismo tema en los retablos de Briviesca y Astorga. El relieve de la Adoración de los Reyes es copia del astorgano.

La Transfiguración
La Adoración de los Reyes Magos
La venida del Espíritu Santo
El tercer orden es todavía más bajo. Se emplean en él estípites, con sus “origotas y canales a manera de triglifos”, esto es, las piezas que a modo de consolas soportan el entablamento. Estos estípites derivan de los del retablo de Astorga, que a su vez interpretan modelos italianos. Delante de los estípites de los extremos hay dos figuras sedentes de Profetas, al uso de Jordán. La hornacina central la ocupa la escena de la Resurrección, y las de los laterales la Magdalena ungiendo los pies de Cristo y los Discípulos de Emaús.

La Magdalena ungiendo los pies a Cristo
Resurrección
Los Discípulos de Emaús
El remate se forma de un tablero a modo de basamento, ocupado por un relieve de la Piedad, que tiene la misión de dar una mayor altura a la cumbre. Este relieve imita el modelo pictórico acostumbrado en el siglo XVI. Por medio de aletas se hace la transición entre este tablero y el ático; en los extremos grandes escudos del patrono. Culmina el retablo con la Crucifixión; cuyas figuras, en especial San Juan y la Virgen, están influenciadas por las del retablo de Astorga. Sobre la pared están pintados los dos Ladrones, el bueno acompañado del letrero referente a la súplica dirigida a Cristo (Domine, memento Mei…). El estilo es muy dinámico, juniano; por lo que es de pensar que estas pinturas las haya hecho Gaspar de Palencia, que sabemos intervino en la pintura de la capilla mayor.

El retablo fue realizado siguiendo puntualmente las condiciones establecidas en el contrato. Las variantes fueron escasas. Así, por ejemplo, los tableros del banco y los latearles de los órdenes segundo y tercero se hicieron de talla y no de pintura. Jordán se comprometió para dar acabado el retablo a finales de 1574, en dos años de labor, pues se comenzaría a trabajar en él a principios de 1572. Los cálculos no debieron de fallar, pues según Bosarte a 28 de julio de 1575 se concertaba la obra de pintura, con obligación de darla acabada el día de la Magdalena en 1577. Al parecer importó el retablo (acaso el incluido el sepulcro) la cantidad de 1.800 ducados, sin contar la pintura, que costó 1.750 ducados.
La obra de talla resulta un poco desigual. La dirección del maestro se ve en todas partes; pero su gubia solamente debió de labrar las figuras del primer cuerpo. Un grupo de oficiales podría, en el corto plazo de dos años, dar por terminada la considerable empresa.Por su parte, la policromía es muy rica. Capiteles, tercios de talla y grutescos de las ensambladuras se pintan igualmente, pero todo lo demás queda a merced del dorado, que tiene un gran campo de expansión en esta obra.
Si os interesa Esteban Jordán podéis consultar sobre su Retablo de la Anunciación en la iglesia de San Ildefonso

BIBLIOGRAFÍA
  • AGAPITO Y REVILLA, Juan: La obra de los maestros de la escultura vallisoletana: papeletas razonadas para un catálogo. I, Berruguete, Juni, Jordán, Imprenta de E. Zapatero, Valladolid 1920?
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Esteban Jordán, Sever Cuesta, Valladolid, 1952.

LA ESCULTURA YACENTE DE DON RODRIGO ALONSO DE PIMENTEL, I MARQUÉS DE VILLAFRANCA

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La imagen sobre la que hoy trataremos posee una particularidad que la hace única en nuestra provincia. Efectivamente, la presunta efigie yacente del I Marqués de Villafranca tiene la peculiaridad de ser la única escultura funeraria gótica conservada en toda la provincia vallisoletana que está realizada en madera. Este extraordinario hecho quizás se deba a lo inesperado de la muerte, puesto que si observamos atentamente la imagen, pareciera como si la policromía blanca de la armadura quisiera imitar el alabastro.
La escultura (161 cms.) está realizada en nogal, conservando buena parte de su policromía. Representa a un joven vestido con armadura y tocado con un bonete, en posición yacente; pero, a diferencia del resto de esculturas de estas características realizadas en piedra, en las que la figura se adapta completamente a la superficie horizontal que la sirve de base, como si se tratase de relieves, esta escultura está tallada en bulto redondo, con independencia de la superficie sobre la que debía descansar y su cuerpo se presenta un poco flexionado. Se ha apuntado la posibilidad de que esta escultura sea importada de Alemania, de cuyos talleres del sur podría provenir. La forma de estar tallada y el vigor expresivo de la figura, que aun representando a un cadáver muestra el cuerpo tenso, no contradicen la posibilidad de que se haya tallado en aquellos talleres. Sin embargo, recientemente, José Ignacio Hernández Redondo, ha propuesto que se trate de la obra de un “escultor al que se pueden atribuir otras tallas como la llamada Virgen de la Piña de la iglesia de San Miguel de Villalón, y por tanto activo en esta zona que por entonces pertenecía a la diócesis de León”.
 
Virgen de la Piña. Iglesia de San Miguel de Villalón de Campos
En la actualidad “preside” la primera sala del Museo Nacional de Escultura, rodeado de esculturas, pinturas, retablos y sillas de sillería góticas. Sin embargo, las noticias más antiguas sobre esta imagen se remontan a mediados del siglo XIX:
En 1862 la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Valladolid recomendaba el traslado al Museo de una “estatua de un guerrero que existe en una iglesia del pueblo de Villalón”. Efectivamente, decía que “dicha estatua sería conveniente que se trasladara al museo de esta capital”. Por entonces, la escultura se encontraba en un cuarto de la iglesia de San Miguel de aquella población, y según informaba el párroco debía de “ser la estatua del conde de Benavente fundador de un palacio que en aquella villa existió”. Finalmente, la Comisión acordó trasladar dicha estatua al entonces Museo Provincial “para cuyo objeto el sr. Gobernador dicta las órdenes oportunas”. La Comisión era consciente de que este yacente no pertenecía a la iglesia parroquial sino que se trataría de una más de las numerosas obras procedentes de los tres conventos desamortizados que existieron en Villalón hasta el siglo XIX y que por alguna circunstancia desconocida se depositaría en el templo siendo, por consiguiente, la actuación del Gobernador correcta al recuperar una pieza desamortizada. Tampoco se conocen datos que hablen de un enterramiento o fundación relacionada con los condes de Benavente en esta iglesia de Villalón, cuyo interior se abovedó en 1777 poniéndose por condición que, si bien habrían de moverse los altares y las tumbas, todo volvería a su lugar original al concluirse la obra; también la cabecera fue totalmente transformada a fines de aquel mismo siglo pero, aunque la capilla del canónigo Barco se modificó, su escultura funeraria continuó en el mismo lugar que ocupaba anteriormente.
 
Iglesia de San Miguel de Villalón de Campos
El párroco recordaba en 1862 que en Villalón los condes de Benavente habían poseído un palacio y, efectivamente, estaba en lo cierto puesto estuvo situado junto a la torre de la iglesia de San Miguel, mirando a la plaza. El IV conde de Benavente había usurpado terrenos a la parroquia para construir su residencia, lo cual fue objeto de largo litigio entre la iglesia y los condes hasta que ambas partes alcanzaron un acuerdo, comprometiéndose los condes a pagar una renta anual por el uso del terreno. Curiosamente el mismo sacerdote, por haberlo oído o leído, suponía que el representado en la estatua era el propio fundador del palacio de Villalón, es decir, el IV conde de Benavente.
Partiendo de estas consideraciones, estudios posteriores de González García-Valladolid y Ara Gil han incidido en esta última idea identificando la estatua con el IV conde, Rodrigo Alonso Pimentel (1461-1499), recordando que este conde participó en la guerra de Granada, falleció en 1491 y el estilo de la escultura “cronológicamente coincide con el momento del fallecimiento del conde”, lo cual se ha venido aceptando sin mayores críticas hasta no hace mucho, prefiriéndose en la actualidad identificar al representado como un Caballero yacente. Efectivamente, la escultura no representa a la persona con quien se venía identificando puesto que el IV conde de Benavente, según su testamento, se mandó enterrar en la capilla del convento de San Francisco de Benavente (Zamora) y además, cuando falleció era de edad avanzada, se le describe como “tuerto y cascarrabias” y cometedor de grandes abusos sobre las comunidades que dominaba según refleja su libro de descargo de ánima, lo cual no coincide con la juventud que refleja el individuo que representó el anónimo escultor.
 
¿A quién representa realmente la escultura yacente?
La mayor parte de la investigación acerca del posible origen de esta escultura, así como de su identidad se la debemos a Carlos Duque Herrero, de cuyo artículo tomamos la mayoría de los textos. Piensa el investigador que la clave para poder identificar al personaje yacente puede encontrarse en la declaración realizada por un vecino de Villalón en la década de 1560. “Un tal Pedro de Vovadilla (sic), que dice contar noventa años, narra el recuerdo que conservaba de cuando “trayendo el marqués de Villafranca, hijo del conde DON Rodrigo, a enterrar de Alcalá a Villalón estando el cuerpo en una hermita, saliendo por él la villa, clerecía (…)”.
El marqués de Villafranca, don Luis Pimentel Pacheco, era el hijo primogénito del IV conde de Benavente y de doña María Pacheco, los cuales contrajeron matrimonio en 1466. El nacería poco después, a finales de aquel mismo año o principios de 1468 ya que su hermano menor, llamado Alonso, futuro V conde de Benavente nació en 1468. El marqués murió de forma trágica, en noviembre de 1497, como consecuencia de una caída en Alcalá de Henares, no se sabe bien si de un caballo o desde una baranda. Por consiguiente, al fallecer frisaba la treintena y se hallaba casado con Dª Juana Osorio Bazán, I marquesa de Villafranca, quien le daría una hija póstuma, Dª María Juana Pimentel Osorio, que nació en 1498.
 
¿De dónde procede la escultura yacente?
La relación de los condes de Benavente con el pueblo de Villalón fue muy intensa, a todos los niveles incluido los artísticos, entre mediados del siglo XV y mediados del siglo XVI. Es importante destacar que en 1469 el IV conde fundó, extramuros de Villalón, el convento de franciscanos recoletos de Santa María de Jesús iniciándose las obras al año siguiente aunque un cronista anónimo de la propia Orden, en los primeros años del siglo XVII, precisa que las obras comenzaron en realidad en 1471 haciendo especial hincapié “de la increíble devoción a nuestra sagrada y apostólica religión que desde tiempo inmemorial tienen los Excmos. Condes de Benavente”, en cuya intensa relación insistió también Jacobo de Castro en 1722. Efectivamente en su testamento de 1499 don Rodrigo Alonso Pimentel exhortaba a que se acabase el expresado convento y al año siguiente la comunidad franciscana reclamaba la entrega de 660.000 maravedís para la realización de diversas obras en su edificio, de los cuales no se les libraría ni la décima parte.
 
Lamentablemente la documentación que se ha conservado sobre este convento es casi nula. Sin embargo, en la hipotética reconstrucción que se podría realizar de este convento, no aparece referencia alguna a enterramiento o estatua de ningún conde o marqués aunque podría ser un indicio el que los condes de Benavente satisficieron anualmente al convento la cantidad de 6.300 maravedís por los “sufragios que en él cumple su comunidad” y, naturalmente, el hecho de que eran los patronos del mismo.
San Francisco pudo ser el símbolo del nuevo rumbo que iba tomando la villa de Villalón de Campos bajo el señorío de los Pimentel contrarrestando a Santo Domingo, titular del otro convento mendicante fundando en Villalón a principios del siglo XV por don Fernando de Antequera y doña Leonor de Alburquerque, y, como se pregunta Duque Herrero: ¿qué mejor forma de potenciarlo y prestigiarlo que sepultando en su interior el cadáver del I marqués de Villafranca, primogénito del IV conde de Benavente, muerto en plena flor de la vida?

BIBLIOGRAFÍA
  • ARA GIL, Clementina Julia: Escultura gótica en Valladolid y su provincia, Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1977.
  • DUQUE HERRERO, Carlos: “La escultura yacente del I marqués de Villafranca (h. 1497), Boletín del Museo Nacional de Escultura, Nº 3, 1998-1999, pp. 11-13.
  • WEB DEL MUSEO NACIONAL DE ESCULTURA:http://ceres.mcu.es

EL RELIEVE DE "LA ANUNCIACIÓN" DE ESTEBAN JORDÁN EN LA IGLESIA DE SAN ILDEFONSO

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En la iglesia de San Ildefonso se conserva un altorrelieve de Esteban Jordán que representa la Anunciación (164 cms. de ancho). No sabemos si es una pieza independiente o bien formó parte de un retablo. Agapito y Revilla piensa que habiendo dejado expresado Jordán en su testamento, hecho a 4 de junio del año 1597, que se colocara un retablo de la Salutación, que ya tenía labrado, junto a su sepultura, pudiera ser éste el indicado por el escultor. Para aceptar esto, preciso es suponer que al retablo se le ha suprimido el marco de ensambladura.
Refiere el propio Agapito y Revilla que el relieve fue colocado en 1844, al trasladarse el mobiliario de la antigua parroquia de San Ildefonso a la iglesia de las Agustinas Recoletas, que en tal fecha se convertía en parroquia de aquella advocación. Y posteriormente a la nueva iglesia de San Ildefonso, aborto abominable de la arquitectura del siglo XX, de esas a las que nos tiene acostumbrados Valladolid. Y como imagina dicho autor que Jordán fue sepultado en la parroquia de San Ildefonso, es más fácil suponer que el retablo que tratamos sea el referido por Jordán en su testamento. También se sabe que Pedro de Oña y su mujer Isabel Jordán tuvieron enterramiento en dicha antigua parroquia, en el altar de la Encarnación, el cual estará presidido por un retablo de tal misterio, acaso el mismo señalado por Jordán al ordenar su testamento.

El relieve se encierra por un marco de arquitectura compuesto por columnas corintias con tercio de talla y fuste liso, iguales a las del retablo de la Victoria, incluso en la pintura. La acción se desarrolla en un interior, en la habitación de la Virgen. Hay dos partes diferenciadas: la inferior, con el arcángel Gabriel y la Virgen; y la superior, con el Padre Eterno sujetando una bola del mundo, rodeado de nubes. El arcángel se sitúa al lado izquierdo, de pie; mientras que la Virgen está al lado derecho, arrodillada. Entre ambos un jarrón de azucenas, símbolo de la pureza y virginidad de María.

La composición de la escena es idéntica a la que presenta uno de los relieves del trascoro de la catedral de León, sólo que en el Ángel se halla en pie en el relieve de Valladolid. Los brazos gruesos, musculosos, enteramente descubierto, son normales en Jordán. La Virgen presente el mismo tocado y peinado que en el relieve del banco del retablo de Alaejos. La policromía es mate y de colores planos, sin acusar sombreado, del mismo tipo que la del retablo de la Victoria. Tan sólo el Ángel lleva en su vestido unas flores naturalistas, hechas a punta de pincel. Esta obra admite comparación, aunque la composición varíe un poco, con la Anunciación del retablo de la Merced, que hiciera Pedro de la Cuadra entre 1599-1600 (Museo Nacional Colegio de San Gregorio).

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Esteban Jordán, Sever Cuesta, Valladolid, 1952.

LA VIRGEN DE LA PIEDAD DE MOTA DEL MARQUÉS (ADRIÁN ÁLVAREZ, h. 1596)

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En la iglesia parroquial de San Martín de la localidad de Mota del Marqués se halla una de las imágenes de la Piedad más bellas de la provincia. Su realización se le atribuye al escultor palentino, aunque vallisoletano de adopción, Adrián Álvarez (1551-1599); uno de los mejores representantes del Romanismo, movimiento que parte de los postulados finales del Renacimiento copiando las formas miguelangelescas (de Miguel Ángel Buonarroti). De “casta le venía al galgo” el oficio de escultor puesto que su padre fue el afamado imaginero palentino Manuel Álvarez y su madre Isabel Giralte, familiar del gran escultor Francisco Giralte. No es la primera vez que tratamos sobre Adrián Álvarez en este blog, pues ya se habló sobre él al explicar los retablos de Santa María de Torrelobatón y de la parroquial de la Asunción de Tudela de Duero.
Iglesia parroquial de San Martin, de Mota del Marqués
La presente Piedad (105 x 130 x 40 cms.), realizada en madera policromada se fecha a finales del siglo XVI ¿1596?, en el tránsito entre siglos. Fue concebida como escultura de retablo, puesto que es plana por detrás, lo que indica que en un principio no se pensaba darla una función procesional. Prueba de la devoción que se la rendía en el pueblo es la pintura exvoto del siglo XVIII en que se menciona un supuesto milagro de la imagen, también conservada en la parroquia. En la actualidad, este sentimiento sigue vivo, manifestándose sobremanera cada Viernes Santo, a la caída del sol, cuando sale en procesión.

Pintura exvoto del siglo XVII con la Virgen de la Piedad
El escultor nos representa a la Virgen sentada sobre unas piedras del Gólgota, con rostro dolorido ante la figura de su Hijo muerto, al que coge la mano izquierda y sujeta en alto la cabeza. Viste túnica, manto y toca –signo de edad y pena–. El Cristo se dispone tendido sobre una roca y no sobre el regazo de su madre como suele ser más habitual. Esta forma de interpretar el tema tiene antecedentes en el siglo XV y en la primera mitad del siglo XVI (como por ejemplo, la Virgen de las Angustias de Arévalo atribuida a Pedro de Salamanca), aunque Émile Mâle considera que se extiende a partir del Concilio de Trento. En cualquier caso, supone la búsqueda de una representación más acorde con la lógica compositiva, si bien pierde la fuerza sentimental que aportaba la colocación del cuerpo de Cristo sobre el regazo de la madre.

Según Parrado del Olmo, “la escultura presente las formas correctas, aunque algo envaradas, propias de la escuela vallisoletana de finales del siglo XVI, con una tendencia a la corrección de las formas, como se aprecia en el movimiento suave de los paños de la Virgen o en la anatomía del cuerpo de Cristo, pero sometiendo a la imagen a cierta estilización rígida. Parrado del Olmo se la atribuye a Adrián Álvarez, por su parentesco muy cercano a la Virgen de la Angustias de la ermita homónima de Tordesillas, que documentó como obra contrata por este escultor en 1589. En cualquier caso, no puede excluirse una posible colaboración de Pedro de la Cuadra, escultor que debió de colaborar con Álvarez en sus años juveniles. El esquematismo de la obra recuerda composiciones de Cuadra, si bien éste resulta aún más rígido y esquemático en los grupos escultóricos de la Piedad que se le conocen. La escultura de mota del Marqués se puede fechar a partir de la citada fecha de 1589”.

La policromía es propia de finales del siglo XVI, con técnica de rajados en lo fundamental, completada con diversos detalles a punta de pincel. La túnica lleva motivos vegetales esgrafiados sobre fondo rosáceo, con un corazón con los siete cuchillos alusivos a los siete dolores de María, realizado a punta de pincel. El manto de fondo azul oscuro presenta motivos similares y emblemas marianos. Las orlas son roleos a punta de pincel sobre fondo de oro. La sábana y el paño del Cristo dibujan flores de oro sobre pintura de color ocre claro. Por último, sobre las piedras, se representan tallos vegetales y flores. El encarnado es a pulimento.

Su restauración aportó nuevos datos que han propiciado un mayor conocimiento de la obra. Arias Martínez ha reproducido y descifrado una inscripción que aparece en la base: “Izose esta echura el año de 1506 y se renobo el año de 1723 / siendo capellán Mayoor el sr. Dn Fernando de acebes ermosino / y fueron las devotas Catalina diez y mariana Diez y la estofo Manul / el Varreda y lombera Vecino de la Ciud(ad) de Valladold(olid), en esta billa de Lamotta / A diez dias del mes de Julio deste Presente año amen Jesús / antonio Barreda en la casa de Miguel Gómez que linda con la callexa de la Iglesia”. Esta información pone de manifiesto que la policromía no es la original sino una intervención dieciochesca a cargo del policromador Manuel Barreda y Lombera. Presenta una labor muy rica en las telas con motivos vegetales y emblemas marianos. La mención al año 1506 como fecha de inicia de la obra no puede admitirse como válida, por razones estilísticas evidentes. Arias contempla la posibilidad de que esta fecha respondiera a la iniciación del culto a esta devoción. Al hilo de esa teoría debemos tener en cuenta que era muy común el encargo de obras que volvían a repetir la misma advocación que se veneraba, llegando a reemplazare en la mayoría de los casos. Quizás pudieran estar trastocados los números y en realidad tratarse del año 1596; fecha, además, correspondiente con el estilo que exhibe la talla.

BIBLIOGRAFÍA
  • ÁLVAREZ VICENTE, Andrés y GARCÍA RODRÍGUEZ, Julio César: Dolor y Gloria, Ayuntamiento de Valladolid,Valladolid, 2006.
  • PARADO DEL OLMO, Jesús María: “Piedad”. En VV.AA.: Las Edades del Hombre. Remembranza,Edades del Hombre, Zamora, 2001.

EXPOSICIÓN: VENANCIO BLANCO. Desayunando con el dibujo. V Centenario de Santa Teresa de Jesús

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En la Sala de Exposiciones de la Casa Revilla de Valladolid, junto a la Casa de Zorrilla y el Museo Nacional de Escultura, se celebra durante unos pocos días (demasiados pocos para la FIGURA a la que dedican la muestra) una exhibición que muestra parte de la obra más reciente de Venancio Blanco. ¿Qué quién es Venancio Blanco? Sin lugar a dudas el escultor decano de Castilla y León, el último vivo de los míticos escultores que ha producido esta tierra durante el siglo XX, que no fueron pocos. En definitiva, toda una “Institución” de las artes castellanoleonesas. Vaya aquí un pequeño homenaje a este escultor que tanto admiro.
Esta exposición que inició su itinerancia en el Auditorio de San Francisco de Ávila, organizada por el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua en colaboración con la Fundación Venancio Blanco dentro de la conmemoración del V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, acoge medio centenar de dibujos realizados en servilletas de bar, de 12 x 8,5 cms., en las que el escultor Venancio Blanco recoge a diario sus inquietudes y aquello que le llama la atención, mientras disfruta de una taza de café con leche en uno de los bares cercanos a su taller; un soporte sencillo, efímero para recoger la frescura, la libertad y el buen dibujo.

Flores (2012)
Santa Teresa (2013)
Santa Teresa (2013)
Santa Teresa (2014)
Santa Teresa (2003)
Santa Teresa (2014)
Santa Teresa y San Juan de la Cruz (2014)
San Juan de la Cruz (2002)
San Juan de la Cruz (2014)
Santa Teresa (2014)
La exposición “Desayuno con dibujo”, también acoge cinco esculturas religiosas, un temática recurrente que marca la singularidad de su trayecto en el que hay que señalar el monumento a Santa Teresa en Alba de Tormes, y un museo en el alrededor madrileño dedicado a sus esculturas sacras. El año 2013 recibió el encargo de las Carmelitas de Alba de Tormes para realizar otra escultura de Santa Teresa, y ello le llevó a producir numerosos dibujos en los que “sueña” distintas situaciones de Teresa en su camino fundacional y en su labor como escritora.

Árbol (2004)
Maternidad (2014)
Maternidad (2014)
Homenaje a Häendel. Acuática (1996)
Toro (2014)
Retrato de Juan Belmonte (1971)
Suerte de varas (2014)
Suerte de varas "Burladero" (2007)
Reposo (1980)
Maternidad de la silla "Escuela " (1970)
Escultura (2013)

VENANCIO BLANCO. BIOGRAFÍA
Venancio Blanco nace en Matilla de los Caños (Salamanca) el 13 de marzo de 1923. Su infancia tuvo lugar entre dehesas y toros bravos por ser hijo de José Blanco, mayoral de las ganaderías de Argimiro Pérez Tabernero, y por si fuera poco en lugar cercano al de otros toros famosos “los Toros de Guisando”. De aquí, sin duda, nació su amor por el mundo de los toros, el cual podemos verlo plasmado en sus dibujos y esculturas de toros y toreros.
A los ocho años se traslada con su familia al vecino pueblo de Robliza de Cojos, descubriendo por primera vez los “santos” del retablo de su iglesia”; santos que, como Venancio confiesa, primero fueron sólo eso, santos, y luego “esculturas” cuando supo repensarlos. Desde estos primeros años manifiesta una clara inclinación por los trabajos artesanales. En 1937, en plena Guerra Civil, el Ayuntamiento de Robliza el concede una pensión para ampliar estudios que le permite matricularse en la Escuela elemental del Trabajo de Salamanca. Se traslada a dicha ciudad, residiendo en casa de unos tíos, con la intención de estudiar dibujo lineal, forja, ajuste mecánico, hojalatería y ebanistería. Decidido a orienta su vida hacia el mundo de la madera, Venancio comienza a asistir por las noches a la Escuela de Artes y Oficios, en la que terminará por matricularse. Allí se produce un gran descubrimiento: el dibujo artístico y la escultura, asignatura de la que era profesor Soriano Montagut. Este descubrimiento del arte y muy especialmente de la escultura, supondrá un verdadero giro para su vida.

Sagrada Cena
Al descubrimiento de la práctica artística verificada por Venancio se unirá, colaborando de forma decisiva a dar solidez a la decisión ya casi tomada del joven salmantino, el premio obtenido en 1941 en la 1ª Exposición de Educación y Descanso. Había presentado dos retratos que obtuvieron cuarto y noveno premio, lo que le permitiría viajar a Italia; a una Italia en guerra, hecho que hará que parte de su familia se oponga. Para un joven de apenas 18 años un mes por tierras italianas, visitando Roma, Orvieto, Perugia, Asís, Florencia, Pisa y Milán, supuso traer en la retina de imágenes y una idea de un punto pretenciosa pero perfectamente explicable tas la estancia en “la Gloria”: “el arte había dejado de tener secretos, ahora faltaba el trabajo”. Esto va a suponer un importante avance en su obra, más por lo que el hecho le aporta de seguridad en sí mismo y de reconocimiento a sus muchos y grandes esfuerzos, que por lo que entonces puede investigar de los grandes maestros del pasado. Observaría principalmente a Donatello, Ghiberti y Miguel Ángel. Y también se interesaría por maestros contemporáneos como Marino Marini, Giacomo Manzù y Arturo Marini, aunque luego no recordará sus nombres.
Venancio regresa a Salamanca para continuar sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios, trabajando en ocasiones como ayudante de Soriano Montagut o Damián Villar. En 1942 realiza las pruebas de acceso y, tras ser aceptado, ingresa al año siguiente en la Escuela Central de Bellas Artes de San Fernando. Una Beca de la Diputación de Salamanca le va a permitir costearse su estancia en Madrid. Realiza brillantemente su carrera. Aprovecha el tiempo y trabaja, consigue los premios: Molina Higuera, Aníbal Álvarez y Carmen del Río. 

Monumento al torero Juan Belmonte. Sevilla
Al terminar sus estudios en San Fernando en 1948, Venancio permanece en Madrid y va saliendo adelante como puede. Picó a la puerta de Talleres de Arte –los “Talleres del Cura”, como eran conocidos en Madrid–, empresa creada por el sacerdote asturiano Félix Granda Buylla y que se dedicaba desde principios de siglo al arte sacro, con la intención de entrar en su sección de talla, pero no fue contratado, por lo que se vio obligado a realizar trabajos para algunas tiendas de Serrano, fundamentalmente para Hipola, y para una fábrica de porcelana que a la postre habría de llevarse sus ahorros. En esta coyuntura entra ya en escena una persona clave en la trayectoria de Venancio: su hermano Juan. Vendrá ahora reclamado por el hermano mayor para ayudar en el trabajo a Venancio, pues la demanda de piezas decorativas era importante, pero habrá de ser poco más tarde un colaborador incansable y extraordinario dominador del oficio y sus técnicas cuya huella puebla las principales esculturas del artista. Pocas son las obras que Venancio ha realizado hasta este momento, y las que pueden contarse, están dentro de los módulos académicos, algunos retratos, y algunas obras de carácter religioso, nada más. Las esculturas religiosas de Venancio en sus primeros tiempos, surgen conforme a la posibilidad de entender la religiosidad en la España de la postguerra. Para cualquier artista que iniciara en aquellos tiempos escultura religiosa, existía casi una imposibilidad de hacer algo de acuerdo con el siglo XX.

Monumento a San Francisco de Asís. Salamanca
Desde los últimos cuarenta y primeros cincuenta le había ido llegando algunos encargos escultóricos, casi siempre de carácter religioso, que había resuelto con destreza, pero que sólo tímidamente iban dando muestras de un intento de renovación. En cualquier caso, está claro que desde sus inicios Venancio no se decanta por la senda servil del “neo”, fundamentalmente neo-barroco, tan del gusto del público y escultores entonces.
1953 marca un punto de inflexión. Once años de trabajo sólo habían acrecentado las ansias de escultura de Venancio, y esas ansias se desbordan en otoño, al participar de la nueva escultura italiana expuesta en el Retiro. Desde entonces Manzù y Marino Marini se convertirán en referentes básicos para su obra.
La primera exposición individual de Venancio Blanco llega en 1955 y tiene por marco la Sala Municipal de Arte de Córdoba, tierra especialmente querida para el salmantino por las raíces cordobesas de su esposa y la amistad con el pintor Povedano. Tenía entonces su estudio en el nº 27 de la calle María de Molina. Desde este año el toro se convierte en vehículo de su investigación escultórica.

Monumento a Santa Teresa de Jesús. Alba de Tormes
En febrero de 1957 contrae matrimonio en la parroquia de San Lorenzo del Escorial con María Pilar Quintana Iglesias y, gracias a una bolsa de viaje concedida por el Ministerio de Educación Nacional, emprende una nueva visita a Italia. El viaje resulta un verdadero aprendizaje; una lección constante de escultura antigua y moderna que se dejará ver en la muestra del Ateneo de Madrid de 1959. En opinión de Ortega Coca, le sirvió para acercarse a los estilos arcaicos y muy especialmente el arte etrusco, “que rimaba perfectamente con los gustos de Venancio durante aquellos años”. En el fondo estamos ante una búsqueda de la renovación por la vía del carácter elemental y sintético del arte “primitivo” que permanece como alternativa válida desde que lo descubrieran las vanguardias históricas. En 1958 viaja a París, importante en tanto que supondrá la posibilidad de contacto con la más estricta vanguardia. Subraya el artista dos nombres: Rodin y Maillol.

Monumento "Al Vaquero Charro". Salamanca
En 1959 vuelve a Italia gracias a una beca de la Fundación March y residiendo, durante la duración de la misma, en la Academia Española de Bellas Artes en Roma. Este viaje le sirve a Venancio para sentar muchos conceptos y afirmar vagos recuerdos de sus viajes anteriores, como el realizado a Italia en 1941 en el que se enfrentó por primera vez con el Renacimiento, o el segundo que tuvo lugar en 1957. Ahora en 1959, en su visita a Italia va a estudiar algo que le interesa profundamente: el proceso de fundición. Por estas fechas, Venancio se ha convencido de su compenetración con la materia más adecuada a su idea y esta materia será el bronce. El cemento le ha valido, en este interludio de unos meses, para probarse a sí mismo como escultor. Es además un material de bajo costo, que sirve bien a las ideas sobre la ruda figuración primitiva que entonces quiere conseguir. En Italia, frecuente los talleres de Giovanni y Angeli, de la Vía San Michelle de Trastévere de Roma, fundición internacionalmente famosa. A partir de su regreso a España, y hasta el momento actual, Venancio elige, salvo raras excepciones, el bronce como única materia.
El año 1959 será un crucial para Venancio. Él dice que es el de su primera y verdadera exposición, realizada en el Ateneo de Madrid. Será una exposición individual, en ella muestra veintiocho obras en cemento y dos vaciadas en bronce. En esta muestra conseguirá el Premio de la crítica por la mejor exposición de la temporada 1958-1959. Y un año después consigue la Segunda Medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes y el Primer Premio de Escultura al Aire Libre, de la Fundación Rodríguez Acosta de Granada.

Parece evidente que Venancio inicia la década de 1960 con extraordinaria fortuna. Las exposiciones, los premios y los viajes se suceden sin interrupción y también las ventas. Un gran coleccionista de su obra iba a ser el célebre actor Anthony Quinn, con sensibilidad escultórica y afición a los toros, el que le compre en 1961 y de una sola vez quince esculturas, enterado del hacer del escultor mientras rodaba una película en España. Posteriormente el actor aumentó su colección con nuevas obras de Venancio. Pero, ha sido una de sus verdaderas desilusiones, el no haber aceptado Venancio la venta del gran Nazareno (1963) que el actor quería adquirir. Parece que Venancio no quiere, en absoluto, desprenderse de esta pieza obra clave, sin duda, en el conjunto general de su obra.
En 1962 se le concede la Primera Medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes por su obra Torero, escultura que “contrapone salientes y huecos con perfecta maestría, al tiempo que aprovecha el efecto irregular de la rebabas y los poros del metal fundido para dar cumplida realidad a su escultura innovadora”. Al año siguiente, en 1963, Venancio realiza una de sus mejores obras, El Nazareno, en dos versiones, una exclusivamente de hierro y la otra, más cuidada, en hierro y bronce (190 cms.). La obra se realizó con destino propio, para San Lorenzo de El Escorial, pero la incomprensión de las autoridades eclesiásticas, desestima la pieza como inapropiada para el culto.

Toro
Torero
En 1964, año en que se publica una obra que recupera la figura del escultor Alberto Sánchez trazando su discurrir creativo desde la renovación neocubista a las formas orgánicas, Venancio participa de una exposición colectiva en las salas de la Dirección General de Bellas Artes de Madrid. En esta muestra se encuentra el germen de un grupo que aglutinará a escultores y amigos que comparten una forma de entender la escultura. Todos los participantes –César Montaña, Valverde, García Donaire, Mustieles, Carrilero y Venancio– profesores de modelado en la Escuela de Artes y Oficios –Venancio accederá por oposición en 1969 comenzando a impartir clases en la Escuela de Artes y Oficios de Moratalaz– forman un equipo de trabajo e investigación bajo el nombre de “Seis escultores” que intentaba introducir elementos de renovación en la plástica española y, muy especialmente, en la enseñanza de la escultura sin abandonar su apuesta por la figuración. Fruto de la amistad de Venancio con Jesús Valverde será el traslado del estudio de nuestro escultor desde la calle María de Molina de Madrid a la calle Cañas en 1974.
También en 1964 consigue con esta escultura la Medalla de Oro en la IV Bienal Internacional de Arte Sacro de Salzburgo, la más alta condecoración en el más acreditado concurso de arte religioso en Europa; y el gran premio de la Bienal Internacional del Deporte en las Bellas Artes, tras haber hecho de deportes como el baloncesto o el ciclismo –su obra Ciclistasserá colocada en el Velódromo de Anoeta– tema escultórico. En el mismo año es condecorado con la Encomienda de la Orden del Mérito Civil y un año más tarde gana la Medalla de Oro en la X Exposición de las Artes en Europa, que tuvo lugar en Bruselas. Este mismo año obtiene nuevos trofeos, organiza exposiciones dentro y fuera de España y recorre Grecia y Turquía. La visita griega resuelve una crisis que en ese momento estaba atravesando el artista.

Picador
Don Quijote
En 1967 llega un hito importante a la carrera de Venancio: el encargo de una serie de esculturas para la iglesia de Pedro Abad (Córdoba), lugar en el que nació la fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón. Daniel Sánchez Puch fue el arquitecto que proyecta la iglesia e intenta dotar a ésta de obras de calidad, para lo cual cuenta con nuestro Venancio. En el templo irían, al menos, tres piezas escultóricas: Cristo, Virgen con el Niño y un sagrario.  En este año de 1967 recibe el encargo por parte de Luis Bollaín de realizar un Monumento al torero Juan Belmonte, al cual Venancio no llegó a conocer. Lo realiza según documentos fotográficos, y relatos orales. Desde esta fecha hasta su realización definitiva en 1972, transcurren más de cinco años e infinidad de bocetos, que en general van simplificando al personaje. El resultado final tiene mucho de símbolo y de expresión. Este monumento es uno de los cuatro más importantes que se han encargado al escultor. Los otros tres son: Monumento a San Francisco en el Campo de San Francisco de Salamanca; el Monumento a Santa Teresa, junto al convento carmelitano de Alba de Tormes; y el Vaquero Charro en Salamanca.
En 1969 Venancio da fin al encargo de Pedro Abad, al mismo tiempo que, participa en la X Exposición Bienal del Museo de Middelheim en Amberes, donde su obra interesa hasta el extremo de ser adquirida su escultura Cante por este importante museo belga. Este mismo año de 1969, Venancio participó en la Exposición “Cuatro españoles en Oslo” en Kunstneforbundet (Noruega). En años sucesivos Venancio continúa su febril actividad artística, que es interrumpida temporalmente en 1972 por sufrir una hepatitis. Este año su obra La perretaes adquirida por el Museo Español de Arte Contemporáneo de Madrid.

Calvario
En 1972 es seleccionado –junto con Chillida, Oteiza y Pablo Serrano entre los escultores– para formar parte del elenco de artistas españoles que estén representados en las nuevas salas dedicadas al arte contemporáneo que se abren en los Museos Vaticanos.
Entre todas las exposiciones realizadas en estos años es sin duda la celebrada en 1974 en la Sala Santa Catalina de Madrid una de las más importantes de su carrera, fundamentalmente por su producción de carácter religioso. El artista reconoce haber dudado cuando se le propuso preparar una exposición de temática religiosa, pero finalmente se decidió creyendo que quizá fuese posible realizar algunos planteamientos renovadores y que desde luego valía la pena plantearse el tema desde un compromiso con los nuevos lenguajes plásticos. Con esta muestra Venancio va a consagrarse como uno de los más destacados artistas contemporáneos que lleven el tema religioso a la escultura y muchas de las obras presentadas en pequeño formato funcionarán como bocetos para la erección de grandes proporciones, caso de la imagen de Santa Teresa para Alba de Tormes; el San Francisco instalado en Salamanca o, andando el tiempo, varias piezas de la Capilla del Monte del Pilar.
El día 3 de febrero de 1975, Venancio es elegido académico de Bellas Artes de San Fernando, para ocupar la vacante del escultor José Planes; dos años después, el 6 de noviembre de 1977, lee su discurso de ingreso en la Academia, con el título de El taller. La contestación corrió a cargo de José Camón Aznar.

Boceto para el Monumento a Saavedra Fajardo
Bajo la coordinación de la Dirección General del Patrimonio Artístico, Archivos y Museos del Ministerio de Cultura tiene lugar en mayo de 1980 y en el marco del Palacio de Velázquez del Parque del Retiro una exposición antológica. Al año siguiente, en 1981, se le ofrece la posibilidad de ocupar el puesto de director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma, cargo que acepta. Su objetivo prioritario era el de transmitir su concepto de taller, así como la importancia del oficio y la técnica. Tras su elección como académico de número en Bellas Artes ya había manifestado sus ideas renovadoras respecto al mundo de la Academia: “Sería muy interesante que la Academia, sin dejar de ser lo que ya es, ampliase su función. La concibo como el más idóneo organismo para cuidar lo que ya tenemos, esa extraordinaria riqueza de nuestro patrimonio artístico, pero, a mi entender, la Academia debería estimular la investigación y, para ello, nada mejor que el ingreso de gente joven”. La burocracia terminará por ser más fuerte que el artista, por más que éste dé probado testimonio de su tenacidad y es imposible llevar a la práctica muchas de las iniciativas, en parte ensayadas con éxito y por tanto estimuladas en un curso de verano impartido en la localidad burgalesa de Peñaranda de Duero. Esta lucha estéril por hacer de la Academia un centro dinámico hace que se reconcentre en su labor creadora –en el taller de Roma surgen los primeros pasos de dos obras importantes: el monumento al Vaquero Charro y el Yacente– y ofrezca una cercanía de trato que se verá recompensada con el cariño de los pensionados.

Alfonso X "el Sabio"
Con escasos medios, y convencido de la extraordinaria importancia del dibujo, Venancio no duda en crear talleres informales de esta disciplina abiertos a todos los pensionados de la Academia, incluidos restauradores, museólogos, bibliotecarios e investigadores y favoreciendo con ello un clima de camaradería que recuerdan con agrado cuantos disfrutaban de la estancia en el Trastévere. Antes de volver a España, realiza tres exposiciones: en el Palacio Real de Caserta en Nápoles, en la Academia de Bellas Artes de Roma y en el Colegio Español de Bolonia. Deja la dirección y regresa a Madrid en 1985 y al año siguiente, junto con el guitarrista Andrés Segovia, es elegido miembro de la Pontificia Insigne Academia Artística dei Virtuosi al Panteón.
El fallecimiento en 1988 de Juan Blanco, hermano y colaborador experto e infatigable, rompe la dinámica de trabajo que presidiera el taller. A partir de entonces Venancio se enfrenta a la creación en soledad y deja de fundir sus esculturas, debiendo conformarse con la asistencia a la función para estar presente en el momento en que se cortan los yesos, para ver a pie de obra la ejecución de los moldes o asistir al parto de las piezas.
Yacente
 
En 1992, año en el que artista estuvo presente en la exposición de artistas de Castilla y León instalada en el pabellón de esta comunidad en la Exposición Universal de Sevilla, la Fundación Cultural Mapfre Vida realizó en Madrid una exposición antológica, publicándose un importante catálogo. Será además esta exposición el primero paso de lo que va a ser un gran proyecto que ocupará a Venancio en los próximos años. El interés de Mapfre por el Cristo Yacente desembocará en planteamientos más ambiciosos que terminan por concretarse en el encargo al artista de una colección de piezas para la Capilla del Monte del Pilar, capilla privada del palacete de la familia Oriol que Mapfre acaba de adquirir con la intención de convertirlo en centro de estudios.
A lo largo de este tiempo será objeto de numerosas exposiciones individuales y colectivas. La participación con varias obras –Nazareno, Anunciación, Cristo Yacente y El Manzano de San Juan de la Cruz– en el proyecto “Las Edades del Hombre” para Salamanca de 1993 contribuyó de manera decisiva a acercar aún más, si cabe, la obra de este artista al gran público.


Reposo
En el año 2000 Venancio recibe la Medalla de Honor de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla y la Medalla de Oro en “Artesantader”. En el marco del Jubileo del Año Santo, es invitado por la Santa Sede a representar a los artistas españoles. En este mismo año la Diputación de Salamanca presenta una exposición de dibujos del artista de extraordinario interés, complemento a la publicación de un libro sobre el tema. Unas y otras muestras ponen ante el público a un escultor sincero que apostó por quedarse en la figuración –jugando con la figura hasta hacerla desaparecer en unas ocasiones, tratando de hacer figura de conceptos abstractos en otras– cuando se abrían nuevos caminos nuevos.
A pesar de los premios recibidos, especial importancia tendrá para el escultor el Premio Castilla y León de las Artes otorgado en el 2002, año en que también recibe el Premio de “El punto de las Artes” y el de “Español del Año” en Salamanca.
Venancio Blanco con su "Piedad"
A modo de apéndice señalaremos las temáticas que aborda en su obra:
  • El motivo religioso y el taurino representan los dos grandes protagonistas en su obra. Han sido su vida desde la infancia, y el artista nos revela profundas confluencias entre ambos, desde una síntesis original de tradición y contemporaneidad.
  • La naturaleza ha supuesto también para Venancio una fuente de conocimiento y una lección constante de belleza, que ha traducido en su personal lenguaje plástico, con riqueza de temas y matices.
  • El interés por la figura humana y el desnudo, para expresar a través de la forma una realidad vital, un sentimiento, ha estado siempre presente en su creación. Maternidades, deportistas, personajes… cobran vida en sus bronces y dibujos.
  • La música y el flamenco llenan el espacio en su taller. Abstracción o figuración, es la idea convertida en materia, para transmitir la esencia desde la libertad y la sensibilidad.
  • Y en todo el dibujo, “que nos enseña a mirar, para aprender a ver, y a querer”.

BIBLIOGRAFÍA
  • DÍAZ QUIRÓS, Gerardo (coord.): Hacerse preguntas, Dibujar respuestas. Venancio Blanco. Escultura religiosa, Fundación Las Edades del Hombre, León, 2005.
  • ORTEGA COCA, María Teresa: Venancio Blanco, Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 1989.

EXPOSICIÓN: LA BELLEZA DEL MODERNISMO. Obras del Museo del Modernismo de Barcelona

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Durante los próximos dos meses se celebra en la Sala Municipal de Exposiciones de “la Pasión”, en la calle del mismo nombre, a la vera de la Plaza Mayor, una magna exposición que aborda el Modernismo catalán; y más concretamente el desarrollado en la ciudad de Barcelona. En ella se pueden ver obras de algunos de los artistas más importantes de este movimiento, no solo a nivel local o nacional, sino internacional: Josep Llimona, Ramón Casas, Antoni Gaudí, Joaquim Mir… Como enamorado del Modernismo, de la ciudad de Barcelona y del arte catalán, quiero con este post animaros a que vayáis a verla. ¡Os va a encantar! Además, os recomiendo que si estáis interesados y tenéis tiempo acudáis a las visitas guiadas que se realizan, la guía que realiza la visita lo hace simplemente genial; gracias a su interesante explicación me surgió la idea de hacer este post. Los textos están extraídos del folleto que se entrega al comienzo de la exposición:


LA BELLEZA DEL MODERNISMO. OBRAS DEL MUSEO DEL MODERNISMO DE BARCELONA
Organizada por la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Valladolid en colaboración con el Museo del Modernismo de Barcelona y Aurea Cultural i Art, la muestra presenta pintura, dibujo, carteles, escultura, mobiliario, marquetería, vitrales…, piezas pertenecientes al citado museo, que por primera vez exhibe un conjunto amplio de sus fondos fuera de su sede barcelonesa.
La exposición refleja la gran creatividad del Modernismo, movimiento complejo y variado que se desarrolló en Cataluña entre los años ochenta del siglo XIX y finales del primer decenio del XX, que se manifestó no solo en las artes plásticas (arquitectura, pintura, escultura, artes decorativas) sino en otros ámbitos de la cultura catalana como la literatura, la música o el teatro, y que surge como expresión de una voluntad de adecuar el arte y la cultura a una nueva realidad social, de crear un estilo propio y equipararlo a una corriente cultural que con nombres diferentes aparece en distintos lugares de Europa y que se identifica con la modernidad, de ahí su nombre.
La muestra pone de manifiesto la amplitud de este movimiento y la complejidad de la producción artística de la época, que no coincide con una única expresión estética, ya que en ella conviven estilos diversos y contradictorios.
El itinerario expositivo se inicia con Alexandre de Riquer, magnífico exponente de creador modernista –dibujante, pintor, grabador, escritor– y, junto con Santiago Rusiñol, el introductor del Simbolismo plástico en Cataluña. De este artista se exhiben dos óleos de gran formato, que pueden incluirse en esta corriente artística, protagonizados por una idealizada figura femenina que se nos presenta integrada en un paisaje de cromatismo suave. Al mismo autor pertenece el cartel de la Tercera Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas celebrada en Barcelona en 1896, obra significativa puesto que se considera el primer cartel artístico del Modernismo; Alexandre de Riquer lo realizó tras una estancia en Londres en 1894, donde el artista profundizó en la pintura de los prerrafaelitas y en el movimiento Arts & Crafts, percatándose de la importancia del diseño y de las artes decorativas.

ALEXANDRE DE RIQUER
Alexandre de Riquer. Dama en el jardín
Alexandre de Riquer. Dama junto al lago
Alexandre de Riquer. Cartel de la 3ª Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas (1896)
Ninfasde Joan Brull, tanto por la temática como por su cromatismo delicado y sutil, constituyen también un buen ejemplo de la pintura simbolista.

JOAN BRULL
Joan Brull. Ninfas (1899)
De Ramón Casas, impulsor junto con Santiago Rusiñol de la renovación de la pintura catalana a través de las exposiciones celebradas en 1890 y 1891 en la Sala Parés de Barcelona y gran protagonista de la generación modernista, se exhiben cinco obras. Una de ellas es un pequeño retrato de su hermana Elisa, que a menudo posó para él, realizado tras una primera estancia en París. También se exhiben dos de sus característicos dibujos, con una mujer sofisticada y moderna como protagonista, que pueden fecharse entre 1899 y 1903, y que forman parte de los realizados para la revista Pèl & Ploma, publicación financiada por Casas, que era también su director artístico. Escena orientalista protagonizada por Sada Yacco presenta un tema atípico en la obra del pintor, con una composición que responde a las estampas japonesas o ukiyo-e tan de moda en la Europa de finales del siglo XIX. La protagonista es Sada Yacco, actriz japonesa que se hizo famosa en Estados Unidos y Europa por sus representaciones teatrales y que actuó, junto a su marido Kawakami Otojiro, en Barcelona en 1902. Casas realizó retratos al carbón de ambos, publicados en la revista Pèl & Ploma, y seguramente fue entonces cuando pintó este óleo, que recoge una escena de alguna de las representaciones de la actriz en el teatro Novedades barcelonés. La presencia de Ramón Casas en la muestra se cierra con Novicia, un óleo protagonizado también por una figura femenina situada en el monasterio de Sant Benet de Bages, propiedad de la familia Casas. La modelo es Júlia Peraire, su compañera desde 1906 y con la que contrajo matrimonio en 1922.

RAMÓN CASAS
Ramón Casas. Escena orientalista protagonizada por Sada Yacco (h. 1902)
Ramón Casas. Dama vestida con gabardina y rocado (Pel & Ploma) (h. 1899-1903)
Ramón Casas. Novicia
Ramón Casas. Retrato de Elisa Casas (h. 1883)
Ramón Casas. Dama con paraguas (Pèl & Ploma) (h. 1899-1903)
Joaquim Mir está presente en la exposición con el magnífico paisaje datado en 1898, en l época en que el artista formaba parte –junto con Isidre Nonell, Ricard Canals, Ramon Pichot, Joaquim Sunyer, Juli Vallmitjana y Adrià Gual a de La Colla del Safrà, nombre con el que se denominó al grupo por el color amarillento, azafranado, que predominaba en muchas de sus obras. Influenciados por la pintura plenairista que Casas y Rusiñol habían traído de París en 1890 y huyendo de la rigidez de los principios académicos que dominaban el ambiente artístico, estos jóvenes salieron de las aulas y talleres para pintar al aire libre y buscaron sus temas en paisajes suburbiales, humildes y sin historia de la ciudad de Barcelona, como el paisaje de Joaquim Mir de Sant Genis dels Agudells en un día de romería.

JOAQUIM MIR
Joaquim. Mir. Sant Genis dels Agudells (1898)
De carácter bien distinto son los otros dos paisajes que se exhiben: un magnífico óleo de carácter simbolista de Enric Serra, que forma parte de los que el artista pintó en las Lagunas Pontinas y que alcanzaron un gran éxito en la época, y uno de los característicos paisajes de Modest Urgell, que emana soledad, melancolía y la persistente presencia de la muerte, todo ello expresado con técnica relista, y que sitúa al pintor como un precursor de la pintura idealista y, por tanto, del Simbolismo que se desarrollaría durante el periodo modernista.

ENRIC SERRA
Enric Serra. Lagunas Pontinas (h. 1898)
Modest Urgell. Paisaje
Como ya hemos mencionado, la época del Modernismo no coincide con una única expresión estética, ya que en ella conviven estilos diversos y contradictorios. Esto se manifiesta en la exposición mediante la inclusión de obras de género como Joven con cántarode Laureà Barrau, amigo y compañero de Casas en algún viaje por Andalucía y en una estancia en París; y Familia de pescadores en la playa de Ricard Brugada, artista establecido en Sevilla que alcanzó el éxito con una pintura centrada en temas pintorescos y de costumbres.

LAUREÀ BARRAU
Laureà Barrau. Joven con cántaro (1910)
RICARDO BRUGADA
Ricardo Brugada. Familia de pescadores en la playa (1895)
En cuanto a la escultura, a partir de finales del siglo XIX, tal como sucedió en la pintura, también busca un camino que la aproxime a las innovaciones que se producen en Europa, alejándose del realismo y el anecdotismo dominante en el ochocientos y expresándose esencialmente a través de formas simbolistas. La primera comunión, obra de fuerte idealismo de Josep Llimona, es un excelente ejemplo de la producción de este escultor, considerado como el más importante del periodo modernista; idealismo que se halla presente también en Ave María de Eusebi Arnau. Ambos artistas pertenecían al Cercle Artístic de Sant Lluc, asociación de ideología católica que buscaba la modernización del arte pero dotándolo de un contenido moral.

JOSEP LLIMONA
Josep Llimona. La primera comunión (1897)
EUSEBI ARNAU
Eusebi Arnau: Ave María (1890)
Uno de los aspectos más difundidos del Modernismo, el decorativismo Art Nouveau, se evidencia en las delicadas terracotas policromadas de Lambert Escaler, serenos rostros femeninos de cabellos ondulados y expresión serena; en el jarrón de Dionís Renart, donde la figura femenina aparece integrada con el recipiente; en la escultura para un espejo del joven Pablo Gargallo, y en Danza, terracota de Joan Rodon Fabrés.

LAMBERT ESCALER I MILÁ
Lambert Escaler i Milá. Maleina (h. 1893)
Lambert Escaler i Milá. Plenitud (h. 1901)
Dionís Renar. Jarrón con figura femenina (h. 1900)
PABLO GARGALLO
Pablo Gargallo. Marco de espejo con joven y lirios (h. 1903)
JOAN RODON FABRÉS. Danza
Este mismo decorativismo Art Nouveau es el que se manifiesta en los magníficos plafones de marquetería de Gaspar Homar y Joan Busquets, donde de nuevo encontramos delicadas figuras femeninas como protagonistas.
El mobiliario está ampliamente representado en la exposición a través de piezas de figuras tan significativas como Joan Busquets, Gaspar Homar y Antoni Gaudí. Del primero se presentan diversas piezas que constituyen un buen ejemplo del gran desarrollo alcanzado por las formas modernistas aplicadas al mueble: encontramos desde piezas de un tamaño considerable como un paragüero donde destaca la utilización de la típica línea coup de fouet y la cerámica, hasta un escritorio femenino, pieza de carácter intimista, una mesa auxiliar cuyo diseño muestra una cierta influencia de Antoni Gaudí o un biombo con la representación de tres figuras femeninas realizadas con un delicado trabajo de marquetería.
Un buen exponente del trabajo de Gaspar Homar, de la utilización de la marquetería aplicada al mueble, se encuentra en la cama de caoba que presenta en el cabezal una virgen coronada de estrellas y rodeada de ángeles, y en los pies, otra imagen femenina rodeada de pájaros, en cuya realización se utilizaron dieciséis maderas distintas.

GASPAR HOMAR
Joan Busquets. Banco
Joan Busquets. Armario
Joan Busquets. Paragüero
Gaspar Homar. El ángel del sueño (1910)
Joan Busquets. Sofá (h. 1900)
Joan Busquets. Biombo con tres figuras femeninas (h. 1910)
Joan Busquets. Escritorio femenino (h. 1900)
Gaspar Homar. Cama con la imagen de una virgen coronada de estrellas y rodeada de ángeles (h. 1910)
Gaspar Homar. Panel de marqetería con figura femenina (h. 1903)
Gaspar Homar. Panel de marquetería con figura femenina (h. 1901)
Joan Busquets. Ninfa con paisaje (h. 1911)
Joan Busquets. Mesa auxiliar (h. 1899)
Joan Busquets. Mueble de recibidor (1904)
Antoni Gaudí, en su faceta de diseñador que incorpora la adaptación del mobiliario al cuerpo humano, buscando funcionalidad y comodidad sin renunciar a una intencionada expresividad, está presente en la exposición con una silla perteneciente al comedor de la casa del escultor Josep Llimona –amigo del arquitecto con quién colaboró en la realización del retablo para el oratorio de la Casa Batlló– y con la silla de la sala de juntas de la Casa Calvet.

ANTONI GAUDÍ
Antoni Gaudí. Silla de comedor (h. 1890)
Antoni Gaudí. Silla para la sala de juntas de la Casa Calvet (diseñada hacia 1900)
Pintura, escultura, mobiliario… todo ello expresa con rotundidad esa búsqueda de la belleza que el Modernismo persiguió y que caracteriza toda una época.

MUSEO DEL MODERNISMO, BARCELONA
A finales del siglo XIX surgió un movimiento rabiosamente innovador y que rompió con una tradición estancada en unos preceptos academicistas que dejaron de ser suficientes para una población que demandaba el cambio. Un movimiento artístico tan particular y heterogéneo como el Modernismo no puede desvincularse de los sucesos y procesos históricos que en la segunda mitad del siglo transformaron profundamente la sociedad y la cultura. En un corto lapso de tiempo, Europa experimentó numerosos acontecimientos y avances históricos como la llegada de las nuevas tecnologías y las revueltas populares; en el ámbito español, además, calaron hondamente las consecuencias de la emancipación de las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, iniciándose un largo camino de decadencia política. Uniendo la decepción con un estado general de pesimismo, las ansias de renovación se volvieron urgentes y, ante ello, la nueva clase burguesa surgida tomó el liderazgo.

Josep Llimona. Virgen Inmaculada (1914)
Esta burguesía estaba formada sobre todo por nuevos comerciantes e industriales, cada vez más atrevida, cada vez más dispuesta a invertir, a apostar por los nuevos aires de cambio y los estilos llegados de otros países el Viejo Continente. Poderosa económica y socialmente gracias al enorme desarrollo y potenciación de la industria, sobre todo en Cataluña, esta nueva clase auspició la apertura de la ciudad de Barcelona, bandera del movimiento modernista, al mundo y al nuevo arte. En este proceso fue esencial la construcción del Eixample, ampliación favorecida por la aprobación del Plan Cerdá. De ello no solo resultó la extensión de los límites de la ciudad, sino que surgió la oportunidad de generar nuevos y modernos edificios, repletos de nuevos y modernos objetos y obras de arte esenciales para comprender estos cambios en los gustos y la estética de la época: el ansia, no solo de renovación, sino también de diferenciación, jugó un papel imprescindible en la forja del Modernismo.
Vidriera decorativa con decoración vegetal
Son numerosos los acontecimientos que hicieron de Barcelona esta ciudad en auge, esta ciudad que conocemos por su trayectoria artística tan fructífera y tan señera. Antes que enumerarlos todos, es esencial entender que esta cantidad importante de cambios que se sucedieron tan veloces como los nuevos medios de transporte estimularon la vida artística de la sociedad en todos sus ámbitos y entre todas sus clases sociales. Uno de los aspectos que más incidencia tuvo en esta época fueron las exposiciones artísticas, que sentaron las bases de los nuevos preceptos estéticos y provocaron que las ideas fuesen viajando entre países e, incluso, entre continentes. La Exposición Universal de 1888 abrió las puertas de Barcelona al resto de Europa, y la marea de ideas, nuevas técnicas y diseños autóctonos comenzaron a llegar a otros lugares haciendo que el Modernismo iniciara su fructífera e influyente aventura internacional.
El potencial económico que generó la industria creciente gestó una nueva clase social adinerada e interesada en el arte hasta tal punto que las propias viviendas adquirieron con su decoración un gusto y refinamiento antes nunca visto.

Josep Llimona. Cabeza de mujer
Otro hito de nuestro movimiento es el que se desarrolló a nivel doméstico. Las grandes ideas estéticas que circulaban sin cesar se plasmaron no solo en los edificios o los encargos de mayor alcance social y geográfico, sino en los objetos que rodeaban la vida cotidiana de la sociedad modernista. El potencial económico que generó la industria creciente, y que fue la que gestó la nueva clase social burguesa, tuvo dos consecuencias: por un lado, esta nueva clase, adinerada e interesada en invertir en arte, potenció la decoración de sus propias viviendas, acorde con los nuevos gustos y de un refinamiento fuertemente innovador; por otro lado, los avances en los procesos de producción y la mejora de sus técnicas abarataron los costes y aumentaron la funcionalidad, haciendo llegar el arte a cualquier rincón de la sociedad.
Además, uno de los aspectos que confieren al Modernismo su carácter es el simbolismo. La búsqueda de la belleza y símbolos en la naturaleza fueron los ejes estéticos fundamentales, y la mujer, el icono por excelencia. Las figuras femeninas servirán de inspiración continua para los artistas, aunque dejan sus cualidades anatómicas para fundirse con la naturaleza, para convertirse en ninfas y deidades atemporales, unas veces envueltas en trajes de gran modernidad, otras desnudas, esenciales, místicas, ensalzando sus figuras. También la naturaleza eclosiona con fuerza en las diferentes disciplinas del Modernismo: elementos florales o jardines frondosos son sin duda temas que se reflejan constantemente en las obras de arte y las transforman en algo vivo, orgánico, puro y lleno de esplendor.

Joan Cardona. Noche de baile (h. 1899)
Joan Cardona. La hora del té (h. 1902)
El Modernismo es una oda al color. Una oda a la expresión. Una oda a la curva y la sinuosidad. No solo la pintura y la escultura, sino también el mobiliario y las demás artes decorativas gozan de un desarrollo vital y simbolista. Pensemos que las denominadas hasta entonces artes menores, y que configuraban todo el abanico de las artesanías, dejan de constituir un complemento de la vida cotidiana para alzarse en el podio del arte. Los artesanos son considerados por fin artistas y nacen nuevos oficios y talleres que reivindican una posición dentro de la historia del arte bien merecida. Los diferentes gremios, de fuerte tradición desde la época medieval en Cataluña, se alinean para implementar la nueva corriente modernista, y la colaboración entre artistas será el germen de los bellos ejemplos que el tiempo nos ha legado.
La personalidad del Modernismo, determinada por la historia y sus gentes, nos introduce en la diversidad del pensamiento humano y en las metas que los artistas se impusieron con tal de generar un antes y un después en el arte, y, sobre todo, una base sobre la que construir el nuevo mundo.

Joan Llaverías. Real Club de Barcelona (h. 1902)
Joan Llimona. V Exposición Internacional de Arte (1897)
Actualmente, los estudios se encuentran en pleno auge de redescubrimiento del Modernismo, otorgándole el valor que se merece. Las instituciones culturales deben velar por el arte y, en este sentido, el Museo del Modernismo de Barcelona es una entidad que trata, precisamente, de proteger estos valores, estas obras de arte, y hacerlas visibles para el público. Desde su apertura, hará ya cinco años, el museo mima su colección, la conserva y la expone para ofrecer a la sociedad un conjunto inigualable de obras modernistas de los artistas más significativos. Mobiliario, pintura, escultura y las más diversas artes decorativas se reúnen para dar, en su conjunto, el contexto ideal para esta época de cambio y renovación, de símbolos y esplendor.
Este legado se hace patente, se hace actual y se redescubre en eventos como el presente. Celebramos el quinto año de vida del Museo del Modernismo con una nueva exposición permanente en la sede del museo, en Barcelona, y, paralelamente, con esta muestra en el Museo de la Pasión, al que agradecemos la ocasión que bringa al albergar la primera exposición que está conformada únicamente con obras del fondo de la colección de nuestro museo, y así rendimos homenaje a un arte esencial para nuestra historia y vital para nuestros sentidos.

MONUMENTOS DESAPARECIDOS: LA CASA DEL MARQUÉS DE FRÓMISTA

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La Casa del Marqués de Frómista fue otra de las innumerables pérdidas que sufrió nuestra ciudad en la maldita década de 1960, en el que los dirigentes de la misma y la piqueta redujeron a la nada la antigua ciudad histórica; los cuales no solo no respetaron ninguna zona, sino que se cebaron especialmente con los dos núcleos fundacionales de Valladolid: la plaza de San Miguel y la del Rosarillo.

Fotomontaje de la Plaza San Miguel tomado de https://www.facebook.com/pages/Valladolid-Desaparecido/544459948909554?fref=photo
Esta noble morada se encontraba situada en la plaza de San Miguel, al comienzo de la actual calle Gardoqui, antigua calle de la Sortija. Según Martín González, se edificó a finales del siglo XV, y constaba de “una gran puerta de arco carpanel da entrada a un desahogado zaguán, cuyo techo constituye una de las más apreciables y mejor conservadas piezas de esta clase. Es de viguería, que apoya en zapatas de canes perfilados al modo morisco; las partes bajas se decoran con estrellas. Las puertas del zaguán caen desenfiladas, por lo que el patio no es visible desde la calle. Tiene éste robustas columnas de fuste dórico, sin éntasis y labradas en una sola pieza. Seguramente perteneció esta casa al Marqués de Frómista. Los capiteles recuerdan precedentes góticos. Una decoración de tallos entrelazados con su fruto se encierra entre un toro y la pieza superior octogonal. En los frentes se protege el capitel con escudos, en la actualidad picados. Las zapatas poseen triple modillón mudéjar”.

Situación de la Casa del Marqués de Frómista en el plano de Bentura Seco (1738)
La Casa del Marqués de Frómista durante su derribo
A lo largo de los siglos, y como en todos los edificios, su estructura se resintió y necesitó de obras que la afianzara. Efectivamente, en 1575 el carpintero Domingo de Azcuitia se encargó de hacer las obras “que por autos y mandamientos de los señores presidente y oidores de la Chancillería están mandadas aderezar y reparar” en las casas del marqués de Frómista por la suma de 1.500 ducados.
Don Luis de Benavides, señor de Frómista, San Muñoz y Matilla, y doña Aldonza de Bazán, cuñada del conde de Miranda, fueron padres de don Jerónimo de Benavides, el cual en 1553 al fallecer su padre heredó el mayorazgo que había fundado en 1534 don Gómez de Benavides. Entre las propiedades que le correspondieron al heredero, que en 1559 sería creado marqués de Frómista, figuraban “unas casas principales en esta villa, frontero de la iglesia de San Miguel y otras pequeñas junto a ellas”, valoradas en más de 10.000 ducados.

Techumbre del zaguán
Tras los referidos reparos realizados por Azcuitia, en 1590 la casa fue arrendada a don Antonio Enríquez, recibidor de la Orden de San Juan, describiéndose sus linderos, por la derecha, casas de Bartolomé de Bustamante y, por la izquierda, casas de los capellanes de doña Mencía de Guevara.
A mediados del siglo XVIII la casa pertenecía a doña María Dominga Téllez Girón Fernández de Velasco, marquesa de Frómista, Caracena, Berlanga y Toral, que residía en Madrid y Canesi señalaba que el edificio se hallaba situado “frente de la puerta accesoria de la parroquia de San Miguel, y calle que va a las Brígidas”. Disponía de cuarto bajo y principal y sus medidas se estimaron en 40 x 45 varas (33,20 x 37,35 m.), estaba alquilada y confrontada con casa del curato de San Miguel y con otra que pertenecía a las memorias fundadas por doña Mencía de Guevara.

Cuando en 1850 se procedió a su venta, a censo reservativo, se indicaba que la casa que se alzaba en la calle “de la Sortija(ahora c/ de Gardoqui), señalada hoy con el nº 8” y estaba muy deteriorada y sin alquilar. Se componía “de cuarto del terreno natural, otro entresuelo y principal, patio y dos corrales; lindaba por su fachada principal con la plazuela titulada de San Miguel, por su costado derecho con casa del párroco o curato de San Miguel, por el izquierdo con otra casa perteneciente a la capellanía del Dirige (sic), y por lo accesorio con el convento de monjas de Santa Brígida”. El arquitecto Julián García hizo su valoración y la adquirió por 36.666 reales don Ricardo Martínez Sobejano.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZALEZ, Juan José: La arquitectura doméstica del renacimiento en Valladolid, Imprenta Castellana, Valladolid, 1948.
  • URREA, Jesús: Arquitectura y nobleza: casas y palacios de Valladolid, IV Centenario Ciudad de Valladolid, Valladolid, 1996.

REUNART. XXI Exposición de Artes Plásticas y V Exposición de Fotografía

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Este es el segundo año que trataremos en este blog sobre la exposición anual que celebra la Asociación Cultura de la Universidad de Valladolid “REUNART” (Reunión Artística), que se encuentra compuesta por alumnos y ex-alumnos de la carrera de Historia del Arte de la citada Universidad.
El primer objetivo que tuvo la Asociación, nacida en el año 1992, fue la organización de una exposición anual con el fin de mostrar la actividad artística que se desarrollaba dentro del ámbito universitario. Estas actividades servían a la vez como modelo de prácticas para los estudiantes, además de ser una actividad con buena acogida entre los artistas que se interesaron por la asociación y el público que visitaba la exposición. En la actualidad, la Exposición es el evento más importante que celebra durante el año, aunque organiza otros muchos: veladas artísticas, diversos ciclos de cine y variadas temáticas…

Este año, y nuevamente con la colaboración del MUVa (Museo de la Universidad) han organizado, en el patio de la que fuera Casa de los Carrillo y Bernalt o Casa de las Conchas vallisoletana, la XXI Exposición de Artes Plásticas y la V de Fotografía. La exposición reúne pinturas, esculturas, fotografías y hasta una especie de maqueta de una casa, todas ellas realizadas por estudiantes y otros colectivos que han presentado sus trabajos a estos concursos.

Los ganadores de este año han sido Eider Astrain Guerrero en Artes Plásticas, con su obra La ilusión; y Beatriz Abajo García en Fotografía, con la Webcam intrauterina. Me gustaría comentar que las obras que más me han gustado la fotografía A través de ti, de Ross; la escultura Memories, de María Antonia Zamora Fernández; y las pinturas Catedral de Burgos, de Víctor Noriega de Lara y Cartas Perdidas de Juan Carlos González. De todas manera, enhorabuena a todos por haber sido seleccionados.

EIDER ASTRAIN GUERRERO. La ilusión
BEATRIZ ABAJO GARCÍA. Webcam intrauterina
Aunque siempre es mejor ver las obras en directo, os presento las obras para los que no podáis acercaros. Los interesados teneis de plazo desde el 10 de junio hasta el 25 de junio. Por último, aunque no por ellos importante, dar la enhorabuena a los miembros que han ido organizando las sucesivas exposiciones de REUNART. ¡VIVA EL ARTE!
DIRECCIÓN: Sede del MUVa. Plaza de Santa Cruz, Edificio Rector Tejerina, justo enfrente del Colegio de Santa Cruz. HORARIO: De 10 a 14 horas y de 16 a 21 horas.
ENLACES:    Twitter: https://twitter.com/reunart2015
                       Facebook: https://www.facebook.com/reunart.asociacion?fref=ts

SERGIO CAMINERO ALONSO. Retrato
PAULA. Palafito urbano
TONI VILLAVERDE CORRALES. El lugar que me espera
BÁRBARA TRAVEL LÓPEZ DE AYALA. El despertar
ANA ISABEL CIVIDANES LUCAS. Araña
JADY DIENG REGLERO. Drunk Barbie
JUAN JESÚS RAMÍREZ CORTÉS. Meteoro volando sobre océano
ROSS. Presente
ROSS. Resignación
ROSS. A través de tí
ROSS. Dulces sueños
ROSS. Rozando tu luz
ROSS. Grandeza

JUAN CARLOS GONZÁLEZ. Cartas perdidas
MARÍA ANTONIA ZAMORA FERNÁNDEZ. Memories
ALFONSO DEL CASTILLO BELLO. Búfalo

YAIZA CRUZ REYES. Autorretrato
VÍCTOR NORIEGA DE LARA. Catedral de Burgos
FERNANDO SÁNCHEZ CARNICERO. Bichos
VÍCTOR NORIEGA DE LARA. As fragas do Eume
TONI SIMARRO. Nocturno
ANDRÉS MONTERO NAVARRO. Prinzknecht
FRANCISCO JAVIER PÉREZ PRIETO. Catedral y Antigua. Vieja locomotora
MIGUEL PASCUAL ARANDA. Bodegas de Mucientes
BELÉN RODRÍGUEZ CASQUETE. White life / Vida blanca
MANUEL BALADRÓN PARRA. Dios del Trueno
CELIA GARCÍA-CASTAÑO QUINTANA. Sin título
MANUEL RIVERO GARCÍA. Desayuno a la sombra del Acueducto
ANA MARÍA FERREIRA. Utopia #4
BEATRIZ RAMOS FERNÁNDEZ. La rama de la esperanza
CRISTINA MORO MUÑOZ. Recuerdos
FERNANDO SÁNCHEZ CARNICERO. Naturaleza descubierta
CRISTINA MORO MUÑOZ. Dibujando con luz
NATALIA CARRASCO. Almacén de memorias
HUGO PÉREZ MARTÍNEZ. Error.ppx

LAS PINTURAS MURALES DE LA VILLA ROMANA DE ALMENARA-PURAS

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La Villa romana de Almenara-Puras se encuentra situada entre los pueblos de Almenara de Adaja y Puras, en territorio jurisdiccional de ambos, en el pago llamado “La Tierra de los Santos”, muy próxima a la carretera Valladolid-Madrid, Km. 137. La primera noticia sobre ella nos la da en 1887 Venancio M. Fernández de Castro, el cual habla de un gran mosaico del Bajo Imperio. Tras unas excavaciones en 1942-1943 por Gratiniano Nieto, el doctor Palol comienza en 1969 unos trabajos continuados por Balil, Germán Delibes, M. V. Romero y Tomás Mañanes. El convenio firmado por la Diputación con la Junta de Castilla y León en 1990 culmina en la primavera de 2003 con la inauguración del Museo de las Villas Romanas, anejo a la restaurada Villa de Almenara-Puras. Hoy no nos ocuparemos de la Villa en sí, sino de las pinturas murales, género muy escaso en la Península Ibérica y cuya calidad no puede ser comparada con los restos conservados en Roma o en Nápoles, por ejemplo.

Primeras excavaciones en la villa romana de La Calzadilla (1943)
Plano de la Villa Romana de Almenara-Puras
La decoración interior de la vivienda romana era escasa ya que las casas estaban semivacías de elementos decorativos. Una de las formas de cubrir gran cantidad de muros de la vivienda era mediante el enlucido de cal, en varias capas, y en las casas principales con pintura. En la mayoría de las pinturas se usa un sistema mixto: el color de fondo, uniforme, se aplica al fresco y el resto de la pintura al temple.
Esta pintura rara vez sobrepasa la realización artesanal, de ahí que no se encuentren temas figurativos, sino y sobre todo, temas geométricos. Bien es verdad que de la pared no hallamos más que la parte baja o zócalo, por lo que no podemos saber cómo sería el resto de la misma.

Antes de aplicar la pintura, la pared se revocaba con varias capas de cal., la más próxima a la pared, que la alisa, se llama “trullissatio”. Entre ella y la primera de las “directiones” (capa de estuco) se emplea un sistema de trabazón formado por acanaladuras en (uve) V o espiga. Sobre ella se aplican otras capas, en total siete. Sobre la última capa se aplica la pintura. En la parte interior de la pared, la pintura es una faja uniforme de colores planos, ocres o amarillo. A veces sobre él se pone una decoración geométrica, tales como solanges, círculos colocados entre triángulos que imitaban incrustaciones de placas de mármol de diferentes colores. Otras veces esta decoración geométrica se dispone en un friso superior. Entre ambas decoraciones geométricas, superior e inferior, se desarrolla el papel pintado donde se realiza la pintura propiamente dicha.
Por lo que se refiere a la pintura de la villa de Almenara comprobamos que la mayor parte de las habitaciones que se han descubierto, a pesar que de las paredes rara vez levantan más de un metro, estaban cubiertas de estuco sobre el que se realizó la decoración pictórica. Por tanto tenemos que tener en cuenta que lo que conocemos es la parte del zócalo y la parte superior es por ahora desconocida.

En una de las habitaciones, la 1ª sala trilobulada, es donde mejor se ha comprobado cómo era la pintura. Esta se alza sobre un zócalo o rodapié oscuro de poca altura. A continuación, “sobre fondo claro, unas estrechas bandas oscuras delimitan cinco paneles, tres anchos y dos estrechos, alternando. Los anchos tienen en su centro un círculo más oscuro rodeado por una corona de círculo del mismo color que las bandas de los compartimentos; del punto de unión de las bandas verticales con otra horizontal inferior más ancha, nacen otras bandas oblicuas que deberían cortarse en el centro del círculo, pero que quedan interrumpidas al tomar contacto con él. Los dos paneles más estrechos presentan un losange inscrito cuyo vértice apoya en el punto central de la banda inferior correspondiente al panel. Es de color más oscuro que el fondo y está delimitado por un filete de color de las bandas; a poca distancia de él, y por el interior del losange, corre paralelamente otro filete; sus dos extremos se unen mediante un tercero y se obtiene de esta manera una clara impresión de relieve”.
En las recientes excavaciones se han recuperado un gran número de fragmentos de estas pinturas murales, caídas sobre los pavimentos de mosaico. Algunas de estas pinturas, procedentes en su mayoría de la habitación octogonal pavimentada con el mosaico de Pegaso, se muestran en el Museo de las Villas Romanas de Almenara-Puras. Otros fragmentos que todavía no han sido casados se conservan en el Museo de Valladolid y se mostraron en una exposición sobre la Villa.

La decoración de esta gran sala de aparato estaba organizada en varios frisos. Lugar preeminente ocupa una sinuosa guirnalda vegetal de aspecto naturalista sobre fondo oscuro: ramas que se enrollan sobre sí mismas formando una especie de roleos o zarcillos que cobijan figuras de animales, de los que sólo se nos muestra la parte anterior del cuerpo: un felino, un herbívoro, un posible cánido... Fuera de los zarcillos se muestran una serie de figuras de aves y tallos poblados de hojas verdeazuladas y vistosas flores rojas.
Enmarcando este friso figurado, se disponen dos orlas que imitan revestimientos de placas de mármol de diversos tipos y vistosos colores, recortadas para formar motivo y temas de carácter geométrico: rectángulos alargados horizontales que contienen rombos con círculos inscritos, cuadrados... todos ellos enmarcados a su vez por estrechas cenefas de otros colores.
Por debajo se muestra un zócalo más sencillo, que simula una alternancia de placas cuadradas de mármoles rojos y verdes. Y en la parte superior, de nuevo un esquema geométrico en el que una serie de rectángulos aparecen enmarcados por rectángulos más alargados, cuadrados, cenefas..., volviendo a aparecer los rectángulos alargados conteniendo rombos con círculos inscritos, sólo que ahora en disposición vertical. El resultado es una decoración colorista y abigarrada que ilustra muy bien cómo debía de ser el interior de las estancias de la villa.



PINTURA MURAL ROMANA
A continuación vamos a hacernos una leve idea de en qué constaba la pintura mural romana y sus etapas, puesto que los fragmentos vallisoletanos no nos lo permiten.
Las pinturas de la antigüedad pocas veces han sobrevivido, ya que este es un medio mucho menos durable que la piedra o el bronce usado en las esculturas. Pero gracias a la antigua ciudad romana de Pompeya podemos rastrear la historia de la pintura mural romana. La ciudad fue enterrada por completo bajo la ceniza volcánica en el año 79, cuando hizo erupción el Vesubio, esto permitió preservar, durante miles de años, los vivos colores de las pinturas en las casas y monumentos de la ciudad, hasta su redescubrimiento. Estas pinturas muestran una secuencia ininterrumpida de dos siglos de evidencia. Es gracias al académico alemán del siglo XIX, August Mau, que hoy contamos con una clasificación de los cuatro estilos de pintura mural pompeyana.
Los cuatro estilos que observó Mau en Pompeya no eran exclusivos de la ciudad y también se pueden observar en otros lugares como Roma y algunas provincias; sin embargo, en Pompeya y las ciudades aledañas enterradas por el Vesubio exhiben la mayor fuente de evidencia del periodo Las pinturas murales en Pompeya que Mau categorizó fueron verdaderos frescos (o buon fresco) lo que significa que el pigmento fue aplicado en yeso fresco para fijar la pintura al muro. A pesar de la durabilidad de esta técnica, la pintura no deja de ser un medio frágil, por lo que una vez expuesta a la luz y al aire se puede desvanecer significativamente, es por ello que las pinturas descubiertas en Pompeya fueron ciertamente un hallazgo sin igual.

Pinturas murales del jardín de la Villa de Livia en Primaporta (Roma. Hacia 38-30 a.C.)
Mau observó cuatro estilos distintos en las pinturas que sobrevivieron en Pompeya. Los dos primeros fueron populares durante la Republica, los cuales surgieron a partir de las tendencias griegas (ya que Roma acababa de conquistar Grecia); mientras que los otros dos se pusieron de moda durante el Imperio. Su descripción cronológica de la progresión estilística ha sido desde entonces cuestionada por los eruditos pero generalmente confirman la lógica del enfoque de Mau con algún refinamiento y adiciones teóricas. Más allá de seguir la evolución de los estilos, las categorización de Mau se enfocó en el modo en que el artista dividió el muro, así como el uso de la pintura, el color, la imagen y la forma, ya sea para abrazar o para contrarrestar la superficie plana de la pared.


Primer Estilo o “Estilo de incrustación” (150-90 a.C.)
Mau denominó al Primer Estilo "Estilo de incrustación" y creía que sus orígenes databan del periodo helenístico, en el siglo III a.C. en Alejandría. El Primer Estilo se caracteriza por muros pintados de brillante colorido en una mezcla de mármol falso. Cada rectángulo de “mármol” pintado se unía mediante molduras de estuco las cuales añadían un efecto tridimensional. En templos y otros edificios oficiales, los romanos usaron mármoles importados, muy costosos y de diversos colores para decorar los muros.
Los romanos comunes no podían costear este gasto, así que decoraban sus hogares con imitaciones pintadas de los lujosos mármoles amarillos, morados y rosas. Los pintores adquirieron tal habilidad para imitar ciertos mármoles que las grandes losas rectangulares las reprodujeron vetadas y jaspeadas sobre la pared, exactamente como si fueran piezas de roca verdadera. Los mejores ejemplos del Primer Estilo pompeyano pueden encontrarse en la Casa del Fauno y la Casa de Salustio, ambas localizadas en Pompeya.

Casa de Salustio (Pompeya)
Casa de Salustio (Pompeya)
Casa del Fauno (Pompeya)
Segundo Estilo o “Estilo arquitectónico” (90-25 a.C.)
Este Segundo Estilo se separó del Primer Estilo aunque incorporó algunos elementos como los bloques de imitación de mármol a lo largo de la base de los muros. Mientras que el Primer Estilo adoptó lo plano de la pared, el Segundo Estilo pintó imágenes que generaran en el espectador la ilusión de estar mirando a través de una ventana. En el Segundo Estilo descrito por Mau, los elementos arquitectónicos distribuidos en las pinturas generan imágenes fantásticas en las columnas, edificios y estopas.
Uno de los ejemplos más famosos del Segundo Estilo es el dormitorio de P. Fannius Synistor en Boscoreale (ahora reconstruido en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York), en el que el artista utiliza múltiples puntos de fuga.  Esta técnica cambia la perspectiva dentro de la habitación, y muestra desde balcones a fuentes y columnatas que se pierden en la distancia, la mirada del espectador se mueve continuamente a través de ella, pues apenas puede registrar lo que hay dentro de una habitación pequeña. 

Pinturas murales del dormitorio de la Villa de P. Fannius Synistor en Boscoreale
Las pinturas Dionisiacas de la Villa de los Misterios de Pompeya también se incluyen en el Segundo Estilo por su ilusionismo. Las figuras son ejemplos de megalografía, un término griego que se refiere a las pinturas de tamaño real. El hecho de que las figuras sean de tamaño real, y la forma en que las figuras están sentadas frente a las columnas que dividen el espacio, da la sensación de que la acción se lleva a cabo alrededor del espectador que entra al cuarto.

Pinturas murales dionisiacas de la Villa de los Misterios (Pompeya)

Tercer Estilo o “Estilo ornamentado” (25 a.C.– 40 d.C.)
El Tercer estilo abrazó la superficie plana del muro a través del uso de amplios planos monocromáticos de color, tales como el negro o el rojo oscuro salpicados por diminutos e intrincados detalles. Este estilo era  arquitectónico pero más que implementar elementos arquitectónicos reales que pudieran verse en lo cotidiano (y que funcionaran desde el punto de vista de la ingeniería), incorporó frontones y columnas fantásticas y estilizadas que solamente podrían existir en el espacio imaginario de una pared pintada. Ciertamente el arquitecto romano Vitrubio no era admirador del Tercer estilo, por lo que criticaba las pinturas que representaban monstruosidades en vez de cosas reales. Por ejemplo, cañas puestas en lugar de columnas; apéndices estriados con hojas rizadas y volutas, en vez de frontones; candelabros que sostenían representaciones de santuarios y, hasta arriba de los frontones, numerosos tallos verdes y volutas que crecían desde las raíces teniendo figuras humanas insensatamente sentadas sobre ellas. El centro de las paredes comúnmente representaba pequeñas viñetas, como paisajes sacro-idílicos, las cuales son escenas bucólicas representando al campo, el ganado y los pastores, templos, santuarios y colinas. El Tercer Estilo también muestra la introducción de los temas e imaginería egipcios al incluir escenas del Nilo, así como deidades y elementos egipcios. Los mejores ejemplos los encontramos en la Casa de Marcus Lucretius Fronto en Pompeya.

Pinturas murales de la casa de Marcus Lucretius Fronto (Pompeya)
Cuarto Estilo o “Estilo intrincado” (a partir del año 40)
Este Cuarto estilo representa la combinación de los tres estilos previos. Al igual que en el Primer estilo, los bloques de imitación de mármol a lo largo de la base de las paredes encuadran escenas naturalistas arquitectónicas del Segundo estilo, a la vez que combinan los enormes planos de color y los finos detalles arquitectónicos del Tercer estilo. También el Cuarto estilo incorpora paneles de retratos centrales, aunque en una escala mucho más grande que en el Tercer estilo y con una gama más amplia de temas, al incorporar imágenes de la mitología, género, paisajes y bodegones. Según Plinio el Viejo este último estilo había sido desarrollado por el excéntrico, aunque talentoso, pintor llamado Famulus quien decoró el famoso Domus Aurea de Nerón. Algunos de los mejores ejemplos provienen de la Casa dei Vettii de Pompeya.

Pinturas murales de la Casa dei Vettii
BIBLIOGRAFÍA
  • MAÑANES, Tomás: La villa romana de Almenara-Puras (Valladolid), Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 1992.
  • WATTENBERG GARCÍA, Eloisa y PÉREZ RODRÍGUEZ, Fernando: Villas romanas de Valladolid: guía de la exposición, Museo de Valladolid, Valladolid, 2013.
  • https://es.khanacademy.org/humanities/ancient-art-civilizations/roman/wall-painting/a/roman-wall-painting-styles

LA BELLEZA DE LO COSTUMBRISTA: El grupo de Santa Ana, la Virgen y el Niño de Esteban de Rueda para la iglesia de Santa María de Villavellid

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En la iglesia parroquial de Santa Maria de Villavellid se custodia uno de los grupos escultóricos más bellos, delicados y de mayor calidad de cuantos se pueden contemplar a lo largo y ancho de la provincia vallisoletana. Se trata del conjunto de Santa Ana (98 x 74 x 52 cms.), la Virgen y el Niño (95 x 70 x 86 cms.), el cual ha llegado a ser denominado como “obra singularísima dentro de la escultura española del primer cuarto del siglo XVII, no solo por su calidad técnica sino especialmente por la originalidad en la agrupación de las figuras, la familiaridad de las expresiones y rareza de este tipo de composiciones. El juego, la ternura, el presentimiento, fueron sabiamente captados por el artista que supo trascender lo anecdótico para convertirlo en la insinuación de un acto de entrega y acogimiento”.

La ausencia del abuelo San Joaquín o del propio San José convierte en algo más intimista la escenificación, al incidir en la genealogía femenina de Cristo. El tema de Santa Ana, la Virgen y el Niño fue, desde el siglo XV, muy utilizado para simbolizar a la Inmaculada Concepción, dogma de fe que, aunque todavía no había sido promulgado, era defendido por los franciscanos. A medida que se imponen la iconografía inmaculista con la figura exclusiva de la Virgen, el tema pierde aquel significado y pasa a ser una escena devocional, inspirada en un evangelio apócrifo, bien en el Protoevangelio de Santiago o el Evangelio de Pseudo-Mateo. Además, hay que recordar que a Santa Ana se la invocaba para tener descendencia y como buena educadora de los hijos.

Aunque la relación maternal entre la Santa y la Virgen inspiró siempre escenas sentimentales, nadie había llegado a una interpretación tan naturalista como la que se ofrece en este grupo de Villavellid. Lo que se ha buscado aquí es una escena costumbrista familiar. Se busca introducirnos en la escena religiosa con un sentido de lo cotidiano, de manera que se desprende del grupo una convincente humanidad, desprovista de cualquier sentido mayestáticoSe busca un contraste evidente entre la figura de la Virgen con el Niño que evoca la idea de la joven maternidad y la de Santa Ana, como abuela caracterizada por sus profundas arrugas faciales. El Niño dirige sus brazos hacia la segunda, que ejerce una actitud de recibirlo con afecto. El plegado frapeante, con múltiple quebraduras, el de la Virgen dispone un amplio plegado de formas más amplias. El vestuario, sobre todo las tocas que llevan los personajes, contribuye a fijar las características con el mismo sentido costumbrista. De igual manera, los sillones sobre los que se encuentra sentadas están basados en el mobiliario del momento. Hoy se exhibe en una caja al nivel del altar, dentro de un retablo escenario posterior, pues es obra barroca del último tercio del siglo XVII.

En un principio el grupo escultórico fue atribuido a Juan de Juni, por la evidente dependencia que el rostro de Santa Ana tiene respecto a algunas cabezas originales de Juni, trabajadas como si se tratasen de obras en barro; posteriormente el conjunto se adscribió al escultor medinense Melchor de la Peña por la relación que presenta con el gran altorrelieve del retablo que, procedente del convento del Carmen Calzado de Medina del Campo, hoy se guarda en el Santuario Nacional de la Gran Promesa de Valladolid y que estuvo atribuido a este artista antes de documentarse como original de Esteban de Rueda. Cuando Martín González identificó un conjunto de obras de estilo similar como realizadas por dos maestros, Sebastián Ducete y Esteban de Rueda, cuyas maneras no estaban aún separadas, pasó a definirlas como propias de los Maestros de Toro, e incluyó en las mismas este grupo de Villavellid. Posteriores investigaciones han ido deslindando la actividad de cada uno de ellos, de manera que se ha supuesto que Ducete, que era el mayor y el de mayor prestigio, muerto entre 1619-1620, sería el que mejor asimilaría las composiciones y las formas ampulosas de Gregorio Fernández. La similitud de estilo con el referido relieve procedente del antiguo retablo de la Merced Calzada de Medina del Campo, si bien éste en posición invertida, inspirado en una xilografía de Alberto Durero de 1511, como ha indicado Vasallo, ha movido a Urrea a adscribir el grupo a Esteban de Rueda, pese a que la producción de este último presenta una huella juniana más evidente que la de Rueda.

Antiguo retablo de la Merced Calzada de Medina del Campo (Santuario Nacional de la Gran Promesa. Valladolid)
La inestabilidad en las posturas, el movimiento centrípeto de las imágenes, la tensión espiritual del encuentro que desprende el relieve del Santuario Nacional de la Gran Promesa, se ha transformado en Villavellid en serenidad y ponderación. El Niño abandona ese movimiento impetuoso que le impulsaba hacia los brazos de su abuela; ésta ya no se inclina para recogerlos, sólo abre los brazos con intención de llamarlo; y la Virgen permanece firmemente asentada, arropada por unas pesadas telas que la envuelven. Del mismo modo, los plegados son menos violentos y aristados, aunque mantienen idéntica apariencia de pesadez, y las facciones de las caras son más blandas y afables que las del tablero vallisoletano.El modelo de la Virgen recuerda mucho la Virgen de Belén de la Catedral de Zamora y la cabeza de Santa Ana está muy emparentada con la que presenta la misma Santa conservada en la parroquia de Casasola de Arión (Valladolid), aunque ésta sea obra de inferior calidad.En el rostro de Santa Ana, Rueda ha logrado una de las cumbres naturalistas de la escultura barroca española. En palabras de Martín González, la imagen refleja una “faz llena de verismo, vibrante de emoción aldeana” que, repite los rasgos de la de Valladolid –incluso se han acentuado las señales de la veje–, se ha dulcificado, como animada ante la visión del nieto.

Santa Ana (Iglesia parroquial de Casasola de Arión. Valladolid)
Virgen de Belén (Catedral. Zamora)
Vasallo ha indicado que la imagen de la Virgen con el Niño aparece citada en el testamento de Esteban de Rueda, redactado en octubre de 1626 como hecha por él para el cura Francisco Hernández de Villavellid. Indica que hacía tiempo que había discusión sobre el precio de esta imagen ante el vicario de Toro. Dadas las diferencias estilísticas entre la Virgen y Santa Ana, esto plantea la posibilidad de que el grupo se hubiera hecho años antes, si es que había discusión por el precio, y que por entonces la Santa Ana hubiera sido ejecutada por Ducete antes de morir, pues es sorprendente que tratándose de un grupo no cite a esta escultura en el testamento. También es posible, como indica Vasallo, que muriera Ducete sin llevar a cabo la talla definitiva y que Rueda siguiera un modelo de su maestro para concluir el encargo.

Se sabe que en 1634 el pintor Sebastián de Matallana recibía dinero a cuenta del dorado de la escultura de Santa Ana, aunque no se indica si se trataba de pagos atrasados de una cantidad mayor, por un trabajo hecho años atrás, o por el contrario era una deuda contraída por un encargo reciente. De ser esto último se trataría de algún arreglo ya que no es probable que la escultura permaneciera sin policromar muchos años, máxime cuando sus estofados coinciden con modelos reiterados por artistas zamoranos desde finales del siglo XVI.Sea como fuere, la policromía de ambas imágenes es muy rica y de gran calidad, con distintos motivos vegetales y algunos grutescos de amplio trazado entrelazado a punta de pincel. Los esgrafiados se reservan para las tocas de las dos imágenes. De igual manera son de destacar los motivos pintados en las orlas de manto y túnica de la Virgen sobre fondo rojo.

BIBLIOGRAFÍA
  • URREA, Jesús: “Santa Ana con la Virgen y el Niño”. En SÁNCHEZ DEL BARRIO, Antonio: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. El encuentro, Fundación Museo de las Ferias, Medina del Campo, 2014.
  • VASALLO TORANZO, Luis: Sebastián Ducete y Esteban de Rueda: escultores entre el manierismo y el barroco, Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”, Zamora, 2004.
  • VV.AA.: Las Edades del Hombre. Remembranza, Edades del Hombre, Zamora, 2001.

EL SANTO ENTIERRO DE JUAN DE JUNI PARA LA CATEDRAL DE SEGOVIA

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Ya hemos tratado en bastantes ocasiones la obra del escultor franco-vallisoletano Juan de Juni, esta será una más, y como de costumbre con otra obra maestra. Hoy hablaremos sobre el retablo de la Piedad o del Entierro de Cristo que el de Joigny talló para la capilla intitulada de la Piedad, propiedad del canónigo fabriquero Juan Rodríguez, de la catedral de Segovia. Aunque no se encuentra documentado, un solo vistazo nos indica que se trata de una atribución indudable; los rostros y los movimientos de las esculturas son su mejor carnet de identidad. Este grupo, realizado entre los años 1565, en que se edifica la capilla, y 1571, fecha que figura en su remate, supuso la tercera, y última, vez que Juni aborda la representación del Entierro de Cristo.
La obra fue estimada desde antiguo, y también discutida. Palomino dejo escrito que había visto en la catedral de Segovia “una medalla de todo relieve (…) que es el Entierro de Cristo, de figuras del natural, que iguala a cuando se ha visto del gran Miguel Ángel; y tiene a los lados dos soldados caprichosamente vestidos y con rostro tan afligido que mueven a ternura y llanto”. Ponz considera el altar “todo él obra de Juan de Juni” y afirma que “lo principal es un medio relieve que representa el Descendimiento de la Cruz en figuras del natural o mayores; hay acompañamiento de mujeres, soldados de cuerpo entero entre columnas y otros objetos de niños y adornos, etc., manifestándose en todo ello el extraordinario espíritu del artífice”.

Bosarte, entusiasta siempre de Juni, extrema en este caso sus elogios: “El diseño de toda la obra toca en aquel grado de fuerza que en los talleres de las artes llaman terrible; como cuando lo aplican a las obras de Miguel Ángel Bonarrota, que es el único con quien Juni puede compararse (…) Cada figura tiene la belleza que cabe en su carácter (…)Rapidísima es la ejecución de todo el grupo, y el estil rotundamente grandioso, descartada toda menudencia (…) señalamos esta obra por pieza de estudio nacional, para que venga a contemplarla e imitarla la juventud que se destina a la profesión de la escultura”.También el erudito don Martín Fernández de Navarrete, Secretario de la Real Academia de San Fernando, dedicó, en 1832, encendidas alabanzas a la obra: “la más grande y más digna de observarse, por su expres ión animada, por sus actitudes terribles y afectuosas”, estimando que podía compararse con las mejores creaciones de los principales artistas y que “en el idioma de las Artes toca ya a aquel grado de perfección que se llama sublime”.
Al contemplar este retablo es inevitable evocar el desaparecido del Santo Entierro del Convento de San Francisco de Valladolid, quizá conocido por el cliente quien deseó algo semejante. Como en aquél, enmarcan la escena principal, concebida en este caso como altorrelieve, dos intercolumnios en los que se disponen, gesticulantes, dos soldados, uno romano y otro judío. A este respecto, es interesante la opinión de Serrano Fatigati, recogida por Agapito y Revilla, quien al establecer la comparación entre ambas obras se inclina claramente por el Entierro de Valladolid: “En vez de la grandiosidad y reposo que hay en la primera, sobresale en ésta lo ampuloso, el desorden en el movimiento, la exageración en las actitudes, que podrán ser exceso de sentimientos, no lo negamos, pero que son imperio del desequilibrio dentro de la conservación de bastantes condiciones para producir la emoción ética”. Martí y Monsó replicaba estableciendo un paralelismo entre Juni y el Greco y pidiendo la misma comprensión para las “exageraciones” propias de los genios.

Es verdad que la concepción arquitectónica general del retablo, tanto en sus proporciones como en su decoración, muestra un mayor clasicismo del habitual en otros del maestro, sin embargo la figura del Padre Eterno que preside el conjunto mantiene unos paños voladísimos que escapan al marco y toda la escena principal forma un abigarrado conjunto, en el que priman el agobio espacial y la de gestualidad manierista. Por otra parte esta obra contiene más que ninguna otra, según Fernández del Hoyo, un espléndido desnudo con cuidada anatomía, como la de la Virgen, cuyos brazos abiertos, parecen anticipar el concepto artístico de un Gregorio Fernández.
La obra tiene tal unidad, que ha de darse a Juni en su plenitud. La traza acredita el giro decisivo de Juni hacia el clasicismo. Cesó el esquema manierista. Hay una escena principal –el Entierro– en gran altorrelieve, contenido dentro de un cuadrado. A los lados se disponen dos intercolumnios corintios, cuya medida es aproximadamente una cuarta parte de la anchura del retablo. Sobre la escena principal viene un frontón completamente liso, cuyo vértice se interrumpe para alojar un espacio también cuadrado, donde se efigia en pintura la paloma del Espíritu Santo. El retablo carece de banco y tabernáculo. La altura total del retablo viene a ser igual a la anchura. Juni ha orientado su arquitectura hacía los esquemas de Palladio, que hace del cuadrado la quintaesencia de sus proporciones, y por otro lado recomienda el color blanco por ser el más arquitectónico.

En el banco, dentro de óvalos, se ven pinturas, que representan a un rey del Antiguo Testamento y a un Apóstol. Subsisten algunos elementos sueltos de la decoración plateresca. Así, en los intercolumnios unos racimos de frutos, y otras sartas de frutas formando pulseras a los lados del retablo. Sobre el frontón hay una pareja de niños, a la manera miguelangelesca, sosteniendo trapos colgantes. En el coronario del retablo se ven a los lados parejas de niños que sostienen retorcidas tarjas, para colocación de los escudos del propietario. Encima hay bolas, características del nuevo estilo. En la parte central del ático hay un relieve del Padre Eterno, contenido en marco redondo decorado en sus flancos con mascarones. En la capilla hay un letrero, indicando que se hizo en 1565. En la parte superior del retablo se lee la fecha de 1571, que conviene perfectamente a este retablo. Juni contrataba las obras en el triple aspecto de arquitectura, escultura y pintura, y sin duda la obra fue colocada ya con su pintura dicho año de 1571. El estilo es reposadamente clasicista y las formas tan planas están perfectamente de acuerdo con esta datación.

El grupo del Entierro compone un gran altorrelieve. Cristo se ofrece en primer término; su cuerpo ocupa una posición casi horizontal. Descansa sobre un sudario y cubre su desnudez con un pequeño palo. Se revela magnifica su anatomía. El brazo aparece contraído. La Virgen ocupa el punto central y vuelve su mirada hacia el Hijo muerto. Se halla sentada y la pierna derecha avanza hacia adelante y sobre ella descansa un brazo de Cristo. La toca vuela sobre la frente, creando una espesa sombra. Tiene los brazos extendidos, en señal de clamor. Diversas partes de su vestido se sujetan con grandes botones redondos. San Juan se halla en la misma vertical. También su mirada se tiende hacia Cristo, en forzada inclinación, que produce una curvatura del cuello. La cabellera ondulada añade un recuerdo clásico. Su mano izquierda hace un gesto lastimero, acompañado al rostro dolorido. Maria Magdalena se abre paso con dificultad entre el grupo. Exhibe en una mano el vaso de los perfumes; con la otra mano sostiene el sudario. El rebuscamiento de su postura no puede ser más manierista. María Salomé está a la izquierda. Con una mano levanta su toca. Es un recurso creado por el clasicismo (Metopas del Partenón, Apolo del Belvedere), pero que tiene su respuesta asimismo en el arte renaciente (Madonna della Scala, de Andrea del Sarto).

Apolo Belvedere (Museos Vaticanos. Roma)
ANDREA DEL SARTO. Madonna della Scala (Museo del Prado. Madrid)
Los otros dos varones de los extremos son Nicodemo y José de Arimatea, pero es difícil de precisar quién sea cada uno. En la iconografía del Entierro, Nicodemo suele estar a la izquierda y José de Arimatea a la derecha, exhibiendo éste los instrumentos de la pasión (tenazas, espinas, clavos). Arimatea es barbudo y de mayor edad que Nicodemo. Entonces José de Arimatea será el de la derecha, figura nobilísima, sentada, en la típica posición miguelangelesca. Con la mano izquierda sostiene un jarrón. Eleva el brazo derecho, sosteniendo el vestido. Es un rasgo artificioso motivado por una doble razón: estética para equilibrar el gesto de María Salomé, y práctica para no dejar en el aire el brazo, que podría quebrarse. El pie de Arimatea descansa sobre una caja de vendas. Va calzado con una sandalia de tipo romano, de tiras. Nicodemo sostiene el cuerpo de Cristo. Hay un detalle muy de Juni: su mano no se aplica, por decoro, directamente sobre el cuerpo, sino que se sirve del mismo sudario. Se peina descuidadamente, es imberbe y muestra nariz corva.
Juni en la ordenación de este conjunto no ha podido ser más fiel al clasicismo. Todo aparece simétrico: la Virgen con los dos brazos extendidos, los dos santos varones contraponiéndose y asimismo equilibrándose los brazos de María Salomé y José de Arimatea.  La obra tiene un gran horizontalismo: el cuerpo de Cristo, y la isocefalia de las cabezas, en dos filas. Pero junto a ello este Entierro es posiblemente la obra más manierista de Juni. Es un relieve de suaves líneas curvas, que no tiene más explicación que un afán decorativo, pues aquí Juni ha atemperado su dramatismo. El interés ornamental sobrepuja a toda otra intención. Por otro lado, las posturas, siempre forzadas, también son un buen signo manierista.

La poca profundidad del retablo obligó a Juni a concebir esta escena en calidad de relieve, pero de enorme profundidad. Nicodemo y Arimatea, con Cristo, componen un volumen pleno. En el centro la obra se hunde y forma un gran hueco como si fuera una concha. Esta escena acontece delante de un fondo pintado donde se representa Jerusalén. Juni no tiene en cuenta el marco, de suerte que las figuras tapan los lados de éste.
En los intercolumnios que hay en los flancos de la escena principal están situados dos extraños personajes de indumentaria militar. Son figuras de bulto redondo y desempeñan un papel activo, dirigido al espectador. La vocación teatral de estos Entierros fue revelada por Mâle. El de la derecha lleva un casco en forma de gorro frigio, lanza, y espada al cinto; protege su cuerpo con larga loriga de hierro y sus piernas con polainas. Tiene barba. En su rostro aparece una gran risa. Con el brazo derecho extendido, señala al otro compañero del lado opuesto, de quien se burla. Este otro es asimismo soldado, pero romano, como lo indica su coraza thoracata. Parece que uno se escurre en el intercolumnio, mientras que el otro parece estar amenazado de morir aplastado. Se trata de esa angustia espacial tan usada por el manierismo. No se trata de un mero juego, sino de la puesta en escena del drama.

Juni ha repetido aquí lo que ya representó en el martirio de San Sebastián de Medina de Rioseco. Por un lado la disciplina del soldado romano, impertérritamente ejecutando órdenes, y la sórdida alegría del judío, que se complace en el tormento. Juni, por otro lado, no hacía sino dar forma plástica a un modo de pensar típico de los españoles de la época. Nos hallamos en pleno dominio del expresionismo. Por aquí se va hacia Gregorio Fernández, cuyos sayones son herederos de estos guerreros.
El retablo remata con un medallón conteniendo la imagen del Padre Eterno en altorrelieve. Juni podría haber resuelto loa composición con una media figura, el manierismo le concede la oportunidad de introducir la figura entera en este espacio redondo. Para ello ha utilizado la postura sedente. Una mano apoya sobre la bola del mundo; la derecha aparece levantada, en una clásica actitud del maestro. Los pliegues tapan parcialmente el marco. Aquí ha logrado Juni la figura de más bella apariencia. Largas barbas, muy a lo moisés de Miguel Ángel, lo que otorga a la obra su mayor distinción.

Juni entregaría la obra ya policromada. La arquitectura está hecha en dos tonos: dorado y blanco. Los blancos no son repintes, pues en las desportilladuras no se aprecia oro. Esta introducción del blanco se opera en la última etapa del maestro. También dorado liso se emplea en las vestiduras. Otras veces el otro recubre con una capa de barniz, para obtener sutiles esmaltes transparentes. Pero hay asimismo estofados hechos con la técnica del grabado.
Esta obra establece el baremo del arte de Juan de Juni por los años 1570. El clasicismo de la traza se acompaña de un concepto escultórico más reposado. Es de ver la calma que irradia la escena central del Entierro. Es un puro recrearse en las curvas. Juni nos ha dejado aquí una prueba decisiva de su manierismo. El elemento real suministrado por los soldados aparece hipertrofiado para que el espectador pueda sacar consecuencias.

BIBLIOGRAFÍA
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Juan de Juni: escultor, Universidad de Valladolid, Valladolid, 2012.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Juan de Juni: vida y obra, Ministerio de Cultura, 1974.

MONUMENTOS DESAPARECIDOS: LA CASA DE LOS DUERO-MONROY Y EL SEPULCRO DE MARTÍN DE DUERO VENDIDO A INGLATERRA

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La Casa de la familia Duero-Monroy, también conocida como de don Juan de Duero y doña Juana de Monroy, o del Conde de Gramedo fue otra de esas decenas de casas nobles y palacios que, por ser un impedimento para ciertas personas y dirigentes vallisoletanos para poder especular que sus terrenos, fueron destruidas por la piqueta a lo largo de las ominosas décadas de 1960 y 1970. Ésta se encontraba situada en el número 13 de la calle de la Torrecilla, una de las calles y zonas más afectadas por este furor asesino contra el patrimonio. Si cuando vayáis paseando por estas zonas en las que la piqueta actuó con más saña (plazas de San Miguel o del Rosarillo, calles Esgueva o Angustias, barrio de San Martín,  etc…) os fijáis en los edificios que sustituyeron a estos venerables palacios, casas, hospitales e iglesias, os daréis cuenta de que son seguramente los mayores abortos arquitectónicos levantados en nuestra ciudad.

Situación de la Casa de los Duero-Monroy en el plano de Bentura Seco (1738)
Esta casa, de la que tan solo se conserva su portada de piedra formada por un arco de medio punto cobijado por un alfiz gótico en el que se albergan los escudos de la familia, databa de principios del siglo XVI. El origen de esta casa se encuentra en doña Catalina Rodríguez de Entrambasaguas, hija de Juan Rodríguez de Entrambasaguas y de su esposa Isabel Andrés de Cartagena, fallecidos en 1402, que contrajo matrimonio con un miembro del linaje de los Duero; de esta forma se unieron las casas que ambas familias poseían en la calle de la Torrecilla, extendiéndose por la parte posterior hasta enfrontar con el Colegio de San Gregorio.
A su nieto, Juan de Duero, casado con doña Juana de Monroy, se debió la reedificación de estas mismas casas, a mediados del siglo XV, puesto que en los escudos que flanquean su puerta de acceso se aprecian las armas de los Duero-Entrambasaguas (cruz de San Andrés y dos fajas de veros, con ancha bordura de escudetes con aguilillas y bandas), en el de la izquierda, y de los Monroy (cuartelado, veros y castillos), en el de la derecha.
Fue en los días de don Pedro de Duero y Monroy, casado con doña Constanza de Miranda, cuando el maestro de cantería Juan de la Lastra se dio por bien pagado por las obras que había realizado en 1576 “así en unas casas principales como en la casa nueva que está enfrente de ellas y en la casa que está frontero del Colegio de San Gregorio donde vive doña Catalina Cueto, difunta”. Dataría de este momento también la obra del reducido patio que tuvo este desaparecido edificio, que disponía de dos pisos con columnas toscanas y arquerías de medio punto en su planta baja y arcos rebajados en la principal.

Fachada de la Casa de los Duero-Monroy
En el año 1597, refiriéndose a estas mismas casas se aclara que los Duero, además de las casas de su mayorazgo, frontero a ellas y en la misma calle de Santa Clara (hoy c/ de Torrecilla), poseían otra “que linda con casa del duque de Nájera y con casas del mayorazgo de mí el dicho D. Pedro”, a las que había que sumar las situadas a espaldas de las principales, enfrente por lo tanto de San Gregorio”.
El hijo primogénito se llamó Pedro y tuvo una hermana, Juana, que ingresó monja en el Convento de Santa Isabel, y otro hermano varón llamado Clemente que fue fraile dominico en San Pablo. A don Pedro, caballero de Santiago, que casó con doña Beatriz Arce Sarmiento, le sucedió en 1638 en todos los mayorazgos su sobrina doña María Briceño de Duero, casada con don Antonio Briceño Ronquillo de Duero, comendador del Peso Real de Valencia y del Consejo de Castilla, gran canciller de Milán, señor de los lugares de Molezuelas, Gramedo y Villar de Farfán.
En el referido convento dominico de San Pablo la familia disponía de capilla funeraria que estaba dedicada al Crucifijo; para ella trabajó en 1576 el cantero Lastra fabricando “los arcos y bóvedas”. Aunque la capilla ha desaparecido sin embargo, no hace muchos años, se descubrió próximo a ella un arcosolio con restos de pinturas murales en las que se puede apreciar la representación de San Juan Bautista y encima del arco un espacio vacío, como para disponer en él una inscripción, y un enmarcamiento fingido, pintado a manera de orla, con los escudos de las familias Duero-Entrambasaguas y Monroy y el emblema de la orden de San Juan de Malta, en la que se sabe profesaron los señores Martín (1582) y Juan de Duero Monroy (1593). Más tarde volveremos a este punto.

Convento de San Pablo
La línea masculina de la familia Duero se extinguió pero el mayorazgo lo heredó don José Briceño y Ronquillo, vizconde de Villar de Farfán, que fue creado en 1677 conde de Gramedo. En el seno familiar hubo destacados miembros que sirvieron en el ejército o en la diplomacia, siendo muchos los que pertenecieron a diferentes órdenes militares.
En 1719 viví en esta casa la entonces condesa viuda de Gramedo y al hacerse cargo, en aquella fecha, del referido condado doña Ángela Manuela de Ronquillo, confiesa que encontró la casa “tan deteriorada que no se podía habilitar en mucha parte de lo principal, sin que fuese con mucho riesgo y se me precisó el repararla, en lo cual dicho mi marido y yo hemos gastado más de 24.000 reales”. Doña Ángela, marquesa viuda de Prado, condesa de Ovedos y de Gramedo, señora de la Casa de los Duero y de la hacienda de San Miguel de Arroyo ordenó en su testamento, redactado en 1732, sepultarse “en la capilla del Santo Cristo de que soy patrona, sita en el convento de San Pablo, en el nicho que está debajo del retrato de piedra mármol de su fundador”. Al mismo tiempo confesaba que había gastado mucho dinero en “obras y reparos de las casas y demás efectos de los mayorazgos”.

Gracias a diferentes noticias sabemos que en la casa colgaban varias tapicerías: una de la historia de Eneas, otra de la de Noé, que constaba de diez paños y otra más de la historia de Tarquino, compuesta por ocho paños. Entre las pinturas, en 1742, destacaba, un lienzo del Descendimientode cosa de dos varas de ancho y una de alto, con marco negro regular y media caña dorada” tasado en 1.000 reales.
Al morir, en 11 de mayo de 1743, le sucedió en la posesión del condado de Gramedo, su nieto don Vicente Pascual Vázquez Coronado, marqués de Coquilla, que tomó posesión de las casas principales que pertenecían a su condado en la calle de la Torrecilla, en donde falleció la referida señora, “linde como se sube la calle arriba intitulada Torrecilla y Plazuela Vieja casas de los señores doctor D. Juan Francisco de Lemos, catedrático de prima de cánones jubilado en la real Universidad de esta dicha ciudad y de Josef de Vergara y Lemos, dignidad de prior en la santa iglesia catedral de ella, catedrático de código más antiguo en la misma real Universidad, y por calle abajo como se va a la del Excmo. Sr. Conde de Grajal e iglesia parroquial de San Benito y barrio de Santa Clara, con casa del curato de la misma parroquia de San Benito el viejo, y [se] le dio posesión de las mencionadas casas que tienen puerta accesoria frente del insigne colegio de San Gregorio del orden de Santo Domingo de esta ciudad. Vivía entonces en la casa don Ignacio de Prado y Ronquillo, marqués de Prado y conde de Ovedos”. No obstante el heredero prefirió marchar a vivir a Valencia y allí residía cuando se redactó el Castro del marqués de la Ensenada, describiéndose su casa vallisoletana como de 44 x 59 varas (= 36,52 x 48,97 m.). Sus vecinos continuaban siendo los mismos: por su izquierda la casa de don José Vergara y por la derecha la propi del curato de San Benito. En 1861 la casa pertenecía al marqués de Bedmar y Escalona, poseedor asimismo de los condados de Gramedo y Ovedos.

Capilla de los Duero-Monroy en el Convento de San Pablo, advocada bajo San Juan Bautista
A continuación retomamos el tema de la capilla funeraria que la familia Duero Monroy poseía en el Convento de San Pablo. El arcosolio que hemos dicho que existía en dicha capilla guardaba en su interior el sepulcro de frey Martín de Duero, bailío de Negroponte (1575), Nueve Villas (1579) y Lora (1582) y uno de los personajes más importante del Gran Priorato de la Orden Militar de San Juan de Jerusalén o de Malta en el partido de Valladolid. Dicho sepulcro fue contemplado en una de las paredes del crucero de la iglesia de San Pablo por el famoso historiador y viajero del siglo XIX Isidoro Bosarte: “un bulto de personaje militar vestido de todas armas, echado sobre un plano inclinado (…) cuya ejecución es de mano muy franca, muy maestra, y muy expedita. El morrión está a un lado, para que se le vea la cabeza. No tiene inscripción, cosa que no debía haber quedado así (…) El bulto es de mármol, tamaño natural”. También se hizo eco de que se decía que era “de mano de Gregorio Hernández”, reconociendo que “no lo desmiente su estilo” pero prefirió incluir a su autor entre los “escultores inciertos”.

Años atrás, hacia 1745, Manuel Canesi había escrito en su Historia de Valladolid, a propósito del Convento de San Pablo y de sus hijos ilustres, que entre ellos debían figurar “dos hijos de D. Pedro de Duero y doña Catalina Miranda: uno fue el P. Fr. Clemente y [el otro] Fr. Martín Duero caballero del hábito de San Juan”, señalando más adelante que los dominicos vendieron la capilla del Cristo “a D. Pedro de Duero, caballero del orden de San Juan y Baylio de Lora (…) y en la [capilla] del Cristo se ve una estatua de piedra tendida al lado del evangelio y es de D. Pedro de Duero que yace allí (…)”. Hay que tener en cuenta, según apunta Urrea, que la genealogía e identificación que aporta el historiador local no son correctas.
Junto con su sobrino don Pedro de Duero, señor de Aldea de San Miguel de Arroyo (Valladolid), frey Martín, como dueños que eran de la capilla del Santísimo Crucifijo, ofrecieron en 1573/1575 al convento 700 ducados en razón de “la obra, edificio, reja, retablo y crucifijo y parte del esconce (…) que está debajo del balcón del oratorio de Navarrete para que en la pared pudiese poner sus armas, bultos, letreros y arcos para sepulcro con tal que no entrase más de dos pies en la pared y en lo bajo poner sus sepulturas, estrados y lo que gustase”.

Sepulcro de frey Martín de Duero, actualmente en la iglesia de Saint John en el barrio de Clerkenwell (Londres)
Del citado bulto de alabastro representando la figura de este caballero de Malta, que costó 400 ducados, no se ha vuelto a saber nada pero en la década de 1970 se descubrieron en la pared de dicha capilla unas pinturas, imitando el enmarcado arquitectónico de una tarjeta sin inscripción alguna, con la historia de San Juan Bautista, el emblema de la cruz de Malta y los escudos de la familia Duero Monroy, situadas precisamente en el esconce –después convertido en puerta– al que alude la expresada noticia documental. Es muy posible que los acontecimientos bélicos que padeció la iglesia y convento dominico de San Pablo o aquellos otros derivados de la desamortización provocaran la remoción del sepulcro, si es que no se destruyó, y quizás la estatua del difunto fuera a parar, junto con otras muchas obras de arte de idéntica procedencia, a la catedral de Valladolid.
Urrea propone la identificación de la referida escultura con la magnífica que se conserva en la iglesia de San Juan en Clerkenwell, barrio de Londres, y en la que se ha querido reconocer al caballero sanjuanista y recibidor general don Juan Ruiz de Vergara, que fue adquirida a la catedral vallisoletana en 1912. Efectivamente en cabildo de 1908 se autorizó al canónigo fabriquero “a vender el contrabajo y la estatua (sic)”, sin hacerse en el acta más precisiones, así como “varios trozos de alabastro, restos de una estatua”, destinados, se dice, “a las reparaciones que se están haciendo en el sepulcro de San Pedro Regalado en el convento de La Aguilera”.

Por otra parte, los argumentos para la identificación del representado como miembro de la familia Ruiz Vergara se limitaban a señalar que ésta disponía de una capilla en la vieja catedral, lo cual no es cierto, o que la escultura podía proceder de la capilla que en el Convento de la Trinidad Calzada gozaba un tal Martín de Vergara, cuyo bulto sepulcral, documentado como de Esteban Jordán y alabado por Ponz; sin embargo no le figuraba como caballero sanjuanista por no poseer tal condición, no teniéndose noticia de ninguna otra estatua de la familia Vergara en Valladolid.
Atribuida esta de Londres al propio Esteban Jordán, a pesar de ofrecer una calidad muy superior a otras piezas documentadas como suyas, hay que celebrar también el interés que tiene la escultura funeraria de don Pedro Boninseni, todavía situada en la capilla mayor de la iglesia conventual de Santa Clara de Valladolid, aceptada comúnmente como obra de Francisco de la Maza, discípulo de aquél, y cuya ejecución, si es que le pertenece, correspondería a la última etapa de su producción ya que el artista falleció en 1585. Si comparamos ambas imágenes veremos que adoptaron prácticamente idéntico modelo para su sepulcro, representados ambos en su cama funeraria; hasta es posible que el del primero sirviera de modelo al del segundo si es que no se trabajaron en el mismo taller.

Sepulcros de los Boninseni en el Convento de Santa Clara
BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZALEZ, Juan José: La arquitectura doméstica del renacimiento en Valladolid, Imprenta Castellana, Valladolid, 1948.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “Caballeros de la Orden de San Juan de Malta en Valladolid”, B.S.A.A. Arte, Tomo LXXV-2, 2009, pp. 157-158.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Arquitectura y nobleza: casas y palacios de Valladolid, IV Centenario Ciudad de Valladolid, Valladolid, 1996.

LA CAPILLA DE SAN JOSÉ DE MAESTROS ENTALLADORES DE LA IGLESIA PENITENCIAL DE NUESTRA SEÑORA DE LAS ANGUSTIAS

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En la ciudad existían dos cofradías bajo la advocación de San José: una estaba radicada en la iglesia de Santiago y la componían maestros de obras; la otra tenía por sede la iglesia penitencial de Nuestra Señora de las Angustias, y agrupaba a los carpinteros, ebanistas y otros artista relacionados con el oficio de la madera. Hoy hablaremos sobre la capilla que estos últimos poseían en el templo de la Virgen de las Angustias. Sobre su actividad no se tienen muchas noticias, pues no olvidemos que desde la pragmática promulgada en 1552 por Carlos V estaban prohibidas las Cofradías de Gremios, aunque esta de las Angustias debía mantener una cierta importancia, probablemente al amparo de la Penitencial, a la que aportaba diversas e importantes sumas.

La Capilla de San José, que se encuentra situada en el lado del Evangelio, la conforman un retablo y dos pinturas laterales. Antiguamente se encontraba cerrada por una reja. El retablo lo costeó, incluidas las imágenes, el entallador Antonio López, miembro de la cofradía, a cambio de que le permitieran tener entierro en la misma. Y, efectivamente, allí se encuentra sepultado junto a su mujer, una lápida así nos lo indica: “Antonio López, maestro entallador, y Doña Ysavel de Balcarcer y de Cancedo y San Martín, su muxer, vezinos desta ciudad, fundaron en esta yglesia de Nuestra Señora de las Angustias, una capellanía para parientes suyos de zinco misas rezadas cada semana con responso, que se an de decir en esta yglesia a las doze de los días de fiesta de guardar, los domingos y demás fiestas en el altar mayor los viernes, en el del Santo Christo, los savados en el de Nuestra Señora de los Cuchillos los lunes y juebes en la capilla de San Joseph Y el responso acavada la misa sobre su sepultura. Y se a de dar limosna por cada misa seis reales. Paso la escritura ante Manuel Alvares de Uría, escrivano de el numero y rentas desta ciudad en 19 de março año de 1689”. Ya figura en cabildo de 1677 que había hecho el retablo, pero en rigor las cuentas de lo gastado corresponden al año 1682. En toda esta obra se gastó la considerable suma de 18.915 reales. Estas son algunas de esas cuentas:

  • Retablo. El retablo de la capilla de San José de madera y dorado seis mil reales.
  • San José. La hechura de San José de bulto que está en dicho retablo quinientos reales.
  • San Antonio y Santa Teresa. Dos hechuras de bulto de San Antonio y Santa Teresa que están en dicho retablo setecientos reales.
  • Pinturas. Pintar dicha capilla y dos pinturas de San José a los lados dos mil reales.
  • Reja. La reja de dicha capilla a toda costa cien ducados.
  • Cajones. Dos cajones que están al lado del altar en que se guarda la ropa ciento y cincuenta reales.
  • Lámpara. La lámpara que está en la capilla de San José doscientos reales.

Aunque en ciertas ocasiones se ha pensado que el propio Antonio López pudo realizar el retablo, o bien dar su traza, no se pueden aceptar esas tesis; puesto que un entallador era un mero auxiliar del ensamblador, verdaderos artífices de los retablos, en lo concerniente a la decoración de los mismos. Pienso que el autor de este retablo fue el ensamblador Juan Guerrero, artífice poco conocido por el momento, pero del cual vamos teniendo con el tiempo más obras documentadas; las cuales nos lo van revelando como una de las personalidades más importantes de la retablística y del ensamblaje del tercer cuarto del siglo XVII. La razón principal para su atribución es su total semejante con el retablo frontero, el de la capilla de la Encarnación, obra ésta documentada del referido Guerrero. Todo en ellos es coincidente: soportes, distribución, decoración… Es curioso que son similares hasta en la concepción del banco con la inclusión de cuatro pequeñas pinturas.

El retablo consta de banco, cuerpo principal y el ático cerrado en semicírculo. Se emplean pilastras, grandes subientes, de frutos de gruesa talla hay en pilastras y entrepaños. Las dos hornacinas se orlan con marco de tarjetillas, formando codillo. En el banco hay pinturas del Niño de la Guarda, Niño Jesús de la Pasión, Inmaculada y San Antón. En la hornacina principal la imagen de San José (107 cms., sin peana, copia el San José de la Sagrada Familia de la Cofradía de Niños Huérfanos de la iglesia de San Lorenzo), copia de original de Gregorio Fernández, con policromía de picado de lustre. Porta vara y sierra, auténtico utensilio de carpintero, para que fuera más evidente el patrocinio. A los lados imágenes de San Antonio (67 cms.) y Santa Teresa (copia del original de Fernández del Carmen Calzado, 67 cms.). En la hornacina superior una Inmaculada, dentro de aureola de rayos, copia también de Fernández; pero de una excelente calidad, no como las otras dos. Me quedan dudas de si la Inmaculada fue realizada expresamente para el ático o bien fue colocada allí por la cofradía, habiéndose alterado, por lo tanto, su lugar de origen. Realizo esta suposición en base a tres hechos: el que tras de ella halla un marco que más bien parece haber resguardado un lienzo (siendo por lo tanto igual que el ático del retablo frontero, que también contiene una pintura); el pequeño tamaño de la imagen en comparación con el referido marco; y el hecho de que no figure en las referidas cuentas, cosa que sí que ocurre con las otras tres imágenes. De lo que no cabe duda es de que hubo dos manos que tallaron las esculturas: una muy diestra, que se ocupó del San José y, quizás, de la Inmaculada; y otro, bastante más torpe, de las de San Antonio y Santa Teresa. El retablo recobró su esplendor en el año 2002 tras la restauración llevada a cabo por los técnicos de la Fundación Gabarrón.

En las paredes laterales de la capilla hay dos lienzos realizados en 1668 por el prolífico pintor Diego Díez Ferreras, uno de los pinceles más importantes de la ciudad, junto con el de Andrés Amaya, en el último tercio del siglo XVII. Es un pintor un tanto contradictorio puesto que por lo general se nos muestra como un artista bastante diestro, pero que en ocasiones hace verdaderas chapuzas en cuanto a las composiciones y los tipos físicos. Ambos lienzos representan escenas de la vida de San José: uno se refiere al Hogar de Nazaret, donde el santo desempeña su función de carpintero. El otro representa la Muerte de San José, en la parte inferior de esta pintura figura un personaje de rodillas vestido de negro, que al parecer corresponde al retrato del propio Antonio López. Ambos cuadros tienen las mismas dimensiones (167 x 150 cms.).
El Hogar de Nazaret representa a la Sagrada Familia en una escena de interior realizando sus quehaceres diarios. La escena se desarrolla en el taller de San José, y en ella vemos a San José entregado al oficio de carpintero, a la Virgen cosiendo, y al Niño Jesús jugando con San Juan Bautista. Las figuras, situadas sobre un fondo oscuro, poseen un movimiento ingenuo y sencillo, siendo el dibujo de muy modesta calidad.

La Muerte de San José se encuentra firmado y fechado, disimuladamente, en un pequeño papel situado en el suelo de la estancia, junto al supuesto retrato de Antonio López: “Diego diez de ferreras, faciebat año 1668”. La pintura nos muestra los últimos momentos de vida de San José, el cual se encuentra postrado en una cama. Jesús, situado a un lado de la cama, le agarra con una mano una de las suyas, mientras que con la otra intenta reposar la cabeza del santo en la almohada, signo de que acababa de fallecer. La Virgen llora desconsoladamente al pie del lecho, en actitud convencional, siendo muy desafortunada la expresión de tristeza y llanto de su rostro. En la parte superior, el cielo, se provoca un rompimiento de gloria con Dios Padre, el Espíritu Santo y una legión de pequeños angelillos, uno de los cuales sujeta unas flores, mientras que otro junta las manos en signo de oración. Al lado de la cama del santo parece que Díez Ferreras ha querido ensayar un pequeño bodegón, colocando un jarrón con flores, que recuerda lejanamente los pintados por Diego Valentín Díaz para el Colegio de Niñas Huérfanas En la parte inferior del cuadro, en el extremo izquierdo figura el retrato del donante, Antonio López, en actitud orante. Viste traje negro y golilla. Será la primera vez que comprobemos las buenas actitudes que poseía Diego Díez Ferreras para el retrato, siendo, posiblemente, uno de los pocos aspectos en los que destacara.


BIBLIOGRAFÍA
  • GARCÍA CHICO, Esteban: Valladolid: Papeletas de Historia y Arte, Gráficas Andrés Martín, Valladolid, 1958.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
  • ORDUÑA REBOLLO, Enrique: Cofradías y sociedad urbana: la ilustre Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de las Angustias de Valladolid (1563-2002), Ciudad Argentina, Buenos Aires, 2003.

LA FACHADA RENACENTISTA DE LA IGLESIA DEL SALVADOR

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La iglesia del Salvador muchas veces pasa inadvertida tanto para los vallisoletanos como para los turistas, a pesar de su céntrica posición dentro del casco histórico y su cercanía a lugares tan visitados como la Catedral o el Pasaje Gutiérrez. Sin embargo, se trata de uno de los templos con un patrimonio más rico y variado. Ya en ocasiones anteriores hablamos de su impresionante retablo flamenco de la capilla de San Juan Bautista, en esta ocasión trataremos sobre su espléndida fachada renacentista.
Al igual que otros muchos templos vallisoletanos, el origen de esta parroquia fue el de ermita. Según Canesi, la erección de la ermita, puesta bajo la advocación de Santa Elena, tiene lugar en el año 1245, convirtiéndose en parroquia el año de 1336, dedicada al Divino Salvador. Lo más antiguo que se conserva es, aparte de las catacumbas, la capilla de San Juan Bautista, que según la inscripción se concluye en 1487.El resto del templo se edifica ya en la primera mitad del siglo XVI, modificación que conllevó consigo la elevación de la fachada.

Ya Canesi alabó la fachada al decir que “es de las más preciosas que hay en España, en dictamen de los más peritos en el arte de la arquitectura, toda de cantería muy bien labrada, y por remate un corredor de lo mismo con labores exquisitas”. González García-Valladolid advirtió un letrero que hay dentro del frontón, con las fechas de 1541 y 1559. Sabemos que el arquitecto de esta fachada es Juan Sanz de Escalante, pues en 1576 se acuerda pagar a la hija del cantero 300 ducados, de lo que se debía a su padre, por razón del pleito que sobre el pago de la obra se produjo. La obra habrá sido efectuada en las fechas consignadas, es decir, comienzo en 1541 y terminación en 1559. El citado Juan Sanz de Escalante era vecino de Valladolid, pero procedía de Escalante, en la merindad de Trasmiera.

Se dispone en forma de gran tablero de cantería, al que se adosa la portada, a modo de retablo. Adopta una disposición binaria, a base de dos puertas, con columnas muy esbeltas. Se valoran el plano, la columna exenta y los huecos. Dos óculos hay en el segundo cuerpo. El arquitecto ha compuesto limpiamente el juego compositivo, con un criterio sin duda palladiano. Por ello esta fachada tiene un gran interés, pues apela ya a la desnudez y a la proporción, basada en el módulo cuadrado. En medallones, se disponen motivos de la Pasión, en el dintel de las puertas. El tercer cuerpo lleva ventana, flanqueada por pares de columnas. En el muro, dentro de tarjetas, se hallan las inscripciones: “Hic est Filius meus diletus” y “Soli Deo honor et glorian”. Se remata con una balaustrada, que permite unificar la fachada. Los tramos se separan por medio de jarrones. Emerge un cuerpo decorado con un relieve del Padre Eterno, a manera de esbelta peineta.

En esta fachada palladiana, una de las más bellas de la ciudad, se encuentran unas esculturas dispuestas de una forma muy escenográfica: en el primer cuerpo, una Anunciación, con las figuras entre columnas, un tanto oprimidas tal y como había impuesto Juan de Juni en su estilo. Encima se desarrolla un grupo de la Transfiguración, dispuesto de modo espectacular, indicando que su posición fue ideada por el propio arquitecto: los tres apóstoles van colocados sobre el entablamento del segundo cuerpo. Jesús está colocado en relieve en el centro, sobre el entablamento del tercer cuerpo, y a ambos lados del mismo, se encuentran las esculturas de Elías y Moisés. En el ático el busto del Padre Eterno.Dadas las relaciones existentes con el sepulcro de los Poza, Martín González situó estas esculturas dentro de la órbita de Francisco Giralte, pues a este escultor se atribuía tradicionalmente aquel sepulcro. Posteriormente, el profesor Parrado del Olmo las sitió dentro de la órbita de Manuel Álvarez. Según él muestran un estilo algo arcaizante para la fecha, teniendo en cuenta que Juan de Juni llevaba años trabajando en la ciudad, y que era el momento en que Esteban Jordán acaparaba la mayor parte de los encargos de la misma.

Sin embargo, por lo general, la ejecución es buena aunque con desigualdades entre las esculturas de la parte superior, aún muy influidas por Berruguete, y la Anunciación, cuyo ángel es algo tosco. La composición de la Transfiguración, con las figuras en posturas muy forzadas, para buscar la relación entre las mismas, recuerda posiciones normalmente utilizadas por Álvarez y su círculo en las obras que se podrían fechar en torno a la década de los 60. Y desde luego, los plegados parecen dispuestos de modo más naturalista, pese a su movimiento, que los del sepulcro de los Poza, lo que se justifica por los años que debieron mediar entre una obra y otra.
Pueden compararse con algunas esculturas del retablo de Santoyo, que debía de estar haciéndose en fecha cercana a esta obra, y se observan relaciones, sobre todo, con el banco de aquel retablo, es decir, con las partes que se consideran más antiguas en el mismo, mientras que no son tan claras con los relieves del tercer cuerpo o con los guardapolvos. Por ello, la fecha de 1573, sólo debe ser tomada como “post quem”, aún lejano, y su ejecución acercarla al momento del relieve de Castromocho.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XIV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (1ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985.
  • PARRADO DEL OLMO, Jesús María: Los escultores seguidores de Berruguete en Palencia, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1981.

EXPOSICIÓN: GALERIE LELONG

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Durante las próximas semanas se desarrolla en las Salas Municipales de Exposiciones de “Las Francesas” y de “La Pasión” una brillante muestra que recoge una serie de obras de arte de la Galerie Lelong, una de las galerías de arte más prestigiosas de París. En la exposición podremos ver obra de algunos de los artistas más importantes de finales del siglo XX y de la actualidad. A los que os guste el arte contemporáneo tan solo deciros que os acerquéis, que no os defraudará; y a los que receláis algo del arte actual pues os recomiendo que vayáis a ver la exposición con la mente abierta. Bien es cierto que cuando uno ve la muestra se pregunta al ver alguna de las obras si eso es arte, yo no voy a responderos a esa pregunta, pero seguramente pensemos de la misma manera. Finalmente, antes mostraros las piezas que conforman la exposición e insertar los textos redactados por María Toral, comisaria de la exposición, y Jean Frémon, deseo dar la enhorabuena por la brillante muestra que nos ofrece. Ojalá las futuras exposiciones puedan ser tan interesantes como las que actualmente conforman el plantel de las cuatro salas municipales.

Texto de Jean Frémon
Todos los artistas presentes en esta exposición han tenido, en distintos grados, la oportunidad de tener importantes exposiciones personales en grandes museos o fundaciones en todo el mundo. En este momento hay una retrospectiva de Tàpies en el Pérez Museum de Miami, Etel Adnan está en el Irish Museum of Modern Art de Dublín, Pierre Alechinsky en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, Kounellis en Milán, Rebecca Horn en Palma de Mallorca, David Nash en Corea, Sean Scully, se encuentra en el Palazzo Falier en Venecia y en la National Gallery de Dublín, Nalini Malani en el M.O.M.A. de Nueva York, Jaume Plensa está en San Giorgio Maggiore de Venecia, en los museos de Nashville y Céres, Barthélémy Toguo en la Bienal de Venecia.
Todos estos artistas han expuesto ampliamente y no necesitan en realidad una exposición suplementaria. A pesar de ello, Jean Frémon ha sentido a menudo que los artistas prefieren formar parte de una exposición colectiva más que gozar de una exposición personal –aventura en solitario–. Estar confrontados a sus iguales, a sus mayores, a los más jóvenes, a sus amigos o a sus rivales supone un ejercicio estimulante que les gusta.
Además, todos ellos han aceptado con entusiasmo la invitación de exponer juntos bajo el estandarte de la Galería Lelong, su galería, a la que se ofrece la ofrece libertad para exponer en sus magníficas salas históricas del Museo de la Pasión y de la iglesia de las Francesas, por iniciativa de Juan González-Posada y la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Valladolid.
Había que hacer una selección, es decir, restar. La historia de la Galería Lelong ha estado marcada por grandes artistas: Joan Miró, Louise Bourgeois, Francis Bacon, Eduardo Chillida, Antonio Saura, Donald Judd, Robert Ryman, Barry Flanagan, David Hockney… No están aquí. Se ha optado por centrarse en artistas vivos y en plena actividad, sólo con la excepción del gran maestro, Antonio Tàpies, recientemente desaparecido, cuya obra poderosa y austera está representada aquí ampliamente.
Varias generaciones se suceden, década tras década: los arabescos irónicos de Pierre Alechinsky, los ensamblajes audaces y llenos de misterio de Jannis Kounellis, los equilibrios sutiles y reinados de Rebecca Horn, las abstracciones geométricas de Sean Scully, la libertad y la gracia de Günther Förg, los paisajes abstractos y puros de Etel Adnan, el gesto firme y elegante de David Nash inscrito en madera o papel, las grandes composiciones luminosas de Nalini Malani, las figuras silenciosas de Kiki Smith o Jaume Plensa, las composiciones febriles de Toguo.
Son como los instrumentos diferentes de una orquesta, interpretando cada uno su papel, incluso tan libremente que no hay partícula escrita y sin un jefe con una batuta a quien seguir. Pero de esta cacofonía alegre emerge por lo menos el amor por el arte vivo.
REBECCA HORN. Sin título (2008)
REBECCA HORN: Dance of knives (1988)
REBECCA HORN: Sin título (2010)
SEAN SCULLY: Atlas walls (1995)
SEAN SCULLY: Harris vents Shacks (1990)
KIKI SMITH: Seated nude (2005)
JANNIS KOUNELLIS: Sin título (1998)

Texto de María Toral (comisaria de la exposición)
Los museos, los centros culturales o las fundaciones permiten que podamos conocer las obras de determinados artistas. Pero eso, cada vez resulta más sencillo tener acceso a las creaciones plásticas. Además de esos lugares existen otros espacios claves para el desarrollo artístico y de los que solemos olvidarnos. Estamos hablando, como es lógico, de las galerías donde podemos adentrarnos, desde otra óptica, en el mundo del arte.
Una galería de arte es un espacio mágico donde se cumplen los deseos de los artistas de ser conocidos o de aquellos que sueñan con que sus obras pasen de su estudio a un museo o a la casa de algún coleccionista o amateur. Marcel Duchamp decía que “contra toda opinión, no son los pintores sino los espectadores quienes hacen los cuadros”. En realidad, uno de los objetivos del artista es que sus obras sean vistas por esas miradas ajenas, las de los espectadores, que no pueden encontrar en los estudios de sus creadores. De ahí la magia de las galerías. Tienen el poder de cumplir las aspiraciones de los artistas (que sus obras sean vistas) y las de los coleccionistas (poseer esas obras).
Lamentablemente, como en casi todos los sectores, hoy en día asistimos a una cierta banalización o comercialización extrema del arte donde esa magia a veces parece diluirse y dejar paso a especulaciones financieras. Sin embargo, en algunos lugares aún parece entenderse el verdadero objeto de la galería así como la auténtica función del galerista. Y eso es lo que ocurre precisamente en la Galerie Lelong.
La historia de esta galería nos remonta a los años cincuenta del siglo pasado cuando artistas como Joan Miró, Francis Bacon, Pierre Alechinsky, Antoni Tàpies o Eduardo Chillida exponían sus obras en París en el espacio que tenían en el número 13 de la rue de Téhéran. Años más tarde, en 1981, bajo la dirección de Jacques Dupin, Daniel Lelong y Jean Frémon, la galería adquiere la personalidad que aún hoy tiene. Es entonces cuando artistas contemporáneos como Jannis Kounellis, Louise Bourgeois, Günther Förg o Sean Scully empiezan a formar parte del elenco de nombres representados en este singular y prestigioso espacio.
Lejos de quedarse anclada en el pasado, la galería Lelong empezó a apostar, sobre todo a partir de los años 2000, por artistas contemporáneos internacionales. De este modo, siguió enriqueciendo su espléndida oferta artística de la mano de Jaume Plensa, Nalini Malani, Barthélémy Toguo, Etel Adnan, Rebecca Horn o Kiki Smith. Actualmente la estructura de su galería ha variado: cuenta con Jean Frémon como Presidente director general y a Patrice Cotensin como director.
ANTONI TÀPIES: Cos i banyera (1995)
ANTONI TÀPIES: Creu y fletxes (1989)
ANTONI TÀPIES: Creu y copa (2003)
JAUME PLENSA: Chloe (2014)
ANTONI TÀPIES: Cames (2001)
JUAN USLÉ: Entre tus cosas (2012)
ETEL ADNAN: Sin título (1990)
ETEL ADNAN: Sin título (2014)
ETEL ADNAN: Sin título (2014)
ETEL ADNAN: Sin título (2014)
ETEL ADNAN: Sin título (2014)
ETEL ADNAN: Sin título (1997)
ETEL ADNAN: Sin título (2001)
SEAN SCULLY: Paris Robe (2008)
SEAN SCULLY: Standing Grey (2001)

Además del magnífico espacio que la galería alberga en París, existe otra sede en la ciudad de Nueva York, también en un espacio extraordinario. Precisamente, la existencia de las dos galerías hace que ambas sean complementarias pero con identidades propias desde que la segunda abriera en 1985. Apertura que ha contribuido de la mano de su directora Mary Sabbatino, a mostrar las obras de artistas más jóvenes que han alcanzado un notable eco en nuestros días como Angelo Filomeno, Emilio Pérez o Kate Shepherd. También se ocupan del legado de grandes artistas como Ana Mendieta, Nancy Spero y Helio Oiticica.
Otra misión importante que algunas galerías desarrollan es la de ser editores. Este es otro de los medios que permite que el arte llegue a más lugares y a más personas gracias a los catálogos que editan las galerías cuando celebran sus exposiciones. Como no podía ser de otra manera, la Galerie Lelong es consciente de la necesidad de dejar constancia de las muestras que realizan a través de los catálogos y libros que publican. Así, tienen en su haber más de ciento y cincuenta ejemplares de la colección Repères con textos de autores tan destacados como Michel Leiris, Pierre Restany, Catherine David, Enrique Juncosa o, incluso, Octavio Paz.
Además editan obras con entrevistas y escritos de artistas como Donald Judd, Louise Bourgeois, Sean Scully o Richard Serra, contribuyendo así a una mayor labor didáctica.
No podríamos hablar de la Galería Lelong sin hacer una mención especial a uno de los grandes trabajos de investigación que han llevado a cabo y que se trata del catálogo razonado de la obra completa de Joan Miró en colaboración con los herederos del artista español.
Por último, destacar la existencia de un departamento dentro de la galería que se dedica a la obra gráfica y que cada año realizan nuevas ediciones (litografías, grabados, múltiples) en colaboración directa con algunos artistas.
Con estos antecedentes, es lógico que la Galerie Lelong pueda mostrar, en exposiciones como la que se presenta en Valladolid, algunas de las obras de su magnífica colección. En esta muestra, que puede verse por primera vez en España, el público vallisoletano podrá disfrutar de una selección de los fondos de esta galería y conocer de primera mano a algunos de los artistas más destacados que representa. Desde Antoni Tàpies a Sean Scully, pasando por obras de Nalini Malani, Rebecca Horn o Kiki Smith hasta llegar a Jaume Plensa, Juan Uslé o Barthélémy Toguo. Una filosofía en la que artistas de distintas generaciones y nacionalidades se unen para darle sentido a una galería que en todos estos años ha participado activamente y de forma muy positiva en distintas esferas del mundo del arte.
DAVID NASH: Red Rain (2011)
DAVID NASH: Red Cut Column (2011)
DAVID NASH: Sliced Frame (2013)
DAVID NASH: Icon (1993)
DAVID NASH: Corks - Circle, Triangle, Square (2014)
PIERRE ALECHINSKY: ...D´Exclamation III, ...D´Exclamation IV, ...D´Exclamation V
BARTHÉLÉMY TOGUO: Dynastie (2013)
PIERRE ALECHINSKY: Finalement (2014)
NALINI MALANI: Part Object (2007-2008)
NALINI MALANI: Radha (2006)
KIKI SMITH: Crescent Birg (2011)
GÜNTHER FÖRG

EL RETABLO MAYOR DE LA COLEGIATA DE SAN LUIS DE VILLAGARCÍA DE CAMPOS

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Uno de los retablos de suma importancia del Renacimiento en Valladolid es el retablo mayor de la Colegiata de San Luis de Villagarcía de Campos. Su trascendencia va más allá de la propia calidad que posee, que es bastante reseñable, más bien tiene que ver con el hecho de que es una de las primeras repercusiones del retablo mayor del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (Madrid), el cual inauguró la última tipología retablística del retablo renacentista: el retablo herreriano.Se le ha llegado a definir como “obra de capital importancia en el arte castellano del momento porque inaugura un nuevo estilo de hacer retablos en nuestra tierra al ser el primero en seguir fielmente los designios del erigido en el Monasterio de El Escorial, coincidiendo ambos en la fecha de su inicio 1579– y en el artista que los diseñó, Juan de Herrera. Será a partir de este instante cuando comience a hablarse de retablos herrerianos, escurialenses, contrarreformistas o clasicistas, ya dentro de la fase final del Renacimiento en Castilla, que se caracterizan por la distribución en cuadrícula de calles y cuerpos, la superposición de órdenes dórico, jónico y corintio o la práctica desaparición de la ornamentación de frisos y pilastras, a excepción del friso dórico, que se adorna con triglifos y metopas, como acaece en el que nos ocupa(…) Así, se elimina la decoración que se labraba en el tercio inferior del fuste de las columnas de los retablos platerescos puristas y romanistas que ya empleaban los órdenes clásicos, de modo que aquéllas exhiben ahora una austera caña acanalada sin más aditamentos. La sobria ornamentación de la nueva corriente artística utiliza bolas y pináculos habitualmente, aunque no en el de Villagarcía de Campos. Los encasamientos de éste se visten con dinteles acasetonados con florones”.
El retablo fue contratado por la patrona de la Colegiata, doña Magdalena de Ulloa, por entonces viuda del verdadero impulsor del establecimiento religioso, don Luis Méndez de Quijada, mayordomo imperial y preceptor de Don Juan de Austria. Efectivamente, la noble se concierta el 15 de febrero de 1579 con el escultor palentino Juan Sanz de Torrecilla para realizar el retablo, que debía de cubrir toda la pared de la cabecera del templo y que su disposición habría de seguir la traza facilitada por Juan de Herrera, “arquitecto de su majestad”. Se le señalan tres años para entregar la obra “hecha y acabada en perfección”; sin embargo le ponía como condición que “la custodia del dicho retablo se haga luego; de modo que esté hecha y acabada y asentada para el fin del mes de mayo primero que viene de este presente año”. Y añade la condición, “que el dicho retablo y custodia ha de ser a contento del Hermano Jusepe Valeriano; e cuando no lo estuviere alguna cosa a su contento, que el dicho Juan de Torrecilla está obligado a lo tornar a hacer otra vez lo que se le tachare”. Y al final se vuelve a insistir en que el escultor ha de atenerse a la manera, forma y traza contenida en el contrato, “sin poner excusa ni dilación alguna”. Estas condiciones serían muy “a contento del Hermano Jusepe Valeriano”; el cual era amigo y admirador de Juan de Herrera, y veía que este retablo de Villagarcía era una reproducción –servata proportione– del retablo del altar mayor del templo de El Escorial, obra maestra del arquitecto de su Majestad.

Desgraciadamente no se conserva este sagrario, que sería magnífico a imitación del tabernáculo de El Escorial, que es una de las más ricas joyas y la obra más perfecta en este género. Iba asentado sobre la mesa del altar, ocupando el intercolumnio del centro, llegando hasta el arquitrabe en que se apoyan las columnas dóricas del primer cuerpo del retablo. De este retablo no se queja el Hermano Valeriano; en cambio en un Memorial dirigido a la Congregación General denuncia otros tabernáculos de iglesias jesuíticas de Italia por ser de una grandeza excesiva y motivo de gastos inútiles, que eran objeto de escándalo y murmuración de parte de algunos religiosos y párrocos que los consideraban como innovaciones introducidas por los jesuitas, a donde no podían llegar muchas iglesias de religiosos y parroquias. “Como estaban hechos de madera y eran tan amplios–nos dice– ocurrió que parió allí una gata, y estando diciendo la misma salieron los gatines maullando”. Esto sucedió en Florencia.

El retablo se alzaría sobre una base de piedra y el primer cuerpo tendría seis columnas dóricas con sus basas y capiteles, sobre los que descansaría un entablamento del miso orden. Encima de éste, vendrían otras seis columnas jónicas, también con su entablamento y encima, a su vez, sendas columnas corintias y cuatro pedestales para otras tantas figuras. Además, habrían de disponerse seis historias hechas en alabastro de Cogolludo “bien blanco y escogido más limpio que se pudiere”. El referido sagrario, las cuatro esculturas del ático, las otras cuatro “que vienen en los encasamentos redondos” de los dos cuerpos y el Cristo –que no se llegaría a hacer–  serían de madera de pino. Asimismo, se estipulaba que los relieves de alabastro tendrían figuras “de pie y medio de relieve” y que fuesen “al natural poco más o menos”. Sanz de Torrecilla percibiría por toda esta obra 2.100 ducados. Firmó el finiquito el 8 de noviembre de 1582, en el cual se declaraba satisfecho de lo cobrado de doña Magdalena de Ulloa, añadiendo que además había recibido otros cien ducados por las mejoras y cosas que había hecho “de más de lo que era obligado”.
El retablo destaca por su austeridad ornamental y pureza de líneas, siguiendo los caracteres generales del referido del monasterio de El Escorial, que fue diseñado por Juan de Herrera también en 1579, si bien su ejecución corrió a cargo de Jâcome Trezzo, Pompeyo Leoni y Juan Bautista Comane. Sin embargo difieren en varios detalles: las dimensiones son menores (26 x 14 m. el de El Escorial y 15,40 x 9,52 m. el de Villagarcía de Campos), lo que también lleva a que solo tenga dos cuerpos, por los tres que posee el madrileño.El retablo asienta sobre un alto zócalo de piedra de las cercanas canteras de Urueña, la parte central de este basamento estaba destinada a la custodia, que, conforme preceptuaba el contrato, habría de ser hecha de acuerdo con “la traza y planta y montea que para ello está dada de mano del dicho juan de herrera”, traza en la que aparecían “quatro figuras”.

El primer cuerpo del retablo, de orden dórico romano, presenta tres amplias calles y dos intercolumnios menores en los extremos, con lo que se mantiene el reparto del de El Escorial, con la única diferencia de que aquí, en las entrecalles, hay un lienzo y una hornacina con escultura, en tanto que en el de la fundación filipense, hay dos hornacinas. Los intercolumnios albergan las esculturas en madera pintada de blanco para dar la apariencia de alabastro de San Lucasy San José. Sigue la historia de la Anunciación, en la que la Virgen, de aspecto muy juvenil, aparece orando ante un reclinatorio en el momento en que se le presenta el arcángel, a la izquierda, portado la vara de azucenas. El fondo del escenario es una colgadura ante la que desciende el Espíritu Santo. Muchas veces se ha criticado esta escena por su mala composición de la mano diestra del ángel, pero, en su defensa, hay que alegar que la postura actual parece producto de una equivocada restauración, ya que la mano presenta huellas de fractura. Más difícil resulta, sin embargo, ejercer la defensa del escultor en el modo de componer la figura del arcángel, cuyo torso no parece tener relación con la parte inferior de su cuerpo. La calle central contiene la historia de la Adoración de los pastores, con la Virgen en primera posición postrada de hinojos ante el Niño aposentado en un pequeño lecho, con dos pastores, uno de ellos con la oveja sobre los hombros, y una bellísima representación de San José apoyado en un cayado, de hermosa cabeza barbada y que, como era casi norma en el siglo XVI, aparece desplazado frente al protagonismo de las demás imágenes. En el bajorrelieve –segundo plano del episodio– cuatro ángeles volanderos sostienen una cartela con la leyenda “Gloria in Excelsis Deo” y, como decíamos más arriba, se insinúan las cabezas del buey y la mula casi a la altura de los ángeles. Finalmente, el relieve de la Circuncisión, figura el Niño Jesús llevado por sus padres a presencia del venerable Simeón, la profetisa Ana y el portador de los dos pichones o tórtolas de precepto. Es éste un relieve concebido con poca calidad, en el que, además San José ha perdido ese rostro lleno de vida que presentaba en el relieve anterior. En la hornacina inferior de la entrecalle de la Epístola, se encuentra la imagen de San José, de madera pintada de blanco.

San Lucas
San José
La Anunciación
La Adoración de los Pastores
La Circuncisión
Tras un friso salteado de triglifos y metopas, encontramos un detalle singular de los retablos jesuíticos: la existencia de un banco que separa los dos cuerpos de la obra. De hecho, Adrián Álvarez, escultor que trabajó para la Compañía de Jesús y elaboró los retablos de la actual iglesia de San Miguel y San Julián de Valladolid y de Santiago de Medina del Campo, que en su día pertenecieron a la Orden, recurre a este método en esas realizaciones suyas. En Villagarcía, esta predela presenta seis plintos sobre los que descansan las columnas jónicas con cuatro pinturas de mujeres mártires en los extremos y el símbolo de la Compañía “JHS” en los dos netos centrales. Debajo de los episodios en relieve del segundo cuerpo campean pinturas de la Fe, Esperanza y Caridad.
El segundo cuerpo, de orden jónico, presenta análoga estructura al anterior. Las entrecalles albergan a los Santos Juanes exhibiendo sus atributos –el Bautistaen el lado del Evangelio, y el Evangelista en el de la Epístola– con los respectivos lienzos encima de ellos y encerrados en una casilla también de medio punto. Las cuatro esculturas exentas de los intercolumnios no han asimilado el romanismo imperante en la época y, de hecho, son piezas todavía expresivas.

San Juan Bautista
San Juan Evangelista
El primer relieve de esta altura contiene la Oración en el huerto, que resulta ser el mejor de los seis relieves en cuanto a sentido pictórico por la gradación de la intensidad del relieve de las figuras; en primer plano, se encuentran Pedro, Juan y Santiago dormidos, en tanto que, en una zona más retrasada, está arrodillado el Salvador. El plafón del centro es para el Noli me Tangere o Aparición de Jesucristo a la Magdalena–el Noli me tangere–, tema que, posiblemente, aparezca aquí como homenaje al nombre de la fundadora del templo y costeadora del retablo, Doña Magdalena de Ulloa. Es un composición de calidad, con unos rostros apacibles y donde el Redentor se nos muestra configurado de un modo infrecuente, tocado con un gorro y vestido con una túnica de suaves pliegues en vez de la casi desnudez o sucinto atuendo con que se le suele labrar o pintar. En el fondo de este tablero se vislumbran árboles y vegetales someramente esculpidos y una rudimentaria casa que parece casi sólo dibujada, tal es su escasísimo volumen. Finalmente, la Flagelacióncierra este último piso con Cristo atado a la columna, elemento, este último, que divide en dos el recuadro. La escena presenta a un sayón de pie que va a empezar a azotar al Señor en tanto que el de la izquierda está arrodillado en el momento que está amarrando las manos de la víctima al fuste. Esta historia irradia un relativo dramatismo, menor, no bastante, que el de otros retablos donde se refuerza la brutalidad de la narración con una exagerada caricaturización y semblantes sañudos de los esbirros o las aparatosas heridas en la carne de Jesús, lo que aquí no acontece puesto que la impresión es que el castigo no ha hecho sino comenzar. Es, sin duda, una manera novedosa de tratar esta manida escena que la diferencia notablemente de su monótono diseño en la mayoría de los polípticos.En los pedestales sobre que asientan  las columnas jónicas, hay cuatro pinturas de santas mártires y bajo las historias en relieve, se encuentran la Esperanza, la Fe y la Caridad.

La Oración del Huerto
Noli me Tangere
La Flagelación
En el ático, se disponen, a los extremos, sendos pares de figuras de apóstoles, talladas en madera y pintadas de blanco, que representan a Santiago el Menor y San Pedro, a la izquierda; y a San Pablo y San Andrés, a la derecha. Encuadrado por grandes escudos de los Quijada y Ulloa, el encasamiento central, de orden corintio, está ocupado por una majestuosa figura de San Luis, rey de Francia, que sin duda aludirá a Don Luis Méndez de Quijada, el fallecido protector de la Colegiata. Según algunos esta talla no es del momento de la realización del retablo, sino que sería colocada con posterioridad. Son varias las razones quedan: En primer lugar, en el contrato se estipula la colocación de un “cristo puesto en la cruz” y este tipo de imagen conviene al fondo de pintura con paisaje de ciudad que se aprecia tras la actual figura de San Luis. Además, la imagen del santo monarca presenta un canon de proporciones muy distinto al de los cuatro apóstoles que le acompañan en el ático, sobresaliendo por su mayor altura. Finalmente, los pedestales sobre los que asientan los cuatro apóstoles y las dos columnas corintias del ático están decoradas con los símbolos de la Pasión, lo que emparejaría mejor con un Calvario como remate. Portela Sandoval cree que la imagen pensada para aquí fuera, quizás, la del Crucificado que, obra ya del último tercio de la centuria, se encuentra en un altar barroco en la primera capilla de la nave del Evangelio. El retablo remata con un frontón semicircular, en cuyo tímpano se muestra la media figura de Dios Padre en actitud de bendecir.

Santiago el Menor y San Pedro
San Pablo y San Andrés
San Luis, rey de Francia
En los Libros de Cuentas, se mencionan varias partidas pagadas a los pintores vallisoletanos Jerónimo Vázquez y Gaspar de Palencia, a quienes se deberá el dorado del retablo y las pinturas de los pedestales. Estas son las siguientes: el cuadrito superior del lado del evangelio representa a San Esteban protomártir, con gran realismo se ven las piedras que van a parar sobre su cabeza; en el lado opuesto San Lorenzo, a quien se le identifica por la parrilla, instrumento de su martirio. Encima de la estatua de San Lucas, con el símbolo del toro, hay un mártir arrodillado, a quien el verdugo ha hundido el hacha en el cráneo abriéndoselo en dos partes; en el lado opuesto aparece San Jerónimo en una cueva, en el desierto, con un león que le hace compañía, y en el suelo la mitra que le ofreciera el Papa San Dámaso. También pudieran ser de estos dos pintores los motivos vegetales, flores de lis y cruces que, en tono dorado, exornan los mantos de las figuras del retablo, las cuales hubieran quedado más acordes con la estética herreriana sin tales labores ornamentales.
Como ya dijimos al principio, el retablo mayor de esta Colegiata fue repetido posteriormente en varios templos jesuíticos, tales como el que, en 1594 realizó Adrián Álvarez para la Casa Profesa de San Antonio de Valladolid (hoy, en la iglesia de San Miguel) y el que, en 1597, harían Sebastián López y, posiblemente también, Adrián Álvarez para el noviciado de jesuitas de Medina del Campo, jugando así un papel importando en la difusión del estilo trentino en la comarca vallisoletana, de mismo modo que, en arquitectura, cumpliera tal cometido el propio edificio colegial.

Retablo mayor del antiguo colegio jesuita de San Ignacio de Valladolid, actual iglesia de San Miguel
Retablo mayor de la antigua iglesia de la Compañía de Medin del Campo, hoy iglesia de Santiago. Fotografía obtenida en el gran blog "Viajar con el arte" http://viajarconelarte.blogspot.com.es/2013/08/la-iglesia-de-santiago-el-real-de.html
BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN JIMENEZ, Carlos Manuel y MARTÍN RUIZ Abelardo: Retablos Escultóricos: renacentistas y clasicistas, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2010.
  • PÉREZ PICÓN, Conrado (S. J.): Villagarcía de Campos: estudio histórico-artístico, Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1982.
  • PORTELA SANDOVAL, Francisco José: La escultura del siglo XVI en Palencia, Diputación Provincial de Palencia, Palencia, 1977.
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